Naruto Y Hinata en:
LA APUESTA
Trece
La sala de juegos estaba, como siempre, saturada de humo de tabaco empapado de olor a coñac y clarete, y las ventanas abiertas a la cálida noche apenas conseguían ventilar el ambiente. En ocasiones las conversaciones eran estridentes, salpicadas de súbitas carcajadas, pero en su mesa había una atmósfera poco animada. Sai contempló en silencio cómo el hombre que tenía enfrente mostraba sus cartas y recogía las ganancias de una mano más.
Por lo visto, el duque de Namikaze estaba teniendo una noche de suerte.
Solo que él, para ser un hombre a quien sonreía la fortuna de ese modo, no parecía demasiado contento. Naruto tenía un peculiar gesto en la boca que cualquiera que fuera algo más que un conocido, identificaría como de enfado. Sai tenía la impresión de saber el motivo.
—Y digo yo, Namikaze —refunfuñó lord Gaara, —¿le importaría mucho no jugar un par de manos para que los demás tengamos alguna oportunidad?
En los ojos azules de Naruto había un ligerísimo destello de algo parecido a la borrachera. Puede que dicha suposición fuera correcta, si la cantidad de veces que había llenado su copa desde que ocupó su asiento permitía imaginar lo que había estado haciendo antes de llegar al baile.
—Yo no reparto las cartas. ¿Insinúa usted algo? —dijo arrastrando las palabras con relativa urbanidad.
Lord Gaara podía estar también algo bebido, pero no hasta el punto de no reconocer el matiz de calculada advertencia en la voz de Naruto.
—Yo no insinúo nada. Solo era una broma.
—Ah, ¿sí?
La cara de Gaara palideció solo un poco.
—No muy buena.
—Limitémonos a jugar, ¿les parece? —Naruto cogió sus cartas y las abrió con sus dedos largos y expertos y aquella atípica expresión algo hosca y malhumorada.
Sai vio que los otros dos jugadores intercambiaban una mirada, con el claro acuerdo tácito de no irritar esa noche al habitualmente ecuánime y sereno duque de Namikaze. Si un comentario tan inocuo podía ofenderle, quizá lo mejor era estar callado.
Después de dos manos desastrosas más, Gaara se excusó con extrema educación y se trasladó a una mesa donde se jugaba a los dados. A Sai no le importaba perder un poco, ya que aquella noche estaba decidido a hacer el papel de perro guardián. En circunstancias normales confiaba en la corrección de Naruto, pero la situación no era usual en absoluto.
Hinata estaba presente en la sala de baile mientras ellos jugaban a las cartas. Por consejo de Sai, estaba bailando incluso, cosa que no hacía habitualmente. Esa noche estaba más bonita que nunca. Llevaba un escotado vestido crema de encaje que realzaba su centellante cabellera y su piel de marfil. Algo inidentificable había cambiado en ella desde que había vuelto de su estancia con Naruto, y aunque parecía tan serena como siempre, tenía un aire distinto.
Los hombres lo habían notado. No solo porque bailara, aunque eso había provocado comentarios, sino por una diferencia más sutil que dulcificaba su habitual coraza de hielo.
De ahí la inquietud y el malhumor del duque, dedujo Sai, porque nadie mejor que él sabía lo que suponía estar cerca de la mujer que uno desea y no poder aproximarse. Hinata estaba allí, Naruto lo sabía y se veía obligado a mantenerse a distancia, mientras los demás hombres danzaban y coqueteaban con ella. Era una postura de contención desconocida hasta el momento en un hombre que solía tener lo que quería, especialmente si se trataba de mujeres.
No es que él se encontrara en una situación mejor, pensó Sai, ya que Ino estaba allí también, encantadora con su vestido de tul rosa y el cabello claro recogido en alto para mostrar la silueta grácil de su cuello y sus hombros de satén. Él podía pedirle un baile, por supuesto, nadie le daría ninguna importancia dado su parentesco con el tutor de la joven.
Pero Sai no estaba en absoluto seguro de que ella no le rechazara de plano si intentaba acercarse. Ser desairado en público provocaría comentarios, y aunque por su parte no le importaba demasiado, dudaba que a ella le hiciera feliz ser la protagonista de ambiguas murmuraciones. No se hacía ilusiones; ella le echaría la culpa. De modo que, como Naruto, tenía que mantenerse a distancia.
