La George que se bañaba en el mar, semanas después del incidente, se había puesto muy melancólica al recordar todo esto. Nunca antes se había enfadado con uno de sus primos -exceptuando, por supuesto, la primera vez que llegaron a la bahía de Kirrin-, y el evento no le había resultado agradable. Además... Julian. Todo lo que George amaba y admiraba. Su ídolo se había roto en pedazos.
Sorbió por la nariz y volvió a sumergirse. Cuando salió a la superficie, observó que otra persona había llegado a la playa. Era una chica morena, vestida con vaqueros y un suéter azul. George la miró con interés. La chica dejó sus prendas en la arena y, en ropa interior, corrió a bañarse.
George se metió en el agua hasta la nariz. De esa forma, podía observar a la chica sin ser vista; lo tenía muy ensayado. De hecho, la técnica de la nariz era la que había empleado en los vestuarios de Gaylands.
-Te espero en el vestuario -le había dicho a Anne, una vez ella hubo hecho más de veinte largos.
-Iré para allá pronto -aseguró su prima.
George desandó el camino que habían hecho juntas. La atmósfera de la piscina la ponía nerviosa, con constantes cuerpos semidesnudos y mojados pasando a su lado. Ese último año había algo en ella que se había incrementado alarmantemente, algo que a George la hacía ruborizarse cuando pensaba en ello. Alguna vez había intentado hablar con Anne del tema:
-Anne -había susurrado en cierta ocasión, mientras rascaba la cabeza de Tim-. ¿Piensas a menudo en el sexo?
Su prima levantó los ojos del libro que estaba leyendo y la miró. Ambas estaban en la sala común, haciendo tiempo para la cena.
-¿Qué es sexo? -preguntó interesada.
George no tuvo tiempo de aconsejarle que no dijera esas cosas en alto. Una de las profesoras las miró alarmada y enseguida llamó a la directora. George tuvo que aguantar una aburrida charla sobre moralidad, decencia y buena conducta. Al menos, Anne se enteró de a lo que George se estaba refiriendo.
Tuvieron que pasar varias horas antes de que George obtuviese una respuesta a su pregunta.
-A veces -dijo Anne de pronto.
Se estaban lavando los dientes antes de acostarse. George al principio no entendió a qué se refería, pero poco a poco una vaga idea se fue formando en su mente. Se enjuagó y miró a Anne.
-Yo mucho -dijo con sinceridad.
-Oh -contestó Anne.
-¿Crees que no debería?
-Mmm... no, si fueras una chica normal. Pero dado que eres tú... Los chicos piensan más en el sexo. No creo que pase nada -Anne sonrió, ilustrando la carita de una perfecta adolescente wasp. George sintió que se derretía. Iba a decir algo, cuando Leanna Wilson entró en la habitación. Cerró la boca; a Anne no le gustaría que su compañera de cuarto supiese que hablaban de esas cosas.
Yendo hacia el vestuario, George volvió a llenarse de pensamientos sucios. No podía evitarlo. Abrió la puerta, entró y atravesó la estancia en dirección a donde habían dejado las cosas. Intentaría estudiar, eso siempre la distraía. Sin embargo, un rumor de agua llamó su atención. Una de las duchas estaba en funcionamiento.
Sabía que no debía, porque nunca había visto a ninguna chica hacerlo. Pero después de todo, Anne le había dicho claramente que no era una chica normal. Así pues, se vio incapaz de contener su curiosidad; se acercó a la ducha, se puso de puntillas y espió por encima de la puerta. Ésta era muy bajita y George era más bien alta, de modo que podía poner su nariz a la altura del borde de la misma.
Lo que vio la dejó sorprendida. Era Kate Manson, la número uno del equipo de baloncesto, tomando una ducha. Estaba completamente desnuda y su bañador colgaba de una percha a su lado.
Las chicas no solían desnudarse en el vestuario. George sabía, porque se lo había dicho Anne, que cada una de ellas se cambiaba de ropa en el menor tiempo posible y luego se duchaba con el bañador puesto. Pero Kate Manson exhibía su desnudez de una forma tan impúdica, y a la vez tan natural, que George no pudo más que tragar saliva. Vio cómo echaba la cabeza hacia atrás y se restregaba el pelo, y se encogió para no ser vista; pero Kate parecía tener la mente en otra parte.
