Naruto Y Hinata en:
LA APUESTA
Diez
La desesperación era una fuerza poderosa cuando se trataba de ingeniar métodos, decidió Sai burlándose con ironía de sí mismo mientras se arrastraba hasta la cornisa y recuperaba el aliento. Lo que estaba haciendo era indigno e imprudente, pero esperaba que demostrara su tesón y la profundidad de sus sentimientos.
Lo único que quería era tener una conversación breve y civilizada. Bueno, eso no era lo único que quería, pero le daría la oportunidad de explicarse.
La ventana estaba entreabierta porque la noche era calurosa, algo con lo que él contaba. Se apostó en su estrecho puesto de vigilancia, oyó un murmullo de voces en el interior y esperó a que la doncella de Ino se fuera. Cuando le llegó el leve sonido de la puerta al cerrarse, se preparó confiando en que el objeto de su visita no chillara hasta echar la casa abajo.
Por suerte para él, ella estaba de espaldas cuando apartó las cortinas y se deslizó al interior de la alcoba. Ino estaba sentada ante el tocador y no se percató de su abrupta aparición hasta que le vio reflejado en el espejo; entonces abrió los ojos como platos.
—No —dijo él inmediatamente. —Si gritas, todos los de la casa sabrán que estoy en tu dormitorio.
La boca de ella, que ya estaba abierta, se cerró de golpe. Ino se dio la vuelta en la silla con tanta violencia que casi se cayó al suelo. Recuperó el equilibrio y le miró colérica a los ojos. Las mejillas le ardían.
—Sal de aquí.
Sai, que no esperaba un recibimiento cálido, no se amedrentó.
—No. No hasta que hablemos unos minutos.
—¿Estás loco? Acabas de entrar a rastras por la ventana. Si deseas hablar conmigo, pídelo de forma normal —dijo ella con sequedad, y añadió: —milord.
Al oír aquel tratamiento formal él casi se echó a reír. Ino le había llamado por su nombre de pila desde que era una niña, pero en la situación actual, Sai se sentía demasiado desgraciado para que algo le pareciera gracioso, y se limitó a mirarla con una expresión que esperaba que fuera neutra.
—Lo he intentado. Por si no te has dado cuenta, esta semana he bebido más tazas de insípido té que en todo el año pasado. He ido a fiestas a las que en mi estado normal ni se me habría ocurrido asistir, y me he esforzado en soportar hasta el final unas cuantas cenas aquí. Es imposible estar a solas contigo ni un minuto, querida. Esta es la solución que se me ha ocurrido. A menos que desees un escándalo, no puedes alertar de mi presencia.
Ella se quedó mirándolo como si realmente estuviera loco y él tampoco estaba seguro de no estarlo. Por todos los diablos, esta era la casa de su tío y podía entrar por la puerta siempre que quisiera con total impunidad, y ser bien recibido. No obstante, ni siquiera el tolerante Asuma permitiría que estuviera en la habitación de Ino.
Sai expuso con cinismo y amargura evidentes:
—¿Has olvidado mi carta? Por favor, no intentes decirme que no la recibiste, Ino.
—No la leí. La tiré.
Aquella confirmación no favoreció en nada la seguridad de Sai, que dijo con voz queda:
—Ya veo. Me alegro de haber perdido el tiempo.
—¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué estás haciendo esto? —Como si de pronto se hubiera dado cuenta de que solo llevaba puesto el camisón, Ino se llevó la mano al escote y la apoyó allí. —A Kiba no le gustaría encontrarte aquí.
—No le he pedido permiso.
Al infierno con lord Inuzuka. Sai la amaba.
—Te ruego nuevamente que te vayas.
Por todos los demonios, ella tenía un aspecto encantador, cubierta únicamente de encajes y bordados blancos, con el cabello dorado suelto alrededor de los hombros y la cara ladeada, de forma que él podía contemplar aquel perfil perfecto. Sus largas pestañas proyectaban sombras sobre sus mejillas.
—No hasta que no haya dicho unas cuantas cosas. —Sai no se movió de su puesto junto a la ventana y, en lugar de eso, apoyó un hombro en el marco. No estaba seguro de poder prometer una conducta caballerosa si se acercaba a ella. —¿Puedo hablar?
—¿Puedo impedirlo? —La voz de Ino estaba llena de resentimiento. —Ya has irrumpido aquí y me has amenazado. No veo que tenga elección.
—He trepado por el muro de la casa de mi propio tío, arriesgándome a partirme el cuello. —Sai cruzó los brazos sobre el pecho. —¿Eso no te dice que debe ser importante?
Ino levantó la barbilla sin dejar de sujetarse el camisón al cuello, como si él fuera un canalla capaz de abalanzarse sobre ella.
—No puedo imaginar qué tenemos que decirnos. Yo estoy prometida y tú eres… tú.
Aquello le dolió, sobre todo dicho en un tono tan mordaz. «Tú eres tú.»
—Sí, lo soy. Un hombre. Uno que comete fallos normales como cualquier otro —dijo él con una voz letal.
—¿Normales? No todos los hombres fornican indiscriminadamente con todas las mujeres con las que se topan. —Se levantó, caminó hasta el otro extremo de la habitación y se volvió hacia él. —Lo que sea que hayas venido a buscar, no vas a encontrarlo. Perdí toda fe en ti hace un año, y me doy cuenta de que, para empezar, esa fe estaba fuera de lugar. Sé que fui absolutamente ingenua y estúpida al enamorarme de ti, pero ya no soy esa misma inocente fascinada que era. ¿Ya no era inocente?
Sai rechazó aquella idea con una sensación de opresión en el pecho. Dio un paso hacia delante de forma involuntaria.
—¿Él te ha puesto en una situación comprometida?
