Naruto Y Hinata en:
LA APUESTA
Seis
Si daba un puñetazo en la pared alguien podría notarlo, así que quizá era mejor que no lo hiciera.
Pero al infierno con todos, deseaba hacerlo. Sai se terminó media copa de vino de un trago. Al pensar que tenía que soportar el resto de la velada le vinieron ganas de salir disparado por la puerta. De todas formas, si lo hacía, su humillante secreto quedaría expuesto ante el mundo, y eso era algo que debía evitar cualquier precio. Si no podía tener lo que quería, al menos conservaría algún vestigio de orgullo masculino.
Diablos, ¿era necesario que Ino estuviera tan hermosa? claro que lo estaba, se recordó con sardónica franqueza. Aunque llevara un saco sería la mujer más encantadora de la sala, y con un vestido escotado de seda azul que realzaba sus ojos y su bello dorado, bueno… estaba impresionante. Pese a que hacía lo posible por aparentar indiferencia, apoyando un hombro contra la pared con un gesto despreocupado, Sai la seguía por toda la estancia con su mirada melancólica mientras ella se mezclaba con los invitados, aceptaba felicitaciones y, lo peor de todo, lucía de forma premeditada una de sus deslumbrantes y favorecedoras sonrisas…
—Creo que todo ha salido bien, ¿no te parece?
Asuma Sarutobi, su tío, dio un sorbo a su copa de vino y se reunió con Sai en la esquina del elegante salón.
Sai asintió con cortesía.
—Una fiesta espléndida, Asuma.
—Ino parece muy feliz, ¿verdad?
Sai apretó los dientes.
—Sí.
—Es evidente que lord Inuzuka está enamorado.
Aquello era quedarse corto. Al maldito tipo se le caía la baba. Sai prefirió no hacer comentarios. Inuzuka no era el único hombre enamorado de la sala.
—Kurenai pensó que lo mejor sería una tranquila fiesta familiar antes del gran baile del compromiso. Yo también opino que es muy agradable que estemos todos juntos. En la celebración formal habrá muchísima gente, me alegro de que hayas venido.
Dado que él habría preferido que un caballo encabritado le arrastrara desnudo por un campo embarrado de zarzas y piedras, Sai apenas consiguió esbozar una sonrisa forzada.
—¿Cómo iba a perdérmelo?
—La comida era deliciosa, ¿no crees? —Alto y esbelto, con aspecto de erudito, Asuma alzó ambas cejas durante una fracción de segundo.
Para Sai podía haber sido engrudo. Se había pasado toda la cena bebiendo, sin apenas probar bocado. Emitió un gruñido que podía significar cualquier cosa, y miró alrededor buscando más clarete. Era verdad, una reunión familiar de unas treinta personas era mejor que un salón de baile lleno de invitados, pero solo en un sentido marginal. Él seguía teniendo que adoptar una verosímil actitud de indiferencia, o peor, de alegría por la feliz pareja, además de verse obligado a entablar una conversación apropiada con tías abuelas y primos lejanos.
De ahí que se hubiera apostado en un extremo de la sala, tan apartado como pudo. Si hubiera podido agacharse detrás de uno de los señoriales sofás o trepar por la chimenea de uno de los diversos hogares de mármol italiano, lo habría hecho.
Pero él era el conde; su tía requirió su presencia y él la apreciaba sinceramente, y lo menos que podía hacer era soportarlo con toda la ecuanimidad de la que fuera capaz dadas las circunstancias.
—Claro que yo, por mi parte, no estaba seguro de que Inuzuka era para Ino. Ella puede ser muy obstinada a veces y ese hombre es un poco sumiso. —Asuma soltó una risita. —¿Por qué estoy diciéndote esto? La conoces de toda la vida, prácticamente. De una niña picara y traviesa se ha convertido en una mujer que sabe muy bien lo que quiere. Estarás de acuerdo conmigo en que necesita una mano firme.
Lo que necesitaba, pensó Sai de un modo malsano, eran las manos de él. Sobre ella, acariciando cada delicioso milímetro, dándole un placer exquisito e inolvidable… Carraspeó.
—Estoy seguro de que Inuzuka podrá hacerlo. —Según mi predicción, ella podrá con él. Tener que asistir a la cena ya era bastante malo, pero discutir como la mujer que amaba llevaría su matrimonio con otro era infinitamente peor. Sai echó un vistazo al otro lado de la sala, o que la luz de los candelabros creaba intensos reflejos dorados en el cabello claro de Ino, y se puso tenso. Ella era obstinada. Y también brillante y preciosa y estaba demasiado cerca, incluso en una habitación abarrotada.
—Necesito más vino —espetó. —Discúlpame, por favor.
—Sí, no he podido evitar darme cuenta de que pareces muy desgraciado. Pero ¿el vino es la solución?
La serena pregunta de Asuma detuvo a Sai en el momento de irse. Se quedó inmóvil y se dio la vuelta.
Desgraciado era poco, pero él creía que había conseguido ocultar bastante bien sus sentimientos. Asuma continuó:
—Intenté mantenerme al margen, pero he decidido que no te hace ningún bien. ¿Has pensado alguna vez en decirle lo que sientes?
Sai pasó un momento terrible en el que quiso actuar como si no le hubiera entendido, pero Asuma le conocía demasiado bien. Había estado a su lado cuando asumió sus responsabilidades como conde; en muchos sentidos, había sido como un padre desde que Sai perdió al suyo siendo muy joven. Exhaló una bocanada de aire entrecortada, se pasó los dedos por el cabello y no se fue con disimulos.
—Ella me desprecia.
—¿Eso piensas? —Asuma le miró, inexpresivo.
—Lo ha dejado bastante claro. —Sai captó el tono defensivo de su voz e hizo lo posible por atemperarlo. —Es culpa mía y lo estoy pagando, pero así es.
—¿Te importaría contarme qué pasó? Le he preguntado a ella sobre vuestras evidentes diferencias y se ha negado a explicármelo.
¿Le importaba? Demonios, sí, le importaba. Le traía de nuevo a la memoria la cara de Ino durante aquella desafortunada velada. Sai se esforzó al máximo por parecer indiferente, pero sentía un nudo en el estómago.
