¡Oh, Ikki! PARTE II

[ ¡Oh, Ikki! - Parte II [

por Elenis
loli_jackson@hotmail.com

A la mañana siguiente, Shiryu se levantó tarde y con dolor de cabeza. La noche pasada junto a Kiwutu (¿se llamaba en realidad Kiwutu? ¿No sería Kiwufu?) no había contribuido a animarle, y después de toda la panzada con Ikki... se sentía cansado.

Tomó unos pocos víveres y decidió dirigirse al templo de Atenea a meditar y pedir consejo sobre Acuario. No obstante, en el camino, un relámpago blanco le echó para atrás. Guiñó los ojos; el resplandor era muy fuerte.

-¿Quién eres?- logró gritar.

El Cisne le dio al botón de "off" de su luz.

-Soy yo, Shiryu, ¿no me reconoces?- dijo melosamente.

-¡Hyoga! Me has dado un susto de muerte. Estaba a punto de atacarte.

-¿Por qué no lo has hecho, entonces?- el Cisne caminó hacia él. Shiryu se puso sobre alerta. No recordaba haber visto ese brillo en los ojos de su amigo. Y además, ¿qué hacía Hyoga, con toda su armadura, en un lugar tan desierto?... ¿Sería él en verdad?

-¿Eres Hyoga?- preguntó.

-Ajá.

-¿Cómo puedo saberlo?

Hyoga, como pudo, se bajó la bragueta.

-No me la has visto mucho- aseguró -. Pero ¿es suficiente?

El Dragón asintió.

-Sí... sólo tú la tienes con forma de cisne. ¿Qué quieres?

-¿Que qué quiero?- Hyoga volvió a relucir como diez mil estrellas juntas -. ¿Que qué quiero...? ¡Esto es lo que quiero!

Al instante, un enorme rayo – pero elegante, como todo lo del Cisne – se estampó contra el pecho del Dragón. Él soltó un gemido y rodó cuarenta metros hacia atrás. El rayo le había destrozado toda la parte de arriba del kimono; tenía el pecho cubierto de hielo. Hyoga voló a su encuentro.

-Escúchame bien, mal amigo, mal Santo, mal Caballero del Zodíaco; aléjate de Ikki antes de que tenga que alejarte yo por las malas. Él es mío, somos el uno para el otro, llevo deseándole mucho tiempo y tú no vas a venir ahora a robármelo.

-¡Golpe del Dragón!- jadeó Shiryu, pero de su puño no salió más que una nubecita verde. El guantelete del Dragón apareció unos breves instantes y se volvió a retirar, muerto de vergüenza.

Hyoga prosiguió:

-Sé que a Atenea no le gustaría ver esto, pero a mí tampoco me gustó lo que vi ayer. Me importa un brote de soja lo que hagas con Kiwulu o con el resto de las chicas (o chicos) del pueblo. Pero Ikki... Ikki es MÍO. Y por el honor de los Santos de Bronce y de toda la Tierra, no te consentiré que cometas más maldades. Aunque tenga que dejar mi vida en el empeño. Shiryu, por nuestra amistad te lo ruego, no hagas que me enfade.

Dicho esto, el Cisne desapareció en un relámpago de luces y música heroica, dejando tirado a un confundido y debilitado Shiryu, a quien al menos le quedaba el consuelo de que su compañero no estaba enfadado.

+++

Cuando Ikki fue a desayunar, todavía quitándose las legañas, se encontró en el mismo bar a Seiya y Shun. Compartían un cuenco de arroz y estaban en actitud muy cariñosa; más de lo habitual en ellos... o de una pareja homo cualquiera en un lugar que nada tenía de gay.

-¿Dónde has estado?- le preguntó Shun.

-Por ahí- respondió Ikki. No sabía si se había tirado a alguien o no. Lo único que recordaba es que había estado cantando "I Will Survive" junto al mar... Quizás se había quedado dormido en la playa.

-¿Quieres desayunar?- ofreció amablemente Seiya.

-No, gracias, no tengo hambre- dijo el Fénix.

-Deberías hacerlo- aseguró su hermano pequeño.

-¿Por qué?

Shun sonrió. Malo... muy malo.

-Por si acaso necesitas energías para hoy.

-¿Se avecinan problemas?

