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A la mañana siguiente, Shiryu se levantó tarde y con dolor de cabeza.
La noche pasada junto a Kiwutu (¿se llamaba en realidad Kiwutu? ¿No sería
Kiwufu?) no había contribuido a animarle, y después de toda la panzada con
Ikki... se sentía cansado.
Tomó unos pocos víveres y decidió dirigirse al templo de Atenea a
meditar y pedir consejo sobre Acuario. No obstante, en el camino, un relámpago
blanco le echó para atrás. Guiñó los ojos; el resplandor era muy fuerte.
-¿Quién eres?- logró gritar.
El Cisne le dio al botón de "off" de su luz.
-Soy yo, Shiryu, ¿no me reconoces?- dijo melosamente.
-¡Hyoga! Me has dado un susto de muerte. Estaba a punto de atacarte.
-¿Por qué no lo has hecho, entonces?- el Cisne caminó hacia él.
Shiryu se puso sobre alerta. No recordaba haber visto ese brillo en los ojos de
su amigo. Y además, ¿qué hacía Hyoga, con toda su armadura, en un lugar tan
desierto?... ¿Sería él en verdad?
-¿Eres Hyoga?- preguntó.
-Ajá.
-¿Cómo puedo saberlo?
Hyoga, como pudo, se bajó la bragueta.
-No me la has visto mucho- aseguró -. Pero ¿es suficiente?
El Dragón asintió.
-Sí... sólo tú la tienes con forma de cisne. ¿Qué quieres?
-¿Que qué quiero?- Hyoga volvió a relucir como diez mil estrellas
juntas -. ¿Que qué quiero...? ¡Esto es lo que quiero!
Al instante, un enorme rayo – pero elegante, como todo lo del Cisne –
se estampó contra el pecho del Dragón. Él soltó un gemido y rodó cuarenta
metros hacia atrás. El rayo le había destrozado toda la parte de arriba del
kimono; tenía el pecho cubierto de hielo. Hyoga voló a su encuentro.
-Escúchame bien, mal amigo, mal Santo, mal Caballero del Zodíaco; aléjate
de Ikki antes de que tenga que alejarte yo por las malas. Él es mío, somos el
uno para el otro, llevo deseándole mucho tiempo y tú no vas a venir ahora a
robármelo.
-¡Golpe del Dragón!- jadeó Shiryu, pero de su puño no salió más que
una nubecita verde. El guantelete del Dragón apareció unos breves instantes y
se volvió a retirar, muerto de vergüenza.
Hyoga prosiguió:
-Sé que a Atenea no le gustaría ver esto, pero a mí tampoco me gustó
lo que vi ayer. Me importa un brote de soja lo que hagas con Kiwulu o con el
resto de las chicas (o chicos) del pueblo. Pero Ikki... Ikki es MÍO. Y por el
honor de los Santos de Bronce y de toda la Tierra, no te consentiré que cometas
más maldades. Aunque tenga que dejar mi vida en el empeño. Shiryu, por nuestra
amistad te lo ruego, no hagas que me enfade.
Dicho esto, el Cisne desapareció en un relámpago de luces y música
heroica, dejando tirado a un confundido y debilitado Shiryu, a quien al menos le
quedaba el consuelo de que su compañero no estaba enfadado.
+++
Cuando Ikki fue a desayunar, todavía quitándose las legañas, se
encontró en el mismo bar a Seiya y Shun. Compartían un cuenco de arroz y
estaban en actitud muy cariñosa; más de lo habitual en ellos... o de una
pareja homo cualquiera en un lugar que nada tenía de gay.
-¿Dónde has estado?- le preguntó Shun.
-Por ahí- respondió Ikki. No sabía si se había tirado a alguien o no.
Lo único que recordaba es que había estado cantando "I Will Survive" junto
al mar... Quizás se había quedado dormido en la playa.
-¿Quieres desayunar?- ofreció amablemente Seiya.
-No, gracias, no tengo hambre- dijo el Fénix.
-Deberías hacerlo- aseguró su hermano pequeño.
-¿Por qué?
Shun sonrió. Malo... muy malo.
-Por si acaso necesitas energías para hoy.
-¿Se avecinan problemas?
-Se avecina... borrasca- dijo misteriosamente Pegaso.
