Naruto Y Hinata en:

LA APUESTA


Nueve


Ino se dio la vuelta, sumisa. La tela de su elaborado vestido de novia cayó a su alrededor en forma de pliegues con agujas por todas partes, mientras la costurera se arrodillaba en el suelo y daba vueltas al dobladillo. Kurenai observaba con mirada crítica y de vez en cuando hacía algún comentario.

Ino se preguntó si era evidente lo abstraída e indiferente que se mostraba ante algo que debería ser muy importante para ella. Confiaba en que no, pero temía llevar la verdad escrita en la cara.

Aquel temor se vio confirmado cuando una hora después abandonaron el establecimiento de la modista y se dirigieron a casa. Kurenai aún era una mujer encantadora, con una suave cabellera oscura que empezaba a encanecer de un modo elegante, y unas pequeñas arruguitas en la piel, que no desmerecían su agraciada estructura ósea, ni sus ojos bonitos y vivaces. Se acomodó en el asiento del carruaje frente a Ino y fue directa al grano.

—¿Pasa algo malo?

«¿Pasa algo bueno?»

Ino intentó mostrar una expresión neutra.

—No sé a qué te refieres exactamente.

—Queridísima niña, pareces cansada, apática casi y apenas comes. Ahora mismo, mientras te probabas tu vestido de novia, nada menos, apenas has opinado, ni siquiera cuando te preguntaban directamente.

Era todo cierto, y puesto que Kurenai era como una madre para ella, a Ino le resultó difícil no confesar lo que le preocupaba de verdad. Pero no podía. Si lo decía en voz alta tendría que planteárselo realmente y eso era imposible.

—Nunca imaginé que planear una boda fuera tan… absorbente —explicó con una sincera punzada de culpa. No era del todo falso (de hecho, los detalles de la boda resultaban abrumadores), pero esa tampoco era la verdad acerca de su ensimismamiento.

Kurenai ladeó un poco la cabeza y la examinó con los ojos algo entornados.

—Lord Inuzuka dijo que aceptaría el tipo de celebración que tú desearas. No hace falta que sea una gran boda si prefieres algo más tranquilo.

Eso también era parte del problema. Kiba era un hombre muy bueno. No como otro que ella conocía, cierto conde que por fuera parecía extraordinariamente cortés y absolutamente encantador, pero que debajo de aquella atractiva fachada era egoísta e insensible.

—Yo quiero una gran ceremonia. —Sus palabras sonaron demasiado cortantes e Ino rectificó el tono con cierto esfuerzo. —A lo que me refiero es que el matrimonio es un paso importante, y yo deseo compartir mi felicidad con mis amigos y, por supuesto, con mi familia.

Kurenai enarcó las cejas.

—Muy bien, pues entonces deberías mostrar más entusiasmo por los detalles. Y sí, el vestido de novia forma parte de esos detalles.

Ella se mordió el labio y luego suspiró.

—Siento mucho no haber sido una compañía agradable esta tarde.

—Mi querida niña, yo no te riño, solo estoy preocupada. Si te arrepientes del compromiso ahora es el momento de…

—No. —Ino la interrumpió de inmediato. —No me arrepiento de nada.

Qué forma más terrible de mentir a alguien que amaba.

Hubo una prolongada pausa durante la cual solo se oyó el traqueteo de las ruedas sobre la calle y el grito de algún vendedor ocasional pregonando sus mercancías en una esquina. Luego Kurenai asintió y se irguió en el asiento con expresión seria.

—Si estás segura de que deseas seguir adelante con esto, ya sabes que yo haré todo lo posible para que sea un acontecimiento maravilloso que siempre recordarás.

Lo haría; Ino nunca dudó de ello y se sintió doblemente culpable por ser embustera.

—Kiba es amable, generoso y gentil. Es más, de hecho es posible que sea fiel, algo en lo que la mayoría de las esposas no pueden confiar. ¿Por qué no iba a querer seguir adelante con esto?

—¿Me estás haciendo una pregunta, de verdad? Si es así, ve con cuidado. Podría respondértela.

Entonces le tocó a Ino entornar los ojos y fijar la mirada.

—¿Qué quiere decir eso?

