Me sentía una especie de ladrona al salir de mi casa como si fuese un
fantasma. Sabía que mis padres me dejaban salir después de cenar, pero siempre
me preguntaban adónde iba; y yo prefería no tener que dar explicaciones. Así
que salí sin hacer ruido y caminé por la calle del mismo modo. Ya había
oscurecido.
La casa de los Lisbon también estaba oscura, excepto por una ventana en
la planta baja, y tenía un aire carcelario. Me daba escalofríos. Miré hacia
la ventana de Lux, pero no distinguí nada. Esperé unos minutos. ¡Entonces lo
vi! Un pañuelo blanco, que ondeaba allí como una petición de auxilio. Con
miedo, empujé la verja. No estaba cerrada. Corrí por el jardín y me situé
debajo de la ventana.
-¿Lux?- siseé.
-Sube por aquí- la mano de Lux me indicó la enredadera -. Date prisa.
No me dio tiempo a explicarle que yo no había trepado siquiera a un árbol
en mi vida. Agarré la enredadera con una mano y puse el pie en el canalón.
Poco a poco, fui ascendiendo. A mitad de camino, se me ocurrió mirar hacia
abajo y comencé a temblar.
-Ayúdame, Lux- pedí.
Lux sacó entonces la mitad de su cuerpo por la ventana. En una mano
sostenía el pañuelo. Tenía puesto el camisón y el pelo le caía por las
mejillas. Extendió los brazos.
-Vamos, Hope- su voz parecía casi suplicante.
Conseguí trepar hasta alcanzar su mano. Lo demás fue más sencillo. De
la mano de Lux a su hombro, la rodilla en el alféizar de la ventana. En esos
momentos, Lux me rodeó la cintura con un brazo y me besó con fuerza en los
labios. Por supuesto que ahora atribuyo aquello a la tensión del momento, a la
alegría que le producía verme o a todo junto. Pero en aquellos instantes, no
pude evitar sentir una intensa emoción. Incluso pude notar que mi cuerpo
respondía al beso, lo cual me avergonzó. Lux preocupada por mi seguridad y yo
excitándome por un contacto.
Lux tiró de mí para meterme en su habitación, sin despegarse de mí,
como si nos hubiesen sellado las bocas con pegamento. Me sentí muy contenta de
volver a pisar tierra firme. Lux rompió el beso y lo convirtió en un abrazo.
-Oh, Hope- la escuché decir -. Oh, Hope, Hope...
Traté de
calmarla. Le susurré que ya estaba aquí y que todo iba a salir bien, que la
había echado mucho de menos y esas cosas. Lux me puso un dedo en los labios
("déjalo ya") y se apresuró a colocar una silla delante de la puerta de la
habitación. Presumí que aquél debía de ser su cuarto. A la escasa luz, podía
distinguir pósteres de caballos y famosos, junto con algún que otro hueco en
las paredes, probablemente ocupado por cosas que se habían quitado hacía poco.
En las estanterías había muñequitos y revistas. Una parecía tener pequeñas
maniquíes vestidas con trajes típicos.
La habitación contaba con dos camas. Una de ellas estaba deshecha; un
gran león de peluche descansaba de cualquier manera sobre ella. La otra, sin
embargo, se hallaba impecable. Entonces me di cuenta de que Lux había
compartido esa habitación con Cecilia. Un escalofrío me recorrió la espalda
al mirar la impoluta cama y pensar en la hermana muerta de Lux. Desvié la
vista.
-Estos días han sido horribles, Hope- Lux me cogió de la mano y nos
sentamos en la cama revuelta -. No te puedes imaginar cómo se puso mi madre
por..., por lo de...
-¿Por lo de Trip?- pregunté.
-Sí- susurró Lux -. Por lo de Trip.
Guardamos silencio durante unos instantes.
-¿Sabes si ha preguntado por mí?- dijo.
Una especie de tenaza me apretó por dentro. Tardé en contestar.
-No.
Ella calló. Y, de repente, vi algo que nunca había visto. Una lágrima
rodó por la mejilla de Lux. No la había visto llorar, ni siquiera cuando murió
Cecilia. Me miró, y otra lágrima cayó de su ojo derecho. La abracé y le
supliqué que no llorara, que Trip no se merecía su llanto.
-No lloro por Trip- sollozó Lux -. Al menos, no sólo por Trip... Lloro
por mí..., porque..., porque me he perdido... He perdido la esperanza.
-No la has perdido- dije yo -. La tienes aquí. ¡Estoy aquí!- y la
sacudí.
-Sí, Hope- musitó Lux, y sonrió con tristeza -. Tú estás aquí.
Suspiró y, poco a poco, me fue relatando lo que había ocurrido después
del viernes. Esta vez no omitió ningún detalle sobre su familia. No intentó
proteger a sus padres ni ocultar el castigo que le habían puesto. Me lo contó
todo: que tenía prohibido ver a cualquiera del instituto en un mes; que las habían
sacado de allí por temor a las malas influencias; que su madre la había hecho
tirar o quemar sus discos de rock, porque opinaba que el rock 'n roll era satánico
y sólo hablaba de rebeldía y depresión; que Tim y Abe habían intentado
hablar con ellas, pero sin éxito. Yo escuchaba con horror. Así que era eso lo
que las hermanas Lisbon silenciaban, la autoritaria represión que hacía que su
luz vital reluciese más débil y distante. Cualquier deseo de ser una Lisbon
fue eliminado de mi cabeza.
-Mis hermanas no me lo perdonarán- aseguró Lux. Su voz se iba volviendo
cada vez más ronca -. Ya no se acuerdan de lo mucho que soñaban ellas con
salir, con viajar, con ligar con chicos. Lo hacían tanto como yo. Todas deseábamos
que nos sacasen de aquí. Trip lo intentó... – al hablar de Trip, la comisura
de los labios de Lux tembló.
Quise agregar que yo también lo había intentado, pero me vi obligada a
callarme. No sólo no había podido, me di cuenta de que, en el fondo, tampoco
había querido. Lux Lisbon no dejaba de ser para mí lo mismo que para todos: un
sueño del que no quería despertar. Su condición, aunque triste, la hacía idónea
para mis ilusiones.
-¿Por qué no has venido antes?- preguntó Lux.
-Porque... – respondí, pero la cruda realidad del pensamiento anterior
me golpeó.
-Da igual- susurró ella -. Ya da igual.
Entonces escuchamos un ruido. Supe que lo habíamos oído a la vez,
porque la cara de Lux se transfiguró. Me empujó hacia la ventana.
-Vete- me pidió -. Estarán aquí dentro de un momento.
Con cuidado, pasé del alféizar a la enredadera. Desde arriba no
resultaba tan difícil, si no mirabas hacia abajo. "Vuelve pronto", me dijo
Lux, antes de meterse en su cuarto de nuevo. No había avanzado yo un metro,
cuando oí que la puerta de la habitación se abría trabajosamente. Permanecí
quieta, temblando.
-¡Lux!- la voz de la señora Lisbon -. ¿Por qué has puesto esta silla?
-Lo siento, mamá- fue todo lo que dijo Lux.
Escuché pasos.
-Es hora de dormir- dijo la señora Lisbon -. Te cerraré la ventana.
-No, mamá- gimió Lux.
-Hace frío.
Entonces Lux pronunció las palabras que tan dolorosas me resultaron. Las
famosas palabras que yo le repetiría a Tim, mucho después. Él no las escuchó.
No sabe lo que es ver el pájaro de una voz salir y romperse en el aire. Así
fue como sonaron.
-Mamá... me estoy ahogando.
