Naruto Y Hinata en:
LA APUESTA
Dieciséis
Había esperado demasiado, demonios. Naruto detuvo su caballo y maldijo en voz baja. Sí, había estado dando rodeos, y aplazó e intentó negar su insoportable deseo de seguir sus impulsos, pero al fin había sucumbido. Dios, Dios. Los había seguido.
Todo el camino hasta Aylesbury. Una serie de inquisitivas preguntas a residentes locuaces, aunque solo parcialmente útiles, le indicaron que había localizado la posada correcta.
Por todos los demonios, estaba comportándose como un idiota.
Era modesta y pequeña, situada en un extremo del pueblo, con una cubierta a dos aguas y recipientes con flores bajo las ventanas. No era lo que él habría escogido, pero tampoco tenía derecho a escoger. Sai estaba intentando ser discreto a petición de Hinata, sin duda.
Sai y Hinata.
Juntos.
Naruto desmontó, le arrojó las riendas a un chico que salió de los establos y se dirigió indignado hacia la puerta. El interior del lugar se le antojó apropiado, en un sentido rústico, para una aventurilla romántica.
Que debía ser justamente lo que ella quería, se recordó a sí mismo.
¿Le había dado Hinata alguna indicación de que deseara otra cosa?
Aquella noche en el carruaje, cuando él se había visto obligado a pedir favores a los sirvientes y a esconderse en la oscuridad como un ladrón solo para verla, la había decepcionado. Hinata no era lo bastante sofisticada como para disimular su expresión cuando él le había confesado que ella le provocaba cautela, y le había preguntado el porqué.
La respuesta era clara, se reprochó a sí mismo con severidad: porque recelaba de que ella le hiciera hacer cosas ridículas como cabalgar a toda velocidad durante horas, hasta alguna posada pequeña y rústica, para evitar que ella decidiera sobre una apuesta desafortunada e infantil.
Él quería a Sai como a un hermano. Esta intromisión era también para salvar su amistad, al margen de otra cosa.
No, no lo era, se confesó a sí mismo con tristeza. Era por egoísmo, porque no podía soportar la idea de imaginarlos a los dos juntos.
En la cama. Acariciándose, besándose…
Tenía endiabladas esperanzas de que no fuera demasiado tarde.
Al verle entrar, un hombre pequeño y gordo había dejado de limpiar una de las mesas, como reacción al aire de impaciencia y determinación de la expresión de Naruto.
—Estoy buscando a dos huéspedes —dijo este con voz tensa. —Una hermosa mujer con el cabello oscuro y un hombre de pelo azabache y alto. ¿Dónde están?
El propietario observó sus costosas ropas y dedujo su estatus social.
—Milord, yo no puedo…
—Debe llamarme excelencia. —Naruto le corrigió con un tono de voz letal. Si el peso de su título servía para proporcionarle las respuestas adecuadas, lo usaría. —Y por favor, responda a mi pregunta, o me limitaré a aporrear todas las puertas hasta descubrir dónde están.
—La primera habitación a la derecha, al final de la escalera.
—El posadero, que sujetaba el trapo de cocina con desgana con su mano regordeta, captó perfectamente la exasperación del tono.
Naruto asintió y se giró, pero entonces volvió a darse la vuelta.
—¿Cuánto tiempo llevan aquí?
—Varias horas, excelencia.
Al final de la confesión se oyó un chirrido. Naruto farfulló una maldición entre dientes. ¿Por qué demonios había esperado durante tanto tiempo, dando vueltas por su endiablado estudio? Fuera ya había empezado a oscurecer.
Subió los escalones de dos en dos, como si las prisas pudieran cambiar algo a esas alturas. Se detuvo frente a la puerta en cuestión, rígido e inmóvil, al oír una pequeña y leve carcajada.
Femenina y familiar. En Essex la había oído bastante a menudo, normalmente en forma de suspiro junto al oído, cuando estaban juntos en la cama. Espontánea y libre, y tan encantadora como todo lo de ella, cuando no lo reprimía bajo una gélida fachada de desinterés.
