Las últimas horas antes del blanco cegador son muy confusas. Sé que Lux
convulsionó un par de veces antes de irse. Creo que también sonrió. Yo me
quedé quieta, abrazada a ella, hasta que perdí la noción del tiempo. La
lucecita del todo terreno se apagó y sumió al garaje en la oscuridad casi
absoluta. Mucho después, se abrió la puerta, con un ruido espantoso, y la
claridad de la mañana penetró en el recinto. Lo último que escuché fueron
pasos apresurados, y lo último que vi, uniformes azules.
Se llegó a decir que yo había matado a Lux. Sid, Abe, Tim y Peter me
defendieron. Lux ya parecía afectada – extrañamente calmada, ausente –
cuando ellos llegaron a su casa. Por otra parte, el pinchazo en el brazo de Lux
parecía claro y limpio. No era en absoluto el aspecto que presenta una punzada
a la fuerza. Nadie pudo presentar cargos contra mí. Y, como favor personal,
cuando ellos reescribieron la historia hicieron que Lux muriese – de una forma
increíble, aunque mucho más poética – asfixiada por el gas del coche, y no
mediante una pequeña y odiosa jeringuilla.
Las hermanas Lisbon se lo montaron muy bien. Pusieron en los vasos de
leche de sus padres varios somníferos. Bonnie se ahorcó. Therese murió por
sobredosis de barbitúricos. Y Mary por sobredosis de insulina, igual que Lux.
Tim y los demás quedaron muy afectados. "¿Cómo?", se decían.
"Sacadnos de aquí, nos habían dicho. ¿Por qué hicieron eso, precisamente
esa noche?". Ellos estaban dispuestos a ir con ellas hasta el fin del mundo,
con esa decisión que sólo se tiene cuando eres adolescente. Tim conduciría.
Escaparían todos. Pero ellas no esperaron. Se marcharon antes.
Tras la muerte de las Lisbon, el barrio fue muriendo lentamente. No quedó nadie vivo. El cielo pareció perder su color, y las hojas de los árboles amarillearon en pleno verano. La casa permaneció allí, como un testimonio de la inocencia cortada. Había quien decía, como Richard, que había visto sobre el tejado al fantasma de Lux.
***
Cecilia tenía trece años. Lux, catorce. Bonnie tenía quince; Mary
dieciséis, y Therese diecisiete. En menos de medio año, todas habían
desaparecido. Chicas rubias, hermosas, en la flor de la vida, con una sexualidad
que ansiaba desarrollarse y no encontró el camino.
Lux murió dos días antes de su decimoquinto cumpleaños. A veces me
acuso de pensar en ella mucho más que en las otras. Es inevitable. Ella era mi
amiga, la única por la que yo sentía algo especial. Al contrario que Tim, Sid,
Peter y Abe, yo no miraba a las Lisbon por igual. Estaba enamorada de Lux, algo
que sólo he sido capaz de admitir y reconocer como tal mucho después, pero es
cierto. Sucumbí a sus encantos como los demás chicos. Y ella dejó una huella
permanente en mí, un dolor y un sentimiento de culpa que llevaré siempre
conmigo. No sé dónde está, no sé si está siquiera; y lo que tenía que
saber de ella con respecto a mí, ya nunca podré saberlo.
A veces, cuando miro al cielo, creo ver a Lux guiñándome un ojo. No a
la Lux pálida y agonizante del último día, sino a la Lux que era antes del
suicidio de Cecilia, cuando ella y yo volvíamos riendo del instituto y aún no
habíamos pensado en lo que significaba morirse. Lux, con las mejillas
sonrosadas y los labios untados de vaselina, que escribía en mi carpeta: "De
tu casa a la mía / hay una cinta azul celeste / que dice: amigas hasta la
muerte".
Sharon sonríe cuando me ve enfrascada en mis pensamientos. Vuelvo de
trabajar bastante tarde, y en ocasiones estoy demasiado cansada para hacer según
qué cosas. Entonces me pongo en
los cascos a Janis Joplin, saco mi vieja carpeta y me pongo a dibujar. Son
dibujos estúpidos, casi esquemáticos, como los de un niño. Dibujos de una
muchacha rubia, guapísima, vestida de blanco y con una sombra de tristeza en
los ojos:
Lux.
