Ni la historia ni los personajes me pertenecen.

3

Kiba

¿Este día podría ponerse aún peor?

El agente de bienes raíces me dijo que el mercado de vivienda de aquí significaba que perdería dinero cuando vendiera mi casa, además tenía que dar el aviso a Sol de Medianoche, e Ino me evitaba… Incluso cuando estaba en mi relación más seria, ella nunca había hecho esa mierda.

Pasaron dos días desde que me dijo que estaba "bien" y se había ido al trabajo.

En esos dos días firmé un contrato con fecha por determinar, arreglé para quedarme un día extra en Konoha para buscar casa y contacté con una empresa de mudanzas para llevar mi mierda allí. Había estado tan ocupado que empujé cada emoción al fondo. Ese plan en realidad fue bastante exitoso hasta este momento. Pero ahora me hallaba de pie frente a la casa de Ino y cada duda volvió arrastrándose a la superficie. ¿Cómo podía dejarla? ¿Cómo podría mudarme a Colorado y nunca más volver a verla? ¿Nunca más poner mis brazos a su alrededor? ¿Nunca más ayudarla cuando protestara, pero obviamente lo necesitara?

Tragué y llamé a la puerta del frente. Momentos después, Natsu respondió.

—Hola, Kib.

—Hola, Nat. ¿Está Ino?

—Acaba de salir del trabajo del periódico, pero llamó para decir que venía en camino. ¿Quieres entrar y esperarla?

Normalmente diría que no, que la llamaría y luego interceptaría su regreso a casa para robar unos momentos tranquilos a solas con ella. Pero dado que no ha contestado ninguna de mis llamadas y respondido mis mensajes de texto con respuestas de una palabra, probablemente ésta era la única forma de conseguir un rato cara a cara con ella.

—Sí, eso suena genial —dije, caminando a la casa.

Era agradable, lo suficientemente espaciosa para una familiay fue construida con cuidado, pero los últimos once años fueron duros, y no era como si su papá se fuera a ofrecer voluntariamente a coger un martillo. Hablando de eso, debería arreglar ese barandal mientras estoy aquí.

—¿Ino? ¿Eres tú? —gritó su padre desde la sala de estar.

—Nop, señor Yamanaka, soy yo, Kiba.

—Entra aquí, muchacho.

Rodé mis ojos, no por la elección de sus palabras, sino por su tono. Seguro que no era su muchacho. Mi padre habría pateado el culo de este tipo diez veces por el hombre en que se convirtió. Pero por Ino, bueno, podía manejarlo.

—Señor —dije, mientras entraba en la sala de estar.

Jesús, había mierda por todos lados. Platos en la mesa de café, basura en el piso, y olía como si no hubiera visto el agua en al menos una semana… o dos. Por mucho que ansiaba recogerlo todo antes de que Ino regresara a casa, sabía que ella se moriría de vergüenza. Así que hice lo que aprendí el primer año que habíamos sido amigos… lo ignoré.

—Te irás a Colorado, ¿eh? —preguntó, moviendo su peso lo suficiente para alcanzar la cerveza en el piso.

—Ése parece ser el plan.

—¿Para encontrar pastos más verdes?

Tomó un trago y me pregunté brevemente si mezclaba alcohol con sus medicinas o si Ino tuvo éxito escondiendo las botellas antes de irse a trabajar.

—No, señor. El viejo equipo de Hotshot de mi padre está uniéndose de nuevo y no pueden hacer el trabajo sin mí.

—Bueno, no eres tan importante.

Quería suspirar, maldecirlo, llevar a Ino lejos de esta vida que él pensaba que le pertenecía. En su lugar, le ofrecí una sonrisa tensa y dije:

—Es solo cuestión de números, en realidad.

Gruñó.

—Bueno, imagino que Ino estará un poco disgustada.

—Me imagino.

Un silencio incómodo se asentó sobre nosotros, el cual fue —gracias a Dios— interrumpido por el sonido de la puerta abriéndose.

—¿Kib? —La voz de Ino atravesó la planta baja.

—Estoy aquí —respondí.

