Naruto Y Hinata en:

LA APUESTA


Dos


Era un establecimiento pequeño, sito en un vecindario del East End donde Hinata no había estado nunca. El deplorable aspecto exterior la había hecho dudar, pero aquello era perfecto para su plan, ya que los escasos y aturdidos clientes de la fría y húmeda taberna repleta de humo apenas se habían fijado en ella. El dueño la había acompañado a una salita que quedaba a cierta altura sobre el suelo pegajoso y las mesas tambaleantes de la sala principal, y trajo una botella de vino que probablemente no era el que los altaneros duque de Namikaze y lord Sai estaban acostumbrados a beber, pero que serviría para la ocasión.

La discreción era el plato principal del día.

Con las palmas de las manos húmedas bajo los guantes, se dejó caer en una silla y tuvo la sensación de que el velo la ahogaría. Hinata, que había llegado temprano pues no tenía intención de hacer una entrada espectacular cuando ambos hombres estuvieran ya allí, intentó no hacer caso de ciertos evidentes temblores internos.

«Vaya una seductora estás hecha», se dijo burlándose de sí misma, sin estar segura en absoluto, pese a haber llegado tan lejos, de no querer salir corriendo de allí. Le pareció que las vigas ennegrecidas de los techos bajos estaban demasiado cerca y le llegaron con discordante claridad las risotadas estridentes de algún cliente borracho. El olor a cerveza rancia derramada era como una especie de capa pesada en el ambiente.

«Debería irme ahora mismo.»

No. Irguió la espalda y se levantó el velo para dar un sorbo rápido de la copa de vino. La vida que había vivido hasta entonces era la existencia sofocante de una mujer que nunca había corrido un solo riesgo. No había tenido la oportunidad de hacer algo así… hasta ahora. Era una ocasión perversa y escandalosa de hacer algo tan osado e insólito que simplemente no podía dejarla escapar. Una oportunidad de reparar el daño hecho a su vida, si las cosas iban como ella esperaba.

Esto es, a menos de que el duque y el conde se negaran en cuanto supiesen quién era ella. Hinata imaginaba que eso era posible, pero francamente creía ser la persona indicada para dirimir su absurda disputa masculina. Lo había sopesado una y otra vez.

Era viuda, de modo que ellos no mancillarían a una inocente. No quería nada de ellos, salvo la promesa sensual implícita en la propia naturaleza de su apuesta, que se proponía dilucidar.

Era la última persona de quien la sociedad sospecharía que iba a ayudarlos, cosa que seguro les intrigaría un poquito. Su gélida reputación bastaría para incitar su curiosidad sobre ella y aumentar el deseo de demostrar esa vanidosa cuestión de su competencia sexual. ¿Verdad?

Eso es. Su argumentación se basaría en dichos puntos.

¿Necesitaría discutir? Tratándose de tamaños y reconocidos libertinos, lo más probable era que solo exigieran su aquiescencia total. Ambos tenían una reputación incontestable.

—Milady, tiene usted un invitado. —El obsequioso tabernero apareció en la desvencijada entrada y luego se escabulló; fue sustituido por una figura alta y rubia, un hombre que se detuvo un segundo antes de avanzar con su habitual estilo depredador.

«Namikaze.»

El legendario duque llevaba un traje de noche oscuro, con la intención obvia de ir a algún lugar mucho más refinado después de la entrevista, tal vez al mismo baile al que ella asistiría más tarde. Como de costumbre, el aspecto de Naruto Uzumaki era urbano, sofisticado y con un toque de arrogancia. Su lustroso cabello rubio remarcaba la belleza escultórica de sus facciones: unas cejas un tanto arqueadas, una nariz recta, el perfil de la mandíbula y el mentón nítido y un poco ovalado. Su boca, infame por aquella característica sonrisa maliciosa, se curvó de forma casi imperceptible al verle la cara cubierta por el velo. Sus ojos azules evaluaron abiertamente su atavío y ella captó el brillo de curiosidad en ellos.

Estaba tan guapo como siempre, tan impresionante como murmuraban todos, y aquel seductor gesto de la boca formaba parte de su celebrado personaje. Le inspeccionó el escote con la mirada y su sonrisa se expandió lentamente.

Dios, estaba intrigado. Mientras ella no perdiera los nervios y obtuviese las garantías que necesitaba, este acuerdo se sellaría pronto.

—Buenas tardes, excelencia —dijo Hinata con una entonación deliberadamente fría.