—Me temo que me pilló en una indiscreción bastante flagrante con lady Hotaru. Seguro que recuerdas que fue nuestra invitada en Anbu Hall el año pasado.
En favor de Asuma había que decir que no le miró con reproche. Ni tampoco parecía sorprendido.
—Imaginé que sería algo así. Recuerdo que la dama en cuestión estuvo persiguiéndote con ardor durante toda su estancia. Supongo que no me asombra descubrir que finalmente sucumbiste.
—No, no debería haber sucumbido. Puede que aquello hubiera sido la debilidad más fatal de toda su vida. Sai explotó.
—Maldita sea, tío, no me excuses. No debería haber tocado a Hotaru y no lo habría hecho si…
—¿Si?
Si no hubiera ido a la biblioteca aquella fatídica tarde. Todavía recordaba cómo la luz del sol caía a raudales sobre la alfombra oriental, cómo el aire estaba cargado del aroma del cuero y el papel amarillento, y cómo él no se había sorprendido lo más mínimo al descubrir que la habitación ya estaba ocupada, porque Ino a menudo tenía su preciosa naricita metida en un libro sobre flores. Ella ya estaba allí, con un vestido de día de muselina blanca y una especie de bordado de florecillas amarillas, que le daba un aspecto excepcionalmente encantador, y su centelleante cabello recogido en la nuca con un sencillo lazo de satén. Cuando él entró, ella levantó la mirada y sonrió, y a él le cogió bastante desprevenido la intensidad de su propia reacción.
A una sonrisa.
Sí, sabía que Ino sentía un enamoramiento infantil por él. Al principio, cuando se dio cuenta, le divirtió porque, aunque estaba muy acostumbrado a que las mujeres le persiguieran y disfrutaba con ese juego, no estaba habituado a ser el objeto de la adoración de una muchachita. Después pasaron varios años, y ella dejó de ser aquella niña simpática que solía trotar a su alrededor para convertirse en una joven muy hermosa. Aparte de esa mera transformación física de niña a mujer, también era inteligente, elocuente y, como su Asuma acababa de señalar, capaz de expresar su opinión en la mayoría de los temas.
Incluso cuando era más joven se había mostrado aventurera, entusiasta de la vida y decidida a superar la horrenda tragedia de la pérdida de sus padres en aquel terrible accidente. Quizá por el hecho de quedar huérfana a una edad tan temprana, tenía una naturaleza fuerte y segura, o quizá aquello no era más que un aspecto innato de su personalidad, pero fuera lo que fuese, a él le gustaba su aire de independencia; siempre le había gustado. En la jovencita aquello era simpático, en la mujer era intrigante.
Para su sorpresa, Sai se descubrió pensando a menudo en ella, incluso cuando estaba en Londres y ella en Berkshire. Al recordar ahora el pasado, se daba cuenta de que había ido a Anbu Hall con más frecuencia de lo necesario, y de que Ino era el motivo. Su risa, la tendencia que tenía de inclinarse hacia delante cuando discutía un argumento, aquella inteligencia tan poco convencional que no se esforzaba en ocultar… todo le atraía.
¿Cómo era posible? ¿El, nada menos, interesado en una damita que acababa de salir del colegio? No.
¿O lo estaba?
Aquella tarde fatal en la biblioteca, después de fingir que buscaba un libro y soltar una serie de comentarios graciosos para poder oír la música de su risa, había hecho una cosa imperdonable: la había besado. Oh, fue algo hábilmente ejecutado, porque él tenía mucha experiencia en el arte del coqueteo e Ino no estaba a su altura. Consiguió llevarla junto a la ventana para admirar la Vista de la rosaleda, se colocó un milímetro más cerca de lo correcto, le puso la mano en la parte baja de la espalda y luego arqueó un poco el cuerpo y bajó la mirada hacia ella. Aún recordaba vívidamente que ella abrió los ojos como platos un segundo al darse cuenta de sus intenciones, y su agradable entrega entre sus brazos.
Su boca tenía el sabor de las fresas maduras, cálido e inocente, y cuando ella le acarició el cuello con los dedos vacilantes, el cuerpo de Sai se tensó de deseo. Con un infalible instinto femenino, Ino se dejó caer contra él, entregándolo todo, y él aceptó aquella preciosa oferta que le condenó directamente al infierno.
El primer beso de Ino le había convertido en el elegido.
Es más, él había deseado ser el elegido.
Sin embargo, la realidad tenía la fea costumbre de irrumpir de repente, y eso hizo en cuanto él levantó la cabeza y la miró a los ojos. Eran azules, de un tono nítido que solo podía compararse al cielo despejado del verano, y guardaban una mirada soñadora de felicidad, mientras el brillo de una sonrisa acariciaba sus labios suaves y todavía húmedos por sus mimos.
Entonces ella lo dijo. «No pares.» Con un susurro entrecortado y singular que trajo consigo un chorro de gélida realidad.
«No pares.» ¿Estaba loca? Por supuesto que tenía que parar.
¿Qué demonios acababa de hacer?
Él tenía veintisiete años y ella acababa de cumplir los veinte. Él era un calavera con una formidable reputación de libertino, hasta cierto punto merecida aunque no del todo, y ella era la inocente pupila de su tío. A menos que quisiera casarse con ella, no debía ponerle un dedo encima y mucho menos fomentar su enamoramiento.
En aquel momento la palabra «matrimonio» le daba más miedo que el diablo. No estaba seguro de que ahora le produjera el mismo efecto, pero entonces la perspectiva había sido distinta.
Así, en un acto de cobardía aún mayor que el de haberla besado, balbuceó una excusa banal, salió de la habitación bruscamente y la evitó durante el resto del día, porque no tenía ni idea de qué hacer con los tumultuosos sentimientos de culpa, de contusión y de algo más… algo difícil de definir. ¿Cuándo había sucedido aquello? ¿Cuándo la niña se había convertido en una mujer y cuándo se había dado cuenta él?
Y es más, ¿cuándo se había visto arrastrado a ello? No por la recién descubierta madurez de ella, no por la distinta forma en que miraba y se movía, sino por ella. La chispa de su risa, el ingenio rápido y brillante, la extraordinaria mirada de sus ojos cuando se fijaban en él.
Sai había seducido, fascinado y conquistado a decenas de mujeres sin perder su libertad. Esta jovencita, no debía afectar ni a su vida ni a sus emociones.