—Quiere decir que estoy preocupada por ti. Pienso que por alguna razón, en realidad este matrimonio inminente no te hace feliz, por mucho que finjas lo contrario. Incluso Asuma ha comentado algo y, querida mía, cuando un hombre se da cuenta y hace observaciones sobre lo que siente una mujer, es que es algo muy obvio. Ellos no son las criaturas más observadoras del mundo.

No estaría tan nerviosa, tan abiertamente infeliz, si Sai no apareciera de repente en todas partes adónde iba. Durante el año anterior apenas le había visto, pero en los últimos cinco días había venido a cenar tres veces y dos a tomar el té, e incluso se presentó en una audición ofrecida por la hija de una de las amigas de Kurenai.

Toda la sala se asombró ante aquel comportamiento sin precedentes, y la pobre jovencita se ruborizó tanto por la asistencia del infame aristócrata, que interpretó a Bach y Mozart de un modo tan aturullado que hubiera hecho estremecer a ambos compositores. Ino lo había soportado apretando los dientes y no fueron las notas discordantes lo que le molestó, sino la magnética presencia de Sai en una reunión tan íntima. Las mujeres le dedicaron inconfundibles miradas de codicia.

Con un elegante traje de noche y el cabello oscuro brillando bajo la luz de los candelabros, él se sentó a escuchar con una expresión inescrutable en la cara y aparentemente ajeno a la incredulidad que provocó su asistencia en todos los de la sala.

Nadie estaba tan sorprendido e incómodo como Ino, que temió que incluso Kiba se diera cuenta. La ausencia de Sai en su vida lo hacía todo más fácil, pero su súbita reaparición perturbaba su mundo. Perturbaba su propósito de olvidarle y ella se despreciaba a sí misma, y aún más a él, por provocarle la más mínima duda.

En parte era por aquella maldita carta que él le había escrito. La dejó en un cajón cerrado en el fondo del armario, con el contenido intacto, como prueba de su indiferencia. Pero todos los días, sin falta, ella se preguntaba qué diría y estaba más tentada que nunca de abrirla y leerla.

—Seguro que tengo derecho a estar un poco nerviosa por la boda.

—Se alisó la falda con una mano, intentando no parecer indiferente. —Estoy convencida de que la mayoría de las novias tienen ciertas dudas de vez en cuando.

—Es probable, lo reconozco, mientras solo sea eso. Nosotros deseamos tanto que seas feliz…

¿Feliz? ¿Cuándo fue la última vez que se sintió feliz?

El carruaje dobló una esquina y, cuando el vehículo se balanceó, Ino se agarró a la correa para mantener el equilibrio. Una imagen espontánea e indeseada acudió a su mente. Una preciosa y cálida tarde de verano, la silenciosa biblioteca de Anbu Hall, que para ella era casi como un refugio privado, y un beso mágico. Sai, tan irresistiblemente atractivo con su pelo algo revuelto, y una mirada de sus ojos oscuros que Ino no había visto nunca, dirigida a ella, bajando los ojos e inclinando la cabeza con una intención inconfundible…

Y después la caricia de su boca sobre los labios. Suave, tierna, tomando y dando, hasta robarle el aire de los pulmones. Pero entonces irrumpió otro recuerdo, y era del mismo hombre que la había tomado con tanto cariño en sus brazos, abrazando a otra mujer.

Ino los borró ambos con una voluntad implacable y le dijo a Kurenai:

—Soy feliz.

Su madre putativa se limitó a mirarla un segundo y después murmuró:

—Si tú lo dices, yo te creo.

La calle estaba repleta a última hora de la tarde y Sai salió de su tienda de tabaco favorita de Bond Street y prácticamente topó con uno de los transeúntes que pasaban junto a la puerta.

—Perdone —murmuró.

—Señoria. Qué agradable chocar con usted. No en un sentido literal, por supuesto.

—El hombre acompañó aquel comentario supuestamente frívolo con una mueca en los labios.

Dios santo, pensó Sai con sarcasmo al verle. Maldita sea, de toda la gente de la maldita ciudad, ¿por qué tenía que ser el hombre a quien menos deseaba ver, quien prácticamente le había arrojado a la acera de un empujón?

—Sí, desde luego.

Kiba Inuzuka también llevaba un paquete.

—Acabo de salir de la tienda de guantes. Hacer recados es muy aburrido, pero supongo que hay que hacerlo de vez en cuando.

