Naruto Y Hinata en:
LA APUESTA
Siete
El sonido de aquella voz grave fue como un chorro de agua que la dejó aturdida. Saturó todos sus poros y todas sus terminaciones nerviosas, del cuero cabelludo a las puntas de los pies, Ino se quedó inmóvil frente a la puerta de la salita familiar y contuvo la respiración.
Nadie la había informado de que Sai vendría a tomar el té. Nunca venía a la hora del té. Jamás. Dios del cielo, ¿no había sido ya bastante terrible haberle visto la noche anterior? Aún le dolía la cara por el esfuerzo de reír durante la pequeña recepción que Kurenai había organizado. La fiesta había sido un gesto considerado, y sabía que Asuma y Kurenai únicamente deseaban apoyar su decisión de casarse con Kiba.
Toda la familia la había tratado siempre como si fuera una más, y habían mostrado un maravilloso entusiasmo ante la inminente boda. Pero, por desgracia, era previsible que Sai estuviera invitado a todo. Siempre lo estaba, aunque solía declinar las celebraciones domésticas. Salvo la noche anterior, cuando apareció de repente con un aspecto pecaminosamente atractivo y aburrido hasta decir basta. También se había marchado pronto, se había escabullido poco después de la cena. Ella había conseguido ser educada durante las cuatro palabras amables que intercambiaron, pero ¿de verdad tenía que volver a pasar por aquello tan pronto?
—¿Has olvidado algo, hija?
Al oír la voz de su tutor se dio la vuelta inmediatamente. Vio a Asuma que la contemplaba con su habitual sonrisa dibujada en el bondadoso rostro.
—Me parece que los dos llegamos un poco tarde, ¿verdad? Yo estoy bastante sediento y ahora mismo me vendría muy bien un bollo. ¿Entramos? —le dijo él.
¿Qué otra opción había? Debería haber subido corriendo a su habitación con la excusa de una jaqueca, en cuanto tuvo la oportunidad, en lugar de vacilar junto a la puerta. Debería haber enviado a su doncella abajo, para decirles que no los acompañaría a tomar el té porque estaba indispuesta. Pero no había pensado con la suficiente rapidez.
—Sí, sería delicioso —musitó mintiendo descaradamente, pues sintió un repentino nudo en el estómago.
Entraron los dos juntos, y aunque Ino deseaba no tener que darse por enterada de la presencia del conde de Anbu, cuando él se puso de pie cortésmente, apretó los dientes y consiguió asentir con rigidez. Todo era familiar: las butacas azules de brocado dispuestas con cierto desorden, el viejo pianoforte en un rincón, la alfombra con un dibujo oriental en tonos añil y crema, e incluso el carrito del té junto a una antigua mesa barnizada. Pero cuando él estaba allí todo parecía distinto.
Siempre era así. Si él estaba en la habitación, ella no veía nada más, y sintió un intenso rencor sumado a la aflicción.
Kurenai, bonita y muy femenina, sonreía serenamente con una taza en la mano.
—Sai ha aparecido en el momento adecuado y yo he insistido para que se quedara a tomar el té.
Ino no dijo nada y apartó la mirada. Sabía que no había posibilidad alguna de que Kurenai y Asuma no hubieran notado la animosidad entre su sobrino y ella. Asuma había intentado preguntar por ello una vez, pero era impensable que ella le hablara a nadie de aquel fatídico beso, ni de con qué se había tropezado después.
Todavía estaba muy vivo en su memoria, marcado a fuego con dolorosa claridad. Sai inclinado sobre lady Hotaru, quien por cierto tenía el valor de ser sofisticada y bellísima, y ella tenía el corpiño desabrochado y él puso la boca sobre…
En aquel momento las lágrimas le habían emborronado la vista y, para no derrumbarse en sollozos descontrolados delante de ambos, Ino había salido corriendo del invernadero tan deprisa como pudo. No, lo había dejado para después; cuando llegó a su dormitorio lloró hasta que ya no le quedaron lágrimas. Resultaba irónico que aquel beso tierno en la biblioteca hubiera sido la culminación de todas sus fantasías románticas, y que después, ese mismo día, él hubiera destruido sus sueños.
Ella se había hecho mayor en aquel segundo exacto en el que se dio cuenta de que la apariencia del joven de sonrisa ironica y naturaleza generosa era una fachada para ocultar su vacuidad y su indiferencia ante los sentimientos de los demás. Siempre había considerado la inteligencia innata y cordial de Sai como una prueba de su humanidad, pero entonces comprendió que sus defectos excedían en mucho a sus virtudes. Todos los rumores eran ciertos. Lo único que él quería era un buen revolcón. La insensibilidad de aquello le revolvía el estómago. ¿Cuántos corazones había roto él aparte del suyo? Aquello que ella creyó haber amado había sido una ilusión, nada más.
—¿… bombón?
Ino levantó la mirada y parpadeó.
—¿Disculpa?
El protagonista de sus pensamientos hizo un gesto en dirección a la bombonera que había en el carrito del té. Sus vividos ojos oscuros estaban sombríos, pero en su boca brillaba el tenue destello de una sonrisa.
—¿Puedo comerme uno?
—Estoy segura de que ya te has comido suficientes… bombones. —Las palabras salieron sin más y, para empeorar las cosas, la edulcorada malicia de su voz fue una prueba reveladora de su antipatía.
Dios del cielo, ¿realmente había dicho eso en voz alta?
—Oh, querida —murmuró Kurenai.
Sai alzó de pronto sus cejas oscuras. Sentado en su butaca con una postura perezosa, las largas piernas extendidas y una copa en la mano, parecía cordialmente ofendido. Estaba, como de costumbre, muy atractivo con una chaqueta azul oscuro, unos pantalones canela, las botas bruñidas y la corbata tan bien anudada como siempre. La luz que entraba por uno de los ventanales confería un brillo a sus mechones de pelo oscuro, y acentuaba asimismo la nítida silueta de su mejilla y su frente.
—Admito que me gustan los… bombones de todas clases, pero con el té prefiero los de chocolate —dijo él arrastrando las palabras.
Disgustada, porque se había asegurado a sí misma cada día que ya no le importaba en absoluto lo que pasara entre ellos. Ino cogió la bombonera de cristal y se la tendió con brusquedad. El contenido se deslizó peligrosamente hacia el borde, pero por fortuna ninguno cayó sobre el estampado floral de la costosa alfombra. Ya se había puesto en ridículo; no había la menor necesidad de empeorarlo.
Maldito fuera, Sai se entretuvo un rato en escoger uno obligándola a sostener la bombonera como una especie de sumisa camarera. Sin duda se había acostado con aquellos bombones también, pensó indignada, sin saber si estaba más enfadada consigo misma por perder el control con tanta facilidad o con él por considerarlo cómico.