Pero lo hizo.
Aquella noche, algo más tarde, cuando Lady Hotaru Tsuchigumo le había arrinconado en el invernadero, él no se había resistido a sus proposiciones. Todo para sacarse de la cabeza la imagen de la cara de Ino. Que, quizá por su mala suerte, o quizá por el destino, vino a buscarlo.
La mirada de desilusión en el rostro de Ino antes de darse la vuelta y huir de la estancia quedaría grabada en su memoria para siempre. Al día siguiente, fue aún más estúpido y agravó su pecado marchándose a Londres sin decir una palabra. En el año que había transcurrido desde entonces Ino apenas le había hablado, y no la culpaba. Por dos veces había intentado ofrecerle algún tipo de disculpa banal, pero en ambas ocasiones ella se había limitado a alejarse de él, sin dejarle pronunciar más que unas pocas palabras. Después de la segunda vez, se dijo que olvidaría el incidente, que la olvidaría a ella, y que el mundo estaba lleno de mujeres bonitas que no le despreciaban.
Sabias palabras, pero el fantasma de aquel beso le perseguía.
Sai había llegado a la conclusión de que no iba a resultarle fácil apartarla de su vida, pero eso apenas importaba ahora. Ella ya le había apartado a él comprometiéndose con otro hombre.
—Si yo no fuera un maldito idiota —dijo Sai apesadumbrado.
—En ocasiones estoy de acuerdo. —Asuma sonrió con benevolencia. —Pero también es verdad que la mayoría podríamos decir lo mismo. La verdadera cuestión es si quieres remediar el daño ocasionado. En mi opinión, el persistente desdén de Ino es un indicio de la fuerza de sus sentimientos. Te adoraba cuando era una niña, y por lo visto ahora que se ha convertido en una mujer, el sentimiento se ha intensificado. Descubrirte en una situación comprometida con otra dama probablemente le hizo daño. Tal vez deberías intentar reparar ese dolor.
—Apenas me habla y, además, por si no te has dado cuenta, está prometida a otro.
Asuma dirigió una mirada pensativa hacia donde estaba ella junto a su prometido.
—De lo que me dado cuenta, Sai, es de que no es feliz, sea cual fuere la fachada que muestre en público. Opino que Inuzuka es un hombre afable y que a ella le gusta bastante, pero este no es un matrimonio por amor. Por parte de ella no.
—La mayoría de los matrimonios actuales no lo son. —Sai habló con la autoridad de un hombre que sabía que decía la verdad. Aquello formaba parte del estilo de vida de la alta sociedad. No era necesario el amor para que un matrimonio fuera ventajoso.
Asuma no pensaba darse por vencido.
—Ambos sabemos que Ino se merece la felicidad, no la simple tranquilidad.
¿Esa conversación y una copa vacía? Ninguna de las dos le atraía. Sai hizo un gesto de indefensión con la mano.
—A mí me parece que ella ha escogido su camino.
—Puede que una opción distinta la llevara en otra dirección. Contéstame a esto. Si fuera libre y pudieras persuadirla para que te diese una segunda oportunidad, ¿te casarías con ella?
—Sí.
Dios bendito, ni siquiera había dudado. Necesitaba algo más fuerte que el clarete. ¿Acababa de decir que sí habría considerado el matrimonio?
Asuma le dedicó una sonrisa radiante.
—¿Ves? —Dijo con ironía. —No siempre te comportas como un idiota, aparte de tu reciente y escandalosa apuesta con Namikaze.
—No fue una de mis mejores ideas —reconoció Sai con una punzada de dolor interior. —Pero el anuncio del compromiso de Ino había salido en el periódico aquella mañana. Emborracharme me pareció lo apropiado.
—¿Como ahora?
—A veces la insensibilidad tiene sus ventajas.
—Lo que has de hacer —le informó Asuma—es cambiar su forma de pensar. Si ella no quiere hablar contigo, y estoy casi seguro de que es algo que sigue teniendo en mente, usa ese legendario talento tuyo en algo bueno, para variar. Dios sabe que llevas años perfeccionándolo en infinidad de dormitorios. No dejes que toda esa práctica se desperdicie cuando hay algo importante en peligro.
Sai se quedó con la mirada fija, desconcertado, mientras su tío iba a mezclarse con los invitados.
¿Le había sugerido realmente Asuma que sedujera a Ino?
La cena fue sencilla pero deliciosa, como solo una comida campestre podía serlo. La mantequilla estaba recién batida; las verduras, recién cogidas y tiernísimas, y la ternera era aromática y cubierta de abundante salsa. Para postre la señora Sims había hecho una tarta de frutas con peras del huerto de la finca, y Hinata saboreó cada bocado.
También saboreó la conversación, para su sorpresa. Los dos se sentaron en una encantadora salita de techos bajos y grandes ventanales, que normalmente se usaba para desayunar. El bufete era pequeño y el espacio no era llamativo pero sí muy agradable.
La luz de las velas iluminaba una mesa que llevaba muchos años usándose, pero que estaba cuidada hasta el último detalle, como todo lo demás, desde el pulido suelo de madera oscura hasta el mural de un jardín primaveral en la pared. Era una estancia encantadora e informal, y en absoluto lo que ella esperaba de un honorable duque con una vasta fortuna a su disposición.
La falta de pretensiones era grata. Y eso también la sorprendió.
El la sorprendió.
Seguía nerviosa ante la noche inminente, pero Naruto Uzumaki tenía una habilidad singular para llevar gran parte de la conversación sin monopolizarla, y ella ya se había dado cuenta de que pertenecía a una rara clase de hombre que no deseaba hablar más de sí mismo que de cualquier otro tema.
Sus caballos eran otro asunto. Estaba claro que su pasatiempo era también una obsesión, y ella había visto personalmente en Ascot el éxito que le reportaba.
—Aquel día, Biju ganó —le dijo él después de cenar, mientras acariciaba una copa de oporto y le contaba el final de una anécdota, con una leve y peculiar sonrisa en la cara —con una fractura en la pata trasera. Ya no pudo abandonar la zona de ganadores. Nunca había visto tanto coraje. Mi entrenador lloró. Admito que yo mismo derramé un par de lágrimas.
