Naruto Y Hinata en:

LA APUESTA


Dieciocho


Todo paraíso tiene su serpiente rastrera.

La tarjeta de visita llegó en una bandeja de plata y al principio Hinata la miró con desinterés, pero cuando reconoció el nombre impreso, una sensación de aprensión le provocó un vuelco en el estómago. Aunque normalmente le habría rechazado, por lo visto ese día tal cosa no era posible, según su mayordomo.

—Ha insistido mucho, milady, y dice que sabe de buena tinta que está usted en casa.

Ella no acababa de entender cómo podía ser eso, pero la última vez que había hablado con él, Hidan había aparecido de pronto justo en el mejor momento.

O en el peor, según el punto de vista de cada cual.

Norman ya no era joven y no era alguien que pudiera a expulsar a Hidan Akatsuki, que tenía veinte años menos y era infinitamente más decidido. Hinata pronunció por lo bajo una maldición muy impropia en una dama y murmuró:

—Muy bien, hágale pasar.

—No será necesario. Buenos días, milady.

Ella, atónita ante el descaro de Hidan que había seguido al mayordomo sin esperar a recibir respuesta a su petición, miró fijamente a aquel hombre, que entró en la sala y empujó al pasar a un Norman visiblemente indignado.

Mientras él recorría a zancadas la estancia, ella constató que su primo —no es que ella estuviera encantada con el parentesco—vestía de ciruela. Era imposible no fijarse. Morado oscuro en la chaqueta, un matiz menos intenso en el chaleco bordado, pantalones lavanda e incluso unos zapatos de ese tono, con unos calcetines blancos de seda. En sus pálidos ojos brillaba la gelidez acostumbrada y torcía la boca de una forma que hizo que Hinata contuviera el aliento de miedo. Llevaba el pelo negro peinado hacia atrás, apartado de sus facciones atractivas y altaneras, y curvaba ligeramente el labio.

Una expresión que a ella no le gustó nada en absoluto.

—Ha regresado usted del campo, según veo. —Sin que se lo indicaran y sin más que una breve e insignificante inclinación de cabeza, él se levantó los faldones de la chaqueta y tomó asiento. Con gran naturalidad. Como si la sala fuera suya y no de ella. —Esta es la segunda expedición en un mes, ¿verdad? Es curioso, no sabía que viajara usted tan a menudo

¿Cómo demonios sabía él dónde había ido?

—Sí —dijo sin casi entonación.

Las siguientes palabras de Hidan le produjeron escalofríos.

—¿Cómo están Namikaze y Sai Shin?

«Oh, Dios santo.»

La mente se le quedó en blanco durante un segundo.

«Piensa…»

Hinata había estado revisando la correspondencia en aquella salita y apartó la carta que había estado leyendo con mucho tino, para que él no detectara que le temblaba la mano.

—¿Perdón?

—Esos dos lascivos granujas son la comidilla de la ciudad en este momento. ¿Cómo están? —Hidan se reclinó de nuevo en una de las butacas con aire triunfal, y una sonrisita de suficiencia en la cara.

¿Realmente sabía algo o la estaba tanteando?

Un escalofrío estremeció a Hinata, a pesar del cálido sol que aquella mañana entraba a raudales por las ventanas, y proporcionaba a la aireada salita un confortable calor.

—Estoy confusa, milord. ¿Cómo voy a saberlo yo?

—Mi teoría es que usted, a pesar de que las apariencias harían creer a todo el mundo que no es cierto, es naturalmente el juez de su jactanciosa competición. ¿Por qué si no se habría citado con ambos en una lóbrega tabernucha?

A Hinata se le encogió el estómago.

—Eso, señor mío, es mentira.

Él se inclinó hacia delante con las manos sobre las rodillas.

—Ah ¿sí?

—Por supuesto. ¿De dónde ha sacado una idea tan peregrina?

—En efecto, ¿de dónde?

Iba a ser muy difícil mantener esa especie de juego absurdo del ratón y el gato, con el corazón desbocado como los cascos al galope de uno de los fabulosos caballos de Naruto.

—Me parece que es una pregunta muy clara.

Pero él no la respondió.

—Me interesa mucho saber el resultado. Dígame, ¿Sai Shin no consiguió estar a la altura? Tengo entendido que él llegó primero, pero que no se quedó mucho tiempo. En cambio usted y el duque pasaron varias noches juntos. ¿Deduzco que Namikaze es el ganador?

Ante la terrorífica certeza de que él lo supiera realmente, ella se sintió desfallecer. Hidan era la última persona en el mundo que deseaba que tuviera alguna ventaja sobre ella. Intentó por todos los medios guardar la compostura. Esa había sido su única defensa contra Sasori, y ciertamente la necesitaba en ese momento.

—¿Tiene usted algún motivo para venir aquí y lanzar estas escandalosas acusaciones contra mí? —dijo en un tono muy convincente.

Hidan chasqueó la lengua.

—Vaya, de repente se ha puesto usted pálida. ¿Quiere que le traiga algo?

«Váyase —gritó mentalmente. —Fuera.» Pero por otro lado, no quería que se fuera hasta saber con qué intenciones había venido.

—Me encuentro bastante bien, gracias.

—Desde luego. Está usted encantadora. Me gusta cómo le sienta este color, pero su belleza es innegable se vista como se vista. O si no va vestida, estoy seguro. Sospecho que me va a parecer aún más atractiva cuando esté desnuda en mi cama, con las piernas separadas, como la pequeña furcia que ha demostrado ser.

Hinata sintió la bilis en la garganta. Las manos le temblaban y las apretó como puños con tanta fuerza, que le dolieron los nudillos. Durante un momento solo fue capaz de observar fijamente la mirada de sádico regodeo que él tenía en la cara. Aquel parecido con lo que habia vivido con Sasori era como revivir una pesadilla. Ella había visto antes aquel brillo lascivo en unos ojos pálidos muy similares, y experimentó lo que ello significaba.

