Disclaimer: Los personajes pertenecen a Rumiko Takahashi, yo solo he creado esta historia sin más fin que el entretenimiento.
Solo ellos
El sonido de las flechas acertando contra el parapeto resonó por el claro en medio del silencio del atardecer, solo interrumpido por el ruido de los grillos que se ocultaban entre la hierba.
Llevaba un par de horas entrenando, pero aún no había logrado dar tantas veces en el centro de la diana como le hubiera gustado. Bajó lentamente el arco largo e inspeccionó ligeramente la mano que lo sujetaba. Sí, podía ver el inicio de lo que pronto se convertiría en una rozadura más preocupante. Pero los que peor estaban eran los dedos de la mano que usaba para tensar la cuerda. Le escocían las yemas, aunque con todo el tiempo que llevaba usando aquella arma en la Época Feudal, ya debería de habérsele formado más callo. Debería ser capaz de soportar un entrenamiento mucho más duro.
Kagome suspiró.
Desechó estas contemplaciones y dejó el arco en el suelo con cuidado. Caminó decidida hacia la diana, y recogió las flechas una a una, vigilando que no les faltara la punta. Eran utensilios de práctica no aptos para la batalla. La aldea conservaba las flechas más desgastadas para usarlas en los entrenamientos y dejaban las nuevas para el supuesto de que se diera el ataque de un demonio, es decir, para cuando de verdad las necesitasen. Algunas de las que estaba utilizando ya empezaban a astillarse tras los múltiples impactos que habían recibido contra la diana, pero de momento servían a su propósito.
Miró hacia el sol poniente, estimando que le quedaría poco más de un cuarto de hora de luz. Sin embargo, estaba decidida a usar todos los minutos que estuvieran a su disposición mientras pudiera discernir a dónde apuntaba.
Volvió a su lugar, a unos cincuenta pasos del objetivo, y recogió el arco del suelo. Colocó la flecha y apuntó. La tensión de la cuerda contra sus dedos le arrancó una mueca de dolor y el brazo de arco perdió la posición, pero no se dio cuenta en ese momento, más centrada en ignorar el dolor de sus yemas que en vigilar su postura.
Y ese fue precisamente su error.
Soltó la flecha y la cuerda lanzó un latigazo contra su antebrazo. Kagome lanzó un pequeño quejido de dolor, agarrándose la extremidad y soltando el arco inconscientemente.
No tuvo mucho tiempo para pensar en lo que acababa de ocurrir. No había pasado ni un segundo del accidente cuando sintió una presencia a su lado agarrándole el brazo.
—Torpe… —susurró una voz masculina a su izquierda.
Kagome esbozó una pequeña sonrisa, notando que la piel empezaba a vibrar ligeramente donde había recibido el impacto. Inuyasha le apartó la mano y le subió la manga del uniforme, viendo claramente la marca que iba adoptando progresivamente un color rosado más intenso. Chasqueó la lengua con desaprobación y, con un rápido movimiento, cogió a Kagome en brazos y despegó en dirección a lo profundo del bosque.
La sacerdotisa no pudo reaccionar más allá de soltar un agudo chillido, aferrándose rápidamente al cuello del hanyou ante la rápida velocidad con la que había empezado a correr. El viento golpeó contra su rostro, impidiéndole abrir los ojos, y hundió la nariz en el pelo de Inuyasha.
El viaje podría haber durado minutos o tan solo segundos, Kagome siempre perdía la noción del tiempo cuando estaba a solas con él. Únicamente se dio cuenta de que habían llegado a su destino cuando notó que él empezaba a descender y que aterrizaba diestramente en un claro completamente distinto del anterior.
El sonido de la cascada inundó sus oídos y se quedó mirándola, embelesada. Las gotas de agua reflejaban la luz de la luna al salpicar contra las rocas, pequeñas luciérnagas empezaban a flotar en el ambiente, iluminando la ya notoria oscuridad surgida tras el crepúsculo, y los sonidos del bosque quedaban plenamente amortiguados por el ruido que hacía la corriente al caer con fuerza.
Inuyasha tiró de su brazo bueno, sacándola de su ensoñación, y ella lo siguió sin pronunciar una palabra. La obligó a arrodillarse junto a la orilla del río, agarrando su brazo herido y atrayéndolo hacia él. Usó su otra mano para reunir un poco de agua y la echó sobre la herida. En un acto reflejo, Kagome retiró el brazo de él.
—¿Qué haces? ¡Está helada! —exclamó.
—Keh, hay que bajar la hinchazón. ¿O quieres que te quede marca?
