Naruto Y Hinata en:
LA APUESTA
Cuatro
Unas suaves sombras se extendían a lo largo del césped, una brisa aromática circulaba entre los árboles meciendo las hojas brillantes, y se diría que todos los pájaros de Inglaterra se habían reunido para trinar y cantar. Un conejo cruzó de un salto uno de los senderos de gravilla, mordisqueó una brizna de hierba y dejó caer una oreja a un lado, indiferente ante la presencia de ambos en la terraza de baldosas que había a pocos metros de allí. Era como uno de aquellos escenarios que él recordaba de los libros infantiles, donde el mundo era un lugar perpetuamente soleado de cielos incólumes.
O tal vez su hastiada alma pasaba demasiado tiempo en la ciudad. Un cuento de hadas clásico no estaba completo sin una preciosa doncella.
Naruto, reclinado en una confortable butaca, bebía coñac, no té, y observaba a su bella invitada con lo que esperaba que pareciera una atención despreocupada y no el voraz interés que sentía en realidad.
La noche en que Sai y él se habían excedido tanto con la bebida fue confusa, y cuando a la mañana siguiente se dio cuenta de que habían hecho pública la apuesta al anotarla en el libro de apuestas de White's, emitió un gruñido interior. Creía que la mejor forma de soportar el subsiguiente furor de interés y rumores era tratar aquello con el máximo sentido del humor posible. No obstante, sentado frente a la fascinante lady Hyuga, no estaba tan seguro de que, después de todo, aquello hubiera sido un garrafal error de borrachos.
Incluso el modo como ella bebía sorbos de té, levantando las manos y rozando apenas el borde de la taza con los labios, era reservado y comedido. Su mirada parecía fija en algún objeto distante no identificado, como si directamente no le mirara a él.
Naruto había coincidido con Hinata de pasada una o dos veces, pero debido a su condición de soltera primero, por su posición de joven recién casada que aún no había dado un heredero después, y más adelante por su retiro de la sociedad tras la muerte de su marido, la verdad es que no le había prestado mucha atención. Sí, había pensado que era deliciosa en un sentido exuberante y opulento. Su abundante cabello y su piel inmaculada resaltaban esos increíbles ojos plateados pero, simplemente, él jamás perseguiría a alguien como ella. Aquello era más bien como admirar un cuadro en un museo; atraía tu mirada y te complacía en un sentido estético, pero sabías que nunca lo poseerías, así que no perdías el tiempo pensando demasiado en ello.
Salvo que todo había cambiado.
Él la poseería en un sentido muy carnal y la deseaba de tal modo que estaba atónito. Tal vez fuera lo inusual de la situación, tal vez era esa estúpida y arrogante apuesta, pero Naruto no conseguía recordar la última vez que había sentido un interés tan intenso por una mujer en un período tan corto.
—Hábleme de usted —le dijo con la copa de coñac en la mano y viendo cómo ella daba otro sorbo de la exquisita taza de porcelana. La luz del sol realzaba los gloriosos reflejos azulados de su pelo oscuro. Llevaba un elegante vestido gris plata que combinaba con sus ojos, y aunque en cualquier otra mujer ese color podría carecer de estilo, a ella le sentaba perfectamente, porque realzaba tanto su vibrante color como la esbeltez voluptuosa de su silueta.
No podía esperar a que llegara el momento de quitárselo, decidió con una impaciencia poco habitual en él. La protuberancia de su busto bajo el discreto escote atraía su mirada y le provocaba ideas poco caballerosas sobre qué sentiría al tocar y probar esos tentadores senos.
Hinata parecía un poco sorprendida.
—¿Qué es lo que quiere saber, excelencia?
—Llámeme Naruto.
—Si es lo que desea… —Pero parecía vacilante y se apresuró a tomar otro sorbo de té. La taza tembló solo un poco al rozarle la boca, pero bastó para que él se fijara.