—No importa que me amenace con contar vilezas sobre mí, no seré su amante —dijo con total e imperturbable convicción.

—Yo tampoco quiero que lo sea.

—El tono tenía un matiz burlón, y Hidan sonrió de un modo que haría parecer atractivo a un reptil. —Le estoy proponiendo matrimonio. Su lasitud moral es algo que puedo pasar por alto, si pienso en la fortuna que voy a ganar.

¿Un segundo matrimonio con un hombre que le recordaba tanto a su brutal e insensible marido, que solo con verle sentía náuseas? La idea era tan repugnante que tuvo que ahogar una carcajada histérica. Con mucho, el ostracismo social era preferible.

Hinata le miró a los ojos.

—Jamás.

Él entornó los párpados y sus mortecinas mejillas enrojecieron.

—Me parece que no me ha entendido bien. No tiene usted alternativa.

—Tengo muchas alternativas. Por favor, salga de mi casa.

El énfasis tuvo el deseado efecto y Hidan apretó los labios. También se puso de pie, pero no hizo ningún movimiento en dirección a la puerta. En lugar de eso, dio un paso hacia ella.

—La destruiré. Mancharé su nombre hasta que no vuelvan a recibirla en ningún sitio. Hasta que ningún hombre decente dirija su mirada hacia usted a menos que desee un revolcón rápido con una famosa prostituta.

—Nadie creerá sus maliciosas mentiras, milord. Mi fama de discreta y distante es conocida por todos.

—Aquello era un farol, pero no le importó. Lo único que quería era que se alejara de ella.

—Tengo el testimonio de los hombres que contraté para vigilarla, mi querida Hinata. Aparte de una declaración escrita del posadero. Dice que usted llegó con un hombre y se marchó con otro. ¿Creía usted que eso no llamaría la atención? Si le sirve de consuelo le diré que a la mujer del posadero le pareció bastante romántica la aparición del duque, pero también es verdad que muchas mujeres caen bajo el embrujo de Namikaze, según tengo entendido. La posadera los describió a los tres perfectamente.

—¿Por qué hizo que me siguieran? —Lo último que quería era enzarzarse en una conversación con él, pero estaba claro que era el enemigo, y de su experiencia con Sasori había aprendido que le convenía evaluar sus tácticas. Eso la había ayudado a sobrevivir sin apenas daños, o en eso confiaba.

—Usted tiene algo que yo quiero.

—El dinero.

¿Debía comprarle? Por un momento, Hinata se preguntó si valía la pena entregar la fortuna que había heredado para librarse de él.

Entonces, con una mirada bastante insultante, él repasó su cuerpo al detalle y rectificó en voz baja:

—Quiero dos cosas.

Eso ni pensarlo.

—Váyase —le ordenó, orgullosa de que su voz fuera firme y terminante, —y sus derechos familiares no significan nada para mí, así que por favor no vuelva visitarme nunca más.

Él avanzó un paso más, lo bastante como para tocarla. La amenaza centelleaba en sus ojos.

—Esta casa debería ser mía. Y usted también. Todo lo que era de Sasori debería ser mío. El título no significa casi nada sin la fortuna que él le dejó a usted en lugar de a mí. Tengo el propósito de conseguirla de un modo u otro.

La frialdad de su tono le provocó un escalofrío, que le subió por la espalda. Hinata se alarmó, pero se negó a rendirse.

—Voy a llamar para que alguien le acompañe a la calle, milord.

—No, no lo hará.

La repentina embestida la cogió desprevenida. No es que confiara en él, pero los caballeros de visita con pantalones lavanda, puños de encaje y tarjetas repujadas, no suelen sujetar a sus anfitrionas, ni taparles la boca con una mano implacable.

Indignada, Hinata empezó a luchar. Una espantosa conciencia de la desigualdad de tamaño que había entre ellos empezó a invadirla, junto a atroces recuerdos de una situación idéntica, en la que ella se sentía abrumada e impotente. Cuando él la llevó a rastras hasta un pequeño sofá del rincón y la colocó allí por la fuerza, ella se quedó como muerta, con las extremidades paralizadas y la mente agarrotada con la horrible certeza de que podía pasar algo inevitable.

Hidan le acercó bruscamente la cara y siseó:

—Fría ramera. Siempre mirándome como si yo fuera una especie de parásito, eludiendo mis visitas, fingiendo que no estabas en casa cuando yo sabía muy bien que sí. Mi primo debe de haber disfrutado mucho de ti para dejarte su fortuna, y yo también deseo probar eso. Lo exijo, por mucho que tú intentes negármelo. Después, estarás obligada a aceptarme o a despedirte de una vida respetable.

«No.»

No. Hinata había soportado aquello demasiadas veces para permitir que volviera a pasar. La delicadeza de las caricias de Naruto, su sonrisa traviesa y encantadora, la pasión en sus ojos azules inundaron su mente. El no le había propuesto matrimonio exactamente, pero de sus entrañas había surgido la promesa de amarla, y ella esperaba que quizá, quizá, lo hiciera, a pesar de que su cuerpo fuera incapaz de concebir un hijo.

Hinata dio un mordisco, y consiguió clavar los dientes en la palma de la mano con la que la retenía su atacante, y probó el amargor metálico de la sangre. Hidan redujo la presión por un momento y soltó una maldición, y ella, un grito leve y entrecortado.

—Eres una bruja. —La cara de Hidan, desencajada de rabia, estaba unos centímetros por encima de la suya, y estaba convencida de que le habría pegado de no ser porque le preocupaba más que estuviera callada. Ella se retorció, luchó contra el peso del cuerpo que la inmovilizaba, intentando liberarse a arañazos. Él le subió la falda de golpe y le manoseó el muslo.

«No, esto no. Esto no. Por favor.»

