Lux' Hope (La Esperanza de Lux)

LUX' HOPE (LA ESPERANZA DE LUX)

por Elenis
loli_jackson@hotmail.com

z Clasificación: Fanfic / Tragedia (lágrimas a la vista...)

z Fandom: Las Vírgenes Suicidas, la película. El libro de Eugenides estará muy bien, pero no me lo he leído.

z Advertencias: Personajes no míos, bla, bla, no gano dinero, que Sofia Coppola haga lo que le dé la gana con las hermanas Lisbon. La historia contiene rollito entre dos tías, aunque nada muy gráfico (cachis), sería lo que los americaninskis llaman PG -13 o así.

z Las típicas notas de la autora: Mmm. Bueno, después de ver Las Vírgenes Suicidas pensé... qué buena está Kirsten Dunst, joder. ;) Aparte de eso, la peli era dulce, pero ninguna maravilla; había múltiples incoherencias y asuntos que quedaban por explicar. Se me ocurrió hacer un fic que aportara una unión a todos los eventos que parecían un poco fragmentados, dando explicación a lo que en la peli había quedado ambiguo o elíptico. Además, lo escribiría desde el punto de vista de un nuevo personaje femenino, porque me daba la impresión de que la peli carecía de una "Poncia" lorquiana (sin los estrógenos de las Lisbon) en la que se apoyara el desarrollo de la historia. El rollo bollo del fic no era imprescindible, pero me resultaba divertido el reto de slashear una peli de claro tufo heterosexual. :D También intenté imitar el estilo americano al escribir... el resultado es una mezcla rara que no me acaba de convencer, pero bueno, ya me diréis.
En cuanto a la división en "partes", es aleatoria. Espero haberlo hecho bien (clímax/anticlímax y esas cosas), si no, os jodéis un poquito, qué se le va a hacer.

Esta historia está dedicada a Janis Joplin. :-*

Todas las fotos (capturas de la película) propiedad de Kirsten-Dunst.org

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PARTE 1

Cuando las hermanas Lisbon murieron, el barrio fue muriendo lentamente.

No consigo recordar nada de las semanas siguientes a la muerte de Lux. Es como si una mano invisible lo hubiera borrado todo; no sé ni dónde estuve, ni qué hice. En mi mente sólo aparece una blancura tan fuerte que es casi cegadora. De fondo puedo distinguir una canción melancólica, de ésas que hacen llorar. He oído que éste es un sistema que el propio cuerpo tiene para defenderse. Es posible que por mí misma no hubiese soportado tanto dolor, que hubiese intentado seguir a Lux, dondequiera que ella fuese. Imagino que es mejor así.

Tengo miedo de que esa blancura se extienda para delante o para atrás en mi memoria. Si es para delante, no me importa demasiado. Pero no quiero que esa nada retroceda y devore uno solo de los recuerdos dedicados a Lux Lisbon.

***

Tim me prometió que jamás diría una palabra de la historia que le conté. Cuando hablasen de las vírgenes suicidas, cuando narrasen su corta vida, omitirían todos los detalles relativos a mí. Estoy tranquila en ese sentido. No me preocupa que mi imagen haya sido amputada de la historia, aunque me duele el hecho de que – para la posteridad – yo nunca haya existido para la figura de Lux.

Me pregunto por qué me confié precisamente a Tim. En primer lugar, era el más reflexivo de los cuatro. Yo no quería su entendimiento o su compasión, sólo que lo que le contase le sirviera para lo que pensaban hacer; que mi relato cubriese los agujeros que ellos, por desconocimiento, no podían zurcir. En segundo lugar, era el más joven. No sé por qué, tiendo a mantener mejores relaciones con gente más pequeña que yo. Y en tercer lugar, era mi primo, aunque el parentesco sólo actuó como secundario en mi decisión.

La historia de las Lisbon merecía ser contada, y sólo alguien que había estado próximo a ellas podía hacerlo. Fue buena idea el que lo hicieran ellos cuatro. Hubiese sido mejor alguien que mantuviese contacto con sus padres, pero el matrimonio Lisbon se marchó hace años del barrio y nadie sabe dónde están. Yo también me he marchado. No soporto más el hedor del lago y las frívolas fiestas de sociedad. Están tan muertos como ellas, sólo que aún no lo saben.

