Naruto Y Hinata en:
LA APUESTA
Tres
—Qué fiesta tan encantadora, ¿no le parece, milord?
Sai, abstraído, bajó la mirada hacia la mujer que tenía en sus brazos. Dios bendito, durante un segundo fue incapaz de recordar cómo se llamaba. Qué inquietante.
Guren. Sí, era la hermana de un amigo y esa era la razón principal por la que estaba bailando con ella. Horace se la había endilgado y él había aceptado sacarla a la pista, porque si uno asiste a un baile, como mínimo debe fingir que está divirtiéndose.
Sai no se divertía, pero tampoco había esperado hacerlo.
El motivo por el que había ido no tenía nada que ver con el disfrute. Sus razones eran algo más parecido a la autoflagelación.
Es algo muy productivo, pensó burlándose de sí mismo mientras recorría la pista al ritmo del vals. Su pareja era muy menuda, Sai era un hombre alto, e imaginaba que juntos ofrecían una imagen un tanto absurda.
—Sí, encantadora —dijo en voz alta.
Con ese tipo de conversación banal no se ganaría deslumbrantes calificativos de amante superlativo, ¿verdad? Por suerte para él, su respuesta pareció complacer a Guren, pues le dedicó una sonrisa de admiración como si hubiera dicho algo inteligente.
—Efectivamente.
¿Qué iba a decir a eso? Nada le parecía apropiado. Su famoso pico de oro no funcionaba esa noche. Cuando sonaron los últimos acordes de la música se sintió inmensamente agradecido, y la condujo fuera de la pista, se inclinó sobre su mano regordeta y se fue.
El baile estaba abarrotado como era de esperar, y Sai se alejó a través de la multitud. La sala estaba llena de gente, las ventanas abiertas no contribuían demasiado a mitigar el calor y el murmullo de las voces competía con la orquesta por el protagonismo. Por suerte su estatura le permitía no perder de vista a su objetivo. Finalmente alcanzó a Naruto. Su amigo estaba apoyado en un pilar de estilo helénico, bebiendo champán.
—¿Una semana? —Dijo Sai sin mayor preámbulo. —¿Te has vuelto loco, Naruto?
Estaban rodeados de gente, pero entre la música y la reverberación de centenares de voces, su conversación era relativamente privada, como si estuvieran en algún lugar apartado. El duque de Namikaze le obsequió con una de las miradas indescifrables por las que era tan conocido.
—Me parece razonable.
Sai gruñó con grosero desdén.
—Tú nunca has pasado esa cantidad de tiempo seguido con una fémina en tu vida, exceptuando tal vez a tu madre.
La duquesa viuda era un personaje imponente, pese a que apenas le llegaba al hombro a su hijo. Una célebre belleza en su época, que seguía teniendo un influjo importante en los círculos de la buena sociedad. Su desaprobación por el desinterés de su hijo hacia el matrimonio era del dominio público.
Naruto se echó a reír, francamente divertido por la referencia.
—Y ni siquiera con ella, en cuanto tuve edad para evitarlo. Aprecio a mi madre, pero pensar en pasar una semana con sus consejos constantes me provoca temblores.
—Eso hace que tu propuesta me sorprenda aún más. No conoces a lady Hyuga.
Para Sai era mucho más fácil concentrarse en la frívola apuesta que en su desgraciada situación personal.
—¿Estás diciéndome que pones reparos a tener a alguien tan encantador en la cama durante ese tiempo?
—Ella es realmente preciosa. —Sai eludió la respuesta y dirigió la mirada a la esquina donde estaba sentada Hinata junto a varias mujeres mayores, con su habitual actitud lejana e inabordable. Ella casi nunca aceptaba una invitación a bailar, pero los hombres seguían intentándolo. Incluso desde la distancia, el contraste entre su piel pálida y perfecta y el centelleante color de su cabellera oscura era impresionante. Era toda belleza y opulencia femenina, y él debería estar ansioso ante la perspectiva de acostarse con ella.
¿Por qué no lo estaba?
—Soy tan poco partidario de las aventuras prolongadas como tú —comentó Sai a la ligera.
Excepto una. Habría sido partidario de una aventura prolongada, pero lo había estropeado todo.
Aunque fuera una prueba de su imbecilidad, examinó la sala con una mirada inquieta y escrutadora.
Y la descubrió.