-Se avecina... borrasca- dijo misteriosamente Pegaso.

-Sí, parece que la borrasca al fin encontró la fuerza suficiente- secundó Shun, y tomó a su amigo por la nuca para propinarle un amoroso beso.

Ikki se rascó el pelo.

-Me estáis confundiendo. ¿Qué queréis decir? Soltadlo ya. O si no...

-¿O si no, qué?- Seiya le guiñó un ojo, lo que dejó al Fénix aún más turbado. ¿Seiya haciendo esas cosas?

-Muy bueno, mi amor- dijo Andrómeda, y él y Seiya volvieron a besarse.

-¿Qué diablos ocurre aquí?- protestó Ikki -. ¿Qué ha pasado entre vosotros para que... para que os comportéis así de..., de forma tan asquerosamente cariñosa? ¿Qué es lo que pasa y no me queréis decir?

Andrómeda y Pegaso se miraron y se echaron a reír. Shun apoyó la cabeza sobre el hombro de Pegaso.

-A veces las cosas más estúpidas... – comenzó Seiya.

-... son las que mejor vienen a una relación- completó Shun.

Hirviendo de rabia, el Fénix se dio la vuelta y se marchó dando un portazo. El camarero salió a barrer los restos del jarrón Ming que Ikki había tirado en su ímpetu.

+++

"Me están tomando el pelo. Sólo quieren eso, tomarme el pelo".

Para uno que había sido el malo de los Santos de Bronce, la idea de que se cachondearan de él no era muy atrayente. Se llenó de ira. Comenzó a imaginar torturas para todos sus compañeros al tiempo que intentaba hacer sota-caballo-y-rey con las piedras sobre el lago.

El lago era el rincón favorito de Ikki. Era adonde se retiraba cuando no quería que nadie le encontrara, lo cual sucedía con cierta frecuencia. Le gustaba ese lugar; desprendía una privacidad que no todos tenían. Nadie, excepto él, sabía su emplazamiento exacto. Y nadie era capaz de llegar allí con la misma rapidez que él.

Un grupo de patos se disputaba una miga de pan. Ikki les lanzó una piedra y los dispersó... excepto a uno de ellos. El pato se acercó (en realidad era un cisne, pero Ikki no estaba muy puesto en zoología). Poco a poco, se fue transformando... hasta que se convirtió en un joven rubio y muy guapo. Ikki tardó en darse cuenta de que se trataba de Hyoga.

-¡Hyoga! ¿Qué haces aquí?

El Santo no contestó. Ikki pensó en que realmente había tenido que emplear mucha energía en su metamorfosis; parecía débil y alterado. Aun así, nunca le había resultado tan atractivo. Quizás era porque pocas veces le había visto desnudo...

A la luz del sol, Hyoga despedía reflejos plateados. Sus ojos tenían una mirada dulce, y su pelo parecía de oro. Su piel, de tono claro aunque tostada por el sol, tenía un extraño aspecto suave..., invitante. Ikki se tuvo que contener para no deleitarse con la visión de su amigo.

-Hyoga, éste es mi lugar privado- dijo, con tono algo más duro -. ¿Cómo lo has encontrado?

El Santo se rascó la melena.

-Bueno... – dijo -. Te he observado a menudo.

-¿A mí?- Ikki se sorprendió.

-Sí, a ti.

Hyoga se acercó a él. Caminaba con pasos livianos, como si no pisara el suelo. Ikki intentó no clavar los ojos en aquello que el Santo le estaba poniendo prácticamente delante de las narices.

-Vaya – soltó una tosecilla -. ¿Y a qué has venido?

Hyoga tomó aire. El momento cumbre había llegado. Se inclinó un poco y miró directamente a los ojos, azules, profundos, de Ikki. Tragó saliva. Montones de palabras pasaron por su cabeza, frases tiernas que había soñado con decirle: Ikki, te amo. Ikki, eres mi vida. Ikki, quiero serlo todo para ti, como tú lo eres para mí. Ikki, te quiero más que a mí mismo. Pero en aquel instante culminante, lo más sincero, lo único que le salió realmente del corazón, fue...

-Ikki- dijo -. Quiero follar contigo.