¿Realmente iba a violarla en su propia casa? ¿En la cómoda salita que ella usaba como refugio para tomar el té de la mañana y meditar un poco, mientras repasaba la correspondencia diaria?

No.

De repente oyó un estrépito y Hidan gimió y dejó de retenerla. Después se relajó, la aplastó con el peso de su cuerpo y dejó caer la cabeza a un lado. Para su sorpresa, Hinata se vio empapada de agua y pétalos de rosa.

La cara de Ino Yamanaka, preocupada y sombría, emergió ante sus ojos. En su mirada azul había un matiz de indignación asesina.

—Siento el desorden, pero espero haberle matado —dijo sin más.

Ino no sintió remordimientos al contemplar al hombre que cayó al suelo, tras el forcejeo de Hinata Hyuga para apartarle. La recién llegada se sentó temblando. ¡Y pensar que había dudado de hacerle esta visita inesperada, porque era demasiado temprano para presentarse, aunque se sentía impaciente por darle las gracias a alguien a quien ya consideraba una amiga y compartir con ella la noticia de su próxima boda!

Mientras examinaba los pedazos de cristal rotos, las gotas de agua sobre la alfombra de flores y la sangre que brotaba del corte que el hombre tenía en la cabeza, Ino supuso que irrumpir en lo que parecía una agresión escandalosa y zurrar al villano era un acto de amistad.

De modo que quizá ya le había dado las gracias, aunque de una forma bastante violenta.

Lady Hyuga estaba pálida como la cera. Su cara, habitualmente encantadora, se había transformado en una máscara fantasmal. Tenía mechones de pelo oscuro, húmedos y revueltos, como sierpes en su cuello grácil, y el vestido, empapado y pegado al cuerpo, gracias al impetuoso impulso de Ino de usar un jarro que estaba a mano para propinarle a su atacante un enérgico porrazo.

—¿Está usted bien? —Ino se sacó un pañuelo de la manga y se lo entregó. Era una pieza de encaje demasiado pequeña, pero mejor que nada.

—¡Milady! —El anciano mayordomo que había abierto la puerta estaba en la entrada, horrorizado. —Señoría, ese vil canalla… vaya. Nunca le hubiera dejado entrar de haber sabido que…

—No es culpa suya en absoluto.

Hinata sintió un escalofrío y fue a sentarse en una parte del sofá menos húmeda y bastante alejada de la silueta postrada de Hidan. Se secó la cara con el pañuelo que le había ofrecido Ino. Era difícil saber si la humedad era por las lágrimas o por el agua del jarrón para las rosas frescas. Miró a Ino con unos ojos plateados que brillaban.

—Gracias.

—De nada.

Las pestañas de lady Hyuga se juntaron cubiertas de rocío y murmuró:

—No, sinceramente, gracias.

Sí, definitivamente eran lágrimas. Ino no la culpó. Ella habría llorado a mares en similares circunstancias. Se dejó caer a su lado, sin hacer caso de la humedad de la tela del sofá, y cogió la temblorosa mano de la otra mujer.

—Por supuesto que la ayudé. Acababa de decirle a su mayordomo mi nombre cuando la oí gritar. Normalmente nunca voy de visita tan pronto por la mañana, pero ahora me alegro de haberlo hecho.

—Fue en el momento justo. —Hinata sonrió. —Supongo que eso es innegable. Cuando me di cuenta de sus intenciones, ya era demasiado tarde para pedir ayuda.

Ambas contemplaron al hombre tendido boca abajo en el suelo, como si fuera un repugnante montón de basura.

—Imagino —dijo Ino con voz resolutiva—que tendremos que hacer algo con él.

—Supongo que sí. —Hinata la miró, desfallecida. —¿Puedo mencionar otra vez lo contenta que estoy de que llegara usted cuando lo hizo?

—Me lo imagino.

Un escalofrío sacudió los esbeltos hombros de lady Hyuga. Pareció darse cuenta de que tenía las faldas revueltas y se las colocó de un modo más recatado.

—Milady, ¿qué quiere que haga? —Se diría que el mayordomo estaba más que levemente disgustado por lo que había estado a punto de pasarle a su señora. —Un juez sería lo apropiado a mí entender.

Hinata meneó la cabeza.

—Déjeme pensar un momento. Me temo que estoy envuelta en un escándalo, haga lo que haga.

—Por favor, no me diga que va a permitir que salga indemne de esto —dijo Ino con firmeza. —Yo soy testigo, por si lo niega.

Un leve quejido les indicó que él se estaba despertando.

—Yo le conozco. —Hinata estaba más blanca que nunca. —Si no voy con cuidado, él convertirá esto en algo más desagradable de lo que ya es. Voy a tener que manejarlo. —Irguió los hombros y la rudeza de su tono indicó que había tomado una decisión. —Lo único que puedo intentar es sortear el peligro, sin hacer que las cosas empeoren. —Miró al atribulado mayordomo. —¿Podría hacerme el favor de ocuparse de que venga alguien para meter a lord Akatsuki en su carruaje y enviarle a su casa?

—Por supuesto. Naturalmente.

El hombre salió corriendo; parecía aliviado de que volvieran a asignarle una tarea. Fue eficiente además, pues a los pocos minutos entraron a toda prisa dos jóvenes, levantaron del suelo al hombre semiinconsciente y se lo llevaron de la habitación.

Ino miró intrigada a la mujer que, menos de una semana antes, había aparecido con tanta tranquilidad en el umbral de su puerta y se había tomado el tiempo y la molestia de disuadirla de algo que, visto en perspectiva, era una enorme equivocación. Casarse con Kiba la habría convertido en una persona herida y triste, y puede que incluso hubiera arruinado la vida de ambos. Golpear en la cabeza con un jarrón lleno de flores al aparentemente despreciable lord Akatsuki, era una buena manera de empezar a pagar una impresionante deuda, pero ella estaba dispuesta a hacer más.

