El intento de suicidio de Cecilia fue un secreto a voces. Los Lisbon querían
dar la impresión de que no eran conscientes de la algarabía que se había
formado en torno a ellos. Yo los veía a veces salir de su casa, cuando el señor
Lisbon iba a impartir sus clases en el instituto o la señora Lisbon necesitaba
un kilo más de patatas. Se me antojaban extraños. Pensar que esos dos seres
eran los padres de Lux me producía escalofríos.
Ellos me miraban con desconfianza. No creo que supieran que era amiga de
Lux, pero había rasgos en mi aspecto que llamaban la atención a los padres de
familia: mi oscuro pelo grasiento, mis rasgos de origen latino, mi mirada
insolente. Por otra parte, mi familia tampoco tenía el estatus social de los
Lisbon. No sé cómo se pueden reflejar estas cosas en tu imagen, pero la señora
Lisbon parecía olerlo. No se comportaba mal conmigo; simplemente me evitaba.
Cecilia, la menor de los Lisbon, era una chica tímida y escurridiza. No
solía hablar conmigo; me enteraba de lo que decía a través de Lux. De entre
todas las hermanas Lisbon, era la que tenía un aire más distante. Alguna vez
la había visto asomarse a la ventana de su clase, contigua a la mía. Su pelo
ondeaba al viento. Tenía un aire melancólico.
Creo que todas las Lisbon pensaban que Cecilia les ocultaba secretos,
cosas que no quería contar a nadie. Eso opinaba Lux. Todas tendían a proteger
a la pequeña, pero Lux tenía con Cecilia un sentimiento especial, por eso de
que sólo se llevaban un año. Lux siempre intentaba animarla.
-¿Qué te pasa?- le preguntó una tarde en la que estábamos sentadas en
un banco, observando con discreción a Gordon, el heladero. Cecilia parecía
sumida en sus pensamientos, y ésa era una de las pocas tardes en las que Lux
tenía ganas de hablar.
-Nada- respondió Cecilia.
Lux permaneció callada. De pronto Cecilia nos miró; no sólo a ella, a
las dos. Su voz parecía profundamente cansada.
-Estoy harta- dijo -. Quiero irme de aquí. Voy a marcharme- y se levantó
y se fue.
Eso ocurrió pocos días antes del primer intento. Al escuchar la
noticia, sentí una mezcla de desazón e impotencia. No era la primera vez que
deseaba ser una Lisbon, pese a sus padres; y ya no sólo para estar más cerca
de Lux, sino para poder atender a Cecilia, hablar y razonar con ella, conocerla
mejor. Es difícil hablar con una persona que no quiere hablar contigo. Además,
yo nunca he sido muy buena hablando, y menos a los quince años. Pero me veía
en la obligación de hacerlo. No obstante, no podía decirle estas cosas a Lux,
era demasiado embarazoso.
Se lo conté a mi primo.
-Yo quisiera hablar con las Lisbon- confesó Tim. Tim vivía en la casa
vecina -. Pero no puedo hacerlo. Ellas nunca hablan con nadie.
-Lux habla conmigo- la defendí.
-Tú eres una chica- dijo Tim -. Y te puedes acercar a ellas.
-¿Crees que debería intentarlo?
Tim se encogió de hombros.
-No lo sé. Los Lisbon no quieren que se hable de esto.
Sus palabras me metieron miedo. Después de todo, yo no era quién para
ir a una casa ajena y decir: "Hola Cecilia, no quiero que te mates". Tampoco
me atrevía a llamar por teléfono a casa de Lux. Tuvo que ser ella quien lo
hiciese primero conmigo. Su primera llamada a mi casa coincidió con el día
anterior a aquella fatídica fiesta.
Por teléfono, la voz de Lux sonaba aún más cálida. Me explicó que
iban a dar una fiesta en su casa, y que Tim, Abe y sus amigos estaban invitados.
También irían algunos chicos de su familia. Lux puso especial énfasis en el término
"chicos". Ya habían mandado las invitaciones. Yo esperaba expectante las
palabras: "¿Quieres venir?". Estaba segura de que los señores Lisbon tendrían
que cambiar su opinión sobre mí si me presentaba en su casa como la amiga de
Lux, la única persona parecida a una "amiga" que tenían las hermanas
Lisbon. Pero esas palabras no llegaron. Me decepcioné mucho. Le deseé que se
lo pasaran muy bien, y le recordé que después tendría que contarme lo que
ocurriera. Cuando estaba diciendo esto, Lux me interrumpió: "Tengo que
colgar. Mi padre está aquí". Y eso hizo.
