[One-shot]

Hitokiri

—Yorīchi T. & T. Uta—

Después de ser el causante de tantas muertes y sufrir tantas pesadillas por lo mismo, él quería algo bueno para sí mismo. Quería compañía y calor humano. Podría pagar por eso con dinero en otro lado, pero Yorīchi no quería a alguien que no fuese Uta.

Disclaimer:

Kimetsu no Yaiba © Koyoharu Gotōge

Hitokiri © Adilay Fanficker

Advertencias: UA/Basado en la era del Bakumatsu. / Un poco de OOC.

Aclaración: Este fic participa en el FLUFFTOBER 2022 realizado por la página en Facebook: "Es de fanfics".

Día 9: Entrelazar los dedos.

Notas:

Honestamente es la primera vez que escribo sobre estos personajes, no sé qué tan OC puedan quedar, pero intentaré que no cambien mucho sus personalidades jeje. Ojalá les guste.


NO PLAGIEN, NO RESUBAN Y TAMPOCO TRADUZCAN SI YO NO LO HE AUTORIZADO. —Gracias.



»Uta, eres la única en la que podemos confiar. ¿Entiendes la importancia de tu existencia?

Uta Tsugikuni… dentro de lo que cabía, lo entendía.

Suspirando, ahí a la orilla de un río, oyó cómo unos delicados pasos se acercaban a ella. No era normal que alguien (sobre todo alguien sin ningún tipo de entrenamiento) pudiese oírlo a él, aún si corría, pero ella podía, y lo hacía.

—Es peligroso que estés afuera, tan lejos de la posada —dijo Yorīchi Tsugikuni, su esposo desde hace un mes, a sus espaldas.

—Lo sé, señor.

Hubo un corto silencio.

—No es necesario que me llames así.

—¿Se sentiría cómodo si lo llamo por su nombre? —preguntó ella, cuya mirada estaba perdida en el agua y en las rocas al fondo—. Nos conocimos hace unos meses.

El silencio de él fue bastante claro. Es obvio que él tampoco se sentiría cómodo con tanta familiaridad a pesar de que prácticamente Uta ya era su esposa.

¿Cómo es que estaban casados si apenas se conocían?

Uta podría dar la respuesta, y es que ella había ingresado como sirvienta en la posada que daba alojamiento a aquella brigada de espadachines que se rebelaban ante el shogunato, los Ishin Shishi.

Y el hombre que le hablaba, era ni más ni menos que un temido Hitokiri; un espadachín importantísimo perfectamente capaz de cortar a más de 20 personas armadas en menos de 4 minutos; o eso se contaba.

Uta nunca lo había visto desenvainar la katana que llevaba en su cintura, pero sí sabía que él usualmente volvía a la posada lleno de sangre; la cual nunca era suya.

Y el motivo por el cual ambos ahora eran marido y mujer, era porque Yorīchi y Uta pasaron una (¡una!) noche juntos, y ahora ella estaba esperando un bebé.

Sí… por una noche.

Y sí, por eso se habían casado, porque Uta comenzó a presentar síntomas bastante temprano y el que su estómago fuese creciendo poco a poco, fue la razón del que, por poco, fuese echada a patadas de la posada siendo que (en teoría) estaba prohibido que las sirvientas se metiesen con los espadachines, y peor, se embarazasen de ellos.

Pero Yorīchi era especial, el que tuviese descendencia era algo bueno según todos los altos mandos, ya que tal vez, su vástago podría heredar su talento nato para el asesinato. Algo que ponía enferma a Uta.

Si por ella fuese, primero cometería seppuku antes que ver cómo un bebé que ni siquiera había visto, ya era considerado un futuro asesino.

Por otro lado, Yorīchi intercedió. Pidió que no se le castigase a ella por aquella noche; de hecho, él afirmó que la había tomado sin su consentimiento, cosa que no fue así, pero eso ayudó a que Uta no fuese juzgada tan duramente. Porque sí, aún con la falsa declaración del Hitokiri, había quienes decían que ella era una provocadora que se había aprovechado de él y no al revés.

Uta suspiró levantándose con cuidado, siendo sorpresivamente ayudada por Yorīchi, que la sujetó con cuidado del brazo hasta que pudo quedar derecha.