Ante el tono acusatorio de su voz, las mejillas de Ino se tiñeron de carmesí.
—Por supuesto que no. Si te refieres a Kiba, él jamás lo haría. No todo el mundo es como tú.
Ahí estaba otra vez esa palabra, lanzada contra él como un dardo. De todas formas, Sai sintió una oleada de alivio. No, Inuzuka no la había tocado, de ahí el rencor y las suspicacias de aquel hombre durante aquella copa, no especialmente amigable, que habían compartido. Cuando se trataba de ella, Sai carecía de perspectiva.
El desprecio que ella le mostraba le hizo sentir vergüenza, aunque esperaba no demostrarlo, y dijo entre dientes:
—No soy un santo. Nunca he pretendido serlo. Pero tampoco carezco de conciencia. Por eso estoy aquí. Nunca tuve la oportunidad de disculparme por lo que pasó, salvo por carta y por lo visto eso no basta para ti.
—¿Lo que pasó? —Se alzaron unas cejas doradas.
—En la biblioteca —aclaró él con brusquedad.
—Ah. —Fue una respuesta de una sola palabra, fría, como una piedra en invierno.
Una brisa suave hizo crujir las cortinas a espaldas de Sai, que dijo con voz tranquila:
—Te besé. ¿Lo recuerdas?
Sai sabía que ella lo recordaba. Ella sabía que él lo sabía. Los ojos de Ino centellearon.
—De hecho, me acuerdo de ese día. De todo.
—Te hice daño —observó con ternura.
—No te hagas ilusiones, milord.
Ino mentía si lo negaba. Igual que él había visto la felicidad en sus ojos desorbitados después del beso, recordaba a la perfección la mirada pálida y aterrorizada de su rostro cuando ella salió bruscamente del invernadero donde le había descubierto con Hotaru. Sai suponía que en realidad no tenía importancia que a continuación él se hubiera disculpado con Hotaru y se hubiera marchado.
El daño ya estaba hecho. Aquella no había sido una velada afortunada. Después de que Ino saliera corriendo y llorando de la estancia, Hotaru había aireado su indignada decepción ante su retirada. Sai no sabía si alguien podía sentirse tan canalla y despreciable como él. Aquella noche se había llevado una botella de coñac a la cama, pero no a lady Hotaru.
Luchando por recuperar una calma que en realidad no sentía, dijo:
—Eso es lo que hemos de hablar, Ino. El beso y lo que pasó después, porque una cosa y otra están directamente relacionadas.
—No veo cómo un simple beso puede estar relacionado con tu sórdido y repugnante comportamiento posterior.
El cabello de Ino brillaba bajo la luz de una sola lámpara, sus mechones rubios enmarcaban aquellas delicadas facciones. Sus ojos azul verdoso le miraban con evidente censura.
—Sé que te decepcioné, pero no fue algo intencionado. Además fue un simple beso y nada más, y ambos lo sabemos.
Los labios de Ino temblaron ligeramente.
—Para ti solo uno más entre un millar, estoy segura. Por favor, no intentes decirme que aquello tuvo algún significado. Yo te vi después, Sai. Y según dicen todos desde entonces no has vivido como un monje precisamente. Hay maridos indignados por todas partes, que pueden confirmar esa suposición, como aquel esposo ofendido, por ejemplo. He de admitir que no me sorprendió cuando esa historia salió a la luz.
—Yo nunca he aspirado a la santidad. Lo único que puedo decir es que ese asunto no tuvo nada que ver conmigo. Nunca. No estoy seguro de qué otros comentarios te han llegado, pero créeme, lo que he hecho este último año ha sido pensar en ti.
—¿Todo por un beso? Perdona mi escepticismo, pero que sepas que eso es difícil de creer.
Confiando en que ella captara la sinceridad de su voz, él le dijo la verdad.
—Ese beso cambió mi vida.
¿Cómo podía hacerle esto a ella? La última semana había sido una tortura, porque de pronto Sai parecía estar en todas partes, era imposible no hacerle caso… ¿Y ahora esto? Él tenía razón. Ino le había evitado de forma deliberada tanto como pudo, porque lo último que quería era recordar su infortunado encaprichamiento con el desleal y notorio conde de Anbu.
Pero ciertamente ahora no podía evitarle. No cuando él estaba allí de pie, en su dormitorio nada menos. Esa austera belleza masculina en las sombras y las hendiduras de su rostro bajo la luz tenue; ese denso cabello oscuro rozando el cuello de su fina camisa de lino, que realzaba la impresionante anchura de sus hombros. Y aunque para esa peligrosa ascensión no se hubiera puesto ni corbata ni chaqueta, los pantalones negros y las botas de caña alta destacaban la longitud de sus piernas.
Era desconcertante que él hubiera hecho todo eso, y esa última declaración la había dejado sin palabras.
—Aquel beso… —repitió Sai con la misma voz ronca —ese que nunca hubiera debido suceder… cambió mi vida, Ino. Te juro por mi honor que es cierto.
¿Acababa de decir la palabra «honor»?
Pero el recuerdo todavía era muy doloroso, como una herida en carne viva que se negaba a cicatrizar, y por ello Ino dijo con amarga convicción:
—Estoy segura de que eres capaz de afirmar todo tipo de cosas, poniendo tu honor como prueba de tu convicción, dado que este no existe.
Sai torció el gesto apenas y ella supo que le había herido en lo más profundo.
—Supongo que no me sorprende que tengas una opinión tan pobre de mí, puesto que ya lo has dejado claro. Pero también es verdad que nos conocemos desde hace mucho tiempo así que, ¿no podrías hacerme el favor de escucharme? —En sus ojos oscuros, había una inusual mirada de súplica. —Seguro que estás intrigada, visto que lo que tengo que decir es lo suficientemente importante como para que haya arriesgado el cuello para contártelo.