La mandíbula del Fénix casi dio contra el suelo. ¿Qué? ¿Qué le estaba proponiendo Hyoga? Porque era Hyoga, ¿verdad? No era su hermanito el pajero, ni Shiryu, a quien tan bien conocía, ni el Pegaso, que tan poco de boquilla pero tanto de cabecilla... Hyoga, caray, casi resultaba extraño. Hyoga. El Cisne, objeto de deseo de más de la mitad de las chicas del pueblo, venía a decirle a él eso.

Bueno, no es que no hubiera pensado nunca en ello. Qué narices. Hyoga estaba muy bueno (y la visión de hoy se lo corroboraba), pero le veía más como un compañero. Ikki tenía pocos reparos a la hora del sexo, pero Hyoga era... ¡Hyoga! Deslizó los ojos por su cuerpo. Hyoga. El fino, delicado, frío como el hielo aunque sensible, el Santo de más alto caché. Hyoga. Intentó escrutar dentro de sus ojos, de color azul pálido, que le miraban con emoción. Hyoga. Miró su torso firme, sus abdominales tersos, su... no, no tenía mala pinta en absoluto, qué va. Hyoga... joder, qué bueno estaba Hyoga. Vaya pedazo de hombre, se dijo Ikki. ¿Cómo no lo había notado antes?

-Lo siento- dijo entonces él -. ¿He sido un poco brusco?

Ikki meneó la cabeza, intentando salir de su sueño.

-No- dijo -. ¡No! En absoluto.

+++

Hyoga creyó que iba a explotar mientras desnudaba a Ikki poco a poco. Se besaban con pasión, las manos de Ikki – grandes, firmes – paseaban por su pecho y su espalda; los labios del Fénix dejaban los suyos de cuando en cuando con un gruñido, para trazar un camino ardiente por su oreja y su cuello. Mmmm... ni Cosmos ni leches, eso era lo mejor que había vivido, por lo que sacrificaría sus aventuras, su entrenamiento, su armadura, todo.

Ambos se tumbaron sobre un trozo de hierba más o menos apropiado. Ikki dejó que el Cisne le besara, e incluso que le sujetara las manos para poder saborear sus amplios pectorales. Hyoga estaba en pleno delirio. Desabrochó el cinturón de Ikki, le bajó los pantalones y los calzoncillos y hundió su cabeza allí. Escuchó, como entre tinieblas, la voz del Fénix gruñendo de satisfacción, y se dejó arrastrar por la maravillosa sensación, el dulce sabor, el fantástico ardor del placer... El ardor... El ardor... ¡Mierda!

-¡Por Atenea!- aulló de dolor, y se llevó las manos a la boca. Salía humo negro de ella -. ¡Joder, me arde todo el paladar! Y mi lengua...

-¿Qué pasa?- dijo Ikki, visiblemente frustrado.

-¡Pues que quemas!

-¡Soy el Fénix!- se burló Ikki con el mismo tono de voz -. ¿Qué esperabas?

-No lo sé. Otra cosa. ¿Entonces tu "ardor" es real?

-Ya dicen que toda mi personalidad es "ardiente"- corroboró Ikki -. Bueno, ¿vas a seguir o no?

Hyoga intentó volver a su tarea. El miembro de Ikki parecía estar compuesto de hierro al rojo vivo. Joder... Él era un Santo, y un Santo de Bronce, pero no esperaba encontrarse con eso. Intentó tocarlo. Se abrasaba las manos. Decidió dedicarse a jugar por las piernas y la tripa de Ikki mientras pensaba qué hacer, pero el Fénix demandó atención para aquella zona. Se envolvió las manos en la camiseta de Ikki e intentó masturbarle lo mejor que pudo.

-Pero... ¿qué haces, so chalao?- Ikki intentaba mirar hacia el Cisne, lo cual, desde su posición, resultaba un tanto complicado. Derrotado, Hyoga dejó caer la camiseta. No había esperado eso. Nunca lo hubiera esperado. Estaba muy desencantado.

-Ikki...

El Fénix probó a refrescarse de muy diversas formas, pero sin éxito. Seguía quemando a Hyoga. Finalmente, se hartó:

-Eres un quejica, ¿lo sabías?

-¡Joder, tío! Ya quisiera yo verte en mi lugar.

