Naruto Y Hinata en:
LA APUESTA
Quince
Aquella sala mal ventilada no era ideal ni mucho menos. Sai se sentía impaciente y se revolvió en la silla. La sesión se había prolongado de forma interminable y él empezaba a tener dolor de cabeza. Lord Obito no pareció darse cuenta del tiempo que llevaba perorando hasta que los bostezos en la Cámara adquirieron proporciones de epidemia, y finalmente cedió sin ni siquiera haber expuesto un argumento válido.
Sai no había sido el único en aburrirse hasta el hartazgo, a juzgar por la prontitud con la que los lores abandonaron el Parlamento. Fue un alivio salir al sol de la tarde.
Pocos días antes había recibido una breve nota de lady Hyuga sobre su conversación con Ino, en la que le manifestaba que ella había hecho todo lo posible, y la esperanza de que hubiera ido bien. Aquella tarde, Sai estuvo dando vueltas por su estudio como un colegial inexperto, y más tarde aguantó una ópera terrible que no le interesaba. La única parte positiva de la velada había sido que la mujer que amaba no había aparecido del brazo de su prometido. Al menos no se había visto obligado a estar sentado allí, evitando escrupulosamente mirarlos. Fue un pequeño respiro en una situación en la que parecía tenerlo todo en contra.
Así que ahora Sai tenía dos posibilidades. Podía ponerse su ridículo disfraz y visitar a Hinata de madrugada, para suplicarle que le diera detalles sobre su conversación, o podía arrastrarse hasta el dormitorio de Ino y preguntarle a ella.
Ninguna le atraía demasiado. Ambas ideas habían resultado precipitadas la primera vez.
Sai era un hombre que nunca se precipitaba. Es decir, excepto si se trataba de besar a damas jovencitas en bibliotecas o invadir sus dormitorios para ofrecer indeseadas y no correspondidas declaraciones de amor.
Bien, quizá se precipitaba de vez en cuando.
«Maldición.»
Estaba claro que tendría que suponer que había ido bien. Pero ¿por qué debía pensar eso? No había ningún motivo en absoluto. Ino le había rechazado con toda frialdad.
Bueno, no, no le había rechazado. Con frialdad no. Le había despachado con el trémulo rastro de una lágrima involuntaria en la mejilla, y un tono de voz muy distinto del que habitualmente tenía.
Eso le dio esperanza. Puede que fuera una falsa esperanza, pero no sentía deseos de abandonar. Aunque esto fallara —si lo que fuese que Hinata le había dicho a Ino no surtía efecto porque él había arruinado las cosas de modo irremediable, —seguía queriendo ayudar a Naruto.
No había forma de arrojarse a las llamas sin chamuscarse un poco.
Namikaze House era una impresionante mansión de Mayfair, situada en Grosvenor Square, con todas las galerías y entradas suntuosas de rigor, y una fachada de piedra digna de una residencia real. Le ordenó a su cochero que esperara y subió la escalera, confiando en que Naruto hubiera estado tan ansioso como él por volver a casa después del debate. El duque estaba allí, según le informó el conspicuo y formal mayordomo, y si su señoría fuera tan amable de esperar en el estudio como de costumbre…
Sí. Sai esperó. También se sirvió él mismo una copa, antes de instalarse en la butaca habitual junto a la chimenea. La estancia tenía un olor familiar de whisky y libros antiguos.
—No es que no sea siempre agradable verte, pero ¿no acabamos de pasar una tarde insoportable juntos? —Naruto entró y cerró la puerta. —Si has venido a quejarte de los argumentos de lord Nara, tendré que confesarte que no me he enterado de la mitad de su discurso.
Sai rió y negó con la cabeza.
—No, no es por eso. A mí no me preguntes tampoco. Seamos francos; cuando el primer ministro se adormece y empieza a roncar, es que ha perdido a la mitad de tu público.
—Cierto. —Naruto se sentó detrás del escritorio y extendió sus largas piernas con naturalidad y una expresión inescrutable. —De modo que deduzco que la política no tiene nada que ver con tu visita.
—No. Hinata y yo nos iremos el lunes. He reservado una habitación en una posada retirada cerca de Aylesbury. No está lejos, pero tampoco demasiado cerca, y es perfecta para una cita discreta. Todo está dispuesto.
El duque de Namikaze no era una leyenda sin motivo. Permaneció relajado en su silla, pero en sus ojos azules había cierto brillo que Sai identificó con certeza. Hubo una pausa breve, casi infinitesimal.
—Pues dejemos que gane el mejor.
—Ese ha sido nuestro objetivo desde el principio, ¿o no?
Sai oyó el choque de una espada imaginaria, la sacudida del metal contra el metal, casi inaudible en el silencio de la venerable estancia.
—Exactamente nuestro objetivo.
—Naruto parecía tan frío como siempre.
—¿No tienes ninguna objeción?
