N/A: Otro one-shot relacionado con Codicia Corrupta, esta vez a petición de la maravillosa, increíble y talentosa twinkletoph (espero/confío/deseo que hayáis leído sus fics si sabéis inglés. Podéis encontrarlos en AO3 ღ u_u)
Recomiendo haber leído el otro fic para entender bien este, aunque si aun así te vas a quedar déjame ponerte un poco en contexto: Toph ha estado algunos meses viajando por el Reino Tierra buscando maestros metal para integrar a la fuerza policial y Sokka ha estado esperándola en Ciudad República.
Mi corazón pervertido no es capaz de escribir romance sin escenas subidas de tono, aunque sorprendentemente este fic no tiene descripciones explícitas... Te recomiendo aun así que leas bajo tu propia responsabilidad n_n'
Dicho esto, y sin más dilación, espero que disfrutéis de la lectura!
Reencuentro
Decían todos los acólitos del aire que el clima seguía siendo frío, que el agua del mar seguía helada aun con el bochorno insoportable del mediodía, y Katara y él se echaban a reír con cierto desdén. «Nada que una sureña no pueda soportar», contestaba su hermana con complicidad, y Sokka sonreía ampliamente en respuesta. Incluso Aang, que siempre disfrutaba de un buen chapuzón, se reservaba hasta que el verano llegara en condiciones.
Aquella tarde, sin embargo, Katara debía cumplir con sus obligaciones en el hospital: supervisar a sus alumnos sanadores mientras atendían a los enfermos y ponían en práctica toda la teoría adquirida. Aang permanecía en lo alto de la isla, ultimando detalles en el templo tras años de construcción junto a los acólitos, y Sokka por su parte tenía el día libre, algo que habían acordado entre concejales para no perder la cordura entre el montón de faena que faltaba por gestionar. Habían estado meses trabajando sin parar y decidieron librar un día por semana para así permitirse olvidar todo durante unas horas e intentar –porque quedaba en un intento– hacer vida normal.
Decidió bajar a la playa después de que el sol del mediodía recalentara el ambiente y la humedad se le mezclara en la piel junto al sudor. Le sobraba la ropa; se le pegaba desagradablemente al cuerpo, como si lo asfixiara. Empezó por retirarse las botas en cuanto puso un pie en la arena y caminó recreándose en el agradable contacto contra la planta de los pies. Inevitablemente Toph le vino a la cabeza cuando asoció esa sensación a ella. Si debía ser honesto consigo mismo, llevaba meses relacionando cualquier tontería con ella; pensaba en Toph a cada momento, en todos lados, con cada nimiedad absurda. ¿Qué le iba a hacer, si la echaba tanto en falta?
Una vez frente al agua se desvistió, tiró despreocupadamente la ropa sobre la arena y se soltó el cabello. No perdió tiempo en echar a andar hacia el mar. Sólo la temperatura ralentizó su ímpetu hasta hacerlo detenerse con la piel de gallina y los músculos prácticamente tensándose. Sí, efectivamente estaba fría; a los acólitos no les faltaba razón. "Pero esto no es nada que un sureño no pueda soportar," se repitió internamente las palabras de Katara, "y es normal sentirla tan fría si el cuerpo te hierve de calor". Alzó la mirada al cielo azul, que no contaba con una sola nube, y aún tuvo que cubrirse los ojos cuando la fuerza del sol prácticamente lo cegó. O seguía mojándose con su propio sudor, o le ponía solución y dejaba que el agua lo ayudara con el calor.
No lo pensó ni un segundo más, haciéndose con el control del cuerpo sin permitir que la duda lo acobardara. Avanzó hasta cubrir parte de sus muslos y después se lanzó de cabeza entrando como una flecha en el mar. La sensación le sacudió tan tórrido sopor con una fría descarga. Para combatir la impresión inicial, braceó bajo el agua y buceó cuanto sus pulmones le permitieron, tanto que al emerger no hizo pie con el fondo y se vio obligado a flotar. La orilla quedaba retirada algunos metros, así lo comprobó mientras jadeaba tras el esfuerzo. Era reconfortante, sin embargo, verse abrazado de nuevo por su buen amigo el mar.
Observando la isla desde aquella distancia, fue consciente de que nunca había explorado los alrededores cuando le pareció entrever una pequeña cala pasada la playa. Parecía estar escondida entre rocas y resultaba inaccesible desde tierra, tal vez de ahí que nunca hubiese reparado en ella. Así pues, sintiendo la necesidad de moverse para contrarrestar el frío que poco a poco se apoderaba de él, nadó por la superficie hasta llegar a aquella altura.
No regresó inmediatamente a tierra, sino que para recomponerse del esfuerzo se estiró sobre su espalda y flotó en el agua mientras dejaba que el sol bañara también su piel. Escuchó el rumor amortiguado del mar cuando sus oídos quedaron cubiertos de agua y disfrutó de la ligereza de su cuerpo abandonado a las olas, mansas y serenas, que lo mecían tan apaciblemente. Cuando acompasó la respiración, ya repuesto, se sumergió y buceó hasta que logró hacer pie de nuevo. Fue cuidadoso con el fondo, temeroso de pisar algún erizo de mar; se trataba de una cala salvaje y a pesar de algunas algas podía prácticamente ver sus pies gracias a las aguas cristalinas.