¿Usted llorando por un caballo herido, cuando con su dinero podía comprarse otro, o cien más?
Hinata le miró desde el otro lado de la mesa.
—¿Siempre ha sido tan aficionado a los caballos?
La risa de Naruto fue un destello de dientes blancos.
—Creo que sí. De niño me las arreglaba para escaparme de mi tutor, pero él sabía que si desaparecía misteriosamente a la hora de las clases me encontraría en los establos. Aún hoy los caballos de pura sangre me parecen más interesantes que el latín y el griego.
Imaginarle de niño la intrigaba. No estaba segura del porqué, tal vez por lo deprimente que había sido su propia infancia.
—¿Tiene hermanos y hermanas? —Gracias a la brisa que entraba por las ventanas abiertas, Hinata olía el aroma fresco de la hierba y las flores recién cortadas; la serenidad de la tarde la relajaba.
—Una hermana mayor —contestó él de buena gana. —Está casada con un barón y tiene una hija. Mi cuñado trabaja en el Ministerio de la Guerra, con un cargo del que nadie hace mención.
Hinata, que había pasado la infancia privada del calor familiar, sintió una punzada de envidia al notar el afecto en su voz.
—¿Y su madre?
—Normalmente reside en Namikaze Hall, en Kent, pero a veces viene a Londres. —Arqueó una ceja. —Es una fuerza de la naturaleza y reconozco que hago todo lo posible por evitar un contacto excesivo con ella. La respeto y la adoro, pero no deja de intentar organizarme la vida a su gusto.
El padre y la tía de Hinata le habían organizado la vida, y definitivamente no había sido a su gusto, de modo que comprendió la reserva de Naruto.
—Al menos usted es el duque y nadie puede obligarle a nada —murmuró.
Naruto la observó con una mirada ecuánime.
—Comprendo sus sentimientos, pero no se equivoque. Todos tenemos obligaciones que no nos gustan. Los títulos no suponen carta blanca para hacer lo que nos plazca, créame. —Cambió de postura, un leve movimiento para acomodar su esbelto cuerpo, como una pantera que se despereza después de una siesta al calor de un tórrido mediodía. —Dijo usted antes que su tía falleció. ¿Y su padre?
Era justo. Ella le había preguntado por su familia.
Hinata movió la cabeza.
—Sigue en York y, sin haberlo hablado, hemos llegado al acuerdo común de olvidarnos el uno del otro. Yo no fui un varón.
—Ah. —Como heredero de un ducado esa única palabra probablemente significaba que lo entendía muy bien.
El recuerdo de la reciente visita de Hidan le vino a la cabeza, y Hinata reprimió un escalofrío de inquietud.
—El primo de mi marido… el actual lord Akatsuki… es el único a quien puedo considerar mi familia, y en su caso preferiría que no fuera así.
La expresión de su cara debió de ser elocuente, porque Naruto frunció el ceño. Repanchingado en su butaca como un macho indolente, tenía una actitud de arrogancia no intencionada, pero evidente; como si él fuera capaz de cambiar las cosas.
—¿Le crea dificultades?
—Le gustaría hacerlo —admitió ella.
—¿Puedo ayudarla?
Ella era la dueña de su vida y a un coste muy alto.
—¿Por qué iba a ofrecerse? —le desafió. —¿Y por qué iba a aceptarlo?
Pasado un momento en el que se limitaron a mirarse, él sonrió.
—No estoy seguro de ninguno de los motivos —añadió en voz baja, —salvo que me gusta estar aquí con usted. Esto… —señaló la acogedora estancia, la mesa donde aún había platos desperdigados —es agradable.
Vaya afirmación más simple. Y, sin embargo, convincente. Tampoco era un coqueteo, no del tipo zalamero que ella esperaba, sino infinitamente más persuasivo, ya que evocaba la posibilidad de que Naruto fuera sincero y no tan solo encantador.
—¿Agradable? —Hinata arqueó una ceja y le devolvió la sonrisa.
El duque de Namikaze se acomodó de nuevo en su butaca, con las largas piernas extendidas y la copa de vino en la mano.
—Pensé que era la palabra adecuada. ¿Debo reformularla?
—No —respondió ella sin haberlo pensado.
Se interpuso el recuerdo del glorioso estallido de placer que él le había proporcionado aquella tarde. Varias veces se había descubierto mirándole al otro lado de la mesita con una sensación de incredulidad. No era solo que estuviera allí, con él, haciendo una de las cosas más… no, la más escandalosa de su vida; sino que él no era en absoluto como ella esperaba.
Parte del personaje era auténtica: allí estaba desde luego el carisma de aquel aristócrata atrevido, pero eso era una fachada refinada, y el hombre que había debajo no parecía en absoluto calculador, ni alguien que buscara el placer egoísta. Antes, Naruto se había dado cuenta de que ella le habría permitido que le hiciera el amor, pero había optado por no hacerlo, pese a que Hinata había visto claramente que estaba más que dispuesto. Podía haber resultado humillante saber que él había percibido con tanta facilidad que estaba nerviosa y asustada, pero había demostrado una sensibilidad inesperada.
Un libertino perspicaz. Mmm. Esa era una faceta interesante que Hinata no esperaba encontrar. Pero también era cierto que no había sabido qué esperar en absoluto.
Entre un padre indiferente y un marido dominante y cruel, no tenía buena opinión de los hombres en general. Tal vez la revelación sexual no sería lo único que aprendería en esta semana perversa.
—Mañana por la mañana podríamos cabalgar hasta el río, si le apetece.
Hinata recuperó la atención de golpe y notó que aquella reflexión le había provocado un ligero rubor en las mejillas.
—Estoy a su disposición.
Naruto sonrió y unas deliciosas arruguitas aparecieron en los rabillos de sus ojos.
—Me gusta cómo suena eso, milady.
El timbre ronco de su voz la inquietó.
—Lo que quiero decir… —replicó cortante, y luego se quedó callada. De hecho, quería decir exactamente lo que dijo.
Naruto enarcó las cejas. Seguía sentado allí, cómodo y relajado.
—¿Es que para usted todo ha de tener una connotación sexual, Namikaze?