A pesar de que la habían empapado con agua y casi violado en su propio sofá, lady Hyuga era capaz de rodearse de un aire de reserva.

—No entiendo cómo va a conseguir estar tranquila, si este hombre no paga por su afrenta —dijo Ino con franqueza—Yo también opino que denunciarle ante un juez es la mejor medida. No me parece que usted sea la clase de mujer que vaya a permitirle salir indemne de una tentativa tan ruin.

Hinata la miró con aquellos extraordinarios ojos de plata.

—No puedo protegerme de toda eventualidad. Él intentó chantajearme y, cuando no le funcionó, me atacó. Creo que quizá sería mejor si me limitara a darle el dinero que tanto desea. Quizá entonces me dejaría tranquila.

—O quizá entonces tendría todavía menos poder sobre él —señaló Ino. —Contrate un escolta. O varios. Haga pública la forma en que acaba de tratarla.

Lady Hyuga negó con la cabeza.

—Ojalá fuera tan sencillo.

¿Por qué no lo era? Ino arrugó la frente. Al cabo de un momento dijo despacio:

—Estoy confusa. Ha hablado usted de chantaje. Cómo es posible que él…

—La apuesta —interrumpió Hinata todavía pálida, pero con aire decidido.

La apuesta. Ino tardó un instante en comprender y luego cayó en la cuenta de lo que tal vez quería decir la otra mujer.

—¿Usted? —Ino estaba atónita y sintió una punzada de celos. —Usted dijo que Sai jamás…

—No me tocó. —Lady Hyuga frunció sus labios temblorosos. —Está enamorado de usted. No lo hubiera hecho, créame. Creo que al principio lord Sai creyó que podía… pero las cosas cambiaron.

—¿Por qué hizo usted algo así? —Considerando las circunstancias y puesto que Sai estaba implicado, Ino creyó que tenía derecho a preguntar. —Perdóneme, pero me parece bastante impropio.

—Tenía mis razones —dijo Hinata con una sonrisa crispada. —Dígame, si usted quisiera saber si es verdaderamente desapasionada y deficiente como mujer, ¿qué mejor que acudir a dos hombres que dicen ser unos amantes superlativos? Supongo que yo era consciente de los riesgos, de modo que el actual estado de cosas es absoluta responsabilidad mía. Ambos me prometieron el anonimato, pero yo minusvaloré el interés de Hidan por mi herencia. Él quiere casarse conmigo para conseguirla y cuando yo decliné esa encantadora oferta, intentó tomarme por la fuerza. Después de esto será más vengativo que nunca.

Ino se dio cuenta de las implicaciones de ser etiquetada como la licenciosa jueza de la competición, objeto de los comentarios de todo el mundo, en una sociedad predispuesta a juzgar a las mujeres con implacable rigor.

Lord Akatsuki había descubierto de algún modo la secreta participación de la viuda de su primo. Pese a que ella y Sai nunca participaron en los hechos en sí, el que ella hubiera tenido algún papel le reportaría tan mala fama como la de Sai y el duque, sino peor, por motivos de género.

—Comprendo su dilema —murmuró Ino.

Hinata se presionó la frente con una mano temblorosa e inspiró de forma inaudible.

—Al anochecer mi reputación estará hecha jirones. Puedo intentar plantar cara, supongo, pero no creo que tenga la suficiente fuerza para ello. Cuando Hidan empiece a contarlo, todos recordarán que no hace mucho estuve fuera al mismo tiempo que Naruto. Negarlo sería inútil.

Ino no pudo evitar recordar cómo, en su encuentro anterior, la mujer que se sentaba a su lado le explicó las diferencias que podía haber entre dos amantes. Si su anterior marido había sido un hombre horrible, algo que por lo visto era cosa de familia, ¿significaba eso que el duque de Namikaze era el hombre que…? ¿Cómo lo había expresado Hinata? ¿Lograba que hacer el amor fuera un placer inimaginable? Dado que ahora Ino sabía muy bien a qué se refería, tuvo que preguntarse sobre la relación de la encantadora lady Hyuga con el infame Namikaze.

—¿Qué hay del duque? Seguramente él la ayudaría a negar tal acusación —comentó en voz baja.

Con un aparente cansancio infinito, Hinata dejó caer la mano sobre el regazo.

—No. Soy una mujer adulta y participé en el acuerdo por voluntad propia. No voy a pedirle que mienta por mí y, por otro lado, él ya me ha dado más de lo pueda usted imaginar.

Ino se dio cuenta con sobresalto de que la preciosa y habitualmente distante lady Hyuga se había enamorado del duque Namikaze. Estaba allí, en la conmovedora expresión de la cara de Hinata, grabado en el gesto de su boca y en el matiz de tristeza de sus ojos.

—¿De veras? —murmuró, mientras adquiría una noción nueva de la situación. Hinata asintió.

—Aunque yo esperaba que sus sentimientos estuvieran tan comprometidos como los míos, este no parece ser el caso. Para serle sincera, he pensado marcharme del país. Tal vez todo esto es una señal de que debo seguir adelante con este plan.

—Yo no creo que huir vaya a solucionar nada —objetó Ino, intentando pensar cómo ayudarla.

Con reposada dignidad, Hinata la contradijo:

—Me parece que no tengo muchas opciones. Contesté a la apuesta de lord Sai y el duque sobre todo porque quería cambiar mi vida. Así fue, pero no tal como yo lo había planeado, como suele suceder. —Se levantó, con elegancia, pero manifiestamente pálida y afectada. —Detesto ser una anfitriona descortés, sobre todo después de lo que usted acaba de hacer por mí, pero creo que puede entender que necesito empezar a disponer lo necesario. ¿Me disculpa?

Naruto venció una infrecuente sensación de desasosiego y estudió el famoso mural que había en la pared de enfrente del salón principal. ¿Quién lo había pintado? Así de repente, no podía dar con el nombre. Esa placentera escena de bosques y agua simbolizaba un ideal de tranquilidad, completado con un juguetón Cupido atisbando tras un edificio neoclásico con el arco en la mano.

