Día 8.
Prompt: Foot Worship/Foot Job
Trigger Warning: Sexo explícito, masturbación, sexo oral (felación), Swallowing, Licking, Foot Massage, Foot Worship, Foot Job, referencias a sexo anal y pezones.
Foot Worship: Fetiche consistente en adorar los pies de la otra persona. Pueden ser los pies desnudos, pero también con calcetines o calzado.
Foot Job: Masturbarse utilizando los pies de la otra persona.
NOCHE DE PELÍCULAS
Las noches de los sábados son noche de películas. Harry adora los sábados.
Comprar una televisión muggle ha sido uno de sus grandes logros. Cuando Draco y él se fueron a vivir juntos, Lucius Malfoy le ofreció Malfoy Manor a su hijo. Tras su estadía en Azkaban, por reformado y vacío de dementores que estuviese la prisión, tanto él como Narcissa se habían retirado de la vida pública, yéndose a vivir a un soleado pueblo de la Costa de la Luz española. Harry, no obstante, se había negado. La enorme mansión, ahora vacía y preservada de las inclemencias del paso del tiempo y limpieza con magia, le produce escalofríos sólo de verla.
Primero se mudaron a Hogsmeade, cerca de Hogwarts, para que Harry pudiera llegar al castillo dando apenas un paseo, pero el hecho de ser ambos conocidos por toda la comunidad mágica había acabado por cansarlos. Después, habían probado suerte en una casita muggle al margen de Godric's Hollow. Draco lo había intentado, de veras, pero no había conseguido adaptarse. Estropeaba los electrodomésticos muggles al utilizar magia cerca de ellos para realizar las tareas, argumentando, con razón, que era mucho más cómodo mover la varita y dejar los platos lavándose solos que llenar el lavavajillas manualmente. Tras provocar un pequeño incidente al encender un fuego encima de la placa eléctrica de la cocina para cocer una poción, Harry se había rendido a la evidencia: eran magos, no muggles.
Y, aunque le pasa como a Hermione, que echa de menos muchas de las características del entorno muggle de su infancia, en su caso mayormente mitificadas a través de los recuerdos y el paso del tiempo, tiene que reconocer que no eran prejuicios de Draco, sino la simple lógica de vivir en un hogar con chimenea conectada a la red flu, con estantes mágicos que almacenan la enorme cantidad de libros de los que Draco es propietario en apenas el espacio de unos pocos, cocina con llama que permite fabricar pociones (Harry ha descubierto que el sistema eléctrico de los muggles afecta a la calidad de las pociones, que requieren estrictamente fuego), y un enorme jardín donde tener acceso a plantas mágicas, incluso aunque conlleven plagas mágicas.
Pero echaba de menos una televisión. Cuando era pequeño, no podía ver la que había en casa de sus tíos. Dudley llegó a tener una propia en su cuarto, pero para esa época ya había empezado o estaba a punto de comenzar Hogwarts. Aunque su primo no se habría desecho de ella, al contrario que de las decenas de otros objetos que lo cansaban al cabo de unos días o semanas. Harry ha asociado durante toda una vida ver televisión a algo deseable, algo normal. Como beber refrescos. O salir de paseo a conocer lugares.
Ahora puede beber todos los refrescos que quiera, aunque en realidad no lo hace porque le resultan demasiado dulces. Al contrario que Draco, que es un goloso adicto al azúcar y que nació con un metabolismo capaz de sintetizarla sin horas de ejercicio, al contrario que él. También puede visitar todos los sitios que quiera. Cuando Draco se enteró de ese particular deseo suyo, empezaron a hacer excursiones: al zoo, a un parque acuático, a la playa, senderismo por las escarpadas montañas de Snowdonia, visitar Stonehenge o viajar al extranjero.
E ir al cine.