Antes de sacar los pies del agua, cuando apenas habían pasado unos minutos desde que decidió volver tranquilamente a la orilla y calentarse debidamente al sol, la tierra tembló desde algún lado. Quedó allí clavado, temeroso de seguir avanzando hacia la arena por si se trataba de un terremoto y podían desprenderse algunas rocas del acantilado. "¡¿Qué diantres ha sido eso?!", pensó mirando alrededor. Encontró la respuesta cuando, desde el costado que separaba la cala de la otra playa, un enorme orificio se abrió en la piedra.
—¡¿Tienes complejo de pez?! —Toph. Era Toph. Su gruñona y socarrona Toph—. ¡No puedo ubicarte si flotas en el agua, idiota! ¡¿Sabes la de rato que llevo esperando a que salgas?!
—¡¿Toph?!
Los pies apenas le respondieron cuando echó a correr. Nunca odió tanto la arena de la playa por impedirle avanzar en condiciones, hundiéndolo todo el rato. Trastabilló incluso y, compadeciéndose de él, fue Toph quien acabó acortando del todo la distancia. La vio lanzar sus pertenencias a un lado y correr hasta él con la más preciosa de sus sonrisas plasmada en el rostro. Saltó a sus brazos y él la atrapó al aire, ambos riendo de pura felicidad. Sus labios no tardaron ni dos segundos en encontrarlo y se fundieron uno contra otro en un beso tan dulce como desesperado, remendando la añoranza. Apenas podía creer tenerla allí. ¿Estaba soñando?
—¡Estás helado! —exclamó ella al separarse, todavía riendo, y se convenció de que era real. Allí estaba, tan preciosa y risueña como siempre. No parecía importarle que la mojara y aquello sólo delató lo mucho que lo había extrañado—. Espíritus, te he echado de menos. —En efecto, parecía leerle la mente. Lo alegró ver que seguían tan compenetrados como siempre—. Te he echado de menos —repitió besándole la mejilla—, ¡te he echado muchísimo de menos…!
—¿Se puede saber qué es este despliegue de sinceridad? —se burló él, sujetando sus muslos cuando ella rodeó su cintura con las piernas. La vio esconder el rostro en su cuello, avergonzada, y él se echó a reír de nuevo—. ¿Has encontrado la iluminación en tu viaje? ¿Has descubierto la importancia de ser honesto con uno mismo y expresarse sinceramente?
Toph no respondió, sino que rió por lo bajo y se abrazó con más fuerza a él. Besó su cuello con dulzura, con un precioso contraste entre los labios cálidos y su fría piel. Una mano subió acariciando su cabeza, perdiéndose entre el cabello mojado, y lo pegó a sí misma cuando expuso el cuello para que él también se recostara allí. Así hizo, hundiendo la nariz entre su ropa y respirando profundamente su reconfortante aroma.
—Espíritus, te quiero —suspiró contra su piel en una abrupta confesión, haciéndola estremecerse entre sus brazos—. No sabes cuánto te he echado de menos.
La sintió flaquear de tal forma que acabó sujetándola por completo, cargando con todo su peso cuando ella se soltó poco a poco y se acomodó dulcemente en él. Era algo a lo que no lo tenía acostumbrado; mostrarse de aquella forma vulnerable, con su plena confianza puesta en él… Sin necesidad de hacerse la fuerte ni demostrar nada frente a nadie. Sólo siendo ella, de forma auténtica, exponiendo su lado más sensible. Parecía ser consciente de cuánto delataban sus sentimientos la expresión de su rostro, de ahí que siempre intentara ocultarlo de su vista. Su tímido sonrojo o su pequeña sonrisa retrataban la ternura que sentía en su interior, y era… absolutamente adorable.
Sí, Toph Beifong también podía ser adorable si se lo proponía.
—¿Sabes que la estación de policía está llena de nuevos candidatos? —comentó Sokka mientras buscaba su rostro, queriendo verla y apreciar su reacción. Ella se escondió obstinadamente, como una niña—. ¿Has pasado por la ciudad antes de venir?
—Sí, idiota, de hecho te he estado buscando allí. Antes que nada, he pasado primero por la estación policial para ver cómo iba todo y después ya en el ayuntamiento me han dicho que tenías el día libre. Me he imaginado que estarías aquí. —Salió de su escondite y le dio una tímida caricia en el rostro, aunque avergonzada por su peculiar despliegue de afecto—. ¿Te has escaqueado de ayudar a Aang?
—¿Pretendes hacerme trabajar en mi día libre? —replicó él, besándole la palma de la mano.
Los dos rieron de nuevo y, en respuesta, de forma absolutamente inesperada, mientras él besaba bajando por la muñeca y siguiendo por el brazo, Toph pronunció casi sin aliento:
—Te quiero.