Uno de sus amigos cogió la silla vacante de Gaara en la mesa y solicitó incorporarse.
—Solo una palabra de advertencia, Choji —dijo Sai en un tono neutro. —Naruto tiene la suerte del mismo diablo esta noche. Siempre tiene buenas cartas.
—Gracias por avisarme. No jugaré demasiado fuerte, entonces. —Choji Akimichi, se instaló y sonrió. —Hablando de suerte, ¿cómo va esa apuesta entre los dos, por cierto? ¿Cuándo conoceremos el triunfal resultado?
Un músculo de la mandíbula de Naruto se tensó de forma visible, pero su voz fue bastante cordial.
—Aún no está decidido.
—Será en las próximas semanas, creo —dijo Sai con una mueca deliberadamente apática. —No queremos apresurar demasiado las cosas.
Podía ser un error pinchar a Naruto en su presente estado de ánimo, pero obligarle a reconocer los celos que sentía era parte del plan.
Choji, de buen carácter pero siempre demasiado charlatán, hizo un guiño.
—Quieres decir que no quieres apresurar a la dama. Debes saber que todo el mundo está haciendo todo lo posible para intentar averiguar quién es ella. Dadnos una pista, vamos.
Naruto se miró la mano como si fuera la cosa más fascinante del mundo.
—No.
—¿Es bonita? —Choji no estaba dispuesto a que le dejaran al margen. De hecho, todos los hombres de la mesa parecían tan divertidos como intrigados.
—¿Tú qué crees? —Sai alzó una ceja.
—Lo supongo. ¿Pechos grandes?
Naruto levantó la cabeza como un lobo olisqueando a su presa.
Si hubiera una forma discreta de decirle a Choji que especulaciones como esa podían traerle muchos problemas, Sai lo habría hecho. Desde el otro lado de la mesa, con Una voz aparentemente desenfadada, Naruto dijo sin más:
—Como caballeros, nos negamos a hablar de ello.
Una advertencia clara.
La fría mirada de sus ojos azules declaró que el tema estaba zanjado.
Entonces arrojó las cartas en la mesa y se levantó.
—Perdónenme, caballeros, me voy.
Después de su abrupta marcha hubo un breve silencio. Él salió de la habitación con paso firme, como si tuviera un destino claro en mente.
—Yo opino que esta noche no es el de siempre, ¿verdad? —musitó otro de los jugadores.
Una señal muy prometedora.
—Esta pasada semana ha estado reuniéndose a diario con el primer ministro y su familia está en la ciudad. Puede que solo esté cansado —dijo Sai sin más.
—¿El duque Namikaze? —Gruñó Choji. —Yo le he visto beber hasta la madrugada, cambiarse de ropa e ir a una carrera de caballos sin más, y hacer lo mismo la noche siguiente. Naruto no se cansa.
Sai habría apostado el montón de fichas que tenía delante algunas más a que Choji se equivocaba. Había supuesto que, en ese momento, el legendario Namikaze estaba muy cansado de estar cerca de los límites del territorio de lady Hyuga y no poder siquiera rozarle la mano.
La puerta del carruaje se abrió y Naruto se quedó inmóvil, confiando en no haber cometido en un impulso el error de su vida por escuchar a su revoltoso miembro. Hinata se dispuso a subir, pero al verle se detuvo y separó los labios, atónita por la sorpresa.
—Por favor, entra y te lo explicaré —dijo él en voz baja.
—Naruto, ¿qué estás haciendo? —preguntó ella con un susurro colérico, y se quedó encaramada en el estribo, sin pasar al interior del carruaje.
—Hablé con tu cochero. Nos llevará a casa dando un rodeo. Así que, por favor, entra antes de que alguien se pregunte por qué no lo haces.
Eso hizo que finalmente ella pasara dentro, y el joven gales que la había llevado a Essex cerró la puerta. Con un exquisito crujido de sus faldas de seda, Hinata se acomodó en el asiento y al cabo de un momento el vehículo emprendió su camino. Le miró con sus luminosos ojos de plata, pero estaba oscuro y él apenas podía evaluar hasta qué punto ella objetaba su presencia.
—Francamente espero que nadie te viera hablando con Shino ni, algo aún peor, subiendo a mi carruaje —comentó Hinata al fin.