Atravesó el arco de la sala de estar, toda la cola de caballo desecha y la bien gastada camiseta de Beasties Boys.

—Vi tu camioneta en el frente. ¿Está todo bien?

—Él solo vino a verte —respondió su padre.

—Oh —dijo ella, mirando entre nosotros dos. Luego, asintió hacia la puerta.

—Siempre es un placer verlo, señor Yamanaka —dije.

—A ti también, Kiba. Buena suerte en Colorado. —Ni siquiera quitó su mirada de la televisión.

Seguí a Ino por el pasillo y por las escaleras, con mis ojos al frente y centrados en la forma en que sus pantalones cortos abrazaban la suntuosa curva de su trasero. Tratando de hacer lo correcto, miré a otro lado, pero eso solo me llevó a los muslos tensos y apretados que ya imaginaba cerrados alrededor de mis caderas.

Me guio a su habitación y cerró la puerta detrás de nosotros. Miré el lugar donde todavía tenía fotos de la escuela secundaria y la universidad.

—Nada ha cambiado mucho —dije.

—Es mi propia capsula del tiempo —respondió, sentándose en su cama.

Tomé la silla de su escritorio, meciendo mi pierna y sentándome hacia atrás para mantener una especie de barrera entre nosotros. Desde que supe que me iría, era como si el control que mostraba a su alrededor —los constantes controles que mantenía sobre mí y mi necesidad por ella— se deshiciera, como si mi impulso sexual supiera que nuestro tiempo era limitado.

—Me gusta. Eres tú.

Se echó a reír en una forma auto-despreciativa que yo odiaba.

—Nunca cambiando, atascada y guardando polvo.

—Estable y leal.

Bloqueamos las miradas y el silbido de la electricidad entre nosotros era palpable. ¿Lo sentía también? Si era así, ¿por qué lo negaría? Porque nunca le has dado una razón para no hacerlo, imbécil.

—He estado evitándote —dijo, con sus ojos abiertos y honestos.

—Lo sé.

—No sé cómo manejar esto, y me pareció más fácil enterrar mi cabeza en la arena y no intentarlo.

Abrazó la almohada a su pecho.

—Hablas conmigo. Hablo contigo. Así es como esta amistad siempre ha funcionado.

—Pero ¿cómo va a funcionar contigo en Colorado? Sé que se supone que debo estar feliz por ti. Es el equipo de tu papá, y sé lo que eso significa para ti. Pero egoístamente…

Negó con la cabeza.

—¿Qué? No te calles así conmigo.

Se encogió de hombros.

—Es solo… el día que compraste el terreno para construir tu casa fue uno de los días más felices de mi vida.

Pestañeé.

—Espera, ¿qué?

—Estúpido, lo sé.

—No diría eso. Es solo que no entiendo. Habla conmigo, Ino.

—Eso fue, ¿qué? ¿Hace tres años? —preguntó.

—Sobre eso. Salías con ese estúpido profesor de matemáticas.

Levantó sus cejas.

—Buena memoria.

—Recuerdo todo cuando se trata de ti —dije, luego me maldije cuando sus ojos se abrieron aún más. Calma. Mucha calma—. ¿El terreno? —pregunté.

—Exacto. El comprar ese terreno se sintió como si estuvieras echando raíces. Que te quedarías cuando te graduaste, cuando todos los demás se fueron, se sintió sólido. Seguro.

—¿Estás hablando de mí o de la casa?

Esas no eran palabras de amor o incluso palabras de atracción… Mierda, ella acaba de describir mi camioneta.

—De ti, y es algo bueno. Ese momento sentí como si siempre estarías aquí, que eras la persona en la que podía apoyarme. Nunca he mirado mi futuro sin verte en él. Esto me asusta muchísimo.

Me levanté de la silla y me senté junto a ella en la cama.

—A mí, también. Pero no puedo no ir.

Apoyó su cabeza en mi hombro, y descansé la mía en la suya.

—Nunca te pediría que te quedes —susurró—. Sé que no puedes.

—Pero tampoco imagino dejándote.

