Naruto Y Hinata en:
LA APUESTA
Cinco
Si las cosas seguían por ahí, ella sería la única mujer del mundo entero que había estado medio desnuda en la cama del guapísimo y sensual duque de Namikaze, a quien él se había negado a hacerle el amor.
Casi había tenido que suplicárselo.
Por mortificante que fuera, a Hinata le sorprendió que un libertino tan reconocido tuviese la sensibilidad de saber que estaba asustada. Parecía sentirse tan incómodo como ella, y eso quería decir algo. En otras circunstancias incluso le habría parecido divertido.
—Yo lo deseo, es obvio —murmuró finalmente él, con una media sonrisa mientras bajaba la vista hacia el impresionante bulto de sus pantalones.
Dios santo, pensó Hinata, eso parecía… enorme.
Pero las viudas llorosas, inexpertas y glaciales no eran el territorio habitual del duque de Namikaze. El no necesitaba explicar nada. ¿Quién podría culparle? No importaba la apariencia que ella tuviera, la sensualidad no era su fuerte.
Pero allí estaba, sin ropa, con el pelo suelto, en su cama. Si en ese momento se acobardaba, la oportunidad desaparecería.
—Béseme otra vez —urgió Hinata, mirando al interior de aquellos ojos celestes del color del cielo. A través del hueco de la camisa desabrochada, veía la firmeza de su pecho desnudo, y aquello le provocó una extraña sensación que se le alojó en la boca del estómago. El cabello rubio brillante y un poco despeinado rozó su potente cuello cuando él acabó de desabrocharse la camisa. Su belleza masculina era irresistible, pero también su marido había sido un hombre guapo. Tal vez no un espécimen tan magnífico como el infame Namikaze, pero aun así…
No. No pensaría en Sasori. Ahora no.
Naruto se inclinó hacia delante y, ante su sorpresa, en lugar de tomarle la boca para otro beso devastador y perverso, pasó los labios sobre la reveladora humedad de sus pestañas. Con delicados besos borró sus lágrimas, y con ellas parte de sus miedos. Cuando se tumbó a su lado y la estrechó, ella se esforzó por seguir relajada, aun estando presa entre sus fuertes brazos.
Naruto olía maravillosamente bien, de una manera extraña y cautivadora. ¿Todos los hombres despedían ese aroma picante y misterioso, o solo era este?
—Es usted muy hermosa —susurró él, acariciándola y levantándole la camisola con tanta sutileza que ella apenas lo notó hasta que sus dedos se deslizaron sobre la curva del muslo desnudo.
Hinata se sobresaltó y él retiró inmediatamente la mano.
—Relájese —le murmuró al oído, con el aliento cálido, hechizante.
—Hago todo lo que puedo. —«Y el resultado es lamentable», se recriminó con amargura. Quizá Sasori siempre estuvo en lo cierto, porque si yacer junto a uno de los hombres más apuestos y encantadores de Inglaterra no le producía ningún efecto, tal vez algo fallaba en ella.
Bueno, quizá ningún efecto, no.
La respiración tranquila y acompasada y el firme latido del corazón de Naruto mitigaban en cierto modo la conciencia de Hinata de lo menuda que parecía comparada con aquel hombre. Ante su sorpresa notó que se le tensaban los pechos, y cuando él le rozó la mejilla con los labios, suspiró y se dio la vuelta para ofrecerle la boca.
—Tal vez deberíamos empezar despacio.
Ella deseó tener alguna idea de a qué se refería exactamente, pero ni siquiera pudo aventurar una respuesta.
—Como usted quiera.
Con qué desesperación ansiaba estar a la altura de aquella propuesta. En los labios de Naruto apareció una sonrisa cautivadora.
—Besar es un arte. ¿Desea algunas indicaciones?
—¿Por qué otro motivo estaría aquí?
En su retirada propiedad, en su cama, entre sus brazos. ¿Por qué otro, ciertamente, que no fuera la inspiración que ella esperaba obtener?
—En ese caso será un placer, milady.
Él volvió a inclinar la cabeza, muy despacio. Sus labios la acariciaron, se aferraron a ella. Fue algo prolongado, lujurioso, tentador, prohibido. Fue un beso auténtico.