Y esa también era una boca atrayente. Unos labios de un rosa claro, y el inferior ligeramente más carnoso, con una curva perfecta y sensual. Bonito.
—¿De dónde es usted? —insistió.
—De York. —Ella contestó de bastante buena gana, pero su expresión conservaba aquella mirada solemne que la hacía parecer tan distante. —Mi madre murió cuando yo era una niña y mi padre era un hombre ocupado, por lo que pasé mucho tiempo en Londres con mi tía. Ella fue quien organizó mi presentación en sociedad y mi matrimonio.
Dos frases que no resumían exactamente la vida de alguien.
—¿Tiene hermanos o hermanas?
—No.
No solía ser tan difícil conseguir que una mujer entablara conversación. Él arqueó la ceja, extrañado, y volvió a intentarlo.
—¿Cuáles son sus aficiones? ¿El teatro, la ópera, la moda?
Ella dudó.
—Me encanta leer —dijo simplemente. —Cualquier cosa y de todo. Novelas, el periódico de la primera a la última página, incluso textos científicos si los encuentro. Esa ha sido siempre mi pasión. Mi institutriz era una mujer de ideas avanzadas. Ella espoleó mi curiosidad y me prestó libros cuya lectura estoy segura que mi tía no habría aprobado. El padre de mi institutriz era un famoso anticuario y tenía una colección de obras de todas partes del mundo. Al morir la dejó pobre en cierto sentido, pero rica en otro, si valora usted el conocimiento. Tuvo que venderlo todo, pero conservó su biblioteca.
A él no le molestaban las féminas con cerebro, como les sucedía a varios de sus conocidos. También le gustó la palabra «pasión» cuando ella la dijo.
—Dígame quién es su autor favorito.
—Voltaire, si me obliga a escoger uno. —Tenía una expresión animosa que iluminaba su encantador rostro.
—¿Quién más?
Le gustaban los griegos clásicos, Shakespeare, Alexander Pope, las obras más recientes de ciertos autores populares del momento, algunos de los cuales él todavía no había leído.
El sol le daba calor, el coñac era añejo y exquisito, y él estaba… encantado.
¿Por aquellas inclinaciones literarias? Eso era una revelación. Normalmente las mujeres solo tenían una utilidad superficial en su vida, pero allí, en los ojos de Hinata, había una chispa que le atraía. Desde que descubrió su identidad allí en la taberna, estaba fascinado.
Pero en cuanto recondujo de nuevo la conversación al tema de la familia de ella, el entusiasmo se borró de la expresión de Hinata, que centró deliberadamente la atención en su taza de té.
—Como ya le he dicho, viví con mi tía. Murió apenas un mes después que Sasori.
Naruto esperó. Al parecer no recibiría más información, pero sentía bastante curiosidad sobre su matrimonio a raíz de la nota que ella había escrito.
—Conocí a su marido, aunque muy vagamente.
—Tuvo suerte.
El no pudo evitarlo y enarcó las cejas ante aquel tono escueto.
—Ya entiendo.
Hinata le miró por encima del borde de la taza y luego la dejó a un lado con un cuidado que pareció deliberado. Aquellos luminosos ojos grises, enmarcados de forma tan encantadora por unas pestañas densas y nítidas, eran muy directos.
—Perdóneme, pero no, no lo entiende. A usted nunca le han casado con un hombre que no le importa lo más mínimo. Usted nunca ha servido a los caprichos de nadie, y por favor admita que es consciente de las diferencias entre sexos en nuestra sociedad, que permite que caballeros aristócratas hagan apuestas extravagantes sobre su falta de virtud, mientras a las mujeres se las juzga con mucha severidad en función de que la conserven.
Durante un momento, Naruto no supo qué decir. Lady Hyuga no coqueteaba, eso ya lo había notado, y al parecer tenía la habilidad de ir al grano y de ser gratamente sincera.
