Naruto Y Hinata en:
LA APUESTA
Diecinueve
—Usted no lo entiende —dijo Naruto con su tono más aristocrático, gélido e implacable. —No me importa si lord Hidan recibe o no. Yo voy a verle.
El sirviente captó correctamente la cara con la que le miró y la convicción de su voz. Era joven, y quince centímetros más bajo que Naruto, y su afligida expresión indicaba que no se sentía capaz de solucionar la situación. El lacayo carraspeó y dijo con voz crispada:
—Está indispuesto, excelencia.
—Ya imagino que lo está, por lo que me han dicho. No obstante, déjeme pasar y dígale que si no tiene agallas suficientes para bajar, registraré la casa hasta encontrarle.
Ante tal determinación, el criado accedió, y cuando el muchacho retrocedió y sostuvo la puerta para dejarle pasar al vestíbulo, Naruto pensó que probablemente era porque un hombre como Hidan no inspiraba demasiada lealtad.
Le condujeron a lo que quería ser un salón de visitas. El mobiliario era escaso y no solo viejo, también raído. Naruto sabía que Hinata había heredado la residencia Akatsuki en la ciudad, por lo que esta debía de ser alquilada. No se sentó, sino que se quedó de pie junto a la chimenea y echó un vistazo al reloj del rincón. Se dijo que le daría cinco minutos a Hidan, y reprimió el impulso de empezar a dar vueltas por la habitación.
Casi nunca perdía los nervios. Su autocontrol era en parte innato y en parte adquirido, porque su rango y responsabilidades así lo exigían. Pero ni siquiera solía levantar la voz muy a menudo. Claro que tampoco recordaba haber sentido jamás una ira tan asesina.
Aquel tipo había tocado a Hinata. Peor que eso; sin duda la había atemorizado.
—¿Qué demonios quiere, Namikaze? —La pregunta procedía de la puerta. —¿Cómo se atreve a entrar por la fuerza en mi casa?
Naruto se dio la vuelta, concentró la mirada en el hombre que entró en la habitación y se percató con satisfacción del color mortecino que tenía alrededor de la boca, como si a su señoría le doliera algo.
—Siento la tentación de matarlo —le dijo con placer.
Se heló la expresión despectiva en la tez pálida del otro hombre, que al cabo de un momento espetó:
—No tengo ni idea de por qué. No sé lo que esa fría ramerilla le contó pero…
Al oír el insulto, Naruto dio un paso hacia delante.
—Aún puede que lo haga —dijo como si reflexionara, entornando los ojos y adoptando una postura claramente amenazadora. —Teniendo en cuenta mi actual estado de ánimo, le aconsejo que revise sus calificativos cuando se refiera a lady Hyuga. Me causaría un gran placer descuartizarle en pedacitos con mis propias manos.
Hidan se puso tenso.
—¿Por una mujer? ¿Usted?
—Por esta mujer sí.
—Vaya, no me diga, Namikaze; ¿acaso no es más que una de sus ocasionales compañeras de cama? Usted cambia de mujer como de camisa. Además, me cuesta creer que este asunto le afecte personalmente en algún sentido. Ella es una fulana que se ofreció a abrirse de piernas a dos hombres. ¿Por qué ha de importarle que me conceda a mí esos mismos favores?
Naruto sintió que sus manos se convertían en puños. Una niebla roja oscureció por unos instantes su visión. Respiró profundamente; sabía que si tocaba a Hidan ahora podría partirle el cuello, y dijo entre dientes:
—Si tuviera usted la más mínima idea de lo tentado que estoy de olvidar el hecho de que el asesinato es un delito en este país, cerraría la boca en este mismo instante. Tal como están las cosas, puedo desafiarle y matarlo mañana al amanecer, sin sentir más remordimientos que si hubiera pisado a un insecto. Ahora, se callará y escuchará lo que tengo que decir, ¿entendido?
Por un momento, se preguntó si el otro hombre, que tampoco se había sentado, se daría la vuelta y echaría a correr. Lord Hidan pareció comprender al fin que corría un peligro real, pues perdió aquel aire bravucón y adquirió un color enfermizo.