—Entonces parece que estamos en un callejón sin salida.

El reloj en mi camioneta cambió a la una y treinta y seis de la mañana. Había estado sentado en mi camioneta durante la última hora en frente del bar Golden Eagle, tratando de imaginar cómo explicar el loco plan que inventé entre las horas desde que dejé la casa de Ino y la hora sentado aquí.

El bar cerraba en veinticuatro minutos, así que tenía exactamente ese tiempo para poner mi mierda en orden antes de entrar. La puerta se abrió y dejé de respirar hasta que vi que solo eran dos chicas locales. Kris me hizo señas con la mano y bajé mi ventana.

Se subió a mi camioneta y apoyó su bonita cara en la cabina, apestando a alcohol.

—Hola, Kiba —dijo con dificultad.

—Hola, Kris. ¿Qué te trae por aquí esta noche?

—Es mi cumpleaños.

—Feliz cumpleaños. Así que eres legal ahora, ¿eh?

Me guiñó lentamente su ojo marrón y sopló su cabello lejos de sus ojos.

—¡Sip! ¿Qué estás haciendo?

—Esperando a Ino.

Su cabeza se inclinó hacia atrás con exasperación.

—Ustedes dos. Ugh. No entiendo por qué mantiene un buen pedazo de carne de hombre como tú en la zona de amigos. Te subiría como a una escalera —resopló—. Como a una escalera. ¿Lo entiendes? ¿Porque eres bombero?

—Absolutamente —respondí.

La chica estaba borracha, pero la conocía desde que apenas podía conducir.

—Kiba, lo siento —dijo su amiga Lauren—. Está destrozada.

—¡No lo estoy! —Se lamió sus labios—. ¿Quieres que espere contigo? Puedo mantenerte bien ocupado.

Usualmente lo pensaría. Kris era una chica hermosa y no era como si yo fuera célibe. Pero primero, se encontraba borracha y nunca me aprovecharía de eso, y segundo, bueno… no era Ino.

Quería a Ino.

—Esta noche no, pero feliz cumpleaños. Lauren, ¿puedes llevarla a casa?

Asintió y guio a su amiga lejos de mi camioneta.

—Estoy completamente sobria, no hay problema. ¡Qué bueno verte, Kiba!

Para el momento en que las chicas subieron al carro de Lauren y se fueron, eran la una y cuarenta y cinco de la mañana. Mi corazón palpitaba, mi estómago cayó ligeramente justo como antes de entrar en un incendio, antes de dar un paso que tenía el potencial de cambiar mi vida.

Ya me encontraba fuera de mi camioneta, subiendo los escalones al bar, antes de que hubiera decidido que no podía esperar a que fueran las dos. No podía esperar otro segundo. Abrí la puerta e Ino me miró sobresaltada desde donde se encontraba limpiando una mesa.

—¿Kiba?

No le respondí, solo miré a Mike, quien se sentó al final del bar como de costumbre para un martes por la noche.

—Mike, vete a casa.

—Aún no son las dos —dijo.

—Casi.

El chico de cuarenta y tantos se bajó de su asiento, tirando efectivo en la barra.

—Gracias por la compañía, Ino.

—No hay problema —respondió con una sonrisa.

—Kiba —dijo mientras caminaba a mi lado.

—Gracias, Mike.

Asintió y se fue, la puerta cerrándose detrás de él. Sabía que no estaba borracho, venía aquí cada noche para escapar de su esposa, tomaba una cerveza cerca de las ocho y media, y luego bebía soda el resto de la noche.

Pueblos pequeños, hombre. Todos conocían los asuntos de todos.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Ino, lamiendo sus labios nerviosa.

—¿Estás sola?

—Lo estará —dijo Maud mientras salía detrás de la barra donde había estado almacenando—. Ustedes dos diviértanse. —Movió sus cejas a Ino—. Saldré por la parte de atrás para cerrar.

—Maud —replicó Ino.

—Nop, ¡no estoy escuchando! —cantó con sus dedos en los oídos como si tuviera cinco.

