Tiempo efímero
Isla Ballena era un buen sitio para acabar sus días. El clima casi nunca era inclemente y los días eran ocupados, alejándolo de los pensamientos intrusivos que lo atosigaban, la mayoría de ellos eran sobre sus pares reclamándole por asuntos que él no terminaba de comprender. Al parecer, los fantasmas que habitaban en su mente, aunados a su cuerpo por un lazo de sangre, nunca habían querido que los vengara. Y al él solo le restaba una vida que desaparecería en un pestañeo, sin previo aviso, como un robot al que se le retira la fuente de poder. Solo estaba esperando que el día llegara.
Al principio, Mito y la abuela Abe le lanzaban miradas lastimeras, pero luego de que Gon se lo tomara mejor que el resto, consciente de lo que era sacrificar algo invaluable por una meta personal, empezaron a tratarlo con normalidad. Su muerte era inminente y se aproximaba a pasos agigantados, pero no quería convertirse en un peso, en un mal recuerdo. Por eso ayudaba en los campos, en el bar, en cada pequeña tarea.
Un día recordó que a Pairo le gustaban los girasoles y le pidió a Leorio que le llevara algunas semillas en su siguiente visita. Como se trataba del idiota de Leorio, por supuesto que le llevó más de la cuenta, más de lo que podía sembrar; pero, por una vez, Kurapika no se quejó y prefirió dedicarse en cuerpo y alma a trabajar en un pedazo de tierra de nadie, en las montañas, donde construiría un pequeño santuario solo para él.
Los girasoles no brotaron la primera vez, y tampoco la segunda. Fue Senritsu quien le pasó algunos consejos que escuchó al otro lado del mar y, con el sonido de su flauta mientras él araba la tierra, los girasoles dejaron entrever las primera ramas. Ahora tendría que cuidarlas de que no les llegara ninguna plaga.
Al cabo de un tiempo, a Kurapika lo alegró haber vivido lo suficiente para ver el manto amarillo saludando al sol mañanero y uno de sus fantasmas dejó de atosigarlo en sueños para corretear entre los altos tallos. No sabía si era solo sugestión, pero el recuerdo de Pairo empezó a difuminarse de a poco, aunque conservó las buenas memorias, las risas, las anécdotas, su cariño.
Kurapika iba todos los días a atender los girasoles, a veces aceptaba la ayuda de Gon. Dejaba que Alluka recorriera el campo cuando los visitaba. En ocasiones se sentaba a observar el cielo nocturno con Killua. A veces le contaba sus arrepentimientos a Leorio, como si de esa manera pudiera expiar sus muchos pecados. Pero cuando los cuatro coincidían en la isla, se tiraban en el suelo y hablaban de sus aspiraciones, lejanas, cercanas, de cómo, en otra vida, tenían la certeza de que se encontrarían para volver a ser amigos.
Sin embargo, fue un día de primavera, cuando el polen de las flores lo hacía estornudar, cuando estaba tan solo que se permitía sentirse miserable, mientras el sol ascendía lentamente en el horizonte, cuando lo encontró.
Entre los girasoles estaba una figura que al principio consideró un borracho o un cadáver. Pensó en echarle un balde de agua, pero se disuadió cuando se percató de las magulladuras en su cuerpo, de las cicatrices en sus manos. También se fijó en la piel ligeramente tostada y en las pecas salpicando su rostro. El chico quizás era más joven que él, uno o dos años, pero parecía haber vivido tanto como él, como si hubiera experimentado las consecuencias de la guerra. Sin embargo, Kurapika no recordaba ninguna guerra en su pequeño continente, aparte de la que habían vivido en el Continente Oscuro.
Optó por tomar al chico, intentar despertarlo, subirlo a la carreta cuando continuó inconsciente y llevarlo de vuelta a la casa de los Freecss. Apenas le informó a Mito sobre el joven. No quería preocuparla innecesariamente y, mucho menos, seguir abusando de su confianza.
Cuando despertó, dos días después, Kurapika estaba sentado en una silla próxima, leyendo una novela de una reconocida autora de fantasía. Notó de inmediato el ligero cambio en la respiración y el movimiento de las frazadas, pero no esperó el esmeralda límpido que se conectó con sus ojos, destellando dubitación.
—¿Dónde estoy? —susurró, una nota de pánico empezando a brotar en su pecho mientras sus ojos se movían frenéticos.
—Isla Ballena —pronunció Kurapika con mesura, alistándose para contenerlo en caso de que perdiera aún más la calma—. Te encontré desmayado en el camino.