Siempre tenía la sensación de que la seguridad y la confianza de Sai acrecentaban la falta de sofisticación de ella, pero iba aprendiendo. Desde aquella horrible tarde, Ino había convertido en un arte el evitarle, y también más de una vez se había preguntado si él no estaba esforzándose demasiado por declinar todas las invitaciones a actos en los que ella iba a estar presente también. Como es natural, en las fiestas familiares tenían que relacionarse un poco, pero ninguno de los dos hacía apenas nada más que constatar la presencia del otro.
Sai nunca, nunca aparecía a la hora del té. Sobre todo si sabía que ella iba a estar presente.
—Gracias. —Él cogió un bombón del recipiente de cristal y lo puso en su plato. Fue un movimiento grácil y elegante, con un estilo absolutamente varonil, como todo lo suyo, incluida aquella fastidiosa sonrisita en su cara.
—De nada —dijo ella entre dientes, odiando la rudeza de su tono.
—Creo que aún no he tenido la oportunidad de felicitarte por tu compromiso, belleza. La otra noche estabas muy ocupada y tuve que marcharme temprano.
«Por Dios santo, no me llames así.» Siempre la había llamado de ese modo, desde que era una niña. Pero ahora no era una niña, era una mujer, y el sonido vagamente familiar con el que lo dijo le traía recuerdos que era mejor olvidar. Se puso tensa, pero consiguió asentir.
—Le comunicaré a Kiba tus buenos deseos.
—Es un hombre bastante agradable.
Ella sintió un destello de irritación al oír aquel tono de voz. Apenas un ligerísimo matiz de crítica, como si agradable fuera acompañado de aburrido y pesado. No. Kiba no era gallardo emocionante, pero era estable.
—Es un auténtico caballero —señaló a la defensiva. Con eso dejaba claro que Sai no pertenecía a esa categoría. O al menos esperaba haberlo dejado claro, porque lo había dicho con toda la intención.
—Estoy de acuerdo con Sai; lord Inuzuka es bastante amable —intervino Asuma con una mirada inexpresiva, antes de beber un sorbo de té. —Un buen tipo. Fiable y todo eso.
—No es mala cosa para un marido —corroboró Kurenai.
—Ni para un caballo. —Sai se hundió un poco más en la butaca. La elasticidad de su cuerpo, alto y musculoso, contrastaba con la atmósfera pastel del salón. Si se había sentido insultado por el sarcasmo de Ino, no lo demostró, como siempre.
—¿Un caballo? —Ella le miró fijamente, ofendida porque compararan a su prometido con un equino.
Él parecía tan inocente como podía serlo un depravado calavera.
—Sí, desde luego. ¿No estás de acuerdo? ¿Qué preferirías montar, un animal plácido y digno de confianza que te llevara a donde quisieras por un sendero tranquilo, o una bestia más fogosa?
Tal vez fuera infinitamente menos experimentada que él, pero no se le escapó la connotación sexual, y para su total y absoluta desgracia enrojeció.
Solo Sai podía decir algo así y salir indemne. Estaba acostumbrado a utilizar su aspecto y sus elegantes maneras para excusarse de multitud de pecados. Eso también le funcionaba para todo lo demás, maldito fuera. Pero no con ella. Nunca más.
El problema era que Ino le conocía. Conocía aquel ingenio travieso, la chispa de burla en sus ojos, y en el pasado puede que incluso se hubiera echado a reír. Sin embargo, estaban hablando de su matrimonio con otro hombre, y que él pudiera bromear sobre ello… bien, era doloroso.
No, no lo era. Ino se contradijo a sí misma e irguió la espalda. Sai ya no tenía ese poder sobre ella. Lo había perdido el día que la había besado y después le destrozó el corazón con una traición ocasional con la que se burló de sus sentimientos.
Le miró a los ojos.
—Dice mucho en su favor que sea digno de confianza. La sonrisa de Sai desapareció cuando replicó en voz baja: —Hasta la criatura más salvaje puede ser domesticada con el procedimiento adecuado.
—No todas justifican el esfuerzo —contraatacó ella.
—Eso es difícil de saber si no se intenta.
Kurenai intervino en un pobre intento por cambiar de tema:
—Yo creo que la fiesta resultó bien, ¿no les parece?
Ino asintió, pero fue un gesto ausente, indiferente.
—Fue encantadora.
—Estabas preciosa —murmuró Sai como si hablara del tiempo.
No, no había dicho únicamente eso. Fue un cumplido tan espontáneo, tan sincera la inflexión de su tono, que ella se sorprendió por un momento. Sai la miró como solo él podía hacerlo y durante un segundo ella olvidó que Kurenai y Asuma estaban allí.
Como una tontita.
Aunque él lo pensara realmente, ¿qué importancia tenía? ¿Por qué le importaba lo que un hombre tan inmoral y con tan mala fama opinara de ella? ¿Por qué había escogido el vestido con tanto cuidado la noche anterior, solo porque sabía que él estaría allí?
Le resultaba imposible estar tan cerca de Sai ni un minuto más. Ser consciente de ello la abrumó y le provocó un acceso de pánico que le agarrotó la garganta. Sin duda era mejor cuando ambos se evitaban, aunque no estaba segura de que a él le hubiera afectado hasta ese punto. Para un libertino de tal calibre, un beso no tenía importancia. Fue ella quien puso demasiado en aquello.
Pero aun así… aquel beso. La caricia leve pero firme de los labios de Sai mientras poseía su boca, su lengua deslizante, la tentadora sensación de sus brazos reteniéndola. Su aroma, su sabor, aquel suspiro quedo en el interior de la boca, más embriagador que cualquier bebida…
No. A ella no le importaba recordarlo. Era más molesto que permaneciera todavía en su mente.
—Por favor, discúlpenme. —Ino se levantó, echó una mirada al reloj del rincón y vio que la inclinación de las agujas formaban un ángulo determinado, sin apreciar realmente qué hora era. —Lo siento, pero he de escribir un montón de cartas y tengo un ligero dolor de cabeza. Creo que me retiraré arriba hasta la hora de cenar.
Hacía una tarde tan calurosa que Hinata se había quitado la chaqueta del traje de montar, y ahora colgaba del arzón de la silla mientras los caballos deambulaban tranquilamente por un sendero apenas trazado a la orilla de un río perezoso. Allá en lo alto el cielo era límpido, de un azul prístino libre de nubes, y una ligerísima brisa de aire que contenía la fragancia de los prados le acariciaba el rostro.
Aquel día idílico se ajustaba perfectamente al estado de ánimo de ambos.
Hinata era muy consciente de que iba a caer víctima del encanto del infame Namikaze por una razón premeditada —la escandalosa apuesta, —pero estaba más que dispuesta a aceptar aquella fantasía.
