Naruto Y Hinata en:

LA APUESTA


Doce


Dos días. El estribillo le rondaba en la cabeza incluso cuando hacía algo tan simple como untar un poco de mermelada en una tostada. A diferencia de la sencilla y soleada salita del desayuno en la propiedad de Essex donde había cenado con Hinata, los techos altos, la mesa enorme y reluciente, y el grupo de sirvientes que se movían con discreción en un segundo plano, mientras reponían lonchas de carne y huevos, le recordaban que en su casa de Londres nada se hacía a pequeña escala. Naruto estaba acostumbrado, rara vez había pensado en ello siquiera, pero aquella pompa ducal se le hacía esa mañana muy evidente porque estaba obsesionado con una viuda muy encantadora e inasequible.

Hinata prefería comer solo una tostada. Tomaba el té con leche, pero sin azúcar. Cuando el sol rozaba su cabello, producía un resplandor de un color extraordinario, como…

—Realmente estás en otro mundo, querido. ¿Qué te tiene tan distraído esta mañana?

Naruto levantó la mirada al momento, la taza quedó suspendida a medio camino de su boca. Dios bendito, había estado soñando despierto como un idiota enamorado.

¿Qué debía hacer? ¿Decirle a su madre que estaba absorto con la idea de que lady Hyuga le debía dos días más de placeres carnales para decidir la apuesta? Naruto no se hacía ilusiones; su madre debía de estar enterada del envite, pero hasta el momento no había dicho nada. No es que no le agradeciera que no hubiera sacado a colación un desafío masculino tan falto de tacto, ya que estaba seguro de que ella lo desaprobaba.

Seguramente debía desaprobarlo, en realidad. Sin embargo, lo que había sucedido no podía cambiarse. Como tampoco el reto, convenientemente anunciado en el libro de apuestas, para que todo Londres hablara de ello, ni aquellos cinco reveladores días con Hinata.

Esos no cambiarían, pero el pacto eran siete.

Sí, ella le debía dos más. Se había negado a ello, pero tal vez él podía convencerla de lo contrario. Estaba empezando a obsesionarse con la idea.

—He estado muy ocupado esta semana. —Naruto depositó la taza con exagerado cuidado junto al plato y se llevó la servilleta a la boca. —Siento no estar por ti. Por favor, perdóname.

—Te perdono, cariño, pero preferiría saber qué provoca esa expresión en tu cara. —Ella le miró con el ceño fruncido desde el otro extremo de la mesa, mientras removía lánguidamente el chocolate.

—¿Qué expresión? —El emitió un suspiro profundo y resignado. Al fin y al cabo, para empezar era un error estar sentado ahí y pensando en Hinata. Si se avecinaba un interrogatorio, la culpa era solo suya.

Pero al parecer no podía quitársela de la cabeza.

Su madre cogió con elegancia la preciosa jarra de porcelana que tenía delante y se sirvió una generosa cantidad de chocolate deshecho, pero sin dejar de estar pendiente de él.

—Parecía que estuvieras recordando algo bastante placentero. Te hizo sonreír.

La excelentísima duquesa de Namikaze siempre había sido perspicaz. Pero Naruto no estaba de humor para contestar preguntas, y aunque lo estuviera, dudaba de que a ella le gustasen las respuestas. Tal vez ni siquiera le creería. Él nunca se obsesionaba con las mujeres.

Hasta ahora.

Su madre seguía mirándole pensativa, con la curiosidad reflejada en sus bonitos ojos.

—Se diría que tienes la cabeza en otra parte. Has estado silencioso toda la semana y no has querido acompañarnos a ningún sitio.

Tenía razón. Había evitado asistir a la habitual serie de veladas y diversiones de todo tipo, sobre todo porque quería evitar a Hinata.

Y al mismo tiempo sentía ese impulso perverso e inquietante de verla. Normalmente sabía cómo funcionaba su mente. Su actual estado de ansiedad le recordaba de forma preocupante lo que había sentido por Konan diez años antes. Solo que entonces había sido un interés motivado por un enamoramiento juvenil, y ahora ya no era un muchacho.

—En este momento estoy muy ocupado —dijo con la voz más neutra que pudo.

Su madre no se dejó engañar. Alzó una ceja y en sus rasgos aristocráticos apareció un escepticismo burlón.