—¿Qué…? —El chico apretó los labios y pareció reflexionar unos segundos en total silencio—. No recuerdo…
—¿Qué cosa?
—Nada. —Parpadeó, su respiración acelerándose.
—¿Tu nombre?
—Sí. Soy Midoriya Izuku y tengo diecinueve años, pero… pero no recuerdo qué estaba haciendo o qué se supone… —Se apretó el pecho con el puño—. Siento que debería estar haciendo algo importante, algo de lo que muchas vidas dependen y yo…
—Respira —repuso Kurapika, cerrando el libro para acercarse a él.
Cuando sus ojos volvieron a encontrarse, a Kurapika lo sorprendió descubrir a alguien que conservara rastros de inocencia pese a ser un adulto. No veía esos sentimientos desde la primera vez que conoció a Gon, y ese inane hecho lo fascinó. Lucía indefenso tras sus transparente orbes, allá donde un lienzo empezaba a desenvolverse en un infinito blanco.
—Yo… —Izuku respiró profundo, procurando organizar sus pensamientos—. Lamento mucho las molestias y muchas gracias.
—No, no hay de qué. —Kurapika alzó las cejas—. Es lo que un humano decente haría. Soy Kurapika.
—Mucho gusto. —Izuku le sonrió y extendió su mano, pese al ligero tremor en sus dedos, la estrechó con firmeza—. Uhm… Bueno, ¿supongo que debería empezar a pensar en irme?
—No es necesario —Kurapika se adelantó a decir, escrutándolo—. Lo mejor será que te quedes aquí un tiempo hasta que tu mente se aclare. Aunque primero le preguntaré a los dueños de la casa si no hay ningún inconveniente.
Kurapika lo observó halarse el labio inferior, pensando con profusión en sus escasas opciones, probablemente balanceando sus necesidades con las de la familia que lo acogería. Saltaba a la vista que Midoriya era alguien considerado y eso lo hizo curvar los labios apenas. Había temido lo peor cuando lo encontró en una cama de girasoles.
—No quiero incomodarte —susurró Midoriya, apenas alzando la mirada para enfrentarse a las pupilas oscuras de su interlocutor—, pero sería muy tonto de mi parte rechazar tu oferta.
Así iniciaron sus días. Al principio, Mito no estaba segura del chico, hasta que él se hizo valer. Era más simpático que Kurapika y entablaba conversaciones fácilmente, pese a que a veces se sumía en un mutismo reflexivo. Sin embargo, con el transcurso de los días, después de conocer a Gon y a Leorio, Midoriya continuaba sin recordar nada de su vida pasada. No fue hasta un comentario bromista de Killua cuando Kurapika repasó las condiciones de su primer encuentro y su actitud en general desde otra perspectiva.
—Quizás viene de otro planeta. —Killua le obsequió una sonrisa felina, pareciéndole irrelevante buscar explicaciones a la repentina aparición de un individuo.
Lo primero en lo que pensó Kurapika fue en el Continente Oscuro. Midoriya exhibía al menos cuatro habilidades, brotaron de él cuando más las necesitó y no tardó demasiado en adecuarse a sus limitaciones, recordaba sus ataques por la memoria corporal y pareció tener una epifanía al observarse las manos plagadas de cicatrices para luego murmurar sobre porcentajes de poder.
Sin embargo, en el Continente Oscuro no había visto nada como él. No era un súper especialista como había insinuado Gon, ni tampoco aplicaba las bases del nen como había repasado con Leorio. La presencia de Midoriya Izuku no tenía sentido en Isla Ballena, tampoco en el continente, y menos en las fronteras más lejanas, allende del Continente Oscuro. Pero a Kurapika le molestaban las respuestas irracionales y, en secreto, también lo hacía percatarse de que no quería que Izuku regresara, no tan pronto, no cuando disfrutaba del tiempo que compartían de un modo distinto al de sus entrañables amigos.
Quería prolongar lo inevitable.
¿Pero qué sería primero? ¿El regreso de Izuku? ¿O su muerte?
—¿En qué piensas? —Izuku interrumpió la cascada de pensamientos que corría por su mente sin darle tregua.
—En la primera vez que nos vimos —dijo Kurapika, sorprendido y recriminándose a la vez por sentirse tan cómodo a su lado, tanto que apoyaba el hombro del de él en un contacto mucho más íntimo que el que había tenido con cualquiera de sus amigos.