Tras una noche de descubrimientos y de rendido placer en brazos de él, ambos habían dormido hasta tarde, habían tomado un ligero desayuno juntos y pasaron el resto del día en una camaradería similar, despreocupada y relajada, que incluía el presente paseo a caballo a última hora de la tarde.
Aquello constituía un placentero cambio de su rutinaria existencia, y no todo el placer que sentía era debido a su despertar sexual. Le resultaría fácil acostumbrarse a que un hombre atractivo estuviera pendiente de ella, sobre todo porque se sentía sorprendentemente cómoda en su compañía. Tal vez fuera solo por la intimidad sexual, pero tal vez no.
Aunque aún no habían culminado el coito, sentía cada vez menos aprensión y más y más curiosidad. Hasta el momento él le había dedicado toda su atención y el opulento placer de sus instructivas caricias, pero no había obtenido nada para sí.
Por supuesto. Lo único que él quería era ganar la apuesta.
Y como si Hinata fuera capaz de leer sus pensamientos, Naruto dijo:
—Debería hacerlo más a menudo.
Ella le miró. El tampoco llevaba chaqueta. El delicado lino de su camisa acentuaba la anchura de sus hombros. La tela, abierta a la altura del cuello, dejaba ver su piel bronceada, y estaba sentado en la silla con naturalidad y estilo. Naruto cabalgaba todos los días sin falta, y había ordenado que le enviaran previamente los caballos, puesto que en Essex no tenía establos. Montaba un bayo magnífico, lustroso y poderoso, apropiado para el jinete, y el de ella, una yegua con manchas grises, era el caballo mejor entrenado que había montado nunca.
—¿Hacer qué más a menudo? —Hinata enarcó una ceja. —¿Llevarse a una extraña al campo para una tutoría sexual?
Resonó la risa espontánea de Naruto.
—Bien, no, no era precisamente en eso en lo que estaba pensando, pero ahora que lo menciona, las cosas han ido bastante bien hasta el momento.
Ella difícilmente podía disentir, si pensaba en lo reveladora que había resultado la noche anterior. Había vivido un placer pecaminoso; todas las caricias, los sabores y los movimientos fueron una experiencia única para ella. Él tenía bien merecida su reputación, si siempre era tan generoso. El exceso de sensaciones la había dejado tan exhausta que se había quedado dormida en sus brazos. Si alguien hubiera predicho tal cosa unos días antes, se habría burlado de esa posibilidad.
Un disfrute desenfrenado y una creciente sensación de libertad, aunque esta no fuera más que el fruto de una rivalidad masculina provocada por el abuso del alcohol, eran exactamente lo que Hinata había estado buscando cuando hizo su escandalosa propuesta. Cuando esto terminara, estaría eternamente en deuda con él, porque Naruto Uzumaki por fin le había enseñado lo que ella podía ser.
—¿En qué estaba pensando, pues? —Hinata se apartó un mechón de cabello suelto de la mejilla y observó su cara con curiosidad.
Nunca en su vida le había preguntado a un hombre en qué pensaba. Con Sasori no se habría atrevido jamás. Ni tampoco habría querido saberlo, probablemente. Con Naruto ya tenía la sensación de poder preguntar con toda libertad, con total impunidad.
—En que malgasto demasiado tiempo en la ciudad. Demasiado tiempo hasta altas horas en fiestas y veladas, demasiado tiempo en mi club, demasiado tiempo en mi estudio y con mis abogados. —Se encogió de hombros. Su cabello brillaba con un matiz dorado, bajo los sesgados rayos del sol. —No dejo de decirme que cuando llegue el momento de estabilizarme en un estilo de vida menos frenético, lo sabré.
Se refería, inevitablemente, a tener una esposa y a engendrar un heredero. Ella se dio cuenta y sintió una punzada inesperada.
Aquella apuesta era una competición pasajera y un aprendizaje para ella. Lo que sucediera después del tiempo que pasarían juntos apenas tenía importancia.
Hizo lo posible por aparentar indiferencia.
—Usted todavía es joven, pero imagino que su familia espera que cumpla con su deber.
Naruto adoptó un aire aristocrático y un tanto severo. Durante un segundo no pareció en absoluto sofisticado y libertino, sino más bien sombrío. Incluso su voz sonó fría.
—Eso esperan, por supuesto.
Aquello no era asunto suyo, pero por alguna razón Hinata se oyó preguntar:
—Pero ¿usted es reacio?
—Siento un patente desinterés por tomar esposa para procrear sin más. —En su tono había un punto de impaciencia.
Una postura curiosa para un noble, ya que él sabía, probablemente desde que se puso pantalones cortos, que tendría que hacer justamente eso.
—Posee usted una sensibilidad romántica.
—No.
—Si he interpretado bien lo que acaba de decir, usted desea enamorarse.
La boca de Naruto se curvó en una sonrisa cínica.
—Me temo que ha malinterpretado del todo lo que he dicho, querida. Enamorarse es algo que espero que no me pase nunca, ni tampoco lo deseo. Me parece que ni siquiera lo creo posible.
Si Hinata había oído alguna vez convicción en las palabras de alguien era en esas. Dicha afirmación resultaba un tanto incongruente en boca del mismo hombre de quien ella sabía, de primera mano, capaz de una ternura infinita y desinteresada.
—Todos queremos que nos amen —aventuró ella, pese a que probablemente era la última persona del mundo con autoridad en la materia.
—Ser amado no es lo mismo que amar a alguien.
La yegua se puso a deambular alrededor de un pequeño arbusto y ella la condujo de nuevo al sendero con aire ausente.
—Supongo que eso es verdad.
No sabía mucho sobre los hombres, pero en el tono de Naruto había cierta tensión que ni siquiera ella podía ignorar. Esa conversación tenía cierto aire personal desconocido para ella.
Entonces él volvió a sonreír, desechó todo aquello, y en su lugar surgió aquel fogonazo de encanto, travieso e irresistible que cautivaba a todas las mujeres.
—Si le dice a alguien que ha estado hablando de vínculos sentimentales con el duque Namikaze, lo negaré, querida mía, de modo que, por favor, guárdelo para sí misma.
Si ella se lo contaba a alguien, él sufriría un acoso aún mayor por parte de damitas ansiosas, deseosas de conquistar no solo su rulo y su fortuna, sino también su corazón.
—Se supone que no le conozco más que de vista y de un modo ocasional, ¿recuerda? Difícilmente puedo afirmar que sé algo de sus sentimientos personales sobre ningún asunto, y mucho menos sobre el matrimonio.
Él la miró; los caballos pasaron lentamente junto a una arboleda de frondosos sauces, cuyas largas ramas colgaban sobre las aguas mansas y claras. Ella notó la calidez del sol en la espalda.
—Tengo la sensación de que cuando termine esta semana va a ser un poco difícil fingir que no nos conocemos. Según me han dicho, una mujer nunca olvida a su primer amante.
