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George cerró la puerta con estrépito. Toda la mansión de Kirrin se estremeció y dejó escapar un quejido acusador; acto seguido se abrió una ventana y por allí asomó el rostro colérico de su padre.
-¡GEORGE!
La chica se estremeció y apresuró el paso. Timothy, su perro, brincaba a su alrededor, estropeando una rosa aquí y una verbena allá. Su enorme cola se movía como un molinete en aquel fresco día de abril.
George y Timmy bajaron por el sendero que llevaba a la bahía. Iban conversando; George hablaba, y Timothy ladraba. A pesar de la diferencia idiomática, ambos se comprendían bastante bien. Habían sido ya muchos años juntos.
-¿Crees que podremos bañarnos, Tim? -preguntó George. Aunque llevaba la caña al hombro, por si acaso, tenía ganas de darse un chapuzón. Lo había estado esperando desde que terminaron los exámenes en el colegio.
-Guau -respondió su perro.
-Bueno, lo intentaremos de todas formas. ¿Sabes? Tengo ganas de ver a Julian. Bueno, a Julian y a los otros. La última vez Julian no se portó demasiado bien conmigo. Sigue siendo bueno, pero tiene unas ideas muy... viejas.
La gente del pueblo tenía a George por una chica silenciosa y huraña. Probablemente, si la hubiesen visto con sus primos o en las largas verborreas que le soltaba a Tim, no habrían conservado esa opinión. Sin embargo, era cierto que la George que iba al pueblo no era la George que los otros conocían; y que una chica wasp que se vestía como un chico, que se revolcaba por el suelo con su perro y que fruncía el ceño como el más hosco de los vagabundos no inspiraba lo que se dice confianza... al menos, no en la gente de la calle.
Aquella mañana, George se sentía más libre que nunca. Libre y chico. Inspiró hondo, extendió los brazos y dejó que la brisa jugueteara con su amplio jersey. Se sentía masculino, aún más que hacía tiempo, cuando decidió que su propio sexo no era adecuado para las cosas que a ella le gustaba hacer. Sonrió al recordar eso. Su madre todavía tenía esperanzas de que la "manía" de George de comportarse como un chico -y querer serlo- se desvaneciera en unos pocos años, pero George estaba convencida de que había algo de chico en ella, algo que ni siquiera en sus mejores momentos -en los que no renegaba de su sexo- podía esfumarse.
Mientras llegaban a la playa y George buscaba un sitio para dejar las cosas, pensó en esto. Era algo sobre lo que no solía gustarle reflexionar, pero no podía evitar que el asunto le produjese a la vez un extraño morbo. Quizás, se dijo, aquello se debiera a que esos días estaba sumamente... alterable.
Y todo había comenzado hacía dos semanas, cuando Anne le pidió que la acompañara a sus clases de natación...
-¿Tendré que meterme yo también en la piscina? -había bromeado George.
-¡Oh, no! -respondió su prima, riendo-. Tú no necesitas dar clases. Ya nadas estupendamente. Pero yo necesito aprender, si quiero hacerlo tan bien como tú.
Aprender. La palabra sonaba bien en la mente de George. Siempre le había gustado que otros aprendiesen de ella. Se sentía muy orgullosa cuando lograba enseñar a Anne cosas nuevas, cosas que su joven amiga nunca había considerado o practicado. A George le gustaba ir al vestuario, apoyarse contra los fríos azulejos y observar a Anne quitarse la ropa para empezar a aprender...
-¡Guau!
George dio un respingo.
-¡Qué susto me has dado, Timmy! -dio un cachete al perro, tan suave que era casi una caricia-. Anda, ¡vete a jugar!
Por supuesto, Tim no hizo caso. Se sentó con las patas abiertas y levantó arena con la cola mientras miraba cómo su ama se desvestía. George dejó el jersey y los vaqueros junto a la caña de pescar. Tiró un poco de su bañador y miró hacia su pecho.
-¡Oh, no! -gruñó-. ¿Has visto esto? Cada vez son más grandes...
George tenía la impresión de que un chico con tetas no pegaba demasiado bien. Había buscado diversas soluciones a su mal, sin éxito: seguían creciendo. Había resuelto olvidarse de ello, pero en bañador, el problema aparecía más grave que de costumbre. Suspiró y se dirigió hacia la orilla del mar, resuelta a olvidar sus conflictos entre las olas.