No esperó a que respondiera y volvió a echar el agua fría sobre la zona. En ese momento, vio que la mano de la chica también tenía un principio de rozadura. Resopló y decidió optar por el camino más fácil: le hundió el brazo hasta el codo en el agua. Pese a las múltiples protestas de ella, sabía que sería peor si no le aplicaba frío. Tal vez hubiera sido mejor acudir a la anciana sacerdotisa y pedirle uno de sus ungüentos curativos, pero probablemente ya se habría ido a dormir para ese entonces. Últimamente la encontraba cada vez más cansada y cada vez se retiraba antes a su cabaña, así que había preferido no molestarla.
—Deberías tener más cuidado —dijo mientras la soltaba finalmente. La vio sacar rápidamente el brazo del agua y agitarlo en un intento inútil por que se secase más velozmente. Sonrió levemente. Si podía moverlo de esa manera, significaba que al menos no le dolía.
—Ya lo tengo —protestó Kagome arrastrando las palabras, a la vez que desistía de sacudir su extremidad y empezaba a secarla con un pañuelo de tela que guardaba en el bolsillo del uniforme, dejándolo completamente empapado. Suspiró pesadamente. Tendría que tenderlo para que se secase en cuanto llegaran a la aldea.
—Ya, claro —se burló Inuyasha.
Kagome lo fulminó con la mirada.
—Solo me distraje un momento. Hacía mucho tiempo que no me pasaba esto. —Recordaba las primeras veces que había tenido un arco en sus manos. Las largas sesiones de entrenamiento que había hecho cada vez que tenía la oportunidad para poder mejorar su técnica y aportar su granito de arena en la batalla. No era la primera vez que sufría este percance, pero seguramente tampoco iba a ser la última.
—¿No sé para qué le pones tanto empeño? Eres perfectamente capaz de acertarle a cualquier objetivo que se te ponga por delante —declaró con rotundidad.
Kagome se lo quedó mirando, sorprendida. Sabía que él confiaba en ella y que la valoraba, pero oírle pronunciar esas palabras hacía que se le removiera algo en su interior.
—Inuyasha… —se interrumpió, sin saber muy bien qué decir a aquello. Se limitó a dirigirle una amplia sonrisa.
—¿Qué? Es la verdad. Keh… —Inuyasha le dio la espalda, ligeramente avergonzado.
—Es solo que… —empezó a decir Kagome—… Bueno, la batalla contra Naraku está cerca. Quiero ayudar todo lo posible y con mis poderes sellados… —Levantó la mirada hacia él, pero seguía dándole la espalda. Colocó una mano en su hombro y lo obligó a girarse y a mirarla a los ojos—. Inuyasha, tengo que hacerme más fuerte si quiero seguir a tu lado.
El hanyou se tensó ante lo último. Todo esto ya lo sabía, lo habían hablado con anterioridad, pero le preocupaba aquel tono que había usado. No soportaba escucharla tan insegura de sí misma.
—Kagome… —dijo lentamente, apoyando las manos en sus hombros para que le prestara toda su atención—. Deja de dudar de ti misma. Eres muy fuerte, no me cansaré de decírtelo. Ha habido muchas ocasiones en las que sin ti no hubiera salido con vida y lo sabes. Encontraremos la forma de romper el sello. Te lo prometo.
La sacerdotisa asintió lentamente, perdiéndose en su mirada dorada. Una luciérnaga se aventuró a pasar entre los dos y su brillo iluminó los orbes de Inuyasha de una forma cautivadora. Bajo la tenue luz de la luna y las estrellas, notó las pequeñas motas de distintos tonos que conformaban aquel color tan característico en él. Sus pupilas dilatadas apenas dejaban ver el iris, pero no importaba. En su memoria aquellos ojos estaban grabados a fuego.
El silencio reinó entre ellos, dejando paso únicamente a los ruidos de la cascada, que camuflaban los demás sonidos del entorno. La cadencia del agua los distrajo, dejándolos inmersos el uno en el otro.
Hacía tiempo que no estaban ellos dos solos, recordó Kagome de repente. Tal vez… desde la última vez que estuvimos en mi casa. Aquella vez también se habían quedado mirando de aquella manera… habían empezado a acercarse… y luego había llegado su hermano. Pero aquí no está Souta. Su corazón dio un vuelco cuando se dio cuenta de esto último. Estaban solos en pleno bosque, a una buena distancia de la aldea, si sus cálculos no le fallaban. Y él la estaba mirando de la misma forma que aquella vez.
Bajó inconscientemente la vista hacia los labios masculinos y humedeció los suyos. Su corazón comenzó a martillear contra su pecho, con tanta fuerza que estaba segura de que Inuyasha era capaz de oírlo con total claridad. Un atisbo de sonrisa asomó a los labios de él y estuvo segura de que así era. Un fuerte sonrojo calentó su cara y tragó saliva con dificultad, cerrando los ojos al mismo tiempo.