Hinata recuperó su actitud fría como un manto protector. Era más fácil de lo que imaginaba preguntarle algo así, tras aquella comida en la intimidad y tras el romántico paseo por los jardines, durante el cual él había recogido rosas para ella y le había incluso puesto una en la oreja.
—Cuando estoy con alguien tan bello como usted, es probable. —Y encogió sus anchos hombros con impertinencia.
—¿Se le resiste alguien? —Tenía que admitir que sentía curiosidad. El gozaba de una reputación formidable, pero las habladurías no eran de fiar.
Naruto jugueteó indolente con el pie de su copa de vino. El parpadeo de la luz de las velas jugó sobre sus estilizadas facciones, destacando la perfección de su elegante estructura ósea y haciendo relucir su cabello rubio.
—Soy exigente a la hora de seleccionar mis opciones.
—En otras palabras, una vez que ha escogido a una mujer entre una multitud de admiradoras entusiastas, ¿es suya? —Hinata había oído los comentarios, había sido testigo del efecto que él provocaba al entrar en un salón de baile o cabalgando por Hyde Park.
La risa de Naruto fue queda y dulce.
—Hace que suene de muy mal gusto. Como separar a una yegua de la manada.
Las bromas ingeniosas no eran la especialidad de Hinata. Había tenido muy poca práctica a lo largo de la vida.
—A veces soy demasiado franca —admitió. —Mi tía se pasó casi toda la vida diciéndome lo poco apropiado que es eso en una dama, aunque mi institutriz me animó a pensar con libertad, y supongo que en cierta medida esa es la razón por la que soy tan callada cuando estoy en sociedad. Dios sabe que es muy probable que suelte algo demasiado directo. Debe de ser por haber pasado mucho tiempo sola, de niña. Uno no necesita mentirse a sí mismo.
Naruto se reclinó de nuevo en la butaca con un aire de total languidez varonil. Era difícil interpretar su expresión.
—Eso lo envidio, me crea o no.
—¿Qué es lo que envidia?
—La idea de que usted disfrutó de cierta privacidad en su niñez, así como su capacidad de opinar con franqueza. Yo, como heredero del ducado, estuve rodeado desde que nací de gente que me enseñó a hablar con diplomacia a partir del momento en el que pronuncié la primera palabra, créame. El título va acompañado de cierto grado de responsabilidad e inevitable sometimiento a la crítica social.
—Nunca lo había visto de ese modo. —Hinata inclinó la cabeza a un lado, estudiándole. —Es difícil compadecer a alguien que es guapo, rico y noble, pero supongo que todo tiene sus inconvenientes.
—Es difícil compadecerse de una mujer que es una heredera de belleza exquisita, y alguien que podría escoger entre todos los hombres de Londres, pero es posible que aun así tenga sus propios demonios.
Su perspicacia se acercaba demasiado a la verdad.
Sí, Sasori era un demonio, acechando sus intentos de vivir una vida plena.
—Touché —dijo con frialdad. —Espero exorcizar a uno de ellos esta semana.
—Tras saborear una muestra de su pasión, puedo decir con toda sinceridad que para mí será un placer ayudarla a hacerlo.
Naruto replicó con una seguridad en sí mismo tan espontánea, que ella se esforzó en disimular el intenso rubor que le produjo el hincapié que había hecho en la palabra «saborear», e intentó conseguir al menos un aire de sofisticación parecido.
—Y la semana próxima usted me habrá olvidado. ¿No es así como funciona? ¿No se cansa de aventuras pasajeras?
Aquella crítica implícita no alteró su seguridad en sí mismo.
—Creía que usted no estaba interesada en la continuidad.
—No lo estoy —se apresuró a corroborar ella.
—Entonces estamos de acuerdo y podemos disfrutar el uno del otro sin reservas. Me parece que van a ser siete días muy placenteros. —Naruto miró hacia la ventana, donde se veían las estrellas en un cielo de terciopelo azul. Los cortinajes seguían descorridos, y el cristal, entreabierto, para que entrara la fragante brisa nocturna. —Con sus noches.
Hinata, que empezaba a pensar que él tenía razón aunque no hubiera respondido a su pregunta, juntó las manos en el regazo.
—No esperaba que usted me gustara.
Naruto se echó a reír.
—Sí que es usted directa, querida mía. Por favor, no me diga que tengo fama de ser un tipo desagradable.
—No, dicen que es de lo más encantador. Solo que yo tenía mis dudas de que el encanto fuera real.
—Ah, un artificio para atraer a las doncellas a mi lecho, ¿es eso? —Algo centelleó en sus ojos azules.
¿Enfado, quizá? No, no le conocía lo bastante bien para juzgarle.
—Bien… sí.
—Y sin embargo usted aceptó pasar una semana entera en mi compañía.
—Ambos sabemos que tengo mis motivos.
Naruto, su cuerpo alto y esbelto inmóvil y una enigmática expresión, la miró fijamente.
—Veo que estamos siendo muy francos el uno con el otro. Me parece refrescante, si quiere que le diga la verdad. Las aventuras amorosas están demasiado a menudo plagadas de intrigas y fingimientos. En aras de la sinceridad, le diré que normalmente no suelo estar con mujeres con poca experiencia en la cama, ni me acuesto con viudas jóvenes y casaderas que han sido tratadas con evidente rudeza en el pasado.
Quizá había sido demasiado directa. Hinata sintió con un destello de alarma que lo siguiente que él iba a decirle era que deseaba cancelar el trato.
Para su tranquilidad, Naruto siguió diciendo:
—Pero usted es muy tentadora, milady, y ahora que comprendo mejor sus motivos para estar aquí, me siento más que honrado, y si su indigno marido aún estuviera vivo —añadió como sin darle importancia, —le daría tal paliza que casi acabaría con su despreciable existencia.
Ella captó su sinceridad con sobresalto, porque la severa mirada de sus ojos desmentía el tono indiferente de su voz.
Hinata nunca había tenido un defensor. De niña había estado bajo la protección de su tía solterona y autoritaria, y se casó cuando apenas tenía dieciocho años. El acuerdo se había negociado totalmente al margen de su consentimiento, pero ella no se habia dado cuenta de la devastadora realidad del mismo hasta su noche de bodas. Cuando descubrió lo implacable e insensible que era el hombre con quien la habían obligado a casarse, le había abandonado y había regresado a su casa de York. Su padre la había enviado de vuelta inmediatamente y Dios sabe que había pagado por aquel desliz. Las magulladuras habían tardado semanas en desaparecer.