—Bien, eso está mejor —dijo Naruto en voz baja. —Veo que nos entendemos. Este es el trato. Usted se mantiene lejos de ella. Muy lejos. No la mira, no se pone en contacto con ella. Si asiste a un acto y ella está allí, se marcha inmediatamente. Le recomiendo que pase una temporada en el campo, los seis próximos meses como mínimo, hasta que yo me calme. No puedo responder de mi templanza si está en la ciudad y nos encontramos. Me parece que esta parte está bastante clara.
Hidan abrió la boca como si fuera a protestar, pero la cerró sabiamente. Sus ojos blanquecinos se habían convertido en rendijas y le temblaban las manos. Los hombres que aterrorizaban a las mujeres solían ser unos meros cobardes, y él no era una excepción.
—Déjeme seguir. Si cuenta usted alguna vileza sobre ella, le destruiré. Social, económicamente; en todos los sentidos. La familia Uzumaki tiene influencias en todos los rincones del país y en el continente también, por cierto. El príncipe regente es amigo mío. Será usted marginado, lo perderá todo y le desterrarán. Si tiene la tentación de poner a prueba mis palabras, limítese a contar por ahí que Hinata tuvo algo que ver con aquella apuesta.
—Si lo hace, tendrá que vérselas también conmigo.
Aquella despreocupada afirmación tenía un trasfondo férreo y Hidan, sobresaltado ante el sonido de otra voz, dio media vuelta.
—El Conde —dijo con la voz entrecortada y aspecto de estar claramente enfermo. Ahora tenía gotas de sudor en la frente.
Era Sai. Estaba de pie en la entrada, con un hombro apoyado en el marco de la puerta.
—Su lacayo creyó conveniente franquearme el paso, dado que Naruto ya estaba aquí. Veo que lo tiene todo controlado, pero reconozco que imaginé un derramamiento de sangre cuando supe que había llegado el duque de Namikaze.
—Eso aún puede suceder —dijo Naruto pronunciando con meticulosidad cada palabra, —si vuelve a insultar a la dama. ¿Qué te trae por aquí, Sai?
—Mi prometida. —Sai lo anunció con naturalidad y aplomo, mirando a Hidan. —Creo que ustedes dos se conocieron esta mañana, cuando ella arrojó un jarrón de flores contra su duro cráneo, Akatsuki. También se me ordenó que le quitara de la cabeza a su señoría la idea de que puede molestar a lady Hyuga sin sufrir por ello. Veo que te me has adelantado.
—Podría presentar una denuncia por agresión contra ella —dijo Hidan, pero fue un intento de desafío banal, que la expresión de sus ojos desmentía. —Lo que vio fue un momento romántico que malinterpretó. Hinata me sedujo y cuando nos sorprendieron, lo negó. Yo…
Entonces Naruto avanzó con un par de zancadas, agarró al hombre por la camisa y le tiró contra la pared con tanta fuerza que el cuadro que había sobre la chimenea se tambaleó.
—Puede que me haya usted presionado demasiado.
Hidan jadeó cuando Naruto le inmovilizó con el antebrazo. La cara del hombre se tiñó de un rojo mate y su respiración se convirtió en un pitido, cuando Naruto le presionó lo bastante como para asegurarse de que quedara claro que hablaba en serio.
Al cabo de un momento, Sai dijo en tono cansino:
—Entiendo que matarlo te apetezca mucho, pero si tienes la intención de dejarle vivir su miserable vida, más vale que le sueltes ya, Naruto.
Su amigo tenía razón. Naruto consiguió dejarle ir con cierto esfuerzo y dio un paso atrás. Masajeándose la tráquea con las manos, y con los ojos pálidos y acuosos, Hidan se dejó caer.
—Recuerde todas y cada una de las palabras que le he dicho —dijo Naruto con aspereza. —Hinata está bajo mi protección en todos los sentidos, y eso incluye mi apellido.