—Fui prudente. —Lo había sido y se sentía endiabladamente satisfecho de haber charlado con el joven durante el tiempo que había pasado con Hinata en Essex. El cochero y él hablaron de caballos, una pasión natural y mutua que colocó al aristócrata y al criado en un plano común. Por otro lado, era obvio que Shino sabía con exactitud dónde pasó las noches su señora, así que no había ni pestañeado ni ante Naruto ni ante su petición.
—No estoy segura de que sepas ser discreto, Namikaze —le dijo ella en tono cortante, aunque en su boca se dibujó una tenue sonrisa.
—Por ti, estoy dispuesto a esforzarme al máximo. —Ante aquella familiar expresión de indulgencia en un rostro femenino, él se relajó un poco.
No es que para Naruto hubiera sido nunca muy importante saber si una mujer deseaba su compañía, pero con ella lo era. Por increíble que pareciera, deseaba saber si ella le había extrañado como él la había extrañado a ella.
Hinata siguió riñéndole con severidad.
—Creo que te dije no. Me doy cuenta de que no estás familiarizado con la palabra, pero me temo que en este caso soy sincera. No quiero correr el riesgo de intentar tener una relación clandestina contigo. La lista de las personas que conocen mi viaje y mi estancia en tu propiedad ya es suficientemente larga en este momento. Además de Shino están la señora Sims, las doncellas que había allí, por no hablar de lord Sai.
—Sai no dirá nada. Nadie en Essex está informado de tu apellido y solo tú puedes responder de tu cochero, pero parece bastante leal. No nos descubrirán.
Ella bajó las pestañas con un estudiado gesto.
—Debe de ser agradable estar siempre tan seguro de que la vida irá como uno quiere.
Haber nacido rico y noble seguro que le otorgaba cierta confianza, no tanto innata como impuesta, pero en realidad él no quería debatir ese asunto; no teniéndola tan deliciosamente cerca. La ligera fragancia de su perfume puso en alerta máxima el cuerpo de Naruto, que distinguió las seductoras curvas de sus pechos enmarcadas por el escote de su vestido. ¿Pechos femeninos, perfectos y firmes, que cabían en sus manos y en su boca? Sí. Cuando Choji había empezado a especular sobre la apariencia física de ella, una imagen demasiado vivida de aquel cuerpo desnudo bajo el suyo apareció en su mente, y en ese momento, incapaz de reprimirse, había tomado una decisión que tendría que revisar más tarde cuando estuviera en un estado mental más sereno.
Cuando no estuviera en celo, apuntó una voz más civilizada e irónica en su cerebro. La creciente erección por el mero hecho de estar cerca de ella, era la prueba irrefutable de que su cuerpo estaba de acuerdo.
—Tengo grandes esperanzas de que esta velada mejorará, de veras. —Le retuvo la mirada y palmeó el asiento que había a su lado. —Ven a sentarte aquí.
—No debo —respondió ella en voz baja. —Y tú no deberías estar aquí.
—Sí debo. Estamos solos. Tu cochero pospondrá nuestra llegada hasta que yo le haga una señal. Deseo introducirte en los placeres de hacer el amor en un carruaje. Es un tanto estrecho, lo admito, pero puede hacerse con resultados deliciosos.
—No sé por qué tengo la sensación de que se trata de un arte que has practicado bastante a menudo. —Pese a la sequedad de su tono, Hinata hizo lo que Naruto le pidió y se trasladó al asiento que le ofrecía. Se le escapó un ligero jadeo cuando él cambió de opinión y la levantó para colocarla sobre su regazo. Las tentadoras nalgas de ella se posaron sobre sus ingles y él se excitó aún más.
Los labios de Naruto le acariciaron el cuello.
—Esta noche has bailado. No sueles hacerlo.
Hinata echó la cabeza hacia atrás para facilitarle el acceso, e hizo una pregunta ligera, como una telaraña de nubes.
—¿Me vigilabas?
Admitir que no había sido capaz de evitarlo parecía tan imprudente como colarse en su carruaje. Retirarse a la sala de juegos tampoco había servido de nada.
—Lo vi —susurró Naruto.
—Yo también te vi —admitió ella con voz ronca, y sus ojos centellearon como joyas bajo la tenue luz.
De modo que se vigilaron el uno al otro. Él no quería pensar demasiado en eso. Aquello se estaba convirtiendo en algo que le distraía de su vida habitual, y lo que debía hacer era mantenerse alejado de ella hasta que se le pasara la fiebre. Pero en lugar de eso allí estaba, robando unos instantes del tiempo de Hinata, como una especie de vagabundo ladrón que no tenía adonde ir.