Cómo adoraba escuchar esas palabras en sus labios; el corazón le latía irremediablemente con fuerza, embargado de felicidad y emoción. No había mejor sensación en el mundo que saberse correspondido de esa forma, saber que era dueño de semejante corazón… de Toph Beifong. Por muy libre e independiente que ella pudiera ser, era innegable que su corazón le pertenecía y aquello era mucho más de lo que podía pedir.
Enternecido, a sus besos le siguió un pequeño mordisco con el que volvió a hacerla reír. Atacó entonces sus labios con picardía, ahogando sus carcajadas. La besó muriéndose por acariciarla de arriba abajo tal y como ella hacía entonces. La sintió hundir placenteramente los dedos en su melena, enredándose en él, y lo sujetó para profundizar el contacto y colar una lengua traviesa y atrevida en su boca. Él la reprendió con un mordisco; ella contraatacó moviendo delirantemente los labios.
—Sabes a sal —la escuchó pronunciar con la respiración algo agitada. No parecía ni ser consciente de sus palabras, perdida en su arrebato. Sus dedos pasaron entonces a tallarle los labios y Sokka jadeó contra su boca—. Oh espíritus —suspiró—, te quiero…
—Y yo a ti. —Pegó su frente a la de ella y le robó otro pequeño beso, haciéndola reír.
"Podría pasarme la vida así". El pensamiento se tradujo en sus labios como una sonrisa. "Podría sujetarte toda la vida y besarte sin hartura". Si no verbalizó aquello fue para no espantarla con su romanticismo, sabiendo bien cuánto la avergonzaba; bastante cariñosa se estaba mostrando ella como para arriesgarse a sobrepasarse. Pero allí, acompañados por el rumor del mar y los rayos del sol, en la soledad de aquel paraje natural, ciertamente podría haberse pasado los días amándola sin descanso.
—Cierra los ojos —pidió ella de pronto.
Todavía no se había repuesto de sus besos y permanecía con los ojos cerrados, por lo que, hablando contra sus tiernos labios, Sokka contestó:
—Asumes que los tengo abiertos… —Le dio un beso fugaz aun encontrándose ambos a ciegas, acertando sorprendentemente—. Eres tan exquisita que no me permites abrirlos.
Por su exhalación supo que sonreía. La sintió palpar sus ojos para asegurarse de que no mentía y entonces se removió entre sus brazos hasta soltarse y tocar suelo. Sokka tanteó alrededor al no sentirla en las proximidades, tentado a abrir los ojos.
—¡Quieto! —la escuchó decir, obedeciendo al momento—. Estate quieto y extiende las manos. Te traigo un regalo.
—¡¿Un regalo?! —exclamó él, emocionado. Al momento notó en sus manos el peso de algo estrecho, alargado y pesado. Venía desordenadamente envuelto en telas, tal vez para proteger el interior—. ¿Qué es esto?
—Abre los ojos y compruébalo tú mismo.
Así hizo. Al instante reconoció la forma de una espada. Las telas, más que proteger el regalo, protegían de los cortes que el arma pudiera causar a la persona que la portara. No tenía vaina, eso era curioso. Cuando reparó en la empuñadura, reconociéndola al instante, supo por qué aquella espada no tenía vaina.
—No… —Retiró rápidamente las telas, dejándolas caer sin cuidado, y admiró asombrado la hoja de la espada. Negra. Negra como la noche, como el firmamento de donde procedía la roca con la que se había forjado—. ¡No me lo puedo creer! ¡¿Esto es en serio?!
—Ya lo creo que sí. —Toph sonreía de oreja a oreja, contagiada por su ilusión—. La encontré en Wulong, en un mercado. Pretendían venderla por un precio desorbitado y, como comprenderás, no pagué ni un ban. ¡La espada ya tenía dueño! La robé y-
La calló arrollándola con un fuerte abrazo. Incluso la sintió desequilibrarse, pero la sujetó rodeando firmemente su cintura. La otra mano era reticente a soltar su espada de meteorito, como si se tratara del mayor de los tesoros. Tenía un gran valor sentimental y el hecho de que la hubiese recuperado Toph, ella de entre todo el mundo, la persona por la cual sacrificó el arma para salvarla años atrás, le daba a ese gesto un valor incalculable. Aquel era, sin lugar a dudas, el regalo más grande que había recibido jamás.
—¡Espíritus, no me lo puedo creer! —exclamó al borde de las lágrimas con la voz amortiguada en su cabello negro. La escuchó reír alegremente, devolviéndole el reconfortante abrazo—. Toph, esto es- ¡No tengo palabras! Esto es demasiado. ¡¿Cómo-?! ¡Oh, espíritus! ¡Mi espada!
—¡Tu espada! —repitió ella del mismo modo, riendo junto a él.
—¡P-pero-! ¡¿Cómo diste con ella?! —logró decir al fin—. ¡La di por perdida hace tanto tiempo! ¡No pensé volver a verla jamás!
