Ni la historia ni los personajes me pertenecen.

4

Ino

Eché un vistazo a la revista en la oficina del Dr. Stone sin ver realmente lo impreso en las páginas.

Mi mente estaba demasiado concentrada en Kiba.

Me había besado. Mis ojos se cerraron mientras recordaba sus labios contra los míos, la sensación de su lengua, sus manos, su dulce sabor. Las puntas de mis dedos se deslizaron sobre mis labios como si pudiera sentirlo aún allí. ¿Cómo podía un momento cambiarlo todo? Así como así.

Había sido el mejor beso de mi vida, tan caliente que si él no nos hubiera detenido, no estaba segura de a donde habríamos llegado… Sobre la mesa. La barra. Su cama.

Sentí un calor subir a mi rostro y abrí los ojos, sonriendo. Dios, me hacía feliz, lo cual era algo que no había sentido en demasiado tiempo. Besarlo no había sido el primer beso raro de amigos tratando de conseguir más. Había sido como dos imanes finalmente volteando sin ser capaces de hacer otra cosa más que colisionar.

—¿Qué te tiene toda feliz? —se quejó papá, sentándose sobre la mesa de examen.

—Kiba —respondí con honestidad.

Me había mandado mensajes todo el día de ayer desde el trabajo, pero nuestros horarios no habían encajado y no tuvimos la oportunidad de vernos.

Sus ojos se entrecerraron.

—No te encariñes mucho con ese chico, Ino. Romperá tu corazón cuando se vaya, y serás francamente una perra. Infiernos, ya es suficientemente malo. —Me señaló—. Mejor cuídate.

Calmé mi molestia, la cual comenzaba a aumentar en mi defensa.

—En realidad, creo que voy a ir con él a Colorado el próximo fin de semana.

La boca de papá colgó abierta, sus ojos listos para disparar fuego.

—No. Lo. Harás.

—Lo haré —dije con una certeza que no sentí esta mañana cuando desperté. Supongo que tomaste la decisión— Es solo por un fin de semana, papá. La tía Dawn ya dijo que vendrá y se quedará.

En verdad ella había estado demasiado feliz de hacerlo cuando la llamé esta mañana.

—¡No puedes hacerla salir así!

—Papá, ella vive a treinta minutos y está jubilada. No es difícil pedirle que pase un fin de semana con su hermano.

Se quejó, golpeteando su pie contra el costado de la mesa de análisis.

—Y ¿qué hay de Natsu?

—¿Qué pasa con ella?

Cerré la revista, rindiéndome de fingir leer.

—¿Estás pensando en mudarte allí? ¿Con él? ¿Por qué más irías?

Debería haber esperado hasta que estuviéramos en casa para decir algo, o decirle antes de esta cita.

—Hablemos de esto más tarde.

—No, el doctor está retrasado. Hablemos ahora.

Cruzó los brazos sobre su pecho. Las uñas de sus dedos estaban demasiado largas, pero al menos le hice ducharse esta mañana.

Por un segundo, el potencial de un futuro diferente me invadió: un futuro en el que cada día no peleaba con él, en el que podía vivir por mí, entrando de lleno en la edad adulta independiente que siempre había tenido tanto miedo de querer. Un futuro donde Kiba me besaba, donde finalmente me permitía examinar realmente mis sentimientos por mi mejor amigo.

—¿Qué si quiero mudarme? —pregunté en voz baja—. ¿Qué si quiero tener una vida de verdad, papá?

—¿Una donde no estás atada a un padre inválido? ¿Eso es lo que quieres decir?

—No eres un inválido. Y Kiba ya te dijo que podrías venir con nosotros…

—¡Suficiente! —espetó— No me estoy mudando a Colorado y tampoco tú. Tu vida está aquí, conmigo. Sé que no es la vida que querías, pero esto tampoco es lo que yo quería. Estamos en esto juntos. Siempre hemos sido tú y yo, Ino. ¿Qué haría sin ti? ¿Qué haría Natsu? Sabes que no podemos lograrlo sin ti. Así que puedes irte por el fin de semana y vivir tu pequeña fantasía, pero sabes que regresarás aquí, porque no eres la clase de chica que se aleja de su familia.