Naruto levantó la mano para llamar y, al recordar otra escena, como un fantasma del pasado que vagaba bajo la tenue luz del pasillo, se quedó quieto.
Konan había desaparecido. Él lo sabía porque había estado pendiente de ella en todo momento; de la grácil fluidez de su cuerpo cuando bailaba, de la curva de su sonrisa, del balanceo de sus caderas cuando andaba.
¿Dónde estaba?
¿Había salido a tomar un poco el aire? Verdaderamente hacía mucho calor; la estrechez de la sala era razón suficiente. ¿Por qué había ido a buscarla?. Porque lo supo. Al fin y al cabo a él le había pasado lo mismo. Aquella mirada fascinante, la breve presión sobre el brazo, la delicada y sutil escena de seducción.
Sí, lo supo.
De modo que en lugar de buscar en la terraza o en los jardines, había subido silenciosamente al piso de arriba. Y se quedó allí, en el lado equivocado de la puerta cerrada de un dormitorio, y los oyó. Dios santo, los había oído. Se suponía que ella estaba enamorada de él; sin embargo, allí estaba, disfrutando de un momento de pasión con otro hombre… ni siquiera tuvo que entrar en la habitación para saber que era cierto.
Reconoció aquel leve gemido de placer… Él lo conocía. Lo tenía impreso en el cerebro, en las terminaciones nerviosas, en el corazón…
Entonces había abierto la puerta y ahora, comportándose como un idiota por segunda vez, la abrió de par en par con más fuerza de la que pretendía, haciéndola rebotar contra la pared con gran estrépito.
Con el corazón desbocado y dispuesto a enfrentarse a la peor de las posibilidades, descubrió en lugar de eso a la mujer con quien estaba obsesionado, sentada en una butaca junto a una chimenea de ladrillo, con una copa de jerez suspendida a la altura de los labios, y los ojos abiertos como platos ante su brusca aparición.
Completamente vestida, con todas las fruslerías femeninas en su sitio y el cabello todavía recogido en un sencillo moño. Sai, sentado sobre la cama, también estaba totalmente vestido, desde las botas hasta la corbata de lazo.
No, no era en absoluto la misma escena en la que había irrumpido diez años atrás.
«Alabado sea Dios.»
El alivio le dejó sin habla. O tal vez fue otra cosa, algo parecido a la contrición. Ante el silencio subsiguiente, se las arregló para decir con brillantez:
—Buenas tardes.
Fue Sai quien contestó. Su viejo amigo se puso en pie con un movimiento ágil y una discreta sonrisa de suficiencia en los labios. Sacó un reloj del bolsillo del chaleco con estudiada precisión, lo miró y volvió a guardarlo.
—Has tardado más de lo que pensé, Naruto.
«¿Qué?»
Naruto quería fulminarle con la mirada, pero a pesar de llevar años de práctica en el control de sus emociones, no lo consiguió y dijo con frialdad:
—¿Te importaría explicar ese comentario?
—¿Te importaría explicar tu presencia aquí? —Sai se dirigió lentamente hacia la entrada. —No a mí, por supuesto, porque yo me voy. Pero estoy seguro de que lady Hyuga querrá oír lo que tengas que decir. Ven a verme cuando vuelvas a Londres.
«¿Qué demonios está pasando?»
Naruto se apartó de la trayectoria de su amigo, que le rozó el hombro al pasar. En la cara de Sai había una ligera pero inconfundible sonrisa de ironía.
Sí, como si Naruto no se burlara ya suficientemente de sí mismo. Justo lo que necesitaba, que alguien más se riera de él. Pero era difícil estar muy molesto, si de pronto estaba a solas con Hinata. Solo. Con ella. En una posada remota en el campo.
Un sueño hecho realidad. No, una fantasía masculina hecha realidad. O tal vez una combinación de ambas. Definitivamente ella tenía un aspecto encantador, con su sencillo vestido de muselina rosa pálido, la ropa arrugada por el viaje, y aquellos luminosos ojos plateados que le clavaban la mirada desde el otro extremo de la pequeña habitación.