—Es inevitable. —Sai le dio la razón con adusta corrección. —Bien, me parece que yo…

—¿Quiere tomar una copa conmigo? Hay una pequeña taberna al final de la calle donde sirven un whisky decente. —Cordial y cosmopolita, el prometido de Ino le miró expectante.

El gentío iba y venía, los carruajes traqueteaban al pasar y quizá fue el ruido y el aturdimiento, o quizá simplemente estaba atontado en ese momento, porque ante la irónica ocurrencia de beber en amigable compañía con su rival, Sai no fue capaz de pensar en una excusa inmediata sin parecer maleducado.

¡Al infierno! Probablemente, Inuzuka ni siquiera sabía que ellos eran rivales.

—Un whisky me parece de lo más apropiado —musitó, y en eso no mintió. Tal vez se bebería toda la botella, pensó cuando se pusieron en marcha.

Resultó que la taberna estaba repleta, entre los parroquianos había una mezcla de hombres bien vestidos, tenderos y comerciantes. Ellos consiguieron encontrar un rincón tranquilo, se sentaron, y una eficiente camarera con acento irlandés se apresuró a servirles.

Inuzuka sonrió con su amabilidad habitual desde el otro extremo de aquella mesa desvencijada. Todo lo relacionado con ese hombre, al infierno con él, era agradable. Apuesto en un sentido discreto, vestía con estilo pero sin artificiosidad y su actitud no era afectada ni fatua, de manera que los hombres le apreciaban y obviamente, si Ino había aceptado casarse con ese bastardo, también atraía a las mujeres.

Demonios.

—De hecho, es una suerte que nos hayamos visto hoy —dijo Inuzuka, con las manos entrelazadas sobre la mesa mientras esperaban las bebidas. —He estado pensando en pedirle opinión sobre un asunto de cierta importancia para mí.

Eso no era lo que Sai esperaba oír. Arqueó una ceja.

—¿Ah?

—En un terreno en el que, en cierto modo, es usted más experto que yo. —Inuzuka soltó una carcajada de autocompasión. —¿He dicho «en cierto modo»? Debería haber eliminado eso de mi primera frase. Digamos que estoy razonablemente seguro, por varias razones, de que será capaz de ayudarme con este dilema.

—¿Qué dilema?

—Bien… tiene que ver con las mujeres, naturalmente. Digamos que supongo que a lo largo de sus… esto… numerosas relaciones pasadas, ha averiguado lo que les complace en cuestión de regalos. Sumando eso al simple hecho de que usted conoce bien a Ino, me preguntaba si podría orientarme sobre qué debo comprarle como regalo de boda.

Sai se quedó mirándolo, preguntándose qué pecado habría cometido para que el destino le castigara con que precisamente el hombre que estaba prometido con la mujer que amaba, le pidiera consejo sobre qué le gustaría a ella para celebrar su enlace. Repasó su vida hasta el momento y decidió que no se le ocurría nada, ni siquiera de sus momentos menos angelicales, que fuera tan malo como para justificar esa tortura en particular.

Al ver que no respondía inmediatamente, Kiba añadió:

—Estoy muy perdido, pero quiero hacerlo bien, como estoy seguro que comprenderá.

¿Dónde demonios está ese whisky?

Sai carraspeó.

—Estoy convencido de que lo que uno le compra a su amante y lo que le compra a su esposa son cosas distintas. Dudo que yo pueda serle de mucha ayuda. Ino no es tan vanidosa como para codiciar joyas o perfumes caros, me temo.

—Lo ve, usted la conoce —señaló Kiba con innegable exactitud. —Con esto ya me ayuda. Continúe.

La camarera llegó con las bebidas como un regalo del cielo. Sai la habría besado, aunque tenía la piel picada de viruela y probablemente veinte años más que él. Levantó el vaso, dio un trago tan largo que estuvo a punto de atragantarse y aceptó con gusto que le abrasara al bajar.

Cuanto más rápido se lo terminara, más pronto podría dar una excusa verosímil e irse.