Levantó las cejas, retándome a contradecirlo. ¿Tenía razón? ¿Importaba lo que yo quería?

El doctor tocó, salvándome de adentrar ese túnel.

—Señor Yamanaka —dijo el doctor Stone mientras se sentó en frente de la computadora en el escritorio y repasó las imágenes— De acuerdo, ¿Cómo te has estado sintiendo este mes? Has subido de peso.

—Me gusta comer —bromeó papá, sacando su lado encantador, de la manera en que siempre era con el doctor Stone. Después de todo, él tenía algo que papá quería.

También está jugando contigo.

Mantuve mis pensamientos para mí misma mientras el doctor Stone lo examinó, insistiendo y preguntando las mismas cosas que cada mes.

—¿Y cómo está tu nivel de dolor? —indagó. Ahora tenían mi completa atención.

—Es malo, doc —expresó papá haciendo una mueca mientras presionaba contra su espalda baja—. Está empeorando.

El doctor Stone asintió pensativamente, frotándose la barba. Era difícil creer que tenía la misma edad que mi papá, o tal vez era solo que había hombres sanos a esa edad, en general.

—No voy a mentirte, Jim. El dolor va a estar allí siempre. No hay garantías con una columna inmovilizada como la tuya. Sé que duele.

—¿Podemos aumentar la medicación? ¿Darme un poco de alivio?

El doctor Stone suspiró y volvió a la computadora, viendo las imágenes de nuevo.

—Creo que ya estás al máximo en los opioides. No puedo prescribir más de forma segura sin ponerte en riesgo de una sobredosis.

—Duele —espetó papá, sorprendiéndome.

Nunca mostraba su lado de enfado fuera de casa, no, ese lado de él estaba reservado para Natsu y para mí, por supuesto.

—Lo sé —dijo el doctor Stone, echándose hacia atrás en su silla—. Tal vez es tiempo que discutamos otros opciones.

—¿Algo más fuerte? —sugirió papá.

Por el amor de Dios. Si le daban algo más fuerte, sería demasiado.

—No, pero hay unos nuevos métodos. Maneras de ir directamente tras los nervios. —Inclinó la cabeza—. Y deberíamos cuidar tu peso. Otros pacientes con la misma inmovilidad viven relativamente activos, vidas normales. Sí, aún sienten dolor. Eso es absolutamente real, pero hemos sido capaces de reducir el medicamente para el dolor por medios naturales.

—Bueno, no estoy interesado en eso. Quiero detener el dolor. Ahora. ¿Así que puede ayudarme?

El doctor Stone me miró, y bajé mis ojos. Las repercusiones de la salida de papá serían desastrosas en casa.

—Ino, ¿puedo hablar contigo afuera?

—¿Por qué quiere hablar con ella solos? —cuestionó papá.

—Es algo relacionado con el cuidado. Todavía tiene tu poder médico, ¿cierto?

—Sí —se quejó papá.

—Entonces no debería ser un problema, ¿cierto? ¿A menos que haya algo que no quieras que sepa?

—Está bien —respondió papá.

Mierda.

No tenía que mirar hacia papá para saber que sus ojos me fulminaban.

Infiernos, podía sentir el calor desde aquí.

El doctor Stone cerró la puerta detrás de nosotros cuando salimos al pasillo.

—¿Cómo está realmente? —preguntó.

Enojado. Borracho. Verbalmente abusivo.

El tutor legal de Natsu.

—Bien.

—¿Ino?

Me dio el tono de padre que probablemente usaba con su hija Michelle… Michelle, quien se había ido a la universidad en Texas después de que ambas nos graduamos. Michelle quien, sin duda, tenía una vida.