-Sí, parece que la borrasca al fin encontró la fuerza suficiente-
secundó Shun, y tomó a su amigo por la nuca para propinarle un amoroso beso.
Ikki se rascó el pelo.
-Me estáis confundiendo. ¿Qué queréis decir? Soltadlo ya. O si no...
-¿O si no, qué?- Seiya le guiñó un ojo, lo que dejó al Fénix aún más
turbado. ¿Seiya haciendo esas cosas?
-Muy bueno, mi amor- dijo Andrómeda, y él y Seiya volvieron a besarse.
-¿Qué diablos ocurre aquí?- protestó Ikki -. ¿Qué ha pasado entre
vosotros para que... para que os comportéis así de..., de forma tan
asquerosamente cariñosa? ¿Qué es lo que pasa y no me queréis decir?
Andrómeda y Pegaso se miraron y se echaron a reír. Shun apoyó la
cabeza sobre el hombro de Pegaso.
-A veces las cosas más estúpidas... – comenzó Seiya.
-... son las que mejor vienen a una relación- completó Shun.
Hirviendo de rabia, el Fénix se dio la vuelta y se marchó dando un
portazo. El camarero salió a barrer los restos del jarrón Ming que Ikki había
tirado en su ímpetu.
+++
"Me están tomando el pelo. Sólo quieren eso, tomarme el pelo".
Para uno que había sido el malo de los Santos de Bronce, la idea
de que se cachondearan de él no era muy atrayente. Se llenó de ira. Comenzó a
imaginar torturas para todos sus compañeros al tiempo que intentaba hacer
sota-caballo-y-rey con las piedras sobre el lago.
El lago era el rincón favorito de Ikki. Era adonde se retiraba cuando no
quería que nadie le encontrara, lo cual sucedía con cierta frecuencia. Le
gustaba ese lugar; desprendía una privacidad que no todos tenían. Nadie,
excepto él, sabía su emplazamiento exacto. Y nadie era capaz de llegar allí
con la misma rapidez que él.
Un grupo de patos se disputaba una miga de pan. Ikki les lanzó una
piedra y los dispersó... excepto a uno de ellos. El pato se acercó (en
realidad era un cisne, pero Ikki no estaba muy puesto en zoología). Poco a
poco, se fue transformando... hasta que se convirtió en un joven rubio y muy
guapo. Ikki tardó en darse cuenta de que se trataba de Hyoga.
-¡Hyoga! ¿Qué haces aquí?
El Santo no contestó. Ikki pensó en que realmente había tenido que
emplear mucha energía en su metamorfosis; parecía débil y alterado. Aun así,
nunca le había resultado tan atractivo. Quizás era porque pocas veces le había
visto desnudo...
A la luz del sol, Hyoga despedía reflejos plateados. Sus ojos tenían
una mirada dulce, y su pelo parecía de oro. Su piel, de tono claro aunque
tostada por el sol, tenía un extraño aspecto suave..., invitante. Ikki se tuvo
que contener para no deleitarse con la visión de su amigo.
-Hyoga, éste es mi lugar privado- dijo, con tono algo más duro -. ¿Cómo
lo has encontrado?
El Santo se rascó la melena.
-Bueno... – dijo -. Te he observado a menudo.
-¿A mí?- Ikki se sorprendió.
-Sí, a ti.
Hyoga se acercó a él. Caminaba con pasos livianos, como si no pisara el
suelo. Ikki intentó no clavar los ojos en aquello que el Santo le estaba
poniendo prácticamente delante de las narices.
-Vaya – soltó una tosecilla -. ¿Y a qué has venido?
Hyoga tomó aire. El momento cumbre había llegado. Se inclinó un poco y
miró directamente a los ojos, azules, profundos, de Ikki. Tragó saliva.
Montones de palabras pasaron por su cabeza, frases tiernas que había soñado
con decirle: Ikki, te amo. Ikki, eres mi vida. Ikki, quiero serlo todo para ti,
como tú lo eres para mí. Ikki, te quiero más que a mí mismo. Pero en aquel
instante culminante, lo más sincero, lo único que le salió realmente del
corazón, fue...
-Ikki- dijo -. Quiero follar contigo.