La lengua de Naruto se batió con la suya; le exploró la boca y la obligó a responder, y Hinata empezó a sentirse cómoda en aquel beso, sobre todo porque él se limitó a abrazarla sin hacer nada más. Además estaba complemente vestido, pese a que ella notaba el calor que emanaba su piel desnuda por el hueco de la camisa desabrochada. Naruto separó los labios de su boca, se acercó de nuevo y esa vez bajó por el cuello, entreteniéndose en la hendidura de la garganta.
De repente, el capricho de enviar aquella nota —no, no fue un capricho realmente, pues la había angustiado muchísimo—parecía muy buena idea.
Era así como esperaba sentirse.
Aquello era placentero. No, esa palabra no bastaba. Más que placentero. Sentía escalofríos ante la provocadora presión de la boca de Naruto.
—Lo que voy a hacer ahora es probarla —le susurró pegado a su piel y con un matiz ronco en la voz. —Nada más. ¿Me permite?
Ella se dio cuenta de que él sostenía entre los dedos el lazo que abrochaba el corpiño de su camisola, y que le pedía permiso para deshacerlo.
Pedía. Esa era una experiencia insólita para ella. La idea de que sus apetencias pudieran ser objeto de consideración era tranquilizadora.
Pero la idea de que él deseara verla desnuda era muy perturbadora. Aquello era un dilema. Aunque lo último que deseaba era que él se limitase a levantarle las faldas y siguiera adelante; la idea de estar desnuda ante él, o ante cualquiera, de hecho, la intimidaba. A plena luz del día, nada menos. Ya sabía que nada de esto iba a resultarle fácil, pero mientras él esperaba cortésmente en aquel prolongado silencio, ella sintió un inusual destello de confianza.
Un buen comienzo al menos.
Hinata asintió y recibió el tirón resultante con una ráfaga de calor en la cara, cuando su camisola se abrió mostrando sus pechos. Naruto contempló la carne expuesta y colocó la mano despacio entre la tela abierta, para rozarle un pezón con la yema del dedo. Ella contuvo un jadeo.
—Del color de una rosa de verano, delicada y perfecta.
Hinata consiguió de algún modo hablar.
—Un cumplido verdaderamente… florido, excelencia.
Naruto, divertido, arqueó una ceja.
—Pero en este caso es la pura verdad. Tampoco debe olvidar, Hinata, que cuando está usted en mi cama, yo soy un hombre y usted la mujer que deseo. Use mi nombre de pila.
Ella cerró los ojos sin poder evitarlo ante la caricia de aquellos dedos que le recorrían la piel. Entonces él le rodeó completamente un pecho con su mano cálida y, para su propia sorpresa, la ardorosa mirada de aquellos ojos apaciguó alguno de sus recelos.
Aquellos ojos. azules como el mar, seductores como el pecado, enmarcados por pestañas densas que contrastaban con la pureza de sus facciones esculpidas. Hinata se permitió alzar los párpados y al encontrarse con su mirada tuvo un pequeño sobresalto, pues se dio cuenta de que él estaba esperando, sin más, apoyado en un codo y contemplando su expresión mientras le rodeaba el pecho con la mano.
¿Esperando qué? No tenía ni idea. Aquello era humillante, y su ignorancia hizo que despreciara aún más a Sasori.
—¿Se supone que debo hacer algo?
La boca de él se transformó en una sonrisa extrañada.
—¿Hacer algo?
Puesto que era obvio que, desde el momento en que la besó en la terraza, él había sido capaz de ver a través de su apariencia de viuda desenvuelta, disimular parecía fuera de lugar.
—Por favor, no se ría de mí. Estoy segura de que ya habrá notado…
—No me estoy riendo de usted. —Fue una interrupción suave y tranquila. —Estoy admirando una vista deliciosa y también planeando mi estrategia. Al fin y al cabo, se supone que tengo que superarme a mí mismo de forma notable, y lo cierto es que la primera vez es la más crucial, ¿no le parece?
—No está usted acostumbrado a mujeres como yo, claro —contestó ella con toda la dignidad que le fue posible dadas las circunstancias, —y de ahí que esté desconcertado.
Porque ella era un auténtico fracaso en el dormitorio. Él estaba acostumbrado a las elegantes damas de mundo que solía conquistar. La distancia entre esas experimentadas señoras y su ineptitud era inmensa.
—¿Desconcertado?
Entonces sonrió como un muchacho, pero la connotación de la embriagadora curva de sus labios era propia de un hombre hecho y derecho. Incluso en su ignorancia, ella percibió allí, con un ligero temblor de expectación, una promesa.