Lo cual era ridículo. Él tenía docenas más de sitios adonde ir. Antes, mientras bailaba con lady Sarah, ella le había hecho una proposición flagrante, pero para empezar él había salido a la pista solo para rozar a Hinata al pasar.
La había declinado con la mayor educación posible.
Y en lugar de eso se pasó casi una hora sentado a oscuras en un carruaje.
Esperando.
Para esto.
—Hueles a flores —le dijo, recorriendo con la boca aquel delicado hueco bajo la oreja de Hinata, mientras trataba de borrar esos inquietantes pensamientos. —Mmm.
—Naruto…
—Shhh.
Le tomó la boca con un beso abrasador porque no deseaba hablar, ni analizar el motivo y el porqué de su presencia. Buscó la entrada con la lengua y acarició la de ella al encontrarla. Los brazos de Hinata treparon alrededor de su cuello y al abrazarle apoyó en él su cuerpo, flexible, esbelto e imperceptible comparado con el de Naruto. Finalmente ella había perdido el miedo por completo, pensó él mientras exploraba su boca con lento y ardiente placer, y por la forma como le devolvía los besos, su buena disposición era indudable.
El carruaje siguió traqueteando y se balanceó al doblar una esquina, y ellos se desplazaron al mismo tiempo para contrarrestar la sacudida, con las bocas y los cuerpos unidos. Naruto se dio cuenta de que estaba sin aliento cuando alzó la cabeza. Su erección era ahora como un trozo de hierro que protestaba contra el confinamiento de sus pantalones entallados.
«Pronto.»
Primero liberó un esbelto hombro femenino de la tela del vestido y tiró hacia abajo, más y más, hasta que un pecho tenso y rotundo quedó libre. Inclinó la cabeza y lamió la cima madura, probando, provocando, hasta hacer que Hinata se estremeciera entre sus brazos.
—Oh… —Brotó un jadeo gutural.
Era un placer sigiloso, en penumbra. Mientras él le chupaba el pecho, ella arqueó la espalda y le enredó suavemente los dedos en el pelo, proporcionándole un goce puro e intensamente masculino. Una cama habría sido preferible, pensó mientras la excitaba de un modo sutil, y pasaba la mano bajo su vestido y deslizaba los dedos por la parte interior del muslo terso y cálido, para encontrar un calor húmedo y tentador. Pero si lo único que podía tener era esto, lo aceptaría.
Tal vez ella tenía razón. Tal vez sus pasados encuentros con sus amantes le habían malacostumbrado; tal vez dio por sentado que ella había asumido un riesgo al relacionarse con él, debido a su maldita notoriedad.
Y tal vez no debería tener relaciones sexuales con ella en un carruaje en marcha, simplemente porque no tenía el aguante de aceptar su negativa.
En el momento en el que le levantó las faldas, con la delicada tela en las manos y el cuerpo tenso y clamando rapidez, vaciló. Era un desafortunado momento para tener un ataque de conciencia, pero por lo visto eso era lo que pasaba. Respiró honda y entrecortadamente.
—¿Cuántas veces durante nuestra relación voy a tener que suplicarte que me perdones por mi pretenciosa arrogancia? ¿Deseas esto, Hinata?
Ella respiró con ardor junto a su mejilla, y exhaló una imperceptible carcajada.
—¿No te parezco entregada?
—Cuando subiste al carruaje no.
—Eso fue una objeción a las implicaciones de tu presencia, no a tu persona. —Se le acercó más y le besó. Pegó ligeramente los labios y frotó contra él su cuerpo medio desnudo. Cuando se apartó, susurró: —Ya hemos corrido el riesgo, así que por favor no lo desaproveches. He estado pensando en ti, Naruto.
—Soy un idiota egoísta, ya que solo eres tú quien corre un riesgo, y yo no te di ninguna opción.
Ella deslizó la mano hacia abajo y acarició el bulto entre las piernas de Naruto.
—¿Podemos discutir eso dentro de unos minutos, por favor?
—¿Estás segura?
—Dios, sí, Naruto… date prisa.