Por supuesto que Ino estaba allí, maldición. De una ojeada, Sai captó entre la elegante multitud cierto reflejo dorado, el destello de un perfil de porcelana que conocía tan bien como su propio rostro, y sintió una opresión en el pecho.
«Bien —se dijo con tanto distanciamiento pragmático como le fue posible, —tú confiabas verla.» La presencia de la pupila de su tío no era ninguna sorpresa. Medio Londres estaba apiñado en ese salón de baile. Era lógico que Ino asistiera, y no debería sorprenderle demasiado que fuera del brazo de su prometido.
Al diablo con ese hombre.
—¿Cómo decidiremos quién tendrá el privilegio de llevársela primero?
La pregunta de Naruto hizo que volviera a centrarse en el tema y Sai se obligó a apartar la mirada. Puesto que el mero hecho de ver a Ino le suponía una tortura, valía la pena concentrarse en otra cosa. Como un agradable interludio pasional con la seductora lady Hyuga. Había perdido a Ino. ¿Era necesario que se convirtiera en un monje?
No, por supuesto que no. Aun así dio un rodeo.
—Imagino que depende de lo pronto que pueda salir la dama. La semana que viene tengo varios compromisos que no puedo eludir y, por otro lado, he de encontrar un lugar igualmente apartado.
—Yo creo que puedo organizar las cosas para marcharme dentro de un día o dos. ¿Está decidido, pues?
Llevaban mucho tiempo siendo amigos. Una década desde que se conocieron en el primer curso de la Universidad de Cambridge, pero ahora en la voz de Naruto había un tono desconocido. Sai recordó una versión más joven del duque de Namikaze, afectado aún por la primera incursión desgraciada en lo que él percibió como amor y decidido, de una forma de la que solo Naruto era capaz, a quitarle importancia a esa experiencia.
Sai le hizo una señal a un camarero que pasaba por allí, cogió una copa de la bandeja y miró a su camarada con ironía.
—Ella te intriga.
—Un poco.
Ya era hora que una lo hiciera, con la cantidad de mujeres que habían entrado y salido de la vida de Naruto. Sai rió entre dientes.
—Mucho. Tal vez engañes a otro, pero a mí no.
—Es muy atractiva.
—Eso es cierto, pero todos tus enredos han sido con mujeres espectaculares.
—Me gustaría que no usaras el término «enredo». Me hace pensar en la red de un cazador furtivo y en un animal herido.
En opinión de Sai, esa descripción era bastante exacta. Solo Dios sabía que él se sentía dolorosamente atrapado contra la pared y con muy pocos recursos. Utilizó un tono neutro para replicar:
—Me parece bien. Dime cómo lo llamarías tú. —Escapadas lujuriosas. —Naruto acompañó la frase con una amplia sonrisa que mitigó la impertinente corrección.
—Supongo que eso encaja. Pero puesto que es obvio que nuestra encantadora juez no intenta atraparte, al menos puedes relajarte y satisfacer tu interés.
—Puede. —Naruto, inexpresivo, bebió un sorbo de su copa. —¿A ti no te interesa ella?
«¡Que el diablo los lleve!», pensó Sai. Ino e Inuzuka estaban en la pista, girando entre los bailarines al son de una de las tonadas más populares del momento. Ella tenía la cara ruborizada con un tono rosa muy favorecedor, la luz se reflejaba en su cabello claro y aquel traje de noche de seda rosa le daba un aspecto…
Fascinante. Cautivador. Tan hermoso que él sintió un dolor en el pecho. Por desgracia, Inuzuka también parecía feliz, aunque a Sai no se le daba especialmente bien juzgar la apariencia de los demás hombres, sabía que las mujeres le consideraban atractivo.
No era un pensamiento muy estimulante, pero en cualquier caso no recordaba haberse sentido más desanimado en su vida.
—¿Sai?
Oh, demonios, le habían hecho una pregunta, ¿no? Sacado de sus abstracciones, Sai se dio la vuelta.
—Disculpa.
Naruto debía de haber notado algo raro en su conducta, pero afortunadamente no lo mencionó.
—Solo te preguntaba si nuestra inesperada voluntaria te intriga.
—Por supuesto. —Sai contestó demasiado aprisa y bebió un trago de champán para disimular el error.
Tuvo que recordarse que Naruto no se dejaba engañar fácilmente. Y ahora le miraba entornando sus ojos azules.