—Le odiaba. —Era difícil mantener un tono de voz natural, pero Hinata lo intentó. —La lógica me dice que no todos los hombres son como él, pero a veces la experiencia pesa más que el sentido común.
—De modo que lo que necesita son algunas experiencias buenas para contrarrestar las malas.
El matiz ronco de la voz del apuesto duque provocó un estremecimiento que le subió por la espalda.
—Cierto. Por eso estoy aquí. —Hinata irguió los hombros.
—Entonces quizá sea hora de que nos retiremos. —Naruto se levantó con un movimiento ágil y suave, y le tendió la mano.
Su cuerpo insatisfecho deseaba apresurarse, pero si había una cosa que Naruto había aprendido a lo largo de los últimos años, cuando probó a algunas de las damas más bellas de la alta sociedad, era la contención sexual. Las mujeres tardaban más en excitarse; algunas eran aventureras en la cama; otras, recatadas; unas pocas, insaciables. Mostrarse solícito con cualquiera de las necesidades que pudieran tener sus amantes nunca había sido un problema, pero Hinata era completamente distinta. Bajo aquella hermosura exquisita había una mujer dolida, y a pesar de que antes él ya había creado un frágil vínculo de confianza, seguía siendo un auténtico desafío.
Deseaba llevarla en brazos al piso de arriba en un gesto romántico y teatral, pero desechó la idea porque aquello le recordaría a ella que él era superior en fuerza y tamaño. En su lugar la escoltó con cortesía, la mano de Hinata apoyada en su brazo curvado, como si la condujera a una cena de etiqueta o a una velada en la ópera.
La verdad era que él seguía estando completamente fuera de su elemento. Ella tampoco estaba en el suyo. ¿Por qué le intrigaba eso?.
Tal vez fuera hastío, pero no lo creía realmente. Hinata era fuerte a su manera, franca, distante… y sin embargo vulnerable, absolutamente femenina y, en su opinión, valiente en un sentido único.
Muy distinta a cierto recuerdo de su pasado. Aquella dama en particular lo había sido todo menos indefensa, y fue él quien se vio superado por la situación. Desde entonces había decidido llevar la voz cantante.
Siempre.
Cuando llegaron al pasillo del piso de arriba, él optó por el dormitorio de ella, pensando que si utilizaban otra vez el suyo, Hinata volvería a sentirse dominada y en un terreno incierto.
—Aquí —murmuró abriendo la puerta. —Disculpe que no haya doncella, pero supuse que usted preferiría privacidad más que comodidad.
—La habitación es preciosa —dijo ella, que vaciló un segundo antes de entrar. —Y tiene usted razón. Puedo vivir sin una doncella.
El dio un somero vistazo a los muebles, sin saber si se había fijado en ellos alguna vez. Siendo soltero, nunca se había preocupado en ningún sentido de la alcoba contigua.
—Me alegro de que le guste el dormitorio y yo puedo ser muy servicial. Permítame desnudarla.
—Su reputación de hombre servicial es legendaria.
Al infierno con su reputación, pensó Naruto, molesto. Era consciente de lo que se rumoreaba sobre él, y a los veintiocho años seguía asombrándole que su vida pudiera interesarle tanto a la gente.
—Lo único que quería decir era que si necesita alguna ayuda durante su estancia, me la pida a mí —replicó en un tono casi brusco.
—¿Le he ofendido?
El la cogió por los hombros y, con una ligera presión de las manos, la urgió a darse la vuelta.
—Me ofende el hecho de tener una reputación. Preferiría que mi vida personal no avivara el fuego de los rumores.
—Entonces quizá no debería hacer escandalosas apuestas públicas sobre su destreza sexual. —Ella dijo esas palabras en un tono seco, pero con la voz ligerísimamente entrecortada, mientras él le apartaba el cabello y empezaba a desabotonar su vestido de noche de un refulgente verde claro.
Desabrochó los botones con la facilidad de un experto, aparró la ropa de aquellos hombros esbeltos y retiró los alfileres del sencillo recogido. Una masa sedosa cayó en cascada sobre sus manos y por la grácil espalda de Hinata, y él aspiró aquel perfume con un cautivador toque de lirios del valle. Levantó el cálido peso de su cabellera, le besó la nuca con una presión lenta y tentadora y, al sentir que ella respondía con un escalofrío, dejó que su boca se entretuviera.
—Yo haría caso de su consejo, hermosa Hinata, pero si no hubiera aceptado el reto de Sai, usted no estaría aquí, verdad? Tal vez debería cruzar apuestas de borrachos con él más a menudo.
Deslizó la mano alrededor de su cintura y empezó a hacerle el amor a su cuello. Olió, besó, saboreó la piel suave y fragante, hasta que ella apoyó la espalda en él y Naruto pudo ver la rapidez con la que se alzaban sus senos henchidos bajo las puntillas de su camisa de lino, y cómo los pezones se tensaban bajo la tela finísima.
—¿Puede sentir cómo la deseo? —Él sabía que podía, pues su brazo la retenía con suavidad pero a la vez con firmeza contra su erección ya rígida. —¿Tiene idea del dominio que tiene una mujer sobre un hombre cuando él la desea?
—No. —Fue un susurro quedo y doloroso.
Desgraciadamente, él estaba seguro de que ella le decía la verdad. Aquello no hizo nada para apagar su ardor, pero atemperó su comportamiento.
—Concentra usted toda mi atención, créame —le prometió. —Deje que se lo demuestre.
Entonces la levantó con cuidado, como si ella fuera una filigrana de vidrio, y la llevó a la cama con dosel. Esta vez se lo quitó todo, incluida la camisola, de modo que Hinata quedó tendida desnuda y exuberante bajo el resplandor de las velas, que alguien había dejado ya encendidas.
Naruto se desnudó con calma mientras ella le observaba. Se quitó la chaqueta, la corbata, la camisa y las botas, dándole a ella la oportunidad de pedirle que parara, o de cubrirse el cuerpo desnudo.
Hinata no hizo ninguna de esas cosas.
Gracias a Dios, porque él estaba ardiendo.