—La conocía mejor cuando era niña —dijo, lo cual no era la verdad exactamente pero se le acercaba bastante. Aquella chiquilla abierta e inquisitiva había dado paso a una mujer, con sueños de adulta y capacidad para seducir y fascinar. Si él hubiera comprendido esa transformación un poco mejor, quizá no lo habría estropeado todo. —En realidad no hablamos muy a menudo.

—Sí, ya me he dado cuenta de eso. —Kiba bebió un buen sorbo de su vaso.

Por primera vez, Sai captó una expresión vigilante en los ojos de aquel hombre.

Tal vez habría que reconsiderar la situación, pensó sobresaltado.

Asuma dijo que le había parecido que lord Inuzuka había notado el comportamiento de Ino en la fiesta de compromiso. Quizá aquel hombre también era perspicaz en otros sentidos. Asuma había adivinado lo que le pasaba a Sai. Quizá Inuzuka también le veía como un rival.

—No nos vemos muy a menudo —dijo Sai con toda la tranquilidad que le fue posible.

—Ella me lo comentó una vez. —Kiba se recostó un poco en la silla con la mirada penetrante y la expresión firme, si bien no abiertamente hostil. —He de decir que se pone bastante tensa cuando se menciona su nombre.

Maravilloso. Ellos habían hablado sobre él. Aunque Sai dudaba que Ino hubiera dicho algo acerca del beso, estaba convencido de que habría sido poco elogiosa por lo demás. No estaba seguro de cómo justificar esos escarnios, pero hizo todo lo que pudo.

—Creo que en cuanto fue lo suficientemente mayor para comprender todos los comentarios, decidió que yo era bastante menos heroico de lo que pensaba cuando era más pequeña. —Dio otro buen trago del vaso. —Tiene toda la razón, por supuesto.

—Ya —dijo Kiba con aparente indiferencia. —¿Quién sabe cuál será la reacción de una mujer ante las cosas?

Era difícil saber cómo responder, por lo que Sai declinó hacerlo. En lugar de eso apuró la bebida y dejó el vaso en la mesa con un golpe seco.

—Lo siento, pero no puedo ofrecerle una idea brillante para un regalo.

—No es necesario disculparse. —Kiba hizo un gesto de indiferencia con la mano, pero sin alterar el atento escrutinio de su mirada. —En cualquier caso ha sido una charla agradable. Al fin y al cabo, pronto formaremos parte de la misma familia y nos veremos con frecuencia.

Y Sai no sabía cómo demonios iba a soportar eso. Peor que las imágenes de Inuzuka e Ino juntos en la cama, era imaginarla embarazada del hijo de otro hombre, y aquello le producía un desgarro que nunca creyó posible.

—Por supuesto —Kiba siguió con el mismo afable tono de conversación, que apenas se dejaba oír por encima de la ruidosa clientela, —que después de la boda he pensando en llevármela al extranjero una temporada, a Italia tal vez. ¿Cree que lo disfrutará?

No. De ninguna manera; Sai no iba a hablar con Inuzuka del viaje de novios. La palabra «disfrutar» en concreto le irritaba los nervios. Se puso de pie y consiguió fingir una sonrisa.

—Estoy convencido de que sí. A Ino siempre le ha atraído la aventura. Ahora si me disculpa…

—¿Esa atracción por la aventura la ha llevado alguna vez hasta usted, Señoria?

Sai se quedó inmóvil. Entornó los ojos.

—¿Disculpe?

—Cualquiera que no esté ciego se haría esa pregunta. Yo —añadió Kiba sucintamente —no lo estoy. A ella le afecta su presencia. Supongo que a la mayoría de las mujeres les pasa, de modo que quizá no sea algo inusual. Pero tal vez significa algo.

Ese era el momento en el que Sai debía ser capaz de declarar que él nunca la había tocado. Pero la había tocado, la había probado, y aunque un único beso difícilmente la comprometía, él seguía sin estar libre de culpa.

Miró a aquel hombre a los ojos y dijo con sequedad:

—Esté tranquilo, su honor está intacto. Gracias por la copa.

Dio media vuelta y salió de la taberna con un leve sudor en la frente, abriéndose camino a empujones entre los clientes que pululaban.

Una vez en el exterior, bajó la calle decidido e indignado y debió de demostrarlo, porque la gente se apartó a su paso.

Así que lord Inuzuka tenía sus dudas, ¿verdad?