—Por supuesto que no —dijo Naruto mientras apretaba ligeramente el montículo de carne que abarcaba con la mano. —Tan solo intento decidir por dónde empezar. Es usted como un lienzo en blanco, querida, y la primera pincelada es esencial.
La referencia poética no era más que una parte de su experimentado encanto, se recordó a sí misma.
—Estoy convencida de que usted es el artista supremo, Namikaze.
—¿Supremo? ¿He ganado ya? ¿Con tanta facilidad?
—Eso ha sido sarcástico además de arrogante. —Era un poco difícil aparentar frialdad y distancia mientras sus hábiles dedos le masajeaban el pezón excitado.
—¿Percibo cierto escarnio?
A ella le gustaba aquel tono ligeramente irónico y él empezaba a vencer su aprensión. No era de extrañar que sucumbieran decenas de mujeres, pensó al sentir una extraña calidez entre los muslos. Pese a su impresionante altura y evidente fuerza, Naruto transmitía una impresión de poder sin amenazas, de carisma masculino sin dominación. Incluso su sonrisa contenía una promesa sensual manifiesta.
Tal vez su impulsiva y escandalosa ocurrencia no había sido tan mala después de todo. Desde luego, aquello supondría su ruina definitiva si alguien lo averiguaba, pero a lo mejor valía la pena.
Cuando él inclinó la cabeza y le tomó la yema del pezón entre los labios, ella se estremeció y reprimió con esfuerzo un suspiro, aunque tuvo la impresión de que él lo había notado. Para Hinata, la idea de que un hombre adulto quisiera mamar de sus pezones era sorprendente, pero él satisfizo primero un pecho y luego el otro, y ella se dio cuenta de que era maravilloso. Una lujuriosa sensación de placer empezó a adueñarse de su cuerpo mientras él probaba y acariciaba, primero un pecho erecto y luego el otro. Su apasionada boca trazó los contornos del valle que había entre ellos, las partes inferiores y de nuevo las cumbres, ahora tensas y brillantes.
Pero ella no hacía nada más que seguir allí tumbada y estaba convencida de que había algo más. O eso le había dicho Sasori de la forma más cáustica posible.
El duque deslizó una de sus largas manos por un lado de la pierna y le acarició la parte interior de la rodilla. Aquello tenía algo de delicioso. Hinata jamás habría pensado que aquel punto fuera tan sensible. Lentamente, le levantó la pierna de modo que quedara un poco doblada y luego le colocó otra vez el pie sobre la cama. Hizo lo mismo con la otra, mientras dedicaba a sus labios uno de aquellos besos íntimos y prolongados, demorándose en su boca; de modo que ahora ella estaba tumbada con las piernas ligeramente separadas, y aunque la camisola le cubría el sexo, el bajo se deslizó hasta el principio de los muslos debido a aquella sugestiva postura.
Darse cuenta de su situación fue como sentir un relámpago. Estaba en la cama con el infame duque de Namikaze y prácticamente desnuda, con las piernas lo bastante abiertas como para darle acceso si él lo deseaba.
Lo deseaba, descubrió al cabo de un momento cuando, con la delicadeza de una caricia tan suave que apenas la notó, él deslizó la mano bajo la tela que la cubría y acarició el triángulo de vello entre sus muslos. Ella tembló y eso fue lo único que pudo hacer para no juntar con fuerza las piernas, pues con eso solo conseguiría que la mano derecha de Naruto quedara atrapada justo donde deseaba estar. Hinata respiró profunda y tranquilamente y logró quedarse quieta.
Muy quieta. Demasiado quieta, porque él dijo:
—Esto debería derretirla, Hinata, no convertirla en una estatua. Ya veo que tendré que ser muy, muy persuasivo. No recoger el guante que usted arrojó ante Sai y ante mí no sería nada galante por mi parte.
Ya la había llamado glacial y con esto quedaba a un paso de frígida. Esa había sido la despectiva opinión de Sasori, y Hinata abrió la boca para defenderse, pero no le salieron las palabras. En su lugar emitió algo entre un jadeo y un grito inarticulado de protesta cuando su apuesto seductor cambió de postura, puso aquellas insistentes manos sobre la parte interior de sus temblorosos muslos para separarlos más, y después bajó la cabeza.
Ella estaba rígida, totalmente horrorizada, tan atónita que ni siquiera se opuso a la forma como él le subió de un tirón la camisola, dejándola expuesta de cintura para abajo. Rozó con la boca sus partes más íntimas y después se asentó allí, y la sensación que le provocó cuando su lengua indagó en sus pliegues femeninos fue… una revelación.