El único consuelo era que entre ellos había una norma no escrita pero inviolable. Prohibidas las preguntas indiscretas. Un pacto de caballeros entre dos hombres que respetaban la intimidad del otro.
Funcionó. Al cabo de un instante, Naruto se limitó a decir:—Entonces no te importa que yo me la quede primero.
«Me la quede.» Muy apropiado. La carcajada quedó atrapada en su garganta.
Verdaderamente Sai necesitaba recobrar la compostura. Puede que el champán no estuviera lo bastante frío, pero le hizo bien, pues bebió otro sorbo y después no tuvo problemas para conseguir algo que confió que pareciera una amplia sonrisa.
—No. Estoy seguro de que tú también lo harás muy bien. Pero no te olvides que será a mí a quien recordará.
—Tienes todo el derecho a pensar eso, Sai. Ahora que los tres hemos llegado a un acuerdo, mi plan consiste en dejar una impresión indeleble. No sé si yo hubiera escogido a la dama en cuestión, pero ya que ella se ha adelantado, estoy… impaciente.
Cosa curiosa, pues el duque de Namikaze siempre había sido la personificación del seductor despreocupado. En su caso, la impaciencia estaba fuera de lugar.
—Lo cierto es que la situación ha tomado un rumbo que no esperábamos, ¿no crees? —preguntó Sai, pero él sabía que su propia impaciencia estaba atemperada por su actual infelicidad personal, y le resultaba difícil saber si era Naruto quien estaba más interesado de lo previsto en la atípica oferta de lady Hyuga o si él estaba demasiado afectado para juzgarlo.
Quizá alguien que había sido tan incapaz de discernir sus propios sentimientos de un modo tan lamentable no debía suponer que entendía los de los demás.
Si Naruto estaba tan entusiasmado por recluirse en el campo acompañado de la dama, dejaría que lo hiciera de inmediato, que ejerciera su notorio encanto y la sedujera. En aquel momento el corazón de Sai simplemente no estaba en ello.
—Cuando los dos vuelvan a la ciudad, házmelo saber —dijo en tono indolente.
La señora Samui se inclinó hacia delante con un gesto conspirativo, y pareció que iba a caerse al suelo a causa de su considerable busto.
—Imagino —dijo con susurro sibilino—que esto no debe de ser una sorpresa para nadie.
Hinata se esforzó en aparentar reserva y frialdad cuando, en realidad, en aquella abarrotada sala se respiraba un ambiente agobiante. Una gota de sudor se abrió paso entre sus pechos de forma muy poco refinada.
—¿Sorpresa el qué?
—La forma como su excelencia y el conde están allí de pie, charlando los dos sobre ello, con total confianza.
¿Estaban hablando sobre la apuesta? Parecían absortos en la conversación. No hacía más que una hora o dos desde que los tres salieron de la taberna, de modo que era de suponer que estaban hablando sobre ello.
Sobre ella.
Lo había hecho. Se ofreció a dos picaros de mala fama, aceptó un malicioso pacto que si se descubriera significaría su ruina a los ojos de toda la sociedad, y se había colocado a sí misma en el camino al escándalo y la desgracia.
Todo por una buena causa, le recordó una vocecita interior con tozudo pragmatismo.
Su cordura.
Su vida incluso, si optaba por ponerse melodramática.
—Estoy segura de que charlan a menudo. Yo los he visto. —Fingió un tono desdeñoso y lanzó una mirada de desinterés a los dos hombres altos que estaban al otro lado de la sala. —¿Acaso no son amigos?
—Estoy convencida, lady Hyuga, de que se ha enterado de su última hazaña.
—¿Se refiere a esa aburrida apuesta?
Dios del cielo, hacía calor y no ayudaba mucho tener a una falange de matronas mayores alrededor, que prácticamente la tenían cercada. Tuvo que reprimir el impulso de levantarse de un salto y huir de la habitación, como si todos los demonios del infierno le pisaran los talones.
Un demonio de pelo negro en particular, compensado por un ángel dorado.
Cuando finalmente la conversación se lo permitió, observó a ambos hombres a través de las sombras de sus pestañas, aunque había querido mirarlos desde que llegó: Naruto Uzumaki, tan espectacularmente atractivo, con el cabello algo despeinado aunque conseguía hacerlo parecer acicalado y lustroso a la vez, y un traje de noche entallado, perfecto para su belleza varonil; Sai Shin también pero como una especie de dios pagano, tan bello que su mera presencia parecía animar el salón. Y ambos, con esa brillantez que los convertía en el centro de atención, con ayuda de su última infamia o sin ella.