-Mira, tú estás muy frío, pero yo lo soporto, ¿sabes? No lloriqueo como otros. Parece mentira que seas un Santo. Anda, ven, que quiero penetrarte, quizás así se te pase. Por ahí las cosas son distintas.

Hyoga tembló ante la idea; a punto estuvo de decir que no. No obstante, quiso dar una última oportunidad y, poco a poco, fue sentándose encima de Ikki. Minutos después, no pudo soportarlo más. Salió corriendo hacia el lago dando alaridos y sumergió en el agua su trasero. Brotaron unas cuantas burbujas y una columnilla de humo.

-Eres increíble- escuchó gritar a Ikki. Le vio ponerse los calzoncillos y bajar a buscarle.

Hyoga estaba dolorido, confuso y decepcionado. Sobre todo decepcionado. Nunca hubiera esperado que el sexo con Ikki fuera así. Se lo figuraba como el mejor amante, el más dulce, el más sexy del mundo... y todo lo que se encontraba era un tío con la polla de fuego. Se sentía triste por haberle fallado, pero comprendía que él también tenía necesidades que Ikki no podía satisfacer.

-Eres increíble- volvió a decir el Fénix, negando con la cabeza. Hyoga se frotó el trasero una vez más, se enjugó una lágrima y contestó:

-¡No soy increíble! Soy un Cisne, soy suave, delicado, soy... soy de hielo. De hielo, Ikki. Nunca lo había mirado de esta forma, pero es verdad. Yo soy de hielo y tú eres de fuego. No somos compatibles. Yo vengo del frío, tú del corazón de la Tierra. No es lo mismo. Hielo y fuego no pueden llevarse bien. Me derretiría- volvió a tocarse el trasero e hizo un gesto de dolor.

-Bueno, quizás podamos intentarlo otra vez, cuando estés más... – comenzó el Fénix, pero Hyoga le detuvo.

-No, Ikki. Con esta experiencia he tenido suficiente. Te lo agradezco, pero... no es posible.

Ikki no sabía que pensar. Se sentía frustrado. Había pensado que hacerlo con Hyoga iba a ser la experiencia más excitante de su vida... ¿y ahora sucedía eso? Le contempló sin saber qué decir mientras el Santo se alejaba. En otros tiempos, hubiera bramado de furia. Ahora, simplemente permanecía ahí de pie, observándole en calzoncillos.

De pronto, el Cisne se dio la vuelta. Ikki se vio en la obligación de decir:

-Hyoga... Quizá podamos... No sé... Un plástico, unos cuantos condones... O un poco de nieve...

Hyoga sonrió tristemente.

-Lo siento, Ikki. Pero cuando las personas vienen de lugares incompatibles... hagan lo que hagan, siempre serán incompatibles.

Ikki calló, asintió y tragó saliva. Observó a Hyoga convertirse de nuevo en cisne y marcharse nadando, sobre la superficie del lago.

+++

-Espero que hayáis descansado durante estas semanas- dijo la diosa Atenea, que intentaba no bostezar. Ella estaba tan acostumbrada a descansar que cualquier movimiento, aunque sólo fuera para aposentarse en su trono, le resultaba cansino.

-Sí, Atenea. – las cinco voces parecían una.

-Estupendo. Porque tenéis que volver a enfrentaros con el Caballero de Acuario. Y sé que esta vez ganaréis.

Hubo algún que otro cuchicheo.

-¿Y si no ganamos?- preguntó Pegaso.

-Oh... no pasa nada. Entonces os arrastráis hasta aquí, yo os curo, y vuelta a empezar. Siempre se puede volver a empezar.

El Caballero del Fénix se adelantó.

-Atenea, ¿y por qué tenemos que enfrentarnos con el Caballero de Acuario?

-¿Por qué?- Atenea no esperaba esa pregunta. Trató de no mostrar sorpresa -. ¿Por qué? ¡Porque me robó el nov...!, quiero decir, por el bien de la Humanidad. Bien lo sabéis vosotros. "Sin duda no salen a combatir por un mundo ideal". ¿O eso suena al revés...? Bueno, da igual. Combatís con él porque a mí me da la gana. ¿Entendido?

-Sí, Atenea. – volvieron a decir los Santos de Bronce.

-Pues hala. Id haciendo el equipaje. Y comprobad que vuestras armaduras estén en buenas condiciones.