Algo centelleó en los ojos de Naruto, tal vez la sensación de que reconocía la voz. Se inclinó cortésmente, moviéndose con fluidez y naturalidad. Cuando se irguió, pareció que su cabeza quedaba apenas a unos treinta centímetros del tambaleante techo.

—Buenas tardes.

—¿Vamos a esperar a lord Sai? Me he tomado la libertad de pedir un poco de vino. Por favor, sírvase usted mismo. He indicado que no hubiera ningún criado presente. Me pareció… prudente.

Menuda ironía escoger esa palabra. Nada de lo que ella estaba haciendo era prudente.

—Por supuesto. Como guste. —Él echó una ojeada somera a la modesta salita, escogió una silla, se instaló en ella con un suave movimiento y extendió sus largas piernas. —Esta es una elección excelente para nuestra pequeña reunión, sin duda. No creo que nadie vaya a topar con nosotros en este sitio. Por favor, no me diga que vino usted hasta aquí sin acompañante.

Tenía toda la razón. El vecindario era cuestionable, pero el cochero de Hinata era un joven fornido, un auténtico galés agradecido por haber eludido el destino de su familia durante generaciones de trabajar en las minas, y por ello de una lealtad incondicional. Shino se había ocupado de dejarla sana y salva en el interior, y se ocuparía de llevarla de vuelta a casa con la misma solicitud. Ella sacudió la cabeza y el velo se movió ligeramente; aquel interés por su seguridad era un tanto inesperado.

—No soy temeraria, excelencia.

—Jamás sugeriría algo parecido. Pero no me importa admitir que usted me provoca mucha curiosidad. ¿Qué la impulsó a ponerse en contacto con nosotros, si se me permite preguntarlo?

La botella de vino y las copas estaban sobre la mesa; él cogió una con despreocupación y se sirvió, pero ella tuvo la impresión de que, a pesar de la aparente indiferencia de su gesto, estaba enormemente interesado en su respuesta.

¿Qué pensaba él? ¿Que ella era una mujer desesperada y solitaria, tan hambrienta de atención masculina que se acostaría con dos hombres solo por obtener un poco de afecto? Bien, tal vez fuera lógico para otros, pero no era su caso. Si ella deseaba compañía varonil, podía encontrarla con bastante facilidad. Incluso con su reputación de ser distante, estaba harta de rechazar a pretendientes potenciales. En cuanto a la soledad, desde luego prefería con mucho ser una viuda que una esposa; ya se sabe que todo tiene un precio.

Ella ya lo había pagado con creces y por eso estaba allí. ¿Se sentía insatisfecha? Sí, porque a su vida le faltaba algo, como una omisión evidente en un rompecabezas incompleto que arruinaba la imagen general. Encontrar aquella pieza y encajarla en el lugar correspondiente era importante para ella. Aquello afectaba a todo su futuro en todas las formas imaginables.

La pasión física era un misterio que se le escapaba. No se le ocurría ninguna forma de resolverlo y seguir siendo respetable. Excepto esta.

Había sido estafada por un matrimonio que para empezar no había deseado, y la insensibilidad de su marido en la alcoba no era más que un aspecto de su fallida relación. Ahora que él se había ido, había otras facetas de aquella negligencia sobre las que ella no podía hacer nada, pero sí podía averiguar si el hecho de no haber disfrutado de la relación conyugal era culpa suya, como Sasori defendía.

Era lógico suponer que si no disfrutaba en los brazos de dos de los amantes más celebrados de Londres, entonces era problema suyo. Hasta que lo supiera, era muy improbable que volviera a relacionarse con ningún hombre. Con ser una amarga decepción para un marido una vez, había más que suficiente. No estaba segura siquiera de si volvería a desear algún día tener una relación íntima con un varón, pero quería tener la oportunidad de decidirlo sin que el peso de su pasado interfiriera en su presente.

—Supongo que es natural que se pregunte por los motivos que tengo para ofrecerme a dar mi opinión en su insólita competición —expuso Hinata sin traslucir ninguna emoción en la voz, mirando fijamente a través del velo de tul al atractivo hombre que tenía enfrente. —Creo que aparece implícito en mi mensaje inicial.

Aquellas arqueadas cejas rubias se alzaron un milímetro.

—Ah, sí, la implicación de que los amantes que ha tenido hasta la fecha la han decepcionado. Qué lástima que cualquier mujer se sienta de ese modo.