Naruto tenía la boca entre sus piernas, su cabello de seda rubia le acariciaba el interior de los muslos y su lengua empezó a hacer cosas inesperadas.
Pequeños espasmos de placer asaltaron su cuerpo y Hinata retorció la ropa de la cama con las manos, como si agarrándose a algo fuera a evitar salir volando. Su sensibilidad ofendida prevaleció en su mente solo un momento y luego se rindió con extático deleite.
—Oh, Dios.
Naruto se rió entre dientes; fue un sonido breve que palpitó contra su vibrante sexo, y ella se dio cuenta de que había dicho aquellas palabras en voz alta. En circunstancias normales eso habría bastado para ruborizarla, pero estas circunstancias no eran normales en absoluto. Él mantenía su cuerpo subyugado a una posesión erótica y ella separó aún más las piernas, elevando un poco las caderas, mientras la embargaba una extraña sensación de expectación.
Era eso. Esa era la razón por la que las mujeres se tapaban la boca para murmurar, agitaban los abanicos y hablaban del hermoso duque ángel con reverencia, con tímidas insinuaciones y emotivos suspiros. Al sentirse dominada por un deleite sensual, ella reaccionó involuntariamente con un estremecimiento.
No hubo forma de ahogar ese gemido impropio de una dama y, una vez se le escapó, descubrió que ya no le importaba ningún otro sonido, solo la misteriosa necesidad progresiva que crecía en su interior. Era algo mágico, elusivo, cautivador. Le ardía la sangre, se le aceleraba el pulso, y con un movimiento instintivo se arqueó para incrementar la presión de aquella boca embriagadora.
Era una sensación demasiado maravillosa, entre la agonía y el placer, como si su caprichoso cuerpo ansiara algo.
Lo encontró, o le encontró a ella; un estallido de dicha, como si cayera en picado desde gran altura, expulsando bocanadas de aire de los pulmones, obligándola a emitir un gritito cuando el goce físico la recorrió y se estremeció y tembló.
En una palabra, aquello fue glorioso.
Volvieron a aparecer vagos fragmentos de realidad. La elegancia clásica del dormitorio del duque bañado por el sol, la semi-desnudez de su camisola desabrochada y aquella delicada tela arrugada sobre sus caderas, y él, el hombre que acababa de hacerle la cosa más escandalosa que podía imaginar —de hecho nunca podría haberla imaginado—a ella.
Naruto Uzumaki yacía a su lado, esbelto e impresionante, con un prominente bulto en los pantalones, aunque no hizo el menor movimiento para tocarla mientras esperaba que se recuperara. Salvo por las botas y la camisa desabrochada, él seguía totalmente vestido.
Una parte de ella deseaba borrarle la sonrisa satisfecha de la cara, pero otra parte, la que la había embarcado en este asunto por esa precisa razón, deseaba darle las gracias desde el fondo del corazón.
—¿Bien? —dijo él con un impúdico gesto de una de sus cejas rubias.
La mujer que estaba tumbada sobre su cama de forma tan deliciosa era un enigma. Exuberante pero recatada, inexperta pero consciente de una sensualidad interior que quería descubrir, reprimida pero sin ganas de seguir siéndolo. Su belleza también era algo glorioso. El contraste entre las inmaculadas sábanas blancas y su resplandeciente cabellera oscura era irresistible, sus pechos llenos y con una forma perfecta, las piernas esbeltas y blancas.
Aquellos labios carnosos y suaves que él había besado eran del mismo tono que sus pezones, y ambos adoptaban un profundo matiz rosado cuando él los mimaba. Todo, desde el delicado arco de las cejas, la línea recta de la naricita y la forma de la barbilla, eran de una feminidad casi frágil. Naruto tenía que admitir que su apariencia física le había cautivado.
Estaba también aquella fascinante constatación de que acababa de proporcionarle el primer clímax sexual de su vida. Apostaría a que cualquier cosa que hubiese pasado entre ella y su difunto marido, no había sido agradable, porque estaba claro que ella no tenía una naturaleza tímida. La ira que Naruto sentía hacia un hombre que ya había muerto era fútil, pero ahí estaba. ¿Qué había hecho Sasori a aquella mujer? Para Naruto había sido muy sorprendente darse cuenta de que Hinata le temía en un sentido físico, pero aquello explicaba muchas cosas.