—Fue por pura casualidad, la verdad-
—¡Eres la chica más increíble del mundo! —Ni siquiera escuchaba a Toph, tan ido de felicidad. Entonces la espada sí cayó sobre la arena y su brazo acudió rápidamente a envolver por completo aquella fina cintura—. ¡Toph Beifong, eres-! ¡Ah espíritus! ¡Eres, sin lugar a dudas, la chica más increíble y maravillosa del mundo entero!
—¿Qué puedo decir? Es absolutamente cierto.
—¡Y ni siquiera necesitas que te lo digan! —Los dos se echaron a reír—. ¡Espíritus, te quiero! ¡Te quiero, te quiero y te quiero, joder! ¡Gracias!
Antes de que escondiera el rostro en su pecho la vio morderse el labio con un precioso sonrojo tiñendo sus mejillas. Después se refregó contra él como si quisiera apartar el sentimentalismo, como si no pudiese soportar tanto amor, y Sokka rompió a reír con el corazón desbordado de alegría y ternura a partes iguales.
—Gracias a ti por salvarme en aquella ocasión —dijo Toph con voz pequeña—. No estaría aquí de no ser por ti.
—¿Y qué hay de mí? ¿Cuántas veces me has salvado tú a mí?
—Todas las necesarias. —Fue la convicción en su voz lo que lo desarmaron por completo—. Estaré ahí cuantas veces sean necesarias.
El corazón le dio un vuelco al escuchar esas palabras, completamente emocionado, y pudo ver también la pequeña sonrisa triunfante en el rostro de Toph al percibir su reacción. Disimulando con maestría, bromeó diciendo:
—¿Ahora pretendes compensar tres meses de falta con unas pocas palabras bonitas?
—No quería que me tomara tanto tiempo. —Pero Toph hablaba en serio—. De veras hice lo posible por darme más prisa, no sólo por el trabajo que dejaba sin supervisar en la estación policial sino también porque- bueno, ya sabes… Te echaba mucho de menos. Cosa que ya he dicho antes varias veces y que obviamente ya sabes-
—Espíritus, Toph, eres adorable. —Las palabras brotaron de su boca sin filtro. Pronto se arrepentía de ello por si iba a ser reprendido con algún golpe, aunque no parecía ser el caso.
La vio fruncir el ceño y los labios con una mueca que pretendía fingir molestia. Por el contrario, sólo logró enternecerlo todavía más. Cuando Toph quiso esconderse bajo el flequillo, él no se lo permitió; tomó su mentón y le alzó el rostro para recrearse no sólo en su sonrojo sino en la blancura de su piel bajo el sol. También sus ojos parecían brillar más, de un tenue verde lechoso que resultaba fascinante con aquella claridad. Quedó prendado por su belleza, sin querer apartar sus ojos de ella.
Con el pulgar talló sus labios y se inclinó hasta encontrarla con otro beso. La besó lentamente disfrutando de la ternura en su carne, atrapándola con los dientes o resiguiéndola con la lengua. Tenía unos labios delirantemente carnosos. Ni siquiera era consciente de cuán provocativos resultaban, sin poderse imaginar cómo era su aspecto… y era verdaderamente atractiva, de una belleza sensual y fascinante.
No se separó ni un ápice cuando con las manos resiguió su fino cuello hasta agarrar su túnica y retirarla para dejarla en igualdad de condiciones. Ella buscó aire entre suspiros y él se recreó en la enloquecedora blancura de su piel, acariciándola sin descanso; sus dedos parecían haber olvidado la suavidad de aquel cuerpo después de tanto tiempo sin disfrutar de ella. La fricción pareció prenderlos como el mismo fuego que rápidamente se propagó en su interior. Siempre tendría ese efecto en él; siempre lo encendería de pasión y le robaría la cordura. Sólo se la devolvería una vez quedara satisfecha, manejándolo a placer… Era dueña de un pobre tonto enamorado. Él no era más que un amante rendido a sus pies, dispuesto a complacerla como se le antojara.
Ardía en comparación a él, deshecha de calor. Se escondieron tanto del sol como del mundo al pegarse contra las rocas del acantilado, cubiertos por la sombra y a cubierto de cualquier ojo curioso. Allí se amaron sin palabras. Cada poro de sus pieles parecía gritar cuánto habían extrañado al otro. Si el vello se erizaba bien podía ser de frío o de placer; si sudaban bien podía ser de calor o del movimiento incesante de sus cuerpos. Se empujaron uno contra otro como las olas agolpándose contra la orilla, sus voces alzándose al aire suavemente hasta desvanecerse como la misma espuma del mar. Los suspiros y jadeos, cada aliento invertido en el otro, se mezclaban junto al rumor de aquel ir y venir constante del agua, con aquella cadencia imperturbable. Eterna.
La sostuvo cuando la sintió estremecerse. La apretó contra las rocas cuando se deshacía bajo su cuerpo. Su rostro era de una delicadeza exquisita cuando lo tentaba con aquellos labios abiertos de par en par al enloquecer con su vaivén. No sabía si lo invitaba a besarla o le rogaba por aire. No sabía si eran ellos los que temblaban o la tierra, casi con el mismo latir desbocado de sus corazones; estaba tan viva como ellos y parecían confundirse en un mismo ser.