La vida real no era tan sencilla. No había ninfas angelicales apuntando con certeras flechas… o quizá las había. Era difícil saberlo. A él le habían alcanzado, de eso no cabía duda, y aunque había llegado a la conclusión de que no iba a recuperarse de esa herida, seguía teniendo que afrontar las realidades de la vida.

Levantó una ceja ante aquella figura de aire travieso con una corona de laurel en la cabecita.

—¿Deseabas hablar conmigo? —Su madre entró en la estancia con una mirada inquisitiva en la cara y tan hermosa como siempre, vestida de seda de color rosa y perfectamente peinada y arreglada. En su cuello y su muñeca centelleaban los diamantes.

El se inclinó.

—Madre. Te agradezco que me recibas.

Ella alzó las cejas.

—Eso suena peligrosamente formal, Naruto. Lo mismo que tu nota. ¿Para qué enviar a un lacayo, cuando puedes venir a verme en persona en cualquier momento? ¿Te importaría aclarármelo, querido? Has estado un poco raro desde que volviste de tu viaje.

En cuanto hiciera eso… en cuanto se lo contara… sería oficial, y la idea le producía desasosiego. Ella tenía razón, probablemente había estado vagando por ahí como un idiota. En realidad no estaba consiguiendo nada, más que darle vueltas a la situación. Se aclaró la garganta, se dispuso a decírselo sin más y entonces, en lugar de eso, musitó:

—Necesito un coñac. ¿A ti te apetece algo?

—¿Yo necesito algo? —Ella se sentó en un sofá de satén marfil y le miró fijamente. —He de decir que tu expresión me está inquietando.

—Pues mira que a mí… —dijo él, malhumorado. Sirvió coñac en una copa, bebió un buen sorbo y después dejó la bebida a un lado. —Tengo algo importante que decir. Pensé que era mejor que estuviéramos a solas y creo que esta formalidad —señaló el elegante salón —es adecuada para el momento.

Ella apoyó las manos en el regazo con sus cejas arqueadas.

—Ya puedes imaginar mi curiosidad. ¿De qué se trata?

—Estoy… en fin… pensando en casarme.

Ella abrió la boca apenas y los ojos como platos. Tras un prolongado instante, dijo:

—Comprendo. Debo de estar desinformada. No sabía que estuvieras cortejando a nadie. De hecho, estoy segura de que, de ser así, me lo habrían contado. La alta sociedad está muy pendiente de todos tus movimientos.

—Mi reputación exige discreción. Ella no está interesada en que nuestra relación sea pública.

Su madre se enfadó. Centellearon sus ojos violeta y su tono fue gélido:

—Tenía entendido que ser la duquesa de Namikaze era uno de los destinos más codiciados de Inglaterra.

El sonrió con ironía ante aquella muestra de defensa maternal.

—Al principio nuestra relación no tenía nada que ver con mis intenciones actuales. Deja que te lo explique de otro modo. La dama tiene una reputación impecable y yo prácticamente lo contrario. Sé que eres consciente de ello. Se me considera un calavera y en parte tal vez me lo merezco.

Hubo un breve silencio y después su madre suspiró.

—Yo no pienso censurarte, aunque no siempre he aprobado todo lo que se comenta. No obstante, los hombres jóvenes con título y fortuna suelen tener más tentaciones que otros. Tal vez esto solo sea la excusa de una madre, pero yo siempre he considerado exageradas la mayoría de las murmuraciones.

El captó el deje burlón.

—No confirmaré ni negaré nada en concreto y lo dejaremos así, ¿te parece? En cualquier caso, tengo la intención de prometerme en matrimonio en breve, y quería decírtelo.

La curiosidad brilló en aquellos ojos violetas.

—Estoy encantada, como es natural. El secreto es un poco desconcertante, sin embargo. Cualquiera de las familias que conozco recibiría con los brazos abiertos una petición formal de tu parte. Hay una diferencia entre lo que un hombre hace en privado cuando es soltero y cuando decide elegir esposa. He visto cómo las matronas de la alta sociedad hacen desfilar a sus hijas delante de ti, tengas mala fama o no. ¿Quién es ella?

Esta era la parte complicada. En primer lugar, no estaba del todo seguro de que Hinata le aceptara. Ella le había dicho que no deseaba volver a casarse, pero también que le amaba. Además quedaba el otro asunto por resolver.

—Hinata Hyuga —dijo Naruto serenamente.

—¿La joven viuda del vizconde? —Su madre permaneció muy quieta en el asiento, con la sorpresa grabada en las facciones.

—La misma.

Ella digirió aquello.

—Es encantadora… bien, más que encantadora, de modo que comprendo que te atraiga, pero…

—¿Pero? —apuntó él, cuando ella se quedó callada.

—No sé. Esto me desconcierta bastante, Naruto.

—Soy consciente de que no se trata de un enlace especialmente ventajoso, eso ya lo sé. Sin embargo, antes de que hables de linajes, genealogías y alianzas sociales, permíteme decirte que de todos modos nada de eso me ha interesado nunca y creo que ya he dejado clara mi postura sobre el tema con anterioridad. —El tono era severo, así que intentó suavizarlo. —He reflexionado sobre ello, créeme.

Su madre movió la cabeza y la luz del mediodía captó destellos de hebras plateadas de su cabello.

—No iba a decir nada de eso.

—¿No? —El arqueó una ceja. Se preparó para las objeciones. Sí, él era Namikaze, podía hacer lo que le apeteciera y su familia difícilmente podía impedirlo, pero aun así los quería y deseaba su aprobación. La preocupación por Hinata también hacía que deseara de ellos un apoyo incondicional. Ella ya había soportado bastante dolor con la desatención de su propia familia. El rechazo de los parientes de Naruto le haría más daño y él sencillamente no podría soportarlo.