El agua estaba fría, pero no tanto como para que George se echara para atrás. Tras un rápido chapuzón, Tim volvió a la playa y se revolcó en la arena para secarse; George se metió hasta la cintura, tiritó un poco y, haciendo un gran esfuerzo, se sumergió. Cuando volvió a salir, casi le pareció que el aire estaba caliente al contacto con su cuerpo. Se peinó los rizos para atrás y comenzó a saltar para acostumbrarse a la temperatura.
Anne también había saltado al tirarse al agua. Ésta estaba más fría de lo previsto; el sistema de calefacción aún no funcionaba como era debido. Las otras chicas daban brincos o se abrazaban, intentando calentarse. George miraba desde el borde de la piscina, interesada ante la visión de veinte jovencitas de internado calentándose unas a otras.
En Kirrin's no había esas cosas.
Anne, dirigida por la severa monitora de natación, había comenzado a hacer largos a crawl y a braza. No nadaba tan mal como ella creía; había progresado mucho desde la primera vez que ella y sus primos llegaron a la bahía de Kirrin. George contemplaba con ternura su cabeza emerger y sumergirse de nuevo. Quería mucho a Anne, aunque no lo admitiría delante de ningún extraño, del mismo modo que tampoco admitiría que quería a Dick y a Julian..., sí, Julian.
George redujo un poco el ritmo de sus saltos al pensar en su primo. Suspiró y, de mala gana, se rindió a la cruda realidad: Julian había sido su amor platónico durante todo este tiempo. Demasiado platónico. Había habido algo de adoración, de idealización, desde su primer encuentro. George admiraba a Julian como nunca había admirado a nadie: sus modales medidos de caballero, su carisma y liderazgo innatos... Al mismo tiempo, detestaba y veneraba su sensatez. Y detestaba y veneraba su físico; aquel pelo rubio repeinado, los anchos hombros, el pecho liso y firme. Él no necesitaba... fingir. Simplemente era. George hubiera dado cualquier cosa por ser Julian, o poseerle de alguna manera.
Sin embargo, las cosas habían cambiado. George no estaba enfadada con Julian, le resultaría imposible; pero no podía evitar sentirse molesta a causa de la última conversación que habían mantenido.
Julian y Dick habían visitado a las chicas en Gaylands y las habían invitado a pasear por el pueblo cercano. Tras pedir permiso a las profesoras, Anne y George fueron con ellos; y con Tim, claro. Mientras Dick y Anne entraban a comprar chucherías en una tienda, George y Julian se sentaron en un banco junto a un gran árbol. Tim se tumbó a sus pies.
-¿Qué tal te va todo, George? -preguntó Julian.
-Bien -respondió ella. Se quedó callada unos instantes-. ¿Y a ti?
-Estupendamente -afirmó Julian-. Nos gustaría alquilar unas caravanas en vacaciones. Iremos a Faynights o por esa zona. ¿Vendrás con nosotros, no?
-¡Claro! Ya sabéis que podéis contar conmigo para cualquier cosa.
No pudo evitar que le pasaran por la mente algunas imágenes de la noche anterior. La litera había crujido. La cabeza de Anne había asomado por los pies de la cama. "George, ¿tú y yo somos amigas, verdad?". Se quedó en silencio.
-¿George? Estás muy callada. ¿Te ocurre...?
-No, nada -dijo ella-. Sólo tengo sueño.
De pronto, un extraño visitante se sentó en su banco. Era un niño de cuatro o cinco años, muy moreno: gitano. Julian se quedó mirándolo con estupor. Luego pasó un brazo por los hombros de George, gesto que sorprendió a la chica. En otro momento, se habría sentido reconfortada ante el contacto físico con Julian, que solía ser más que bienvenido. Sin embargo, en aquel contexto no le resultó agradable la actitud paternalista de su primo. Estaba segura de que con Dick, o con cualquier otro chico, no hubiera hecho lo mismo.
-¿Qué buscas? -preguntó Julian al chiquillo.