—Sólo quería tomar aire, ya vuelvo a la posada —hizo una leve reverencia hacia su esposo, con quien ni siquiera dormía, porque Yorīchi trabajaba de noche.

Se dispuso a caminar, siendo seguida por él, que, silencioso, vigilaba atento a todos lados para asegurarse de que no hubiese enemigos cerca.

—¿Has comido algo? —preguntó serio, pero de alguna forma, siempre sonaba melancólico.

—Sí, señor. Antes de salir de la posada lo hice.

—Bien.

Pasaron por un camino lleno de personas, Uta, instintivamente y para no perderse, sujetó la mano de su señor con fuerza, que se tensó un poco, más no rechazó su contacto.

De hecho, al poco tiempo, él metió sus dedos entre los de ella y la jaló con suavidad hacia su fornido cuerpo para llevarla enfrente y abrazarla por la espalda con la finalidad de que no la empujasen demasiado, además, con sus brazos, hacía una especie de protección para que su vientre no fuese siquiera tocado por nadie más.

La primera vez que Uta había sentido de esa forma tan íntima los dedos de Yorīchi Tsugikuni entre los suyos, fue cuando él se empujó adentro de su cuerpo, sobre el futón de ella.

En aquel momento, aquel contacto vino con la pregunta: "¿estás bien?", el de ahora, venía más bien con una petición:

—Tranquila. No te preocupes —musitó sobre su cabeza; pues la altura entre ambos era notable—. Te sacaré de aquí.

Sintiendo un cálido y ligero calor rojizo adornando su cara, Uta asintió con la cabeza sin decir nada y se dejó guiar.

Mientras eso pasaba, ella recordaba lo que le habían dicho algunos hombres, una noche que Yorīchi estaba afuera trabajando.

»¿Sabías que si los Hitokiris dan rienda suelta a sus instintos asesinos pueden volverse locos?

En ese momento, ella sintió un escalofrío cuando oyó eso.

Uta no conocía mucho de Yorīchi, ya que él era muy reservado y callado, pero lo poco que sabía, era que él no actuaba de forma violenta cuando no estaba afuera matando a sus enemigos.

¿Sería capaz de cambiar eso de forma brusca?

»No, señor. No lo sabía —y desde que se enteró de eso, Uta estaba preocupada por su esposo. Porque a pesar de todo, ya estaban unidos y así debía ser.

»Uta, por alguna razón, desde que llegaste a la vida de Yorīchi, él parece…

»Más humano —terminó otro tipo, de los 4 que la habían mandado a llamar.

Todos bien vestidos, todos manejando los hilos de los Hitokiris bajo su mando.

Qué Yorīchi fuese más humano… ¿era malo?

»Creímos que el que no mostrase emociones cuando recién llegó era algo positivo, pero al parecer tú has cambiado algo. Y ahora estás embarazada.

»También creímos que no le importaría que te echásemos, pero, al parecer eres lo único en lo que él ha mostrado un interés real.

»Eso te hace su debilidad.

»Pero también te hace un elemento valioso aquí.

Uta no entendía. Uno de esos hombres hablaba y empezaba el otro.

Entonces… el que parecía tener mayor rango, tomó la palabra.

»Queremos que mantengas a Yorīchi en cordura hasta que acabe esta guerra.

»No entiendo, ¿cómo que mantenerlo en cordura?

»No sabemos cómo lo haces; pero cada vez que él está cerca de ti muestra mucha humanidad. Se preocupa, y mucho. Creemos que si mueres, o algo le ocurre a ese bebé que esperas, él pueda descontrolarse. Lo único que se te está pidiendo, es que no pongas tu vida en riesgo, de ninguna forma. A estas alturas, no tengo duda de que el Shinsengumi está al tanto de tu condición, e intentarán matarte o secuestrarte ante la más mínima oportunidad para debilitar a Yorīchi. —Pausó un rato, luego suspiró—. Yorīchi no es nuestro único Hitokiri, pero su pérdida significaría un gran golpe para todos nosotros. No nos gustaría que su muerte se debiese a una mujer y un bebé. ¿Entiendes eso?