Sabía que me gustaba por alguna razón. Cantó todo su camino de salida por la puerta trasera y luego escuché la puerta exterior cerrarse también.

Ino se apoyó contra la mesa, con los nudillos en blanco.

—Así que, ¿qué es tan importante que no podía esperar hasta mañana?

Me apoyé contra la mesa en el lado opuesto a ella, así solo nos separaban unos pocos metros.

—Sé cómo solucionar nuestro problema.

—Oh, ¿sí? Porque a falta de que no te mudes a Colorado y luego me odies porque quité la oportunidad de todos de recuperar el equipo, en realidad no veo que esa sea una opción.

—Opción uno: podría ir por temporadas. Vivir allí durante los veranos y regresar aquí para los inviernos.

Negó con la cabeza incluso antes de que terminara de decirle.

—Nop. No puedes permitirte eso. No hay trabajos aquí que te acepten con esa estipulación, ni siquiera tu equipo. ¿La siguiente brillante idea?

—De acuerdo. Entonces te mudas a Colorado conmigo.

Ahora era yo quien agarraba la mesa mientras a su rostro se le drenaba el color.

—¿Qué? ¿Estás bromeando?

Mierda, ¿era ese mi corazón en la garganta o me acababa de tragar algo enorme?

—Nunca he hablado más en serio.

El silencio se extendía entre nosotros mientras parpadeaba hacia mí, su boca ligeramente abierta, sus ojos ilegibles nunca vacilantes de los míos.

—Estoy hablando en serio, Ino —respondí en voz baja.

—Lo sé —respondió.

—Lo he estado pensando…

—Obviamente, porque hablé contigo hace doce horas. Parece perfectamente pensado.

—Siempre has querido irte de aquí —comencé a exponer las razones como lo planeé.

—¡Y sabes por qué no puedo! —gritó—. ¿Qué estás pensando, Kiba? No puedo recoger e irme sin más. No soy tú. Tengo responsabilidades aquí. Tengo que pensar en Natsu y en mi padre.

—Lo sé. Te he visto luchar cada día desde que te conozco, y te he visto convertirte en esta mujer asombrosa y fuerte.

—¡Detente!

Puso las manos en sus oídos y cerró los ojos, pequeñas líneas aparecieron entre sus cejas. Crucé la distancia entra nosotros, apartando ligeramente las manos de su rostro.

—Abre los ojos —supliqué.

Sus párpados se abrieron para revelar esos ojos azules nadando con tanta emoción que casi perdí el aliento.

—Dime una cosa. Si no fuera por Natsu, por tu padre, y por cada responsabilidad que te ancla a este lugar, ¿querrías venir conmigo?

Sus ojos parpadearon de un lado al otro, lo hacían cuando tenía algo en la cabeza. Ino siempre fue inamovible en su lealtad a su familia, su insistencia que ella era responsable por ellos dos. Era algo que siempre amé de ella, pero ahora necesitaba que cediera solo un centímetro.

—¿Te gustaría venir conmigo? ¿Salir de aquí? Las rocosas son igual de hermosas, el sol es un poco más fiable. Y lo mejor de todo es que me tendrías a mí.

Sus ojos volaron hacia los míos.

—Pero no soy libre, sin importar lo hermoso que lo hagas sonar.

Mis pulgares acariciaron ligeramente el interior de sus muñecas.

—Sé que nuestras vidas no son perfectas, pero te lo pregunto, en un mundo perfecto, te pido que finjas, si no tuvieras las obligaciones que tienes, si solo fuéramos tú y yo tomando la decisión. ¿Querrías venir conmigo? ¿Darías ese salto?

—¿A Colorado? —preguntó.

—A Colorado —afirmé solo en caso de que pensara que me refería de regreso a mi casa por un té.

Sus ojos se cerraron.

—Sí —susurró.

Mi aliento me abandonó a toda prisa, mi cuerpo entero dejó ir la tensión que llevaba desde que Neji me dijo que teníamos que irnos.

—Oh, gracias a Dios.