Podía mentir, enviar a papá más cerca de la madriguera del conejo. O podía tomar el pasito para forzar un cambio en su vida. Si no es por mi propio bien, entonces por el de Nat.

—Está enojado —indiqué, bajando los ojos al suelo cuando traicioné al único familiar que me quedaba— Toma demasiado, no logra salir del sofá, y lo más lejos que llega es por el control remoto, a menos que vengamos aquí en nuestro viaje mensual para rellenar sus medicamentos.

—Jesús —murmuró.

—Usted preguntó —dije, subiendo mis ojos—. Se está destruyendo.

—Y llevándote abajo con él —notó.

Sacudí la cabeza.

—No es sobre mí. Pero sí sobre Natsu.

Asintió lentamente.

—Necesito que mantenga esto entre nosotros —susurré.

Suspiró, frotando el puente de su nariz.

—Está bien. Gracias por ser honesta conmigo.

Respiré profundo y fortalecí mis defensas mientras volvíamos a entrar. Entre esto y la bomba de ir a Colorado que acababa de dejarle caer, puedo necesitar algunas de esas medicinas para el dolor de cabeza que me darán todos sus gritos.

—Bueno, Ino dice que mucho no ha cambiado. —El doctor Stone forzó una sonrisa—. Te mantendremos con la misma dosis. No te quiero con dolor, pero vamos a explorar algunos de esos otros tratamientos, ¿de acuerdo? Quiero que regreses a la terapia física. Realmente hacerla funcionar esta vez.

—No —dijo papá simplemente, como si el doctor le hubiera preguntado si quería puré de papas para la cena.

El doctor Stone garabateó sobre su bloc y luego arrancó la hoja mientras le dio a papá una sonrisa.

—Bueno, no estoy preguntando. Si quieres que rellene esta prescripción el próximo mes, llamarás a este número —indicó, añadiendo una tarjeta de presentación a la hoja que le entregó a papá—. La doctora Maxwell es grandiosa, y revisaré con ella para asegurarme que estás atendiendo cualquier sesión que recomiende antes de encontrarnos el próximo mes.

Los ojos de papá se dispararon hacia los míos.

—¿Qué dijiste?

—Papá —rogué.

Era bastante malo tener el padre ermitaño y borracho del que todo el mundo hablaba, pero ¿públicamente vergonzoso? Ese era un nuevo nivel de infierno que no había experimentado desde que tuve que sacarlo del taburete de un bar en Golden Saloon cuando tenía dieseis. Ahora yo trabajaba allí.

—Ella dijo que lo estás haciendo bien con estos medicamentos, pero tu dolor te tiene incómodo Jim —respondió el doctor— Esto no es un castigo. Estamos buscando una solución a largo plazo, para que te sientas totalmente funcional. La terapia física va a ayudar a fortalecer los músculos de tu espalda y tal vez a perder un poco de peso. Será bueno para ti. Bueno para las chicas que también te cuidan tan bien.

Papá gruñó.

Porque la verdad era que no le habíamos importado en tanto tiempo que no estaba segura de que supiera cómo hacerlo.

—¡Oh por Dios! —chilló Natsu y bailó alrededor de mí, actuando cada día de sus trece años.

—¡Shhh! —dije mientras nos dirigíamos a mi auto.

—¡No puedes callarme! —señaló, tomando el asiento del pasajero mientras me subía en el lado del conductor.

—Puedo.

—¡De ninguna manera! ¡Kiba y tú! ¡Por fin!

Prácticamente podía ver los corazones bailando encima de su cabeza.

—¡Detente! —Me reí— Mira, solo te lo dije porque necesito asegurarme de que estás de acuerdo con que la tía Dawn venga el próximo fin de semana para quedarse contigo.

—Absolutamente. Papá se comportará mejor con ella en la casa.