Uta no sabría decir si ella era una "debilidad" o "algo especial" para el hombre que ahora la sujetaba de la mano, caminando a su lento paso, en dirección a la posada donde vivían juntos, con otros espadachines; sin embargo, Uta no quería averiguarlo poniéndose en riesgo.

Entonces, ¿por qué había querido salir a tomar aire?

Uta detuvo sus pies, y en lugar de jalarla, Yorīchi se detuvo también para verla por encima del hombro.

—¿Qué ocurre? —le preguntó mirándola sin enfado. Su mirada era triste, casi vacía.

Desalentada, Uta desvió su mirada al suelo. No quería molestar a su señor con trivialidades. Pero a ella casi no le gustaba estar en la posada porque no tenía amigas ni nadie con quien hablar. Las chicas y las mujeres no le hablaban desde que se hizo conocido su "romance" con Yorīchi. Y ya fuese porque ella, al casarse con Yorīchi, había dejado de ser una sirvienta como ellas por lo que ahora debían servirle a Uta también. O porque a veces Uta oía hablar a los otros miembros del Ishin Shishi sobre cuántos hombres mataría el próximo Hitokiri que ella iba a parir; cosa que le daba nauseas… el asunto era que estaba muy incómoda e inquieta, al estar rodeada de ese ambiente; y no quería que eso afectase su embarazo.

—Yo… no… —musitaba con sus labios temblorosos—, yo no quiero que nuestro hijo crezca… en medio de esta guerra.

Más bien, lo que ella dijo fue "no quiero que nuestro hijo sea también obligado a asesinar". Uta no supo si Yorīchi entendido el mensaje o no.

Él, sólo metió sus dedos entre los de ella con cuidado y lentitud, como si esperase que su esposa se alejase de él, cosa que Uta no hizo, es más, ella también se movió a modo que sus manos quedasen sujetas con firmeza.

Ambos se vieron a los ojos cuando ella alzó su cabeza con timidez.

—No lo hará —dijo Yorīchi desviando su atención hacia su abultado vientre—, ya falta poco.

¿Faltaba poco para que la guerra terminase o para el nacimiento de su bebé?

Uta quiso creer que hablaba de lo primero.

—¿Trabajarás esta noche también? —preguntó Uta. Por alguna razón, ella quiso dormir acompañada por él.

Y es que, a veces, sentía que algunos de los hombres en la posada la veían más de lo que deberían.

—Sí —respondió en un suspiro, alentándola a caminar—, pero espero no tardar.

—Entiendo.

Ambos mantuvieron un desanimado silencio hasta que de pronto, mientras andaban por un camino solitario, un grupo de hombres, que usaban una vestimenta muy peculiar, se iban acercando a ellos.

Uta soltó un respingo al reconocerlos como parte de los Shinsengumi, los enemigos de los Ishin Shishi. Yorīchi pareció percatarse de algo, así que le susurró:

—Saben que soy yo. Vienen por mí —él fue soltando su mano, ambos detuvieron sus pasos—; por favor, ve hacia los árboles, cúbrete atrás de uno de ellos y no salgas hasta que yo te lo diga.

Mientras él decía eso, Uta lo vio con miedo; y es que ella sólo un par de veces había presenciado asesinatos antes de ser sirvienta en la posada, pero nunca había visto a su marido peleando. Sabía que él era fuerte, pero tenía un insano miedo de verlo caer. Él le sonrió de una forma cálida.

—Ve.

Oyendo a los hombres gritar mientras corrían hacia ellos, Uta hizo lo que se le ordenó.

Apenas su espalda golpeó contra el tronco de uno de los árboles lejanos, y agitada se sostuvo su vientre como si quisiera taparle los oídos a su bebé, el sonido de las espadas chocando, cortes, quejidos, y cuerpos cayendo al piso, comenzó.

Ella cerró sus propios ojos, oí a esos hombres maldecir a su esposo, para cuando aquello acabó, Uta soltó un respingo fuerte al sentir un dedo tocando su hombro.

Al abrir sus ojos, lo vio.

De nuevo, había sangre sobre él. Y verlo sonreír con más tristeza de la habitual, le lastimó el corazón a Uta.

—Ven, ya es seguro.

No quiso hacerlo, pero Uta terminó viendo el despojo de carne que había quedado el piso. ¿Cuántos cuerpos serían? Quién sabe, pero estaban hechos pedazos.

