Naruto Y Hinata en:

LA APUESTA


Catorce


El nombre que aparecía en la tarjeta le causó verdadera sorpresa. Ino frunció el ceño, sin saber cómo interpretar la inesperada visita de una mujer que apenas conocía, pero asintió, porque no se le ocurrió razón alguna para no recibir a lady Hyuga.

Por otro lado, tampoco se le ocurría ninguna razón para la visita de la joven viuda.

—Por favor, acompáñela a la salita. Yo iré enseguida —le dijo al lacayo que le había traído la tarjeta.

Asuma estaba fuera por algún asunto y Kurenai había ido a la sombrerería, así que por lo visto le tocaba a ella el papel de anfitriona. Dejó a un lado el libro que había estado leyendo y se levantó, confiando en que su falda de muselina no estuviera demasiado arrugada, pues llevaba horas sentada allí, inmersa en una novela en la que las desgracias ajenas le hacían olvidar las propias.

Pocos minutos después entró en la salita de recibir, y vio que su invitada se había sentado en una de las butacas tapizadas de seda verde pálido, cuya tonalidad contrastaba con el vibrante colorido de su piel. Delicadamente hermosa con un vestido de día color crema bordado con florecillas azules, y su esplendorosa cabellera recogida en un tupido moño, lady Hyuga la miró con aquellos característicos ojos grises de enormes pestañas y su típica actitud distante.

—Buenas tardes, señorita Yamanaka.

—Buenas tardes, milady.

—Gracias por recibirme.

—No faltaría más. Me complace mucho que pase a verme.

Si a Ino no le fallaba la memoria, las habían presentado en una ocasión, pero a menudo coincidían en acontecimientos sociales. Sin embargo, apenas se conocían lo justo para saludarse y se sentía desconcertada por la visita de lady Hyuga.

—No es que pasara por aquí exactamente. Vine a verla con un propósito concreto, que espero que no considere reprobable.

Esto era más intrigante por momentos. Ino se sentó frente a su inesperada invitada y se alisó casi instintivamente las arrugas de la falda. Aunque Hinata era viuda, no era mayor de hecho parecían tener la misma edad, ella tenía una actitud serena y distante que hacía que Ino se sintiera como una colegiala. No pudo evitar preguntar:

—¿Reprobable?

—Le agradecería que lo que estamos a punto de hablar quedara entre nosotras.

Esa era una afirmación interesante.

—Si desea usted compartir algo confidencial, me sentiré muy honrada de complacerla. —Ino habló despacio, sin intentar ocultar su sorpresa. —Aunque he de reconocer que estoy perpleja. Apenas nos conocemos.

En la boca de su visitante apareció algo que solo podía describirse como una sonrisa melancólica.

—Nadie tiene demasiados amigos y yo a veces pienso que tengo demasiado pocos. ¿Quién sabe? Tal vez nos sorprendamos mutuamente. Yo creo que, al fin y al cabo, tenemos bastante en común.

—¿Nosotras? ¿Y cómo es eso?

—Bien, para empezar, tenemos casi la misma edad. También, en cierto sentido, ambas estamos prácticamente solas en el mundo. Usted, debido a la muerte de sus padres y yo, puesto que el mío hace como si yo no existiera. No olvidemos que me casé con un hombre a quien no amaba y que usted, según dicen, está a punto de hacer lo mismo.

Dicho de aquella forma, resultaba espantoso. Ino notó cuál era su reacción ante una observación tan directa, por cómo tensó la espalda y apretó los labios.

—¿Cómo diantre puede usted saber lo que yo siento por lord Inuzuka?

No pareció que a Hinata Hyuga le afectara la acidez del tono de voz.

—No lo sé. Por eso es por lo que he venido aquí a hablar con usted.

Decir que Ino estaba confusa era una obviedad.

—Discúlpeme, milady, pero no comprendo por qué eso puede importarle a usted.

Se alzó levemente una ceja rubia.