Ella sentía curiosidad, pero admitirlo parecería una debilidad. La capacidad de seducción de Sai estaba fuera de duda. Por otro lado, ella había mentido abiertamente con respecto a la carta.
Lo que no estaba tan claro era su capacidad de resistencia. Tal vez no había llegado en absoluto a la sofisticación y experiencia de él, pero al menos era lo suficientemente inteligente para darse cuenta de ello y saber que bajar la guardia, ni tan siquiera un segundo, era una imprudencia. En su estado actual de escasa satisfacción ante su inminente matrimonio, Sai era un peligro.
—No —mintió. —No me intriga lo más mínimo.
Sai tensó un músculo de la mandíbula.
—Mi familia… y… yo nos hemos ocupado de ti durante todos estos años y eso debe valer para algo.
—Eso no es justo. —Ella se irguió y le miró fijamente. —No es culpa mía que me quedara huérfana.
—No, claro que no. —Su implacable expresión no varió. —Pero creo que yo hablo de algo más que de justicia. Al menos me debes una oportunidad de hablar. ¿Hablamos?
Él era el conde, su título le convertía en última instancia en el responsable, en el aspecto financiero, de la propiedad que ella consideraba su hogar, y sí, su familia había sido más que generosa con ella y lo sabía. Si no por él mismo, al menos por Asuma y Kurenai le debía algo a Sai. Ino inclinó la cabeza con cierta descortesía.
—De acuerdo —dijo.
El fantasma de su usual y maravillosa sonrisa planeó sobre la boca de Sai.
—Primero me veo obligado a suplicar y luego al chantaje.
—Limítate a decir eso que te parece tan endiabladamente importante y luego vete. Si alguien te encontrara en mi dormitorio, a la hora que sea e incluso completamente vestido, para mí sería la ruina.
Por desgracia eso era cierto. Ino dudaba de que Kiba lo entendiera, por muy comprensivo que fuera.
Pero en cuanto obtuvo el permiso, Sai pareció dudar. Al cabo de un momento dijo simplemente:
—Nada de lo que pasó ese día fue tal como yo pretendía. No tenía intención de besarte y tampoco tenía intención de tocar a Hotaru después, y aquello no pasó de ahí. Si lo recuerdas, yo llevaba días evitándola.
Ella recordaba a la coqueta condesa porque la estuvo observando devorada por los celos, mientras lady Hotaru perseguía sin piedad a Sai con un propósito tan evidente, que no podía pasar inadvertido ni a una ingenua jovencita.
—Aquella noche en el invernadero, desde luego no la estabas evitando —dijo con dureza.
—Eso fue porque te había besado a ti antes.
—Nunca en mi vida he oído algo tan absurdo.
—¿No? Bien, escucha. —Había cierto matiz irónico en su voz. —Si quieres algo absurdo yo puedo proporcionártelo. Aquella tarde, cuando te tuve entre mis brazos, me di cuenta de que con respecto a ti solo tenía una elección, y esa era retirarme o actuar con intenciones honorables. No intento ocultar que pensar en eso último me alteró en lo más profundo. Cuando más tarde Hotaru se me acercó, yo estaba intentando negar que tuviera que tomar una decisión. La conciencia de que mi vida iba a cambiar de forma tan radical no era fácil de asumir. No soy el primer hombre que se asusta ante la idea del amor, y mucho menos del matrimonio.
¿El… Sai Shin, cuya indiferencia era tristemente famosa… acababa de pronunciar las palabras amor y matrimonio en la misma frase?
Y lo que es más, Ino recordaba muy bien la mirada que había en el rostro de él cuando se fue de la biblioteca de forma tan repentina. Tal vez existía la posibilidad de que estuviera diciendo la verdad.
—Supongo que pensé —siguió Sai—que un breve episodio con una mujer complaciente podría curar mi locura momentánea.
Notar que su corazón había empezado a latir más deprisa era irritante.
—¿Y fue así? —preguntó Ino en un tono lo más frío posible.
Pero tenía las palmas de las manos húmedas. Había un gesto en la boca de Sai que era nuevo para ella; pensó que aunque fuera tan alto y varonil, en aquel hombre al que siempre había considerado invencible había una chispa de vulnerabilidad.
Eso era lo último que le convenía. El dijo en voz baja:
—No. Como acabo de decir, no pasó nada más que lo que tú viste. En cuanto tú saliste de allí yo también me fui. Hotaru estaba furiosa, créeme.
—Disculpa que no sienta mucha lástima por ella —espetó Ino. —De todos modos, lo que me pasó ya me parece más que suficiente. Ella estaba medio desnuda y tú estabas… —Se detuvo, avergonzada. Sin duda él había acariciado los pechos de tantas mujeres, que no le daba la menor importancia a aquel incidente.
Para su pesar, Sai interpretó sus titubeos al hablar como lo que eran.
—Eso es porque tú aún eres muy inocente, lo cual es parte de nuestro problema. Confía en mí, hay mucho más.
—¿Confiar en ti? Por favor. Además nosotros no tenemos ningún problema en común. Nosotros no compartimos nada. —Ino escupió deliberadamente cada palabra.
—Vamos, Ino, eso no es verdad. —La expresión de Sai era dura, casi acusatoria. —Tú me evitas. Dios sabe que yo he intentado mantenerme alejado de ti. No nos funciona. A ninguno de los dos. Otras personas lo han notado. Tu prometido lo ha notado, por Dios santo.
—Deja a Kiba al margen de esta… ridícula discusión. Para empezar no estoy segura de por qué la estamos teniendo. —Apretó las manos como puños y tuvo una extraña sensación en el estómago, como si se hubiera tragado algo indigesto. —En cualquier caso, ¿cómo puedes saber tú lo que él piensa?