—Iba a preguntarte cómo es que la conoces. No he oído ni el más mínimo comentario sobre una relación.

La maldita apuesta. Bien, él no iba a confesar la verdad. En lugar de eso dijo:

—Nos movemos en los mismos círculos sociales. Tú la conoces.

—A eso me refiero. Me la han presentado. Conocerla es algo totalmente diferente. Es bastante distante.

Naruto hizo un gesto negativo con la cabeza, al recordar la calidez y la franqueza de Hinata. Por no mencionar la faceta apasionada que ella ocultaba al mundo con tanto cuidado.

—En cuanto la conoces es todo menos distante. Aparte de inteligente, culta y elocuente. Carece absolutamente de malas intenciones, por lo que mi fortuna no tiene nada que ver con esto, y dudo que mi título le importe lo más mínimo.

—Se pasó la mano por la cara y añadió con un suspiro: —No estoy nada convencido de que vaya a aceptarme cuando se lo pida.

—¿Por qué diantre no aceptaría? —Su madre parecía indignada.

—Su primera experiencia matrimonial fue un desastre. Me ha dicho claramente que no tiene intención de volver a casarse. —Se detuvo por un momento y luego añadió con voz serena: —Lo cual suscita otro asunto que estoy seguro que te plantearás, si no lo has hecho ya. Existe la posibilidad de que sea estéril. En el curso de varios años de matrimonio no se quedó embarazada.

No hubo respuesta, solo silencio. Naruto bebió otro trago de coñac y continuó:

—Yo confiaba en que lo aprobaras de todas formas. A Sakura le gustará. A ti te gustará, estoy seguro. Y lo más importante, me gusta a mí. No ignoro cuál es mi deber, madre. Me doy cuenta de que el título y la parte del patrimonio adscrita al mismo irían a parar a un primo lejano, si yo no lograra tener un hijo. Es un dilema endiablado tener que decidir si sacrificar la felicidad personal vale la pena, a cambio de correr el riesgo de casarse con una muchachita que tal vez me dará un heredero varón o tal vez no. Esa idea nunca me ha parecido atractiva y ahora menos. Yo solo tengo esta vida.

—¿Y ella la convertiría en plena? —Fue una pregunta hecha en voz baja. Su madre le miró fijamente a la cara.

Desde que regresó de Aylesbury, Naruto no había hecho otra cosa que sopesar el asunto.

—Eso creo. Cuando me descubrí a mí mismo considerando la idea de verla todos los días, empecé a cuestionar mi grado de indiferencia. Nosotros… hablamos. La primera vez que la vi, citó a Alexander Pope y me impresionó su falta de falsos melindres. Hablamos de la reciente mecanización del Ministerio de la Guerra, comentamos textos de Horacio y de Virgilio y —no pudo evitarlo y sonrió al recordar la discusión—a ambos nos gusta la obra de Herr Mozart, pero ella opina que Haydn es el verdadero maestro.

—Ya… entiendo. —Fue una afirmación discreta.

¿Lo entendía? El deseaba que lo entendiera.

—Eso, combinado con el idéntico entusiasmo que siento hacia su innegable atractivo femenino, fue una especie de revelación. Ella me interesa.

Su madre se reclinó ligeramente en el asiento y agudizó la mirada.

—Esta singular sonrisa me indica que vas en serio.

—Creo que sí —dijo él con parsimonia. —Pero estoy preocupado. Si se lo pido y tengo la suerte de que acepte, quiero que la recibas afectuosa e incondicionalmente. No puedo someterla a más indiferencia y dolor.

—Y eres protector. Qué signo tan prometedor. —Con gran alivio por su parte, la honorable duquesa le obsequió con una sonrisa luminosa, aunque un tanto empañada. —Querido, estoy encantada por ti, por supuesto. ¿Qué madre no desea que su hijo sea feliz?

—¿Lo apruebas? —Allí estaba él, un hombre crecido y un poderoso duque, nada menos, desesperado por la aprobación de su madre. Pero para él era importante que su familia aceptara el enlace sin reservas.

La duquesa levantó las cejas con un gesto altivo del que solo ella era capaz, concebido para congelar el ambiente.

—Si te rechaza, déjame hablar con ella. Aceptará, ya lo verás. Y en cuanto a su infertilidad, solo podemos esperar y ver. Aunque todo el mundo suele culpar a la mujer, puede que el culpable fuera su marido. Quizá esto no sea un problema. En cualquier caso, la fertilidad no es ninguna garantía. El conde de Wexton tiene seis hijas y ningún hijo, pobre hombre. Las dotes de todas ellas le llevarán a la ruina, estoy segura.

La idea de tener que vérselas con seis jovencitas era un tanto sobrecogedora y Naruto habría dicho algo al respecto, salvo que alguien carraspeó sonoramente a sus espaldas.

Se dio la vuelta y vio allí a uno de los criados.

—Le suplico que me perdone, excelencia, pero fuera hay un joven que insiste en verle inmediatamente. Se niega a exponer los motivos, pero dice que le diga que su nombre es Shino. No dice nada más. Yo le habría echado, pero él jura que usted deseará hablar con él.

¿El joven cochero de Hinata había venido a verle? Era algo lo suficientemente poco convencional como para que le invadiera un fogonazo de alarma, y la palabra «inmediatamente» no ayudó. Naruto asintió.

—Por favor, acompáñele a mi estudio y dígale que yo iré enseguida.

—Sí, excelencia.

Naruto miró a su madre con aire de disculpa. Un tipo de ansiedad distinto reemplazó la anterior inquietud por hablarle de ese nuevo rumbo en su vida. Ella le había apoyado de forma notable, y así había aplacado sus dudas. Reflexionó con rapidez y se inclinó para besarla en la mejilla.

—Perdóname, pero tengo la sensación de que esto es importante. Te veré en la cena.