—Tú siempre estás terriblemente ocupado, Naruto. Esa no puede ser la razón. Sakura también lo ha notado. Pareces un tanto… no sé… distante.

Justo lo que un hombre necesitaba, pensó él con resignada y sardónica ironía, que todas las mujeres de la casa le analizaran.

—Si he estado distraído, es debido a la conflictiva situación política. Estamos debatiéndolo todo, desde la solicitud de Wellington de más tropas hasta las sanciones agrícolas.

—¿Eso provoca que te acuestes a horas razonables y te levantes al amanecer? —Su madre le escudriñó con tanta atención que le hizo sentir como si volviera a tener cinco años y le hubiesen pillado en una mentira flagrante. —Tu horario suele ser el contrario. En el Parlamento hay debates constantemente. Me parece que estás siendo evasivo y me pregunto por qué.

Desde que volvió de Essex, Naruto no dormía demasiado bien. Se había adaptado a esa nueva afición por el amanecer, pero ya no le satisfacía tanto como cuando tenía a su lado a Hinata, cariñosa y dispuesta, y podía celebrar la salida del sol de la forma más placentera posible.

—Piensas acudir al baile de los Nara está noche, ¿verdad?

Me parece que Sasuke y Sakura, en cambio, van a ir a la ópera, y me gustaría que me acompañaras.

Si se lo pedía así, ¿cómo iba a negarse?

—Será un honor complacerte. Y por favor, deja de preocuparte por mí. —Se levantó de la mesa del desayuno, la besó en la mejilla con un afecto que no era en absoluto fingido, aunque no estaba interesado en quedarse para seguir siendo interrogado, y salió de la sala.

No había mentido. No es que algo fuera mal; es que algo no iba bien. Esa ridícula obsesión no se limitaba tampoco a pensamientos erráticos durante el desayuno. La noche anterior había soñado que estaba junto a aquella cremosa piel de satén, con la brillante cabellera negra azulada desparramada sobre su pecho, y un ardoroso placer mezclado con el elusivo aroma de lirios del valle. Para su desgracia se había despertado sudando y enrollado en las sábanas, por no mencionar intensamente excitado y erecto, cosa que no le había provocado un sueño desde la adolescencia.

La visión tenía una cara, delicada, preciosa e íntimamente familiar, enmarcada por esa mata de cabello sedoso, y dominada por unos ojos plateados, enormes e increíbles.

Se había solventado la excitación él solo, pensando en ella. No era algo que hiciera a menudo. En realidad no lo necesitaba. Cuando se trataba de sexo, había mujeres dispuestas y encantadas de ocuparse de él.

Un extremo que quizá recordaría más adelante. Por el momento, sin embargo, quería examinar a sus caballos. Últimamente no había pasado por la caballeriza, y la próxima semana se presentaba llena de reuniones, y ese horario frenético significaba que no dispondría de demasiado tiempo para pensar en lo que podía estar haciendo la incomparable lady Hyuga.

Con Sai.

No, afortunadamente no. Le proporcionaba una perversa satisfacción saber que Sai no podía marcharse enseguida. Los asuntos políticos le tenían tan ocupado como a él. Cualquier arreglo al que pudiera llegar con Hinata, tendría que posponerse durante una breve temporada.

Cuando ordenó que le trajeran su caballo, Naruto descubrió que al pensar en la inminente cita romántica entre ellos dos apretaba los dientes, cuya consecuencia inmediata era un ligero dolor en la mandíbula. Ante esa reacción, hizo un gesto negativo con la cabeza para sí mismo, y la apartó de sus pensamientos a conciencia. El recuerdo de cómo ella le había rechazado seguía vivo en su mente. No había duda de que hablaba en serio. Tampoco podía culparla por no desear un escándalo en su vida, así que… todo estaba decidido. No necesariamente de forma satisfactoria para él, pero decidido.

¿O no?

El paseo a caballo hasta las afueras de la ciudad no le resultó agradable, porque las calles estaban húmedas por la lluvia de los últimos días, pero aun así el aire libre le sentó bien. Ya estaba harto de salas de reuniones mal ventiladas y de estar confinado en su estudio. El encargado de sus establos le recibió con una amplia sonrisa, y le palmeó la espalda con su fornida mano de modo informal. El rango que poseía no tenía ninguna importancia cuando se trataba de sus caballos de pura sangre, pues Nagato gobernaba el establo como un rey; sus decisiones eran inviolables y Naruto, después de una serie interrumpida de victorias, confiaba en él incondicionalmente.