—Sí, por supuesto, la apuesta. Es vergonzoso, ¿no le parece?
Ocho pares de ojos se clavaron en Hinata. El círculo de viudas, la mayoría veinte años mayor que ella como mínimo, era su actual bastión contra cualquier hombre que pudiera acercarse. Era más seguro apiñarse con ellas en una esquina que arriesgarse a aceptar alguna de las peticiones para bailar o para algo incluso menos atrayente, como disfrutar del coqueteo.
Ella no tenía la menor idea de cómo se hacía eso último.
—Estoy segura de que mi opinión no le importará a ninguno de los dos —murmuró. —Su impertinencia es legendaria. A mi modo de ver, todo el asunto es de muy mal gusto.
—Bien dicho —asintió con firmeza la honorable condesa, —es inaceptable, sin duda. Tiene usted razón.
Se sumó un coro de voces; todas estaban de acuerdo con ella. Pero por mucho que el grupo se quejara del comportamiento de los dos hombres, no parecían tener ningún problema en comerse con los ojos a los objetos de su conversación.
Ella era, naturalmente, la distante, la tan ajena e indiferente lady Hyuga. Era muy natural que desdeñara hablar siquiera de algo tan opuesto a su propia existencia plácida y recluida.
Si ellas supieran la verdad…
«Dios no lo quiera», pensó con un ligero estremecimiento.
Al final no pudo seguir sentada allí y fingir que el asunto del bello duque y el gallardo conde le aburría. Se excusó y salió a los jardines que había detrás de la esplendorosa mansión. Aspiró una bocanada de aire, como si eso pudiera sanar y enmendar todas las cosas fallidas de su vida.
No, solo ella podía conseguirlo.
En la terraza había unos cuantos invitados más, de modo que se escabulló a la zona de parterres y arbustos. Vagó por un sendero en sombras. Las estrellas cubrían el cielo de la noche como una capa de diamantes. Intentó evaluar las emociones que la perturbaban en aquel momento.
¿Realmente podía hacer algo así? ¿Una cita romántica secreta para dilucidar una apuesta entre dos caballeros, que admitían que en aquel momento habían estado bajo la influencia de una cantidad de vino considerable?
Se ruborizó y dio gracias porque nadie pudiera verla. Ella nunca había visto nada parecido a la imperturbable valoración masculina que el duque había hecho de su persona allá en la taberna. Pero su propia reacción fue del todo inesperada.
Normalmente se sentía invadida por una incómoda mezcla de torpeza e inquietud.
Por alguna razón, él no le había afectado de ese modo. Tal vez su papel en la apuesta había puesto en marcha desde el principio un mecanismo de interacción entre ellos. La reunión la había decidido ella.
Decidir, qué concepto tan nuevo en su vida.
Al pasar, rozó con la falda las lustrosas hojas de algún arbusto y los pétalos de una flor blanca se dispersaron por la tela, como el estallido de una ráfaga en una tormenta de nieve. La fragancia era dulce, inocente, cautivadora. Se los sacudió de la falda distraída y volvió la cara hacia la agradable brisa.
Al menos sus futuros amantes parecían capaces de respetar tu petición de mantener su identidad en secreto. Ninguno de los dos había cruzado la mirada con ella en toda la velada.
«Esto saldrá bien», se dijo.
Y rezó para que fuera cierto.
¿No había nadie en Londres que tuviera otra cosa de que rabiar aparte de esa apuesta infernal?Ino Yamanaka apartó el platillo; la taza vibró y se derramó un poco de té por el borde. Apretó los dientes, confiando en que nadie lo hubiera notado, e intentó aparentar la mayor serenidad posible.
Ella sabía que, en parte, el creciente interés se debía a la aparición de los dos implicados en el baile de los Branscum, la noche anterior. Ambos habían estado charlando un rato, indiferentes a los murmullos que habían suscitado, como de costumbre. Formaban una pareja muy atractiva, como siempre: el duque con su manifiesto atractivo rubio y ese aire de energía natural que emanaba de él de forma espontánea, y Sai Shin, a quien ella conocía desde que aprendió a andar, con su devastadora belleza, extinción y encanto innatos.
Solo ella no estaba encantada.