—Los hombres tienen una forma de comunicarse más directa que las mujeres —dijo él con una sonrisa leve e irónica. —Por lo general, cuando nos ronda algo en la cabeza, simplemente preguntamos para aclarar el asunto. Si la respuesta no es de nuestro agrado, a veces utilizamos los puños o las pistolas al amanecer. Es propio de bárbaros, lo sé, pero nosotros tendemos a ser más directos con los temas del mundo que nos rodea.
Ino le clavó la mirada.
—¿El te preguntó por mí? Por…
—¿Nosotros? —añadió él. —Me temo que sí.
Sí, definitivamente ella tenía el estómago revuelto.
—¿Y tú qué le contaste?
Sai alzó una ceja con un gesto de exasperación.
—Nada. Yo soy un caballero, aunque tú opines todo lo contrario.
—¿De verdad esperas que crea eso?
—¿Qué otra cosa puedo ofrecerte aparte de la verdad? Para eso estoy aquí.
Él estaba allí de pie, tan apuesto como siempre, aunque no hubiera rastro de su notable encanto. Su cara tenía por el contrario una expresión clara, franca, nada parecido a su habitual y carismático atractivo indolente.
No había duda de que las rodillas de Ino habían empezado a temblar. Ella hizo lo posible por aparentar compostura, pero en realidad su mente era un torbellino.
—Déjame ver si entiendo eso que has venido a contarme desde tan lejos. Después de besarme aquella tarde, te preocupó que cualquier jugueteo amoroso posterior te colocara en la peligrosa situación de hacer algo impensable como casarte conmigo, y en lugar de eso utilizaste de forma desalmada a otra mujer para calmar tu lujuria. ¿Tengo razón?
El suspiró y pasó los dedos por su espesa cabellera. Ino no sabía cómo era posible que estuviera aún más atractivo cuando lo tenía revuelto, pero de algún modo así era, por lo visto.
—Dicho de esa forma suena bastante mal, eso es cierto. No piensas ponérmelo fácil, ¿verdad? Y como ya he dicho, yo no calmé nada.
—¿Hay alguna razón por la que deba ponértelo fácil? —Me comporté de un modo abominable, así que imagino que no.
Ino, perfectamente consciente de que no iba vestida, cruzó los brazos sobre el pecho.
—Por fin hay un punto en el que estamos de acuerdo.
—Ino, te amo. «¿Qué acaba de decir?» Ella dejó de respirar.
Maldito fuera, pensó sin fuerzas, Sai ya no debería ser capaz de hacerle esto.
Pero lo era. Que Dios la ayudara, era capaz.
—Te amo —repitió él en voz baja. —No puedo pensar en otra cosa y, francamente, me estoy volviendo loco. Me costó un año y tu maldito compromiso darme cuenta de lo intenso que es, pero te juro que es verdad.
Ella avanzó a ciegas hacia el tocador y se sentó. Inspiró temblando una profunda bocanada de aire y preguntó:
—¿Fue por eso por lo que apostaste ante los ojos de toda la alta sociedad que eras el amante más hábil de toda Inglaterra? Ese tipo de alarde no procede de un hombre que algún día va a ser fiel a una sola mujer.
—Todo lo contrario, ese es justo el tipo de comportamiento idiota provocado por ese sentimiento tristemente célebre que acabo de declararte, querida. —Sonreía con tristeza. —En este caso, se vio inspirado por el anuncio de tu compromiso en el periódico. Durante mucho tiempo he estado intentando aceptar no solo mis sentimientos, sino la idea de que te había alejado para siempre. Y allí estaba la prueba impresa de que nunca tendría la oportunidad de hacer nada respecto a ninguno de los dos problemas. Añade una buena dosis de clarete a la situación, y un hombre es capaz de hacer algo bastante estúpido.
No podía decirlo en serio. «Por favor, no permitas que ninguna parte de mí crea que lo dice en serio.»
—Eso fue una estupidez —musitó ella.
El dio un paso hacia delante.
—Bastante parecido a trepar por un muro y deslizarse por una ventana, como un personaje de novela.
Aunque Ino rechazaba la idea de que él pudiera tocarla, una traicionera parte de sí misma lo deseaba. Tres pasos más… quizá cuatro, y él podría volver a tomarla en sus brazos y…
Enderezó la espalda. Se recordó a sí misma aquella terrible traición del año anterior y la infelicidad resultante.
—No te acerques más. Por favor, solo… vete.
Él se quedó inmóvil, con los brazos en los costados. La tenue luz resaltaba los ángulos de su cara.
—Ino.
Ignorar la honda plegaria que había en su voz fue la cosa más difícil que ella había hecho en su vida.
—Por favor.
Si él la acariciaba una vez, solo una, ella podría derrumbarse.
Horrorizada notó una lágrima, que bajó lentamente por su mejilla como una gota cálida y cayó en sus manos, unidas sobre el regazo con tanta fiereza que le dolían los nudillos.
Y pensar que había jurado no derramar nunca otra lágrima por él. Cómo se atrevía Sai, después de todas sus múltiples ofensas, a convertirla además en mentirosa.
Él se quedó allí de pie sin más y luego, para sorpresa de Ino, inclinó la cabeza y cumplió con lo que ella le había pedido sin añadir una palabra. Se coló por la ventana y desapareció de su vista.
Estaba sola.
Si se hubiera caído y se hubiera partido el cuello, al menos no estaría en su actual estado de infelicidad y frustración, decidió Sai mientras recorría las dos manzanas hasta su propia casa; pero no se cayó. Aparte de eso, su brillante plan había fallado por completo por culpa de una lágrima. No podía soportar hacerla llorar.