—¿Por qué debería, si no tengo ningún derecho sobre la dama?
¿Por qué ciertamente? La pregunta del día. Sai no se engañaba. O al menos confiaba en que no.
—Cuando volviste parecías un poco afectado.
Fue una afirmación imprecisa. Naruto echó una mirada a la ventana.
—Como ya sabes, el término afectación es ambiguo. Me sentía un poco afectado. Ya pasó.
¿Era cierto eso? No, no lo era. Si fuera así, su amigo no se mostraría tan cuidadosamente indiferente. La perfidia de Konan había dejado algunas cicatrices permanentes. Sai lo entendía, pero recordaba la mirada en la cara de Hinata cuando él le preguntó si se sentía implicada emocionalmente. También recordaba la áspera advertencia de Naruto aquella tarde en White's.
«Sé cuidadoso con ella…»
—Al menos, en cuanto esto haya terminado, ya no tendremos que ocuparnos de esa ridícula apuesta nunca más —dijo Sai en un tono introspectivo y meditabundo. —Fue una idea absurda desde el principio, pero hemos suscitado tal interés, que nuestra vida social se ha convertido en algo francamente incómodo.
—Tienes razón.
—Al final de la semana próxima, ya estará decidido. —Descubrirás que es encantadora. —Naruto volvió a moverse, como si no consiguiera estar cómodo. «Tozudo idiota.»
—Imagino que sí. —Sai bebió un sorbo de su copa con aparente naturalidad.
Naruto abrió la boca para decir otra cosa, pero la cerró de golpe y permaneció en silencio. Tamborileó los dedos sobre el escritorio con un gesto de impaciencia y luego se detuvo también, como si se diera cuenta de que aquel movimiento traicionaba sus sentimientos.
¿Una objeción? ¿Una solicitud de cancelarlo todo? Sai comprendía y le dolía sinceramente la intensidad de la batalla interior de Naruto. La ecuación era muy simple. Si Naruto cancelaba la apuesta, estaría confesando hasta qué punto eran profundos sus sentimientos hacia Hinata Hyuga.
Satisfecho de que todo hubiera salido según el plan, Sai se puso de pie.
—Únicamente pensé en pasarme y hacerte saber que nosotros ya lo teníamos todo arreglado. Ustedes volvieron hace casi dos semanas, ¿verdad?
—Once días —Naruto captó la precisión de su respuesta y rectificó, —más o menos.
Sai casi no fue capaz de reprimir la risa. No es que disfrutara con la tortura que estaba soportando su amigo, sino que sentía una compasiva solidaridad masculina, que sabía que Naruto no apreciaría hasta que reconociera su propia situación.
—De modo que supongo que veremos lo que la dama tiene que decir cuando todo esto haya acabado.
«Eso ha debido de ser una puñalada trapera.»
—Supongo.
—Más vale que te prepares, Naruto; ella se habrá olvidado de ti en la primera noche.
Su amigo no se inmutó. Pero tampoco le dio su rápida y usual réplica. Sai se fue pensando que al menos había plantado la semilla. La cuestión era: ¿daría fruto alguna vez?
La sala estaba llena de piezas de tela, de ayudantes charlatanas y del agobiante aroma del perfume de gardenias de la modista. Había una muchacha de cabello oscuro arrodillada a sus pies, ajustándole el ruedo de la falda.
Ino se limitaba a estar inmóvil, con la espalda recta, las manos entrelazadas y un nudo de tristeza en la garganta.
—Es realmente magnífico, madame. —Kurenai dedicó una sonrisa a la mujer que mariposeaba por allí. —Parecerás un ángel, Ino.
Aquello le evocaba imágenes de un hombre con el cabello oscuro. Un hombre con los ojos tan negros, que mirarlo era como observar lo mas profundo de la noche, y con una sonrisa tan cautivadora que ninguna mujer que estuviera a su alcance era inmune a su poder.
¿Realmente debía estar allí de pie, con su vestido de novia, y pensando en Sai, conde de Anbu?
Pero ¿qué otra posibilidad tenía? Al fin, Ino se obligó a darse la vuelta y a mirarse en el espejo de cuerpo entero. Sí, era un modelo encantador con una falda de satén azul pálido cubierta de encajes, que provocaban un efecto etéreo. Iba ceñido a la cintura y subía en forma de un pudoroso corpiño que apenas insinuaba la curva superior de sus senos. Sobre la tela de las mangas raglán y del cuello habían cosido una sarta de pequeñas perlas que brillaban a la luz. El vestido era sensacional.
Sin embargo, ella tenía un aspecto horrible en comparación. Estaba pálida como un fantasma; las sombras que tenía bajo los ojos por la falta de sueño empezaban a ser evidentes, y le temblaba la boca mientras luchaba contra un insuperable impulso de echarse a llorar.
¿Por qué había leído esa carta?
Kurenai apareció detrás, reflejada en el espejo.
—Ino.