¿Este era el poder que los Ishin Shishi no querían perder?

¿Por qué el Shinsengumi había atacado a plena luz del día?

—Hoy nos iremos de la posada —le dijo Yorīchi, caminando atrás de ella—. Sé que debes estar cansada y no puedes moverte con rapidez, pero necesitaré que hagas este esfuerzo hasta que lleguemos a un sitio más seguro.

Uta asintió con la cabeza.

«Tú también estás cansado» pensó sin el valor de decirlo en voz alta por temor a que hubiese más hombres esperándolos para matarlos.

Apenas entraron a la posada, Uta fue hasta su alcoba para guardar lo poco que pudiese en una bolsa de trapo. Mientras Yorīchi se cambiaba de ropa, limpiándose la cara con un pañuelo viejo. Para su viaje, él ya parecía tener un morral más pequeño que el de ella.

No le dijeron nada a nadie y caminaron rápido, saliendo de la posada.

Caminaron y caminaron hasta que Uta ya no pudo seguir y tuvieron que descansar en un sitio apartado. Yorīchi cargaba todo el peso, manteniéndose alerta.

Fue hasta que casi anocheció cuando llegaron a un sitio en medio de la nada, donde, apenas Uta pensaba en preguntar dónde estaban, que un sonido llamó sus atenciones.

Asustada, ella pensó que sería otro ataque enemigo, pero grande fue su sorpresa cuando vio a un rostro idéntico al de su esposo, sólo que este llevaba diferente ropa.

—Michikatsu —saludó Yorīchi acercándose a ese hombre parecido a él.

—Hermano. ¿Es ella? —con la cabeza apuntó hacia Uta.

—Sí.

Aquel hombre se presentó ante ella como el hermano gemelo de Yorīchi. Ella hasta la fecha no sabía de su existencia, por lo que la sorpresa no desapareció tan pronto.

Michikatsu ayudó a llevar sus pertenencias mientras Yorīchi con cuidado la cargaba a ella, pues Uta ya no podía caminar.

Entonces los oyó hablar. Al parecer, esa misma tarde que ellos fueron atacados, los otros Hitokiris en la posada también pasaron por algo parecido. Todos sobrevivieron y se habían separado por el momento.

—Un traidor —bisbiseó Michikatsu.

—Obvio.

Uta sujetó su vientre al sentir cómo su bebé se removía inquieto. Ella acarició su estómago justo donde percibía movimiento, sin darse cuenta que Yorīchi la veía de reojo.

—Cuando nos reagrupemos, quizás alguien sepa quién es —dijo Yorīchi volviendo su vista hacia su hermano.

—Por ahora, centrémonos en llegar a la finca —pidió Michikatsu apresurando el paso, algo que a Yorīchi no le costó mucho trabajo imitar—. Al llegar, debes saber que tu mujer no podrá salir de ninguna forma; no queremos que nos descubran tan rápido.

—Uta —la llamó Yorīchi.

—Eh, sí… entiendo —dijo ella, saltando sobre sí misma; y es que estaba quedándose dormida.

—El camino será largo, descansa si lo necesitas —le musitó Yorīchi reacomodándola con cuidado.

—Gracias —respondió Uta, pegando su cabeza hacia su pecho, rindiéndose ante la fatiga.

Apenas sus respiraciones se hicieron lentas, Michikatsu retomó la palabra.

—¿Es ella la traidora?

Yorīchi tensó un poco su agarre.

—Eso creí al principio, pero no, no es ella.

La noche que ambos compartieron juntos, fue cuando Yorīchi volvió de bañarse con agua fría, después de matar a varios hombres. La encontró en su alcoba, según ella estaba limpiando y eso le pareció raro.

¿Limpiando en plena oscuridad? Él creyó que ella estaba rebuscando entre sus pocas pertenencias, y eso la hizo sospechosa a su parecer.

Tan tenso como estaba, y también con el hecho de que, desde que la vio, Uta le atraía demasiado físicamente, abusó de su poder.

La siguió hasta la que era su habitación, se acercó a ella para luego besarla sin su permiso… y tocarla, quitarle la ropa y acostarla sobre su futón.