Le resultó todavía más fascinante al verla siendo una con su elemento, retorciéndose como la piedra alrededor. Podía sentir tanto el movimiento bajo la superficie como la tensión de su cuerpo. Y qué cuerpo… Curvas dulces y tiernas que lo tentaban a hundir los dedos como si jugara con la misma arena, tan blanca como toda ella. Ambas parecían brillar bajo el sol. Sus mismos ojos eran dos soles cautivantes, blancos y brillantes, y toda ella irradiaba una pureza muy contraria a su habitual rudeza. Bella y fina por fuera; fuerte y dura por dentro. Como el mármol o el cuarzo… como una auténtica gema.
La acalló gentilmente con su boca cuando con un último gemido, dulce y cautivante, la tierra se cuarteó bajo sus cuerpos. Ella se contrajo y se retorció, los dedos hundiéndose en la piedra y los suyos aferrándose a su carne. No dejó de besarla hasta que la vibración alrededor disminuyó de intensidad hasta serenarse, no así sus respiraciones agitadas e imposibles de acompasar. Frente contra frente, jadearon hasta embriagarse con el aliento del otro.
Después hubo miles de caricias, algo tan impropio de ella. Tanto afecto parecía ser otro regalo traído del Reino Tierra, así como su espada… Y todo en lo que Sokka podía pensar era en la gratitud infinita que sentía y la felicidad que parecía desbordarle el pecho.
—No te acostumbres a esto —bromeó Toph con voz queda, riendo débilmente al reponerse todavía.
—Déjame disfrutar hoy si se trata de algo puntual —replicó él en respuesta, fundiéndose sobre su cuerpo al recostarse sobre ella. Así, sus manos la acariciaron apaciblemente junto a sus labios, que rozaban dulcemente el cuello, la curva de la mandíbula y por último se posaron sobre la mejilla. Fue allí donde volvió a hablar—. Soy tan feliz de tenerte aquí de nuevo…
Besó la sonrisa que se formó en aquel rostro. Mimándola, viéndola empequeñecerse bajo su cuerpo, derretida de amor, acomodó con delicadeza los mechones despeinados que le cubrían el rostro colándolos tras la oreja. Besó su sonrojo, besó su naricilla y besó sus labios cuando la vio sonreír de nuevo, enternecida. Había soñado tantas veces con aquello, con verla librarse de prejuicios y expresar de forma sincera lo que sentía… Había soñado tantas noches con hacerla suya una vez regresara a él, sin soltarla y disfrutándola hasta cansarse.
¿Pero acaso era posible cansarse de ella? Su cuerpo la extrañó en el mismo momento que se escabulló y caminó apaciblemente hasta la orilla.
—¿Puede verme alguien? —preguntó Toph con timidez, su voz confundiéndose con el sonido del mar.
Permanecía de espaldas a él, sin permitirle apartar la vista de sus maravillosos glúteos. Qué caderas; ¡qué maravilla de cuerpo! La melena negra caía libre y salvaje por su espalda, hasta la altura de aquella enfermiza cintura. Con el mar de fondo, con unas aguas transparentes y cristalinas, frente a la bahía de Yue y con las montañas recortándose en el fondo coronando Ciudad República, Sokka quedó cautivado por la belleza de la imagen. "¿Se puede ser más afortunado?" se dijo, sabiendo que era la única persona en el mundo a quien se le permitía disfrutar de aquello.
—Sólo yo puedo verte —respondió a los pocos segundos, aproximándose cautamente a ella. No quería romper aquel momento con movimientos abruptos, casi como si pudiera espantarla como a un animalillo. Adoraba aquella inusual delicadeza—. El muelle queda relativamente lejos y la cala queda escondida entre rocas. Incluso desde lo alto no se nos puede ver.
La vio asentir débilmente. Después siguió andando hasta que, sorprendentemente, los pies le hicieron contacto con el agua.
—Quisiera darme un chapuzón.
—¿Qué? —No estaba seguro de haberla escuchado bien—. ¿Tú quieres darte un chapuzón?
—Me estoy asando de calor —protestó Toph volviéndose en su dirección con una sonrisa tan resplandeciente como su misma piel bajo el sol. Parecía brillar, recubierta en sudor.
—Estás empezando a preocuparme —bromeó él, dándole por fin alcance cuando ella rió con complicidad—. ¿Te encuentras bien? Pareces otra persona. Otra persona a la que le gusta el agua y que la mimen. ¿Seguro que eres Toph Beifong?
—Cállate si no quieres que te entierre. —Con estas, la siguió de cerca cuando se fue internando en el mar. Fue perdiendo decisión según le subía el agua por las piernas—. Joder, qué puto fría está…
—Veo que Toph va volviendo poco a poco —se mofó él, ganándose uno de los típicos golpes de brazo—. Ouch- Aunque no sé si puedo decir haber extrañado tus puñetazos…
—Yo he echado en falta un brazo al cual propinarlos. —Toph sonrió con picardía, con una tonta expresión en el rostro—. Así es como demuestro afecto.