Mientras abrillantaban un poco el metal, Hyoga se acercó a Shiryu.

-Shiryu- dijo, tocándole en el hombro -. ¿Puedo hablar contigo en privado?

Shiryu se quitó las gafas de sol.

-¿Vas a hacerme el truco de la luz otra vez? Porque mira que...

-No, no, te prometo que no.

-Bueno.

Se alejaron del resto. Shiryu se apoyó en una columna. Hyoga dio golpecitos con el pie en el suelo antes de comenzar a hablar:

-Quisiera pedirte perdón- dijo.

-Oh. – respondió el Dragón.

-No te habrás... chivado a Atenea, ¿no?

-No. – Shiryu sacudió la cabeza -. Descuida.

Hyoga suspiró.

-Nunca debí amenazarte de ese modo- reunió fuerzas para mirarle a los ojos -. Lo siento de verdad. Llegué a pensar que Ikki era de mi propiedad, que no tenías derecho a tocarle. Me cegué. Creí que éramos el uno para el otro...

-Tranquilo- Shiryu le palmeó la espalda -. Sé cómo es eso. Yo no sabía nada sobre tus sentimientos, pero si los hubiera sabido... – dudó por un momento -, si los hubiera sabido, supongo que nunca habría hecho eso.

-En cualquier caso, yo no tenía que haberme comportado así- insistió el Cisne.

-Mira, lo de Ikki y yo fue hace tiempo. No tenía que haberme dejado llevar, ¿vale? Después de todo, estaba con Kiwufu, o Kiwusu, o como quiera que se llamara.

-¿"Estabas"?- preguntó el Cisne, intrigado. El Dragón se encogió de hombros.

-No podía seguir con una chica de la que ni siquiera recuerdo cómo se llama.

-Ah. – dijo Hyoga.

Se miraron durante un breve espacio de tiempo.

-¿Y tú?- preguntó entonces Shiryu -. ¿Le dijiste a Ikki...?

-Sí- respondió con tristeza Hyoga -. Pero Shiryu, las cosas fueron muy diferentes de lo que yo pensaba. Descubrí que él y yo somos incompatibles. Hagamos lo que hagamos, no podemos f..., no podemos mantener ninguna relación.

-Oh- dijo Shiryu -. Lo siento. De verdad.

-No pasa nada. Son las fuerzas del Destino. Lo nuestro..., lo nuestro era más pasión que otra cosa. Todo sucedió como tenía que suceder.

Shiryu pasó su brazo por encima de los hombros de su compañero.

-Bueno, sabes que si necesitas desahogarte o cualquier cosa, aquí me tienes.

-Gracias, Shir- el Cisne le dio un abrazo -. ¿Amigos otra vez?

-Amigos.

Todavía sujetándose, se miraron. Sonreían. Poco a poco, ambas sonrisas fueron desapareciendo y las miradas se tornaron más profundas.

-Shir. – susurró Hyoga.

-Qué.

Los ojos del Cisne descendieron de la cara de Shiryu a su torso. Sus mejillas se colorearon un poco.

-Cuando te lancé ese rayo..., sabes... Se te rompió el kimono...

-Sí- dijo Shiryu, alargando un tanto la palabra.

-Bueno, pues jamás había podido imaginar... No sé... No me esperaba esos músculos debajo de tu ropa.

El Dragón volvió a sonreír. Carraspeó.

-Yo, si te soy sincero, tampoco me esperaba que tu... tu cisne... – señaló hacia abajo – tuviera una forma tan bonita. No lo recordaba así.

Hyoga levantó la mano y acarició con ternura la mejilla de Shiryu.

-Pues si quieres, le puedes hacer volar.

-Me encantaría.

Ambos Santos se inclinaron hacia delante y se unieron en un tímido beso. Muy despacio, el beso que había empezado tan casto se fue volviendo más apasionado. Hasta que...

-¡Ay!- Hyoga se echó hacia atrás y se llevó ambas manos a la boca -. ¡Por Atenea... quemas!

-¡Soy el Dragón!- respondió Shiryu -. ¿Qué esperabas?

¡FIN!

Posdata: ¡Ikki, estás muy bueno!

29 Octubre 2000

© Elenis (¿te ha gustado? Mándame un emilín)

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