¿Eso era buena o mala señal? Ino podía odiarle aún más si era causa de controversia entre ella y su futuro marido. Pero Inuzuka se había referido al comportamiento de ella, no al suyo.

Necesitaba hablar con Ino.

Eso estaba fuera de duda.

Le sorprendió, pero Naruto descubrió que le gustaba la dulzura del amanecer. No es que él fuera perezoso en absoluto, había días en los que tenía demasiadas cosas que hacer, pero solía acostarse tarde y raramente se levantaba hasta que el sol coronaba el horizonte. Después de pasar algunas mañanas en la cama contemplando cómo se iluminaba el cielo, se dio cuenta de que aquello le gustaba.

Decidió que, por supuesto, ayudaba bastante tener a una mujer cautivadora al lado, y quizá esa fuera la razón por la que de repente desarrolló un apego sentimental por el alba, después de veintiocho años sobre la tierra ignorándola completamente.

Hinata dormía como una niña a su lado, con una mano bajo la mejilla y la respiración tranquila y acompasada. Pero ciertamente ella no tenía nada de infantil en ningún otro sentido. Parte de su cuerpo desnudo y voluptuoso estaba cubierto por las sábanas de seda, y sus senos, coronados de rosa, eran visibles y demasiado tentadores. La espesa cabellera desparramada sobre sus hombros pálidos adornaba la manta con una centelleante cascada de rizos desordenados. Dormida, se parecía a lo que Naruto suponía que era su ideal de mujer, pletórica de elegante sensualidad y atractivo natural.

Y delicada vulnerabilidad femenina, sumada a una admirable fuerza interior que le conmovían.

Naruto se incorporó, se apoyó en las almohadas contemplando aquella silueta flexible y frunció levemente el ceño. Esto era algo sexual y nada más, se recordó con severidad. En el fondo de su corazón él era un hombre práctico.

Pero ella se despertaba temprano y él había descubierto que le gustaba despertarse con ella.

En efecto, en cuanto la habitación se iluminó de modo que los muebles dejaron de ser sombras vagas, y la luz sobre los cortinajes corridos proyectó un cálido reflejo en la alfombra oriental, ella se movió. Sus largas pestañas temblaron, suspiró, se desperezó apenas y abrió los ojos.

—Buenos días.

Hinata se dio la vuelta para obsequiarle con una sonrisa somnolienta. Con un recato para el que ya era algo tarde y que resultaba sobre todo innecesario, tiró de la sábana hasta cubrirse los pechos desnudos, mientras se despertaba con un parpadeo.

—Buenos días.

—Siempre. Cuando me despierto contigo.

—Es demasiado temprano para tu elocuente encanto, Namikaze —rió ella mientras se desperezaba indolente otra vez.

—¿Y si resulta que soy sincero?

—No nos conocemos lo bastante el uno al otro para que sea sincero.

—Siempre existe la posibilidad de que lo sea de todos modos.

Despeinada y exquisita, Hinata era la viva imagen del atractivo femenino. Cercana, cálida y cautivadora. El tuvo que cerrar las manos para abstenerse de tocarla.

Naruto deseaba explicarse. Decir que él no solía quedarse a pasar la noche. Si había bebido más de lo acostumbrado, o si hacía muy mal tiempo, a veces dormía en la cama de la dama con quien había estado, pero eso era por mero espíritu práctico y no porque deseara despertarse al lado de nadie.

Pero no dijo nada. Expresar los verdaderos sentimientos era más difícil de lo que imaginaba. En eso tenía poca práctica. Normalmente no le costaba nada marcharse.

Eso lo había aprendido de su romance con Konan. Mantener el apego al mínimo, porque tal cosa no aportaría más que dolor a su vida. La confianza era frágil y se destrozaba con mucha facilidad.

Hinata se sentó, echó el cabello hacia atrás y deslizó las piernas desnudas por un lado de la cama. Naruto la cogió por la muñeca.

—No te levantes aún, ángel mío.

Ella se echó a reír y le retiró los dedos.

—Perdóname, pero he de…

Él sonrió cuando ella señaló la cortina que separaba discretamente el retrete del resto de la estancia.

—Por supuesto. Qué falta de tacto por mi parte. Date prisa en volver.

Hinata arqueó con delicadeza una ceja oscura.