—Oh claro, dando golpes, no abriéndote de piernas-
Toph le clavó un pie al suelo atrapándolo con la arena que endureció alrededor del tobillo, de tal forma que lo hizo perder el equilibrio y cayó al agua torpemente. Mientras se recomponía, pudo escucharla decir:
—Tú tienes acceso a un tipo de afecto más especial, imbécil.
Y con decisión, sin verla dudar ni un solo segundo más, se dejó caer sobre el agua para salir en el mismo instante que se sumergió, aullando de frío. Sokka rompió a reír y, cuando apenas se había repuesto del primer tropiezo, se encontró de nuevo cayendo al agua como castigo. Ni siquiera le importó, ya acostumbrado a la temperatura a diferencia de ella, que salía del agua resoplando y tiritando. La vio sacar una toalla de su bolsa de viaje, que allí permanecía tirada sobre la arena, y se envolvió hecha un ovillo bajo el sol.
—Veo que ya has vuelto en sí —siguió mofándose él mientras salía del agua, escurriéndose el cabello—, por unos momentos me has asusta-
La tierra volvió a endurecerse alrededor de su pie, esta vez haciéndolo caer sobre la arena. La escuchó reír a carcajada limpia al poder percibir todos los granos de arena adheridos a su piel mojada, rebozado como un copo de maíz frito.
—Muy graciosa —protestó de vuelta hacia el agua. No le quedaba más opción que sumergirse de nuevo para limpiarse. Así hizo, y mientras salía de nuevo, observando aquella pícara sonrisa torcida, añadió con desconfianza—: Ni se te ocurra hacerme tropezar de nuevo. Atrévete a agarrarme el tobillo y te juro que-
—¿Qué? —lo provocó ella con aquella condenada sonrisa—. ¿Qué me vas a hacer?
—No quieras saberlo. Ahora soy más peligroso que antes. —Tontamente agarró la espada, que había quedado allí tirada en la arena, pero lejos de querer poner a prueba la comicidad de sus palabras lo que hizo fue admirar embelesado el arma—. Oh espíritus, fíjate… verdaderamente la tengo aquí… —En la sonrisa de Toph ya no percibió más picardía, sino genuina alegría—. La tengo de vuelta. Gracias a ti.
Toph se aproximó a él, se puso de puntillas y le dio un pequeño beso mientras acariciaba sus manos, ambos sujetando la espada de meteorito. Negra como su melena, como sus pestañas, y brillante como las gotas que perlaban su blanca piel.
—¿Cómo fue tu viaje? —preguntó él, sonriente.
—No puedo decir que fuese aburrido, porque conocí a montones de personas y lugares nuevos. Eso sí, tras el primer mes se volvió todo un poco monótono. Llegaba, alzaba un pedazo de tierra —explicaba Toph, recreándole la escena—, y gritaba: ¡soy Toph Beifong, heroína de guerra, amiga del Avatar y Jefa de Policía de Ciudad República!
—Wow, definitivamente con eso ya me has ganado —la felicitó él tontamente, aplaudiendo con sarcasmo—, aunque ciertamente me sobran todas las palabras y mira que son pocas; así desnuda ya llamas mi atención.
La vio troncharse de risa en aquella superficie alta, permaneciendo en lo alto al no poder hacer otra cosa más que carcajearse. Le contagió la risa al verla abrazarse el vientre con fuerza, sin ser capaz de serenarse.
—Algo me dice que la mayoría de aprendices serán hombres —siguió bromeando Sokka—. A los más jóvenes los matarás del disgusto cuando se encuentren a Ho Tun en la academia.
—Joder, ¡serás imbécil! —reía ella, secándose las lágrimas.
—Qué quieres que te diga, Toph, tus tetas son un buen reclamo. —Sokka rió fuertemente con ella—. Es una muy buena estrategia. Tanto ingenio acabará desperdiciado en la estación de policía. ¿No prefieres ser vendedora?
La toalla cayó sobre su rostro cuando Toph la tiró desde lo alto con fuerza, acertando con su propósito. Rió todavía con más fuerza, satisfecha con humillarlo, y si él dejó de reír no fue por sentirse molesto sino por quedar cautivado con su silueta recortándose sobre el cielo. Aquella era una nueva perspectiva desde la que admirarla, literalmente sometido a sus pies. Siempre quedaría fascinado por la belleza que se escondía en cada rincón de su cuerpo.
—Oh, espíritus, llevaba tiempo sin reírme así —decía Toph mientras allanaba de nuevo la arena y regresaba a su habitual altura, por debajo de él.
—Yo también, la verdad.
—Apuesto a que habrás echado en falta esto después de tanto calentar tu butaca en el ayuntamiento.