No hay nada que Harry recuerde más normal de sus solitarios veranos en casa de los Dursley, además de la continua tensión por la posible aparición de Voldemort o su primo Dudley, que a lo mejor no era un déspota que quería gobernar el mundo, pero sí era cruel y solía estar mucho más cerca, que el de los otros chicos y chicas de su vecindario yendo al cine los fines de semana. Así que Harry había arrastrado a Draco a una sala. Este había acudido de buen grado: al parecer los prejuicios muggles de sus padres no se extendían a las óperas, conciertos sinfónicos o representaciones teatrales. En sus propias palabras, los propios Malfoy han financiado durante toda la era moderna dichas actividades para granjearse el favor de nobles y reyes.
Había sido un éxito. Draco había quedado extasiado con la película y, entusiasmado, habían convertido en una rutina ir al cine todas las semanas. Sólo que, en lugar de esperar al final de esta, escogían los días y sesiones menos concurridos. A veces, si la película no era especialmente famosa, llegaban a estar solos en la sala, casi como si fuesen los propietarios de un cine privado.
Al mudarse a su actual vivienda, una pequeña y sólida construcción enclavada en algún punto del hermoso paisaje escocés, lo suficientemente cerca como para aparecerse en las afueras de Hogwarts sin problema, cerca de un pequeño pueblo muggle dotado de suficientes servicios como para que Harry pueda sentirse todavía en contacto con esa parte de sí, se habían cerciorado de este tuviese un pequeño cine local. Es diferente de las enormes salas de multicines con películas de estreno y carta para elegir, y no suelen traer todas las novedades del momento, pero tanto Draco como él son clientes habituales.
Sin embargo, el propio Draco había acabado admitiendo que no era suficiente. Las tardes, sobre todo las de invierno, son largas. Harry había lamentado que, al menos, en un televisor podrían ver películas. Salvo… que la pequeña casa no tiene electricidad. No está conectada en absoluto a la tecnología muggle más básica. Su luz, fuego, agua caliente, tratamiento de aguas residuales… todo funciona con magia.
Una tarde, Draco se había sujetado de su brazo, apareciéndolos a ambos en la ciudad más cercana, y le había ordenado encontrar uno de esos televisores de los que hablaba tan a menudo. Harry, acostumbrado a las excentricidades de su novio, le había hecho caso. Pensando que sólo querría ver cómo funcionaba un televisor, igual que pasó con el cine, lo había guiado hasta el escaparate de una tienda de electrodomésticos, donde varios estaban encendidos, mostrando diferentes canales de la televisión pública. Sin embargo, Draco no se había detenido a mirarlos más que unos instantes, con los ojos entrecerrados y la cabeza ladeada, antes de dar una vuelta más a la bufanda alrededor de su cuello para no pisarla y entrar dentro del establecimiento.
Durante la siguiente hora, Harry trató desesperadamente de mantener la atención de la agradable dependienta en él, explicándole pacientemente las características, mientras su novio examinaba detenidamente uno de los televisores en exposición, esperando que no descubriese la varita que Draco había sacado disimuladamente del bolsillo y con la cual estaba golpeando suavemente en diferentes partes del electrodoméstico, que ningún televisor se estropease por el efecto de la magia sobre ellos y que no oyese los continuos murmullos de este para sí mismo. Aliviado, había suspirado cuando Draco se había levantado, escondiendo de nuevo la varita, preguntando educadamente por algo para escribir. La dependienta había regresado con una libreta y un bolígrafo, que Draco había examinado con mucho interés antes de garabatear algunas palabras, arrancar el trozo de papel escrito y guardárselo en la gabardina. Después, le había indicado a la dependienta que escogiese el televisor que considerase más conveniente para las medidas de su salón, ignorando su desconcertada mirada.
Harry había abandonado la tienda con la caja de un enorme televisor cargada en brazos, atónito, y sin haber encontrado el momento de preguntar a Draco de qué iba todo aquello.
«Espero que la Aparición no lo estropee», había dicho Draco una vez fuera, tomándolo del codo, mirando a su alrededor para cerciorarse de que nadie estaba mirando, y regresando a ambos a casa.