Si lord Sasori no estuviera ya en la tumba, no habría tardado en ir a parar a ella, porque la violencia contra las mujeres y los niños era algo que a Naruto le revolvía especialmente el estómago y su destreza en un duelo con pistolas era indiscutible. Se había levantado al amanecer por causas mucho menos valiosas.
La oferta de Hinata de arbitrar aquella disputa de adolescentes no era solo el antojo de una viuda aburrida, sino una lección de valentía. Ella había dado un gran paso para liberarse de aquel miedo innato que la obligaba a mostrarse tan fría y distante.
Ella le miró con aquellos extraordinarios ojos.
—¿Bien? —repitió todavía un poco aturdida.
El aún conservaba su sabor, el dulce residuo de su rendición, en los labios. A pesar de su rígida e incómoda erección, Naruto sonrió.
—Supongo que es injusto que le pregunte qué tal voy hasta ahora, de modo que lo plantearé de otra manera. ¿Le gustaría vestirse y salir a dar un paseo por los jardines? Están bastantes bonitos en esta época del año. Hace tanto tiempo que ya lo había olvidado, pero di una vuelta mientras esperaba su llegada y me pareció encantador.
—Pero usted no ha… en fin, que no… —Un vivido rubor inundó el rostro de Hinata que se llevó la mano al dobladillo de la camisola, pero no la bajó para cubrirse, aunque era evidente que deseaba hacerlo. Su mirada viajó hacia aquella patente erección, claramente visible a través de los pantalones de él.
—Puedo esperar.
—No parece que desee usted esperar, exce… Naruto.
Su pene erecto estaba absolutamente de acuerdo con ella, pero si deseaba ganarse su confianza, lo mejor era recurrir a la contención. Naruto se incorporó, le tapó los muslos con la camisola, cogió el lazo del corpiño y lo anudó de mala gana sobre el que sin duda era el par de pechos más bonito que había acariciado y probado jamás.
—Tenemos toda la semana por delante.
Ella frunció el ceño.
—¿He hecho algo mal?
La pregunta le divirtió y le dejó perplejo al mismo tiempo.
—¿Qué le hace pensar eso, si me permite que se lo pregunte?
En cuanto dijo esas palabras, se dio cuenta de que había una cosa que ella aún no había hecho. Pese a que él la había besado, había probado sus deliciosos pechos y la había llevado hasta el clímax con la boca, ella no le había tocado, ni una sola vez. Ni el cabello con los dedos, ni aquel agarrón en los hombros tan revelador, ni tan siquiera le había apoyado la mano en la espalda.
Se hizo una promesa silenciosa: antes de que terminara aquella semana, él habría cambiado aquello. Tenía la impresión de que ganarse su confianza en un sentido intelectual era tan importante como conquistar su esplendoroso cuerpo.
Era un desafío inesperado.
Ella contestó su pregunta de un modo indirecto.
—No quiero… decepcionarle.
Era una idea tan absurda que la miró a los ojos.
—Le prometo que no es así, y no, no ha hecho nada mal. Usted me intriga en muchos sentidos, milady. Entonces, ¿damos una vuelta por los jardines y empezamos quizá a conocernos un poquito mejor? Los amantes deben tener algo más en común que las relaciones sexuales, ¿no cree? Digan lo que digan, no valoro a una mujer solo por el placer físico que me proporciona.
Era cierto, pero con una vuelta filosófica. La cercanía emocional tampoco era el objetivo de Naruto. Aquel era un sendero desastroso que prefería no pisar. Le gustaba ser amigo de sus amantes, nada más. En último término eso allanaba el camino hacia una despedida más cordial.
Con una ráfaga de su brillante cabellera azabache y una pequeña sonrisa que embelleció esa boca tan apetecible, Hinata se sentó.
—Veo que tiene el propósito de ganar esta apuesta. ¿Quién hubiera dicho que el usted tiene esa sensibilidad romántica?
—Cualquiera que me conozca bien —replicó él con suavidad. —Cuando estoy con una mujer hermosa quiero conocerlo todo de ella, no solo su cuerpo.
—En cuanto a la última parte —apuntó ella con ironía, —creo que en mi caso ya nos hemos ocupado de ello. Diría que soy la única que está desnuda.
Naruto, que apenas había empezado a iniciarla en los placeres de la carne, sonrió.
—Debo admitir que este es un buen punto de partida. No tenga miedo, me desnudaré más adelante.
Continua