—Creo que lo has dejado claro —apuntó Sai con sequedad.
Ambos salieron juntos y con un par de zancadas pasaron junto al nervioso lacayo y abandonaron la casa. Naruto miró a su amigo.
—Gracias por querer defender a Hinata.
—Lo primero que hice fue ir a contarte los acontecimientos de esta mañana, pero por lo visto ya estabas informado. —Sai sonrió. —Me parece que al final he servido de poco, aunque podía haberte ayudado a deshacerte del cadáver. Aunque dudo que le hubieran echado en falta.
—El cochero vino a contármelo. Parece que Shino la aprecia sinceramente y se lo agradezco.
—Tú también la aprecias, a juzgar por tu aparición en Aylesbury y por lo afrentado que te sientes en este momento.
—Sai se detuvo. —¿Interpreté correctamente eso que dijiste de que ella estaba bajo la protección de tu apellido?
—Hinata todavía no ha aceptado, pero tengo esperanzas de que se case conmigo. —Naruto alzó una ceja. —Hablando de esto, ¿te oí decir tu «prometida»? ¿Cuándo ha pasado y quién demonios es ella?
—Ha pasado recientemente y en muchos sentidos es el resultado directo de la apuesta. Ino ha hecho que reconsidere algunas de mis prioridades en la vida.
Naruto se mostró sorprendido.
—¿La joven pupila de Asuma?
—La misma. —Sai vaciló y se encogió de hombros. —Hace bastante tiempo que estoy enamorado de ella, pero era demasiado tozudo para admitirlo. Estuve a punto de perderla.
—Entiendo. —Naruto conocía a la señorita Yamanaka, por supuesto, pero en vista del hecho de que era una jovencita casadera, había evitado cualquier contacto posterior. Él sabía que se había prometido hacía poco, y por eso comprendía ahora algunas de las preocupaciones de Sai durante los últimos meses.
Mientras un carruaje pasaba calle abajo, ellos se miraron el uno al otro, envueltos en la calidez de la tarde, con los rostros iluminados por una mutua expresión de regocijo.
—Me alegro mucho por ti. Es una muchacha encantadora —dijo Naruto.
—Yo también estoy contento por ti.
—Todavía no está decidido —murmuró Naruto, —pero con suerte pronto lo estará. Te haré saber cómo termina.
Saltó al interior de su coche y dio un golpe en el techo.
Menudo desastre. No solo ese día, sino toda su vida. Hinata se miró al espejo, vio los restos de llanto en sus mejillas, su cabello alborotado y la expresión abatida de sus ojos. Ya había empezado a disponer las cosas. Había escrito a un agente para que pusiera en venta la casa de la ciudad. Después había subido a descansar y finalmente cayó en un sueño desasosegado.
Era difícil definir el torbellino de sus emociones, pensó mientras se retiraba las horquillas del pelo y cogía el cepillo.
Había sucedido una catástrofe —se estremecía al recordar las rudas manos de Hidan sobre su cuerpo, —pero a pesar de que el ingenio de Ino la había rescatado, no se hacía ilusiones de que el primo de su marido mantuviera en secreto lo que sabía sobre su papel en la apuesta.
La innegable verdad acerca de su relación con el duque Namikaze se haría pública, y aun si Sai Shin negaba haber tenido contacto alguno con ella, toda la alta sociedad sabría que se había prestado a ello. En el momento en el que se supiera, y no creía que Hidan perdiera demasiado el tiempo, pasaría de la consideración de inaccesible a la de promiscua.
Había una parte en ella, rebelde e ilógica, que no le daba importancia a los rumores. Si lo ponía en la balanza contra no haber yacido nunca en brazos de Naruto, no haber probado nunca sus besos seductores, ni conocido el ardor de su sonrisa… bien, el coste del ostracismo social era alto, pero ella sabía que valía la pena. Había pasado de existir a vivir. Abstraída, murmuró burlándose de sí misma:
¡Querida, maldita, perturbadora ciudad! De tus necios ya no me burlaré más; este año, en paz tus críticos vivan, tus prostitutas duerman en calma.