La mandíbula del Fénix casi dio contra el suelo. ¿Qué? ¿Qué le
estaba proponiendo Hyoga? Porque era Hyoga, ¿verdad? No era su hermanito el
pajero, ni Shiryu, a quien tan bien conocía, ni el Pegaso, que tan poco de
boquilla pero tanto de cabecilla... Hyoga, caray, casi resultaba extraño. Hyoga.
El Cisne, objeto de deseo de más de la mitad de las chicas del pueblo, venía a
decirle a él eso.
Bueno, no es que no hubiera pensado nunca en ello. Qué narices. Hyoga
estaba muy bueno (y la visión de hoy se lo corroboraba), pero le veía más
como un compañero. Ikki tenía pocos reparos a la hora del sexo, pero Hyoga
era... ¡Hyoga! Deslizó los ojos por su cuerpo. Hyoga. El fino, delicado, frío
como el hielo aunque sensible, el Santo de más alto caché. Hyoga. Intentó
escrutar dentro de sus ojos, de color azul pálido, que le miraban con emoción.
Hyoga. Miró su torso firme, sus abdominales tersos, su... no, no tenía mala
pinta en absoluto, qué va. Hyoga... joder, qué bueno estaba Hyoga. Vaya pedazo
de hombre, se dijo Ikki. ¿Cómo no lo había notado antes?
-Lo siento- dijo entonces él -. ¿He sido un poco brusco?
Ikki meneó la cabeza, intentando salir de su sueño.
-No- dijo -. ¡No! En absoluto.
+++
Hyoga creyó que iba a explotar mientras desnudaba a Ikki poco a poco. Se
besaban con pasión, las manos de Ikki – grandes, firmes – paseaban por su
pecho y su espalda; los labios del Fénix dejaban los suyos de cuando en cuando
con un gruñido, para trazar un camino ardiente por su oreja y su cuello. Mmmm...
ni Cosmos ni leches, eso era lo mejor que había vivido, por lo que sacrificaría
sus aventuras, su entrenamiento, su armadura, todo.
Ambos se tumbaron sobre un trozo de hierba más o menos apropiado. Ikki
dejó que el Cisne le besara, e incluso que le sujetara las manos para poder
saborear sus amplios pectorales. Hyoga estaba en pleno delirio. Desabrochó el
cinturón de Ikki, le bajó los pantalones y los calzoncillos y hundió su
cabeza allí. Escuchó, como entre tinieblas, la voz del Fénix gruñendo de
satisfacción, y se dejó arrastrar por la maravillosa sensación, el dulce
sabor, el fantástico ardor del placer... El ardor... El ardor... ¡Mierda!
-¡Por Atenea!- aulló de dolor, y se llevó las manos a la boca. Salía
humo negro de ella -. ¡Joder, me arde todo el paladar! Y mi lengua...
-¿Qué pasa?- dijo Ikki, visiblemente frustrado.
-¡Pues que quemas!
-¡Soy el Fénix!- se burló Ikki con el mismo tono de voz -. ¿Qué
esperabas?
-No lo sé. Otra cosa. ¿Entonces tu "ardor" es real?
-Ya dicen que toda mi personalidad es "ardiente"- corroboró Ikki -.
Bueno, ¿vas a seguir o no?
Hyoga intentó volver a su tarea. El miembro de Ikki parecía estar
compuesto de hierro al rojo vivo. Joder... Él era un Santo, y un Santo de
Bronce, pero no esperaba encontrarse con eso. Intentó tocarlo. Se abrasaba las
manos. Decidió dedicarse a jugar por las piernas y la tripa de Ikki mientras
pensaba qué hacer, pero el Fénix demandó atención para aquella zona. Se
envolvió las manos en la camiseta de Ikki e intentó masturbarle lo mejor que
pudo.
-Pero... ¿qué haces, so chalao?- Ikki intentaba mirar hacia el Cisne,
lo cual, desde su posición, resultaba un tanto complicado. Derrotado, Hyoga dejó
caer la camiseta. No había esperado eso. Nunca lo hubiera esperado. Estaba muy
desencantado.
-Ikki...
El Fénix probó a refrescarse de muy diversas formas, pero sin éxito.
Seguía quemando a Hyoga. Finalmente, se hartó:
-Eres un quejica, ¿lo sabías?
-¡Joder, tío! Ya quisiera yo verte en mi lugar.