La caricia de su cálida voz fue algo tangible, como si él ya se hubiera acercado a ella y la hubiera tocado. También había algo en la forma en que se contenía. Era imposible que no supiera hasta qué punto su apariencia perturbaba a las mujeres, pero no era esa el arma que utilizaba para conquistarlas.

No era de extrañar que las féminas cayeran ante él como si se arrojaran por un acantilado, pensó Hinata mientras lo miraba al otro lado de aquella mesa desvencijada y raída. Si él personificaba el pecado, este era delicioso en grado sumo. Aquel entorno tan zafio era como una especie de escaparate de su enorme poder. Superpuesto a los suelos desgastados, las paredes manchadas y a una silla inapropiada a su impresionante estatura, solo realzaba lo varonil y aristocrático que era en todos los sentidos.

—Amante —puntualizó ella. Sin plural.

Y como lo que había pasado en su lecho matrimonial no parecía tener nada que ver con el amor, no estaba segura de que el término fuera correcto. Su piedad no le interesaba. Su ayuda sí.

—¿Un solo hombre? Ya veo.

«Solo uno.» Probablemente un concepto extraño para un hombre como el osado duque, en cuyo disipado pasado debía de haber muchas amantes.

El seguía con la misma sonrisa complacida y devastadora.

—No debe juzgar a todos los hombres con demasiada severidad a partir de los errores de un único ejemplo de nuestro sexo.

—Ah, ¿no? —Sería agradable parecer coqueta, pero temía no poder conseguirlo.

—Por supuesto que no. —Su mirada se dirigió otra vez a la carne marfileña que desbordaba su corpiño. —Del mismo modo que cada mujer es única, imagino que también nosotros somos todos distintos. Yo opino que los hombres en general son más egoístas por naturaleza. Lamento que haya tenido esa experiencia previa, pero reitero que no todos somos iguales.

Ella sintió el ardor de aquel examen pormenorizado, como si él le pasara un dedo sobre la piel.

Una vez más el encanto del duque quedaba fuera de duda. Formaba con ella una pareja muy desigual, pero Hinata no iba a permitir que él lo supiera.

—Tal vez tenga —dijo con actitud indiferente —la oportunidad de demostrar su punto de vista, excelencia.

—Tengo la clara sensación de que no tendré ningún inconveniente en hacerlo, mi misteriosa dama.

Era imposible beberse el vino sin levantar el velo, de modo que Hinata toqueteó el pie de la copa con aire de duda, mirando al hombre del otro lado de la mesa con gesto cauteloso.

—Siento llegar un poco tarde. —La aparición de lord Sai evitó que ella tuviera que decir algo más. No quería proporcionar demasiadas pistas sobre su identidad hasta que ambos le dieran su palabra de caballeros de que jamás la revelarían.

El conde entró en la sala y la sometió a una evaluación prácticamente idéntica a la de su amigo, con una mirada de pasada que se detuvo apenas un instante en el escote de su vestido a la última moda, y luego acabó en la cortina de tela que le cubría la cara. Una sonrisa traviesa dejó ver una perfecta dentadura blanca.

—Veo que este es un auténtico juego de intriga. Es un placer conocerla.

—Usted ya me conoce —respondió Hinata tan serenamente como pudo.

Descubrió que tenerlos a ambos en aquella estancia le resultaba un tanto desconcertante. Por un lado los dos eran muy altos y tenían un formidable aire de seguridad masculina, que parecía llenar aquel reducido espacio. La belleza oscura de Sai Shin le había reportado el sobrenombre de «Demonio». Namikaze, en cambio, había sido bautizado irónicamente como «el ángel».

Ambos formaban una pareja irresistible, si bien dispar, el ángel y el diablo, y ella notó con inquieta aprensión que se le formaba un nudo en el estómago.

Aquello no iba a salir bien. Allí estaba ella, haciéndoles una descarada proposición sexual. Las mujeres que se desplazaban hasta oscuras tabernas para encontrarse con libertinos del calibre de aquellos dos hombres que estaban con ella ahora, no debían sucumbir a un ataque de nervios.

Enderezó la espalda y recuperó su prestancia.

—¿Ya la conozco? —Sai aceptó una copa de vino de Naruto con un gesto de agradecimiento, sin apartar la mirada del rostro de Hinata, y se sentó en una silla inestable que emitió un quejido.

—Ambos me conocen.