Éste lo miró con sus enormes ojos oscuros, y no contestó. Metió el dedo en su nariz, obviamente para librarse del enorme moco que después exhibió en la uña. Esto fue demasiado para Julian, quien se levantó y tiró del brazo de su prima.
-Vamos, busquemos otro sitio para sentarnos.
George dudó. Observó al jovencito, que hizo desaparecer el moco y le devolvió la mirada.
-Me llamo Lord -dijo con convicción, en una voz extrañamente aguda-. ¿Queréis ser mis amigos?
En otros tiempos, George se hubiera reído de él. Pero había crecido, y también había crecido en ella un sentimiento protector hacia los más pequeños. Se soltó de Julian y se agachó junto al niño. Lord estaba acariciando la cabeza de Timothy.
-¿Dónde vives? -le preguntó.
-Allá, en las chabolas. -señaló a lo lejos.
-¿Y te llamas Lord? -dijo Julian con incredulidad.
El niño asintió. George preguntó:
-¿Sabes volver a tu casa?
-No. Pero está junto a la casa de Patrick -dijo Lord.
-Pero, ¿sabes volver?
Lord se encogió de hombros. George miró a Julian, que pareció sentirse muy incómodo. En esos momentos, llegaron de la tienda de chucherías Dick y Anne.
-¡Hola! -dijo Dick-. ¿Nos podemos ir? ¿Quién es este niño?
-Se ha perdido -dijo George-. Vive abajo, en las chabolas.
Anne y Dick observaron a Lord con la misma cara de Julian. Anne preguntó a George:
-¿No sabe regresar?
-Tiene que saber -afirmó Dick-. Los gitanos siempre saben. Se crían en ese ambiente, lo he leído.
-Mi casa está junto a la casa de Patrick -aseguró Lord, levantándose. Cogió de la mano a Anne; ésta la retiró con un respingo.
-¡No me... toques! Estás muy sucio.
-Vete a la fuente a lavarte las manos, Lord -aconsejó George. El niño se enfurruñó.
-Creía que eras mi amigo -dijo, y abrazó a Timothy con tanta fuerza que el pobre perro soltó un ladrido ahogado.
La había tomado por un chico. Ésa era una de las cosas que más gustaban a George. Otras chicas de facciones o aspecto más ambiguo que ella harían lo imposible por parecer femeninas; a George le encantaba cuando pasaba por un chico.
-Lord, lávate las manos si quieres que te llevemos a tu casa -dijo Julian.
-¿Vamos a llevarlo a su casa? -preguntó un asombrado Dick.
-Habrá que hacerlo -respondió éste.
-¡No quiero lavarme las manos! -aulló el pequeño Lord, al tiempo que daba una patada en el suelo. Comenzó a hacer pucheros. Anne se compadeció de él e intentó tocarlo con las yemas de los dedos.
-Bueno, no llores...
George apartó con suavidad a su prima y, venciendo su aprensión, tomó a Lord de la mano. El chiquillo apretó sus dedos pringosos contra ella.
-Yo lo llevaré -dijo George. Sus primos asintieron; Julian le dirigió una extraña mirada.
El camino hasta la casa de Lord fue largo y difícil. Ellos preguntaban a menudo al chiquillo si se acordaba de esta fachada o aquella calle, pero Lord daba contestaciones vagas y a menudo se equivocaba de camino. Cuando llegaron a las chabolas, la cosa fue peor. George no había estado nunca en un lugar así; ni las peores casas de su pueblo presentaban ese aspecto. Y a juzgar por las expresiones de Dick, Anne y Julian, ellos tampoco habían pisado aquellas zonas. Anne se tapaba a menudo la nariz. Julian caminaba delante, en un pretendido gesto de responsabilidad. Timothy correteaba de acá para allá, algo más tímido de lo habitual.
Por fin, tras preguntar a un hombre que dormitaba en una silla junto a su casa, encontraron el hogar del niño. Una mujer flaca barría la entrada; Lord corrió hacia ella en cuanto la vio. Ella dio un grito y le abrazó. Un montón de niños más, sucios y con ropas pintorescas, asomaron por la puerta. La madre de Lord avanzó hacia los Cinco.
-Gracias, muchas gracias -dijo. Iba casi tan sucia como su hijo-. Llevaba fuera desde por la mañana, y estaba preocupada.