—No puedo hacerlo.
Las palabras surgieron apenas como un leve suspiro. Kurenai separó los labios y un destello de alarma cruzó su rostro. —Mi querida niña, yo…
—No puedo casarme con Kiba. —Ino dio media vuelta. —Lo siento… Lo siento mucho…
La Madame, una mujer de aspecto desaliñado con una barbilla prominente y unos pequeños ojos oscuros, alzó las manos con un gesto teatral.
—Es natural estar nerviosa, ¿no? Todas las novias sienten lo mismo. Se le pasará. Es usted como un sueño con este vestido. Él caerá de rodillas, rendido de amor a sus pies.
La inconsistente lógica de que un pedazo de tela pudiera inspirar una emoción que, en primer lugar, estaba casi segura de que Kiba no sentía por ella, provocó en Ino el macabro impulso de echarse a reír, pero no lo hizo. En lugar de eso apretó los puños en los costados y negó con la cabeza.
—No son los nervios, madame. El vestido es muy bonito, pero dudo que vaya a necesitarlo.
Kurenai se dio cuenta de que estaban en un local público y dijo inmediatamente:
—Querida, ¿por qué no le pedimos a una de las chicas que te ayude a quitarte el traje y a vestirte? Podemos hablar de esto en casa y volver después, en otro momento, para la última prueba.
Ino se desvistió con rapidez y eficacia. Sustituyó el traje de novia por su vestido amarillo de día —ese que había escogido porque confiaba en que aquel color alegre le levantaría el ánimo, —y salió de la tienda detrás de Kurenai, hacia el carruaje que las esperaba. Habían previsto parar en varios sitios más, pero Kurenai le dio instrucciones al cochero para que las llevara de vuelta a casa.
Ino se preparó para la regañina bien merecida que Kurenai le daría, con su característico estilo cortés y conciliador. En lugar de eso, aquella mujer que la había criado como si fuera su propia hija se limitó a arquear las cejas en cuanto el coche se puso en marcha.
—La Madame es una modista maravillosa, pero también una chismosa terrible. Creo que en cuanto lleguemos a casa deberías hablar con Asuma enseguida, de modo que lord Inuzuka sea informado antes de que se entere por otra persona. Es un buen hombre y está a punto de que le dejen plantado. Cuanto menos humillante se lo hagas, mejor.
—¿No estás sorprendida?
—Queridísima Ino, no soy ciega. ¿No te pregunté después de la última prueba si todavía querías seguir adelante con la boda?
—Sí —admitió ella con un suspiro. Las lágrimas seguían allí, escociéndole detrás de los párpados. ¿Qué más habría notado Kurenai? La cariñosa comprensión en los ojos de la mujer la ponía aún más nerviosa.
—Por otro lado, está claro que algo va mal cuando una futura novia palidece un poco cada vez que se prueba el vestido de boda.
—Lo sé.
—Me alegro de que hayas llegado a esa conclusión antes de la ceremonia y no al día siguiente.
—Gracias a lady Hyuga.
Ino recordaba perfectamente la firme convicción en la voz de la joven viuda, cuando le habló de la trampa que suponía un matrimonio sin amor. Puede que ese fuera un punto de vista romántico, sobre todo entre la clase alta, donde los matrimonios concertados eran corrientes, pero la dama parecía hablar por amarga experiencia.
—¿Lady Hyuga? Una mentora peculiar. No sabía que fueran amigas.
De no haberse sentido tan perturbada por la dificultad de adaptarse a la firme decisión de cancelar el compromiso, a Ino nunca se le habría escapado, pero dijo:
—No lo éramos especialmente hasta el otro día. Es amiga de Sai.
Siguieron traqueteando. La expresión de Kurenai destilaba escepticismo.
—En circunstancias normales yo no hablaría de este tema contigo, pero dudo de que sea cierto. No he oído ni una palabra al respecto.
—No su amante. —A Ino había dejado de preocuparle si se consideraba apropiado que ella estuviera informada del tema en cuestión. En las últimas semanas había crecido diez años. —Me dijo con bastante franqueza que él nunca la había abordado con intenciones dudosas.
—Dios del cielo —musitó Kurenai. —Debe de haber sido una conversación muy interesante. Sus motivos me intrigan, pero no se lo reprocho. Me tenías preocupada y a Asuma también.
Ino miró al suelo con las manos unidas sobre el regazo.
—Los dos son demasiado buenos conmigo, como siempre.
—No digas bobadas. Aunque no te hayamos engendrado, tú eres hija nuestra en todos los sentidos. —Luego Kurenai se aventuró a añadir: —También le tenemos mucho cariño a Sai. Siempre es difícil juzgar hasta qué punto debe uno interferir en la vida de los demás. Yo he estado intentando dejar que los dos lo averiguaran por ustedes mismos. He de decirte que no ha sido fácil.