«¿Draco?», se había atrevido a preguntar Harry, pero este estaba demasiado ocupado en sacar el televisor de la caja, desechando los cables descuidadamente a un lado. Después, le había entregado el trozo de papel que había escrito en la tienda.
«Entrega esto a Granger. Sabrá qué hacer con ello».
Un par de días después, el televisor estaba colgado mágicamente en una de las paredes de su salón, a un lado de la chimenea. Un amplio y cómodo sofá de dos plazas había derrocado a los dos sillones orejeros que utilizaban para leer delante del fuego. Y, a pesar de no haber ningún cable conectado al televisor, este mostraba una nítida imagen de varios canales. Hermione, tras examinar las sugerencias de Draco y gracias a su trabajo en el Ministerio, había desarrollado varios hechizos, uno de ellos que protege la infraestructura del electrodoméstico. Entre Draco y ella habían conseguido que incluso el mando a distancia funcionase.
Y así, los sábados por la noche se convirtieron en la noche de películas.
Y Draco adora los sábados. Precisamente, porque las noches de los sábados son noche de películas.
Inicialmente, Draco se había preocupado por lo mucho que Harry echaba de menos algunas de las facetas de su vida muggle. Pero la irrupción del televisor en casa, después de que Harry mencionase la posibilidad de ver cine en él, había captado su interés. Dispuesto a hacer algo porque Harry pudiese tener al menos un poquito de su nostálgica vida muggle en casa y atraído por la idea de poder ver películas con él en cualquier momento, sin necesidad de esperar a que cambien la cartelera del cine del pueblo o hacer un trayecto de chimenea y una aparición para ir a unos multicines de Londres, había examinado varios libros de la biblioteca de Malfoy Manor a escondidas de Harry, buscando alguna forma de combinar electricidad y magia. El pequeño toque de Hermione, que ha conseguido registrar el hechizo en el Ministerio, alegrando la vida de miles de magos de origen muggle en toda Europa y que les reportará a ambos pingües beneficios económicos, fue determinante para conseguirlo, pero ahora el televisor funciona y ambos pueden ver películas en la comodidad de su casa.
Eso, y que Harry sonríe mucho más ahora, incluso aunque apenas utilice el televisor más que para ver películas con él o tenerlo encendido de fondo mientras cocina o limpia la casa.
Los sábados, Draco llega de trabajar a mediodía salvo que tenga guardia. Harry no suele tener que ir a Hogwarts los fines de semana y si lo hace, trata de coordinarse con los mismos días que Draco tiene guardia, pero sí trabaja corrigiendo trabajos o exámenes desde casa. Las tardes las pasan limpiando la casa, saliendo a pasear o comprar y a veces cenando fuera. Cuando regresan, es cuando Harry enciende el televisor y ambos se tumban en el sofá, dispuestos a ver la película que emitan esa semana en el canal especializado para ello. Les da igual el género, duración o calidad, sólo se recuestan y ven la película.
Al menos, a veces.
El televisor llevaba ya un par de años en la casa cuando a la tradición de las noches de películas se había unido otra muy diferente.
—La película va a comenzar —llama Harry a Draco, impaciente. Este sigue en la ducha, probablemente tratando de entrar en calor debido al frío exterior que han sufrido mientras trataban de encontrar un lugar desde el que volver a casa tras la cena.
—Ya voy, todavía faltan tres minutos —responde Draco, arrastrando las palabras. Va vestido con un pantalón de pijama largo y se está abotonando la camisa cuando entra al salón. Antes de que tenga tiempo de quejarse, Harry lanza un hechizo a la chimenea, avivando el fuego para que su calor se extienda por toda la sala.
—Siempre te pierdes los minutos de créditos —protesta Harry, que ha dejado el mando a distancia a un lado, recostándose en el sofá. Draco lo fulmina con la mirada, a punto de soltar un sarcasmo sobre quien presta más atención a la película, pero su novio tiene los ojos entrecerrados, forzando a su miopía a leer los nombres que salen en la pantalla.
