La importancia de un patronus corpóreo
Resumen: En un mundo mágico donde puede aparecerte un tatuaje que indica la identidad de tu alma gemela, conjurar un patronus corpóreo se vuelve crucial... si es que te importan esas cosas, claro está. Draco Malfoy, miembro de Ravenclaw pragmático y realista, jamás pensó que su tatuaje aparecería y mucho menos pensó que en verdad le importaría.
Universo Alterno donde Draco es Ravenclaw, Harry es Slytherin y los magos y brujas tienen tatuado el patronus de su alma gemela en el brazo derecho.
Notas:
* Regalo para Yaru ( Decompositionbeauty ) quien me pidió un fic con Slytherin!Harry y Ravenclaw!Draco donde fueran almas gemelas que se reconocieran por medio de tatuajes.
Es un AU donde al menos hasta el año 3 las cosas transcurren bastante parecidas al canon. A partir del año 4, la historia toma otro giro.
El fanart de la portada es una comisión hecha por Usagui Lee (Usikobayashi en twiter).
Actualizaciones todos los martes (posiblemente!)
Advertencias (las cuales pueden variar, disminuir o aumentar según avance el fic):
- retelling de la historia original. más o menos
- IMPORTANTE: tomar en cuenta que Draco y Harry tienen sus personalidades un tanto cambiadas pues intenté resaltar en ellos las cualidades de sus nuevas casas
- uso de magia negra y necromancia (pero mucho más adelante en el fic)
- en este fic Harry y Ron no son amigos (Ron y todos los de Gryffindor apenas son mencionados, a excepción de Hermione)
- todos los demás personajes están en la misma casa que en el canon, los únicos cambios son los de Draco y Harry
- eventualmente situaciones románticas y sexuales consentidas entre los chicos siendo todavía menores de edad (probable Top!Harry/Bottom!Draco)
Sé muy bien que fics así como este existen cientos, pero decidí aventurarme a escribir mi propio "Sorting AU fic" pues fue el deseo de la receptora del regalo. Obviamente no será el mejor en ningún aspecto, aún así espero que les guste. ¡Gracias por su comprensión y disfruten la lectura!
La importancia de un patronus corpóreo
1. Primer Año
—Hola —saludó Draco al otro niño—, ¿también vas a Hogwarts?
Eso era indudable y Draco se sintió un poco tonto por preguntar, pero no había encontrado otro modo de empezar conversación. Le había bastado observar unos segundos para darse cuenta de que ese otro niño mago era de su misma edad a pesar de que era más bajo de estatura y se veía un tanto esmirriado. ¿En la tienda de túnicas, de once años, vestido con ropa extraña y con cara de sentirse perdido y fuera de lugar? Seguramente iba a Hogwarts y era hijo de muggles.
Ese último dato había estado a punto de provocar que Draco mirara para otro lado e ignorara al chico, pero decidió sepultar las prejuiciosas ideas de su padre en el rincón más profundo de su mente. Se sentía tan eufórico de que por fin fuera su turno de comenzar el colegio que ansiaba hablarlo con alguien, hijo de muggles o no.
El niño, quien tenía los ojos de un impresionante color verde, asintió y miró a Draco con inquietud.
Draco intuyó su miedo.
—Oh, no deberías preocuparte. Aunque seas hijo de muggles, si la carta de Hogwarts te ha llegado es porque realmente eres un mago.
El chico de ojos verdes los entrecerró y dijo, sonando un poco indignado:
—No soy hijo de muggles. Mis padres, ambos, eran magos.
Draco arqueó las cejas, sintiéndose todavía mejor. ¡Genial! Su padre no le pondría pretextos a esa amistad. Aunque...
—¿Eran?
El niño elevó el mentón, desafiante.
—Murieron hace años.