Puede que aquel hombre tuviera un abrumador atractivo varonil en todos los sentidos, pero ella lo aborrecía. Aquella sonrisa fácil y aquel aire cordial solo enmascaraban los defectos que había bajo la superficie.
Sí, ella le despreciaba.
Profundamente.
Por completo.
—Perdone, querida señorita Yamanaka, pero ¿no es usted pariente de Sai Shin?
Ino levantó la mirada y solo en ese momento se dio cuenta con fastidio de que se dirigían a ella. Un grupo de ocho damas la observaban expectantes, y su futura suegra estaba entre ellas. Las demás eran una serie de tías y primas de Kiba. Inexplicablemente horrorizada por la pregunta, se aclaró la garganta.
—No… no. En absoluto. Su tío es mi tutor. Solo se trata de eso.
Era la verdad. No había parentesco sanguíneo. Asuma Sarutobi y su padre habían sido amigos íntimos toda la vida y aquel vínculo tenía la fuerza suficiente como para que su padre hubiera previsto que si sucedía lo peor, como así había sido, su viejo amigo se ocupara de ella. A la muerte de sus progenitores en un accidente de navegación, ella era una niña de ocho años desamparada y desconcertada. Pensara lo que pensase en ese momento sobre su infame sobrino Sai, sir Asuma era un hombre maravilloso, y él y su esposa Kurenai la habían tratado como a una hija. Dado que no habían tenido descendencia, Ino se preguntaba si ella no había sido una bendición para ellos en cierto sentido, tanto como ellos lo eran para ella.
De cualquier forma, por mucho que quisiera a Asuma y a Kurenai, Sai era un caso muy distinto.
—Pero usted creció en la propiedad familiar, ¿me equivoco? —Lady Henderson la miró con evidente curiosidad.
—Yo… bien… sí, eso es. En… Berkshire.
¿Por qué había tartamudeado al responder, sobre todo cuando la miraba tanta gente? Aquel incómodo asunto era lo último que deseaba comentar. Odiaba los chismes. Sería feliz si aquel escandaloso tema se dejara a un lado. Estaba sentada en el salón de la residencia londinense de su prometido, con aquel mobiliario tan formal y demasiado atestado de gente para su gusto; ya era lo bastante malo, sin necesidad de volver una vez más sobre aquel espinoso asunto. Ino disfrutaba mucho más con los libros y la soledad que en aquellos remilgados tés. Un buen ejemplar de Voltaire y una butaca junto a una ventana soleada eran mucho más de su agrado que la presente situación.
—Imagino que le vería usted bastante a menudo. —En los ojos claros de lady Henderson había un matiz de curiosidad.
Todas la miraron con interés. Claro, porque estaban hablando de Sai Shin y su nombre no pasaba inadvertido cuando se mencionaba en una sala repleta de mujeres.
«Maldito sea.»
Sí, era un poco mortificante saber que de hecho él era el propietario de la casa que ella consideraba su hogar. Su tutor era el hermano menor del padre de Sai, el difunto conde. Por eso, tenía la desagradable sensación de que Sai le había proporcionado su dote. Cuando Ino preguntó directamente a Kurenai sobre la cuestión, esta se mostró evasiva y como ella nunca le mentiría, la respuesta quedó clara. Asuma tenía una buena posición económica, pero Sai poseía la verdadera fortuna de la familia.
Era algo irónico. El hombre a quien una vez creyó amar aportaba dinero como incentivo para que otro se casara con ella.
—No tan a menudo —señaló Ino, —él parece que prefiere Londres a Berkshire. Apenas le veo. Ni cuando estamos en la ciudad, ya que él tiene casa propia aquí.
Otra dama, estaba segura de que su prometido la llamaba tía Ida, murmuró:
—Me imagino la razón. Londres es mucho más… populoso.
Lo cual significaba más mujeres disponibles. La implicación era clara y pese a que lo último que Ino deseaba era defender a un irremediable libertino como el conde de Anbu, inexplicablemente lo hizo.
—De hecho tiene muchos negocios y cuando está en la ciudad le resulta más fácil ponerse en contacto con sus abogados administradores. Es un hombre muy ocupado y Anbu Hall no resulta práctico.
—Ya me imagino. —Otra dama, delgada y con un cabello oscuro que no correspondía a su edad, soltó una carcajada sonora v cortante. —Pero dudo que los negocios sean su principal preocupación. No obstante, es un joven tan guapo que sus indiscreciones son fáciles de perdonar.