«Adiós a Londres» de Alexander Pope era una de sus obras favoritas, pero ahora adquiría un matiz cínico desconocido hasta ese momento.
El golpe súbito que se oyó en su puerta fue somero, pues esta se abrió antes de que ella la atendiera. Cuando se dio la vuelta, Naruto entró en la habitación, alto y muy varonil en aquel refugio de colores pastel y muebles exquisitos.
Ella no pudo evitar un gemido de sorpresa ante tal audacia, aunque para entonces ya le conocía suficientemente bien como para esperar esos actos temerarios. La situación era más escandalosa por momentos. Ahora Naruto estaba en su dormitorio. La casa entera debía de estar muerta de curiosidad.
Y al día siguiente, sin duda, todo Londres hablaría de ello.
Ella se sintió perversamente feliz al verle, pese a la impertinencia de presentarse en su habitación sin haber sido invitado. El se quedó allí de pie, con su reluciente cabello rubio ligeramente alborotado y una luz sombría en sus ojos azules. Como siempre, ella se sintió impresionada ante el poder magnético de su presencia. Ni siquiera habría sabido qué decir, de haberlo intentado. Su llegada, inesperada e inoportuna, la había dejado sin palabras.
Él habló primero para explicar simplemente:
—Necesitaba verte. Para asegurarme de que no estabas herida. —Al ver que ella seguía sin decir nada, añadió: —Shino me contó lo que había pasado.
Hinata, aún sobresaltada porque hubiera irrumpido sin más en su dormitorio, recuperó el habla.
—¿No se te ocurrió que yo podría haber bajado si me hubieran informado de que deseabas verme?
Naruto se limitó a sonreír ante aquel tono de ofensa.
—Quizá podría haberlo pensado. No quise esperar.
¿Por qué tenía que hacerle esto ahora, cuando ella se sentía tan vulnerable y estaba conmocionada?
—No deberías estar aquí —dijo, aunque sin convicción. Su mano empezó a temblar e inmediatamente dejó el cepillo. —Ni siquiera estoy vestida.
—Me gustas más sin vestir —contestó él, con una mirada ardiente, fascinante. Avanzó hacia ella. —¿Te hizo daño ese canalla? Todos dicen que no, pero yo pensé que quizá me necesitabas.
¿Le necesitaba? Dios, sí. Más de lo que pensaba, y toda objeción a la presunción de Naruto de que podía presentarse sin más en su hogar e invadir su dormitorio desapareció. Si todo era ya un desastre, ¿qué le importaba que todo el mundo le viera, o que él creyera que tenía todo el derecho a pasearse por su alcoba cuando ella llevaba solo una camisola? Hiciera lo que hiciese, pronto todo Londres conocería su relación, y el confort de los brazos de Naruto era tentador.
—Yo… —empezó, pero se detuvo sin saber muy bien qué iba a decir. Se le escapó un leve sollozo.
Ella casi nunca lloraba. Desde su noche de bodas había prescindido de las lágrimas como algo inútil.
—Mi amor. —Naruto estaba allí. La cogió en brazos y se sentó en la pequeña banqueta que había frente al tocador, acunando su cuerpo entre sus brazos, como si ella fuera algo precioso y frágil. —Ya pasó. Me he ocupado de todo… de él. Estás a salvo. Conmigo.
¿Acababa de llamarla su amor? De entre todas aquellas que fluían con tanta facilidad de sus labios, él nunca había escogido esa expresión de cariño. Hinata apoyó la cabeza en su pecho y se permitió el lujo de pensar que era sincero. El aroma de Naruto evocó momentos de interludios idílicos y suntuoso placer.
El resto de sus palabras las digirió un momento después.
—¿Qué quiere decir que te has ocupado de él?
Naruto presionó la boca contra su sien con una delicada caricia.
—Disponer de fortuna y de una buena posición tiene ciertas ventajas. Esta tarde le hice una visita a lord Hidan. Digamos que él y yo llegamos a un pacto. El sigue vivo, de momento al menos.