-No hay de qué, era nuestro deber -dijo Julian-. Y ahora, si nos disculpa...
-Esperad, esperad. ¿No queréis tomar algo? Sólo para agradeceros la molestia.
George estaba tentada y contestó con vaguedad, pero sus primos se negaron en rotundo.
-No ha sido ninguna molestia, señora. Tenemos que volver. Muchas gracias.
-Entonces permitidme al menos que le dé un hueso a vuestro perro -dijo la mujer, y se metió dentro de su chabola. Sacó un mugriento hueso de paletilla y lo puso delante de la boca de Timmy-. ¡Toma, perrito! Está bueno.
Timmy, habituado a huesos de ternasco y perdiz, miró muy mucho éste antes de cogerlo con cautela. Quiso parar para comérselo en cuanto salieron de la zona de las chabolas, pero Julian se lo quitó.
-Está demasiado sucio para él. Puede ponerse enfermo -dijo, y lo tiró lejos.
-Timothy es fuerte -aseguró George-. Se salvó de la tiña el pasado verano.
Julian volvió a mirarla de esa forma tan rara. Después suspiró y acercó su cara a ella, de modo que los otros dos no pudieran oír lo que decía:
-George, me gustaría hablar contigo.
Esa noche, mientras Anne y las demás chicas estaban cenando en el comedor de Gaylands, Julian y George se quedaron en el salón. Dick había ido a pasear a Timothy, con lo que podrían pasar un rato solos.
George notó que Julian no sabía cómo empezar. Una parte de ella deseaba que le confesase que sentía por ella lo mismo que George por él, pero intuía que no iban por ahí los tiros. Así pues, permaneció callada hasta que Julian por fin habló:
-George, ¿eres patriota?
La pregunta le sorprendió.
-¿Qué quieres decir? ¡Por supuesto que soy patriota! Más que tú, me atrevería a decir.
-De acuerdo, de acuerdo -Julian levantó las manos y sonrió-. Eres patriota. Verás, George... tu forma de ser no encaja del todo con una Kirrin. Todos lo pensamos. Y ahora que has crecido, es justo que abordemos el tema.
A George se le puso la carne de gallina. No estaba segura de lo que estaba insinuando Julian. Sólo esperaba que no fuera...
-En este país hay personas muy distintas -comenzó Julian-. Razas y razas, clases y clases. Tú perteneces a un determinado grupo, wasp.
-¿Güasp? -preguntó George, extrañada.
-Blanca, anglosajona, protestante. Es algo que a mí me enseñaron desde pequeño. En Estados Unidos se considera un verdadero privilegio ser wasp. Y los Kirrin venimos de Estados Unidos.
George meditó.
-Nuestra familia nunca ha sido de lores -contestó.
-No, no es eso. No somos lores, ni nobles; nosotros trabajamos, pero somos wasp. Tenemos que tenerlo presente. Podemos permitirnos unos estudios y cosas que otras clases no pueden.
-¿Y...?
-Al tratar con otras personas, hemos de saber que somos wasp.
-Julian, no entiendo adónde quieres llegar -George meneó la cabeza-. Yo no podría estar en Gaylands si no hubiésemos encontrado el tesoro de Kirrin.
-¡El dinero es aparte! -aseguró su primo-. Mira tu piel, George. Eres blanca. ¿Recuerdas la piel de ese niño..., ese Lord? Él no era blanco. No era wasp.
-Le acompañamos a su casa porque lo necesitaba, Julian. Me sorprende que pienses que...
-No, en absoluto. Le hicimos un gran favor, y estoy contento por ello. Pero... George, mira, seamos sinceros, sé que te has criado sin amigos, y que las únicas personas con las que te relacionabas eran los pescadores del pueblo. Pero no debes olvidar tus raíces por eso. Hoy, en las chabolas, cuando tú quisiste quedarte... estabas olvidando que eres wasp. Ellos no tenían nada que ofrecernos. ¿Entiendes lo que quiero decirte? Tú tienes una educación, una categoría, algo que ellos no tienen. ¿Por qué te crees que Anne dijo que no? Anne tiene muy buen corazón, y tú lo sabes; pero una cosa es prestar ayuda cuando se necesita, y otra muy distinta mezclarse con ellos. Y esto es por el bien de tu país, para que las personas sigan progresando, hay que respetar el equilibrio entre grupos sociales.
