29 TARTAS POR TU CUMPLEAÑOS

No me pude resistir a hacer un fic de esta pareja que me encanta porque con esta temática del postre unida a la del finde sin límites, mi fuerza de voluntad se fue por la ventana. Espero que les guste.

Nota: Los personajes pertenecen a la genial mangaka Amyuu. La historia es un pedacito de mi inspiración que quise compartir con ustedes.

Miró el reloj digital una vez más: 11:29 pm del 1ro de septiembre. Miró el reloj de su muñeca: 11:29 pm del 1ro de septiembre. Miró el reloj del celular que mantenía encendido y reproduciendo música relajante que no cumplía su objetivo: 11:30 pm del 1ro de septiembre. Y ahí se iba otro minuto.

Llevaba todo el día (desde las 8 de esa mañana) preparando una tarta de cumpleaños con nata de fresa, crema de fresa y fresas rodeando la cobertura. Ni siquiera había comido nada en todo el día.

Preparar una tarta no era tan difícil, o no según la receta. El problema era que la receta no contaba con el hecho de que ella fuera tan mala en la cocina. Y si había alguna duda de que era mala, las 15 tartas quemadas y 13 poco hechas que se alineaban en la mesa del comedor eran suficiente muestra de ello.

Podía haber pedido ayuda, estaba segura de que tanto su madre como Hiro-senpai la podían ayudar. Su madre no es que fuera una gran cocinera, pero definitivamente era mejor que ella y Hiro-senpai era genial con todas las tareas del hogar. Pero ella era la gran Hōzuki Satowa, niña prodigio del koto, futura gran maestra del instrumento y heredera de la casa Hōzuki… y ahí terminaban sus méritos. Ni siquiera podía hacerle una tarta por su cumpleaños al chico que le gustaba. Si eso no era ser patética, no sabía qué lo era.

Era el cumpleaños de Kudō al día siguiente y en serio quería regalarle una tarta de fresa (todos sabían de la fascinación de Kudō por esa fruta) y quería decirle que se la había preparado ella, sin ayuda. Así que sí, definitivamente pedir ayuda había sido una opción hasta que se le ocurrió que tenía que ser ella la que preparara la tarta de su cumpleaños, sola.

Lo que la llevaba al momento presente: media hora antes de que comenzara el día de la celebración, con 28 tartas lamentables recordándole lo fracasada que era en la cocina, y con una en el horno, su último intento de regalo y la unión de lo último que le quedaba de ingredientes (de hecho era un milagro que le hubiesen alcanzado para tantas). Era su última esperanza.

El porqué Satowa lucía semejantes ojeras era el misterio del día. No solo estaba tan somnolienta que se quedaba dormida estando de pie, sino que los círculos negros bajo sus ojos eran bastante notorios en la piel pálida de la muchacha. Varias veces Chika se había acercado a preguntar, pero ella lo eludía. Ya comenzaba a ser sospechoso.

Sus amigos del club le habían preparado una fiesta sorpresa por su cumpleaños, lo cual le alegraba muchísimo, pero que la chica que le gusta estuviera como zombi en la fiesta no era un gran motivo de alegría. ¿Qué demonios le estaría pasando por la cabeza?

Satowa se las ingenió para esquivar a Chika hasta el momento de cortar la tarta, pero cuando el momento llegó no lo pudo evitar más. La tarta la había hecho ella, al fin y al cabo. Y cuando la puso delante de él no se atrevió a mirarlo a la cara. Ahora sí que había llegado a lo más patético que se puede llegar: pasó todo el día anterior preparando la tarta, tratando que quedara perfecta, y cuando al fin se la puede dar, no se atrevía a levantar la mirada.

—Kudō, fe…liz cumpl… cumpleaños. —logró balbucear.

—Gracias, Hōzuki.

—Ahora cantemos para que todos podamos disfrutar de la tarta. —anunció Takezō.

Cantar "Feliz cumpleaños" nunca había sido semejante tortura. A Satowa le sudaban las manos como si fuera a enfrentarse a un jurado en una gran competición. Al final había estado hasta pasadas las 3 de la mañana adornando la tarta. Ahora solo podía rezar para que la canción más larga de la historia terminara.

Cuando el momento llegó, fue como si todo pasara en cámara lenta: Kudō, con ayuda de un cuchillo, separó una cuña de la tarta y se la sirvió en un plato. Cuando tomó el primer trozo y la probó, Satowa podía jurar que se estaba poniendo morada de aguantar la respiración.

—La tarta está increíble.

Y en ese momento soltó todo el aire que llevaba conteniendo y sintió paz por primera vez en 48 horas.

—Kurusu-senpai me dijo que la tarta fue obra tuya.

—Yo… yo…

La había asustado. Ella se había ofrecido a ayudar a Chika y a su tía a recoger todo lo de la fiesta. Su tarta al final había sido un éxito y muy alabada por todos, lo que sin saber que era su obra. Todavía no se lo podía creer. Ella había hecho algo que le había quedado bien y no tenía nada que ver con el koto. Sí había tenido varios intentos fallidos, pero al final lo había conseguido y no cabía en sí de la dicha. El problema es que tan abstraída en su alegría que se había olvidado de que Hiro-senpai lo sabía todo. Y aparentemente se lo había dicho a Kudō.

—¿Por qué no me lo dijiste? —le preguntó él.

—Porque me avergonzaba muchísimo que no tuviera buen sabor.

—¿Lo dices por las otras 28 que preparaste?

—¿Tú cómo sabes?

—Tu madre llamó hace 10 minutos para preguntarte qué hacía con las tartas que dejaste en el comedor. Estabas tan abstraída que ni siquiera escuchaste el teléfono sonar.

Si la vergüenza tenía un límite, ella definitivamente se lo había saltado.

—Bueno, ya lo sabes… Lo siento, Kudō. Quería prepararte una tarta de cumpleaños y quería hacerlo sola. No pensé mucho en el hecho que soy un desastre en la cocina.

—Pues que sepas que la tarta estaba genial.

—¿En serio me lo dices?

—¿Me conoces por mentiroso? —preguntó él en su lugar.

—No. Me alegro que te gustara.

—Más que gustarme, la adoré. No puedo esperar a mi próximo cumpleaños.

—¿El próximo año también vas a querer 29 tartas de cumpleaños?

—Si son hechas por ti, con gusto.

—Tonto.

—Sabes que, hasta ahora, la tarta de fresa de la madre de Tetsuki era mi favorita. Pues, a partir de ahora, lo es la tuya. Y me alegra que no hayas pedido ayuda para hacerla. No sé si sea solo yo, pero que haya sido solo hecha por ti la hace más deliciosa.

De más está decir que la sonrisa de Satowa no se borró en mucho tiempo.