Continuó charlando, expresando fácilmente una docena de veces que no podía creer que nos tomó tanto tiempo estar juntos. Le recordé cada vez que fue solo un beso y que no estábamos juntos.

—Sí, lo están. ¡Se van a ir juntos!

—Voy con él para revisar su casa y ver dónde estará viviendo. No sabe qué tan pronto tendrá que mudarse.

Demasiado pronto.

—Deberías ir con él —dijo, jugando con su teléfono.

—¿Qué? —pregunté, apretando mis manos sobre el volante.

—Deberías largarte sin pensar en una mierda.

—No maldigas —dije automáticamente— Y eso es algo muy importante en lo que pensar.

—¿Por qué? ¿Por qué la vida es genial aquí? —resopló—. En serio. Si tienes una oportunidad de largarte, hazlo. Me voy a la primera oportunidad que tenga.

—¿No eres feliz?

Se encogió de hombros, sus ojos aún en ese maldito teléfono.

—Claro. Pero no es como si tuviera un montón de amigos. Todo está… —Se encoge de hombros otra vez— estancado. Nada cambia. Se siente como uno de esos estanques que almacenan mierda y mosquitos.

—Pero también hay cosas buenas, ¿cierto?

—Sí, claro. Estás aquí, y es bueno ver a la tía Dawn cuando viene. Pero no voy a quedarme aquí. Me voy para la universidad, y luego una vez que haya visto lo que hay fuera de aquí, tal vez regresaré. Pero no quiero sentir como que me quedo porque es la única opción. No estás molesta, ¿no?

Me echó un vistazo.

—Para nada —expresé mientras giramos en la calle de su amiga—. Tuve esos mismos pensamientos a tu edad.

—Pero entonces mamá murió.

Asentí lentamente.

—Entonces mamá murió.

Y todo mi futuro se fue con ella.

Me detuve en la entrada y estacioné el auto, tocando rápidamente la muñeca de Adeline antes que pudiera abrir la puerta.

—Nat, si esta fuera tu oportunidad, ¿te irías? ¿Si fueras yo?

—Sin dudarlo —dijo sin parpadear— Papá te hace pasar un infierno. Una vez que Kiba se vaya… creo que te mereces la oportunidad de ser feliz. Los dos lo hacen.

Mi corazón tartamudeó, sabiendo que tenía que preguntarle. No podía hacer este tipo de elecciones sin ella.

—De acuerdo, y ¿si hubiera una manera para que vinieras conmigo? ¿Lo harías? Sé que es más complicado que eso, y que tienes amigos y una vida, y a papá, pero solo para el propósito de esta conversación, ¿lo harías?

Ella inclinó su cabeza de un modo que me recordó mucho a nuestra madre.

—Empacaría una caja mañana. En teoría.

—En teoría —repetí.

Se abalanzó sobre la consola de mi camioneta y me besó en la mejilla.

—No te lastimes el cerebro, hermanita. ¿Te veo luego?

—Sí.

Un par de "te quiero" después, la dejé en lo de Mandy para la pijamada. Mis pensamientos corrieron mientras conducía. ¿Qué se necesitaría para traerla conmigo?

Si te vas.

No podía dejar a Natsu. Apenas podía procesar la idea de dejar a papá. No importaba cuánto se hubiera hundido, seguía siendo mi papá. Habría dado todo por cinco minutos con mamá. ¿Qué pasaría si me fuera de aquí, perdiéndolo, y tuviera el mismo remordimiento?

Había estacionado enfrente de la casa de Kiba antes de que incluso me diera cuenta que estaba dirigiéndome allí. Quería ir a casa, pero supongo que mi inconsciente sabía lo que en realidad necesitaba. Akamaru ni siquiera ladró cuando me aproximé a la puerta, así que supe que no estaba dentro. Eso significaba que salió por una carrera con Kiba. Mi mano se detuvo en la manija de la puerta. ¿Ya no me estaba permitido entrar? Seguía teniendo una llave, por supuesto, pero habíamos hecho unas transiciones raras, y no sabía dónde estábamos parados.