Tenía muchos defectos, probablemente demasiados para llevar la cuenta, pero no era cruel. La mirada de Ino le había dicho todo lo que necesitaba saber sobre lo que él le había hecho pasar ya, y si hubiera seguido adelante y hubiera puesto en práctica la seducción, después se habría odiado a sí mismo.
Y algo peor, tal vez ella le odiaría también.
La única parte agradable de todo aquello, pensó al entrar en su casa y dirigirse al estudio, era que habría podido seducirla. Estaba allí, en sus ojos, mientras le miraba fijamente, en su reacción de pánico cuando él avanzó un paso hacia ella, en la tensión de ese cuerpo tan deseable.
De manera que la partida no estaba perdida. Solo necesitaba replantear la estrategia.
Se sirvió una copa de coñac, se sentó detrás del escritorio y meditó frente a la chimenea vacía.
Por un lado abandonaría esa ridícula apuesta. No iba a marcharse una semana con la deliciosa lady Hyuga. Debía afrontarlo. ¿Y si existía la más mínima posibilidad de que Ino cambiara de idea, y él lo echaba a perder por comprometer aún más su reputación que ya era muy poco intachable? Esperaba que Naruto estuviera pasándolo bien, pero tenía serias dudas de ser capaz de afrontar ese asunto con parecido entusiasmo. No, cuando al otro lado de la balanza estaba toda su felicidad futura.
La única mujer que él deseaba era Ino. Con ella o sin ella, tenía la sensación de que sus días de calavera se habían terminado.
La carta trajo consigo un sentimiento de decepción muy real. Naruto leyó la nota por segunda vez y después la dejó a un lado y sopesó sus opciones. En realidad solo había una.
—¿Malas noticias? —Hinata le miró desde el otro lado de la mesa con el ceño fruncido, preocupada.
El esperaba con ansia otro paseo a caballo a lo largo del río y quizá convencerla de nadar a media tarde. Ella le había confesado que siempre había querido aprender. Hinata, desnuda en el agua, ofrecía varias posibilidades tentadoras.
—Me temo que he de volver a Londres.
—Ah, ya veo. —Por un momento, ella apartó la mirada como fascinada por algo al otro lado de la ventana, pero después se dio la vuelta con una expresión de resignación en la cara. —Espero que no haya ningún problema.
Pese a que él no solía dar explicaciones, y mucho menos a sus amantes ocasionales, descubrió que reaccionaba al repentino distanciamiento en la mirada de ella.
—El primer ministro desea reunirse conmigo. Presido un comité y al parecer hay un asunto que le gustaría que transmitiera a los demás miembros antes de la reunión de la semana próxima.
Ella sonrió con cierta melancolía.
—Ya imaginé que una semana fuera era demasiado para que un hombre de tus responsabilidades se la concediera a alguien. Me pregunté cómo ibas a arreglártelas.
¿Realmente ella pensaba que él le había concedido algo? La miró y se dio cuenta de lo confortable que era estar sentado disfrutando de algo tan banal como un sencillo almuerzo frío, sobre todo porque le gustaba la compañía de ella. Aparte de su insólita belleza, era peculiar porque no practicaba ninguna triquiñuela femenina. En su opinión, y después de pasar cinco placenteros días en su compañía, Hinata Hyuga carecía de artificios. Tampoco le impresionaban demasiado ni su fortuna ni su título y Naruto sentía, quizá por primera vez con una mujer, que ella verdaderamente no quería nada de él, al margen de lo que ya compartían.
—Vuelve conmigo —sugirió, echándose hacia delante para cogerle la mano. —Este asunto es importante, pero no requerirá más de un par de horas. Todavía me debes dos días.
—¿Y cómo se supone que podremos hacerlo con cierta discreción, Naruto? —Apoyó tranquilamente sus dedos en la palma de él. —Me encantaría decir que sí, pero me parece una imprudencia.
Ahí estaba otra vez la refrescante honestidad que a él le resultaba tan cautivadora.
—Tendrá que ocurrírsenos el modo. Nada es imposible. Ella arqueó una ceja.
—Hablas con la auténtica seguridad de un duque. Lamento disentir, pero algunas cosas son imposibles. ¿Qué vas a hacer, colarme en tu dormitorio metida en el bolsillo?
Ella tenía razón, naturalmente; los criados hablaban. Su casa quedaba descartada.
—Podríamos encontrarnos en algún sitio.
—En Londres no, no sin ninguna medida de seguridad. Tú apenas tienes nada que perder si nos vemos envueltos en un escándalo. Yo sí. Así que lo siento, pero debo negarme.
La luz del sol que entraba por el ventanal iluminaba su centelleante cabellera negra azulada convirtiéndola en una cálida medianoche de verano. Llevaba un vestido de día amarillo claro de encaje de muselina, que la hacía parecer muy joven, como una colegiala ingenua. Pero, después de las recientes y satisfactorias jornadas de revelación sexual, Naruto podía atestiguar que bajo ese discreto exterior había una mujer apasionada. Los hombres lo notarían, pues lo que antes era una postura distante, había sido reemplazado ahora por seguridad femenina. Ya se arremolinaban a su alrededor cuando se suponía que era fría y altanera. Ahora la asediarían.
Era doloroso darse cuenta de que cualquier hombre podría acercársele, pero la propia naturaleza de los días que acababan de pasar y la infame apuesta significaban que él debía mantenerse abiertamente a distancia.
«Rayos y centellas.»
Era un verdadero dilema. Sobre todo porque se suponía que ella iba a pasar la misma cantidad de tiempo con Sai.
Maldición, Naruto empezaba a pensar que esa realidad le hacía claramente muy infeliz.
Tal vez esta separación era lo mejor. Estaba decepcionado, pero que interrumpieran su interludio tal vez mitigaría, al menos, esas irracionales punzadas de algo que solo podían ser celos. ¿Quién era él para pedirle que no cumpliera con la segunda parte del trato? Él no podía exigirle nada y ella acababa de rechazar tranquilamente cualquier relación posterior.