La cama, constató Naruto, parecía bastante confortable.
Más tarde le daría las gracias a Sai por haber elegido ese sitio.
—¿Me esperabas?
Ella respondió con voz queda:
—Confiaba en ello.
Ella confiaba. Dios santo, aquello le quedaba grande.
—Ni siquiera yo sé por qué estoy aquí. —Exasperado, Naruto se pasó una mano por el pelo con la respiración entrecortada. —Salvo que realmente no podía aceptar la idea de que soportaras la segunda parte del trato.
—¿Así que viniste a salvarme? —Estaba sentada allí, sujetando la copa con la punta de los dedos y el rostro impenetrable. Normalmente él interpretaba lo que estaban pensando las mujeres. No, eso era falso… suponía lo que pensaban las mujeres, pero interpretarlo era algo distinto. Ahora, la verdad, no tenía ni idea.
Naruto pasó al interior del dormitorio y cerró la puerta al entrar.
En ese momento desterró el fantasma de Konan no solo al pasillo, sino al pasado, para siempre.
—Vine por ti —dijo con simple honradez. —Ahora estás obligada a ayudarme a entender qué significa eso exactamente.
—¿Obligada? —Hinata alzó sus cejas oscuras, pero cada vez estaba más ruborizada. —Namikaze, debes comprender que solo porque seas un amante experimentado, atractivo en todos los sentidos y capaz de encantar a una serpiente para que salga de su cesta, eso no me convierte necesariamente en una de tus conquistas.
—Ah, ¿no? —sonrió él.
¿Cómo podía haberlo dudado en algún momento?
—Bien —dijo ella con esa misma voz pragmática y severa, típica de lady Hyuga, que contradecía la ardiente expectativa que había en sus ojos, —no estoy convencida de ello.
Nadie sabía cómo lanzar un desafío como ella. Nadie. Con una sola nota había conseguido poner su vida del revés. Y mira lo que estaba haciéndole ahora. Hinata seguía en el otro extremo de la habitación, y sin embargo él notaba cómo crecía su erección ante la simple posibilidad de tenerla cerca.
Esto no era simple deseo. Eso ya lo había sentido. Muchas, muchas veces. Era el agua que movía el molino, era lo que impedía que pensara en Konan, era el pasado.
Esto era diferente. Esto había sido diferente desde el momento en que la había besado, aquella cálida tarde en la terraza de Essex, y había probado por primera vez su vacilante pero ansiosa pasión.
O tal vez cuando Hinata se había quitado el sombrero y el velo, allá en la sórdida tabernucha…
Oh, maldición, ¿a quién demonios le importaba cuándo? Había sucedido.
Sin más.
Él tenía un aspecto magnífico.
Hosco, un poco despeinado, desmejorado, irritado, y sin embargo ella reconocía con vivida claridad aquel brillo de sus preciosos ojos azules.
Deseo.
El escandalosamente delicioso duque de Namikaze la deseaba.
¿Era excesivo esperar que eso no fuera lo único que le había hecho venir desde tan lejos?
Era difícil estar segura, a juzgar por el bulto que tenía en los pantalones cuando se despojó de la chaqueta. Pero, tal como lord Sai había señalado, cuando el duque Namikaze deseaba que una mujer colmara sus necesidades básicas, no precisaba recorrer ninguna distancia para encontrarla.
Pero él había venido.
El riesgo había valido la pena.
Naruto avanzó con determinación a través del dormitorio. Hinata bebió compulsivamente un sorbo de jerez, sin apartar los ojos de la esbelta silueta que se acercaba a ella. Era tan alto, tan masculino y poderoso como le recordaba, e igual de intimidante que la última vez que ambos se habían sostenido la mirada a través de un salón de baile abarrotado.
Salvo que él se detuvo frente a su butaca y extendió la mano, en lugar de hacer algo más aparatoso como levantarla en brazos.