—¿Más que Namikaze? —preguntó otra.
—Imposible —intervino una tercera.
«Sí —replicó traicionero el corazón de Ino. —Más que cualquier hombre del mundo.»
Le había adorado tanto cuando era niña… Su maliciosa sonrisa y su humor negro le convirtieron de forma natural en un héroe para una chiquilla que se había quedado huérfana. Cuando recordaba el pasado, reconocía que él había soportado con amabilidad que ella fuera siempre pisándole los talones. Que aquel muchacho encontrado tiempo para darle un poni a una niña y enseñarle a montar era un punto a su favor, pero aun así… era un granuja despreciable. La apariencia angelical que la naturaleza le había otorgado era un fraude de la peor clase. Aquellos ojos fascinantes y esos rasgos delicadamente cincelados deberían ir acompañados de dos cuernos y una cola bífida.
—¿Cómo puede alguien decidir quién es más guapo? —Gorjeó una de las jóvenes primas de Kiba, con un tenue rubor en la cara. —Los dos son divinos.
—Cállate, Akita —la reprendió su madre.
—Es como si ambos nadaran siempre en un mar de escándalos. —La enjuta tía intervino de nuevo con severidad, pero en sus ojos había un destello de malicioso disfrute. —¿No fue hace apenas unos meses cuando lord Tanner amenazó con citar a Sai Shin en su proceso de divorcio, argumentando que su esposa cometió adulterio con él?
Cuatro meses exactamente desde que aquel desagradable rumor salió a la luz. Pero Ino, que se ponía enferma cada vez que pensaba en ello, no hizo el menor comentario. Era mejor que guardara para sí sus sentimientos sobre el inmoral conde, no fuera a tener que explicar la razón de su intenso despecho. La acusación pública de que Sai había tomado parte en la ruptura de un matrimonio hizo que su opinión sobre él cayera aún más en picado, algo que ella había creído imposible.
—Y ahora esta competición indecente. Aunque es muy poco apropiado pensar en ello, una no puede dejar de preguntarse cómo piensan dilucidar su pequeña disputa. —Ida, una de las matronas que acababa de calificar el asunto de extravagante, parecía muy dispuesta a comentarlo.
—He oído decir que esa actriz rusa, la que interpretó tan bien el papel de Ofelia a pesar de su espantoso acento, será quien decida el vencedor. —Lady Henderson, a quien no le convenía aumentar el perímetro de su ya muy amplia cintura, escogió otro dulce de la bandeja.
—¿De veras? Bien, yo me he enterado…
Ino se concentró con desesperación en abstraerse de la charla. Sus esfuerzos fueron inútiles y probablemente acabó pareciendo demasiado apagada y silenciosa, pero consiguió decidir qué vestido se pondría para la velada de esa noche.
De modo que la tarde no fue un absoluto desperdicio.
A Dios gracias aquel té interminable acabó y la acompañaron hasta el carruaje que la esperaba. Pronto estaría casada y dejarían de relacionarla con Sai de una vez por todas. Bueno, no del todo, porque su tío y su tía tenían muy buena opinión de él, y Asuma y Kurenai eran como unos padres para ella; pero al menos ya no tendría que soportar su compañía a menudo. Además, cuando tal cosa sucediera, Kiba estaría a su lado y eso la ayudaría.
¿La ayudaría a qué? Aquella pregunta muda la obligó a mirar por la ventanilla mientras el carruaje emprendía la marcha. Mejor no pensar en ello. En él.
Konoha Manor no correspondía precisamente a la idea que ella tenía de una pequeña propiedad rural, pensó Hinata con un brillo de irónico nerviosismo, pero el duque tenía razón en una cosa: estaba aislada.
Se asentaba en un parque boscoso, y el sol de media tarde se reflejaba en su añeja estructura de piedra. La elegante fachada mostraba una evidente influencia isabelina en unas extensas alas, parte de las cuales obviamente se habían añadido a lo largo de los años. Aunque el duque casi nunca residía allí, los terrenos, de un verdor intenso, estaban muy bien cuidados y había un limpio y serpenteante sendero de grava que llegaba hasta la puerta principal. Hileras de ventanas con parteluz, enmarcadas por la hiedra, daban a la casa el aspecto encantador de un cuento de hadas; árboles frondosos extendían sus ramas cubiertas de hojas sobre la mayoría del terreno, de forma que el cuidado césped estaba salpicado de motas de luz solar.