—Veo que estás en tu estado habitual.

El actual grado de excitación de Naruto, que como la silueta de un mástil erecto levantaba la sábana que le cubría hasta la cintura, era una visible declaración del porqué deseaba que ella volviera con la mayor premura posible. Hizo una mueca.

—Esto es un cumplido a tu incomparable encanto —dijo. —Una causa y su efecto directo. En el momento en el que despertaste, cierta parte de mi anatomía hizo lo mismo.

«Y eres en verdad encantadora», pensó mientras la veía cruzar la habitación para ocuparse de una necesidad humana básica. Esa piel tan blanca, como bañada de rocío, y esas curvas redondeadas y perfectas… Cuando Hinata volvió pocos minutos después, él disfrutó del privilegio de contemplar el balanceo de sus pechos a cada paso, de aquella exquisita carne que atraía su boca y sus manos.

Ella volvió a subir a su lado con una mirada expectante en su precioso rostro. Naruto olió el aroma característico del jabón de violetas, y la miró a su vez con los párpados ligeramente entornados, mientras se recostaba en las almohadas.

A medida que su timidez y su turbación se desvanecían de día en día, Hinata estaba empezando a explorar su faceta pasional. Asistir a esa evolución era fascinante, y él tenía la fortuna de participar de ese viaje. Ella era virgen en todos los sentidos salvo en el físico cuando había acudido a él, y cada vez que hacía el amor era un poco más audaz.

Se preguntó si cuando todo esto hubiera terminado, Hinata habría cambiado de opinión sobre el matrimonio. Suponía que, como mínimo, se buscaría un amante.

Pensar en eso le hizo entornar los ojos, un molesto arrebato de posesión mitigó su deseo por un momento. Hinata, de lado junto a él, con aquellos sedosas mechas oscuros desparramados sobre los hombros y la espalda, se mordió el labio inferior y abrió los ojos un poco más.

—¿Pasa algo malo?

El no podía retenerla. Esto era lujuria transitoria, nada más. Con cualquier otra mujer sería algo pasajero y con ella sería igual. Por otro lado, era demasiado joven y casadera para ser su amante, y la posibilidad de que fuera estéril era un riesgo demasiado importante para que él considerara algún tipo de acuerdo distinto.

De hecho, apenas podía creer que esa opción se le hubiera ocurrido, aunque fuera a la ligera.

El momento pasó. Naruto sonrió, preguntándose si esos pocos días en un ambiente campestre habían alterado el equilibrio de su condición de hombre de mundo. Tal vez había respirado demasiado aire fresco o se había excedido con la mantequilla casera. O quizá, con una joven preciosidad desnuda y disponible a su lado, y sin otra cosa que hacer en todo el día más que disfrutar de su cuerpo cálido y complaciente, su impetuosa ansia sexual se había apropiado del control de su cerebro. La semana próxima había sesión del Parlamento y tendría que volver a su rutina habitual. Por ahora no debía complicar las cosas y limitarse a vivir el momento. Tantos días de vida relajada eran una excepción.

—No pasa nada malo, más bien al contrario. —Se acercó a ella y le acarició la mejilla primero. Después deslizó los dedos con mucha suavidad por el arco de su cuello. —Hace una mañana maravillosa y estás desnuda a mi lado. ¿Qué puede haber de malo, ángel mío?

—No lo sé. Por un momento, parecías un poco… feroz.

—Lo único feroz que hay en mí es lo mucho que te deseo.

Aquel instante se convirtió en pasado cuando él se inclinó hacia delante y la besó; le rozó los labios con la boca, saboreándolos. Ella respondió como lo hacía siempre, después de una breve vacilación que significaba que estaba haciendo progresos en el mundo del placer carnal, pero que acababa de iniciarse en ese camino.

El estaba más que encantado de ser su guía y así, la idea de una mañana entre las sábanas, tiñó su mundo de un brillo rosado y borró su efímera y atípica reflexión sobre el tema de la permanencia.

—Así.

Aquellas palabras, musitadas junto a la boca de Hinata, fueron acompañadas de la ansiedad de sus manos.