Los establos, cuidados con esmero, eran compartimientos construidos con piedra y madera pulida, dispuestos en largas hileras y dominados por un persistente olor a heno y avena, y un ligerísimo e inevitable toque de estiércol. Era una instalación de primer nivel, digna de algunos de los mejores caballos de Gran Bretaña, y Naruto siempre experimentaba cierta paz entre los animales que para él eran como niños.

—¿Cómo está la pata delantera de Satán? —preguntó. Siempre se interesaba en primer lugar por su favorito del momento.

—Ese valiente chaval está fresco como una rosa. Vamos a verlo, ¿le parece, señor? —Nagato, pelirrojo y amable, era un mago con sus carísimos pupilos.

—¿Y Baikal? —Era una de sus adquisiciones más jóvenes y aún una caja de sorpresas, y aunque el irlandés había insistido en comprar el potro por una cantidad aparentemente desorbitada, Naruto no lo había dudado ni un minuto.

—Honestamente he de decirle que va a impresionarle. Recorrió algo más de kilómetro y medio en un minuto y medio, y todavía es joven.

—¿De verdad?

Pasó la hora siguiente recorriendo la instalación, poniéndose al día del bienestar de cada animal, compartimiento por compartimiento. Fue agradable olvidar los aspectos externos de su vida y sumergirse en su pasión personal.

Casi, casi, olvidó, durante un breve intervalo, su otra pasión, hasta que se acordó bruscamente cuando algo pequeño, peludo y muy torpe apareció trotando frente a él y estuvo a punto de hacerle caer.

—Perdone, excelencia —un joven mozo del establo cogió en brazos al culpable y retuvo al inquieto animal en el hueco del codo, —este es el travieso del grupo, sí señor.

Naruto observó al cachorro que no paraba de moverse, pero en lugar de ver una bola de pelo y una lengua rosada que intentaba lamer con energía la cara del muchacho, visionó en su lugar un claro en el bosque y una mujer desnuda y muy hermosa en sus brazos, mientras ambos yacían en la indolente secuela de un exquisito placer, y él intentaba que ella le proporcionara aún más información sobre su vida.

«Mi padre nunca se preocupó de molestarse por nada que considerara un incordio. De niña, yo deseaba desesperadamente un cachorro, pero él siempre se negó y mi tía no quería ni oír hablar de ello… Ahora eso ya no importa, por supuesto…»

Pero incluso entonces, incluso en la bruma que sucede a un exceso sexual, él había notado en la voz de Hinata que sí importaba. Había adivinado también otra cosa. Su padre había incluido a la única hija que tenía en la categoría de incordio. Viajar hasta York y retorcer el cuello de aquel hombre insensible tenía cierto encanto.

Pero quizá en lugar de eso, Naruto podía complacer aquel sueño infantil.

Al fin y al cabo, ella le había retado a hacer algo incluso más romántico que organizar una cena improvisada en la terraza.

—¿Hay una camada, entonces? —preguntó de manera impulsiva.

—De seis —asintió el joven.

—¿Lo suficientemente mayores para destetarlos?

—Apenas, excelencia.

—Me gustaría verlos, si puede ser —dijo Naruto, complacido. —Tengo un amigo que siempre quiso tener un perro.

Al final escogió al salvaje que se había cruzado literalmente en su camino, y pese a que parecía más bien una mata de pelo que un perro de verdad, tuvo que admitir que la criatura era tremendamente cariñosa y entusiasta. Debería haberlo pensado mejor, pues se vio obligado a cruzar Londres de vuelta, sujetando aquella maldita cosa, y cuando llegó al punto en el que esta se orinó en sus pantalones, inmaculados hasta el momento, Naruto se preguntó si se estaría comportando como un tonto sentimental.

El deseo apremiante de poder estar allí para ver la cara de Hinata cuando se lo entregaran, confirmó dicha sospecha. Pero eso era imposible, y ese deseo le convertía en un idiota aún mayor que el hecho de cruzar media ciudad cargando con un chucho.