—Ah, ya pensé que su voz parecía refinada y tal vez familiar. Pero no podemos ser viejos conocidos o la habría identificado con mayor certeza. Tengo muy buen oído para estas cosas. —Su sonrisa era tan angelical como atractiva y maliciosa la del duque.

Mientras que de Naruto Uzumaki emanaba un aire de intensidad casi peligroso, el conde era todo indolencia y refinada curiosidad varonil.

Eran muy distintos, y sin embargo ambos ofrecían el mismo supuesto paraíso entre sus brazos.

A continuación venía la parte complicada. Hinata no podía culparlos por querer saber quién era ella, ni por echarle una mirada antes de aceptar, pero tampoco estaba dispuesta a quitarse el velo antes de estar segura de su silencio. Si no estaban dispuestos a ello, se marcharía de inmediato. Incluso los mensajeros que había contratado para traer y llevar las notas, habían sido sometidos a un complicado proceso para asegurar que no se los relacionaría con ella.

Se suponía que esto debía salvarle la vida, no destruírsela.

Ellos podían tener fama de cortejar y desaparecer después de haberse acostado con una serie de bellezas de la alta sociedad, pero ella nunca había oído que se pusiera en duda su sentido del honor y estaba dispuesta a aceptar su palabra. Namikaze, con su inmensa fortuna, probablemente debía manejar con eficiencia enormes propiedades financieras, y Sai Shin era también un hombre rico con las mismas responsabilidades. Ambos tenían un escaño en la Cámara de los Lores. Era un poco cómico ver a todas aquellas madres intrigantes intentando que se fijaran en sus hijas casaderas, pero se sabía que ambos huían de las damitas solteras como si estas tuvieran una enfermedad contagiosa.

En resumen, los dos eran honorables a su manera, o en eso ciertamente confiaba ella. Estaba a punto de arriesgar su reputación sobre ese supuesto. En cualquier caso, el velo era su seguro en caso de que ellos, por cualquier motivo, no aceptaran.

—Antes de entrar a discutir siquiera esta situación inusual —dijo Hinata con firmeza, —necesito que me den su palabra de que mi nombre nunca se relacionará con esto en ningún sentido. Aunque esta tarde no lleguemos a un acuerdo, no quiero que nadie sepa ni siquiera que lo consideré. —Y sin pensar añadió una cita en voz baja: —«Con cada palabra, muere una reputación».

—Alexander Pope, creo —dijo el duque, que parecía divertido, arqueando las cejas. —Ahora estoy demasiado intrigado para negarme. Yo no se lo diré a nadie.

—Yo también le doy mi palabra. —Sai asintió con su cabeza oscura y entornó los ojos un milímetro mientras miraba fijamente aquella cara oculta. —Su secreto está a salvo aquí.

—Muy bien. —Hinata levantó el sombrero y el velo, los dejó a un lado y se alisó el cabello con unos dedos que temblaban apenas.

Fue ella quien se divirtió al ver la sorpresa reflejada en las caras de ambos. La sala quedó en silencio. Aquello era una prueba de su reputación. Ella tenía fama de ser una mujer gélidamente formal e inasequible, no de alguien que concertaba encuentros en dudosas tabernas.

¿Con qué frecuencia, se preguntó, alguno de ellos se quedaba sin palabras?. Rara vez, en su opinión.

—Lady Hyuga —fue Naruto quien se recuperó primero, pero siguió mirándola con la copa de vino en sus esbeltos dedos, —he de admitir que estoy sorprendido.

Ella notó que en sus labios se dibujaba una sonrisita nerviosa.

—Excelencia, ¿de un modo agradable o desagradable?

Desde luego aquel era un giro inesperado de los acontecimientos.

Entre todas las caras que imaginó que podía haber detrás de aquel velo, no estaba la de Hinata Hyuga. Naruto había considerado largamente cuál de las damas que conocía tomaría en consideración participar en su pequeño y escandaloso envite, pero nunca se le había ocurrido que fuera la mujer que se sentaba a la mesa frente a él.

Y sin embargo allí estaba, arqueando levemente una de sus cejas color negro ante su atónita expresión, con apenas un destello de ironía en aquellos magníficos ojos plateados, tan celebrados. La elección de la sórdida tabernucha indicaba que abordaba aquel asunto con seriedad, pero para él seguía siendo difícil de creer que fuera ella quien había enviado aquella provocativa nota.