—Tiene razón. A partir de ahora me abstendré de sacar conclusiones presuntuosas.
Su fácil aquiescencia pareció desconcertarla. Frunció la boca y consiguió de nuevo atraer la caprichosa atención de Naruto hacia sus dulces labios.
—Lo… lo siento —dijo con un leve suspiro al cabo de un momento. —Soy un poco susceptible con el tema del matrimonio. Y por eso no tengo intención de formar parte nunca más de ese acuerdo.
—No tiene por qué disculparse por expresar su opinión, se lo aseguro.
En el rostro de ella revoloteó una mirada irónica.
—Creo que acabo de reñir al duque de Namikaze.
—Que sin duda se lo merece de vez en cuando. —Y sonrió. —Puede que bastante más a menudo.
—Es usted muy… —pareció que buscaba una palabra que finalmente encontró —gentil. La mayoría de los hombres quieren que una mujer esté de acuerdo con todo lo que dicen. Yo lo considero tedioso.
—¿De ahí esa actitud disuasoria hacia todos esos entusiastas caballeros que se congregan a su alrededor en cualquier acto? —Naruto se acomodó en su butaca, disfrutando no solo de la cálida y agradable brisa del atardecer, sino también de la singular falta de coquetería de ella. Estaba acostumbrado a que las mujeres le adularan, no que le reprendiesen por su escasa comprensión de su posición en el mundo.
—Digamos simplemente que valoro mi independencia.
Puede que no se conocieran muy bien el uno al otro, pero tenían eso en común.
—Como yo.
—Eso dicen. —En los labios de ella se dibujó una sonrisa plena y fascinante, que obligó al cuerpo de Naruto, que ya estaba absolutamente alerta, a tomar nota.
El cambio era notable. Aquello transformó una distante figura de mármol en una mujer dulce y atractiva.
Naruto se revolvió en la butaca, ligeramente excitado, de modo que sintió un tirón en los pantalones. Qué raro. La dama no se andaba con disimulos, ni siquiera fingió desconocer de lo que le hablaba, y él descubrió que le gustaba su franqueza.
—No debe creerse todos los rumores que circulan sobre mí, pero este es correcto —dijo despacio.
—Desde luego hay bastantes. Tiene usted una de las peores reputaciones de toda Inglaterra.
—No puedo comprender por qué.
—Ah, ¿no? Las historias abundan.
—Eso creo. Pero la verdad y las habladurías rara vez van de la mano, milady.
Ella le miró muy seria.
—¿Pretende decirme que usted, y quiero recordarle que recientemente hizo una apuesta muy arrogante sobre sus supuestas habilidades en esa misma área que estamos debatiendo, es más virtuoso de lo que implican esos rumores?
¿Era virtuoso? Naruto estaba seguro de que nunca le habían aplicado ese calificativo, pero en un sentido abstracto quizá lo era. Para él era una cuestión de honor no mezclarse nunca con nadie que pudiera tomarse en serio el juego de la seducción. Sonrió con una despreocupación indolente y deliberada.
—Puede. Admito que dejé de defenderme hace años.
—Pero ¿usted quiere compañía sin ataduras?
—Absolutamente. —Desde Konan había descubierto que las aventuras amorosas eran mejores si se reducían al puro y simple placer físico.
Hubo un tiempo, antes de que comprendiera que los sueños de amor no eran más que eso, en que había cometido un error de proporciones colosales. Uno que seguramente no cometería nunca más. Aquello había sido una dura lección, pero entonces él era joven y estúpido y lleno de sueños idealistas. La experiencia podía ser una píldora amarga y el sabor que dejaba era difícil de olvidar.
Por lo visto, Hinata había interpretado correctamente su expresión.
—Bien, nadie sabe que estoy aquí, excelencia. Estamos solos, de forma anónima y somos libres de hacer lo que nos plazca.