Así que… ellos lo sabían. Conocían su pasión, los supuestos sentimientos de Sai… y parecía lógico deducir que también eran conscientes de la desilusión que ella sentía.
Ellos sabían de su corazón destrozado. ¿Cómo creyó que sería capaz de esconderlo?
—¿Cómo se fía una de un hombre con su reputación? —Preguntó Ino con un terrible temblor en la voz. —Y rezo por que en este momento no me hagas el discurso del granuja reformado, porque no sería capaz de responderte como corresponde a una dama. Se trata del mismo hombre que recientemente hizo una escandalosa apuesta basada en su… bueno…
Se ruborizó. Aunque ella hubiera tenido… en fin, una cantidad embarazosa de… fantasías sobre cómo sería estar en sus brazos, hablar sobre ello era otro tema.
Kurenai pareció entenderla.
—Los hombres jóvenes… o todos los hombres en realidad no son siempre las criaturas más prudentes del mundo.
—Eso es quedarse corta —refunfuñó Ino.
Su acompañante le dirigió una mirada directa.
—¿No se parecen bastante a las jovencitas impulsivas, que aceptan casarse con alguien por quien no sienten casi nada, solo para demostrar una tesis absurda?
—No es lo mismo.
—Explícamelo.
¿Cómo podía discutir después de su comportamiento en la modista?
—¿Qué hago ahora? —susurró Ino.
Kurenai se inclinó hacia delante y le dio unas palmaditas en las manos, que seguían rígidamente entrelazas en su regazo.
—El amor es una cosa maravillosa, mi querida niña. No lo subestimes.
Una uña larga bajó por su pecho desnudo y le obligó a abrir los ojos. Naruto pestañeó, empezó a incorporarse y luego gruñó y se dejó caer otra vez.
—Dios santo, ¿qué hora es?
—Las once, querido.
—Maldición, ¿es verdad eso?
Suiren Fields rio en un tono quedo y musical.
—Sí, es verdad. Dime, ¿qué recuerdas de anoche?
El miró a la mujer que estaba sentada en el borde de la cama, la cama de ella, por el amor de Dios. La habitación era de un rosa resplandeciente. Cortinas rosa, tapices rosa, empapelado rosa, incluso olía a rosa si es que tal cosa era posible. Debía de ser un día soleado a juzgar por los ardientes haces de luz que había sobre la alfombra. Le dolía la cabeza y tenía una desagradable sensación de sequedad en la boca.
—No mucho.
Suiren arqueó una ceja delicada y perfectamente perfilada. Era una seductora rubia de curvas opulentas, unos años mayor que él, y a pesar de la breve aventura pasajera que tuvieron años atrás, habían conseguido seguir siendo amigos. Cuando su anciano esposo murió y la dejó inmersa en una batalla financiera con los acreedores, él había utilizado su influencia para ayudarla a librarse de sus maniobras codiciosas y arbitrarias. Ser el duque de Namikaze tenía sus compensaciones de vez en cuando.
También tenía inconvenientes, si se tenía en cuenta que a Hinata ni siquiera debían verla hablando con él.
—No me sorprende —murmuró Suiren. —Diría que nunca te había visto tan bebido, Naruto. Debería haberme dado cuenta cuando llegaste, y haberme negado a ofrecerte más coñac. Sospecho que sufrirás las consecuencias durante todo el día.
Él tenía la ominosa sensación de que tenía razón. ¿Qué demonios había pasado la noche anterior? ¿Cómo había acabado con su antigua amante? Había acudido a una pequeña reunión, había escuchado a una jovencita destrozando a Bach en el pianoforte y después… ¿fue Sai quien propuso ir a uno de sus garitos de juego preferidos? Debió haber sido él… simplemente no podía recordarlo.
¿No había aprendido todavía a no dejarse llevar por Sai, nada menos?
—Solo me queda rezar para que estés equivocada —dijo con cínica resignación. —Por favor, dime que no fui demasiado grosero.
—En absoluto. Nunca había tenido una conversación tan interesante en toda mi vida.
—¿Conversación? —Al decirlo se dio cuenta de dos cosas. La primera que, aunque tenía el torso desnudo, seguía llevando los pantalones. Alguien considerado le había quitado las botas, gracias a Dios, pues no creía haber sido lo suficientemente educado como para quitárselas él mismo. La segunda era que ella le había traído té, y Naruto nunca se había sentido tan agradecido en toda su vida como al ver la bandeja y la tetera humeante.
Ella captó la dirección de su mirada y con una pequeña sonrisa fue a servirle una taza.
—Estuviste muy filosófico, querido.
Él se incorporó con esfuerzo hasta quedar medio sentado, y aceptó su ofrecimiento con gratitud. Después de un sorbo maravilloso musitó:
—De acuerdo, adelante, ¿qué dije?
Vestida de seda color cobre, con elegantes encajes blancos en el corpiño y los puños, y apenas la sombra de unas pocas pecas en la nariz, Suiren volvió a sentarse y le miró con una ironía evidente que suscitó un destello de alarma.