La bellísima y joven viuda del difunto lord Akatsuki tenía fama de ser distante hasta el punto de desanimar a los pretendientes más convencidos. La conocía solo de pasada, pero sí, ella tenía razón, tanto a él como a Sai se la habían presentado en algún momento. Su aspecto frío y retraído enviaba el evidente mensaje a cualquier conquistador de que no le interesaba en absoluto ningún enredo, de modo que él se había limitado a admirar su innegable encanto, desechando la idea de conocerla mejor.

Además, ella era más joven que las sofisticadas damas que él solía llevarse a la cama y aún estaba en edad de merecer. Si mal no recordaba, se había casado con el vizconde Akatuski unos años antes de que este muriera de repente, y después había guardado un luto incluso más prolongado de lo necesario, pero aun así no tendría más de veintitrés años, quizá menos.

Definitivamente todavía estaba en edad de casarse. Tenía un atractivo exuberante, eso estaba claro, pero también peligroso para cualquier hombre que valorara su independencia. Cosa que él hacía. Tal vez «independencia» no era la palabra adecuada. Lo que él valoraba era ligeramente más complejo.

Naruto sintió una punzada de alarma. Buscó algo diplomático que decir.

—Milady, es usted encantadora, desde luego, por lo que la sorpresa difícilmente es desagradable, pero esto parece un tanto imprudente en su situación.

Sai tenía una expresión de perplejidad. Naruto suponía que por la mente de su amigo pasaban los mismos pensamientos y a la misma velocidad.

—Esto… —dijo Sai —yo pienso lo mismo. No tengo ninguna objeción, créame, pero usted no debería…

—¿Dilapidar mi virtud? —interrumpió ella bajando con recato sus largas pestañas.

Sus ojos tenían un color verdaderamente notable, un auténtico gris. Su cabello color negro con destellos azulados, denso y brillante, resplandecía en contraste con una tez clara y perfecta. Su impresionante belleza hacía que la miserable estancia pareciera aún más vulgar, más deplorable. Sus estilizados dedos rodeaban el pie de una copa de vino.

—Por favor, caballeros, recuerden que soy viuda. Mi virtud fue dilapidada hace tiempo.

Naruto no pudo evitar el pensamiento de que esa era una forma interesante de describir su propio matrimonio. Dio un sorbo de su copa e intentó analizar cómo se sentía ante ese giro de la situación.

—Es usted muy joven. Es muy probable que vuelva a casarse. Dudo que su futuro esposo aprobara su implicación en esta pequeña apuesta.

—Excelencia, no tengo intención de volver a casarme. No necesito volver a casarme, ya que soy autosuficiente en el terreno económico, y si alguna vez volviera a casarme, lo que hice o con quién lo hice no sería asunto del elegido. —Y dirigió a ambos una mirada desafiante.

«Demonios si lo sería», pensó Naruto, pero admiró la forma en que ella levantó la barbilla y los retó a decir lo contrario. Existía un doble rasero, y él lo sabía, pero así eran las cosas. A los hombres les gustaban las mujeres promiscuas, pero rara vez se casaban con ellas.

Ella prosiguió en un tono razonable, como si no estuvieran sentados en una taberna de mala nota, debatiendo el plan de una cita ilícita basado en una apuesta de borrachos.

—Dado que soy viuda, se me permite mayor libertad. En cualquier caso nadie pensaría jamás que yo haría algo así.

—Yo no —reconoció Naruto con ironía, especulando sobre lo inútil que debía de haber sido su difunto marido en el ejercicio de sus deberes conyugales. Había conocido solo vagamente al anterior lord Akatsuki y le pareció una persona bastante agradable. Pero era cierto que la forma como los hombres trataban a sus conocidos y cómo consideraban a sus esposas solía ser distinta.

—Puede que en realidad usted no sepa nada de mí, excelencia.

Ella podía tener el aspecto de una Venus reencarnada, pero a él nunca se le habría ocurrido que bajo aquella tentadora fachada pudiera latir la sensualidad. El Polo Norte tenía fama de ser más cálido que lady Hyuga.

—Admito que no. —Le sostuvo la mirada.

En los extraordinarios ojos de ella brilló un destello de duda cuando ambos se miraron, y permanecieron así durante un largo instante. Y luego otro. Ah, sí, estaba intrigado.

—Le agradezco que lo admita —dijo ella sin la menor inflexión en la voz.

Pero aquellos expresivos ojos decían algo muy distinto. Él sabía cuándo provocaba una emoción en una mujer, y esta era una de esas ocasiones.