—Oh. Lo siento mucho. De hecho, pensé que... Bueno, no importa. ¿Sabes a qué casa vas a ir? —El chico de ojos verdes lo miró sin entender y Draco se apuró a explicar—: Ah, es que a los estudiantes nos dividen en cuatro casas y, para enviarte a una, primero te hacen un examen de aptitud o algo así. Yo creo que a mí podrían asignarme a Slytherin porque toda mi familia ha ido ahí durante generaciones. Es una buena casa porque dicen que ahí encuentras amigos leales que te ayudan con tus objetivos, pero... No lo sé. No estoy tan seguro.
No dijo más. Apretó los labios y miró a través de la ventana de la tienda. Afuera vio a su padre, quien estaba saliendo de Flourish y Blotts con un bolso lleno de los libros de texto nuevos que Draco requería para su primer año. Las personas a su alrededor, al verlo y reconocerlo, se retiraban nerviosas o lo saludaban con una inclinación de cabeza bastante servicial.
Durante toda su niñez Draco se había preguntado por qué la gente trataba así a su padre. Había crecido creyendo que era por su riqueza, a la cual no muchos magos podían aspirar, pero con el tiempo (y después de haber descubierto la marca que su padre tenía en el antebrazo izquierdo), Draco leyó algunos libros y comprendió lo que su padre había sido.
Lo que todavía era. Lo que podía volver a ser si es que aquel lunático Que-No-Debía-Ser-Nombrado regresaba a la vida, tal como se rumoreaba todo el tiempo.
Draco necesitaba toda la sagacidad y sabiduría posibles para salvar a su familia.
Y fue por eso que había decidido que quedaría en Ravenclaw.
No le dijo nada de esto al niño que estaba junto a él en la tienda de túnicas de Madam Malkin, quien por cierto estaba observándolo con atención.
—¿Ese hombre... es tu padre?
Draco se giró a verlo con brusquedad. Oh, lo único que le faltaba, que su nuevo amigo supiera quién era Lucius Malfoy y...
—¿Por qué me lo preguntas? ¿Lo conoces de algo?
El chico negó con la cabeza y sonrió.
—¿Qué? No, claro que no, ¿por qué te pones a la defensiva? Lo pregunto porque te le has quedado viendo y el señor es idéntico a ti. O tú a él, mejor dicho.
Draco suspiró.
—Sí, míralo. Ahí va con todos "mis" libros para el colegio —se quejó Draco, formando las comillas con los dedos—. Con lo mucho que me gusta entrar a curiosear a las librerías y mi padre se ha adelantado para no llevarme. Seguramente quería evitar que terminara comprando más libros de los que piden en la lista.
El chico soltó una risita.
—¡Puedo entenderte! Hace un rato, cuando mi... ejem, mi acompañante y yo fuimos al banco y saqué dinero, quise comprar cuanto libro de magia negra vi en Flourish y Blotts pero él no me dejó. —Draco se giró hacia el niño y le dio una mirada que quizá fue bastante elocuente, porque éste se rió y se sonrojó un poco—. Ah, es que... verás. Tengo un primo muggle muy, muy... ugh, ni siquiera sé como describirlo. Muy idiota. Realmente insoportable. Me ha hecho pasar por... Bueno. Me muero por darle a probar un poco de mi magia ahora que sé lo que soy y lo que puedo hacer.
Al momento en que el niño soltó aquello, algo muy peligroso resplandeció en sus ojos y Draco resopló, divertido.
—¡No me engañas, tú eres un Slytherin! —le dijo. Cuando el chico le preguntó por qué, Draco le explicó—: Tienes todas sus características. De mí te acuerdas cuando te pongan en esa casa. Y no tiene nada de malo, no te dejes influenciar por la gente que te diga lo contrario. Es una casa genial donde no le hacen el feo a aprender un poco de la utilísima magia oscura. Yo mismo quedaría ahí si... bueno. Si no tuviera otros planes.
Nada interesado en soltar confidencias con alguien que apenas conocía, Draco cambió de tema y comenzó a explicarle con entusiasmo lo que era el quidditch. Pasaron un rato muy agradable que terminó cuando Madam Malkin los despachó a los dos. Tuvieron que despedirse muy abruptamente y, cuando el otro niño salió de la tienda, fue que Draco se dio cuenta de que ni siquiera habían intercambiado nombres.