—Mi matrimonio fue algo terrible. Sinceramente no le deseo a nadie esa situación.

—Kiba no tiene nada de terrible. —«Aparte de aquel beso desapasionado, claro», susurró una voz insidiosa.

—Estoy de acuerdo. Por lo que yo sé es un buen hombre. —Lady Hyuga emitió un suspiro revelador, casi imperceptible. —Pero ¿usted le ama?

Nadie le había preguntado eso. Nadie. Ni su tutor, ni Kurenai, ni siquiera el propio Kiba. Aquello la perturbó y, gracias a Sai, a Ino ya le perturbaba bastante pensar en sus futuras nupcias. Ni que le fuera la vida en ello, se le ocurría cómo responder a la pregunta que nunca esperó que le hicieran.

Cuando el silencio se prolongó, unos preciosos ojos de plata centellearon con aparente comprensión.

—Ya veo —murmuró finalmente lady Hyuga.

Ino tragó saliva de forma convulsa.

—Es un hombre amable.

—Tiene aspecto de serlo.

Ella odió el matiz de conmiseración que apreció en aquella ratificación.

—Y generoso.

—Estoy segura.

—Y buen partido. —Oh, maldición, ¿realmente había usado ella esa horrible expresión, diciéndolo así, abiertamente, como si fuera algo admirable?

—Lo es. —Lady Hyuga sonrió apenas.

¿Por qué estaba pasando esto ahora? ¿Por qué una mujer a quien casi no conocía tenía que aparecer de repente para hablarle de sus dudas más determinantes? Ese era el peor momento posible.

O quizá el más fortuito considerando su persistente dilema.

Le resultaba imposible seguir sentada. Se levantó y cruzó la habitación. Apoyó un brazo en el pianoforte e inspiró larga y serenamente.

—¿Puedo preguntarle, por favor, por qué considera usted que esto es en algún sentido asunto suyo?

Lady Hyuga vaciló y después irguió los hombros.

—Lord Sai me pidió que hablara con usted en su nombre.

Sai.

«Maldito sea.»

Ino se dio la vuelta con un movimiento rígido, propio de una muñeca, y clavó la mirada en su invitada. Naturalmente lady Hyuga estaba exquisita con todo aquel brillante cabello negro azulado y su voluptuosa figura, esbelta pero curvilínea, como la tentación reencarnada para un varón lujurioso y lascivo como el conde de Anbu.

—¿Él la envió para que intercediera en su favor? —preguntó con vehemencia.

—¿He intercedido?

Bien, lady Hyuga tenía razón; no lo había hecho, pero aun así Ino se sentía ofendida.

Y celosa. Muy celosa, de un modo que le afectaba al alma, la mente y definitivamente la boca del estómago. Era como si tuviera allí una bola negra y pesada como el plomo. Recuperó la compostura.

—Nunca he oído comentarios en los que apareciera su nombre, madame, pero puedo imaginar el tipo de amistad que el conde debe de tener con usted. Es usted mujer y atractiva, y con eso está dicho todo.

Serena y sin dejar de mirarla con aquella ostentosa calma, lady Hyuga negó con la cabeza.

—Él no me ha rozado la mano siquiera. Es más, ni lo ha intentado.

La situación se hacía más desconcertante por momentos.

—Entonces, ¿cómo puede ser amiga suya?

Un favorecedor rubor atravesó las facciones perfectas de la mujer en el otro extremo de la salita.

—Es una historia bastante complicada, pero en resumen yo opino que en realidad él es un hombre muy decente y que, sin ninguna duda, está más que un poco enamorado de usted. De ahí mi presencia aquí. Sí, deseaba que yo hablara con usted porque según él mismo reconoció, su encanto habitual no ha surtido efecto.

—Eso es porque usted está equivocada. Él es un espantoso canalla con los principios de un gato callejero.

Pero no fue una protesta dicha con suficiente convicción. Ino le veía todavía, allí, de pie en su dormitorio, y oía su conmovedora declaración: «Te amo…».