Horrorizada, Hinata se revolvió y levantó la cabeza para poder verle la cara.
—Naruto…
Hablaba en serio. Lo vio en aquel fulgor de ira que aún había en sus ojos, pese a la ternura de su abrazo.
En su sonrisa no había el menor rastro de humor.
—Estoy seguro de haberle convencido, sobre todo cuando le eché las manos al cuello. Supongo que mi reacción fue brutal, pero justificada, considerando mis sentimientos hacia ti. Hubiera podido hacer que le procesaran y le condenaran, pero estaba seguro de que tú no habrías querido soportar el calvario de un juicio público. Lo mismo que si le hubiera retado. Tu nombre también habría salido a la luz, y yo te prometí discreción.
El corazón de Hinata había empezado a palpitar lenta e intensamente. Bajo sus nalgas, los muslos de Naruto parecían de acero; sus brazos, fuertes y protectores.
«… mis sentimientos hacia ti…»
Él le susurró al oído con su aliento cálido:
—¿No dijiste que me amabas por ser quien soy, no lo que soy? No el duque, sino el hombre en sí mismo.
Ella notó que le temblaban los labios cuando intentó una sonrisa.
—Ya sabes que sí.
Él la estrechó más, acunándola en sus brazos.
—Una vez, hace mucho tiempo, yo malinterpreté las palabras «Te amo» como apego a mi corazón, no a mi título y a mi patrimonio. Yo era joven, arrogante y estúpido, y ella era algo mayor y absolutamente deshonesta.
Hinata se había preguntado qué era exactamente lo que le había hecho tan cauto ante cualquier implicación emocional. Descansó en su abrazo y deseó en secreto que se lo contara.
En la boca de Naruto se dibujó aquella sonrisa triste; sus pestañas, largas y densas, proyectaron una sombra sobre sus ojos azules.
—Descubrí la verdadera naturaleza de Konan de un modo brutal: tuve el privilegio de encontrarla en la cama con otro hombre. Más tarde me enteré de que lo había planeado todo, incluida la primera vez que nos vimos. Le confesó a otro de sus amantes que, mucho antes de que nos conociéramos siquiera, ya le había echado el ojo a mi título y a mi fortuna, y al prestigio que implicaban. De modo que convenció a una amiga para que nos presentara, y cayó en mis brazos con decidido entusiasmo, pero no se molestó en romper sus otras relaciones. Puede que esto te parezca increíble, pero a los dieciocho años yo era ingenuo y romántico.
Ella había experimentado una desilusión similar a la misma edad, cuando se casó.
—Lo comprendo.
—Es difícil quitarse de encima la humillación que sentí al darme cuenta de que había mucha gente que sabía exactamente lo que ella estaba haciendo, y la facilidad con la que yo me dejé llevar. Entonces me consagré a la misión de destruir al personaje de Naruto Uzumaki, ese duque joven y susceptible.
Era difícil imaginarle sin su aplomo natural y sofisticado en todos los sentidos. El encanto irresponsable de Naruto era como el brillo de una piedra preciosa.
Hinata sonrió y le acarició la mandíbula.
—Me parece que lo conseguiste.
Él hizo una mueca.
—Dios sabe que lo intenté. Durante la pasada década he jugado con el amor en el sentido físico, pero manteniéndome a distancia de lo demás. Juré que nunca volvería a cometer un error como aquel —hizo un insólito gesto de indefensión con la mano, —pero aunque sea cauto, creo que tú no mientes acerca de tus sentimientos. Yo no te haría daño para preservar mi estilo de vida, y tú has dejado claro que ser amantes es algo impensable. Me parece que no nos quedan más opciones que la obvia. Últimamente no he pensado en otra cosa y eso ha vuelto mi vida del revés.
—Yo juré que nunca volvería a confiar lo bastante en un hombre como para volver a casarme. —Hinata sintió desvanecerse el horror de ese día; la frustración y la ofuscación en la voz de Naruto eran más persuasivas que ninguna edulcorada declaración de amor. —¿Lo ves? Compartimos los mismos recelos.