***

Cuando camino sola, pienso en Lux. El otro día, un vecino se subió al tejado de su casa para colocar las luces de Navidad. Yo cada vez me siento menos tentada por los eventos materiales. He visto que nuestras propias vidas son tan fugaces que pueden desaparecer en un parpadeo. Pero es verdad que a Lux le gustaban las luces.

Cuando la conocí, tenía catorce años y brillaba como una estrella fugaz en los pasillos del instituto. Parecía llena de vida. Yo iba a una clase mayor que ella. Aún no recuerdo cómo nos hicimos amigas. Ella jugaba al tenis y yo también; yo solía discutir por los resultados y Lux siempre salía a defenderme. Me sorprendía, porque habitualmente no se metía en broncas. Supongo que yo daba pena, con mi pelo mal cortado y mi uniforme dos tallas más grande. A mi madre le gustaba mi uniforme, aunque no mi pelo. Le parecía que me lo había dejado demasiado corto.

Lux y yo solíamos ir y venir juntas del instituto. Yo vivía dos calles más abajo que ella. Por el camino íbamos cuchicheando sobre gente del instituto, deberes y las nuevas compras que habíamos hecho. A menudo nos acompañaba Bonnie, y alguna rara vez Cecilia. Mary y Therese consideraban nuestros paseos demasiado lentos.

Lux mostraba otra cara cuando estaba conmigo. Normalmente, era introvertida y misteriosa. En nuestros paseos, se relajaba y a veces comentaba cosas sobre personas que conocía o lugares – pocos – que había visitado. También hablaba sobre sus pensamientos. Bonnie parecía saber mucho más sobre éstos que yo, pero después de todo, era su hermana.

Con todo, los comentarios sobre su familia eran escasos. Y aún más los relativos a los chicos. Yo tenía la sospecha de que Cecilia y Bonnie estaban informadas al respecto, pero cuando intentaba abordar el tema, Lux sonreía y lo desviaba hábilmente hacia otros derroteros. Pese a mi curiosidad, se mantenía inaccesible, y yo me sentía un tanto incómoda cuando en clase se hablaba del asunto. Ciertos temas eran tabú para Lux y sus hermanas, y los chicos – y por consiguiente el sexo – parecían ser uno de ellos. Nunca hablaban de eso si había una persona extraña presente.

Por aquel entonces yo ya sabía del ambiente conservador que se vivía en la casa de los Lisbon, aunque no le daba demasiada importancia. Mis padres también formaban parte de lo que se denominaba los "conservadores cristianos de los setenta", a quienes el movimiento hippy había pillado demasiado mayores o demasiado perezosos, y nunca habían pasado de ser un par de viejos severos y amargados. Veía que las Lisbon no quedaban con amigos como el resto de gente del instituto, pero tampoco me sorprendía por ello. Yo siempre he sido un poco retraída y me he mantenido alejada de los grandes bullicios. A Lux le gustaban, pero en aquellos momentos sólo interpretaba el anhelo en su voz como un ansia puramente platónica.

Supongo que todo esto creó en mí una imagen falsa de Lux. A ella le gustaban los chicos más que a mí, aunque no hablase de ello. La primera noticia que tuve fue cuando nos encontramos en el baño, un día entre clases. Lux me dijo: "¡Ven!", y me metió en un servicio. Cerró con pestillo y comenzó a hurgar en el estrecho cinturón que sujetaba su falda. En esos momentos me sentí muy nerviosa. Nunca había estado tan cerca de Lux, y en aquel servicio podía sentir su olor, palpar su rebeca semiabierta. Un rayito de sol que se filtraba por la ventana incidía en su rubia cabellera.

Lux me mostró su ropa interior. Primero sus bragas, luego un pico del sujetador. Sobre ella estaba escrito un nombre: Leo.

-¿Quién es Leo?- pregunté.

-Es el basurero- respondió Lux. Se mordió los labios y añadió: -Tendrías que verlo, está... como un tren.

Era la primera vez que me confesaba estas cosas, y sin embargo, en aquellos instantes me desentendí por completo del tema que estaba tratando. Sólo quedaba Lux, su ropa interior y la suave fragancia a detergente que ésta desprendía. No estoy diciendo que de pronto desease a Lux, pero esta conexión que habíamos creado en el servicio de chicas me producía un indecible placer. Desde entonces no vi a Lux con los mismos ojos. Un inicio de sentimiento de posesión se agudizó, y no quería aceptar la realidad de que era cuestión de tiempo que Leo – o cualquier otro – acompañase a Lux a su casa, y no yo.

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