—Podría incluso incubar huevos, Toph. —Y de nuevo rieron con su ocurrencia—. Pero sí, no he parado en todo este tiempo… —Ya más serio bajó la mirada a su espada y desde allí habló con voz queda—. Había tantas cosas a corregir y concretar… Ha sido una locura. La población quedó muy descontenta con la subida de impuestos, fue un auténtico linchamiento… Eso sí, ahora, paradójicamente —añadió con sorna—, todo el mundo se siente más seguro con tus maestros metal patrullando la ciudad.
» Según fueron llegando más, Jie también me pidió ampliar las instalaciones. Ya estamos trabajando en el proyecto. Pero por favor, os lo suplico, necesito que dejéis de acudir personalmente a mí. Solicitad reuniones con el Consejo al completo porque si no me dejáis en muy mal lugar…
—Es que eres irresistible, Sokka —bromeó ella intentando subirle el ánimo. Logró hacerlo sonreír, enternecido con su preocupación y amabilidad—. Lo tendré en cuenta, lo prometo —añadió más seria.
—Gracias. —Un pequeño beso selló sus palabras con ternura—. Oh, ¿y recuerdas también la cárcel que me pediste? —La vio asentir con curiosidad—. También hemos adecuado un lugar para ello. Adivina dónde la hemos colocado.
—Sorpréndeme —contestó ella rodando los ojos con expresión irónica.
—En el acantilado de Azula, apartado de la ciudad. —Pareció complacida con la respuesta—. Era necesario puesto que hay más protestas a raíz de los problemas con la sociedad secreta… La población desconfía del nuevo Concejal Takao y tanto los ciudadanos de las antiguas colonias como los migrantes de la Nación del Fuego se sienten intimidados por el resto de la población.
—Jie me ha dicho que los calabozos están llenos.
—Sí, y también están pendientes de ampliar, como la zona de entrenamientos. Los planos ya están hechos.
La vio asentir con el ceño fruncido, pensativa. Le retiró la toalla de las manos, la extendió sobre la arena para sentarse allí y dio dos palmadas a su lado invitándolo a acompañarla. Así hizo él, sintiéndola al momento apoyar la cabeza contra su hombro.
—Dónde nos hemos metido, Sokka… —suspiró repentinamente—. Qué responsabilidad…
Sorprendido por sus palabras, preguntó:
—¿Te arrepientes de haber aceptado el puesto?
—¿Arrepentirme de hacer la ley a placer? ¿Arrepentirme de pelear de manera justificada? —preguntó ella de forma retórica en respuesta—. Nunca. Prefiero esto que hacerlo de forma clandestina.
—¿Y estarás dispuesta a acabar con los torneos clandestinos que se están organizando? —Sokka sintió el respingo de Toph al escucharlo—. ¿Irás en contra de tu propia gente?
—¡¿Hay torneos clandestinos?! —Nunca creyó escucharla tan ilusionada por una noticia; su carita irradiaba felicidad con luz propia. Al poco le cambió la expresión, dedujo él que al ser consciente de que con semejante cargo no podría participar—. Ni loca iré en contra de ellos… Por suerte, tengo suficiente influencia como para legalizarlo. —Y cuando apenas le había permitido entender su propósito, añadió—: … y participar.
—Oh espíritus, Toph… —Fue todo lo que pudo decir él con gesto derrotado, llevándose una mano a las sienes para acariciarlas no sin cierta inquietud.
—Tranquilo, lo plantearé en una reunión con todo el Consejo. —Su socarronería empezaba a molestarlo. Tal vez Toph debió darse cuenta de ello, porque para aligerar el ambiente y cambiar de tema preguntó de pronto—: Dime, ¿qué tal están Aang y Katara?
"Qué condenadamente lista es", pensó Sokka para sí, tan pronto como a sus labios acudió una sonrisa al pensar en su hermana. Toph debía imaginarse cómo estaba Katara –embarazadísima– y la debilidad que él debía sentir por su sobrino. Sólo con pensar en esa criatura se apartaban todos sus males. "Y lo sabe; la muy condenada lo sabe".
—Katara está preciosa, Toph. —La respuesta le nació del alma, tan sincera. Los torneos clandestinos ya no tenían cabida en su mente—. ¿Recuerdas cómo apenas se le asomaba la barriga? Pues bien, ahora está enorme; enormemente preciosa. —La vio reír en respuesta—. Está a punto de parir y está enorme y preciosa, y no le digas que yo he dicho eso. —Rieron juntos de nuevo con complicidad—. Si es un niño, lo llamarán Bumi. Si es una niña, Kya.
—Esperaba que el bebé ya hubiese nacido a mi vuelta, para ahorrarme todo el proceso…
—Ni que fueras a parirlo tú —bromeó Sokka, sabiendo que Toph no hablaba en serio; sus ojos brillaban con ilusión, con la misma ilusión que a él lo embargaba—. Katara no te habría perdonado si te hubieses perdido el nacimiento. Es más, todavía no perdona que te hayas tirado a su hermano.