Una nueva calidez en su rostro le obligó a abrirlos. Inuyasha había levantado las manos y había empezado a acariciarle las mejillas.
El hanyou empezó a acortar la distancia entre ellos, deteniéndose a unos milímetros de sus labios. La notó tensarse bajo sus manos y oyó el leve suspiro que escapó de su boca entreabierta. Estaba nerviosa… pero él también, aunque procuró no demostrarlo. Se mantuvo quieto en esa posición, dándole la oportunidad de apartarse si quería.
Aquellos segundos de anticipación estaban haciendo estragos en los nervios de Kagome. ¿Por qué se había detenido? ¿A qué estaba esperando? Pero ya no podía esperar más y, haciendo acopio del poco valor que tenía en ese momento, se echó hacia delante y juntó sus labios con los de él.
Su martilleante corazón pareció desbocarse todavía más en su pecho cuando sintió que las manos de Inuyasha bajaban para rodearle la cintura. Kagome, en cambio, pasó los brazos alrededor de su cuello, teniendo cuidado con su antebrazo dolorido.
Había soñado tantas veces con cómo sería besarse con él tras la interrupción de su hermano. Se había imaginado multitud de escenarios distintos en su cabeza. Pero no había nada igual a vivirlo en la realidad. Nada de lo que se hubiera imaginado habría llegado siquiera a acercarse a lo que sentía en ese momento. Una mezcla de emociones contradictorias se removía en su interior: nervios absolutos por ser su primer beso; tranquilidad, que siempre sentía cuando estaba con él; emoción, que hacía que temblara de arriba abajo; y sus sentimientos por él, que fluían sin contenerse, ahora que al fin tenían una vía más física para manifestarse.
El movimiento de sus labios cambió de pausado a frenético. Sus respiraciones se volvieron agitadas en medio del intercambio de sensaciones. Inuyasha introdujo su lengua suavemente en su boca y la deslizó por la de ella, notando cómo se estremecía bajo sus manos. Se separaron brevemente para recuperar el aliento, pero no pasó mucho antes de que volvieran a unirse. La preocupación por lo que podría pasar cuando se enfrentaran por última vez a su enemigo los animó a dar rienda suelta a todo lo que llevaban conteniendo desde hacía tanto tiempo. Aquella podría ser su última oportunidad, ambos lo sabían.
El calor empezó a ascender entre ellos y las caricias pasaron de inocentes a ardientes. La ropa empezó a sobrarles a medida que subía la temperatura y decidieron silenciosamente que no iban a aguantarse más. Bastó una mirada para que supieran que el otro deseaba lo mismo y una sonrisa cómplice selló el acuerdo.
El haori de Inuyasha los escondió del mundo, protegiéndolos como siempre había hecho, pero esta vez los cubría de posibles miradas indiscretas. Los sonidos que salieron de sus bocas se vieron ahogados por el agua que caía desde las alturas de la cascada, y la luna y las estrellas fueron los únicos testigos de lo que estaban haciendo.
Se perdieron en ellos mismos. El mundo podría estarse acabando y en aquel momento no se habrían dado cuenta, porque para ellos no había nada más que la otra persona, nada más que el roce de pieles que experimentaban por primera vez, y nada más que las respiraciones agitadas que poco a poco iban recobrando el ritmo normal.
Se abrazaron bajo las estrellas en un último intento por extender el momento que tocaba a su fin. Sus expresiones transmitieron una paz que probablemente duraría poco tiempo, pero de la que iban a disfrutar mientras fuera posible.
En cuanto salieran de allí, tendrían que volver a la realidad, pero por el momento podían permitirse estar así un poco más. Solo un poco más. Sin preocupaciones, sin perlas que pusieran sus vidas de cabeza, sin enemigos que quisieran acabar con ellos.
Solo ellos. Sin nadie más.
Solo ellos. Juntos.
Nota de la autora: ¡Bienvenidos a mi primer one-shot en muchísimo tiempo! Probablemente desde la última vez que actualicé Así te lo demuestro yo, pero ese es otro tema. No me he olvidado de esa recopilación, de eso podéis estar seguros.
Esta pequeña historia participa en el #Gran_Concurso_MundoFanficsIyR, que lleva por nombre #WeLoveFicsMundoFanficsIyR. Quise hacer un one-shot no muy largo sobre una situación que me rondaba la cabeza desde hacía unos días, aunque es cierto que llevo queriendo participar desde que lo vi anunciado, pero no fue hasta hace nada que la inspiración decidió hacer acto de presencia.
Solo espero que os haya gustado y que os haya entretenido en la medida de lo posible.
Sin más que añadir, me despido.
¡Hasta la próxima!