—Querías tener un debate profundo y concienzudo sobre un tema que yo creía que tú ni siquiera considerabas.
Amor.
Ella no tuvo ni que decirlo.
—Estaba borracho. —Su excusa pareció la protesta de un niño petulante.
—Por supuesto que lo estabas. Debías de estarlo, porque me dijiste su nombre. Admito que al principio me costó bastante creerlo.
Por todos los diablos, había roto la promesa que le hizo a Hinata. La cabeza le dolía más que nunca, aunque sabía que podía confiar en la discreción de Suiren.
Ella se echó a reír y continuó con toda tranquilidad:
—No hace falta que pongas esa cara de pena. Yo no diré nada sobre tu inusual relación con lady Hyuga.
Era un imbécil. Un borracho estúpido que revelaba confidencias. Darse cuenta de ello no mejoró su estado de ánimo.
—Gracias. Y supongo que también debo darte las gracias por aguantar mis historias inducidas por el alcohol. Mis disculpas.
—No son necesarias. ¿Y lo eran? — Suiren le palmeó la rodilla.
—¿Qué? —Naruto bebió más té; ya no estaba tan mareado.
—Tan solo las historias de un hombre que se ha dejado llevar por la bebida. Parecías sorprendentemente sincero.
—¿Sincero en qué sentido? —Fue una pregunta cauta. ¿Quién sabía qué había dicho? Incluso era un misterio cómo había acabado en el endemoniado dormitorio rosa de ella.
—En creer que te has enamorado de la preciosa y distante viuda del difunto lord Sasori.
Verdaderamente había estado borracho.
—¿Yo dije eso?
Suiren asintió; una ligera sonrisa planeaba sobre su boca.
—Más que eso, ya lo creo.
—El coñac es un catalizador de la estupidez.
—Sí, cierto, pero también es un suero de la verdad.
Ella se recostó un poco y le miró con aire abiertamente especulativo.
—¿De verdad vas a permitir que se marche con el conde durante una semana, si esa idea te produce tanto rechazo? ¿Por qué no le dices la verdad, sin más?
De modo que la traición era completa. No solo había revelado la verdad sobre el tiempo que pasaron juntos en Essex; había confesado todo lo relacionado con la propia apuesta y el papel de Hinata en ella. «Por todos los malditos diablos.»
El té estaba ardiendo, pero bebió un larguísimo trago que le abrasó por dentro hasta llegar a su estómago revuelto.
—Si pudiera averiguar la verdad, tal vez lo haría.
—¿La verdad? Ese es tu problema, querido Naruto. Has de averiguarla.
Las antiguas amantes convertidas en confidentes, reconvertidas en filósofas, no eran fáciles de tratar cuando uno sentía la cabeza pesada como una bala de plomo. Bebió otro sorbo de líquido humeante de la taza y se esforzó en reparar cualquier daño que hubiera hecho.
—Por favor, Suiren, estoy hundido. Ella es distinta, lo reconozco. Atrajo mi interés, por no decir que parecíamos tener cierta comunión en la cama. Sin embargo, no desea que su relación conmigo sea del dominio público y destruya su reputación, y ¿quién puede culparla? A menos que le proponga matrimonio, esto se ha terminado.
Silencio.
Suiren se limitó a mirarle. ¿Realmente había dicho matrimonio? Sí, lo había dicho. «Maldición.» Apretó los labios.
—Ella no está interesada en volver a casarse. Lo dejó bien claro.
—La mujer en cuestión es joven y ha vivido protegida. Tus historias sobre su marido me indican que tuvo una experiencia horrible pero, para empezar, el hecho de que aceptara ir contigo a Essex demuestra que no está resignada a evitar a los hombres para siempre. Por lo que dices, cambiaste su forma de pensar de un modo que solo tú puedes conseguir, querido. ¿Acaso no se entendieron… divinamente?
—Sería infernal si alguien se entera. —Le latía la sien y se la masajeó. —¿Y quién sabe? A lo mejor Sai también le gusta.
Era una tortura imaginarlos juntos y notó que la cara se le tensaba con una mueca involuntaria.
A Suiren no le pasó inadvertida y le preguntó con afecto:
—¿Te gustaría oír el consejo que te di anoche, ahora que estás en condiciones de recordarlo?
La sonrisa de Naruto fue sincera y compungida.
—Ya que cometí la descortesía de irrumpir sin que me invitaras, de beber hasta aturdirme y de dormirme en tu cama, supongo que sería de mala educación negarse.
—Necesitas olvidarte de una vez para siempre de Konan.
La sonrisa desapareció.
No era ciertamente ese nombre lo que deseaba oír ahora, cuando su cabeza retumbaba como un tambor al frente de una columna de soldados franceses.
