Sería mucho más sencillo si en el Universo no existiera el cambio. Todo
sería una masa homogénea, creada ex nihilo, que seguiría como el
primer día por los siglos de los siglos. Pero desde un primer momento, en el
Universo hay movimiento. Aun cuando parezca que las cosas conservan una
identidad permanente, un algo que prevalece pese a toda la agitación, no hay un
sólo átomo que permanezca tal como fue un segundo antes.
Para las personas como yo, esta identidad cambiante del Universo supone
una verdadera carga. Tienes que hacer que un cuerpo que varía a cada instante
se adapte a un entorno distinto cada instante. Si dejas de vigilar algo que
amas, puede que al minuto siguiente ya no esté allí. Cuando crees que has
encontrado una cosa – emoción, materia, persona, creencia – que no va a
abandonarte, y un día lo ves marchar, te preguntas: ¿qué he hecho mal? ¿Por
qué me ha dejado? Tan difícil es aceptar que el cambio es inherente a todo lo
creado.
No sé el tiempo exacto que me llevó aceptar la muerte de Lux. Ella,
para mí, fue una antorcha que me calentaba y me enfriaba, ardía con fuerza o
se reducía a brasas, hasta que un día se apagó y no volvió a encenderse. A
veces palpo a ciegas, en busca del tizón quemado que dejó.
La noche que se fue con Trip Fontaine, sentí que su antorcha se había
apagado para mí y que estaba acariciando un trozo de madera ceniciento. A
partir de ahora todo cambiaría, todo sería distinto. Trip había ganado el
corazón de Lux. Trip tomaría mi lugar. Y Lux dejaría de ser el sueño húmedo
del instituto para convertirse en La Novia De Todos, una de las Lisbon.
Hablaría con los chicos, tontearía con muchos, pero lo más importante: sería
una persona normal y corriente. Quizás esto era lo que Lux deseaba, convertirse
en una más. No creo que sea fácil saber que eres especial y ver truncada tu
singularidad por una represión que te convierte en algo tan etéreo e intocable
como un ángel. La baja autoestima de Lux tenía sus raíces en la diosa en que
la habían transformado.
Cuando llegué a mi casa esa noche, no sólo pensé que iba a despedirme
de Lux para siempre, sino también de Chuck. Porque Chuck había insistido en
acompañarme a pie hasta allí.
-Hay un largo camino- aseguré.
-No puedes ir sola- me respondió él.
Dejé que viniese conmigo y pusiera su chaqueta sobre mis hombros. Se lo
agradecí, porque la verdad es que hacía frío. Debí haberme dado cuenta de
que Chuck estaba mostrando signos de acercamiento, más de los que había tenido
nunca conmigo. Y yo los había propiciado sin quererlo. Para mí no había nada
especial en abrazar a Chuck mientras bailábamos; pero esa simple acción había
tenido efectos distintos en él.
Cuando me cogió y comenzó a besarme el cuello, mi primera reacción fue
de incredulidad, después de sorpresa.
-Chuck- dije -. ¿Qué haces?
-¿No te gusta?- susurró él.
-Sss... sí- contesté.
No era mentira. Me sentía arropada, querida y segura entre sus brazos.
Me ajusté en ellos como un polluelo con frío. Pero de pronto me vino a la
mente la imagen de Lux y Trip, de Lux y Trip abrazándose, de Lux y Trip besándose,
de Lux y Trip... No podía. Aparté a Chuck.
-¿Qué te pasa?- preguntó él, desconcertado.
Sacudí la cabeza.
-Déjalo ya- fue lo único que me salió.
-Pero...
-Buenas noches, Chuck.
Caminé hasta mi porche. Al abrir la verja, me volví a mirarle. Se había
metido las manos en los bolsillos y parecía triste.
-Buenas noches, Hope- dijo, antes de darse la vuelta y desaparecer en la oscuridad.
Él y yo nunca volvimos a ser lo que éramos.
El fin de semana fue para mí negro como la pez y pasó en un suspiro. El
lunes emprendí el camino – solitario – al instituto. Trip se hallaba
fumando un porro junto a la valla, pero Lux no estaba allí. Yo no quise
preguntarle.
Durante el día corrió un rumor: en la fiesta, Trip y Lux lo habían
hecho en el campo de fútbol, pero Trip había dejado a Lux tirada al amanecer.