—¡¿Q-que qué?! —Toph se puso en pie de un brinco, afectada por sus palabras. Fue muy difícil reprimir las carcajadas, siendo consciente de su malestar y del golpe que recibiría si se reía de ella—. Mierda- Se ha enterado. —No fue una pregunta, sino una afirmación.
—Correcto.
—Oh, mierda.
—Eso mismo dije yo.
—¡¿Se lo dijiste tú?!
—No, no- Me refiero que yo también- Espíritus, da igual. ¡Aang se lo dijo! Aang lo sabía.
—Aang lo sabía. —Toph parecía fuera de sí, como si estuviera en algún lugar lejos de allí. Rumió algo durante unos instantes, tal vez intentando entender cómo Aang lo sabía, tal y como él había hecho en su momento—. Oh, claro que lo sabía —murmuró de pronto—, ¡jodida calva voladora!
Sokka tuvo que reprimir la risa de nuevo frente a semejante ocurrencia; Toph no parecía divertirse. Le pareció aún más gracioso que no fuese consciente de cuán graciosa resultaba su actitud, tal vez queriendo parecer ofendida o disgustada a pesar de las tonterías que se le escapaban por la boca.
—¿Sabías que lo sabía? —preguntó él con cierta cautela.
—Me lo olía.
—Joder, me podrías haber avisado… Lo hubiese coaccionado de alguna forma. —Por fin la vio esbozar de nuevo una pequeña sonrisa, cómplice—. No sabes cuánto jodió Katara hasta que tuve que confesar por mi propio bien. Creía que me explotaría la cabeza de tanto escucharla insistir.
—Eres un hombre ridículamente débil —se mofó Toph.
—¿Ah, sí? —Frente a su tono provocativo, la vio morderse el labio con expresión tan socarrona como sensual—. Ya verás el interrogatorio al que te va a someter en cuanto te vea. A ver si logras soportarlo.
—Puedo hablarle de tu pene para traumatizarla y espantarla.
Allí sí que no pudo contenerse más, y Sokka rompió a reír de nuevo. Se dejó caer sobre la toalla y rodó mientras se apretaba el vientre, con las mejillas ya adoloridas de tanto sonreír, muerto de risa. Toph por su parte mantuvo dignamente la compostura y no se dejó arrastrar por él, con las comisuras evidenciando su divertimento sin permitir que floreciera la sonrisa, restándole importancia a la broma.
—¡Oh, joder! —exclamó él secándose las lágrimas—. ¡Daría lo que fuera por verla! Apuesto cincuenta banes a que no tienes valor de hacerlo.
—Parece que no me conozcas —contestó ella con picardía—. Acepto el reto.
Le tendió una mano que él aceptó al instante, estrechándola con firmeza todavía sin parar de reír, aunque después en vez de soltarla lo que hizo fue tirar de ella con brusquedad para retenerla rápidamente entre sus brazos, sin permitirle huir. Esta vez Toph sí que rió mientras él la atacaba con besos en rostro y cuello, rodando hasta atraparla bajo su cuerpo.
—¿No quieres subir? —preguntó contra sus labios, sonriendo provocativamente. La vio morderse de nuevo el labio—. Katara está en la ciudad, por lo que todavía te libras de ella, pero estoy seguro que a la "calva voladora" le gustará verte.
—¿Ya te quieres deshacer de mí? —replicó ella con un falso mohín—. Prefiero apurar el tiempo contigo. Después subiré.
Pero allí permaneció, a su lado, hasta que cayó el atardecer. Hablaron de todo y de nada, desvariaron hasta ahogarse entre risas y se besaron hasta dejarse sin aliento. Bañados por la luz del ocaso, de tonos cálidos, Sokka le mencionó la belleza del cielo anaranjado y en respuesta ella le pidió que describiera ese color "naranja".
—Oh, el naranja es como el fuego —contestó él, estrechándola entre sus brazos cuando se acurrucó un poco más contra su cuerpo. El mundo parecía callar alrededor como si prestara atención a sus palabras, tal y como Toph prestaba atención a su corazón—. Pero el naranja no necesariamente ha de ser violento como puede ser el fuego, sino que evoca una sensación cálida como el de la llama de una vela.
» El naranja es como calentarse las manos en la chimenea, como la fricción que resulta de frotarlas entre sí. Realmente cualquier fricción se puede asociar a él. Como la de los cuerpos, por ejemplo. Piel contra piel. Es como el calor que nos proporcionamos el uno al otro ahora mismo. Nada abrasivo; eso sería rojo. El rojo se asocia a la pasión. El naranja es más bien como esa chispa que nos nace en el centro cuando nos besamos, antes de dejarnos quemar.
Toph se revolvió entre sus brazos hasta alcanzar sus labios y darle un gentil beso, queriendo comprobar sus palabras.
—¿Así? —preguntó con cierta inocencia, como si descubriera el mundo por vez primera.
—Justo así… —contestó él dulcemente, pegándola de nuevo contra él—. Aunque contigo es sencillo que todo se tiña de rojo. —Y rieron quedamente a la par, perdiéndose de nuevo en los labios del otro.