—¿Pasa algo malo? —Ella interpretó correctamente la expresión de Naruto y frunció el ceño, preocupada.

—Espero que no —contestó él, sombrío, —discúlpame.

Recorrió a toda prisa el pavimento pulido del vestíbulo, interpretando con una creciente aprensión un contundente staccato con las botas que llevaba. «Puede que no sea nada», se dijo. Quizá Hinata deseaba verle pero no quería enviar una petición escrita, y en su lugar utilizaba a Shino como medio de comunicación. Al fin y al cabo, después de Aylesbury se separaron sin aclarar nada.

Él no le había pedido matrimonio entonces porque no estaba preparado. No tenía anillo, ni discurso ensayado, ni idea siquiera de estar pensando en un cambio tan radical en su vida. Hinata no le había pedido semejante declaración de amor, ni tan solo la promesa de un futuro encuentro, y dado que los sentimientos de Naruto eran tan confusos, él había aceptado agradecido su silencio sobre el futuro.

Pero durante el viaje de vuelta a Londres, se había dado cuenta de la profundidad de sus emociones. De que sería incapaz de verla en público y mantenerse a distancia, de cómo anhelaba despertarse todas las mañanas junto a ella. A lo largo de todos aquellos kilómetros consideró la palabra «matrimonio» con creciente certidumbre. Con el problema de la posible negativa de su madre solucionado, lo único que tenía que hacer era convencer a Hinata de que sería un marido apropiado.

Como le había dicho a la duquesa, ella no estaba interesada en su posición social o financiera, pero él sabía muy bien que no le gustaba su reputación. Solo eso, aparte de la reticencia de Hinata a ceder el control sobre su propia vida, podía hacer que le rechazara. La infidelidad era habitual en su clase social, especialmente entre los varones. Ciertamente él nunca se había planteado la fidelidad, excepto en términos muy abstractos, pero también es cierto que nunca se había prometido a ninguna mujer.

A ella se la ofrecería, si le aceptaba.

¿Era eso el amor?

Shino esperaba nervioso junto a la chimenea, movía la gorra entre las manos, tenía el cabello alborotado y podia ver una mirada triste atraves de sus gafas. Naruto entró en su estudio, cerró la puerta y dijo sin preámbulos:

—¿Cuál es el problema?

—Mi milady no sabe que estoy aquí, excelencia —tartamudeó el joven. —Es responsabilidad mía.

Naruto sintió una nueva punzada de aprensión. Cruzó hasta su escritorio, se sentó detrás y señaló una silla con un gesto de la mano.

—Entonces esto es entre tú y yo. Dime.

Shino parecía incómodo. Miró la tapicería de terciopelo de la butaca como si tuviera miedo de ensuciarla, pero luego se apoyó en el borde y se aclaró la garganta.

—Es él, señor. Lord Hidan, ese bastardo. Pensé que usted debía saberlo.

Naruto recordó que Hinata había mencionado a aquel hombre con desprecio.

—¿Qué pasa con lord Hidan? —preguntó con brusquedad.

—Siempre se cuela a escondidas. Ella no quiere verle, así que él aguarda, o envía a uno de sus lacayos para que espere y vea si ella está en casa. —El muchacho estrujó la gorra con las manos, tenía los nudillos visiblemente pálidos. —Y esta mañana se ha presentado allí, le ha dado un empujón a Norman y después él… él… bueno, excelencia, no hay forma agradable de decir esto. Intentó aprovecharse de ella, eso.

Naruto sintió estallar en su cerebro una llamarada de ira.

—¿Está herida?

—No, señor. Una joven dama que vino de visita golpeó a su todopoderosa señoría en la cabeza. Jones y yo le tiramos dentro de su carruaje y le dijimos al cochero que se llevara la basura a casa. Supongo que ahora está allí, con un dolor de cabeza terrible. Pero volverá a buscarla, créame. Yo conozco a los de su ralea, lleven ropa cara o harapos. Lo que él pretende es su dinero. Eso está claro. Como ella no quiere saber nada de él, busca su perdición para obligarla a casarse.

Naruto se dio cuenta de que estaba de pie, aunque no tenía conciencia de haberse levantado.

—Gracias por contármelo, Shino —dijo, y añadió con un tono de promesa: —Me ocuparé de lord Hidan.

Kurenai miró fijamente a Sai, por encima del borde de su taza de té, con resignada reprobación.

—Las palabras «cuanto antes mejor» me incitan a sacar cierta conclusión.

El arqueó las cejas, demasiado feliz para sentirse propiamente reprendido. Incluso el día, cálido y soleado, era un reflejo de su estado de ánimo. Hacía una tarde muy agradable y en la salita familiar había una luz dorada. Sai dijo con un tono neutro:

—He esperado a Ino mucho tiempo. ¿Me culpas por querer una boda rápida ahora que ella ha aceptado?

Kurenai suspiró.

—Supongo que no. En cualquier caso, debe de haber licencias especiales para eso. Aun así, vuestra precipitada boda, justo después de la ruptura de su compromiso, va a provocar un alud de chismorreos.

Asuma, que hasta el momento se había mantenido en silencio, soltó una risita.

—No creo que a Sai nunca le haya preocupado demasiado lo que diga la gente, querida. Además, la felicidad acalla los comentarios de la gente, que se da cuenta enseguida de que es un enlace por amor y perderá el interés. A la alta sociedad le fascina la controversia. La felicidad conyugal aburre mortalmente.

Una verdad crítica, pero exacta, pensó Sai.

—Me alegro de que no haya objeción, pues. ¿Qué les parece mañana por la tarde?

Kurenai pareció aturullarse; su taza de té vibró sobre el plato.

—¡Sai! ¡Mañana!

—He hablado con Ino y ella está de acuerdo en hacerlo en cuanto yo lo tenga todo organizado. Lo más pronto posible era mañana.

—¿Cuánto te costó eso? —Asuma parecía simplemente divertido. —Apuesto a que una pequeña fortuna.