Se encogió de hombros. Seguramente ya se reencontrarían después.
La mente de Harry Potter era un lío pero en el buen sentido de la palabra. Su vida había cambiado tanto desde que aquella primera carta llegó a la casa de sus tíos, que apenas podía creerlo. Haber conocido a Hagrid y a todos aquellos magos y brujas en el Callejón Diagon, había transformado el panorama de su vida por completo.
No había dejado de sentirse un tanto nervioso al notar que toda aquella gente lo admiraba por algo que había hecho de bebé y que seguramente había sido sin intención, pero de todas maneras había decidido comenzar sus estudios en aquel colegio tan misterioso con todo el ánimo puesto en demostrar que en verdad él era mucho más que la leyenda del Niño-que-vivió. ¿Esperaban grandes cosas de él? Pues ya podían irse preparando porque lo iba a hacer.
Así que aquel 1o de septiembre no había podido dejar de sentirse entusiasmado aun cuando vivió algunos momentos de terror al verse abandonado en la estación de trenes por su tío y no poder encontrar la plataforma 9 y ¾. Por suerte, se había topado con una familia de magos pelirrojos que le enseñaron a atravesarla.
Y fueron esos mismos pelirrojos (o al menos dos de ellos, un par de gemelos apenas mayores que Harry) quienes le ayudaron a subir su pesadísimo baúl a uno de los vagones del tren. Unos minutos más tarde, cuando Harry ya estaba acomodado en su asiento listo para partir, esos mismos gemelos pasaron de nuevo por ahí acompañados ahora de su hermano menor, otro pelirrojo de la misma edad que Harry.
El chico le preguntó a Harry si podía sentarse con él ya que todos los demás compartimientos iban llenos. Harry se encogió de hombros al tiempo que los gemelos se despedían después de decirle sus nombres y el de su hermano.
El menor de los pelirrojos veía la cicatriz en la frente de Harry sin ningún disimulo.
—¿De verdad eres Harry Potter?
Harry asintió. Todavía no terminaba de decidir si esa novedad de ser reconocido por su cicatriz le incomodaba o no. Lo que sí, estaba comenzando a resultarle bastante agradable que al menos en ese mundo todos parecieran querer ser sus amigos. Allá, en el reino de los muggles, siempre había sido un marginado por culpa de los Dursley, su orfandad y su manera de vestir.
Ron, el pelirrojo, siguió hablando:
—Oh, es que pensé que tal vez Fred y George estaban bromeando cuando me dijeron que... En fin.
El chico se sonrojó y clavó la mirada en la ventanilla hacia el exterior. El tren todavía no partía y la gente seguía circulando a toda prisa por la plataforma.
Harry también miró hacia afuera.
Y pensar que, hasta hacía apenas un mes, él había creído que su cicatriz se la había hecho en el supuesto accidente donde murieron sus padres. Pero ahora sabía la verdad. Sus padres habían sido asesinados por un demente. Apretó los dientes con rabia y se quitó el cabello de la frente.
El chico pelirrojo comenzó a hablarle acerca de todos los hermanos que tenía y de una rata heredada que traía consigo. Harry, bastante curioso acerca del modo de vida de las familias enteramente mágicas, sí estaba prestándole atención al inicio. Pero entonces se distrajo al ver pasar por la plataforma al niño rubio que había conocido en la tienda de túnicas del Callejón Diagon. El chico iba acompañado del mismo hombre también rubio que Harry había identificado como su padre, y por una dama muy guapa y refinada que seguramente sería su madre.
Harry sintió una punzada dolorosa al pensar que, si sus padres vivieran, él también...
Pero no. No iba a perderse en ese tipo de pensamientos tan depresivos. Suspiró y sonrió al recordar que ese chico no lo había reconocido como el "famoso Niño-que-vivió" porque no le había visto la cicatriz ni le había preguntado su nombre, pero aun así se había comportado muy amistoso con él. Como nunca nadie antes en ningún otro lugar.