Era innegable que la línea que delimitaba la opinión que aquella sociedad tan moralista tenía de una mujer era muy estrecha; tanto si ella escogía el territorio de la virtud como si no. Si Hinata prefería ser ese personaje gélido, que así fuera. Sin duda él era capaz, y tenía mucha más experiencia que ella, de distanciarse de las aventuras puramente sexuales.
Naruto le soltó la mano y sacó el reloj del bolsillo.
—Me iré en cuanto mi cochero tenga el carruaje preparado. Considérate, por favor, mi invitada y quédate unos cuantos días más, si lo deseas.
Ella asintió; aquellos ojos grises de largas pestañas eran inescrutables.
—He pasado unos días encantadores. Supongo que debo considerarme promiscua…
—Por supuesto que no —la interrumpió él. —Eres una mujer preciosa y sensual. No hay nada malo en ello. Justo lo contrario.
—Nosotros vivimos vidas muy distintas, ¿verdad?
Eso era quedarse corta. Él tenía la libertad derivada de su título y su fortuna, y aunque ella también era de clase alta, sus circunstancias eran distintas.
—En muchos sentidos —reconoció él, recordando lo rápidamente que había argumentado para ser el primero en llevársela, lo aprisa que había organizado sus asuntos para poder hacerlo. Sintió otro de aquellos extraños fogonazos de conciencia.
Iba a lamentar tener que dejarla. La inesperada fascinación no había terminado ni mucho menos.
Aquello era inquietante y lo empeoraba el hecho de que ella rechazara tener una relación clandestina cuando volvieran a Londres. Él comprendía sus motivos. Su reputación era importante. Sobre todo si pensaba volver a casarse algún día.
Se puso en pie bruscamente y la saludó con una ligera inclinación, consciente de que necesitaba alejarse de ella de inmediato.
—Por favor, perdóname.
Hinata contempló distraída a través de la ventana el espacioso césped del parque que rodeaba la casa. Tenía el equipaje preparado, y en cuanto Shino trajera el carruaje se marcharía. Irse había sido una buena decisión, porque desde el momento en el que desapareció la vibrante presencia de Naruto, la casa le pareció insoportablemente vacía. Un paseo por el jardín le bastó para saber que no iba a ser capaz de quedarse. Lo más probable es que fuera un poco temerario llegar a Londres justo después de que él regresara, porque eso podría poner de relieve la ausencia de ambos, pero sencillamente no podía aceptar su oferta de quedarse como invitada.
Estaba la prudencia y después estaba la melancolía. De la segunda ya había habido demasiada en su vida. El duque de Namikaze había alterado profundamente su sensatez.
Desde donde estaba, Hinata veía la terraza donde se habían sentado primero a tomar el té… bueno, él había bebido su acostumbrado coñac… y después bailaron una música de vals inaudible.
Quizá debería haber aceptado volver a verle. Si lo hubiera hecho, ¿se sentiría tan… desamparada?
Su mano se agarró con fuerza a la delicada tela de la cortina. No había previsto la complicación de estar encaprichada de aquel duque tan diabólicamente atractivo y sensual. Sabía que no era la primera, y tampoco creía que fuera a ser la última, pero era innegable que le costaría olvidarle.
Nada relacionado con Naruto había sido como esperaba, salvo sus legendarias habilidades sexuales. Aquel hombre había estado a la altura de su reputación sin problemas. Lo que ella no imaginaba era esa atenta expresión de su cara cuando le habló sobre la visita que había hecho a las mezquitas bizantinas, que ella solo conocía por los libros. Ni su indulgencia ante las preguntas agotadoras que ella le había hecho, ni aquella amabilidad ante su falta de mundo y su cautelosa actitud en sociedad…
Él no se comportaba como un esnob y sin duda su linaje y su riqueza le autorizaban a hacerlo. Ella incluso le había sorprendido un día junto a los establos, charlando con su cochero Shino, y sentado sobre una bala de paja, con la camisa medio desabrochada y heno en las botas, prueba de que había ayudado a limpiar la casilla de su impaciente y enorme semental. El noble y el criado reían juntos, y Hinata había sentido un afecto interior por aquel hombre, que no tenía nada que ver con su persuasiva pericia sexual.
Si era sincera consigo misma, cosa que no era fácil, debía reconocer que sabía muy poco del amor. Su insensible padre ciertamente no inspiraba tal sentimiento; su tía tampoco había sido cariñosa ni maternal, y Sasori había sido una pesadilla. Tal vez todo el problema residía en que, por una vez en su vida, alguien la había tratado con afecto, con ternura y, sobre todo, como si fuera una persona con ideas y sentimientos propios.
Ellos habían hablado de todo, dentro y fuera de la cama, desde política hasta historia, y cuando ella no estuvo de acuerdo con su opinión, a él le interesó el porqué. El concepto de una discusión amigable era algo nuevo y Naruto, con su formidable seguridad y aguda inteligencia, no era en absoluto el granuja egocéntrico que ella había supuesto. Eso la confundía y Hinata sabía que era terriblemente sensible, cosa que no ayudaba mucho. Ese juego en el que él era tan diestro era nuevo para ella, y por ser una principiante había hecho lo impensable y se había enamorado.
Al menos esa creía que era la enfermedad que padecía en ese momento. Habían bastado unos pocos días. Incluso cuando sabía que él estaba esforzándose deliberadamente para fascinarla.
Eso provocaba que se considerara insensata, torpe y muy poco mundana. Aunque él pretendiera continuar con la aventura, no significaba que ella fuera más que una ocasional excepción en su dieta regular de amantes experimentadas, y Hinata era lo suficientemente pragmática para saberlo.