—Naruto —le recordó él con una leve sonrisa, contemplando el modo como la luz jugaba entre los frágiles rasgos de su cara, a lo largo de las finas curvas de sus hombros, proyectando una deliciosa sombra sobre aquella tentadora hendidura entre sus rotundos senos, que insinuaba apenas el escote de su vestido. —¿Le apetece que entremos?
Ella no pasó por alto la propuesta y sus mejillas adquirieron un tono rosado.
—¿Ahora? Es media tarde.
El reprimió la risa ante la ingenua suposición de que la gente solo hacia el amor después de la puesta de sol. Para ser viuda era bastante inocente.
—¿Por qué esperar? —murmuró. —Podríamos hablar más cómodamente.
—¿Hablar?
—Entre otras cosas.
El rubor de las mejillas de Hinata adquirió un tono rosado más intenso.
En la cama, quería decir él. Pese a que en ese contexto a él no solía gustarle especialmente charlar, estaba dispuesto a hacerlo si ello la hacía sentirse más cómoda. El nunca trataba con vírgenes. Jamás. Había recibido la educación del heredero de un ducado, y le habían hablado de los riesgos de la pérdida de la inocencia en cuanto fue lo suficientemente mayor para entender el concepto; pero empezaba a tener la sensación de que ella era lo más parecido a una virgen con quien podría estar hasta que se casara. Era evidente que a pesar de su compostura estaba muy nerviosa, y a la vez era muy consciente de él como hombre. Aquello aumentaba su interés hasta un nivel sorprendente.
Naruto se levantó, se acercó para cogerle la mano, y tiró con suavidad para ponerla en pie. Bajó los ojos hacia aquella cara que miraba hacia arriba y se concentró en la boca.
—Opino que es usted preciosa, lady Hyuga.
Los ojos grises centellearon.
—No va a decir otra cosa, naturalmente —respondió ella con voz queda.
—Solo si lo pienso. —Era sincero. Seducir a las mujeres hasta su lecho no incluía los falsos piropos. El no necesitaba la coacción y si ella pensaba lo contrario es que era más inocente de lo que creía. Seguro que alguien de su exquisita belleza había recibido suficientes halagos poéticos para toda una vida. —Si esta no es la primera vez que lo oye, ¿por qué no confía en mi sinceridad?
Le acarició el pelo muy levemente, tan solo pasó la parte de atrás de los dedos por aquel cabello vibrante y sedoso. El color, negro intenso con destellos azulados, le recordaba la medianoche. Unos pocos rizos sueltos rodeaban el rostro ovalado y realzaban la esbelta columna del cuello. Aquel color la favorecía, a pesar de su reputación de ser fría y distante.
Naruto haría con gusto otra apuesta temeraria sobre que, de hecho, no era fría en absoluto. Obviamente su marido había sido un patán en la alcoba, pero él tendría el placer de enseñarle los beneficios del mutuo disfrute físico entre una mujer y un hombre.
Hinata le dedicó una sonrisa soñadora.
—Apenas le conozco, Naruto.
Le gustó escuchar su nombre en aquellos labios.
—Seguro que era consciente de ello antes de enviarme la nota. ¿Qué mejor forma de conocernos?
Cualquier respuesta que ella pudiera haber dado fue silenciada cuando él inclinó la cabeza y le tomó la boca. Le puso las manos en la cintura, con firmeza pero sin insistencia, mientras amoldaba con mucha dulzura los labios de ambos.
Sus instintos eran muy agudizados cuando se trataba de mujeres. Ya se había dado cuenta de que la persuasión resultaría mucho más eficaz que la pasión impetuosa. Había muchas damas a las que les gustaba que las cogieran en volandas; que deseaban que su amante no solo las poseyera, sino que las dominase, pero él ya había comprendido que Hinata no era una de ellas antes de tocarla.