Lo que él había dicho era correcto, sin duda, porque lo que Sasori le había hecho a ella le descalificaba como tal. Naruto era absolutamente distinto y aunque el cuerpo de Hinata no era virgen, tenía razón; él siempre sería su primer amante. Era asombroso ser consciente de ello, pero estaba perdiendo sus aprensivos temores y lo esperaba con ganas. Puede que incluso con muchas ganas. Se aclaró la garganta.
—Estoy segura de que eso es cierto, porque tiene usted razón… no olvidaré su… amabilidad.
Divertido, sus labios se curvaron.
—¿Amabilidad? Una palabra extraña para describir el deseo carnal, querida mía. Ya que admite que está aquí para una tutoría sexual, permítame continuar con mi papel de instructor informándola de que su disfrute cuando yacemos juntos será primordial para el mío propio. Saber qué proporciona placer a una mujer es un poderoso afrodisíaco para cualquier hombre.
Desgraciadamente, ella sabía de primera mano que él se equivocaba. Fue como si dejaran caer una jarra de agua fría sobre ella.
—No para todos, Naruto —le informó con serenidad, —y desearía poder decir esto sin tanta seguridad.
En el incómodo silencio que se produjo entre ambos, solo se oyó el ruido sordo de los cascos de los caballos y el trino de un pájaro cantor.
—He vuelto a ser presuntuoso —dijo él finalmente. —Mis disculpas.
Ella no quería pensar en su lóbrego matrimonio al menos en un día tan radiante, cuando estaba con uno de los hombres más atractivos de Inglaterra y ambos disponían del resto de una semana que prometía ser memorable. Le obsequió con una picara sonrisa.
—Opino, excelencia, que nació presuntuoso. Por suerte para usted, creo que es parte de su atractivo.
—¿Me considera atractivo? Quizá anoche la impresioné, después de todo. —Parecía deseoso de evitar que la conversación tomara un tono serio y de volver a sus despreocupadas bromas de siempre. —¿Le importa decirme qué parte le pareció más instructiva?
Eso no era difícil de contestar y ella se lo debía.
—Todo.
Era cierto. Aquellos besos devastadoramente suaves y persuasivos, la delicadeza de sus caricias íntimas, el regalo de un placer que ella no había imaginado que existiera.
La cara de Naruto cambió casi al instante.
—Creo que puedo aprender mucho de usted esta semana, mi gélida lady Hyuga —dijo en voz baja, —tanto como usted de mí.
La luz del sol caía oblicuamente sobre la hierba del pequeño claro, y el tenue sonido del río era relajante. Naruto desmontó, se dio la vuelta para levantar a Hinata de la silla, y cuando la dejó en el suelo sus manos se entretuvieron en su delicada cintura. Sonrió con indolencia al rostro que ella había alzado para mirarle.
—Es un lugar agradable, ¿no le parece? Y privado también. Las delicadas cejas de Hinata se arquearon.
—¿Es importante eso?
Era endiabladamente importante, porque casi desde el momento en el que habían salido de la cama esa mañana, él había estado sopesando su abrumador deseo de llevarla otra vez allí. No obstante, una cama no era necesaria si había un rincón romántico y discreto disponible, y no quería esperar hasta que se acostaran para hacer el amor con ella.
La contención estaba muy bien, pero ¿durante cuánto tiempo tenía que contenerse?
Por desgracia la respuesta era sencilla. Hasta que ella estuviera preparada. Había una enorme diferencia entre lo que ella le permitiría hacer y lo que deseaba que hiciera. Hinata se lo habría permitido en cualquier momento desde que llegó. Lo más probable era que el día anterior por la tarde y por la noche no hubiera sentido deseo, tan solo habría capitulado.
Si hacía las cosas a su manera, como pensaba hacer, ella aprendería.
No estaba seguro de por qué estaba tan fascinado con la encantadora pero inexperta lady Hyuga, pero lo estaba. En parte era por su candor, en parte por su belleza, y, para su sorpresa, Naruto se preguntó si no era en parte también por el matiz de vulnerabilidad con el que le miraba con aquellos gloriosos ojos plateados.
En circunstancias normales, solo eso le habría bastado para salir corriendo lo más rápido posible. Las jóvenes vulnerables activaban sus defensas al instante.
—Pensé que podíamos sentarnos un rato a la sombra. —Naruto dejó caer los párpados un milímetro y dirigió la mirada hacia la boca de ella. —Y admirar la vista. Podemos hablar de literatura, ya que es una de sus pasiones.
—Por alguna razón nunca imaginé al duque Namikaze como alguien que se sentara al borde de un arroyo y contemplase la belleza de la naturaleza o la estructura de un poema. En sociedad aún se consideraría más increíble que tuviera una opinión sobre el tema del amor.
—Usted podrá comprobar que se equivocan.
—¿Lo comprobaré? —Ella enarcó una ceja y se echó a reír. —Estoy intentando imaginarme cuál debe de ser su opinión sobre Homero o Rousseau.
No era habitual verla sonreír, y él estaba fascinado. Era una mezcla de reserva y sensualidad subyacente, como la mujer, pensó mirándola fijamente. Y añadió con acento indolente:
—¿Insinúa usted que soy un ignorante, lady Hyuga?
—Me parece que su especialidad son más bien los placeres terrenales, excelencia.
—Permítame cambiar su opinión sobre mi personalidad.
La respuesta de ella fue casi coqueta.
—Puede intentarlo.
¿Cómo iba a retirarse ante tamaño desafío? Naruto escogió un lugar cómodo con vistas al meandro del río, donde la hierba e incluso la tierra eran mullidas y fragantes. Se sentaron y hablaron mientras sus caballos pastaban… De nuevo, Naruto se descubrió fascinado por el modo como los ojos de Hinata se iluminaban cuando se concentraba en un punto importante para rebatirlo con él.
Mientras conversaban sobre todo, desde arquitectura hasta religión, se dio cuenta de que la independencia de los puntos de vista de su vieja institutriz había sido en efecto muy variada. Hinata le dijo que la señorita institutriz, a quien recordó con una mirada emotiva de sus magníficos ojos, había fomentado su educación en todos los sentidos posibles, no solo en función de los intereses habituales de las damas jóvenes y recatadas.
—Murió de una infección pulmonar —dijo con la voz algo afectada —al terminar el año en que yo cumplí dieciséis. Aún la echo de menos.
Aquello permitió que él condujera de nuevo la conversación, forma deliberada, al tema de la familia de Hinata. Hizo girar distraídamente entre los dedos una larga brizna hierba y observó la cara de Hinata por debajo de sus párpados un tanto caídos.
—Ya veo que no tiene deseos de volver a York.