En otro momento, el poder que emanaba del hombre que la retenía habría hecho que Hinata se sintiera intimidada y vulnerable, pero ahora se deleitó en él, cuando Naruto la desplazó con facilidad, se desabrochó los pantalones con ágil destreza, de modo que su pene erecto quedó libre, y le agarró la cintura.
—Levántate las faldas. —La brusquedad de la orden indicó hasta qué punto la necesitaba, y ella disfrutó de la idea de que la deseara, aunque aquello solo fuera una comunión física. Hinata obedeció, las levantó hasta la cintura y separó las piernas mientras él la alzaba para colocarla sobre sus caderas. Se unieron despacio, la mano de ella guio su miembro rígido y él la hizo caer. La sensación en el interior del vehículo en marcha, rodeados por las calles de la ciudad, fue espectacular, temeraria y pecaminosa.
Ella se sentía perversa, pero también experimentó una extraña libertad cuando acogió su erección con el cuerpo ansioso. Cabalgando en su regazo, empezó a moverse al ritmo del impulso de Naruto, levantándose hacia arriba y deslizándose hacia abajo. Él retenía sus caderas con manos firmes, y cuando ella se alzó la penetró con evidente impaciencia, pero todavía con cierto control. Se sostuvieron la mirada mientras avanzaban hacia un erótico objetivo común.
El deseo se elevó hacia cimas nuevas, colmando los sentidos de Hinata, y el balanceo del carruaje se incorporó al ritmo con el que hacían el amor. Naruto la sujetaba, con una especie de combinación de fuerza retentiva y gentileza; dando y tomando con un destello de deseo feroz en sus cautivadores ojos azules. Su embriagador aroma masculino añadía combustible al fuego que azotaba el interior del cuerpo de Hinata, familiar y evocador de recuerdos imborrables del mismo placer seductor, inolvidable.
Ella separó los labios y empezó a jadear, intentando ahogar un evidente gemido, pero llegó a un punto en el que ya no le importó si Shino los oía, ni tampoco que todo Londres fuera testigo de su entregado éxtasis. El clímax surgió de pronto, abrasadoramente brillante y palpitante. Se agarró a él como si las primeras sacudidas del orgasmo la aprisionaran y la retuvieran con grilletes, y ahogó un grito contra la elegante chaqueta de terciopelo de Naruto.
El tensó las manos a su vez de un modo casi doloroso, levantó las caderas con una turbulenta urgencia y ella notó que su cuerpo se estremecía por entero. Una vez, dos y tres sacudidas, mientras él eyaculaba y ambos quedaban suspendidos, fusionados y unidos en un éxtasis mutuo e irresistible.
Medio aturdida, Hinata se dejó caer sobre él. Notó apenas la boca de Naruto pegada al pelo, sus brazos que ahora la estrechaban con ternura. Se quedaron así, unidos todavía, y poco a poco se moderó su respiración. Finalmente surgió una leve carcajada del pecho de Naruto que tenía bajo el oído.
—Creo que nada me gustaría más que dar vueltas en un carruaje durante el resto de mi vida.
—No dudes en invitarme a acompañarte. —Ella balbuceó en voz baja esas palabras; con el cuerpo pegado a él y tan laxo que creyó no tener huesos.
—No me tientes. Como ya debes de haber notado, cuando se trata de ti el autocontrol no es mi cualidad más acusada. Con sugerencias como esta no me mantendrás a raya.
Había cierta irritación en aquel tono cariñoso y él se movió, solo un poco, pero ella lo notó claramente.
Hasta el momento, Hinata tenía la sensación de que la idea de Sai de instigar con celos la habitual indiferencia natural de Naruto había funcionado, pero ¿era eso tan solo lujuria? Un momento antes así lo parecía, pero la forma como la abrazaba ahora, como la acunaba contra él, sugería otra cosa.
—Conoces mis motivos para querer mantener en secreto incluso la sugerencia de una relación pasajera —dijo ella, mientras escuchaba el fuerte latido del corazón de Naruto a través de las capas de su elegante atuendo.
—Sí.
—Pero no estás de acuerdo.
—Lo comprendo. Pero aun así no me hace feliz. Obviamente.
—O no te las habrías ingeniado para esconderte en mi coche.
Aunque fue precipitado y desacertado, la hizo sonreír que él hubiera hecho algo así.
—No es mi forma usual de acercarme a una dama, lo reconozco.