—Tienes que ir a renovarte el hechizo ocular, Harry —suspira, sentándose en el sofá él también.
—Ya, lo sé.
—Llevas diciendo «Ya, lo sé» tres semanas. —Harry se vuelve hacia él, con rostro culpable. Draco sabe que los efectos secundarios del hechizo para corregir su miopia (fotofobia, dolor de cabeza, mareos y posible visión doble durante uno o dos días) son la peor parte de tener una vista perfecta durante doce o trece meses seguidos, pero hace mucho que Harry no sabe siquiera dónde tiene guardadas las horrorosas gafas redondas que usaba antes de aplicárselo por primera vez y el hechizo lleva un mes perdiendo efectividad—. Sólo escoge un día y yo te acompañaré.
Harry asiente. Draco se recuesta en el extremo contrario a Harry. No es una posición muy cómoda para ver la película, pero ahora mismo esta le importa más bien poco. Harry se acomoda frente a él, con las piernas cruzadas y Draco deja las zapatillas de felpa en el suelo para poner los pies en su regazo, que Harry acoge entre sus manos al instante.
Las noches de películas también son noche de masaje en los pies.
Claro que Draco es un novio afortunado, porque Harry adora hacerle masajes de pies cualquier día de la semana, en cualquier momento.
Harry también es un novio afortunado. Draco adora que le masajee los pies y le permite tocarlos y acariciarlos a su gusto cuando quiera.
Todo empezó exactamente así, una noche de películas. Draco es alguien observador, al que se le escapan pocos detalles. Uno de ellos, desde que convive con Harry, es que este mira fijamente sus pies descalzos cuando cree que nadie está pendiente de él. A veces se queda absorto durante minutos enteros. Draco había probado incluso a mover los dedos, tratando de despertarle de su ensimismamiento, pero eso sólo había hecho que Harry tragase saliva con fuerza.
También se percató de que Harry le tocaba los pies si tenía excusa para ello. Si Draco estaba tumbado en la cama, encima de las sábanas, y Harry pasaba al lado, le apretaba suavemente el pie a modo de saludo. Se apresura a hincar una rodilla en el suelo si el cordón de su zapato se desata, poniéndole el pie en la pierna que no ha apoyado para solucionarlo. Cuando se duchan o se bañan juntos, Harry insiste no sólo en frotarle la espalda o el culo como pasos previos a follar, también se cerciora de lavarle todo el cuerpo, terminando por los pies, los cuales lava cuidadosamente. Si están viendo una película y Draco se ha tumbado en el sofá, pasando las piernas por encima de las rodillas de Harry, este le acaricia las piernas, pero inevitablemente su mano más cercana acaba deslizándose alrededor de sus tobillos el dorso de los pies. O, cuando follan y ambos se sientan frente a frente, con las piernas enredadas y los pies a cada lado de sus caderas, para masturbarse el uno al otro, inevitablemente una de sus manos acaba apretando uno de los pies de Draco en el orgasmo.
Toques aparentemente casuales que siempre llevaban asociada una sonrisa feliz y complacida cada vez que los efectuaba.
Bastante convencido de que sus conclusiones eran correctas, Draco había ido más allá una de las noches de películas. Harry se había sentado de lado, con las piernas encima del sofá, enredadas con las de Draco, y la cabeza sustentada por el codo que había apoyado en el reposabrazos. Al tener una pierna relajada sobre el cojín y la otra, con la planta del pie apoyada en el sofá, con la rodilla flexionada, Draco había visto la oportunidad. Fingiendo removerse para ponerse más cómodo, había apoyado cuidadosamente uno de sus pies justo en la entrepierna de Harry, en lugar de hacerlo en el muslo, como hace cuando busca calentárselos, y luego había observado cuidadosamente la reacción de Harry.