—Milady, creo que todo está preparado.
Ella se dio la vuelta y despertó de su ensimismamiento.
—Ah, sí. Gracias, señora Sims.
El ama de llaves asintió. Iba impecablemente vestida, como siempre, con un delantal limpio y almidonado sobre un sencillo vestido oscuro, y el pelo canoso peinado con un austero recogido.
—Debo decir que fue muy agradable tener a su excelencia aquí.
Era fácil responder a eso con total honestidad.
—Es un hombre encantador.
—Lo es, se lo aseguro. Siempre tan educado y cordial a pesar de su posición.
—Sí.
—Espero que haya disfrutado de su estancia, milady.
Puesto que la señora Sims organizaba la casa, seguramente sabía que Naruto y ella habían dormido juntos todas las noches, pues solo se había usado una cama. Hinata intentó evitar el rubor aunque no lo consiguió del todo.
—Fue maravilloso, gracias.
—Yo siempre confío en que su excelencia acabará tomándole aprecio a este viejo lugar. Esto es muy agradable, aunque imagino que no muy estimulante para un hombre joven. Le recuerdo de niño y siempre fue un poco precoz; capaz de conseguir golosinas extra de la cocinera y de engañar a su tutor para saltarse las clases. Y de hacer enfadar a su madre, claro, pero se ha convertido en un buen hombre, digan lo que digan sobre él.
Hinata no sabía si le sorprendía más que aquella mujer se entretuviera a hablar con ella o que supiera tantas cosas, y no pudo evitar preguntar:
—¿Usted le conocía de niño?
Imaginó a un muchachito rubio, alocado y juguetón, y el corazón se le encogió un poco.
—Ah, sí. Yo llevaba años en Namikaze Hall. —El ama de llaves alisó su delantal, que ya estaba perfecto, con un gesto ausente. —Cuando quise algo menos absorbente, él me ofreció venir aquí. A veces tengo unos dolores terribles en las articulaciones y esto es bastante tranquilo.
Lo era. Tenía la pacífica belleza que Hinata prefería, y más de una vez había pensado en vender la casa de Londres y comprar un sitio aislado y bonito, igual que este.
—Su excelencia me encargó que le dijera que si desea usted usar Konoha Manor en cualquier momento, siempre será bienvenida.
Hinata estaba más que levemente sorprendida y no supo qué decir.
La señora Sims asintió con un gesto breve y enérgico.
—Me dijo que echa usted de menos el campo, milady, y que venga a visitarnos siempre que le apetezca. Espero que lo tenga en cuenta de vez en cuando, cuando la ciudad la agobie.
Sus ojos se le humedecieron ante ese considerado gesto. Si aún no había sentido el impulso de llorar como una tonta porque él se había ido, aquello lo provocó. Fue un comentario casual y él lo había recordado.
Aparte de su virtuosismo en la cama, eso era lo que realmente la había desarmado. Fuera parte de la apuesta o no, él actuaba como si le importaran las cosas que ella sentía.
Si antes no estaba perdida, lo estaba ahora, sin duda.
Pestañeó y se aclaró la garganta.
—Gracias, señora Sims. Es muy generoso por parte del duque. Será maravilloso venir otra vez de visita.
Había viajado a casa sumido en la impaciencia; la reunión a la que debía asistir era a primera hora de la mañana, y realmente lo que menos le convenía era la noticia de que su madre estaba en casa. Naruto la adoraba, pero ella no tenía ningún problema en entrometerse en su vida. Cansado del viaje y un poco contrariado, entró en la salita familiar y ensayó una sonrisa.
—Buenas tardes, madre.
—Naruto…
Ella se levantó de un elegante sofá y atravesó la estancia para ofrecerle la mejilla con una postura gentil. La habitación estaba profusamente amueblada con alfombras persas, una serie de butacas confortables de estilo Luis XIV y algunas obras de arte dignas de las paredes de un museo. Su madre se correspondía con el escenario, siempre regia, siempre arreglada y perfecta con el cabello pelirrojo recogido hacia atrás, y capaz de atraer la atención tanto con su belleza como con su actitud.
Su porte distinguido incluía una mente astuta, cuya perspicacia a menudo le sorprendía y le incomodaba. Naruto ya había superado con creces la edad en la que necesitaba la orientación de su madre en determinados aspectos de su vida. Desgraciadamente, esos eran justo los aspectos que más le interesaban a ella.
Deseaba verle casado y asentado, y a pesar de que no conversaban sobre ello, el tema surgía lo suficientemente a menudo como para exasperarle.
La besó con cariño sumiso y después se irguió.
—Qué sorpresa más agradable.
—Llegué esta tarde. Sakura ha venido conmigo. Está en el piso de arriba cambiándose para la cena. Sarada se quedó en Kent con su niñera, y Sasuke va a reunirse con nosotros. Ha estado tres semanas en Londres y ella le extrañaba. Por eso estamos aquí.
De modo que su madre, su hermana mayor y su cuñado. Por lo visto iba a cenar en familia, al contrario de lo que había imaginado. Echó una ojeada al reloj, confiando en no demostrar su evidente consternación.
—Eso suena delicioso.
—Sí, se te ve encantado, querido. —La excelentísima duquesa de Namikaze ladeó un poco la cabeza con irónico reproche. —Veo que hemos interferido en tus planes. No hace falta que te quedes y cenes con nosotros, si no lo deseas. Soy consciente de que no te informamos de nuestra repentina llegada.
Su desasosiego no tenía nada que ver con ningún plan, sino con una mujer joven muy encantadora, que había ocupado sus pensamientos durante las horas del trayecto hasta casa. ¿Hinata habría escogido quedarse? Sus sentimientos a ese respecto eran ambivalentes. La imaginaba perfectamente, dormida en la cama donde habían compartido tantas horas de placer, y eso le inquietaba.