Tenía un sabor dulce y tenerla en los brazos le produjo una sensación increíble. Sus flexibles senos le rozaban levemente el pecho, pero cuando él acarició con la lengua el interior de su boca, ella hizo un movimiento brusco que solo podía indicar sorpresa.
«¡¿Qué demonios?!»
Se detuvo un segundo, frenado ante aquella asombrosa evidencia.
Era imposible que a una mujer que había estado casada nunca la hubieran besado de forma íntima, pero Naruto notó que ella respondía indecisa a la exploración de su lengua, como si no tuviera ni idea de qué hacer.
Esa era una faceta interesante de esta cita amorosa campestre. Naruto continuó, siguió besándola sin exigir, pero provocando sutilmente que se le acercara más, de modo que sus cuerpos se tocaran de forma más completa. Por lo general él habría considerado desmoralizador aquel particular grado de inexperiencia pero… quizá era aquella situación única, tal vez era su irresistible belleza, o puede que fuera solo la perfección con la que ella encajaba en sus brazos… no estaba seguro, pero descubrió que estaba más intrigado que nunca.
—¿Puedo volver a invitarla a entrar? —murmuró junto a sus labios.
A esas alturas, ella estaba pegada a su creciente erección, de manera que no era posible malinterpretar lo que implicaba esa propuesta. Pero al fin y al cabo, ¿no era por eso por lo que estaba allí?
Hinata asintió. Naruto se apartó, le tomó la mano y sonrió.
Ella no le devolvió la sonrisa sino que le miró fijamente un momento, con sus increíbles ojos del todo abiertos y las mejillas ruborizadas. No era mala señal, se dijo él mientras ella se dejaba conducir al interior y por la escalera hacia su dormitorio. La casa estaba silenciosa al atardecer; sin duda la señora Sims seguía ocupada en las obligaciones derivadas de su inesperada visita.
No había habido tiempo de conseguir más personal de servicio y, puesto que él sabía que Hinata deseaba el anonimato, no había traído consigo a ningún criado salvo al cochero. Incluso su ayuda de cámara se había quedado en Londres, de modo que su dormitorio estaba vacío y, cuando él cerró la puerta a sus espaldas, supo que estarían solos hasta que lo desearan. El ama de llaves tenía instrucciones estrictas de no molestarlos a menos que la llamaran.
—Nuestras habitaciones se comunican. —Hinata echó una ojeada a la pared que separaba sus dormitorios.
—Práctico, ¿no le parece? —Naruto sonrió. Con una mirada ardorosa admiró el aspecto de ella, tan grácil y femenino, en la atmósfera masculina de su alcoba. El mobiliario era de un tamaño excesivo (la cama inmensa sobre la tarima, las proporciones enormes), y la madera tallada y oscura tenía varios siglos de antigüedad. En un retrato sobre la chimenea, uno de sus augustos antepasados posaba con encajes, calzas y un jubón.
Por contra, ella era curvas y sombras, seductora y, oh, tan accesible allí.
La vibrante erección producto de aquel beso presionó de nuevo la tela de sus pantalones entallados.
—Hagámoslo de la forma apropiada.
Ella no se resistió cuando él le soltó la melena que cayó libremente sobre su espalda. Tenía el tacto de una seda cálida que se hubiera derramado sobre sus manos, y una fragancia estival dulce y femenina. Mientras le desabrochaba el vestido la besó suavemente para tranquilizarla, preocupándose de no apresurarse ni alarmarla. La cogió en brazos, la llevó a la cama y le quitó los zapatos y las medias con la misma habilidad de experto, admirando su belleza con un criterio meramente masculino, mientras se sentaba para quitarse las botas. Acabó con ello en un tiempo récord y se levantó para terminar de desnudarse.
Estaba sorprendido, porque tenía auténtica prisa.