Si George ya estaba turbada con la contemplación del cuerpo de espaldas -en todo su esplendor- de la capitana de baloncesto, se quedó atónita al ver que la mano de Kate desaparecía en un lugar que sólo podía ser su entrepierna. Y no sólo eso; se movía. De súbito, George se dio cuenta del estado en el que se hallaba su propio cuerpo. Flotaba por algún lugar entre la tierra y el cielo, sensible al contacto con la puerta. Sentía placer. El deseo de hacer lo mismo que Kate estaba realizando en esos momentos, por absurdo que pareciera, iba en aumento. Y notó una especie de aguijonazo en aquella zona cuando escuchó a Kate murmurar:
-Oh, George... George, así... Mmm...
Pese al susto que supuso para ella escuchar su propio nombre, el que estuviera en los labios de Kate en aquellos momentos le reportó una oleada de nuevas sensaciones. George, se dijo, está refiriéndose a mí. Apretó la nariz con tanta fuerza contra el borde de la puerta que se hizo daño. Las gotas de agua corrían hacia abajo por la carne de Kate Manson, como si quisieran degustarla antes de dejarse caer al suelo de la ducha; su piel tenía una bonita tonalidad dorada, y las curvas que marcaban los músculos de su espalda -resultado de mucho entrenamiento- actuaban como un imán para las hormonas de George. Aquella mano seguía realizando una actividad que a George le hubiera gustado contemplar, pero que trascendía los límites de su campo visual. Ella nunca había encontrado valor para emprender una verdadera exploración por aquellos parajes, que aún permanecían en gran parte desconocidos. Nunca hasta entonces... George deslizó silenciosamente una mano entre sus muslos. Apretó: placer. La movió hacia adelante: placer. Creía incluso haber localizado el centro de la sensación, algún lugar que estaba estimulando sin llegar a tocar directamente. Abrió un poco las piernas...
Y de pronto, lo inevitable. No, eso no, otra cosa. Pasos.
George dejó al instante lo que estaba haciendo, pero Anne ya había entrado en el vestuario. Y George no podía ocultar que había estado mirando dentro de la ducha, es más, a juzgar por la expresión de su rostro, Anne lo había intuido.
-¿Qué miras?
El rostro de Anne se difuminó y George salió de sus recuerdos para volver al mundo real. La chica morena se hallaba delante de ella, a unos pocos metros de distancia. La observaba con gesto desdeñoso.
George hizo emerger el resto de su cabeza del agua. Teniéndola más cerca, podía distinguir sus rasgos con claridad. El agua le llegaba por el pecho, lo cual indicaba sin duda que era más alta que George, aunque parecía de su misma edad. Tenía el pelo negro y muy largo; tanto, que flotaba como serpientes en el mar.
-Nada -dijo George.
-¿Ah, no? Entonces desvía tus jodidos ojos hacia otra parte.
George parpadeó. No estaba acostumbrada a que nadie la hablara de ese modo (en realidad, no estaba acostumbrada a que ninguna persona hablase de ese modo), y le resultaba extremadamente insultante. La chica que tenía ante sí era morena y de piel oscura: no era wasp. George sí lo era. Pese a que no compartía las ideas de Julian, le rompía los esquemas el que una persona no wasp se atreviera a hablarle en ese tono. Nadie que no fuera nada suyo le levantaba la voz a George Kirrin. Nadie.
Se irguió todo lo que pudo.
-Pondré mis ojos donde me dé la gana -amenazó iracunda-. No vas a decirme tú lo que tengo que hacer.
La chica avanzó hacia ella con aire amenazador. George permaneció quieta, con el ceño fruncido. Ella la miró fijamente, sus ojos marrones contra los azules de George.
-¿Quién te crees que eres, tío? -dijo.
-No, ¿quién te crees que eres tú? -respondió George-. Yo llevo aquí un buen rato. Tú has llegado después.