George parpadeó repetidamente. Aquel no era su Julian. No podía creer que le estuviera diciendo lo que pensaba. Sus ideas le parecían radicales, ajenas, y no terminaba de comprenderlas. Ella era wasp... un relámpago de ira cruzó su mente. Frunció involuntariamente el ceño.
-¿Entiendes? -repitió Julian, con rostro casi suplicante.
-Julian, no me hables como si fuese imbécil -saltó George-. Sólo eres un año mayor que yo.
-Chica, no seas tan susceptible...
-Chico -le previno George. Cuando estaba irascible, nadie la trataba en femenino.
Julian se inclinó un poco hacia ella.
-Chica -repitió.
-Chico -dijo George, colérica.
-George..., Georgina. ¡Eres una chica!
-¡No me llames Georgina! -aulló George. Le picaban los ojos. No entendía por qué su primo se comportaba así-. Soy George. Hago todo lo que hacen los chicos. ¡Y mejor que tú!
Julian volvió a echarse para atrás.
-Vale. Sabía que esto iba a pasar. Lo siento, George, pero tengo que decírtelo -tragó saliva-. Dime la verdad: ¿qué haces tú para ser como un chico?
-Sé remar. Me subo a los árboles. Pesco y cazo, y monto a caballo a horcajadas.
-Pero eso no te hace dejar de ser una chica.
-Pero parezco un chico.
-Pareces -dijo Julian-. Pero sabes por dentro que no es verdad.
-¡Vete a la mierda, Julian! -el llanto amenazaba con estallar. Pero George estaba dispuesta a no dejar que Julian viese una sola muestra de debilidad "femenina" en ella.
Julian no pareció impresionado con su blasfemia.
-Ya no tenemos edad de jugar. ¿No crees que es hora de acabar con todo esto? -dijo.
George le fulminó con la mirada.
-Yo hago todo lo que hacen los chicos. Todo. Todo -y debió de poner especial énfasis en la última palabra, porque Julian enarcó un poco las cejas.
-Todo es imposible.
-Todo.
Sin quererlo, pensó en Anne. La noche pasada, se había descolgado sin hacer ruido hasta la cama de abajo, la de George. Timothy, que dormía a los pies de la misma, había levantado la cabeza e intentado lamer a Anne, pero ésta le había apartado con una caricia. George se había echado a un lado para permitir que Anne entrara. Anne se metió debajo de las mantas y se acostó junto a George, los pies entrelazados con los suyos. "George" -dijo-, "tú sabes que para mí eres igual que un chico".
Julian se puso los dedos en la barbilla.
-Nunca podrás ser igual que un chico -dijo-. Hay cosas que, siendo una chica, no puedes hacer.
George no contestó. Le hervía la sangre. Estaba a punto de perder toda su flema de wasp inglesa para levantarse y pegar un puñetazo a Julian.
-Puedo reemplazarlas -dijo al fin.
-Pero, ¿lo has probado?
-Sí.
George no estaba segura de que Julian y ella estuviesen hablando de lo mismo, pero no quería callarse. Había enrojecido hasta el punto de que le ardían las orejas.
-¿Y piensas seguir haciéndolo?
-Sí -dijo, rotunda.
-¿Por qué? ¿Acaso no sabes que esto apena a tu madre?
-¡Porque me gusta! -respondió George-. ¡Yo... yo quiero a mi madre más que a nada, y tú lo sabes, Julian! Pero no pienso... ¡yo soy George Kirrin, no Georgina! ¡Y eso no puedo ni quiero cambiarlo!
Ante la avalancha de lágrimas que pugnaba por salir, George se levantó y salió del salón dando un portazo. Vio a Dick, que volvía con Timothy, se cubrió los ojos con el brazo y avanzó hacia ellos. Cogió a Tim del collar.
-¡Hola, George! -saludó su primo-. ¿Qué te pasa? ¿Dónde está Julian?... ¡Eh! ¿Dónde vas?
Pero ya ella subía escaleras arriba, con su perro. No le interesaba la cena, ni estar más con sus primos. Quería estar sola, abrazar a Tim y pensar...