Cuando se desabrochó los pantalones y los bajó por los muslos, ella abrió aquellos encantadores ojos grises mientras estudiaba sin disimulo su erección, con sus suaves labios entreabiertos con evidente sorpresa.
Era inquietante que no hubiera visto nunca a un hombre excitado.
«Qué demonios, otro obstáculo que salvar.»
Ahora era fácil imaginar que su esposo había acudido a ella en la oscuridad de la noche para ejercer sus derechos maritales, en lo que Naruto calculó que era más brutalidad egoísta que ninguna otra cosa. Por lo general se consideraba imposible que un hombre violara a su esposa, ya que esta era, en esencia, de su propiedad, pero él no estaba de acuerdo. Cuando una mujer se mostraba reacia o no estaba preparada, seguía siendo un crimen apropiarse de algo que no se daba voluntariamente.
Subió a la cama junto a ella y se limitó a acariciarle el labio inferior, trazando y explorando con un dedo aquella fascinante curva.
—¿He mencionado que es usted asombrosamente hermosa?
—Ha sido usted más que generoso con sus cumplidos, Naruto. —Hinata bajó los párpados un milímetro, pero no se apartó, y parecía muchísimo menos tensa que en su encuentro de la tarde.
—Todos los hombres de Inglaterra me envidiarían si supieran dónde estoy ahora.
—Y no dudo que todas las mujeres sentirían lo mismo acerca de mí. Especialmente las legiones que me han precedido y que saben lo que están perdiéndose.
Hablar de antiguas amantes nunca era prudente, en ninguna circunstancia, y él no iba a empezar ahora, cuando la necesidad carnal controlaba tan descaradamente sus sentidos. Lo que Naruto codiciaba estaba a pocos centímetros de distancia: la boca de Hinata cálida y tentadora, su cuerpo voluptuoso al alcance de la mano; pero necesitaba estar seguro de que ella estaba igualmente implicada.
—Béseme —la animó con la voz tomada.
«Deja que ella tome la iniciativa.» Eso parecía lo mejor, pues no quería asustarla ni darle prisa.
Ella dudó un instante, pero luego se acercó y le rozó los labios con la boca. Tuvo que hacer uso de toda su fuerza de voluntad para no aplastarla y devorarla, pero se quedó quieto y no se movió cuando Hinata apretó tímidamente la boca contra la suya, y después se apartó.
Era un pequeño y prometedor comienzo.
—¿Esto es un beso? —El enarcó una ceja con ironía. —La besé esta tarde, ¿lo recuerda? Me gustaría ver cómo se esfuerza un poco más, lady Hyuga.
Durante un momento, ella se limitó a mirarle fijamente, con su centelleante cabello sobre los hombros gráciles y una sombra desafiante en los ojos. Después se acercó de nuevo y esta vez puso sus pequeñas manos sobre los hombros de Naruto y separó los labios. El ladeó un poco la cabeza para intensificar el beso, y cuando ella deslizó la lengua de forma indecisa dentro de su boca, una leve sonrisa surgió en su fuero interno.
Tenía la sensación de que Hinata iba a ser una alumna competente, a pesar de su pasado.
Unos senos suaves y desnudos le acariciaron el pecho, y él reprimió un gemido cuando la larga cabellera de ella se derramó sobre ambos. Sin hacer otra cosa más que rozarle apenas la espalda, dibujó la curva de su columna vertebral y dejó que ella controlara el juego. Enredó los dedos en su largo cabello y cuando ella siguió besándole con progresiva confianza, un quedo sonido de aprobación escapó de su garganta.
Ambos estaban sin aliento cuando finalmente ella volvió a recostarse.
—¿Mejor?
—Mucho mejor.
Su erección palpitaba con cada latido de su corazón y Naruto, que no podía esperar a estar dentro de ella, sonrió sin ganas cuando ella dirigió la mirada a aquel cuerpo abultado y tieso junto a su estómago. Parecía cautelosa, pero él se animó al ver un brillo de intriga en sus ojos.
Con un movimiento deliberadamente lento, le cogió la mano y la puso sobre su erección.
—No deseo ser un misterio para usted en ningún sentido.
Ella rodeó el perímetro con sus dedos largos y vacilantes, y se mordió el labio inferior.
—Mi ignorancia es mortificante.
Él contuvo la respiración cuando ella apretó un poco.
—Esté tranquila, puede preguntarme cualquier cosa y le contestaré si puedo. Nunca he comprendido por qué la sociedad cree que a las mujeres debe ocultárseles todo lo referente a los temas sexuales. Los hombres hablan de ello cuando quieren. Suele ser un tema de conversación muy popular.
—Ustedes tienen derechos que a nosotras se nos niegan, por si no lo había notado.
Tenía bastante razón, pero era difícil hablar cuando sus dedos le exploraban el miembro, duro como una piedra.
—Lo he notado —consiguió admitir, reprimiendo un quejido cuando ella limpió una gota de la punta y se quedó mirando el dedo, —pero no olvide que el motivo es la posesión, en parte. Puesto que nuestro deseo es que nuestras hijas se mantengan castas y que nuestras esposas sean solo para nosotros, y creo que la idea básica es que cuanto menos sepan ustedes acerca del placer que los hombres y las mujeres pueden darse mutuamente, mejor.
—¿Vamos a empezar un debate intelectual sobre este asunto? No creo que le guste mi postura en este tema. —Ella le acarició y miró detenidamente entre sus piernas, mientras le cogía los testículos en el hueco de la mano. —Son pesados.
Para ser alguien que carecía de experiencia, Hinata estaba haciendo bastante bien el trabajo de conseguir que él se excitara hasta un extremo febril. ¿Pesados? Naruto estaba a punto de explotar solo con aquellas inocentes caricias y eso le sorprendió. Quería tomarse su tiempo, al menos hasta que ella entendiera ese juego al que él sabía jugar tan bien.
—Estoy disfrutando de su curiosidad —explicó con un esfuerzo monumental para parecer relajado, cuando de hecho ella le retenía los testículos con la mano, —pero quizá sería mejor que me tocara a mí el turno.
Hinata, con su cabellera deliciosa y brillante y su piel pálida, parecía un poco confusa.