Una mano extendida. Solo eso.
Era un símbolo de lo que ella esperaba que le ofreciera. No solo placer pasajero, sino una unión mucho más determinante. Naruto había venido desde Londres para impedir que ella siguiera adelante con su oferta de arbitraje, y lord Sai había hecho mutis como estaba planeado, dejándolos a solas. Hasta el momento todo estaba saliendo bien.
Hinata sintió vibrar en la muñeca y en la garganta el latido acompasado de su corazón.
Tomó la mano que él le tendía, entrelazó los dedos y dejó que Naruto la pusiera de pie con gentileza.
—Como dije, yo confiaba…
Se detuvo, vacilante, sin saber cuánto estaba dispuesta a ofrecer.
Él tenía una leve sonrisa dibujada en el rostro. Un mechón de pelo rubio sobre la ceja. Polvo del camino en los pantalones y en las botas. Le cogió la copa de jerez de la mano y la dejó a un lado.
—¿Confiabas en qué?
Al fin y al cabo, ¿qué perjuicio había en decirlo? Bien, quizá había un riesgo, pero Naruto había recorrido una distancia importante para interponerse, y aunque Sai juró que eso pasaría, a ella le sorprendió y la hizo feliz.
—Confiaba en que vendrías.
Se arqueó una ceja rubia.
—Yo confiaba en no hacerlo —dijo él con un quedo murmullo, antes de hundir sus labios en la boca de Hinata.
Aquello no fue en absoluto un beso tierno. Fue intenso, exigente, pero al mismo tiempo rendido en cierto sentido. Hinata se apoyó en él, dejó que se abriera camino con la lengua y los labios, y descubrió que tenía las manos en la solapa de su chaqueta y los senos contra su pecho. Podía perdonarle incluso aquel áspero tono de voz, ya que obviamente él creía que estar allí era un error.
El duque Namikaze no era en absoluto encantador en aquel momento… y a ella le encantaba. Adoraba el ansia impulsiva de aquel abrazo, adoraba la falta de gentileza. Él era capaz de fascinar de forma premeditada y tentadora, de seducir de un modo irresistible, pero esto era algo totalmente distinto. Sus manos deambularon sobre el cuerpo de Hinata y ambos se fundieron en uno.
Una cabellera rubia le acarició la mejilla. Una boca exigente y ardorosa le poseyó los labios y ella sintió su miembro, rígido y erecto, incluso a través de la ropa. La pequeñez de la habitación no importaba; la oscuridad del cielo no significaba nada; todo su mundo se reducía a un hombre.
Eso lo decía todo.
Un hombre.
—Naruto —murmuró junto a sus labios.
Él contestó con un susurro:
—Estoy aquí. Que Dios me ayude, no soportaba estar lejos.
Sí. Él estaba allí. Eso convertía su cuerpo en algo tenso y anhelante.
—Me alegro.
—Déjame demostrarte hasta qué punto estoy aquí. —La condujo hacia la cama.
Naruto conjuró la magia con sus manos. Ella no tuvo ninguna posibilidad, pero tampoco lo deseaba. Le desabrochó el vestido y lo retiró de sus hombros con tal rapidez, que ella apenas notó cómo se deslizaba y se desparramaba en el suelo. Camisola, medias y zapatos fueron despachados con la misma velocidad con la que la levantó para depositar su cuerpo desnudo sobre el cobertor.
—Ahora sí que vale la pena haber viajado desde Londres hasta aquí —dijo él mientras empezaba a desnudarse con parsimonia y sus ojos erraban por el cuerpo de ella.
Hinata había extrañado esto, mucho. La descarada audacia de aquella mirada y el consiguiente torbellino de excitación en su vientre. Él se despojó limpiamente de su ropa y durante un minuto se limitó a estar allí de pie, como si se diera cuenta, con una intensidad igual a la de su deseo, de que aquel momento era realmente importante para ambos.