Aun ahora, tanto tiempo después, me pregunto lo que pretendía Lux con esa llamada. Era tan impredecible. Durante todo el tiempo que duró nuestra relación, se acercaba y alejaba como un barco mecido por las olas. A veces tomaba iniciativas que a mí me sorprendían, para después abandonarme por un muchacho a escondidas de sus padres. Quizá sólo quería decirme que sentía que no pudiese venir, que ésa era una fiesta para ella y los chicos invitados. Quizá no quería invitarme porque en el fondo odiaba la razón hipócrita de la celebración, y no quería que presenciase el enrarecido ambiente de su casa. Quizá lo que realmente deseaba era que yo le demostrara mis ganas de estar con ella, que fuera a pesar de todo o que sacase el tema de la invitación. A Lux le gustaba poner a prueba a las personas. Siempre tuve la inquietante sensación de que a cada paso me estaba poniendo a prueba.
***
Ni Lux, ni yo, ni nadie, siguió siendo como era tras la muerte de
Cecilia. Confieso que ésta no me pilló por sorpresa, y no sólo porque ya lo
había intentado una vez. Cuando Lux colgó el teléfono, supe de alguna forma
que aquella noche Cecilia iba a morir. No hice nada. Me quedé quieta, sentada
ante el televisor, contemplando a mi padre hacer zapping.
La más joven de las Lisbon se suicidó de una manera terrible en mitad
de su fiesta. Los arrepentimientos vinieron después. Mi padre fue uno de los
que ayudaron al señor Lisbon a arrancar la puntiaguda valla de su jardín. Yo
estaba en casa, pálida y afectada, dividida entre la parte de mí que me
acusaba por no haberme movido y la que sabía que no se podía hacer nada. En el
fondo de mi corazón crecía el deseo de ir a hablar con Lux. Pero el hecho de
tener que enfrentarme con su rostro contraído por el dolor me resultaba
espeluznante.
Volví al instituto mucho antes que ella. Las hermanas Lisbon retomaron
sus clases todas el mismo día. Yo estaba en el patio cuando llegaron las
cuatro, caminando casi al unísono, las melenas reluciendo bajo el sol. La gente
se daba la vuelta para mirarlas. Desprendían un aire tétrico de duelo. Mary no
desviaba la vista del suelo. Me fijé en Lux, seria y taciturna, y sentí una
punzada en el corazón. La había echado de menos. Todos esos días había
vuelto sola a mi casa. Sus ojos se encontraron con los míos un breve instante;
luego ella desvió la mirada.
Esa tarde temblaba al salir de clase. Llegué al árbol donde Lux y yo
solíamos esperarnos para emprender nuestro paseo. Pero Lux no estaba allí.
Salió con todas sus hermanas y fue directa al aparcamiento. El señor Lisbon,
montado en el coche, recogió a las chicas y arrancó. El vehículo se perdió
en el horizonte.
La punzada en mi pecho se hizo más dolorosa. Al día siguiente hice
acopio de valor y fui a buscar a Lux a su casa. Me situé debajo del olmo que
tanto le gustaba a Cecilia, sabiendo que en ese lugar sólo podría verme
alguien que saliera de la casa. Esperaba que saliese Lux, pero salió el señor
Lisbon.
-¿Qué haces aquí, Hope?- me sorprendió que supiera mi nombre.
-Esperaba a... pensaba que podría ir al instituto con Lux.
-Ahora yo llevo a las chicas al instituto.
-Pero Lux y yo solíamos ir juntas.
El señor Lisbon bajó las cejas. Pareció observarme.
-Bueno, si ella quiere ir contigo, por mí no hay inconveniente.
Bonnie y Lux, ya uniformadas, salieron al jardín. Lux se quedó conmigo.