—Pero no importa —gritó, su rostro distorsionándose mientras luchaba contra las lágrimas—. Lo que quiero no importa. Que daría lo que fuera por mudarme a algún lugar nuevo con un nuevo comienzo donde no soy la hija de "ese borracho" o por tener la oportunidad de mantenerte como mi mejor amigo… nada de eso importa. Mi vida es lo que es.

—No tiene por qué ser así. —Le tomé el rostro con las manos, acunando la parte trasera de su cabeza.

—Es así. ¿Qué pasa con Natsu? ¿Qué hará ella?

Mi pecho se tensó por la forma en que siempre antepone a todos.

—Vendría con nosotros.

La mandíbula de Ino se aflojó en mis manos.

—¿Qué?

—Konoha tiene una muy buena escuela secundaria. Con instalaciones nuevas. Es una ciudad pequeña, pero allí hay una amabilidad que no he visto en otro lado. Nat será bienvenida allí, con nosotros, y tú también. Deja de mirarme como si estuviera soñando. Es posible.

—¿La llevarías contigo? ¿Con nosotros?

—Por supuesto. Es parte de ti, y necesita irse tanto como tú.

—¿Y mi padre?

Flexioné la mandíbula.

ste fue el punto difícil de tragar, pero sabía que tenía que hacerlo si quería mantener a Ino en mi vida. Y ella valía la pena cualquier obstáculo que tuviera que saltar, o cualquier distancia que tuviera que caminar descalzo sobre vidrios rotos. No tenía dudas de que la chica de pie frente a mí era la llave para el resto de mi vida.

—Él también puede venir —dije con suavidad.

—Ahora sé que estás bromeando. —Intentó alejar el rostro de mis manos, pero no se lo permití—. Lo odias.

—Odio la forma en que te trata —la corregí— Nunca entendí por qué lo soportas.

—Es el tutor de Nat —explicó— Nunca podría abandonarla. Sin importar lo que le prometí a mamá; mantener silencio, los asuntos de la familia en privado; Nat siempre estaba en primer lugar, y si eso significaba tener que vivir en casa y viajar a la universidad para poder brindarle algún tipo de futuro. Era un pequeño precio a pagar.

—Entonces sí tengo que soportarlo a él para mantenerte en mi vida, para tenerte cerca, entonces lo haré. Hay instalaciones de tratamiento en Colorado, y tal vez podamos lograr que deje…

Sollozó, un gemido largo, lo cual no era la reacción que esperaba.

—Ino —susurré— No llores.

—¿Por qué? ¿Por qué harías eso? ¿Arrastrar la peor parte de mi vida hacia la tuya?

Una sonrisa tiró de la comisura de mis labios mientras le limpiaba la única lágrima que se le escapó.

—Porque te entiendo. No puedo dejarte. Nunca fue Neji quien me mantuvo aquí. Siempre has sido tú.

—Pero, ¿por qué? —chilló.

—Dios, ¿aún no lo sabes?

—No —susurró mientras algo que lucía como esperanza cruzó esos ojos azules.

—Sí, lo sabes. Siempre lo has sabido, igual que yo.

Envié una rápida plegaria para que no me golpee, y luego la besé.

Jadeó en sorpresa, y mantuve una caricia suave, tomándome mi tiempo con sus labios mientras esperaba su respuesta. Ella era tan suave. Pasé la lengua por su labio inferior, saboreando la curva delicada. Sorbí sus labios con besos suaves por tanto tiempo que me quedaba sin esperanzas. Mientras que me dejaba besarla, no respondía.

Me alejé lentamente, con miedo de ver lo que permanecía en sus ojos, y recé para que no fuera disgusto. ¿En qué rayos pensaba al besarla de esa forma? Nunca mostramos signos de cruzar la línea, y yo acababa de saltar al otro lado. Tenía los ojos cerrados, sin darme ninguna pista de lo que sentía.

—¿Ino? — pregunté suavemente.

Su pulso corría bajo mi mano. Sus ojos se abrieron y no, allí no había enojo, solo sorpresa.

—¿Me quieres?

—Siempre te he querido.