Oírle decir «usual» fue un baño de gélida realidad. Le recordó qué y quién era él, y Hinata hizo acopio de la suficiente fuerza para sentarse. Aún estaba con las piernas abiertas sobre su regazo, con su sexo dentro, y ambos rodeados por los racimos de espuma que formaban sus faldas. Hinata notaba la tela de sus pantalones en el interior de los muslos.
—Me siento muy agradecida contigo, pero… temerosa.
Bajo la tenue oscuridad, los rasgos cincelados de Naruto eran un tanto misteriosos y su expresión podía significar cualquier cosa.
—Del escándalo. Porque soy Namikaze.
¿Por qué mentir?
—Sí.
—Yo también te temo, mi gélida lady Hyuga.
Hinata alzó las cejas un instante, centelleó la esperanza y se le humedecieron repentinamente las palmas de las manos, pegadas a la chaqueta entallada de Naruto.
—¿Y eso?
Hubo una vacilación evidente.
—Bueno, para empezar ese impulso de acechar en carruajes sin haber sido invitado. —En sus dientes centelleó una sonrisa lánguida y perezosa. —Mi magnífico magnetismo resultará comprometido si alguien lo averigua. De modo que ya vez, tu secreto está a salvo conmigo.
Y ella se dio cuenta en aquel momento de que él había eliminado de la conversación cualquier matiz de seriedad. También era muy bueno en eso, muy bueno.
Apaciguó su decepción, recordándose a sí misma con desafecto pragmatismo que de todos los hombres del mundo, él era quien tenía menos posibilidades de ponerse de rodillas y lanzar poéticas declaraciones de amor de un modo tan fácil. Por lo visto ella le había dado lo que él quería y con eso bastaba. Él había calmado su acceso de lujuria, estaba satisfecho, y ella era una distracción que olvidaría. Si se había sentido celoso, fue algo pasajero, como cuando un niño ve a otro jugando con su juguete preferido.
—Me parece que no te he dado las gracias por tu imaginativo regalo —murmuró Hinata. —Mi mayordomo no está demasiado contento de tener un cachorro corriendo por ahí, pero yo debo admitir que lo encuentro tremendamente divertido.
—De nada. Parecía una criatura bastante simpática y comentaste que querías uno.
—Fuiste muy considerado. —Le acarició la mejilla; apenas un roce con los dedos.
—O un soborno calculado, para conservar tu estima quizá.
—El curvó la comisura de los labios con ironía.
Con la misma facilidad atlética que había usado para colocarla allí, Naruto la levantó de su regazo. Le ofreció galantemente el pañuelo para limpiarse los restos de los muslos, se abrochó los pantalones y después golpeó tres veces en el techo del carruaje.
—Le dije a tu cochero que me dejara a varias manzanas de tu casa —dijo con voz neutra. —Ya encontraré un coche que me lleve de vuelta al baile. Nadie sabrá nunca que estuvimos juntos.
Salvo que ella lo sabría, pensó Hinata con pragmática desesperación.
Y más le valía afrontar la realidad de que lord Sai pudiera estar terriblemente equivocado. Naruto se había presentado antes con una encantadora mujer mayor del brazo. Ella lo supo incluso antes de que los anunciaran; eran madre e hijo. La llegada de la honorable duquesa había debilitado el ánimo de Hinata para seguir con el plan de Sai.
Tsunade Senju siempre era una fuente de rumores y ella no tuvo que insistir demasiado para que su amiga le revelara los detalles sobre el linaje de la familia Uzumaki. Naruto era el único hijo varón; el siguiente en la línea sucesoria era un primo lejano, que en ese momento residía en las colonias. Para su familia era importante que él tuviera un heredero y, según Tsunade, cuanto más se acercaba a los treinta, mayor era el número de mamás esperanzadas y de jóvenes debutantes dispuestas a casarse para preservar la dinastía.
Posiblemente una viuda estéril no era en absoluto lo que la distinguida duquesa tenía en mente para un hijo tan apuesto y tan buen partido.
Hinata acabó de ajustarse la ropa y asintió, incapaz de hablar.
Si, en primer lugar, lograba algún día que él considerara siquiera el matrimonio. El juego era arriesgado y las probabilidades, escasas. Pero cuando se detuvieron, y él se despidió con un prolongado beso antes de bajar de un salto del coche, ella decidió que, dado que su primera experiencia con el duque había resultado tan bien, también valía la pena intentar eso.
Continua