Era precioso y muy privado. Justo lo que ellos necesitaban para su breve interludio.
«Oh, Dios.» El nerviosismo revoloteaba en su garganta y le resultaba difícil tragar.
Aún no era demasiado tarde, se recordó, para pedirle a Shino que diera la vuelta y la llevase de nuevo a Londres, y así olvidar aquella loca escapada. Aparte del riesgo que estaba asumiendo, ¿cómo se sentiría cuando las dos próximas semanas hubieran terminado?
¿Como una prostituta por haberse ofrecido a dos de los granujas más famosos de la sociedad?
Quizá. Pero también era cierto que tal vez, en lugar de eso, se sentiría por fin como una mujer, si su inapropiado comportamiento le reportaba alguna recompensa. El paso que iba a dar para cambiar su vida era drástico, pero quizá fueran necesarias las medidas drásticas.
Sin embargo, qué humillante sería si ella resultara una decepción para el notorio duque de Namikaze.
Al contrario, se dijo con firmeza cuando el vehículo se detuvo y el estómago le dio un vuelco; la apuesta entre él y el conde consistía en que ellos probaran sus habilidades en el dormitorio. De ella se esperaba tan solo que emitiera su voto sobre cuál era el más capaz.
Parecía bastante fácil.
Shino estaba junto a la portezuela del carruaje, con la mano extendida para ayudarla a apearse. Su rostro no dejaba entrever curiosidad ni censura, tan inexpresivo como cuando la llevó a la mísera taberna. Hinata no pudo evitar preguntarse qué pensaría él cuando se diera cuenta de que el objetivo de su viaje era una cita romántica. Llevaba varios años trabajando para ella y tenían una relación de sirviente y patrona muy cómoda. Se dio cuenta de que muchas cosas podrían cambiar a partir de esta temeraria aventura, además de su percepción sobre sí misma como mujer, y se preguntó hasta qué punto debía preocuparle la opinión de un criado. La mayoría de la alta sociedad la tranquilizaría diciendo que no debía preocuparle en absoluto, pero Hinata no estaba segura de ser tan indiferente.
—Gracias —murmuró al bajar, confiando en que su turbación no fuera evidente.
—Es un placer, milady. —Shino inclinó la cabeza con expresión neutra.
La puerta principal se abrió y, mientras ella subía los escalones con incrustaciones de ladrillo, apareció el duque en persona. En la breve nota con las indicaciones que él le había enviado, mencionó que en la casa había muy poco servicio porque él apenas la usaba, pero lo último que Hinata esperaba es que alguien de su alcurnia hiciera las funciones de lacayo. Era inaudito. Además llevaba un atuendo muy informal: una camisa blanca de manga larga, unos pantalones ajustados negros y unas botas relucientes. Aquello le hacía parecer más joven, pero no menos formidable sino más, en cierto sentido.
La vestimenta sencilla acentuaba su estatura y la impresionante anchura de su espalda, y subrayaba la fuerza musculosa de sus largas piernas. Su característica cascada de pelo rubio y brillante le acariciaba los hombros, y resplandecía al sol del crepúsculo, enmarcando aquellas bellas e irresistibles facciones masculinas. Ella tuvo la impresión de que veía realmente al hombre y no solo al adinerado y apuesto aristócrata con aquella sonrisa extraordinaria y seguridad irresistible. Aquella ropa más desenfadada indicaba también una relación de tipo íntimo que dejaba clara la situación actual: ella iba a pasar la semana próxima en su cama.
Cuando él se adelantó cortésmente para tomarle la mano, se inclinó ante ella y le rozó apenas la piel con los labios, Hinata sintió un ligero escalofrío.
Él se irguió y murmuró:
—Bienvenida, milady.
—Buenas tardes, excelencia. —Hinata consiguió que no le vacilara la voz, pese a que se le había intensificado el ritmo del pulso. El duque era mucho más alto que ella y parecía tener unas espaldas enormes.
Sus ojos azules la miraban fijamente con un ligerísimo destello de ironía.
—Espero que esté preparada para pasar una semana en un ambiente rústico. Como ya le advertí, el personal es mínimo aquí. El ama de llaves se ha puesto un poco nerviosa por mi llegada. Venga conmigo, entremos. Pediré un poco de té y podremos… conocernos.