Después trepó a la cama y al interior de los brazos de Hinata; se deslizó por completo sobre ella, y reclamó de nuevo su boca con los labios. Esta vez fue un beso lento y perverso, con su pene erecto y duro entre los dos. Hinata se restregó contra aquel miembro henchido, y obtuvo un gruñido de aprobación desde lo más profundo del pecho de Naruto.
A ella le encantaba la forma como él movía las manos sobre su cuerpo; la cálida sensación de su boca sobre el cuello, mientras ella se arqueaba entre sus brazos; el aroma de su piel. Ya estaba húmeda y dispuesta, ansiosa por sentirle en su interior. Separó las piernas de forma natural; una invitación que él no dejó pasar. Naruto apuntaló su peso con los antebrazos y aceptó la oferta. Usó las rodillas para abrirle más los muslos mientras se preparaba para penetrarla.
Por un momento se detuvo; la tensión de su musculosa silueta puso de manifiesto la contención que ello suponía.
—Yo nunca soy posesivo.
No fue una sorpresa que todavía tuviera problemas para definir sus actos.
Hinata miró hacia arriba. Un placer lánguido asaltó sus sentidos mientras la expectativa hacía vibrar todas sus terminaciones nerviosas.
—Lo sé.
La punta de su miembro erecto descansaba contra la cavidad de Hinata, pero él no se movió.
—Pensar en ti con Sai, oh demonios, en ti con cualquiera, era superior a mis fuerzas. Era una tortura.
Más que las palabras emotivas, fue la mirada lúgubre de su rostro tan apuesto lo que la hizo sonreír. Le acarició la mejilla.
—Yo no lo hubiera hecho en ningún caso.
—¿Por qué no? Dime.
Ella captó el tono intenso y ronco de su voz. El hecho de que Naruto Uzumaki, el angelical amante de tantas mujeres, cuyo dulce y experto carisma era objeto de comentarios que se disimulaban tras manos enguantadas allá donde iba, le estuviera suplicando una especie de declaración previa le resultó patéticamente divertido. Él era muy bueno en todos los aspectos relacionados con hacer el amor, pero en apariencia ese mismo amor era algo que desestabilizaba su habitual calma imperturbable.
Ella tampoco era muy buena en esto. Pero lo intentó.
—No puedo imaginar estar con nadie más que contigo.
—¿Por qué no te habrías acostado con Sai? Ese era el pacto. Las mujeres le encuentran tremendamente atractivo.
¿Se sentía Naruto, verdaderamente inseguro con respecto a ella?
Al darse cuenta de aquello, Hinata se sintió eufórica.
—El pacto fue antes —dijo con un tono tranquilo y directo.
—¿Antes de qué?
Naruto entornó los ojos por un instante. Ella sentía el calor que emanaba de él, la evidencia de su deseo presionaba su piel ansiosa, el leve temblor en sus brazos mostraba la cantidad de control que le exigía no culminar el acto que ambos deseaban con tanta desesperación.
—Antes de ti, Naruto.
—Sigue. —Aquel tono de impaciencia exigía algo. La mirada de su rostro decía que había cabalgado tras ella, y que en la declaración que ella hiciera debía de haber una razón sólida para justificar eso.
Hinata no había declarado su amor a nadie nunca en la vida, pero también era cierto que nunca había amado a nadie antes. A su madre quizá, de niña, pero no se acordaba de ella en realidad. Ni su padre frío, severo y distante, ni su tía insensible y sumisa, y menos que nadie Sasori, a quien odiaba, le habían inspirado sentimientos de cariño. Naruto, con sus hábiles y gentiles caricias y su sonrisa irresistible, se había ganado no solo su cuerpo sino también su alma.
Un silencioso baile en una terraza a la luz de la luna y ella estuvo perdida.
Se esforzó en decir lo adecuado.
—Desde que me tocaste… desde Essex… supe que no podía. En cuanto volvimos se lo dije a Sai y retiré mi oferta.
—¿De modo que esto era una trampa?
La última cosa que ella deseaba era que él sintiera eso. Alzó la mano y le acarició la boca con la yema del dedo.