¿La estirada lady Hyuga? Qué interesante…

—Si nosotros no debemos revelar jamás su identidad, milady —intervino Sai, —explíqueme cómo va usted a resolver la apuesta.

Ella asintió levemente, como si esperara la pregunta.

—Lo tengo todo pensado. Si ustedes están de acuerdo, publicaré el resultado en la columna de sociedad del periódico, bajo el paraguas del anonimato, por supuesto. Puesto que mi nombre quedará al margen, me sentiré cómoda para escribir mis opiniones con franqueza.

Aquella declaración bastó para invocar el mismo espíritu combativo que los había metido originariamente en problemas, pero dado que Sai no pestañeó, Naruto también intentó parecer conforme.

—Bien —dijeron al mismo tiempo, y después intercambiaron una mirada de varonil disgusto.

Ella rió con una espontaneidad deliciosa, que iluminó una cara extraordinariamente encantadora de por sí y añadió viveza a aquellos ojos fascinantes.

Maldición, ella era una perspectiva muy tentadora. Si iban a seguir adelante con esto, lady Hyuga era una candidata cautivadora. Todo el mundo coincidía en que era una auténtica belleza: su cabellera, abundante y brillante, enmarcaba un rostro delicado de pómulos altos y naricita recta, con una boca rosada y unos excepcionales y enormes ojos de pestañas largas. El hecho de que tuviera una figura estilizada y elegante, un cuerpo curvilíneo pero esbelto, era algo que muchos hombres habían observado y comentado. La plenitud de sus senos bajo el corpiño de aquel refinado vestido atrajo la mirada de Naruto.

Al parecer, Sai tampoco estaba ciego.

—Parece que ya ha tomado usted su decisión, lady Hyuga —murmuró.

—Eso depende. —Ajustó un pliegue de su falda de seda de un verde esmeralda intenso; el tono de su vestido complementaba la viveza de su colorido. —¿Cómo vamos a hacer esto exactamente? Tendremos que ser muy discretos.

Era de veras sincera, pensó Naruto, cuya reticencia inicial había desaparecido.

Y él estaba condenadamente interesado.

Ya hacía un rato de ello. Lady Hyuga era una mujer joven y fascinante. Dado que en público había adoptado siempre una actitud distante y fría, opuesta a lo que él buscaba en una amante, nunca había pensado en ella en ningún contexto, y menos en el que estaba debatiéndose en aquel momento. Habló sin pensar:

—Concédanos a cada uno una semana de su tiempo.

Sai se dio la vuelta para mirarle y en sus ojos había un brillo de sorpresa manifiesta por el período propuesto.

«¿Una semana?»

Naruto no tenía claro de dónde había salido aquella propuesta impulsiva, pero tenía la sensación de que una noche con la preciosa mujer que tenía sentada delante no bastaría. El misterio de por qué ella iba a hacer algo tan insólito le perturbaba y le atraía a la vez. Se encogió de hombros y sonrió.

—Estoy seguro de que estarán de acuerdo en que el mundo de las relaciones íntimas es variado. Ir conociendo a tu pareja es un beneficio añadido. Para llegar a una conclusión justa parece lógico pasar una semana en compañía del otro, dentro y fuera de la cama.

Cualquier cosa que esperara lady Hyuga, obviamente no era esa. Durante un segundo pareció desconcertada, pero luego asintió despacio. Un tirabuzón suelto de cabello oscuro rozó la columna marfileña de su cuello y él observó cómo se deslizaba por su piel sedosa con una fascinación casi involuntaria.

—Supongo que si he llegado hasta aquí —dijo ella, —puedo acceder a esto. Ya se me ocurrirá alguna excusa para ausentarme durante ese período.

«Excelente.»

A la sala llegó el eco del alboroto procedente de una pequeña pelea entre algunos de los extremadamente dudosos parroquianos de la taberna, junto a una serie de palabras gruesas inapropiadas para los oídos de una dama, pero ella no pestañeó.

Sí, su prestancia era notable.

—Poseo una pequeña propiedad rural en Konoha. —Naruto intentó recordar la última vez que había estado allí y no lo consiguió; cuando se retiraba al campo, iba a la residencia familiar de Suna, mucho más extensa. Aquella pequeña finca había formado parte de su herencia y permanecía vacía, excepto por el mínimo personal de servicio que la cuidaba. —Está en medio del campo, alejada de toda población, pero es bastante bonita y apacible si mal no recuerdo, y lo bastante cerca de Londres como para que no tengamos que viajar durante días. Sería perfecta para un retiro tranquilo y discreto.