Eso había costado. El precio de la conveniencia siempre era alto. Ino lo valía, y él descubrió que estar tan cerca de que estuviera unida a él en todos los sentidos, incluido el legal, le provocaba impaciencia.

—No me importó —admitió Sai sin molestarse en disimular. —¿Quién puede pensar en algo tan banal como el dinero, comparado con tenerla a ella como esposa?

Kurenai y Asuma intercambiaron una mirada. Fue una comunicación sin palabras, emotiva y obviamente íntima. Asuma extendió la mano, tomó la de su esposa y se la llevó un segundo a los labios.

—Creo —dijo—que sé muy bien a qué te refieres.

Y después de todos los años que llevaban de matrimonio, Kurenai aún se ruborizó.

—Tú siempre has sido un sentimental sin remedio.

—Supongo que lo soy —respondió Asuma con un pequeño e impenitente encogimiento de hombros.

Se dirigió de nuevo a Sai:

—Tienes mi permiso para casarte con Ino, por supuesto, pero siempre lo has tenido. Era tu propia mente la que necesitaba reconciliarse con la idea.

La llegada del objeto de su conversación entre una oleada de bordados de muselina, cabello dorado y respiración agitada interrumpió la charla, y Sai se levantó al minuto. Sonrió, pero Ino no le devolvió la sonrisa.

El sintió un espasmo en el estómago. ¿Seguro que no había cambiado de idea? Después de la pasión dulce y ardiente que habían compartido…

—Buenas tardes. —Ella saludó someramente a Kurenai y a Asuma. —Perdón por la tardanza. Estaba con una… amiga. Yo… bien, Sai, ¿podría hablar contigo, por favor?

A él le había sorprendido su ausencia, pero Kurenai le dijo que había salido con su doncella a hacer unos recados, y Kurenai no parecía preocupada, así que él no había pensado demasiado en ello.

—Desde luego. —Su voz era un poco grave. Su prometida le cogió de la mano.

—¿Un paseo por el jardín, entonces?

El asintió confundido, se inclinó ante Asuma y Kurenai, que parecían igualmente sorprendidos, y se dejó conducir afuera, al jardincito tapiado que había en la parte de atrás de la casa. Bajo los árboles en flor y por los senderos de piedra bañados por el sol, la sombría expresión de la joven que le retenía la mano resultaba incongruente.

Pero era prometedor que siguiera agarrada a los dedos de su mano.

—Alejémonos de la casa —propuso ella. —No quiero que me oigan.

—Lo que tú quieras, por supuesto.

—Te lo explicaré dentro de un momento. —Ella arrugaba la frente con un bonito gesto.

Sai, que habría ido con ella de la mano hasta más allá del límite de un precipicio, no discutió. Al cabo de un momento, cuando casi habían llegado al final, al extremo más alejado de la casa, ella le soltó la mano y se dio la vuelta hacia él.

Sus ojos azules, esos que a Sai le parecían tan preciosos, con esas pestañas castañas y un intenso tono cobalto, le miraron con reproche.

—Tú empezaste esto, según admitiste. Ahora debes ayudarla.

Ni siquiera estaban casados todavía y ya estaba metido en un lío.

—¿Ayudar a quién y empezar qué? —preguntó Sai, perplejo.

—Sé que lady Hyuga era quien debía decidir el resultado de vuestra apuesta.

«¡Por todos los diablos!» El abrió la boca para decir Dios sabe qué, pero Ino se adelantó.

—Ella me dijo que no había pasado nada entre vosotros. Considerando sus sentimientos hacia el duque y sus motivos para participar en la competición, yo le creo. El problema es que lo que tú le propusiste a Namikaze como un divertido desafío amenaza ahora con destruirla a ella. En cierto sentido, tú eres responsable e, indirectamente, yo también.

El era culpable en cuanto a la apuesta, pero no tenía ni idea de qué estaba hablando Ino.

—¿Destruirla cómo?

—Lord Hidan sabe que ella se ofreció a ser vuestro juez. Puedo decir de primera mano que es un canalla sin conciencia. Amenazó con causar su perdición ante la sociedad, pero no sin antes intentar su perdición literal. —Ino se detuvo y después encogió sus gráciles hombros. —Me temo que le dejé inconsciente.

—¿Cómo has dicho? —Sai contempló consternado a su futura esposa. —Ino, ¿te importaría aclararme de qué estás hablando?

La historia, contada con palabras rápidas y concisas, le provocó una oleada de ira cuando se enteró de que Hinata había topado con las viles intenciones de Hidan. Cuando Ino terminó, Sai estaba furioso y podía imaginarse cómo se sentiría Naruto.

—Si Hidan sigue adelante con su amenaza, habrá cometido el último error de su miserable vida —dijo entre dientes. —Naruto le arrancará las extremidades una a una. Más que eso, le desafiará a un duelo.

—Sinceramente, eso espero. —Allí, entre jardines, con su femenina silueta rodeada de brillantes hojas verdes y delicados capullos, Ino no solo parecía indignada, sino feroz. —Desgraciadamente, ella se niega a contárselo. Yo se lo aconsejé, pero no quiso ni oír hablar de avisarle.

—¿Por qué diablos no? —Sai comprendía a las mujeres cuando se trataba de sus cuerpos, su vulnerabilidad ante los gestos románticos, su sensibilidad ante una actitud o una mirada, pero nunca afirmaría que entendía su lógica.

—Ella no quiere arrastrarle a su lado de esa forma. Cuando él aparezca, si es que lo hace, prefiere que no sea porque se siente responsable de salvarla de lo que ella califica como «su propia insensatez», sino porque la ama y lo admite libremente. Yo la comprendo muy bien.

Una sonrisa de ironía se dibujó en los labios de Sai.

—Sin embargo, deseas que yo intervenga, ¿tengo razón?

—Toda.


Continua