Sin dudarlo, ella negó con la cabeza. Estaba deliciosa con una blusa sencilla, la falda de montar y unas botas de media caña, aunque estaba sentada con las piernas dobladas hacia un lado, con una postura de decoro y formalidad propia de una dama, conseguía tener un aspecto adorable y encantador.
—No volveré nunca.
—Eso suena definitivo.
—Lo es. —Un breve destello de melancolía cruzó su cara—.Y tampoco mi padre me quiere allí.
—Entonces es que es un idiota. —Naruto se acercó y le acarició la mano.
Descubrió que su continencia anterior estaba desapareciendo. La creciente naturalidad que Hinata mostraba con él aumentaba su interés. Por lo general, él no solía sentarse y charlar de temas intelectuales con una mujer, y desde luego nunca esperó que eso le excitara sexualmente, pero con ella era distinto. Qué curioso.
Hinata le miró fijamente.
—Debe de ser agradable tener una hermana.
Naruto casi nunca pensaba en ello, pero la mirada melancólica en la cara de ella le hizo ser consciente de la buena suerte que tenía con su familia. Deseaba consolarla, prometerle que encontraría la tranquilidad y la paz, pero ¿cómo demonios lo haría?
El único consuelo real que él sabía ofrecer era físico, y en aquel momento su cuerpo le animó a actuar.
La seducción le era mucho más familiar que la indecisión emocional.
Se inclinó hacia delante y le acarició la boca con los labios, sin hacer caso de su gesto de sorpresa. Aparte de ayudarla a bajar del caballo, no había hecho ningún movimiento para tocarla.
—Hacer el amor al aire libre tiene algo de excitante —susurró. —Es más primario.
—¿Aquí?
Como respuesta a aquella atribulada pregunta, él la besó, divertido por aquella reacción atónita ante sus manos que ya estaban ocupadas. Primero le soltó el cabello, porque quería sentir el peso de aquel satén cuando estaba expuesto al sol, y al intensificar sus besos sintió su seductora fragancia. Para su satisfacción, ella le rodeó el cuello con los brazos y, pese a que no se pegó a él, descansó conformada en su abrazo.
La conformidad de nuevo, pensó él con una sonrisa interna de resignación. Aquello iba a costar algo de esfuerzo por su parte. Lo raro era que estaba disfrutando del desafío, pese a un comprensible grado de frustración.
Su erección creció de un modo inmediato y su corazón latió con una velocidad mayor, mientras admiraba el esplendor irresistible de la belleza de Hinata. Su deleite se vio incrementado por el sonido amable del curso de agua, que apenas se dejaba oír por encima de la respiración cada vez más agitada de ambos.
—Desnúdese para mí —murmuró Naruto. —Deseo mirar. No hay nada más excitante que ver el cuerpo de una mujer desnudándose poco a poco.
Bueno, no era del todo cierto. Ver cómo una mujer te besaba el cuerpo, llegaba hasta tu miembro erecto y se lo metía en la boca, quizá eclipsara el que ella se desnudase pero, en cualquier caso, Hinata no estaba aún preparada para eso. Esa semana debía dedicarla a darle placer, y no solo por causa de aquella malura apuesta. Ninguna mujer tan hermosa y con aquella sensualidad innata debía temer la intimidad sexual.
Naruto esperó, con el brazo apoyado sobre una rodilla doblada, en una postura deliberadamente despreocupada, excepto por el bulto de su creciente erección que colmaba sus pantalones ajustados.
Hubo un único momento de vacilación antes de que ella se levantara y empezase a desabrocharse la blusa. Bajo sus párpados caídos, él observó cómo se soltaba cada trabilla, hasta que tiró de la tela del cinturón de la falda de montar y lo dejó caer. Botas, medias y falda vinieron después, mientras las mejillas de Hinata se teñían más y más de rosa a medida que se desnudaba. Finalmente, deshizo el lazo de la camisola y levantó la barbilla, pero sin dejar que la tela de encaje se deslizara por sus hombros.
—No se detenga ahora —dijo él de forma persuasiva. —Lo mejor está por llegar.
—Usted lleva toda la ropa puesta. —Ella estaba allí de pie, como una seductora desnuda, sosteniendo con la mano la tela del corpiño.
—¿Quiere que me la quite? —Él le aguantó la mirada. Quería cerciorarse de que ella supiera que, con él, siempre podría elegir. Normalmente, Naruto prefería tomar la iniciativa en los juegos sexuales, pero estaba dispuesto a hacer concesiones para asegurarse de que ella nunca se sintiera abrumada.
—Estoy segura de que es usted consciente de que se le considera muy apuesto. ¿Hay alguna razón por la que yo no pueda admirarle de la misma manera?
Aquello era bastante directo. Sin trucos, una vez más.
—Lo que milady desee. —Sonrió y tiró del talón de una bota, sin quitarle la vista de encima.
Con una sonrisa temblorosa y sin artificios, ella soltó su camisola, que cayó a sus pies.
Él se detuvo un segundo con la bota en la mano, y bebió de la gloria inmaculada de aquel cuerpo desnudo, con una admiración acentuada por la conciencia de que ella estaba allí para él.
Se despojó de la ropa con una velocidad que le pareció insuficiente.
Había algo en el escenario boscoso, en la forma como la tamizada luz del sol acariciaba con un destello dorado la satinada piel de ella, en el sonido musical de los pájaros en los árboles… Aquello llevaba la excitación a un estadio nuevo. Aquello era primario, elemental, y cuando consiguió quitarse los pantalones, descubrió sorprendido que le temblaban las manos.
No le había pasado nunca.
Tendría que analizarlo. Más tarde. Después.
—Venga a tumbarse a mi lado. —Naruto se reclinó en la hierba. Aquella sensación táctil bajo su cuerpo contrastaba de un modo interesante con su ardoroso deseo. Sobre el indolente dosel de las ramas, el cielo era de un azul intenso.
—Eso deseo. —Hinata pronunció esas palabras en voz baja y con una sorpresa subyacente, mientras daba un paso hacia él.
Él tenía la endiablada esperanza de que fuera así, porque estaba más que preparado. Cuando ella se arrodilló a su lado, él le cogió la cintura y la colocó sobre su cuerpo hambriento para darle un ardiente beso con la boca abierta. No se refrenó tanto como la noche anterior, pero a ella no pareció importarle, pues esta vez su respuesta no fue tan vacilante. Cuando sus dedos se enredaron en el cabello de Naruto, este sintió un fogonazo de triunfo que atravesó su ardor, y el endurecimiento de los pezones de ella contra su pecho dejó claro lo lejos que Hinata había llegado en tan poco tiempo.
Si le correspondía a él juzgar, y se sentía calificado para ello, diría que, en cuanto la semana terminara, ella iba a ser una compañera de cama muy apasionada para algún hombre afortunado.