¿Llaves para la mejor amiga? No es la gran cosa.

¿Una llave para tu novia? Enorme. Enorme como el témpano y el Titanic… Como mudarte a Colorado.

Opté por el sol de las tres de la tarde, que colgaba directamente encima de mí, y estiré las piernas en los escalones que conducían al porche. La paz se filtró en mí en la quietud, llenando cada vez más mi pecho con cada respiración, extendiéndose a través de mí de la manera en que solo estando cerca de Kiba, o incluso en su casa, podía hacerlo.

La grava crujía cerca de mí, y me quedé sin aliento cuando abrí los ojos.

Mierda.

Kiba corría con Akamaru saltando a su lado, sus zancadas devorando el suelo mientras se acercaba. No llevaba camisa, toda esa hermosa piel bronceada calentándose a la luz del sol. Siempre supe que era sexy. No estaba ciega a las chicas que acudían a él, ni a mi propia atracción. Pero mi necesidad de revisar mi propio nivel de baba era nueva. El tatuaje tribal que se extendía sobre su pecho se ondulaba con sus movimientos, y al acercarse hacia mí, divisé los pequeños riachuelos de sudor que se deslizaban por las líneas de su torso hasta sus abdominales tallados.

El hombre era un anuncio andante de sexo.

Moví las piernas debajo de mí mientras se detenía, con una sonrisa en su cara.

—Hola —dijo, respirando pesadamente, pero sin exagerar.

—Hola —respondí tímida de repente. La última vez que hablamos fue justo después de que sacara la lengua de mi boca.

La forma en que me miraba, con un hambre descarado en esos ojos marrones, me hizo creer que él pensaba lo mismo.

—¿Qué haces aquí afuera? —preguntó, mientras Akamaru me lamía la cara.

—Te esperaba.

Su frente se frunció, pero me ayudó a levantarme fácilmente.

—Buena respuesta, ¿quieres entrar?

Asentí, y entramos, dirigiéndonos directamente a la cocina. Sacó dos botellas de agua de la nevera y me ofreció una.

—No, gracias —le dije, asustada de que si bebía el agua, se me regresara en un segundo.

—De acuerdo —dijo, y se tomó el agua.

Maldita sea, incluso los músculos de su garganta eran sexys.

—¿Y por qué estabas sentada en el porche como una extraña? Tienes una llave —indicó mientras tiraba la botella vacía a la papelera.

—Siento que esa llave se tornó complicada —expliqué, arrastrando los ojos por los músculos de su espalda mientras se giraba para agarrar la otra botella.

Sabía que Neji lo presionaba en el gimnasio, pero maldita sea. Solo maldita sea. En el pasado, siempre llevaba una camisa a mi alrededor, a menos que estuviéramos en el lago, y para ser honesta, no lo miraba.

No tenía sentido querer lo que sabías que no podías tener. Pero ahora podría tenerlo.

Era como si siete años de frustración sexual reprimida me estuvieran golpeando de repente, derrumbando los muros de mis defensas con un ariete hecho de acero puro... algo así como su cuerpo.

—Des-complícalo. Tienes una llave, así que úsala.

Me miró intensamente con esos ojos, y casi me derritió. ¿Era este el encanto por el que deliraban las otras chicas en el bar? ¿Acaso nunca lo había usado antes conmigo?

—Me la diste... ya sabes... antes.

—¿Antes de qué? —preguntó.

Solté la respiración a través de un rugido de mis labios.

—Vamos, ya sabes.

Su sonrisa se apoderó de mis bragas en llamas. Lo bueno es que sabe cómo quitarlas.

—Dilo.

—Antes de que me besaras y dejara de ser la Ino mejor amiga y me volviera... Ni siquiera sé. ¿La Ino besable?

Caminó hacia delante hasta que quedó a un paso de mí, lo bastante cerca para tocar, pero no.