Bonnie se montó en el todo terreno de su padre junto con Mary y Therese. Lux y
yo caminamos despacio, sin mirarnos y sin cruzar palabras. Ella rompió el
silencio:
-Preferiría que no nos compadecieras- dijo con voz alta y clara, que sin
embargo sonaba más grave de lo habitual.
-No lo he hecho- respondí.
Lux apretó los labios.
-Cecilia estaba equivocada- dijo.
-¿Qué?
-No voy a ser como ella. Yo lucharé. Y algún día me iré muy lejos de
aquí.
Eso fue demasiado para mí.
-Algún día nos iremos las dos- no pude evitar decir.
Lux se detuvo y me miró. Un inicio de sonrisa sardónica se dibujó en
sus labios.
-¿Tú? ¿Dónde has estado cuando te he necesitado?- sus ojos azules se
clavaron directamente en mí, haciéndome daño. Tragué saliva. El pinchazo
amenazaba con interrumpirme la respiración.
-No sabía qué hacer, Lux- dije -. No sabía si querrías verme.
-¡Ni siquiera lo intentaste!
-No podía verte sufrir- grité.
-¿No entiendes que te necesito, Hope? ¿No entiendes que eres lo único
que me mantiene en el mundo?- su voz era seria y sincera. De pronto dejó caer
los brazos, como derrotada. Daba la impresión de ser una muñeca medio rota,
una pobre dolly rubia a la que alguien ha aplastado sin querer. Sus ojos
brillaban.
Entonces la abracé. Aquel contacto con su cuerpo supuso mucho para mí, y creo que me hizo romper a llorar. Era curioso que yo llorase y ella no, cuando se suponía que la más afectada en este asunto era Lux. Ella permaneció con sus manos acariciando mi pelo y mi nuca, suavemente. Después, reanudamos el camino.
***
A veces en el
parque, removiendo la arena con mis sandalias, pensaba en Cecilia. Y por
consiguiente en la muerte. Cuando eres joven, tiendes a verla como algo lejano.
Y de pronto, alguien a quien has visto caminar, sonreír y asomarse a la ventana
de su clase muere. Entonces te das cuenta de lo poco que dura todo. Piensas que
en cualquier momento, te puedes marchar a un lugar que nadie aquí conoce y que
ni siquiera sabes si existe. Y lo que es peor, tomas conciencia de que a los que
te rodean también les puede pasar. A todos tus seres queridos.
No creo que por entonces Lux supiera que iba a morir. Yo tampoco lo sabía.
Era un cuerpo animado, lleno de fuerza y de ilusiones, que de pronto se
entristecía y te hablaba con voz grave. Era un misterio, pero estaba viva.
Ahora, cuando quiero pensar en Lux, cierro los ojos; es la mejor manera de
desprenderse de esta luz y caer en la suya. Casi siempre iba vestida de blanco.
Un inicio de sonrisa jugaba en sus labios; llevaba la carpeta apoyada contra su
cuerpo. Caminaba de una forma peculiar, como si no tocara el suelo. A mí me
daba un poco de miedo que Lux se percatara de cómo la miraba cuando caminábamos
juntas. Se me hacía difícil apartar la vista de ella.
Probablemente no haya hecho aún un inciso para explicar lo hermosa que
era Lux. Me parecía la persona más bella en ese sentido que había conocido
nunca. Sentía una gran admiración por ella. Alguna vez había intentado copiar
sus gestos, su forma de andar. Lux me había enseñado algunos trucos de
belleza, pero yo no podía imitarla. Su forma de mirar era suya, y suyos sus
brillantes ojos. El calcetín que se le bajaba sin querer – sólo ella podía
llevarlo así. Yo seguía siendo la jovencita desgarbada, sin pecho y demasiado
baja, una especie de escobilla comparada con la despampanante Lux. Y eso que Lux
no sacaba todo el partido a sus atributos... Ella lo habría hecho si hubiese
podido. Con todo, era capaz de sugerir más echándose el pelo hacia atrás que
yo lanzando cien besos.
Lux era una de esas personas que nacen con la palabra glamour
escrita en la frente. A los catorce años, ya sabía que iba a ser preciosa.
Necesitaba vivir su propio atractivo, experimentarlo. Supongo que no poder
hacerlo fue lo que la mató. Y quizá ocurriera lo mismo con Mary, Bonnie y
Therese Lisbon.