Claro que entonces pasaría el tiempo correspondiente con Sai. Un temblor de insatisfacción se revolvió en su interior al imaginar a su amigo abrazando aquel cuerpo exquisito como hacia él ahora.
Sofocar aquella emoción fue un acto reflejo. No era un hombre celoso. O no lo había sido antes, en ningún sentido. Considerando el ilícito pacto que había entre ellos, este no parecía el momento adecuado para adquirir ese hábito.
Naruto se dio la vuelta de modo que la cabellera de Hinata se derramó sobre la hierba como una masa exuberante y reluciente. Él le rozó el mentón con la boca, dibujó con la lengua un sendero y escarbó en la elegante curva de su cuello. Hinata se arqueó debajo de él, con la respiración acelerada. Naruto le acarició la cadera desnuda.
—Hábleme.
Ella alzó sus gruesas pestañas y abrió la boca mientras fruncía ligeramente la frente.
—¿No hemos estado hablando?
—Sí, pero cambiemos de tema.
—Habría jurado, Namikaze, que usted deseaba hacer otra cosa aparte de conversar, ¿o está así siempre? —Se apretó de forma sugerente contra su pene rígido. —Eso parece.
Si Naruto no consiguió una sonrisa maliciosa, desde luego intentó.
—Oh, yo terminaré haciéndole el amor al final, eso está fuera de duda, pero hay una inmensa variedad de formas de hacerlo solo me pregunto si es usted consciente de lo excitante que puede ser que los amantes se digan el uno al otro cómo se sienten y, algo aún más importante, qué desean.
Hinata negó con la cabeza, sus mechas oscuras se movieron y sus ojos se iluminaron cuando levantó la mirada hacia él.
—No tengo ni idea de lo que quiere decir, pero sospecho en cualquier caso que usted ya lo suponía.
Lo suponía. Para ella los juegos de cama eran tan extraños como un beso romántico.
El tendría el placer de cambiar eso.
—Empezaré yo. —Se colocó sobre ella, apoyó su peso en un codo y le acercó la boca a la oreja, mientras le acariciaba un pecho rotundo y maravilloso. —Me encanta sentir su tacto, su piel de seda bajo mis dedos. Tiene usted los pechos más bonitos que he visto en mi vida, llenos y firmes, pero también suaves y perfectos para mis manos.
Ella sintió un pequeño estremecimiento en todo el cuerpo cuando él apretó con delicadeza aquel flexible montículo de carne y esperó, mientras él dibujaba perezosamente con el pulgar un círculo alrededor del pezón rosado, gratificado por la respuesta física de ella. Ya había aprendido que Hinata era inteligente, si bien algo tímida. Con cierto aprendizaje en el arte de la coquetería, podría escoger a cualquier hombre de la alta sociedad.
Había unos cuantos canallas por ahí y ella no solo era preciosa, sino además rica. Naruto confiaba que escogería con prudencia.
La idea de que le importara lo que pudiese pasarle a Hinata cuando terminara la semana le sobresaltó. Tal vez simplemente trataba de redimir a su propio sexo ante los ojos de ella, ya que durante la conversación anterior se había dado cuenta de que su padre no parecía mucho mejor que el difunto lord Sasori. No es que ella se hubiera explayado sobre el tema, pero había captado el dolor que subyacía en su voz.
Sí, eso era. El conservaba cierta caballerosidad, a pesar de lo que había sucedido con Konan.
Ahora no era el momento de pensar en aquel espantoso error.
—Le toca a usted —insistió mordisqueándole el lóbulo de la oreja. —Cuénteme.
—Yo… yo… —titubeó y después susurró: —yo estoy empezando a pensar que usted no solo es un amante competente, Naruto, sino también un hombre muy bueno.
Desconcertado y expectante, dejó de acariciarle el pezón.
Aquello difícilmente era una insinuación sexual, ni aun dicho con un parpadeo de pestañas y una sonrisa seductora, pero se sintió inesperadamente conmovido, no solo por la mera frase sino también por la emoción implícita. Naruto sabía que tenía fama de ser muchas cosas, pero dudaba que bueno estuviera entre ellas. A la gente no le importaba que fuera un ser humano decente. Por lo general la riqueza, el atractivo y el encanto superficial en abundancia eran más que suficientes. El verdadero hombre que había detrás no era el objetivo de la mayoría de las mujeres que conocía.
Naruto descubrió que no estaba seguro de qué decir y aquello le incomodó. Ella le había puesto en esa tesitura más de una vez.
—Gracias —murmuró finalmente.
El suspiro de Hinata le rozó la mejilla.
—No es el tipo de cosas a las que usted se refería, ¿verdad? No soy buena en esto.
El pensó que era mágica y de otro mundo. Le apartó con mucha suavidad un rizo del hombro y se acomodó sobre ella apoyando el pene tenso contra su muslo.
—Ha sido perfecto.
—¿Usted nunca es descortés? —En sus labios sonrosados se dibujó un gesto casi melancólico. El sonrió.
—Soy detestable cuando mis caballos pierden.
—Algo que, según he oído, es bastante raro.
—Tengo un entrenador excelente y los mejores jinetes de Inglaterra… pero, querida Hinata, aunque el tema de las carreras me encanta, ¿podemos dejarlo para cuando no esté usted desnuda en mis brazos?
La dulce risa de Hinata le rozó la mejilla.
—El experto en lo que se supone que hay que hacer en este tipo de situación es usted, no yo.
Damas desnudas en sus brazos, sí, podía atribuirse modestamente cierta experiencia. Damas inexpertas y temerosas… en esa categoría no era tan versado, pero estaba aprendiendo. Naruto le besó el cuello.
—Haremos lo que quiera que hagamos. Nada más.
—Béseme.
Aquello no le resultó nada difícil. Se apropió de su boca, imitando escandalosamente esta vez con pequeñas embestidas de la lengua lo que le gustaría hacerle a su cuerpo. Ella reaccionó de forma maravillosa; enredó los dedos en su cabello, y se pegó a él con flexible y seductora calidez.
—Ahora tóqueme. —Aquella orden jadeante cruzó el pecho de Naruto como una dulce exhalación, mientras un par de brazos esbeltos se enroscaban en su cuello. —Como anoche.
Una indolente tarde de verano, una extensa arboleda y el encuentro de dos amantes sobre la hierba fragante. Aquello era un sueño placentero y él era el sátiro, un papel que probablemente le iba bien. Solo con un levísimo toque de depravación, pero esa experiencia reportaba únicamente beneficios a su compañera. Naruto se giró un poco y la atrajo hacia sí.
—A las órdenes de milady.
Sus dedos deambularon, descubrieron lo que buscaban y ella sintió un leve y revelador escalofrío.
Cuando Hinata se arqueó lo suficiente como para que sus senos tensos le presionaran con suavidad el pecho, él pensó divertido en todos aquellos pretendientes desechados que murmuraban en sociedad sobre su permanente indiferencia y su desinterés frío y distante.