En favor del taciturno lacayo que le abrió la puerta, hubo que decir que conservó su disciplinada expresión cuando Naruto, agradecido, depositó el perro en sus brazos y dijo:

—Ocúpese de que lo alimenten y lo bañen y yo le daré una dirección donde entregarlo.

—Muy bien, excelencia.

Le vino a la mente la petición de discreción de lady Hyuga y se detuvo un momento. Era impensable usar su carruaje, porque llevaba pintado el emblema ducal en el costado.

—Mi nombre debe quedar al margen de esto. Si quiere alquile un caballo. La dama deducirá que viene de mi parte.

—Por supuesto.

Subió sonriendo al piso de arriba para bañarse y cambiarse. Puede que oliera a caballos y a orina de perro, pensó para sí con sardónica ironía, pero había sido una tarde satisfactoria, de hecho. No había duda de que él la había estado esperando. No, Hinata podía precisar esa observación: espiando.

Hidan había surgido como una aparición repentina, y ella no tuvo más remedio que dejar que la tomara del brazo para subir la escalera. Si no estuviera segura de que la idea era ridícula, le habría acusado de merodear por el callejón contiguo a la casa, esperando su regreso.

—Qué casualidad que hayamos llegado al mismo tiempo —murmuró Hidan, mientras la acompañaba hacia la puerta. —He venido en varias ocasiones, pero tengo entendido que ha estado usted visitando a una amiga en el campo.

Imágenes de aquella amiga acudieron a su mente. Una cabellera rubia agitada por el viento, una pecaminosa sonrisa que fascinaba y cautivaba a la vez, un cuerpo esbelto que cubría el suyo mientras ambos se movían juntos en la comunión más antigua que podía haber entre un hombre y una mujer. ¿Era Naruto un amigo? De hecho sí, ella pensaba en él de ese modo, dejando aparte su destreza sexual. Si lo analizaba, probablemente había hablado más con él en esos cinco días que con ninguna otra persona en toda su vida. Eso era culpa de Naruto, porque se había mostrado interesado en lo que ella tenía que decir.

—Sí, estuve con una amiga.

Si el tono cortante de su respuesta molestó al nuevo vizconde, no lo demostró. Aquellas facciones familiares de la familia de Sasori, angulosas y definidas, no revelaron nada acerca de sus sentimientos. Demasiado bien recordaba ella esa misma característica en su difunto marido. En cuanto Hinata hubo comprendido qué era Sasori en realidad, su apariencia física perdió absolutamente todo atractivo. Un monstruo era un monstruo, sin importar qué cara tuviera.

—¿Querrá usted pasar? —dijo, aunque verse obligada a hacer esa educada oferta le hizo sentir un vivísimo fogonazo de rabia.

—Si no quisiera hacerlo, no habría venido.

Aquel falso tono de satisfacción la molestó más que nunca, pero ella había estado varios años casada con su primo, aún más insufrible, y había aprendido mucho sobre autocontrol. Confió en que su sonrisa fuera tan fría como pretendía.

—Por supuesto. Por aquí, milord.

—Conozco muy bien el camino. Durante un tiempo creí que esta residencia sería mía.

Fueron unas palabras pronunciadas con supuesta ironía, pero Hinata recordaba bien qué parte de su herencia había cedido ante los albaceas, que habían discutido la legitimidad del legado.

No se hacía ilusiones. Él no era un amigo, pero al menos su rencor era mucho menos patente que el que había mostrado Sasori. Cuando tomó asiento frente a él en el salón de las visitas y pidió unos refrescos, se quedó en silencio, esperando que Hidan expusiera el motivo de su visita. Tenía uno: de eso no cabía duda.

Él le devolvió la mirada, con sus ojos pálidos e inescrutables.

—Tiene usted un aspecto encantador, Hinata. Esa visita le debe de haber sentado muy bien.

—Gracias.

—Yo siempre he valorado su belleza, ¿sabe?

Su calculado interés solo consiguió que a Hinata se le erizara la piel. En el tiempo que pasó con Sasori había aprendido que un hombre podía desear a una mujer en un sentido carnal, y no sentir por ella el más mínimo afecto o cariño.