Deseaba creerle y sentir aquel destello de esperanza de que pudiera ser cierto; era como estar en el cielo y el infierno al mismo tiempo. De cualquier forma, ahora tenía auténticas dudas sobre si casarse con Kiba, incluso sin las observaciones de su inesperada invitada.

—Comprendo que la reputación del conde la frene. Eso me indica que no está usted interesada solo en su físico, título y fortuna. Él no es perfecto, pero a veces es de los más granujas de quienes nosotras nos enamoramos.

Ino preguntó con cierta vacilación en la voz:

—¿Habla usted por experiencia, lady Hyuga?

En la cara de la preciosa joven que tenía a escasos pasos de distancia había una mirada casi de censura; sus ojos azul verdoso estaban enormemente abiertos, y apretaba los puños en los costados.

Le había costado un poco decidirse a cruzar el umbral de la casa que Sai tenía en la ciudad, y aún sería más duro admitir la pasión que sentía en aquel momento por Naruto Uzumaki. No obstante, Hinata había prometido a Sai que le ayudaría, y por la expresión de la cara de Ino Yamanaka, este estaba totalmente en lo cierto respecto a sus sentimientos hacia él. La postura de su cuerpo indicaba cierta vulnerabilidad en su conmovedora aflicción, y la mera mención del nombre de lord Sai la había puesto vehementemente a la defensiva.

Él tenía razón. La señorita Yamanaka no sentía indiferencia en absoluto. Todo lo contrario, a juzgar por las intensas manchas de rubor que tenía en las mejillas.

—Sí, en efecto. —Hinata fingió una despreocupación que no sentía. —Pero no es de mi insensatez ni mucho menos de lo que he venido a hablar aquí, sino de la suya. Dígame, ¿cree usted que puede casarse con lord Inuzuka y no lamentar la decisión?

—Si no pensara que elegirle es acertado, no habría aceptado su proposición.

—Perdóneme, pero la palabra «acertado» no tiene nada que ver con un ideal romántico.

Los labios carnosos de Ino se convirtieron en una línea tensa.

—Yo tuve un ideal romántico una vez, lady Hyuga, y descubrí que estaba basado en una fábula, en un mito que mi propia mente pueril había inventado. Puesto que es obvio que Sai ha hablado de mí con usted, tal vez ya sepa que una vez creí estar enamorada de él. Su apariencia y su encanto me trastornaron cuando ni siquiera había sido presentada en sociedad, de modo que era especialmente vulnerable. Yo soñaba que tal vez un día él compartiría mis sentimientos. Como una tonta, imaginé que cambiaría por mí.

—Creo que la entiendo perfectamente —murmuró Hinata sin poder evitarlo.

Ino meneó la cabeza, algún recuerdo lejano hizo que sus ojos brillaran y pestañeó fugazmente varias veces.

—Estaba muy equivocada.

—Él me contó su versión de la historia, y he de reconocer que creo que lamenta sinceramente tanto haberle hecho daño como perder su estima.

Lord Sai no había sido indulgente consigo mismo en aquella breve exposición, y calificó su propio comportamiento como insensible y egoísta. Hinata imaginaba el precio que pagó su orgullo varonil al exponer con tanta franqueza sus sentimientos a una desconocida. Pero intuía que aquel comportamiento tan cándido se debía a que necesitaba su ayuda con verdadera desesperación. El incidente del carruaje con Naruto parecía demostrar que el conde estaba cumpliendo con su parte, así que Hinata quería devolverle el favor. Aunque no se lo hubiera prometido a Sai, aquella deprimente mirada en la cara de la señorita Yamanaka la había conmovido.

Ella sabía muy bien cómo se sentía Ino.

La joven que estaba de pie junto al lustroso pianoforte se alisó la falda con una mano temblorosa, el gesto ausente y una mirada muy directa.

—Sí, él me hizo daño y sí, perdió mi estima.