—Siempre has sido la Ino besable, solo que nunca se me permitía besarte como quería. También eres la Ino follable…

—¡Kiba! —Mis mejillas ardían.

Su sonrisa era amplia y muy hermosa.

—Oh no, no tengo nada que perder. Ya no andaré con sutilezas. Ya no tendré que tener cuidado a tu alrededor. Ya no haré mi mejor esfuerzo para no mostrarte cuánto te quiero.

Oh Dios, era bueno.

Solo sus palabras me prepararon para desnudarlo en la cocina. O tal vez eso es por tener un año sin sexo.

—De acuerdo —susurré. Patética.

Me acarició la mejilla con el pulgar.

—Pero sigues siendo la Ino mejor amiga. Eso nunca va a cambiar, no importa cuántas veces te bese o cuán a menudo me dejes tocarte. Si decides que ese fue el único beso que vamos a compartir, seguirás siendo mi mejor amiga.

El pensamiento ablandó mi estómago.

—¿Estarías bien si cortara contigo?

—No. Simplemente me esforzaría al máximo para convencerte de lo contrario.

—Oh.

—Oh —repitió, y me besó ligeramente la frente antes de retroceder.

Una puñalada de decepción me golpeó justo entre los muslos.

—Entonces, ¿qué te hizo pasar por aquí? —Miró su teléfono y lo bajó— Sé que tienes que trabajar en veinte minutos.

—Como que terminé llegando hasta acá.

—Está bien. Me gusta verte.

Se llevó la segunda botella de agua a los labios y tomó un sorbo, sin apartar la mirada en ningún momento.

Había algo tan ordinario en el movimiento, la facilidad que existía entre nosotros que me hacía anhelar un futuro diferente… que me hizo preguntarme si era posible cambiar el rumbo en mi vida.

—Iré —dije de repente—. Por el fin de semana —corregí.

—¿En serio?

Su cara se iluminó como la vez que le di entradas para el concierto de Mumford & Sons para su cumpleaños.

—Sí —respondí.

Me hallaba en sus brazos antes de que terminara la palabra, mientras me daba vueltas alrededor de la cocina contra su pecho muy caliente y sudoroso.

—¡Te va a encantar! —prometió, mientras girábamos.

La risa burbujeaba en mi pecho, y me sentía más ligera de lo que había estado en años, como si él hubiese recogido algo más que mi peso… como si hubiese levantado mi alma.

—¿Puedo besarte? —preguntó, sus ojos cayendo a mis labios.

—Sí —le dije— Pero mejor que sea rápido. Tengo que irme en cinco minutos.

Suspiré cuando sus labios rozaron los míos, reaprendiendo la sensación de ellos. Entonces nuestras bocas se abrieron, y el dulce beso se volvió caliente tan rápido que mi cabeza dio vueltas… Buen Dios, el hombre podía besar. Consumió todos mis pensamientos, hasta que mis únicas preocupaciones eran lo cerca que podía estar y cuánto más profundo podía besarlo.

Finalmente me apartó las manos de su cuello.

—Será mejor que te vayas antes de que te mantenga aquí conmigo.

—No estoy segura de que eso me importaría.

Gimió y me bajó, retrocediendo lentamente.

—Ve. Ahora. Solo prepárate para el viaje perfecto a Colorado, porque entonces serás mía.

—Me gusta la forma en que suena. Mía.

—A mí también —respondió suavemente.

Esto era bueno. No, esto era mejor que cualquier cosa que había sentido. Y cuando me miraba así, como si hubiera estado esperando toda una vida para probarme y ahora planeaba su ataque, me derretí.

¿Cómo habíamos hecho esto? ¿Pasar de amigos a adolescentes calientes en el lapso de dos días?

—Ve, Ino.

Se pasó la lengua por el labio inferior y supe que si me quedaba un momento más, nunca llegaría al trabajo. Nunca.

Corrí.