Una semana con una mujer que ni siquiera conocía no era solo impulsivo, era del todo irracional. Lo normal era que a él le bastara con una noche aquí y otra allá; su indiferencia era legendaria porque sus relaciones transitorias no suponían más que un divertimento ocasional. No tenía amante fija, por la simple razón de que no la necesitaba. Había un buen número de mujeres dispuestas a complacerle al momento y él daba por sentado que en cuanto deseaba compañía femenina, la obtenía.

No obstante, una voz insidiosa susurraba en su cerebro. La falta de experiencia previa de lady Hyuga en el arte del disfrute sexual la hacía más cautivadora que la mayoría. A él no le interesaba desflorar a una virgen, pero ella no lo era, y su deslumbrante belleza y delicada feminidad pasaron por encima del sentido de prudencia de Naruto, ante el hecho de que ella fuera todavía joven y muy apetecible para el mercado matrimonial.

Ella había dejado muy claro que no deseaba volver a casarse y él la creyó; su tono de convicción era inconfundible.

Una semana para iniciarla en los placeres de la carne le pareció una distracción bastante placentera de sus múltiples compromisos. El Parlamento estaba cerrado en aquel momento y podía decir a su asistente cómo localizarle…

Sí, pensó, estudiar la sensual plenitud de aquel labio inferior, aquel oleaje de piel de marfil sobre el corpiño del escotado traje de noche que ella lucía, el sutil color de sus mejillas mientras se ruborizaba ante su abierta mirada de admiración. Probablemente sería fácil soportar una semana en su compañía.

Ella se había ruborizado. Qué extraordinario. Una mirada había conseguido lo que no habían logrado unas palabras gruesas. Dejó a un lado su copa de vino y preguntó arqueando una ceja:

—¿Estamos de acuerdo?

—Supongo que yo podré encontrar un lugar parecido —asintió Sai. Se acomodó en su silla y lanzó una mirada a sus apuestos acompañantes en un gesto de aprobación total. —Siempre que lady Hyuga comprenda las consecuencias que tendría para su reputación si nos descubrieran. Ninguno de nosotros dirá una palabra, pero aspirar a la discreción no siempre significa lograrla.

Hinata Hyuga desvió los ojos durante un segundo y apretó los labios. Después volvió a mirarlos e irguió sus gráciles hombros.

—Es evidente que no deseo un escándalo, pero si sucede yo seré la única responsable y espero que el riesgo… bien, valga la pena.

Ahí estaba, eso era un desafío, si es que alguna vez había oído alguno.

Naruto sonrió con indolencia.

—La valdrá, milady.

Ella no le devolvió la sonrisa; simplemente le miró con aquellos fascinantes ojos y el único signo de emotividad fue un ligero temblor en los labios.

—Parece usted muy seguro, excelencia.

¿Lo estaba? Tal vez, pero atenuado por lo poco que sabía de ella. Quizá por eso había propuesto una semana entera. Ella era un enigma en un mundo que a menudo le resultaba demasiado predecible.

—Estoy seguro de que ambos lo estamos; en caso contrario no hubiéramos hecho la apuesta, ¿no le parece?

—Parece entonces que está decidido —dijo ella poniéndose en pie. —No duden en ponerse en contacto conmigo con los detalles del acuerdo. Podemos comunicarnos en la misma forma que anteriormente. Envíenlo a la misma dirección y ellos me lo harán llegar.

Sai y él se levantaron a su vez.

—Mi cochero está esperando en la entrada. El me acompañará fuera.

Naruto sintió el deseo de protegerla; le preocupaban los toscos parroquianos de la sala contigua.

—La acompañaré hasta el carruaje.

—No, gracias, excelencia. Prefiero que no me vean con usted, ni siquiera aquí.

Aquella declaración tranquila y serena le dejó sin palabras. Durante casi toda su vida adulta se había visto asediado por mujeres más que ansiosas por ser vistas de su brazo. Aquello era nuevo. La punzada de dolor le sorprendió un poco. ¿Por qué debía importarle una cosa u otra?

Ella recogió su sombrero, se lo puso, se colocó el velo sobre la cara y se fue con un remolino verde esmeralda y un toque de perfume floral.


Continua