—¿Y cree usted que lord Inuzuka puede curar su corazón roto?

La pregunta quedó allí, suspendida en la quietud de la sala.

La respuesta fue el silencio.

Finalmente, Ino dijo con dignidad:

—Yo creo que él me tratará bien, que me dará hijos y que nos entenderemos. Él tampoco está enamorado de mí por lo que parece, y de hecho eso me tranquiliza. Significa que ambos queremos lo mismo de nuestro matrimonio. Compañía y una familia.

—¿Y la pasión? ¿Y si no hay hijos? Yo puedo decir con cierta autoridad que no hay garantías de eso. Entonces estarán ustedes dos solos… para siempre.

—Somos amigos. —La réplica fue inmediata, pero algo centelleó en los ojos de la otra mujer.

¿La duda? Quizá.

—Lo cual es agradable, estoy de acuerdo, pero no suficiente.

Hinata no estaba en absoluto acostumbrada a hablar de sus sentimientos, y mucho menos de algo tan privado como lo que había compartido con Naruto; sin embargo, se dispuso a ser franca. Al fin y al cabo, se había presentado sin que la invitaran y con la intención de hablar sobre algo muy personal.

—Aunque nunca le he contado a nadie la verdad sobre mi propio matrimonio, estoy dispuesta a contársela a usted. Sé que me informaron de un modo deplorable sobre lo que me esperaba y el resultado fue desastroso. Nuestras circunstancias no son idénticas, pero existe similitud suficiente como para que yo sienta que puedo ayudarla, al margen de lo que decida usted sobre lord Sai. No obstante, si está firmemente convencida de su decisión, me iré.

Por un momento, Ino pareció sumida en un debate interior, pero entonces volvió y se sentó frente a ella en una butaca de brocado.

—No estoy segura —confesó con un ligero temblor de voz —de por qué exactamente deseo oír lo que tiene usted que decir, pero así es.

Tal vez fuera por cobardía, pero Hinata había confiado en parte que la rechazara, para no tener que hablar de algo que había hecho todo lo posible por olvidar. Asintió y apartó la mirada, concediéndose un momento para recuperar la compostura. Se aclaró la garganta, volvió a mirarla, sonrió y reconoció con ironía:

—Yo haré todo lo que esté en mi mano, pero esto puede ser embarazoso para ambas. Permita que empiece con la sencilla afirmación de que la intimidad entre un hombre y una mujer puede significar muchas cosas. El hombre equivocado puede convertirla en una experiencia perturbadora y espantosa, y el adecuado puede hacerla más placentera de lo que pueda imaginar jamás. Confío en que no me juzgue con demasiada dureza si le digo que yo las he experimentado ambas, ya que es del dominio público que solo me he casado una vez.

Ino la miró con aquellos encantadores ojos azul verdoso.

—Si su marido era el hombre equivocado, yo difícilmente la culparía por buscar consuelo en otra parte, milady.

—Mi marido, con toda franqueza, era un hombre terrible, y una mujer nunca es más vulnerable que cuando está sometida a las necesidades sexuales de un varón. Sí, sabemos que ellos suelen ser más altos que nosotras y que tienen una constitución física distinta, pero nosotras, en tanto que damas jóvenes y protegidas, no somos demasiado conscientes de hasta qué punto ellos son más fuertes. Tampoco somos conscientes, o yo no lo era, de la mecánica concreta del acto en sí. Si es usted como era yo, debe de haberse hecho preguntas, pero ese es un gran misterio del que nos mantienen al margen, porque hablar de ello se considera vulgar.

En las tersas mejillas de Ino había aparecido un tenue rubor.

—Ni siquiera Kurenai me contará demasiadas cosas. Ha prometido explicármelo antes de la boda.

Aunque no era mayor, Hinata se sentía mucho más preparada y había pagado un precio muy alto por ese aprendizaje.