-El mar es de todos.
-Sí, y yo puedo mirar lo que quiera.
-¿Mis tetas también? -la chica tenía la lengua afilada-. ¿Qué pasa, te pone mirarlas, tío?
George enrojeció sin poder evitarlo. No era embarazoso que la chica la tratase de "tío", pero sí que pensara que la había estado mirando con... deseo. George no creía haberse fijado demasiado en el pecho de la chica, al menos no de una manera muy obvia. Pero ese sostén era... Oh, mierda, de acuerdo, le había mirado las tetas. ¿Y qué?
Kate Manson también tuvo que saber -por fuerza- de la observación de la que había sido objeto. Cuando abrió la puerta, se encontró a Anne Kirrin (colorada y con la vista fija en el suelo) y George Kirrin (buscando algo en su bolsa, con las orejas de color rojo encendido) junto a su ducha. George no pensaba que le hubiera dado tiempo a terminar lo que estaba haciendo, si es que aquello terminaba de la misma forma que ocurría con los chicos, y supuso que el ruido la habría alterado. El corazón le latía como loco; hubiera querido meter la cabeza dentro de la bolsa... pero Kate no parecía enfadada.
-Hola Anne, hola, George -saludó. El tono de voz no era distinto de otros días-. George, ya que estás ahí: ¿me podrías pasar mi mochila?... Sí, es ésa, la de color verde... Gracias.
Por el rabillo del ojo, George distinguió que Kate llevaba liada una toalla del colegio, y que sacaba su uniforme de la bolsa. Volvió a meterse con él en la ducha, presumiblemente para cambiarse. "No querrá hacerlo con nosotras delante", se dijo. En aquel momento se odió. Se mordió los labios. La rabia era más fuerte cuanto más pensaba que Kate había citado su nombre mientras..., mientras... en fin, mientras hacía aquello.
Se levantó y se colgó la bolsa del hombro. Entonces vio algo que sobresalía de la mochila de Kate. Era una fotografía en blanco y negro de un chico joven, con ojos claros. George dio un paso hacia allá. Movida por la curiosidad, se agachó junto a la bolsa y tiró de la fotografía para sacarla; notaba los ojos de Anne en ella, pero para alguien que acababa de hacer lo que ella había estado haciendo, el delito de mirar una fotografía que pertenecía a otra persona se quedaba en mantillas.
Al pie de la foto había una dedicatoria: "Para mi amada Kate. George".
George pensó que había sido una imbécil. Una verdadera imbécil. Su cerebro se llenó con las letras de la palabra imbécil.
Miró una vez más la blanca sonrisa del joven antes de arrojar la fotografía al suelo. Se levantó, pasó junto a Anne sin dirigirle siquiera una palabra y caminó haciendo mucho ruido hacia el pasillo. Mientras caminaba de vuelta a las clases, quiso tragar saliva, pero la garganta le dolía demasiado. Imbécil. Imbécil.
-Imbécil.
La chica chasqueó la lengua y arrugó la nariz, como si George desprendiera un olor putrefacto. Ella apretó los puños.
-Si dices algo más, llamaré a mi perro -aseguró.
-¿Tu perro? -la chica se rió-. ¿Ese mestizo que está royendo una caracola en la playa? No me asustas.
-No conoces a Tim -rugió George, tras echar una rápida mirada y cerciorarse de que lo que decía la chica era cierto-. Acudiría a mi llamada aunque estuviéramos a kilómetros de distancia.
Por un instante, recordó algunas de las aventuras que había vivido junto a sus primos, en las que Tim había sido una gran ayuda. Intentó apartar de su mente la visión de Julian. Él seguramente habría sabido ahuyentar a esa estúpida... Julian, con sus ideas sobre razas, pueblos y religiones... No, en esos momentos no quería pensar en Julian.
-Dudo mucho que llegase tu voz -dijo la chica no wasp-. Por cierto, tienes una voz muy aguda para ser un chico.
-Aún la estoy cambiando -respondió George, sintiendo que de nuevo se le subían los colores a la cara.