—No. No sé cómo llamarlo, pero así no. Creo que Sai suponía que si tú creías que iba a seguir adelante con esto, analizarías tus sentimientos.
—¿Se le ocurrió pensar que yo no tenía deseos de analizar mis sentimientos?
Ella no pudo evitar reír ante el tono de disgusto, pero seguía sintiendo cierta timidez cuando dijo:
—Estoy encantada de lo que pasó porque… —alzó ligeramente las caderas para enfatizar la frase, —ahora estamos aquí. Así. ¿Te importaría…?
Naruto pareció satisfecho con aquella declaración incompleta, pues gruñó con una sonrisa que tenía cierto aire de un zorro.
—No me importaría en absoluto.
La penetró con rapidez, con ímpetu y con fuerza suficiente para hacerla jadear. Envainó por completo su pene rígido hasta el fondo y la maravillosa sensación la hizo temblar. Hinata cerró los ojos.
—Sí.
Se movieron al unísono y sus cuerpos expresaron lo que por lo visto ellos no podían decir con palabras. El ritmo era desatado, salvaje, y Hinata se deleitó en él mientras escalaba hacia aquel paraíso.
No, no podía imaginar hacer algo tan íntimo, tan maravilloso, con nadie que no fuera el hombre que se movía con ella ahora, buscando juntos… descubriendo…
La culminación fue extática, un placer tan agudo que ella sintió como si el mundo se parara y el cielo se desplomara. Se estremecieron a la vez, envueltos en sensaciones, inmóviles y regodeándose, tras dejarse caer en una maraña de brazos y piernas y ambos reacios a hablar, una vez que su aliento empezó a serenarse y a convertirse en respiración normal.
Naruto había llegado al clímax después que ella. Aún desnuda en sus brazos, con el cuerpo húmedo en la secuela de una pasión tempestuosa, una parte de Hinata seguía atónita y sin creer que aquello hubiera sucedido realmente..
Un dedo esbelto dibujó un sendero a lo largo de su mandíbula y le acarició el labio inferior. La miraban unos ojos azules bajo un velo de pestañas entornadas. Naruto sonrió, pero aquella no era la mueca habitual y despreocupada de sus labios. Era, por el contrario, algo casi melancólico, una palabra que ella nunca habría aplicado al duque de Namikaze.
—¿Aún sientes temor?
Hinata se movió, cosa que le costó cierto esfuerzo pues se sentía tan maravillosamente saciada y satisfecha.
—¿Qué?
—Aquella noche en tu carruaje, me dijiste que yo te inspiraba temor.
Ella negó con la cabeza y su pelo recorrió sus hombros y su espalda desnudos.
—Dije que sentía temor al escándalo.
—¿Ya no lo sientes?
¿Eso quería decir que Naruto nunca iba a ofrecerle más que lo que acababan .de compartir? Sin saber exactamente cómo responder, Hinata se recostó contra él, en silencio, vacilante, sintiendo que su felicidad se desvanecía un poco.
—Hinata…
—Si me estás pidiendo que vuelva a tener una aventura contigo —admitió ella despacio, —confío que este no sea el motivo por el que cabalgaste hasta aquí. Aquellos días que pasamos juntos fueron una revelación para mí. Eso ya lo sabes. Sexualmente, sí. Pero en tu cama no descubrí solo sabiduría. ¿Recuerdas cuando estábamos en el claro del bosque e hicimos el amor por primera vez? Sé que no hice el comentario provocativo que tú deseabas, pero te dije la verdad. Eres un hombre muy bueno, Naruto. Aparte de todos esos detalles de título, linaje, riqueza y de la destreza sexual, tú eres… tú.
Él le acarició la barbilla con dulzura y la obligó a levantar la cabeza para poder compartir la mirada.
—¿Y eso qué significa?
Cómo deseaba Hinata poder ser indiferente. Pero no pudo y susurró:
—Yo me enamoré de ti. De ese hombre, no del duque Namikaze, sino del real.
Continua