Como no se sabía nada de Lux, los más atrevidos sugirieron que a lo mejor se
había suicidado como su hermana. Los sensatos intentaron calmar los ánimos
sobre este punto. El asunto era que ni Bonnie, ni Therese ni Mary habían venido
tampoco a clase. Sid y Abe aseguraron no saber nada de ellas. Sus amigos Tim y
Peter, tampoco. ¿Qué podía haber ocurrido con las Lisbon? Nadie lo sabía, y
la intriga fue creciendo durante los días siguientes. Ninguna de las hermanas
vino al instituto. Yo estaba cada vez más asustada.
Al cumplirse la primera semana de la extraña ausencia, no había nadie
que se atreviera a preguntar al señor Lisbon o ir a su casa. Yo recibía
puntuales noticias de Tim, que juraba haber visto la sombra de las cuatro Lisbon
por la ventana. No obstante, ya había quien aventuraba que la señora Lisbon se
había marchado de la ciudad con sus hijas. Me debatía entre teorías y miedos.
Por si fuera poco, un día de ésos me choqué con Trip Fontaine en las
escaleras.
-¡Perdona!- me dijo. Una oleada de ira me recorrió el cuerpo.
-Perdonado- dije con voz glacial.
-Oye, esto... Hope, espera un momento.
-¿Qué?
Miré directamente a los ojos oscuros. Trip se pasó la mano por el pelo.
-¿Sabes algo de Lux?
Un regusto amargo me llenó la boca.
-¿Cómo puedes preguntarme eso?- dije en voz alta -. ¿Cómo te atreves?
Tú, tú... miserable, ¡cabrón!- empujé a Trip -. ¡Tú eres la causa de que
ella no esté aquí!
-Yo sólo...
-¡Cállate!- aullé -. No quiero escucharte.
Y apartando el corrillo de curiosos que se había formado, bajé
corriendo las escaleras. La siguiente clase era la de matemáticas, y me pasé
el rato llorando detrás de mi libro. A última hora, ya no pude aguantar más.
Metí mis cosas en la cartera y salí del aula sigilosamente.
-¿Qué haces?- susurró Sharon.
-Me marcho- respondí.
-¿Adónde?
-Da igual.
Sharon sacó la cabeza por la puerta.
-Corre, ya llega la señorita Thunder- me dijo, y salió a su paso para
ocultarme. Salí del instituto esperando que nadie me viera y tomé la dirección
de mi casa; el camino que Lux y yo solíamos recorrer juntas. Al llegar a la
desviación, seguí andando hacia la calle de los Lisbon. Inspiré hondo cuando
me encontré delante de la casa. ¿Seguían allí? Sí, se veía moverse una
cortina, y las rosas olían como recién cortadas. Escuché ruido de cacharros
de cocina.
-Psst, Hope- alguien me llamaba por mi nombre -. Hope.
Miré hacia arriba. Encontré la fuente del susurro en una ventana del
piso superior. La cabeza seria de Mary se asomaba por allí.
-¡Mary!- dije.
-¡Chsss!- me chistó ella -. Habla bajo. Está mi madre.
-¿Está Lux en casa?
-Sí, pero no creo que pueda verte.
De pronto, una segunda cabeza se sumó a la primera.
-Hola, Hope- dijo Lux.
Me asusté. ¡Qué pálida estaba! Sus ojos, tan brillantes el día de la
fiesta, tenían la mirada perdida.
-¡Lux!- gemí -. ¿Qué haces aquí? ¿Por qué no venís al instituto?
Mary miró acusadoramente a Lux. Ella contestó:
-No vamos a volver.
-¿Cómo?- dije -. ¿No queréis volver a clase?
-No es por nosotras. Nuestro padre nos ha sacado de allí. Dice que a
partir de ahora tendremos clases particulares.
-Cállate ya, Lux- dijo Mary con aspereza.
-Pero... pero eso no puede ser- dije yo.
-Oh, sí- corroboró Mary -. Y ahora, sería mejor que entrases, Lux, o
te la volverás a ganar otra vez.
Su cabeza desapareció. Me quedé mirando a Lux.
-Me alegro de que hayas venido- dijo.
-Yo... – respondí, y en ese momento se oyó una voz desde dentro de la
casa:
-¡Lux!
-Tengo que dejarte- dijo, e hizo ademán de meterse en casa.
-¿No puedes salir, ni nada por el estilo?
-No.
-Pero yo... – me sentía desesperada -. Necesito verte, Lux.
El dulce rostro de Lux parecía dudoso. De nuevo se escuchó el vozarrón
que la llamaba. Lux se inclinó y me dijo:
-Ven esta noche, a cosa de las nueve. A esas horas están viendo la tele.
Espera mi señal- y con esto, se metió en casa y cerró la ventana.