El que ella no buscase detenerlo de ninguna forma, le hizo creer dos posibilidades:

1.- Estaba obligada a aceptarlo por su condición de sirvienta.

2.- Estaba entrenada para complacer a un hombre para luego seguir con su "espionaje".

Descubrió que ella no sólo era una joven virgen que había sido enviada a su alcoba por la dueña de la posada ya que los altos mandos habían buscado hacer una revisión "secreta" en cada habitación de los espadachines en servicio para asegurarse de que no tuviesen nada que ocultar. Por lo que su habitación no fue la única en "ser limpiada" esa noche; el que él haya vuelto más rápido que el resto no había estado en los planes, pero daba igual, Yorīchi no habló de aquello con nadie.

Entonces, cuando se supo del embarazo de Uta, él no pudo desligarse de su responsabilidad. Además de que tampoco quería separarse de ella.

Era indigno de siquiera tener un hijo con Uta, porque en el fondo pensaba que ella no se sentía de la misma forma que él con su matrimonio, pero había descubierto que era un egoísta.

Después de ser el causante de tantas muertes y sufrir tantas pesadillas por lo mismo, él quería algo bueno para sí mismo. Quería compañía y calor humano. Podría pagar por eso con dinero en otro lado, pero Yorīchi no quería a alguien que no fuese Uta.

¿Qué le había atraído de Uta en primer lugar?

Sí, principalmente su físico. Su mirada, sus labios, su cuello, sus pechos, sus caderas, sus manos… todo. Pero, luego de eso, quiso ver más allá en ella. Su voz, el sonido de su risa, la paz que se sentía a su alrededor, sus miradas de desaprobación cuando oía o veía algo que claramente no era de su gusto.

Notó también que a ella le gustaba dibujar y escribir en la tierra con una rama, además de que era buena cocinando. En alguna ocasión ella "escapó" de la posada, y él, la siguió sin que Uta se diese cuenta, hasta que ambos llegaron a donde un grupo de actores callejeros hacían bromas o caracterizaban alguna leyenda. Yorīchi tuvo que admitir que también le gustó entretenerse con eso. Uta era un alma artística; la veía analizar las pinturas, las canciones, y también tarareaba cuando hacía algunas tareas.

De rara vez ella protestaba por algo debido a su rol en la posada, pero Yorīchi quería verla fuera de ese ambiente, donde Uta pudiese mostrarle más de ella misma. A su vez, él quería mostrarse tal cual era. Quería acompañarla a presenciar las obras de teatro, quería cocinar para ella y saber si podría llegar a hacerlo tan bien en algún momento. Quería criar a ese bebé y no hacer lo que sus padres hicieron con él y su hermano, que fue abandonarlos a su suerte.

A veces él trataba de acercarse a ella para hablarle de lo mucho que le gustaba acostarse sobre el suelo y ver las nubes o las estrellas. Quería que ella supiese que a él le gustaba oírla tararear y no era necesario que dejase de hacerlo cuando lo veía acercarse.

Pero aún no sabía cómo hacerlo bien. Tanto tiempo manteniéndose lejos de todos, le había hecho incapaz de mostrarse ante Uta sin parecer un idiota.

—Yorīchi… ¡oye! —lo llamó Michikatsu ya cansado de estarlo nombrando.

—¿Qué? —despertó él de sus pensamientos.

—Diablos, no creí que esas estupideces sobre el amor fuesen ciertas —bisbiseó para sí mismo—. Escucha, trata de mantener tu cabeza centrada hasta que esto termine, ¿de acuerdo?

—Sí —asintió él con su cabeza.

—Por cierto, si tan seguro estás de que ella no es una traidora, supongo que puedo dejar que esté cerca de mi esposa.

Yorīchi frunció el ceño.

—¿Te casaste también? —preguntó estupefacto. Y eso que acababa de decir que el amor era una estupidez. ¿Se habría casado también por obligación?

—Sí, hace unas semanas.

—Ehm… ¿felicidades?

—Ni lo digas —masculló cansado, y no precisamente por el viaje—. Ya casi llegamos.

Sin decirse nada más, Yorīchi afirmó su agarre sobre su esposa, esperando que este desastre se acabase pronto.

—FIN—


¡Espero que les haya gustado y gracias por leer!


Reviews?


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