—Asegúrese de que lo haga, o no dude en preguntarme a mí. Un poco de información puede ayudar mucho para iniciarse en algo tan… personal. Mi intención ahora no es explicar los detalles anatómicos del proceso, sino explicarle la confianza emocional que implica. Supone un acto de fe inmenso. ¿Es usted capaz de imaginarse yaciendo desnuda junto a lord Inuzuka durante el resto de su vida? ¿Puede imaginarle acariciándola por todas partes, incluso en las zonas más íntimas? ¿Quiere usted estar entre sus brazos, probar sus besos, o más bien le imagina pasándole la bandeja de las tostadas durante el desayuno?

—Por supuesto que he pensado en mí deber de esposa. —Ino empezaba a ruborizarse más a cada momento.

—¿Deber? —Le vino a la mente la experta pericia de las caricias de Naruto y el oportuno e irresistible ardor que provocaban. Cómo la había hecho estremecer, notar en su interior hasta qué punto la necesitaba, el violento placer de sentir su boca pegada a la piel. Hinata arqueó las cejas. —O se está usted engañando a sí misma, o el deber no ha de tener nada que ver con esto.

Le había tocado alguna fibra, porque Ino dijo a la defensiva:

—La mayoría de los matrimonios de la alta sociedad no están basados en el amor, sino en aspectos prácticos.

—Ciertamente. Y ya ve los resultados. Tanto los maridos como las esposas se distancian e intentan buscar lo que no tienen entre las cuatro paredes de sus dormitorios. ¿Cómo cree que lord Sai y el duque de Namikaze han construido sus formidables reputaciones de viciosos? Seduciendo a jovencitas casaderas no. Eso seguro, o los hubieran arrastrado hasta el altar hace mucho tiempo. Incluso fueron capaces de hacer esa escandalosa apuesta y que a la gente bien le pareciera algo divertido y fascinante.

La mujer que tenía enfrente miró fijamente el estampado de la alfombra con los ojos entornados.

—Sai sostiene que hizo la apuesta en un momento de borrachera, provocado por mi compromiso.

—Tengo la confirmación de que dice la verdad.

Se arrepintió de aquellas palabras en cuanto las dijo. Ino no era tonta y endureció la mirada al levantar la vista.

—¿Por parte del duque?

Sí, definitivamente había hablado demasiado. Era probable que la señorita Yamanaka fuera de fiar, pero Hinata acababa de relacionar su nombre con ambos hombres. Reprimió el impulso de hacer una mueca e intentó ofrecer su mejor imagen de viuda fría e irreprochable.

—La fuente no importa. Yo le creo. La cuestión es: ¿le cree usted? Lord Sai afirma que la quiere, y con su título y su fortuna no puede considerarse un mal partido, por no mencionar que usted me acaba de decir que carece de sentimientos profundos por lord Inuzuka.

Ino hizo un ademán de impotencia.

—¿Y se supone que debo anular mi compromiso basándome en la leve posibilidad de que Sai diga realmente la verdad? No olvidemos que tengo la convicción de que aunque fuera sincero, nunca será fiel. ¿Qué sabe del amor un hombre como él?

—Yo diría… —considerando el desasosiego que a ella misma le producía ese asunto, Hinata escogió cuidadosamente sus palabras —que él se daría cuenta de la diferencia con toda seguridad. Entre su habitual indiferencia y su amplia experiencia en esto, seguro que él más que nadie se daría cuenta de que con usted es diferente.

—Amplia experiencia, en efecto —musitó Ino, aunque va no tenía aquella beligerante expresión de rabia y rechazo en la cara, sino una mirada más taciturna, cercana a la desesperanza. —Dígame, lady Hyuga, si estuviera usted en mi lugar, ¿le creería? ¿Arriesgaría todo su futuro y desecharía la posibilidad de un matrimonio sólido y estable con un hombre bueno, para depositar sus esperanzas en un conocido libertino? No hace mucho, todo Londres se moría de curiosidad cuando su nombre apareció junto al de una reconocida adúltera en un caso de divorcio extraordinariamente escandaloso. Su alegato de inocencia puede ser cierto o no.