Hinata obedeció. Era terrorífico admitirlo, pero probablemente ella haría todo lo que le pidiera. Sobre todo después del subyugador beso que acababan de compartir. Era vagamente consciente del gorjeo de los pájaros en el exterior, del aroma refrescante de la brisa de la madrugada que entraba por la ventana abierta, del elegante dosel de seda de la cama y de la luz creciente de la habitación a medida que nacía el día…

Pero en aquel momento para Hinata el mundo entero era él.

Y lo que él deseaba, en apariencia, era que ella se sentara a horcajadas sobre sus esbeltas caderas.

Naruto, con su cabello rubio alborotado y sus llamativos rasgos clásicos sobre el fondo blanco de la almohada, parecía una especie de príncipe medieval decadente. Su piel estaba teñida de un levísimo rubor y su torso musculoso se elevaba a un ritmo ligeramente agitado.

—Tómame en tus manos y guíame.

La confusión de Hinata debió de ser evidente.

—Dentro de ti —aclaró él, y la pequeña mueca de sus labios reveló cómo le divertía la ignorancia de ella. —El hombre no siempre ha de estar encima.

La idea de que pudiera haber más de una posición era un tanto sorprendente. Hasta el momento, aquello había sido completamente diferente en todos los sentidos posibles y Hinata daba sinceras gracias a Dios por ello; pero la mecánica del asunto era la misma que recordaba con Sasori. Tumbada sobre la espalda con las piernas separadas y Naruto encima.

—A algunas mujeres les gusta mucho. Veamos si a ti también. —Su voz tenía aquel leve matiz rasposo que ella había terminado por asociar al anhelo sexual.

Algunas mujeres. Él lo sabía, por supuesto, pensó con un indeseado e irracional… resentimiento. El duque Namikaze probablemente era capaz de dibujar gráficos y escribir ensayos sobre las preferencias sexuales de la mayoría de las damas de la alta sociedad del momento, incluidas sus posturas ideales.

El pene erecto se levantó con firmeza sobre el abdomen plano de Naruto; en la punta brillaba la evidencia líquida de su deseo. Hinata se desplazó un poco hacia delante. Guiada por las manos de él puso los dedos alrededor de la carne hinchada y se levantó un poco para colocar la punta en la entrada de su sexo.

Él emitió un pequeño sonido inarticulado, sus dedos se tensaron un instante sobre las caderas de ella cuando se dejó caer, y el miembro se deslizó despacio en su interior hasta que el extremo le llegó al útero. Hinata se vio una vez más en la habitual y frustrante situación de no saber exactamente cómo proceder, pero cuando empezó a moverse, Naruto la ayudó susurrándole frases y palabras de ánimo. Mientras se alzaba y caía, Hinata sentía bajo las palmas de las manos el pecho ardiente y duro de él, y finalmente se habituó a un ritmo y el placer desplazó a la incomodidad.

Si ladeaba un poco el cuerpo, la sensación era tan sublime que la hacía temblar. Era una fricción deliciosamente perfecta y apasionada y ambos se contemplaron, mientras sus cuerpos escalaban la cúspide común. Arriba, abajo, arriba otra vez… Dios santo, no podía contenerse, sobre todo cuando él movía la mano entre ambos y hacia algo muy malicioso con el pulgar, justo en el punto adecuado.

—Creo que este sería un buen momento, cariño. —Él pronunció esas palabras con un siseo entre clientes. Sus caderas embestían hacia arriba para encontrarse con ella, que se deslizaba hacia abajo.

El mundo de Hinata se desmoronó. Lo mismo hizo su cuerpo tembloroso, mientras emitía un pequeño chillido y encogía los hombros, apretando la cara contra el cuello de Naruto, y rompía y se retiraba oleada tras oleada, hasta que se quedó temblando y sin fuerzas, derrotada en las secuelas del orgasmo.

Él gimió abrazándola con fuerza y se quedó inmóvil, penetrándola hasta una profundidad imposible, y ella sintió su eyaculación como una ola a través de la bruma.

Jadeantes, sudorosos, silenciosos, yacieron juntos en un indolente abandono. Finalmente él rió en voz baja.

—Me atrevería a decir que has disfrutado siendo un poco más aventurera. Hay más cosas qué aprender, ¿sabes?, y aún nos quedan tres días.

Una caprichosa parte del cerebro de Hinata tradujo esas palabras. Solo tres días.