Fría no era la dama.
Pequeños estallidos de dicha recorrieron su cuerpo y Hinata no pudo reprimir un sonido sordo de placer, que seguía luchando contra una sombra de incredulidad ante su licencioso comportamiento.
Bien, estaba desnuda en brazos del delicioso granuja de Naruto Uzumaki. ¿Qué mujer no sería licenciosa? ¿Acababa de pedirle que la tocara, realmente? Sí, lo había hecho.
Aquello era estimulante, y aunque la razón principal por la que estaban juntos era tan frívola como fuente de posibles desgracias, con sus brazos alrededor y con sus habilidosos dedos ocupados en un cautivador hechizo, decidió que aquello valía la pena.
Sentía la ardiente presión de su erección, aquel miembro largo y rígido entre los dos, mientras él la abrazaba y la palpaba. El se había privado del placer propio en dos ocasiones anteriores, y tuvo la sensación de que volvería a hacerlo si ella no iniciaba el acto de la consumación.
Para su sorpresa, lo deseaba. No como una especie de prueba sobre si las acusaciones de Sasori, que ella había soportado apretando los dientes y con miedo a fracasar, eran ciertas. No, no de ese modo, en absoluto. Lo deseaba porque estaba dolida, se sentía incompleta y de un modo intuitivo sabía que el hombre que la abrazaba con tal fuerza tenía el poder de curarla.
Sus caricias eran mágicas. ¿Cómo sería una parte más potente de él?
Hinata se movió. No fue algo consciente, solo una sutil señal de esa ansia nueva.
Él lo entendió a la perfección. Aquellos dedos exploratorios se deslizaron entre sus piernas mientras le murmuraba al oído:
—¿Está segura?
Visto que su actual naturaleza temeraria quedaba fuera de duda, ella asintió. Allí estaba, en pleno día, en el claro de un bosque sin llevar nada encima, en brazos de un notorio libertino después de haber aceptado entregar su cuerpo a dos hombres a los que casi no conocía… así que, bien, sí, ¿por qué no dar el siguiente paso sin más, pero disfrutándolo todo lo posible?
—Deseo que…
Él le mordisqueó el cuello, provocándole un estremecimiento en la espina dorsal.
—Sí. Dígalo.
—Le deseo.
—Entonces tenemos mucho en común, lady Hyuga, aparte de lo que hemos descubierto con anterioridad. Yo también la deseo.
Sería entonces cuando la pesadilla resurgiría. Cuando él se movió para recostarse sobre ella, separándole las piernas con las rodillas, Hinata esperó un acceso de pavor. El impacto de su miembro rígido debería haberle provocado una arcada y una sensación de sumisión, pero en lugar de eso descubrió una expectativa creciente y sorprendente.
—Sí —musitó, mirando fijamente aquellos ojos azules. —Sí, por favor.
—Como si fuera a negarme. —Naruto no sonrió, sino que le sostuvo la mirada mientras empujaba solo lo bastante para que la punta de su pene henchido entrara en ella.
Y luego más.
Mucho más. A fondo, increíblemente a fondo. Todo él.
Ella estaba tendida, poseída, tomada. Naruto descansaba sus esbeltas caderas contra la parte interna de sus muslos, tenía los brazos alrededor de sus hombros y le rozó levemente la boca con los labios con un gesto tranquilizador. Aquello no era en absoluto como ella lo había imaginado, y desde luego no se parecía a lo que había experimentado antes.
Él le acarició la cara con dedos cariñosos y no se movió; en su piel perduraba el arrebato de la excitación, la mirada de sus ojos azules era intensa.
—¿Hinata?
Ella sabía qué le preguntaba.
—Estoy bien —murmuró, incapaz de reprimir el tono de felicidad exultante de su voz. —Mejor que bien.
—Iré despacio.
—No creo que eso sea necesario. —Le tocó con el pie la parte de atrás de la pantorrilla con una sugerente caricia. —No soy frágil.
—Si usted…
—Naruto —le interrumpió ella sin aliento y clavándole ligeramente las uñas en la parte superior de los brazos.
Fue un mensaje claro, porque él se deslizó hacia atrás con un movimiento fascinante, para embestir de nuevo de tal modo que ella se sintió atravesada por una sacudida que creyó que llegaba a todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo.
Cómo el mismo acto podía ser doloroso y degradante con un hombre y algo parecido al éxtasis con otro, fue una revelación. Él la tocaba con una persuasión muy dulce, animándola a corresponderle con su pasión, en lugar de utilizarla como un recipiente para saciar rápidamente su lujuria.
Hinata apretó los dedos sobre los poderosos hombros de Naruto, cuya corpulencia y fuerza no la intimidaban sino que la cautivaban tantos como la fricción de su sexo en el interior del suyo. Era una sensación extraordinariamente agradable y Hinata exhaló otro pequeño gemido.
«El riesgo vale la pena… cada minuto…»
Él le rozaba el cuello con su cabello rubio y sedoso, mientras se movía dentro de ella con aquel ritmo erótico que acrecentaba el placer sensual. La piel de Hinata ardía al calor de la expectativa, acariciada por una agradable brisa vespertina.
—Naruto —respondió con un jadeo y levantó la pelvis, deseando que él alcanzara una profundidad imposible.
Todo aquello era imposible. Imposible desear algo tanto como ella anhelaba el estallido del éxtasis; imposible creer que estaba allí, en la ribera de un río, en una tarde soleada, desnuda v entregada a su amor; imposible experimentar una dicha tan apoteósica.
Él se alzó entre ambos, la acarició y de repente el mundo de Hinata estalló en llamas. Gritó, fue un sonido desenfrenado, y él respondió con la rigidez de su cuerpo entre los muslos de ella; la fuerza de su eyaculación la colmó. Permanecieron allí, en aquel momento estremecedor, hasta que se desvaneció, y entonces él se dejó caer a su lado y la mantuvo abrazada.
Saciada en aquella secuela confortable y tranquila, reclinó la cabeza en el pecho húmedo de él, meditando inopinadamente sobre a cuántas mujeres habría transportado al paraíso con su consumada habilidad.
A muchas. Aquello no era solo un rumor, ya que de hecho él no lo había negado.
Esa forma fluida de hacer el amor no era real, se recordó a sí misma, mientras escuchaba los fuertes latidos del corazón de Naruto. Él conseguía que se sintiera deseada y atractiva entre sus brazos, porque era quien era: uno de los granujas más consumados de Londres, con la suficiente confianza en sí mismo como para arriesgarse a una apuesta pública sobre su talento en la cama.
Esto era algo premeditado y no personal, y ella debía recordarlo para no interpretar erróneamente las intenciones de él.