Este no había dicho nada, ni tampoco había apartado la vista del televisor, pero su mirada se había desenfocado y su respiración se había vuelto superficial. Debajo del pie de Draco, su polla se había puesto dura. Harry había acabado con dolor de cuello de la tensión de no volver la cabeza para mirar qué estaba ocurriendo. Y con un tirón en la espalda para no removerse y que Draco quitase el pie. Este había fingido no darse cuenta de cómo Harry tragaba saliva con fuerza constantemente y no apartó el pie durante todo el tiempo que duró la película, ajeno a lo que ocurría en ella, preguntándose cuánto tiempo duraría la erección de Harry teniendo en cuenta que no estaba moviendo el pie ni estimulándola de manera alguna.
No perdió ni un ápice de dureza. Ni siquiera cuando la película acabó y ambos se fueron a la cama.
Esa noche, los gemidos de Harry habían sonado tan altos mientras Draco lo follaba, corriéndose con los ojos cerrados y sin tocarse, que había tomado la decisión, igual que cuando le compró el televisor, deseoso de verle sonreír todo el tiempo.
Primero lo había intentado cuando follaban. Draco se las había apañado para tumbarlo en la cama y sentarse entre sus piernas, con las plantas de los pies apoyadas sobre la cama cerca de sus manos, inclinándose hacia adelante en una incómoda posición para chupársela. Harry no había captado el mensaje ni la insinuante oferta, pero cuando el placer del orgasmo le había hecho perder la razón, justo unos segundos antes de avisarle de que iba a correrse y Draco chupase con más fuerza, sus manos habían agarrado sus pies con fuerza, para luego soltarlos. Y, de nuevo, esa sonrisa en la cara, feliz de haber podido obtener ese inocente roce, conformándose.
Porque Harry es mejor persona que Draco y siempre lo ha sido, aunque lo niegue, y acepta a Draco tal y cómo es y lo que este quiere darle. Por eso está Draco tan loco por él, tan enamorado como el primer día que por fin se dio cuenta de que era así.
Lo siguiente que había intentado había sido repetir la maniobra del sofá, posando su pie casualmente sobre la polla de Harry. Este se había puesto duro al momento y esta vez sí había mirado a Draco, que le había correspondido con lo que esperaba que fuese una sonrisa incitante e invitadora. Harry se la había devuelto, de nuevo feliz ante el roce, pero sin hacer nada más, el muy idiota. Draco incluso había movido el pie, frotándolo descaradamente, pero Harry, visiblemente sonrojado y excitado, se había reacomodado para evitar que Draco pudiese seguir haciéndolo.
Ahí había comprendido que Harry se sentía culpable por sentirse bien por algo que el propio Draco estaba provocando. Y que no se había dado cuenta precisamente de este último detalle. Harry, siempre tan sorprendentemente obtuso para captar los mensajes de Draco, había necesitado tres meses de indirectas para comprender que este lo estaba invitando a salir a una cita juntos.
Tras valorar un enfoque más práctico, menos Slytherin, como abordar el tema directamente con él en una charla, Draco lo había descartado. Al menos por el momento. Confía lo suficiente en su astucia como para estar seguro de ser capaz de llegar al denso cerebro de cualquier Gryffindor, aunque este se apellide Potter y sea su jodido novio.
Así que una tarde se había quejado audiblemente de que estaba muy adolorido, con la esperanza de que la valiente galantería propia de un Gryffindor como él se apresurase a aprovechar la oportunidad y ofrecerle un masaje. No contaba, desde luego, con su honestidad. Ni tampoco con el hecho de que Harry está completamente inmunizado contra sus quejas. Algo lógico: no se queja jamás de menos de tres cosas a la hora y tiene por norma ser insufrible si hay algo que no le gusta. Lo dicen las normas de salir con un Malfoy, como suele bromear Harry cuando, con una sonrisa y un beso, las acalla.
Desesperado por hacer entender a Harry que su felicidad es importante para él y que no tiene por qué ocultar ni arrepentirse de las cosas que le gustan, Draco decidió un día, tras ducharse y ponerse ropa cómoda para estar en casa, sentarse en el sofá al lado de Harry. Cruzó una pierna sobre la otra y empezó a darse un masaje en la planta de los pies a sí mismo.