En los ojos de Naruto brillaba una luz solemne.
—¿Y si ambos rompemos nuestras promesas íntimas? ¿No es esa una buena forma de iniciar una vida juntos?
Ella sintió brotar una emoción tan intensa, que apenas podía hablar.
—Creo que considerando la naturaleza de las promesas y el porqué fueron hechas, sí. Pienso que sería una forma excelente de volver a empezar.
Finalmente apareció. Primero levantó la comisura de la boca y después sus ojos adquirieron un destello de malicia. El duque Namikaze resurgió.
—Como si estuviera dispuesto a dejarte escoger. Incluso mi madre me dijo que sería un idiota si no insistiera en una boda rápida. Ella da consejos con mucha facilidad y yo le hago un caso moderado, pero en este caso particular estoy de acuerdo con ella.
¿Lo había hablado con su familia y ellos lo aprobaban?
—¿Sabe ella que soy estéril? —Le dolió decirlo. Dios, cómo le dolió.
—Señaló que eres joven todavía y que no hay ninguna prueba de ello. Además, creo que se siente muy aliviada al ver que pienso en el matrimonio con algo más que indiferencia y triste resignación. Se da cuenta de que mis sentimientos pesan más que su preocupación por la transmisión del título y el dinero.
Hinata se sentía más mareada que nunca, pero ahora era la felicidad lo que hacía que le diera vueltas la cabeza.
—¿Qué pensará del escándalo?
Qué típico de él no preocuparse por eso.
—Si Hidan…
—Ya te he dicho que me he ocupado de todo. El no dirá una palabra, confía en mí.
—Confío en ti.
Surgió con mucha facilidad, porque era verdad. Naruto se movió. Se puso de pie, volvió a dejarla en el banquito y se colocó frente a ella con una rodilla en el suelo. Su atractivo rostro seguía serio y sereno. Tomó las manos frías de Hinata entre las suyas y las retuvo con gentil contundencia. Su mirada suplicó, buscó, y a ella le llegó a lo más profundo del alma.
—¿De verdad? ¿Lo bastante como para darle una oportunidad a un hombre con una reputación como la mía?
¿Estaba el duque de Namikaze realmente a sus pies, proponiéndole matrimonio? Todas las mujeres de la ciudad se derretirían si estuvieran en su lugar. Quizá todas las mujeres del país… o del continente entero…
—Naruto… —Su voz fue apenas un gemido entrecortado.
—Me bastaría con un «sí» para calmar un poco mis nervios.
¿Naruto Uzumaki nervioso? Ella notó el ligero temblor de aquellos esbeltos dedos de bronce que se aferraban a los suyos, y un gesto de tensión alrededor de los labios que no había visto nunca. No quedaba nada del aristócrata arrogante, y en su lugar estaba el hombre de quien ella se había enamorado con tanta facilidad. El amante gentil y considerado que se había olvidado de sí mismo para tranquilizar a una mujer aterrada; el hombre que ideaba veladas de ensueño a la luz de la luna, y bailes románticos en terrazas, y clandestinos y sensuales recorridos en carruaje.
—Sí.
La tensión se disipó. Él le presionó fugazmente los dedos y su sonrisa adquirió un audaz fulgor de victoria. Aún de rodillas, le dijo:
—He estado estrujando mi débil cerebro para intentar dar con la forma más romántica posible de hacer esto. En ningún momento pensé que ese infame Hidan fuera el catalizador. —Se detuvo y dijo con un matiz de ironía: —Me temo que nunca me he declarado.
—A mí tampoco se me ha declarado nadie —admitió ella con la voz tomada por la emoción, —pero a mi juicio lo has hecho muy bien.
Naruto se llevó una mano de Hinata a los labios y le acarició el dorso de los dedos con un beso. Alzó de modo peculiar una ceja rubia.
—Perdóname por parecer un marido autocrático, incluso antes de que nuestros nuevos votos hayan reemplazado a nuestras promesas, pero tus días como juez han terminado, mi amor.
F I N