-¿Sí? -la chica morena entrecerró los ojos-. Entonces dime, ¿qué es eso que se te marca debajo del bañador?
George se sumergió aprisa, para que la chica no viese nada de lo que no tenía que ver. Airada, respondió:
-No es de tu incumbencia.
La chica soltó una risa. Era una risa pícara y a la vez maligna. Cruzó los brazos, atrapando algún que otro cabello.
-¿Acaso escondes algo?
-No.
-Yo diría que sí.
George se sorprendió ante lo cerca que estaban. Hacía unos minutos, las separaban varios metros; ahora apenas había dos de distancia entre ambos cuerpos. De pronto, una mano se alzó y amenazó con romper la escasa separación; George saltó hacia atrás antes de que hiciera contacto con ella.
-¡Déjame ver! -decía la chica.
-¡Ni hablar! -rugió George. ¿Qué pretendía, esa... esa piojosa de piel oscura, tocarla?
-Tienes miedo -la provocó ella.
-¡No!
-¡Demuéstralo! -dijo la chica-. Si eres de verdad un tío, no te importará bajarte los tirantes.
Fue como si a George la golpearan en la cara. Se quedó quieta, paralizada, con la boca semiabierta. La chica la miraba desafiante. Le palpitaban las aletas de la nariz. Entre ambas se estableció un silencio, un silencio más espeso de lo que George hubiera creído nunca posible. Exceptuando, tal vez...
... el de aquella noche.
-¿George? -susurró Anne, desde la litera de arriba.
Silencio.
-George, sé que no estás dormida -dijo Anne, levantando un poco la voz.
George no respondió. Aquel día no había hablado con nadie. Después de lo de Kate, había asistido al resto de las clases, después había cenado, había ido a pasear con Timothy y había vuelto al colegio un minuto antes de la hora de cierre. Se había desvestido, lavado y acostado. Timmy, después de tomar su cena, yacía hecho un ovillo a sus pies. Leanna Wilson y Sarah Morgenlane estaban dormidas. Toda la habitación se hallaba en silencio, y no iba a ser ella quien lo rompiera.
Se oyó ruido de mantas, y acto seguido, Anne asomó por los pies de la litera. Su pelo rubio caía suelto hacia abajo.
-George -murmuró, golpeando el silencio por tercera vez-. Tú y yo somos amigas, ¿verdad?
George no pronunció palabra durante unos segundos. Los ojos suplicantes de su prima la observaban desde la penumbra. Finalmente, separó los labios y susurró:
-¿Qué buscas, Anne?
Le llegó a Anne el turno de callar. Tras unos instantes, dijo:
-Quiero hablar contigo -hizo una pausa-. Estar contigo.
George inspiró y espiró. Después, como llevada por un impulso, murmuró: "Ven". Anne bajó hasta su cama, y apartando a Tim de su sitio privilegiado, se metió entre las sábanas. George miró a los ojos azules de su prima. Su aliento le golpeaba en la barbilla; el tobillo le hacía cosquillas en el pie.
-Debes pensar que soy repugnante -dijo George por fin, y desvió la vista.
-No -contestó Anne-. No lo pienso, George.
George se frotó un ojo.
-Si supieran Julian y Dick... -dijo con voz temblorosa-. Mañana cuando les vea, yo... Anne, nunca había tenido a nadie antes de vosotros. Os quiero. No quiero perderos, por nada del mundo.
-Y nosotros te queremos a ti -Anne la sacudió suavemente-. No te culpes. Eres como eres.
-Soy una idiota pervertida que sólo os da problemas.
Anne la abrazó. George guardó silencio. El contacto físico con Anne era demasiado emotivo. Miró hacia el techo de la litera, tratando de no rendirse a la sensación. Lo de aquel día había sido demasiado, para su mente y su cuerpo, y si Anne la tocaba de esa manera... simplemente, no se veía capaz de controlarse. El calor de su prima, que apoyaba parte de su peso en ella, traspasó su pijama y penetró en lo más íntimo de su ser. Entonces Anne puso sus labios en la oreja de George y susurró:
-George... tú sabes que para mí eres igual que un chico.
Contente, George.