Vestida únicamente con su camisola y bajo la luz sesgada del sol del crepúsculo que entraba por los ventanales, Hinata era una Venus perfecta de pelo azabache. Extremidades flexibles y piel pálida sin mácula, enmarcada por una cascada de mechones centelleantes. Sus pechos rotundos temblaban cada vez que respiraba y sus ojos parecían más oscuros, con ese extraordinario color plata matizado por la pasión… … O por el miedo.
Naruto se dio cuenta de ello con consternación, mientras sus dedos interrumpían el acto de desabrocharse la camisa.
Sí, pensó mientras se esforzaba en creerlo. Miedo. El temblor de la mujer que estaba en su cama no tenía nada que ver con el deseo.
En lugar de ruborizada por la excitación, en aquel momento ella tenía la cara algo pálida. Naruto, con la camisa abierta hasta la cintura, dejó caer las manos sin saber cómo reaccionar ante ese inesperado giro de los acontecimientos.
—No es necesario que hagamos esto, ¿sabe? No tiene más que decirlo. En su lugar podemos ir a beber vino bajo el sol y mañana puede marcharse si lo desea.
Ella dudó un segundo y luego susurró:
—¿Tan evidente es?
En el dormitorio, Naruto no estaba acostumbrado a nada que no fuera una impaciencia total, de manera que la respuesta era un clamoroso sí. No obstante, le pareció mejor la diplomacia.
—Creo que es obvio que no está usted cómoda del todo, milady —dijo con dulzura. —Nuestra apuesta fue producto de un instante estúpido entre dos caballeros bebidos que por la mañana compartieron una fuerte resaca. Pese a que su elegante presencia en mi cama me resulta atractiva, no es necesario que siga usted adelante con su oferta.
Con su exquisita semi-desnudez superpuesta a las elegantes sábanas de la cama, Hinata le sonrió levemente.
—No me extraña que su encanto sea legendario, Namikaze, pero ¿cree usted que me ofrecí a la ligera? De todas las damas que conoce, probablemente yo sea la última que esperaba tener en su cama, pero aquí estoy y le corresponde a usted seducirme, ¿es correcto?
Tenía razón. Estaba seguro de que lo que Sai o él habían pensado no era en una mujer asustada y nerviosa, pero ella se había ofrecido, ellos habían aceptado y había sido él quien estaba ansioso por tenerla a solas.
—Solo si usted lo desea.
—Si no fuera así, no estaría aquí.
¿Por qué demonios estaba allí, si la idea de compartir su lecho la hacía palidecer y estremecerse de temor? Hinata declaró con un leve matiz de angustia:
—Quiero hacerlo.
¿Era eso cierto? El cuerpo incontrolable de Naruto le urgía a seguir, pero aun así no se movió. Toda aventura tenía sus requisitos y cada mujer era distinta, pero aquella situación le daba que pensar. Tenía la sensación de que a ella le costaba un esfuerzo tremendo yacer allí, obediente y dispuesta.
Aquello era desalentador.
¿Qué diablos le había hecho, o no hecho, Sasori a ella?
—¿Es usted virgen? —Hizo la pregunta en voz baja, sin saber exactamente cómo procedería si le decía que sí. No pensaba fingir que no había notado su reacción cuando la besó. Aquello ya no tenía nada que ver con la ridícula apuesta. Empezaba a darse cuenta de que, para ella, nunca había tenido nada que ver.
Ella apartó la mirada y tragó saliva visiblemente, moviendo los músculos de su fino cuello.
—No.
Aquella pequeña palabra contenía un universo de significados.
Naruto se quedó bastante perplejo. Él lo sabía todo sobre los juegos sexuales que los hombres y las mujeres practicaban juntos, pero sobre este no. Aquello no tenía la menor relación con una seducción despreocupada. Se sentó y la acarició; una levísima presión sobre la barbilla para que volviera la cara hacia él. Y con un ligero sobresalto de angustia, vio las lágrimas que centelleaban en sus pestañas.
—Sedúzcame —musitó ella en medio de aquel doloroso silencio. —Por favor.
Continua