¿Tan aprisa? Hinata no estaba segura de lo que él quería decir con aquel comentario y fue presa de su habitual incertidumbre. Haciendo acopio de toda su audacia, murmuró con frialdad:
—Supongo que eso es aceptable.
Ahora él parecía divertido y en su boca se dibujó una mueca.
—Ha hablado como la auténticamente gélida lady Hyuga. Por favor, no olvide que solo he mencionado un té.
Ella era muy consciente de su fama de distante y desafecta. Era la razón por la que se había embarcado en la presente locura.
—Ambos sabemos por qué estoy aquí, Namikaze.
—Sí, lo sabemos. —Él seguía reteniéndole la mano, la mantenía levemente sujeta con sus dedos largos. Era una licencia que se permitía, pero dadas las circunstancias, ¿qué podía objetar ella?
Namikaze se inclinó hacia delante, lo suficiente como para que su cálido aliento le acariciara el oído.
—No piensa usted derretirse fácilmente, ¿verdad?
Aquellas palabras dichas en voz baja la obligaron a apartarse y mirarle un segundo, sin saber cómo responder, con un peculiar hormigueo en la boca del estómago. Quizá lo mejor era la sinceridad.
—No —admitió finalmente.
Para su tranquilidad, él no dijo nada más y le soltó la mano.
—¿Entramos?
Ella pasó a su lado y se dirigió al vestíbulo, bastante desconcertada por la leve intimidad de aquel intercambio. Al momento se dio cuenta, y agradeció la distracción, de que por muy rural que él considerara el entorno, aquel lugar con sus paneles de madera barnizada, sus preciosos suelos y sus techos altos, era confortable y refinado a la vez, con un aire de belleza antigua. Un buen esqueleto bajo un exterior apacible y una sensación de pertenencia al bucólico escenario, el olor de la cera y el pan horneado en el ambiente…
—Esto es muy agradable —consiguió decir con aplomo, aunque aquella alusión a derretirla había devuelto a la superficie viejas y persistentes inseguridades.
¿Y si ella era realmente desapasionada e incapaz de reaccionar con un hombre?
Naruto Uzumaki miró en derredor. El vestíbulo daba a una estancia abierta con una enorme chimenea, y una serie de butacas y sofás agrupados que favorecían la charla. Al fondo subía una grácil escalera curva de madera tallada.
—Más de lo que yo recordaba —admitió. —He dejado que pasara mucho tiempo sin venir por aquí. Gracias a mis ilustres antepasados poseo ocho casas más repartidas por diversas zonas de Inglaterra. Se diría que los Namikaze acumulamos propiedades cada vez que se casa un heredero, como los niños acumulan dulces. Es imposible vivir en todas ellas y, por otro lado, mi presencia en Londres es requerida demasiado a menudo para que pueda pasar mucho tiempo en el campo.
El tono seco de su voz indicó a Hinata que en la referencia a su patrimonio había cierta conmiseración por sí mismo, y complacida por la falta de presunción que él demostraba lanzó una ligera carcajada.
—No creo que mucha gente le compadezca por ser demasiado rico, excelencia.
—Puede que no. —La cogió por el codo y la guió por el pasillo. —Pero tiene sus riesgos, como todo. La señora Sims le mostrará su habitación y cuando esté lista, por favor, reúnase conmigo para tomar algo.
El ama de llaves era una anciana con voz suave y un deje escocés, que acompañó a Hinata al piso de arriba, hasta una estancia encantadora con una vista esplendorosa sobre los jardines traseros, cuyas ventanas abiertas dejaban entrar el dulce aroma de las rosas en flor. Para ser una residencia campestre, el mobiliario era realmente elegante, si bien anticuado. Había una cama enorme con un dosel de seda azul pálido, y una alfombra con un exuberante dibujo en colores marfil, rosa y añil. El efecto general la hizo sentir como una invitada de honor, pero no pudo evitar preguntarse si aquella elegante habitación no estaría pensada para la señora de la casa. Sobre todo cuando vio una puerta que obviamente conducía a otra habitación.
¿Invitada de honor? Bueno, imaginaba que ella era eso. Naruto Uzumaki quería que pensara que era un amante soberbio.
No obstante, para llegar a esa conclusión haría falta algo más que una habitación bonita. Se quedó mirando la puerta contigua y sintió otro escalofrío de inquietud.
Continua