—Tú —dijo de un modo que esperaba que resultara tranquilo e indiferente—pones demasiado énfasis en algo que yo ya he olvidado por completo.
—No sé por qué pero lo dudo. Yo vi cómo pasaba, ¿recuerdas? Esa es la razón por la que acabaste en mi cama, por pasajero que fuera aquello. Cuando se terminó, te convertiste de repente en el duque ángel y diabólico, y la seducción superficial ocupó el lugar de una actitud ante la vida que por lo que yo recuerdo era mucho más abierta y menos cínica.
—Yo entonces era un estúpido y aparentemente no he mejorado mucho.
—Apuró el té y pensó en coger uno de los bollos que había en la bandeja, pero decidió que no. La mera mención del nombre de Konan le producía ese efecto. La sensación de incomodidad en el estómago no se debía solo a los excesos de la noche anterior.
—Ella te traicionó.
Sí, desde luego, esa era la verdad. Konan se había adueñado de su pasión juvenil y después destrozó su fe en el amor. Ella también era viuda y muy atractiva, y le había seducido tanto con provocaciones sexuales como con el patetismo de su situación supuestamente apremiante de mujer indefensa y sola.
Solo que ella no estaba sola. Él lo había descubierto de un modo que destrozó su vida.
Recibió una valiosa lección. Las damas vulnerables y hermosas probablemente solo le causaran dolor. Entonces… entraba en escena otra viuda tentadora, con la confianza herida y un potencial no explotado para la pasión, y allí estaba él otra vez, actuando como un ingenuo a pesar de su experiencia.
No. Hinata no se parecía en nada a Konan. Estaba seguro de ello. Casi.
—No hace falta que hablemos de esto.
—Naruto se incorporó y dejó caer las piernas a un lado de la cama. —¿Dónde demonios están mis botas?
—Tal vez no hace falta que nosotros lo hablemos, pero quizá tú deberías hablar de esto con ella.
—No hace ni un mes que la conozco.
El fantasma de una sonrisa acarició la boca de Suiren. Se movió con su habitual gracia perezosa para recuperar las cosas que él buscaba, y recogió las botas tiradas en el suelo.
—Yo creo que es una buena señal que hiciera falta tan poco tiempo para que te implicaras tanto sentimentalmente. Ella parece perfecta para ti, si deseas saber mi opinión.
—No lo deseo —gruñó él, y aceptó una bota.
Dios santo, le dolía la cabeza.
—Pues la noche pasada sí.
Naruto levantó la vista mientras embutía el pie en el calzado.
—Si me caso será solo por cumplir con mi deber. Difícilmente puedo escoger a una mujer que ha dejado claro que no está interesada en un segundo acuerdo de este tipo, y que según las apariencias es estéril. Siento una pequeña obsesión lujuriosa que pasará. Siempre ocurre lo mismo.
Suiren le miró con gesto de preocupación y una expresión solemne.
—Mucho me temo que estás dejando que Konan te engañe por segunda vez.
Más valía que esto funcionara.
Hinata se bajó del carruaje y miró a su alrededor con cuidado, sin ver nada más que una calle larga y silenciosa y unos techos de paja. Un escenario insulso que no se correspondía con la naturaleza del encuentro. Puede que no fuera la cita más notoria de toda la historia de Inglaterra, pero seguro que era el presente tema de conversación de la alta sociedad.
La propia posada era pequeña y sin pretensiones, con una fachada sencilla y una especie de cartel asimétrico descolorido por el sol y las inclemencias del tiempo. Difícilmente tenía el aspecto del sitio donde uno de los amantes más renombrados planearía una conquista.
Shino, como de costumbre, no dijo nada y se limitó a escoltarla al interior del establecimiento, con una actitud tan discreta como siempre. Sin embargo, cuando se dio la vuelta para irse se detuvo y se giró otra vez.
—Milady.
Ella había estado examinando la modesta taberna; poco más que unos suelos de madera y unas mesas vulgares. Aunque era sencilla resultaba atractiva, tenía cierta gracia pintoresca y afortunadamente estaba limpia. Hinata arqueó las cejas.
—¿Sí?
—¿Está usted realmente convencida de que desea hacer esto?
Su mirada se tornó firme al observar al joven, cuya piel había adoptado un tono rojizo.
Por supuesto. Él estaba al tanto de la apuesta y de su participación en ella. Durante los cinco días que ella había pasado con Naruto, Shino se había alojado en la zona de servicio de Konoha Manor, y debía de haberlo deducido fácilmente. Se quedó allí de pie con el sombrero en la mano y una ligera capa de polvo sobre el uniforme, debida al viaje. Su cabello oscuro y sus gafas enmarcaba un rostro cuya expresión era una mezcla de vergüenza y preocupación. Resultaba conmovedor.
Aun así, ella intentó disimular y preguntó de un modo vago:
—¿Hacer qué?
—No me corresponde a mí decirlo, madame, pero el duque… bueno, si quiere saber mi opinión, a él no le gustaría que estuviera usted aquí.