«Hoy he pasado muchísimas horas caminando y los pies me están matando», se había quejado, observando que la mirada de Harry se desviaba automáticamente hacia sus manos y se lamía los labios inconscientemente. No había añadido nada más, temiendo que una retahíla de quejas y protestas, más propia de lo habitual en él cuando finge estar molesto y que Harry tiene perfectamente calada, dé al traste con su plan. Como el chico moreno no decía nada, limitándose a mirar cómo Draco se masajeaba los pies a sí mismo, había puesto los ojos en blanco. Con un mohín, había insistido: «¿Te importa?»
Sin darle lugar a contestar, había puesto ambos pies encima del regazo de Harry, que los había mirado asustado, como si fuese la primera vez que los veía. Pero al final, comprendiendo por fin que Draco le estaba dando permiso para hacerlo, los había sujetado con reverencia, acariciándolos y masajeándolos. Draco había tenido que contener una carcajada, porque la mirada de adoración de Harry, la forma en la que los manipulaba con extremo cuidado, su sonrisa extasiada… todo había salido tal y como él quería.
Además, el masaje era muy agradable, mucho más de lo que había supuesto, así que para él era una clara situación donde ambos ganaban.
Harry había alargado aquel masaje, tratando de memorizar todos y cada uno de los detalles en su mente, durante más de una hora. Primero un pie, luego el otro. Las plantas, los dedos, la parte que se apoya más al caminar. El talón, áspero. Los tobillos, delgados y huesudos. Los tendones del dorso, que se tensan cuando Draco mueve los dedos. Cuando no se le había ocurrido ninguna manera más de continuar, de que el momento no terminase, había dejado el pie de Draco cuidadosamente encima de su regazo, mirándolo con anhelo y conteniendo la respiración para controlarla.
«¿Harry?», le había preguntado Draco, tratando de llamar su atención. Este había alzado la cabeza, alerta, como un niño pillado en falta. Draco se había colocado de manera que su erección, presionando contra la ropa, no pasase desapercibida. «¿Te importaría seguir un poco más?»
Parpadeando, igual que si acabase de salir de un hechizo, Harry se había apresurado a asentir. Esta vez no había mirado a los pies de Draco para no perderse detalle de cómo este se bajaba los pantalones lo justo para liberar su erección y se masturbaba mientras los dedos de Harry seguían tocando sus pies. Al acabar le había sonreído. Y, por fin, Harry había captado la indirecta.
«¿Necesitas que me haga cargo de ti?». Harry había negado con la cabeza, avergonzado. El interior de sus calzoncillos estaba mojado y pegajoso, había durado incluso menos que Draco.
Ahora lo está masajeando, la película olvidada, pero no es igual que aquel primer día. La práctica hace maestros, Draco puede jurarlo. Harry es capaz de conseguir que ronronee de placer sólo con presionar en los sitios adecuados de sus pies. Y sabe perfectamente qué sitios son. A pesar de que Draco nunca ha sentido predilección porque le toquen los pies (y no tiene interés en los pies de Harry y este no ha dejado entrever que lo desee, aunque a veces mientras se lo folla, con sus piernas cargadas sobre los hombros, le deposita un beso en el dorso o en la planta, sólo para demostrarle que es algo bueno y gratificante para él recibirlos también), su pene reacciona con sorprendente facilidad, poniéndose duro a los pocos instantes. Sabe que es normal, que un masaje en la espalda o en las piernas le provocaría una respuesta similar, pero gran parte de su excitación no viene solo del tacto de las manos de Harry sobre su piel, sino de su sonrisa extasiada, de su cara de placer y de que este está tan duro como él.
—Tienes los pies muy suaves —murmura Harry, encantado. Siempre dice eso. Draco pone los ojos en blanco.
—Culpa tuya.