-Mira, tú estás muy frío, pero yo lo soporto, ¿sabes? No
lloriqueo como otros. Parece mentira que seas un Santo. Anda, ven, que quiero
penetrarte, quizás así se te pase. Por ahí las cosas son distintas.
Hyoga tembló ante la idea; a punto estuvo de decir que no. No obstante,
quiso dar una última oportunidad y, poco a poco, fue sentándose encima de Ikki.
Minutos después, no pudo soportarlo más. Salió corriendo hacia el lago dando
alaridos y sumergió en el agua su trasero. Brotaron unas cuantas burbujas y una
columnilla de humo.
-Eres increíble- escuchó gritar a Ikki. Le vio ponerse los calzoncillos
y bajar a buscarle.
Hyoga estaba dolorido, confuso y decepcionado. Sobre todo decepcionado.
Nunca hubiera esperado que el sexo con Ikki fuera así. Se lo figuraba como el
mejor amante, el más dulce, el más sexy del mundo... y todo lo que se
encontraba era un tío con la polla de fuego. Se sentía triste por haberle
fallado, pero comprendía que él también tenía necesidades que Ikki no podía
satisfacer.
-Eres increíble- volvió a decir el Fénix, negando con la cabeza. Hyoga
se frotó el trasero una vez más, se enjugó una lágrima y contestó:
-¡No soy increíble! Soy un Cisne, soy suave, delicado, soy... soy de
hielo. De hielo, Ikki. Nunca lo había mirado de esta forma, pero es verdad. Yo
soy de hielo y tú eres de fuego. No somos compatibles. Yo vengo del frío, tú
del corazón de la Tierra. No es lo mismo. Hielo y fuego no pueden llevarse
bien. Me derretiría- volvió a tocarse el trasero e hizo un gesto de dolor.
-Bueno, quizás podamos intentarlo otra vez, cuando estés más... –
comenzó el Fénix, pero Hyoga le detuvo.
-No, Ikki. Con esta experiencia he tenido suficiente. Te lo agradezco,
pero... no es posible.
Ikki no sabía que pensar. Se sentía frustrado. Había pensado que
hacerlo con Hyoga iba a ser la experiencia más excitante de su vida... ¿y
ahora sucedía eso? Le contempló sin saber qué decir mientras el Santo se
alejaba. En otros tiempos, hubiera bramado de furia. Ahora, simplemente permanecía
ahí de pie, observándole en calzoncillos.
De pronto, el Cisne se dio la vuelta. Ikki se vio en la obligación de
decir:
-Hyoga... Quizá podamos... No sé... Un plástico, unos cuantos
condones... O un poco de nieve...
Hyoga sonrió tristemente.
-Lo siento, Ikki. Pero cuando las personas vienen de lugares
incompatibles... hagan lo que hagan, siempre serán incompatibles.
Ikki calló, asintió y tragó saliva. Observó a Hyoga convertirse de
nuevo en cisne y marcharse nadando, sobre la superficie del lago.
+++
-Espero que hayáis descansado durante estas semanas- dijo la diosa
Atenea, que intentaba no bostezar. Ella estaba tan acostumbrada a descansar que
cualquier movimiento, aunque sólo fuera para aposentarse en su trono, le
resultaba cansino.
-Sí, Atenea. – las cinco voces parecían una.
-Estupendo. Porque tenéis que volver a enfrentaros con el Caballero de
Acuario. Y sé que esta vez ganaréis.
Hubo algún que otro cuchicheo.
-¿Y si no ganamos?- preguntó Pegaso.
-Oh... no pasa nada. Entonces os arrastráis hasta aquí, yo os curo, y
vuelta a empezar. Siempre se puede volver a empezar.
El Caballero del Fénix se adelantó.
-Atenea, ¿y por qué tenemos que enfrentarnos con el Caballero de
Acuario?
-¿Por qué?- Atenea no esperaba esa pregunta. Trató de no mostrar
sorpresa -. ¿Por qué? ¡Porque me robó el nov...!, quiero decir, por el bien
de la Humanidad. Bien lo sabéis vosotros. "Sin duda no salen a combatir por
un mundo ideal". ¿O eso suena al revés...? Bueno, da igual. Combatís con él
porque a mí me da la gana. ¿Entendido?
-Sí, Atenea. – volvieron a decir los Santos de Bronce.