—Siento que no he cambiado demasiado desde entonces —repuso Izuku, reflexivo mientras olfateaba el tenue aroma a jabón de Kurapika entremezclado con el néctar de los girasoles—. En cambio, tú eres más amable, menos adusto, menos suspicaz… Me… Me siento cercano a ti.
—Yo también —musitó Kurapika y abrazó sus rodillas, meditabundo—. He estado pensando.
—¿En qué?
—En ti.
—¿En mí? —chilló Midoriya, removiéndose lo suficiente como para que Kurapika se percatara del rubor en sus orejas.
No quiso molestarlo al respecto, porque le gustaba que fuera tan expresivo y que sus expresiones siempre tuvieran concordancia con sus pensamientos y sus emociones más honestas. Bajo los tenues rayos del ocaso, con los girasoles encarando en dirección al astro rey, Kurapika se descubrió hallando similitudes entre Izuku y los girasoles.
Si Kurapika era un chico de rosas, con el tallo lleno de espinas, Midoriya lo era de girasoles, con su actitud aterciopelada y el brillo de su sonrisa que reflejaba el sol.
—Tengo una teoría del sitio de donde viniste.
—Oh… —La sonrisa de Midoriya flaqueó, pero, cuando se enfrentó a los ojos calculadores de Kurapika, asintió—: Yo también. He estado soñando algunas cosas. Pero quiero escucharte a ti primero.
—De acuerdo. —Kurapika extendió las piernas y se apoyó del tronco del árbol para luego suspirar—. Creo que vienes de un sitio muy lejano. Un sitio lejos de nuestra imaginación, sin sentido e inverosímil. Creo que vienes de un universo paralelo. Suena a una locura, pero…
—¡Te creo! —atajó Izuku, sus ojos resplandeciendo ante la perspectiva de compartir la misma idea—. Creo que he tenido atisbos de mis memorias, aunque escuetos, son imágenes de otro sitio. Solo sé que hay algo que se llama "kosei" y, al parecer, explica mis habilidades. Además, a veces siento que no estoy solo, ¿sabes? Hay algo que me está llamando, pero me cuesta dilucidar bien de qué se trata. Solo sé que parece que viene desde dentro de mí.
—No pensé que pudiera ser verdaderamente plausible —admitió Kurapika—. Sin embargo, cuando se descartan todas las opciones, hasta lo más improbable se vuelve posible.
—Tienes razón. ¡Y que tú me lo asegures hace que me convenza de que no estaba perdiendo la cabeza! Ese mundo se ve tan distinto a este, pero, de algún modo, siento que encajo allá.
—Quizás ese llamado es la clave para que regreses. Deberías intentar hacerle caso.
La sonrisa entusiasta de Midoriya titubeó y, antes de que pudiera continuar, Kurapika habló:
—Ocurre algo.
—A veces me sorprende lo bien que me lees…
—Te he estado observando, nada más.
—Nada más —resopló Midoriya, divertido, pese a que un tierno arrebol volvía a posarse en sus mejillas—. Es solo que no quiero irme. No ahora. No hasta que…
—¿Hasta que muera? ¿Cómo te enteraste? —replicó Kurapika, a la defensiva.
No quería que Midoriya, de todos, sintiera lástima por él. No creía que podría soportar el cambio de las miradas dulces por una compasivas. Lo odiaría y se odiaría por ello.
—Te escuché discutir con Leorio —habló con mesura—. Lamento entrometerme y sacar el tema a colación así, pero no puedo quedarme callado. Lo he estado pensando muchísimo y es a la conclusión que llegué.
—¿Qué? ¿Tenerme lástima? ¿Acompañarme en mis últimos días porque soy patético y…?
Midoriya posó su mano sobre la de él, más delgada, endurecida por el arduo trabajo manual en la isla. Kurapika apenas reparaba en que se había alterado y que, por la expresión anonadada de Izuku, por cómo se reflejaba en su mirada, sus ojos eran ahora escarlata, del color de toda la sangre que había derramado.
—Kurapika, tus ojos…
—No me mires. —Ladeó el rostro, azorado, procurando calmarse.
Recordaba la última vez que alguien había visto sus ojos escarlata: fue Chrollo antes de asesinarlo. También recordaba sus últimas palabras, las mismas que el Ryodan dejó grabadas en tinta en su aldea luego de masacrarla, pronunciadas con ironía y sin arrepentimientos.
—Gon y Killua me comentaron un poco sobre tu clan. —Kurapika le lanzó una mirada herida, vulnerable, y él se apresuró a decir—: ¡No fue culpa de ellos! Solo no los dejé en paz hasta que me hablaran de ti.