Con un suave grito, encontró mi boca, abriendo la suya en un beso hambriento. Mi lengua barrió el interior de su boca como lo soñé por años, y santa mierda, tenía mejor sabor de lo que fantaseé. Tenía un ligero sabor al té de menta que amaba, y a Ino, pura y dulce. Exploré su boca con extensos movimientos de lengua, y ella se frotó contra mí con cada uno, creando una fricción que envió calor a través de mí, acumulándose en mi pene. Moví las manos, inclinándole la cabeza para profundizar el beso. Si esta iba a ser la única vez que la besara, entonces quería dejarla con un recuerdo que la atormentara cada noche de la misma forma en que ya me sucede a mí. Se derritió contra mí, nuestros cuerpos moldeándose sin esfuerzo con el otro.

En algún punto me golpeó la increíble comprensión: Santa mierda. Estoy besando a Ino.

Y me devolvía el beso como si su vida dependiera de ello. Una de mis manos dejó las curvas de su rostro y deambuló por su espalda, dándole la oportunidad de protestar —no lo hizo— antes de agarrarle el trasero y levantarla para apoyarla sobre la mesa. Me puse entre sus muslos estirados, y se meció contra mí, gimiendo en mi boca cuando descubrió mi erección… Nunca me puse tan duro ni tan rápido por ninguna mujer en mi vida. Pero Ino no era cualquier otra mujer. Ella era todo lo que siempre quise. La mujer con la que comparé a cada chica que conocí. La única que tenía mi corazón sin siquiera saberlo.

Lanzó la cabeza hacia atrás, y presioné besos por su cuello, con cuidado de no marcar la piel suave. Ya no teníamos dieciocho años, y no iba a tocarla como un adolescente sin experiencia sin importar cuán fuerte gritara mi cuerpo de que finalmente se hallaba en mis brazos.

Entrelazó los dedos en mi pelo, se meció contra mis caderas y gimoteó mi nombre. Fue el sonido más hermoso que he escuchado. Llevé la boca de regreso a la suya por un último beso largo y delicioso, vertiendo todo lo que tenía en él. Casi olvidé mi propio nombre al entregarme completamente a Ino. Entonces, con la paciencia de un santo, me alejé de ella. Levantó la mirada hacia mí con ojos neblinosos, llenos de pasión y labios hinchados.

Síp, santidad.

—¿Kiba? —preguntó, su voz grave y tan jodidamente sexy que tuve la urgencia inmediata de ver de qué color eran sus bragas y cómo lucirían en el suelo del bar.

En su lugar, le besé la frente y le quité las manos de encima; antes de que follara a mi mejor amiga en el bar que trabajaba. Ino se merecía algo mucho mejor que eso, y por todo lo que esperé, yo también.

—Te deseo —dije, con mi voz tan baja que apenas la reconocí.

Abrió la boca para hablar, y presioné el pulgar contra sus tentadores labios.

—No digas nada. Solo quiero que sepas que tienes opciones. Que soy una opción. Y ya sea como amigo o algo más, te quiero en Colorado conmigo. Me voy la semana próxima a pasar un fin de semana allá, y ya te compré un boleto. Solo es un fin de semana, no un compromiso de por vida, pero quiero que vengas y veas si puedes armar una vida allá. Una vida con o sin mí, eso es elección tuya —Le acaricié el labio con el pulgar y me incliné hacia adelante, robándole un beso más— Dios, esperé tantos años para hacer eso.

—Kiba…

—No —ordené con suavidad— No hables. Solo piénsalo. Te esperaré afuera para que cierres y luego, quizás, ¿podamos hablar mañana?

Asintió, y retrocedí lentamente, negándome a notar la rápida subida y bajada de sus pechos, o que sus labios todavía se encontraban separados como si esperara que regresara y la besara de nuevo.

Tal vez acabo de arruinar todo. Tal vez tiré a la basura la mejor relación de mi vida al presionar por algo que ella no quería, pero cuando volví a mirar y la vi tocarse los labios mientras salía por la puerta, no pude evitar respirar.

Tal vez acababa de tomar la mejor decisión de mi vida.