—Estoy segura de que sabes todo lo que hay que saber, Namikaze.

Consiguió levantar la cabeza y confió en que su expresión fuera tan neutra como pretendía. Quería ser distante, ser indiferente, al estilo de las mujeres a las que él estaba acostumbrado, porque si conseguía emular con eficacia a una de esas sofisticadas bellezas de la buena sociedad, tal vez podría asumir la displicente actitud de estas ante las relaciones sexuales superficiales. En ella había una faceta perversa tremendamente curiosa, e hizo la pregunta que estaba en la retaguardia de su mente casi desde el momento en el que le conoció.

—Dime, entre todas las mujeres que has conocido, ¿hubo alguna vez alguien especial?

Probablemente era una pregunta malintencionada y que, pese a la postura íntima en la que se encontraban, no era asunto suyo, pero Hinata quería saberlo.

—Todas ellas. —La voz de Naruto tenía aquel familiar encanto frívolo e irónico, pero en su mandíbula se tensó un músculo.

Allí estaba otra vez, una especie de relámpago en su rostro, algo que ella no lograba entender.

Le miró con todo el escepticismo que le permitía su estado lánguido y placentero. Aún sentía vibraciones en el cuerpo y el sexo de Naruto seguía dentro de ella.

—Ese no es mi tema favorito —admitió él con un sombrío candor, al cabo de un momento. Sus atractivas facciones expresaban algo que ella interpretó como un matiz de reproche, y la mirada de sus ojos azules era difícil de interpretar.

Puesto que él ya había confesado que el matrimonio no le interesaba, ella lo entendió e intentó soslayar la tristeza de estar aparentemente incluida en aquella cifra incalculable de amoríos pasados. Eso no importaba, se dijo de pronto con una lógica implacable. Ella comprendía el juego y él había cumplido con creces su parte del trato.

Era gentil, ardiente, hábil y generoso.

Esta era la semana más hermosa de su vida, pero él la olvidaría, y ante esa verdad incuestionable Hinata se sintió sumida en una intensa sensación de pesar. El no era un amante constante y desde luego nunca había prometido serlo, de manera que no tenía derecho a concebir esperanzas de ningún tipo.

En la frente de Naruto había una pequeña gota de sudor y, dispuesta a saborear cada segundo y a desechar cualquier pensamiento que interfiriera en ello, Hinata la secó con la punta del dedo en un gesto juguetón.

—¿Se da cuenta, excelencia, de que puede verse en apuros para superar su despliegue de romanticismo de anoche?

Aunque se marchara de allí sin nada más, Hinata siempre conservaría el recuerdo de una terraza a la luz de la luna y de unos brazos fuertes que la rodeaban, mientras ellos se movían al ritmo de una preciosa y silenciosa danza.

Naruto arqueó una ceja y sonrió con languidez e infinita malicia, como un auténtico tributo a su sobrenombre.

—¿Me desafía, lady Hyuga?

—Supongo que puede interpretarse así.

—Mmm. —Naruto le dibujó el contorno de la columna vertebral hasta la curva de una nalga desnuda, abarcó el trasero con la mano y apretó levemente. —Tendré que ser creativo, ¿verdad?

—¿Para superar a lord Sai? Le conoces mejor que yo, pero dado que él participa en la apuesta, imagino que también pondrá todo su empeño.

Para sorpresa de Hinata, aquello apareció de nuevo. Cierto destello lúgubre en la expresión, que cruzó la cara de Naruto y que solo podía describirse como enojo. Se dio cuenta de que él solo había mencionado al conde un par de veces en los últimos días. La propia apuesta tampoco había sido tema de conversación.

—No es su empeño lo que me preocupa —musitó él.

Eso provocó una carcajada que Hinata no pudo reprimir, aunque tuvo la sensación de que su sonrisa era algo trémula.

—No es que quiera alimentar tu arrogancia, pero en cualquier caso dudo que debas preocuparte.

—¿Te he impresionado? —Él curvó la boca con aquel gesto pícaro y familiar, y le levantó ligeramente la barbilla con el dedo. Ella sintió con desazón que aquello la perseguiría en sueños.

Habría sido mejor que hubiera sabido mentir. En lugar de eso dijo sin más:

—Sí.

Él le dio media vuelta y la impresionó otra vez.


Continua