Es así. Es Harry ahora quien se encarga de frotar las asperezas del talón de Draco, de cubrirlos de crema por las noches, de recortar sus uñas. No lo hace como algo sexual, pero sí hay algo erótico en la dedicación que pone.
Ahora, los dedos callosos de Harry, ásperos, contrastan con la suavidad de la planta del pie de Draco, que se estremece cuando la uña de Harry la recorre lentamente, cosquilleándole. Harry sonríe, complacido, y se lleva el pie al rostro. Con la lengua, lame exactamente el mismo recorrido que ha hecho con la uña, desde el talón hasta el dedo medio. Con los ojos turbios por el placer, Harry se mete el dedo grueso en la boca y succiona. Mira por encima del pie a Draco, igual que hace cuando le está haciendo una mamada. Y el condenado mueve la cabeza exactamente igual, como si el dedo de Draco fuese su polla.
Harry sonríe, con el dedo todavía en la boca, porque el rostro de Draco refleja que su gesto ha funcionado. Eso, y su mano, menos sutil, que se aprieta inconscientemente la polla por encima del pantalón.
Introduce la lengua entre los espacios de cada dedo, separándolos. Se mete los dedos en la boca por turnos. Lame el dorso, el lateral, la planta del pie, empapándola en saliva. Mordisquea el talón. Frota la cara contra él. Respira encima, para que Draco se retuerza por las cosquillas. Y luego repite un proceso similar con el otro.
—¿Qué quieres hacer? —pregunta en un momento dado.
A veces, Draco está tan relajado por el masaje de Harry que sólo le apetece que este se incline hacia adelante y le chupe la polla. Cuando es así, Harry lo hace complacido mientras se masturba a sí mismo. Se aplica lo mejor que sabe, lamiendo su culo y sus huevos antes de meterse el pene de Draco en la boca y dejar que este decida si quiere dejarse hacer hasta derramarse dentro de su boca o si prefiere sujetarle la cabeza y empujar con las caderas con fuerza hasta encontrar él mismo el orgasmo en el fondo de la garganta de Harry.
Otras, Draco está tan excitado que quiere follar. Dobla a Harry en dos, bocarriba, y lo penetra rápidamente al mismo tiempo que mantiene sus piernas abiertas por el método de sujetarle por las plantas de los pies. A Harry le encanta que su novio sea tan atento y le bese los pies como muestra de cariño, porque es algo que le encanta. O que entrelace los dedos de sus manos con los de los pies de Harry. Si antes de empezar a salir con él alguien le hubiese dicho que el frío y borde Malfoy podía llegar a ser este atento y galante Draco, no lo habría creído. No siempre es así. De vez en cuando, Draco opta por hacerlo ponerse bocabajo o doblarlo sobre el borde de la cama o el sofá. Lo bueno de esas posturas es que Draco parece incapaz de separar su lengua del culo de Harry durante un buen rato. Y, si Draco se siente perezoso, pero no tanto como para conformarse con una mamada, es Harry quien lo cabalga, dejándose caer hacia atrás para apoyarse en los tobillos y los pies de Draco y multiplicar las sensaciones de su orgasmo.
Y luego están los días como hoy.
—Hoy soy tuyo —murmura Draco con la voz ronca.
Los días favoritos de Harry.
No hay nada que lo haga más feliz que una noche de películas con masaje en los pies y que Draco le permita disponer de él a placer. Bueno… quizá sí hay algo más. Ver a Draco sonreír tras el orgasmo, vulnerable y dulce, el gesto altanero de sus labios y el constante mohín de protesta desaparecidos durante unos minutos. También aparece esa sonrisa cuando Harry le susurra un «te amo» al oído, por eso las repite constantemente. Como ahora.
—Te amo.
—Lo sé, Potter. —Y la sonrisa de Draco hace que el corazón de Harry lata con tanta fuerza que parece querer salir de su cuerpo.