¿Por qué? No estaba seguro. Por lo general, él se iba y ya no volvía la vista atrás.
—No tengo planes concretos, pero yo también acabo de llegar. He estado fuera de la ciudad.
—Eso me han dicho. —Su madre, astuta y sagaz, le miró de forma inquisitiva. —¿Quién es ella?
—¿Qué te hace pensar que existe una «ella»? Tengo decenas de motivos para irme de la ciudad y a menudo lo hago.
Ella le examinó detenidamente en silencio.
Señor, no era eso lo que necesitaba. ¿Todas las mujeres eran tan perspicaces o solo las madres con sus hijos? Sonrió y meneó la cabeza. Era un hombre adulto y poco dispuesto a hablar del asunto, sobre todo porque el tema era Hinata.
—No voy a hacer comentarios. ¿Qué tal tu viaje?
—Estuvo bien.
Al menos ella aceptó la derrota, pero él tenía la sensación de que la conversación no había acabado ni mucho menos. Intercambiaron unos cuantos comentarios amables, hasta que Naruto se excusó:
—Me encantaría cenar con mis dos damas favoritas y ya sabes que me gusta Sasuke. Deja que vaya a cambiarme. Estoy un poco polvoriento. No me apetecía ir en carruaje esta tarde y preferí cabalgar.
Hizo una reverencia cortés y se fue arriba, en busca de los familiares confines de su dormitorio, algo más tranquilos al menos. Su ayuda de cámara, que conocía su llegada y le esperaba con su eficiencia habitual, dijo:
—Buenas tardes, excelencia. El agua caliente estará lista enseguida.
Naruto asintió.
—Gracias.
Tímido y serio, con un espeso pelo rojo y la piel pecosa, el joven se apresuró a recoger cada pieza de ropa que él se iba quitando.
—Confío en que haya tenido un viaje placentero. «Más que placentero, de hecho.» —Fue… satisfactorio.
Satisfactorio. Le pareció adecuado optar por esa palabra.
La verdadera pregunta era: ¿seguiría satisfecho?
Hinata se había opuesto claramente a volver a tener contacto con él, de manera que no tenía elección.
Debía admitirlo; no estaba acostumbrado a esto y le irritaba. Sin embargo, era un hombre experimentado y se daba cuenta de que ella se le había metido en el cuerpo de una forma extraña. Dicha conclusión se hizo evidente en cuanto se alejó a caballo de Essex. Tenía impresa en la mente la vivida imagen de la dulzura con la que ella le había besado antes de que se fuera; los esbeltos brazos de Hinata rodeándole el cuello, su boca suave, cálida y receptiva.
Había sido un beso de despedida endiablado. ¿Fue su imaginación o ella se agarró a él durante un instante demasiado largo, antes de que se separaran?
Se deshizo de aquel recuerdo, se bañó y se vistió con rapidez, fue al piso de abajo y allí descubrió que su cuñado ya había llegado. Sasuke Uchina, dos años mayor que él, tenía un aura misterioso y una mente aguda. Naruto no sabía exactamente qué hacía en el Ministerio de la Guerra, pero sí que era muy respetado en todos los círculos, y sospechaba que ese secretismo tenía algo que ver con el espionaje militar.
—Naruto… me alegro de verte. —Sasuke, que se paseaba con un clarete, le observó con expresión inocente por encima del borde de la copa. —Tengo entendido que has estado fuera de la ciudad.
—Unos días —admitió Naruto, ya que por lo visto era algo del dominio público. Entonces, cuando la seductora imagen de Hinata surgió de forma descarnada en su mente, murmuró: —No el tiempo suficiente.
—¿Tiene algo que ver con tu pequeña competición con el conde Anbu?
No estaba seguro de por qué le sorprendía que alguien pudiera deducirlo con tanta facilidad. Especialmente Sasuke, que era tan certero como un espadachín.
—¿La gente sigue comentando aquel momento de estupidez?
Sasuke rió entre dientes; sus ojos oscuros estaban llenos de amable ironía.
—Oh, por supuesto. Tu precipitada e inexplicada ausencia no ha ayudado a acallar los rumores.
—Solo he estado fuera cinco días y no le debo explicaciones a nadie, por Dios.
Naruto sentía en muy pocas ocasiones que su privilegiado estatus le inmunizaba contra las mismas normas que regían para aquellos de menor rango, y esta era una de ellas. ¿Por qué debía dar cuentas a nadie de su paradero? Ya dedicaba gran parte de su tiempo a Inglaterra habitualmente.
—Yo no he dicho lo contrario. Pero todo el mundo está pendiente del solemne anuncio de los resultados.
—Me alegro de que te parezca divertido.
—Hasta cierto punto —reconoció su cuñado, esbozando apenas una sonrisa—permite que nosotros, los que llevamos varios años casados, revivamos a través de tus hazañas, ¿te parece? Se especula más sobre quién juzgará vuestro extravagante concurso que sobre el resultado. Se ha apostado una cantidad de dinero bastante importante en vuestro pequeño enfrentamiento.
—Vaya; maldición —musitó Naruto con cuidado, asegurándose de que su madre no oía la palabrota. —Ah. Exactamente.
Viniendo de Sasuke eso podría significar cualquier cosa, y la llegada de Sakura acompañada de un remolino de seda violeta, perlas centelleantes y perfume caro detuvo en seco la charla.
El agradeció en silencio la interrupción y confió en que nadie se diera cuenta de que la ausencia de Hinata coincidió con su viaje no aclarado, y sospechara la verdad. Eso no pasará, se dijo inmediatamente. No con lady Hyuga, cuya frialdad y displicencia eran famosas.
Ella estaba a salvo.
Continua