Al ver que ella no contestaba al comentario de ningún modo, la boca de Hidan se curvó con una leve sonrisa. Estaba sentado con relajada naturalidad y vestía con su habitual elegancia rayana en el acicalamiento: una chaqueta de un azul llamativo, una inmaculada corbata con aguja de diamantes y pantalones beis embutidos en unas botas bruñidas.

—Seamos francos. Usted desconfía a raíz del desacuerdo sobre la disposición del patrimonio de mi primo. Creo haber dejado claro mi deseo de zanjar las cosas entre nosotros.

—No es necesario que volvamos a discutir eso nunca más. —Esa era una afirmación neutra. La verdad era que ella sospechaba que Hidan no había sido del agrado de Sasori porque ambos se parecían demasiado.

El extendió las manos con un gesto de súplica.

—Por supuesto que lo es, si es motivo de discordia entre nosotros. Al fin y al cabo, somos parientes, y yo no quiero eludir mis responsabilidades para con usted. Como ya he dicho con anterioridad, soy su pariente varón más cercano y tengo derecho a poder opinar sobre su vida.

Ella no deseaba hablar otra vez sobre ese tedioso asunto.

—Solo somos primos lejanos por vía matrimonial. No se trata de un parentesco cercano, ni directo siquiera. Por otro lado, ya tengo a mi padre.

—He hablado con él.

Sobresaltada ante esa posibilidad, Hinata le miró fijamente.

¿Qué?

Hidan apenas le devolvió la mirada con el rostro impasible.

—Naturalmente. Ya sabe que me preocupo por usted. Él opina que a partir del día que se casó con Sasori y se convirtió en una Akatsuki, cesaron sus obligaciones para con usted.

Obligaciones. Le dolía pensar que su padre lo expusiera de ese modo, pero por desgracia le imaginaba diciendo exactamente eso. Hinata notó que sus manos, convertidas en puños, se aferraban a la tela de su vestido y aplastaban la delicada seda. Las relajó de un modo consciente.

—Soy una mujer adulta y viuda. No preciso ayuda financiera ni tampoco protección de nadie.

Dentro de su frialdad, él parecía un tanto divertido.

—Todas las mujeres necesitan protección. Desde que su período de luto ha terminado, más de un hombre se ha dirigido a mí con la intención de pedir su mano.

Pensar que no solo él asumía con arrogancia que podía entrometerse, sino que otros también lo hacían, la puso furiosa.

—Es muy amable por su parte que me proteja de mis pretendientes.

Él ni siquiera parpadeó ante el tono de sarcasmo que impregnó el comentario de Hinata.

—Su futuro me preocupa. Es usted demasiado joven para no casarse.

—En su opinión solo, milord. En la mía, mi edad me da libertad para esperar y decidir en caso de que desee casarme otra vez.

—Tiene usted una postura muy avanzada sobre ese tema, querida, pero…

—Milady…

La interrupción de la creciente controversia hizo que ambos miraran hacia la entrada. Norman, siempre impecable y meticuloso, estaba allí con una cómica expresión de terror. En las manos sostenía lo que parecía ser una descontrolada bola de pelo castaño.

—Perdóneme, pero acaban de entregar esto para usted. El hombre que lo trajo dijo que no había nota, pero que usted conocería el origen del… eh… presente. ¿Qué debo hacer con él?

Hinata se quedó sin palabras durante un segundo, mirando al cachorro que su mayordomo tenía en las manos, y que llenaba de pelos su chaleco limpio con los contoneos de su cuerpo lanudo. En cuanto se planteó quién diantre le habría enviado un regalo tan insólito, surgió la verdad como el fogonazo de un relámpago en una tormenta de verano.

Naruto. Ella recordaba haber confesado, durante una de aquellas tardes indolentes y divinas, con la cabeza apoyada en su musculoso torso desnudo, y rodeados por la fragancia del agua, la hierba y la tierra, que de niña siempre había querido un perro que le habían negado. No es que ella deseara hablar sobre su infancia, pero él se las arregló para conseguir que le diera más detalles de los que nunca le había contado a nadie. Tal vez fue el perverso encanto de Naruto, o quizá la catarsis de hablar por fin con alguien por quien sentía un interés auténtico, pero se descubrió a sí misma confesando pequeñas cosas, como el frustrado deseo de tener una mascota.