-Pues hala. Id haciendo el equipaje. Y comprobad que vuestras armaduras
estén en buenas condiciones.
Mientras abrillantaban un poco el metal, Hyoga se acercó a Shiryu.
-Shiryu- dijo, tocándole en el hombro -. ¿Puedo hablar contigo en
privado?
Shiryu se quitó las gafas de sol.
-¿Vas a hacerme el truco de la luz otra vez? Porque mira que...
-No, no, te prometo que no.
-Bueno.
Se alejaron del resto. Shiryu se apoyó en una columna. Hyoga dio
golpecitos con el pie en el suelo antes de comenzar a hablar:
-Quisiera pedirte perdón- dijo.
-Oh. – respondió el Dragón.
-No te habrás... chivado a Atenea, ¿no?
-No. – Shiryu sacudió la cabeza -. Descuida.
Hyoga suspiró.
-Nunca debí amenazarte de ese modo- reunió fuerzas para mirarle a los
ojos -. Lo siento de verdad. Llegué a pensar que Ikki era de mi propiedad, que
no tenías derecho a tocarle. Me cegué. Creí que éramos el uno para el
otro...
-Tranquilo- Shiryu le palmeó la espalda -. Sé cómo es eso. Yo no sabía
nada sobre tus sentimientos, pero si los hubiera sabido... – dudó por un
momento -, si los hubiera sabido, supongo que nunca habría hecho eso.
-En cualquier caso, yo no tenía que haberme comportado así- insistió
el Cisne.
-Mira, lo de Ikki y yo fue hace tiempo. No tenía que haberme dejado
llevar, ¿vale? Después de todo, estaba con Kiwufu, o Kiwusu, o como quiera que
se llamara.
-¿"Estabas"?- preguntó el Cisne, intrigado. El Dragón se encogió
de hombros.
-No podía seguir con una chica de la que ni siquiera recuerdo cómo se
llama.
-Ah. – dijo Hyoga.
Se miraron durante un breve espacio de tiempo.
-¿Y tú?- preguntó entonces Shiryu -. ¿Le dijiste a Ikki...?
-Sí- respondió con tristeza Hyoga -. Pero Shiryu, las cosas fueron muy
diferentes de lo que yo pensaba. Descubrí que él y yo somos incompatibles.
Hagamos lo que hagamos, no podemos f..., no podemos mantener ninguna relación.
-Oh- dijo Shiryu -. Lo siento. De verdad.
-No pasa nada. Son las fuerzas del Destino. Lo nuestro..., lo nuestro era
más pasión que otra cosa. Todo sucedió como tenía que suceder.
Shiryu pasó su brazo por encima de los hombros de su compañero.
-Bueno, sabes que si necesitas desahogarte o cualquier cosa, aquí me
tienes.
-Gracias, Shir- el Cisne le dio un abrazo -. ¿Amigos otra vez?
-Amigos.
Todavía sujetándose, se miraron. Sonreían. Poco a poco, ambas sonrisas
fueron desapareciendo y las miradas se tornaron más profundas.
-Shir. – susurró Hyoga.
-Qué.
Los ojos del Cisne descendieron de la cara de Shiryu a su torso. Sus
mejillas se colorearon un poco.
-Cuando te lancé ese rayo..., sabes... Se te rompió el kimono...
-Sí- dijo Shiryu, alargando un tanto la palabra.
-Bueno, pues jamás había podido imaginar... No sé... No me esperaba
esos músculos debajo de tu ropa.
El Dragón volvió a sonreír. Carraspeó.
-Yo, si te soy sincero, tampoco me esperaba que tu... tu cisne...
– señaló hacia abajo – tuviera una forma tan bonita. No lo recordaba así.
Hyoga levantó la mano y acarició con ternura la mejilla de Shiryu.
-Pues si quieres, le puedes hacer volar.
-Me encantaría.
Ambos Santos se inclinaron hacia delante y se unieron en un tímido beso.
Muy despacio, el beso que había empezado tan casto se fue volviendo más
apasionado. Hasta que...
-¡Ay!- Hyoga se echó hacia atrás y se llevó ambas manos a la boca -.
¡Por Atenea... quemas!
-¡Soy el Dragón!- respondió Shiryu -. ¿Qué esperabas?
Posdata: ¡Ikki, estás muy bueno!
29 Octubre 2000