Hinata no pudo evitar el rubor, pues ese era el mismo muchacho que los había conducido a través de Londres, mientras ellos hacían el amor en su carruaje. Pero a pesar de eso, seguía molestándole un poco la presunción de que el duque pudiera opinar sobre lo que hacía. Al fin y al cabo, ese hombre no había declarado ningún sentimiento hacia ella hasta el momento.
Él la deseaba, cosa que era distinta. Ella ansiaba algo más. Sí, lo ansiaba, o ahora no estaría esperando a lord Sai en una humilde posada rural.
Los criados lo sabían todo. Ese era un aspecto que Hinata olvidaba a menudo, porque en el pasado ella nunca había dado nada de qué hablar.
Sonrió compungida.
—¿Para qué crees que estoy aquí, en primer lugar? Espero que a su excelencia no le guste en absoluto.
En la cara de Shino apareció el amago de una sonrisa.
—Ya veo.
El muchacho parecía verdaderamente aliviado. Hasta ese punto llegaba el convincente encanto de Namikaze. Ella recordaba haber oído a los dos hombres charlando sobre caballos en la hacienda. La había impresionado que él se dirigiera al muchacho gales con la misma cordial camaradería que con cualquiera.
A Shino le gustaba él. A ella también le gustaba. Le gustaba demasiado para su tranquilidad de espíritu. La capacidad de gustar de Naruto era infinita. De eso no había duda. Demasiadas mujeres podían dar testimonio de su magnético encanto.
Cualquier cosa que pudiera haber dicho a continuación fue silenciada por la llegada del hombre a quien justo estaba esperando. Bien, eso no era exactamente así. Ella estaba citada con lord Sai. Esperaba… y deseaba a Naruto.
El aspecto de Sai era tan gallardo como siempre, aunque fuera vestido de manera menos formal de la que solía. Llevaba una sencilla corbata de lino blanco y la chaqueta colgada en el brazo, en lugar de realzando sus espaldas. Tenía el pelo alborotado como un muchacho y sus ojos oscuros ardían. Saludó a Shino con una educada inclinación de cabeza y a ella le hizo una reverencia, con una sonrisa que favorecía sus rasgos aristocráticos.
—Milady.
Hinata hizo un gesto de asentimiento al joven cochero para que se retirara, manifiestamente conmovida por su deseo de protegerla.
—Gracias, Shino.
Él vaciló un momento y luego se fue. Ella se dirigió al conde.
—Veo que hemos llegado casi al mismo tiempo, milord.
El posadero, a quien no le había pasado por alto el cochero con librea, ni la forma como se dirigían el uno al otro, apareció enseguida. Era un hombre voluminoso con una coronilla calva, una cara rubicunda y una nariz con un tinte rojizo, que indicaba que tal vez él también consumía demasiada cerveza.
Sai le dio la mano a Hinata y le apretó ligeramente los dedos. Arqueó la ceja con un gesto altanero al dirigirse al propietario.
—Nos quedaremos unos cuantos días. Debe de haber recibido usted correspondencia mía la semana pasada.
—Nuestra mejor habitación, sí, por supuesto, milord.
—El hombre se secó el rostro sudoroso con un pañuelo, volvió a meterse el reloj en el bolsillo y los condujo por un tramo corto de escalera.
Ellos le siguieron. Hinata notó la ligera presión del brazo del conde y se dio cuenta de que había algo distinto en él. No le conocía bien, pero aun así lo sentía.
Entraron en una bonita habitación con paredes de entramado de madera, una enorme cama con una colcha estampada en distintos tonos azules y verdes, y dos ventanitas con vistas a un arroyo bordeado por un prado lleno de ovejas pastando. En la parte de atrás había un pequeño huerto rebosante de verduras que parecía prometedor, al menos en lo que al menú se refería.
Claro que ella no esperaba quedarse mucho tiempo.
¿Le importaría lo bastante a Naruto para venir e impedir lo que se suponía que él creía que iba a pasar?
Sai tenía la teoría de que sí. Ella no gozaba de esa misma confianza, pero suponía que no conocía tan bien a Naruto como su amigo, en cierto sentido. Pero quería conocerle. Dios del cielo, anhelaba otro baile en la terraza a la luz de la luna o, aún mejor, despertarse otra vez medio desnuda y somnolienta a su lado, rodeada por su brazo, con el halo de su respiración pegado a la mejilla mientras él dormía…
—Ino ha anulado su compromiso.
Hinata, que estaba mirando por la ventana a una oveja flanqueada por un corderito a cada lado, se dio la vuelta y sonrió.
—Ya pensé que parecía usted aliviado cuando llegó. Ahora sé por qué.
—Lo que ha de saber es que cuenta con mi gratitud infinita. Lo que le dijo a ella tuvo el efecto deseado, fuera lo que fuese.