Deseó echarse a reír de gozo ante aquel gesto. Deseó romper a llorar al mismo tiempo; estaba tan emocionada…

Hinata se levantó, se acercó y le cogió la pequeña criatura a Norman, que pareció agradecérselo. Dos enternecedores ojos oscuros la miraron y algo que pasaba por ser una cola rechoncha se agitó frenéticamente. Una pequeña lengua rosada empezó a restregarle la mano.

Ella se enamoró por segunda vez en su vida.

—Oh, Dios, ¿verdad que es adorable?

Norman, a quien le gustaba que la vida doméstica transcurriera de forma apacible y ordenada, parecía dubitativo ante la nueva adquisición.

—Si usted lo dice, milady…

—¿Quién demonios le enviaría un chucho? —dijo Hidan en un tono contrariado.

Puesto que la verdad no resultaba conveniente, Hinata no contestó. En lugar de eso se inclinó y dejó a su recién descubierto amigo, que correteó hasta esconderse bajo un sofá tapizado y un segundo después volvió trotando hacia ella y se dejó caer a sus pies. Dio un pequeño ladrido, como si pidiera aprobación a tan maravillosa hazaña. Ella se la dio, inclinándose para acariciarle una oreja peluda.

—Nunca he tenido una mascota.

—Es un regalo bastante presuntuoso, si quiere saber mi opinión.

Hinata se echó a reír ante esa apropiada elección de palabras. No pudo evitarlo. El magnífico duque de Namikaze era presuntuoso en extremo, pero en este caso su gesto le conmovió con una emotividad intensa e inexplicable. Si él le hubiera enviado diamantes, le habría considerado generoso y romántico, pero esto era algo realmente espléndido, ya que significaba que él había escuchado algo más que sus meras palabras cuando le habló de su decepción infantil. Él había oído lo que había detrás de aquella explicación distante y del ligero encogimiento de hombros.

Rezó para que Sai estuviera en lo cierto, y si había una forma de convencer a Naruto para que considerara su relación como algo presente y permanente, en lugar de pasado y ocasional, quería intentarlo por lo menos.

Aunque corría el riesgo de destrozarse el corazón si aquello salía mal.

—Si hubiera sabido lo que hacía falta para que se dibujara una sonrisa como esta en sus labios, querida, yo mismo habría sacado a un perro callejero y sucio de algún arroyo inmundo. No imagino a una mujer haciendo un gesto de este tipo, así que me pregunto a quién más puede ocurrírsele la peregrina idea de hacer este tipo de regalo.

Aquel tono suave y casi amenazador provocó que ella alzara la vista y se irguiese con un destello de alarma en el estómago. Naruto no podía saber de antemano que lord Hidan estaría allí cuando entregaran el cachorro, pero el momento era de lo más inoportuno. Hidan la miró con los ojos entornados y la boca ligeramente tensa.

—Estoy segura de que es de Tsunade —improvisó ella, consciente de que no mentía bien, y confiando en que él no notara el rubor de sus mejillas. —Me parece que comentó que una de las perras spaniels de su marido estaba a punto de tener una camada.

—No creo que esto sea una cría de un cazador de pura raza.

Sin duda tenía razón.

—¿Quién sabe quién es el padre?

Hidan se puso de pie.

—Ya que por lo visto está ocupada en este momento, yo me marcho. Piense en lo que le he dicho.

La alegría se vio inmediatamente sustituida por el resentimiento.

—Si se refiere al matrimonio, lo siento, pero por ahora no está en mis planes de futuro.

Él se ajustó el puño con elaborado detenimiento.

—Eso cambiará.

Cuando él se hubo marchado, ella se quedó mirando la puerta, preguntándose qué habría querido decir con aquel críptico comentario. Eso la inquietó, pues aunque se juró a sí misma que Hidan no podría obligarla a hacer nada que no deseara hacer, por lo visto él estaba igualmente convencido de que sí podía.

Un brusco tirón en el ruedo de la falda hizo que desviara la atención hacia abajo. Recogió el regalo de Naruto y abrazó aquel exuberante fardo. Un poco de amor incondicional en su vida sería agradable, pensó, incapaz de reprimir una sonrisa mientras borraba a lord Hidan de su mente.


Continua