Naruto también menospreciaba su mala fama y había mencionado hasta qué punto era pura fantasía. Hinata negó con la cabeza.

—Los rumores no son de fiar y no hay pruebas de que la acusación sea cierta.

Ino parecía impertérrita, excepto por el temblor de la boca.

—De acuerdo. Eso lo admito, pero aunque él crea que es sincero respecto a sus sentimientos hacia mí, ¿quién sabe cuánto durará eso?

Ese era un argumento válido. Hinata no podía negarlo.

Ino continuó, casi como si hablara para sí misma:

—Él se siente culpable conmigo. Eso lo ha reconocido. Así que ahora se le ha ocurrido una manera de solucionarlo y de excusarse por lo que pasó en el pasado. Bien, yo no estoy segura de si estoy dispuesta a olvidar o a perdonar, y su capacidad para el amor permanente sigue planteándome un auténtico interrogante.

Al menos había un destello de duda en la voz de la encantadora señorita Yamanaka.

—Lo sé. —Hinata lo comprendía muy bien. Ella también era muy consciente de las consecuencias de estar enamorada de alguien con tan mala reputación como Sai. El duque de Namikaze ni siquiera había declarado que sintiera nada profundo por ella, de modo que su situación era aún peor.

Durante un momento ambas se limitaron a mirarse la una a la otra, y pareció surgir una especial atmósfera de fraternidad femenina.

Ino sonrió y le hizo una proposición:

—Aunque no estoy segura de los sentimientos que me provoca su visita, lady Hyuga, ¿le apetecería una copa de jerez?

—Me encantaría y, por favor, llámeme Hinata.

Queridísima Ino:

¿Tengo derecho al menos a pedir perdón por mi comportamiento de hace unos meses en Anbu Hall? He sopesado el asunto largamente y ni yo mismo soy capaz de responderme. Lo único que sé es que desearía borrar el recuerdo de tu expresión cuando saliste del invernadero aquella tarde. Si pudiera erradicar el acto que lo causó, ten por seguro que lo haría. Yo asumo toda la responsabilidad. Al fin y al cabo soy mayor, pero, por lo visto, estos años de más no han venido acompañados de mayor sabiduría.

El recuerdo de nuestro beso me obsesiona aún más. Quizá debería pedir perdón por ello pero, con toda franqueza, no puedo. No lamento que ocurriera. Solo lamento mi desconsiderada conducta posterior. Por favor, acepta mis más profundas disculpas.

No soy capaz de decirte cómo ansió ver que vuelves a sonreírme.

Tuyo, con total sinceridad,

Sai Shin, sexto conde de Anbu
A día 21 de noviembre de 1811

Ino dejó deslizar el pergamino entre los dedos, con las manos temblorosas. Vio la carta planear hasta el suelo y quedarse allí, mientras ella se tragaba el nudo de la garganta.

¿Qué habría pasado si hubiera leído esto cuando llegó? Era una pregunta irrelevante, porque por entonces seguía todavía sumida en el desconcierto y la decepción, pero seguro que era significativo que no la hubiera tirado. ¿Podía ser en parte culpa suya todo esto? Al fin y al cabo, Sai no había pedido ser su caballero andante, el príncipe valeroso de sus sueños, el héroe apuesto de todas sus fantasías juveniles. Era solo un hombre y por lo tanto imperfecto.

«Él no es perfecto, pero a veces es de los más granujas de quienes nosotras nos enamoramos…»

Ella había construido una imagen de Sai que no era del todo real, y cuando él no se ajustó a ella, su mundo se deshizo en pedazos. No es que careciera de defectos precisamente, se dijo, recordando a lady Hotaru entre sus brazos, pero también era cierto que quizá no era del todo culpa suya.

La diferencia era que él había pedido perdón.

Ella no.


Continua