—Podías preguntarme directamente.
—¿Me hubieras contado?
—No.
—Lo sabía. —Rio entre dientes Izuku, hallando la oportunidad para continuar cuando los dedos de Kurapika buscaron refugio entre los de él hasta entrelazarlos con dulzura—. No me molesta el color de tus ojos, solo me sorprendió lo efímero de su belleza.
—No es efímero si consigues asesinar a un miembro del clan mientras sus ojos están en este estado.
—¿Y qué sentido tiene? —espetó Midoriya, sin querer pensar en las verdades ocultas tras su estamento ni en los experimentos en humanos que había atisbado de su mundo—. Es el conjunto de todo lo que les confiere su peculiar belleza. Son tus facciones y el brillo de tus pupilas, y todo aquello que puedo leer al fondo.
—No sé si odiarte o admirarte por cómo siempre consigues decir las palabras exactas, Izuku.
—Es que las pienso demasiado. —Sonrió, sin importarle que Kurapika se deleitara en el rubor espolvoreado bajo sus pecas—. Es una suerte que la lengua no se me trabe o no termine balbuceando.
—Solo sumaría a tu encanto —suspiró, como si el chico frente a él no tuviera remedio—. Dejando a un lado tus lisonjas sobre mis ojos, ¿por qué no quieres irte?
—Porque siento que te olvidaré.
—¿Como cuando llegaste aquí?
—Sí. A la persona que recuerdo más es a mamá; pero empecé a hacerlo varias semanas después. Debe estar angustiada por mi repentina desaparición. —Midoriya bajó la mirada y apretó sus dedos—. Es lógico puesto que se trata de la persona con quien he estado más tiempo. Partiendo de eso, nuestro tiempo juntos no se le compara. Y tardaré mucho en recordarte y en comprender por qué eres importante.
—Aun así, ni siquiera sabes cómo vas a regresar. Esperar a que yo no esté para luego buscar tu destino no es un plan seguro.
—Es solo mi intuición, pero cuando no haya nada más que me ate acá, regresaré del mismo modo en el que llegué —opinó y Kurapika lo observó con escepticismo.
—Estás siendo irracional. Debemos buscar la razón por la que viniste y la razón por la que debes regresar, no puedes forjar tu camino partiendo tan solo de corazonadas y de…
—De lo que siento por ti —atajó Izuku con suavidad—. Mi única razón para estar aquí eres tú, Kurapika. No he dejado Isla Ballena por ti y tampoco he intentado incursionar más allá por la misma razón. Simplemente estábamos destinados a conocernos.
—¿En serio quieres que me crea esto? —A pesar de sus palabras, Kurapika se aferró a su mano, sin comprender la ola de emociones que amenazaba con engullirle la razón—. Si es así, tu destino es impío.
—¿Lo es?
—Porque nos separaremos.
—Pero nos conocimos y nos estamos dando la oportunidad para sentir todo esto.
Kurapika separó los labios para reponer algo, pero las palabras no acudieron a su mente, anegada de sentimientos nuevos que arremetían contra toda lógica. Midoriya tenía razón. En otra situación, si no fuera Izuku, Kurapika no se hubiera permitido sentir tanto, no de ese modo, no con incipiente vehemencia, no con evidente vulnerabilidad.
—Odio que seas tan persuasivo —masculló Kurapika, cediendo porque no podía perder nada más.
—Solo miro la situación desde otra perspectiva. —Midoriya le sonrió—. Sea lo que sea que me aguarda en mi mundo, puede esperar. Solo quiero prolongar este tiempo contigo para que, al menos en mi piel, en cada latido de mi corazón, puedas vivir. Para que podamos estar juntos un poco más.
Kurapika se halló de nuevo escaso de palabras, así que solo asintió. Ser egoísta de ese modo era difícil, acapararlo por el tiempo que le restaba le parecía injusto. Sin embargo, todo su recelo se esfumó cuando Izuku posó un breve beso en sus nudillos para luego dedicarle una sonrisa.
La sonrisa que, en sus últimos minutos en esa tierra, se convertiría en bálsamo para su alma.
¡Muchas gracias por leer!
He estado buscando por años algún fic con esta pareja y, al no encontrar nada, me animé a escribirlo yo misma.
Me gustaría intentar escribir una historia completa de estos dos con esta premisa, pero no creo que lo haga pronto (Tengo mi otro crossover en hiatus jaja). Además, es el Flufftober, se supone que no debería estar escribiendo esto con tonos de angst xD
¡Tengan una excelente semana!