Ayuda a Draco a desnudarse y luego hace lo mismo. Con la varita, invoca un bote de lubricante que acude volando desde el dormitorio. Con la destreza conservada de sus años de colegio, lo atrapa limpiamente en el aire y deja caer el líquido de su interior de forma abundante sobre los pies de Draco, sus manos y su propia erección. La mirada de súplica de Draco le hace inclinarse hacia adelante, empapando también la erección de Draco, que comienza a masturbarse con movimientos lentos y suaves, tratando de alargar su orgasmo lo más posible.
Harry masajea los pies de Draco de nuevo, extendiendo el lubricante, y luego hace lo mismo con su polla. Arrodillándose en el sofá, guía los pies de Draco para que este rodee su polla con ellos. Draco es mucho más hábil que Harry captando indirectas y aprieta los dedos de los pies para rozarle los huevos, sabiendo que esto es algo que le gusta. Jadeando de placer, Harry frota su polla por la planta de ambos pies, facilitando el roce gracias al lubricante. Pronto, cada uno está inmerso en buscar su propio placer, sin dejar de mirarse a los ojos con sonrisas extasiadas: Draco masturbándose a sí mismo con una mano mientras con la otra se acaricia los testículos con suaves apretones o se pellizca un pezón; Harry follándose los pies de Draco con movimientos lentos y largos al principio y cortos y rápidos cuando la urgencia del orgasmo aparece.
Draco es el primero en correrse. Lo hace con un gemido largo y agudo, levantando las caderas. El primer chorro de semen salpica hacia arriba y cae sobre su pecho. Los demás, con menos fuerza, se acumulan en su abdomen y en el pubis. Inconscientemente, ha apretado los pies sobre la polla de Harry, incrementando la presión.
Este tarda un poco más. El lubricante ha comenzado a secarse y la fricción es más fuerte, algo que lo vuelve todo más rudo y excitante. Draco contempla con cariño la cara de Harry arrugarse mientras emite un largo sollozo grave que vibra en su garganta cuando se corre, manchando las plantas de los pies de Draco con su semen.
—Joder… —susurra Harry, jadeando.
—Eso mismo, Potter —bromea Draco. Harry celebra su mal chiste con una risita y Draco lo adora aún más por ello.
—Voy a limpiarte —dice Harry cuando ve que Draco busca la varita para hacer un hechizo de limpieza, deteniéndolo. Este asiente, relajándose de nuevo sobre el sofá.
Harry pasa la lengua por los pies de Draco de nuevo, esta vez buscando todas y cada una de las gotas de semen que han caído en ellos. Procura no olvidar ninguna. O eso se dice, como excusa para volver a lamer los pies de su novio una vez más antes de volver a vestirse y continuar viendo la película. Luego se inclina hacia adelante, depositando suavemente los pies de Draco sobre el cojín, y hace lo mismo con el pequeño charco que se ha formado en el pubis de este, en la gota que se desliza por su polla ya a medio camino de terminar de relajarse. Considera su tarea finalizada después de pasear la lengua por el abdomen y el pecho de Draco, buscando dónde ha caído el primer chorro de semen de este y, a modo de despedida, le muerde con fuerza el pezón que ha estado pellizcándose mientras se masturbaba, haciendo que dé un respingo.
—¡Está sensible! —protesta Draco, incapaz de ocultar en su voz lo mucho que le ha gustado.
La película ya pasa de su primer tercio cuando se visten y se acomodan para verla. No importa, como no importa el género, la duración o la calidad de esta. Sólo sentarse juntos a hacer algo tan muggle y fascinante como ver una historia contada por imágenes. Y, por supuesto, dejar que las noches de películas, las noches de los sábados, sean una cita placentera y deseada por ambos durante toda la semana.
Nota final: Este es uno de mis kinks favoritos en el Drarry. Rara vez me resisto a meterlo (y si no lo hago es por no sonar repetitivo xDDD). Mientras que en otros opté por cambiarlos (como el de Free Use en el BakuDeku), este no podía menos que dejarlo. Me apetecía muchísimo y tenía la idea más o menos clara desde el principio xD.