Hinata tomó asiento en una butaca junto a la pequeña chimenea.
—Simplemente le dije la verdad. Que si se casaba con lord Inuzuka, estando enamorada de usted, los perjudicaría a ambos.
Sai escogió acomodarse en la cama con toda naturalidad.
Claro, pensó Hinata con una punzada de ironía. No era precisamente novato en compartir pequeñas habitaciones de posada con gran variedad de damas. Para ella el riesgo era mucho mayor. Estaba poniendo en peligro su reputación, tanto como cuando había ido a Essex. No por pasión, sino por una treta.
Se sentía insegura, pero Sai le había jurado que aquello sería un éxito.
—¿Ella admitió que estaba enamorada de mí?
—No.
Su señoría pareció alicaído. Sí, ese calavera de primer orden, con una reputación que haría enrojecer a cualquier doncella, parecía un niño a quien le acababan de quitar un caramelo.
—Ya veo. Yo tenía la esperanza…
—¿De verdad creía que ella le iba a decir algo tan personal a una mera conocida? Yo hablé casi todo el tiempo, pero para ser sincera, milord, creo que ella ya estaba pensando en romper con lord Inuzuka.
—Hinata enarcó una ceja. —Aunque haya roto el compromiso, dudo que le vaya a resultar fácil recuperarla. No es su amor por usted lo que está en duda, es su confianza. Ese es un material que una vez que se destruye es difícil de reconstruir.
—Eso ya lo sé. —Sai cambió ligeramente de postura en el borde de la cama y rascó el suelo con las botas. —Le he dado muchísimas vueltas a esto, créame.
Él le había dado muchas vueltas. Ino era afortunada.
—Las mujeres tienen ideas románticas sobre cómo deben ser cortejadas y conquistadas.
Él sonrió débilmente.
—¿Va usted a darme lecciones sobre mujeres, milady? Le advierto que tengo fama de ser un experto.
Su encanto era ciertamente algo palpable. No era raro que Ino hubiera sucumbido. La propia Hinata habría sido vulnerable a él, si no estuviera tan atrapada por Naruto. Sonrió.
—Si no fuera por su reputación… y la de Naruto… nosotros no estaríamos sentados aquí, ¿no le parece?
Él la observó desde el otro extremo de la habitación.
—Si no fuera por la apuesta, usted y Naruto seguirían siendo solo conocidos, Ino seguiría planeando su boda y yo me seguiría considerando impotente para cambiar las cosas. Creo que ahora no puedo lamentar esa apuesta.
—¿Vendrá él? —Su pregunta surgió de un modo involuntario y ella apartó la mirada al instante.
Sai rió entre dientes.
—Ah, sí.
Su confianza era tranquilizadora, pero ella no estaba segura de compartirla.
—¿Por qué está usted tan convencido?
—Por varias cosas, pero sobre todo por los once días.
Hinata frunció el ceño.
—¿Once días?
—Él sabía exactamente cuántos días habían pasado desde que ustedes dos volvieron de Essex. Conozca yo a las mujeres o no, conozco a los machos de nuestra especie, ya que soy uno de ellos. Llevar la cuenta de algo así no suele formar parte de nuestra naturaleza. Él contó los días. Con eso está dicho todo.
Hinata era aún una ingenua cuando se trataba de ese tipo de intrigas.
—¿Eso significa algo?
—Sí. Confíe en mi palabra.
—Confío en bastantes cosas. Si no me fiara de su integridad, no estaría ahora sentada aquí.
—Supongo que no. —Sus ojos negros la miraron con algo parecido a una resignada ironía. —Naruto considera un engorro su actitud ante la censura de la sociedad.
—Un engorro para sus propósitos, quiere usted decir.
—Le gustan las relaciones sin ataduras, lo admito.
—Y la mayoría de las mujeres se pliegan a sus antojos.
—Hinata se irguió en la butaca.
Sai la miró muy serio.
—Cosa que usted no ha hecho. Mire cómo lo ha puesto de rodillas.
—Yo no he tenido demasiadas pruebas de ello.
—En el caso de Naruto, que esté nervioso e irritable es una prueba en sí misma. Yo sé que nunca le había visto así antes. Bueno… —Sai vaciló—digamos que solo le había visto una vez. En aquel momento resultó un desastre. Es lógico que sea cauteloso.
Ella estaba intrigada y recordó lo displicente que se había mostrado Naruto cuando le preguntó si había habido alguien especial.
—¿Quién era ella?
—Si él desea decírselo, lo hará.
«Hombres», pensó Hinata, irritada. Cuando cerraban filas era imposible conseguir información.
Lord Sai sonrió, arqueando aquella boca juvenil y bien perfilada.
Fue algo angelical y contagioso. Hinata no pudo evitarlo y le devolvió la sonrisa.
—Entonces, ¿qué hacemos ahora?
Él dijo sucintamente:
—Esperar la grandiosa entrada.
Continua