—De acariciarla. —Él se movió para cogerla en brazos y cambió de postura, de modo que ella quedó tumbada de espaldas y él sobre ella, apoyándose en los codos. Debían empezar de forma sencilla, decidió Naruto mientras le rozaba la cadera primero, le acariciaba luego la parte interna del muslo y descubría después la calidez de su sexo. Separó con los dedos los delicados pliegues femeninos, y ella apartó inmediatamente la mirada y se puso tensa.
«Maldición.»
—No le haré daño —susurró él mientras le besaba el contorno de la barbilla. —Quiero hacerla sentirse bien, hermosa Hinata. Si ha sido convenientemente estimulada, disfrutará usted de mí, le doy mi palabra. Ya está un poco húmeda, lo cual significa que su cuerpo comprende lo que su mente quiere rechazar. Relájese y se lo demostraré.
Entonces la tocó. Por todas partes. Cada roce y cada caricia salpicados con besos dulces como el azúcar y palabras a media voz. En esa zona del pulso, justo encima del hueco de la clavícula. En el tierno interior del codo. Movió la lengua a través de la muñeca. Metió su dedo en la boca con provocadora delicadeza, mientras le acariciaba el hombro desnudo y la mantenía abrazada. Aquello era una exploración, un viaje de iniciación y de persuasión. Ambos desnudos, piel contra piel ardiente, mientras él le hacía el amor sin penetrarla aún.
El primer suspiro le permitió saber que su paciencia había sido recompensada, el gemido siguiente le animó aún más, y cuando deslizó la mano entre sus muslos y la estimuló con aquella pequeña y experta presión, ella se agarró a él con una urgencia prometedora.
Se le humedecieron más los dedos; la reacción del cuerpo de Hinata a sus caricias era indudable.
Y él descubrió que aquello era más poderoso en cierto sentido, porque sabía que implicaba riesgo, confianza y una decena de aspectos referentes a la pasión, que él había abandonado diez años atrás, como mínimo.
Aquello tuvo un impacto extraordinario. Ella no se confiaba con facilidad. Bueno, él tampoco, de modo que eso tenían en común, aunque las reservas de Naruto eran diferentes. No obstante, Hinata estaba superando las suyas si el hecho de que elevara las caderas en un gesto de súplica indicaba algo. Por su parte, él pensó que había cerrado firmemente la puerta a sus fantasmas.
Aunque quizá estaba equivocado. El pasado irrumpió de pronto y colisionó con el presente, y aunque Naruto no acababa de entender las motivaciones que la habían llevado hasta allí, sintió una conexión con su encantadora compañera de cama mayor de la habitual.
Era como la situación de ambos, tan original como el pecado en sí mismo.
Sus atenciones se vieron recompensadas cuando al final la condujo hacia un estremecedor clímax. Y después a otro. Justo cuando ella empezaba a relajarse, él volvió a hacerlo; deslizó profundamente los dedos en aquel calor húmedo y tentador, y sintió aquellas reveladoras contracciones, mientras ella jadeaba y cerraba los ojos.
El se detuvo un momento ante aquel pasaje exquisitamente cerrado, sintiendo una necesidad vertiginosa y urgente. Los músculos internos se cerraron alrededor de sus dedos invasores cuando inició la tentativa de explorar el paraíso prometido.
La expresión de la cara de Hinata le dijo todo lo que necesitaba saber, y le invadió una sensación de alivio, aun cuando notó el sudor que le escocía la piel por el esfuerzo que le costaba no moverse para trepar en medio de aquellos preciosos muslos… y tomarla. Hinata parecía colmada, aturdida incluso; la boca entreabierta, los ojos abiertos y un leve rubor en sus mejillas a consecuencia de la entrega sexual.
—Naruto —susurró maravillada, y dejó caer los párpados.
Ese fue el permiso que él necesitaba para moverse. Para colocarse en el sitio, para usar su nuevo poder sobre ella, separarle las piernas aún más y obtener entonces su propio placer.
No lo hizo. Una vocecita, una que él deseó enviar al infierno, le dijo que no era el momento adecuado. Aún no.
En el lánguido corolario, él la acomodó en sus brazos intentando acallar la traicionera urgencia de poseerla. Ella no habló, pero él podía sentir los rápidos latidos de su corazón, la suavidad de su piel de seda, la leve exhalación cuando Hinata se desplazó un poco y finalmente levantó la cabeza.
—Yo… yo —titubeó, y luego tragó saliva de forma audible.
Él, que estaba tumbado a su lado y presa de una resignada tensión sexual, sonrió. Cuando llegara el momento, intentaría asegurarse de que ambos llegaran al clímax juntos.
—¿Usted qué?
—Me gustó.
—Pensé que tal vez le gustaría. —Reprimió una sonrisa, porque tuvo la sensación de que a ella le molestaría, y añadió en voz baja: —Y me alegro.
Ella echó hacia atrás su centelleante cabellera. La imagen de su voluptuosa desnudez bajo el brillo de la tenue luz de las velas desafió su decisión de esperar.
—Usted no comprende la profundidad de ese cumplido, Naruto.
—Al contrario, querida. Tengo la sensación de que la comprendo.
—Antes dijo que no haría suposiciones.
El temple de su voz hizo reír a Naruto.
—No puede tener razón siempre. O bien yo entiendo a las mujeres y esa fue la razón primigenia por la que usted decidió hacer esto, o bien yo no sé nada de nada. ¿En qué quedamos?
—Usted no sabe nada de mí. —Los magníficos ojos de Hinata lanzaban destellos de plata, pero le resultaba difícil ser la altanera y distante lady Hyuga cuando estaba deliciosamente desnuda junto a él.
Naruto tenía una erección vibrante, casi dolorosa. Maldita sea, la contención tenía un coste. Aquello, cuando finalmente sucediera, debía valer realmente la pena.
Y tal vez había sido un poco petulante.
La cogió por los hombros y la atrajo hacia sí para besarla despacio. Cuando ella se abandonó entre sus brazos, sintió el fulgor de la victoria. Le acercó la boca al oído.
—Muy bien —susurró con voz ronca, —admito que no la conozco tanto como me gustaría. Tenemos toda la semana y acabamos de empezar a conocernos. ¿No la intriga?
Y ella respondió con un suspiro que aleteó contra el pecho de Naruto:
—Sí.
Continua