Ella no solo era otra presa fácil; había pedido serlo de forma descarada.
—Esta ha sido una de mis ideas más inspiradas. —Naruto interrumpió sus pensamientos, con los ojos azules apenas ensombrecidos por sus párpados entornados y una de sus cautivadoras sonrisas. La luz del sol se filtraba y doraba los contornos de su cuerpo musculoso. Aquellos pómulos prominentes proyectaban leves sombras sobre sus mejillas. —Deberíamos salir a cabalgar todas las tardes mientras estemos aquí.
—¿Hace este tipo de cosas a menudo? —Hinata hizo acopio de fuerza suficiente como para levantar la cabeza y observar la expresión de Naruto. El dulce aroma de la hierba aplastada emergió entre ellos, mezclado con la fragancia aún más terrenal del acto sexual.
En los ojos azules de él había una chispa de cautela.
—¿Puede usted precisar su pregunta?
—No creí que fuera poco clara. —Ella ensayó una sonrisa. —Ni es nada complicado. Me refiero de manera espontánea y… al aire libre…
—Ah, ¿hacer el amor? No, estas manchas verdes de mis rodillas son solo para usted. —Le acarició ligeramente el labio inferior con la punta de un dedo juguetón. —No tenía intenciones de esperar hasta más tarde para tocarla y ¿por qué desaprovechar este precioso día y este lugar retirado?
¿Era sincero? No estaba segura.
—Es encantador —admitió. Sus cuerpos seguían entrelazados, los brazos de Naruto fuertes y seguros. —A mí siempre me ha gustado mucho más el campo que la ciudad, pero los derechos hereditarios de nuestra residencia campestre estaban restringidos a los varones de la familia, de modo que cuando Sasori murió fue a parar a su primo, junto con el título. Afortunadamente, yo poseo la casa de la ciudad libre de cargas.
La única cosa decente que Sasori había hecho por ella fue dejarle lo bastante como para ser autosuficiente, y Hinata sospechaba que lo hizo a propósito para fastidiar a Hidan, ya que ninguno de los dos se habían tenido nunca demasiado aprecio.
Se había quedado atónita cuando se enteró del montante de su herencia, pero ni la mitad de sorprendida que el nuevo lord Akatsuki. Afortunadamente, Sasori había sido tan despiadado en sus asuntos de negocios como lo fue en cualquier otro sentido, y lo dejó todo muy bien atado, de modo que impugnar el legado resultó inútil. Tras la disputa, Hidan la trataba como lo había hecho el otro día cuando se vieron después de las carreras, con una condescendencia irritante, y la miraba de una forma que no le gustaba. Ella creía que lo mejor era evitarle y eso hacía en la medida de lo posible.
—Tengo entendido que su marido murió de unas fiebres.
Hinata miró abstraída una larga rama que colgaba sobre el agua y cuyas hojas verdes se agitaban con fuerza. La brisa acariciaba su piel ardiente.
—No están seguros de lo que fue. Empezó a tener dolores de estómago y empeoró mucho. No se recuperó. Murió a los dos días.
—Le diría que lo siento, pero por alguna razón no creo que ansié usted recibir condolencias por dicha pérdida.
—Sería hipócrita por mi parte aceptarlas. No deseaba que muriese, pero tampoco me apenó que sucediera.
—Imagino que se da cuenta de que si decide volver a casarse, esta vez la elección será enteramente suya.
El tono anodino de su voz hizo que ella inclinara la cabeza hacia atrás y le mirase a la cara.
—No le negaré que me produce recelo. ¿Quién puede asegurar en qué se convertirá un hombre una vez que se han pronunciado los votos? Sasori parecía bastante encantador cuando nos vimos por primera vez, pero tiene usted razón, no le elegí yo. Mi tía y mi padre concertaron el matrimonio y a mí no me consultaron.
El hombre que la abrazaba no hizo ningún comentario. Acordar una unión sin intervención de la novia era una práctica bastante común.
—Además… no tuve hijos —murmuró Hinata.
Por mucho que intentó que su voz sonara distante y pragmática, seguía recordando el desdén de Sasori ante el hecho de que no pudiera darle un heredero. Ella siempre tuvo esperanzas de tenerlo también. Alguien a quien amar y que quizá la amara a ella a su vez. Ya que él deseaba tanto un hijo, ella también confiaba en que su marido no la trataría con tanto sadismo cuando estuviera embarazada, o bien que la dejaría completamente sola durante ese período de reclusión.
Naruto la estrechó un poco más entre sus brazos.
—La posible infertilidad puede tomarse en consideración —reconoció él finalmente en voz baja, —en función de cuál sea el deber de cada uno. Pero hay muchos hombres que lo pasarían por alto a la vista de su exquisita belleza, Hinata.
Vaya una forma diplomática de decir que un hombre como él no podía arriesgarse a tener una esposa estéril. No cuando su responsabilidad era perpetuar el linaje y el apellido de su familia. Hinata lo comprendía. Desde su matrimonio había adquirido una comprensión mucho mayor sobre cómo funcionaba el mundo. Aun así, le dolió un poco.
Lo olvidó al cabo de un segundo, cuando Naruto ajustó su postura con destreza, la besó y murmuró junto a sus labios:
—Disponemos de varias horas antes de tener que regresar a cambiarnos para la cena.
Hinata le rodeó el cuello con los brazos.
—Eso suena maravilloso.
Él le sonrió de un modo que hizo que algo se derritiera en su interior.
—Adoro su entusiasmo, querida.
Hacer cumplidos le resultaba muy fácil, los utilizaba con la espontánea seguridad de un hombre que sabía lo que las mujeres querían oír de sus labios.
Aquellos labios extraordinariamente diestros. Movida por un impulso, Hinata se colocó de modo que pudiera lamer la parte inferior de la curva que formaba su jugosa boca. De lado a lado, con un barrido lento y provocativo. En los ojos de Naruto apareció un destello de sorprendida satisfacción y se echó a reír, con su cálida respiración pegada a la boca de ella.
—Milady, es una alumna rápida, por lo que veo.
¿Lo era? Tal vez fuera aquella tarde templada y el escenario lo que la hacía sentirse tan audaz. Tal vez fuera la libertad de saber que todos los comentarios horribles y las crueles pullas que le lanzaba Sasori, las noches en las que acudía a su dormitorio, cuando había terminado y se ponía la bata, eran falsos. Tal vez fuera incluso que el guapísimo e indudablemente viril duque era irresistible, no solo para su usual elenco de experimentadas compañeras de cama, sino también para alguien tan ignorante de la sexualidad como ella misma.
Fuera lo que fuese, Hinata sabía que deseaba de nuevo a Naruto; deseaba sentir su pasión, sus atentas caricias, saber que ella le daba placer como mujer.
Aunque todo aquello fuera una ilusión.
Continua