Ron se dio cuenta a quién estaba mirando y dijo, interrumpiendo sus pensamientos:
—Ah, ese debe ser Draco Malfoy. —Su voz sonaba llena de desagrado—. Qué horror, no recordaba que es de nuestra edad y que también entraría a Hogwarts este año.
Harry lo miró interrogante.
—¿No te cae bien?
Ron hizo un gesto de asco.
—¡Claro que no! —Entonces, titubeó un poco y añadió—: Bueno, pero la verdad es que nunca lo he tratado. Al que conozco es a su padre, ese hombre que va ahí con él. Mi papá nos hablaba muchísimo de Lucius Malfoy allá en casa. Ya te imaginarás que como mi papá trabaja en el ministerio, pues se entera de muchas cosas.
Harry entrecerró los ojos.
—Sigo sin entender. ¿Qué tiene que ver...?
—Pff, olvidé que no sabes nada del mundo mágico. Lucius Malfoy es famoso por haber estado antes en el lado oscuro; se dice que fue mano derecha de Quien-Tú-Sabes.
Harry recordó cómo, cuando había conocido a ese niño rubio (¿Draco Malfoy, había dicho Ron?) éste se había preocupado de que Harry supiera algo de Lucius; hasta se había puesto bastante a la defensiva. Por alguna razón, Harry se sintió bastante irritado de que Ron juzgara al chico Malfoy por los delitos (quizá ni siquiera comprobados) de su padre.
—Pero... si no lo conoces, ¿por qué te desagrada? Yo hablé con él un poco en una tienda de túnicas y no me cayó mal.
Ron lo observó como si le hubieran brotado cuernos.
—¿Draco Malfoy no te cayó mal?
Harry se sentía cada vez más enojado.
—Pues no. Me pareció simpático. Y en todo caso, tiene once años como tú y yo. Si su padre hizo cosas, ¿por qué él tendría la culpa?
Ron pareció derrotado por aquel argumento, pero no lo admitió:
—¡Yo no digo que tiene culpa, lo que digo es que el hijo de un hombre desagradable no puede ser agradable! ¡Si creció con Lucius Malfoy, entonces tiene que ser como él! ¿No lo crees así?
Harry se encogió de hombros y miró de nuevo hacia la ventana. Ya no quedaban estudiantes en la plataforma: todos habían subido al tren. Los únicos ahí abajo eran sus familiares despidiéndoles. Harry miró a los dos señores Malfoy decir adiós con la mano con dirección hacia otro de los vagones. Quizá era cierto que eran desagradables, pero al menos parecían amar a su hijo.
Harry, sintiéndose un poco abrumado por motivos que no quería analizar, le dijo a Ron en voz baja:
—Si tú conocieras a mis tíos y a mi primo, los muggles con los que me crié, tampoco te caerían bien. Y entonces, ¿me juzgarías a mí porque ellos son desagradables? No sé, no me parece justo.
Por algunos minutos ninguno de los dos chicos dijo nada. Ron se veía extremadamente incómodo y quizá un tanto arrepentido de lo que había dicho.
El tren comenzó a avanzar y entonces, como para cambiar de tema, Ron le preguntó:
—¿Y ya sabes en cuál casa vas a estar?
Harry, quien ya no lo encontraba tan simpático como al inicio y quien hubiera preferido haberse sentado con otras personas (como con Malfoy, por ejemplo), respondió con avasalladora seguridad:
—Supongo que en Slytherin.
El pelirrojo abrió los ojos como platos.
—¿Es-estás seguro? Pero, ¿tú sabes que esa es la casa de donde más magos oscuros han salido? ¡Ahí estuvo el mismísimo Quien-No-Debe-Ser-Nombrado!
Harry ya sabía todo eso: Hagrid también se lo había dicho (Hagrid, quien le había caído simpático y a quien siempre le agradecería que lo hubiese rescatado de aquella isla horrible a donde tío Vernon lo había arrastrado para que no recibiera sus cartas de Hogwarts, pero con quien no concordaba del todo). Curiosamente, entre más le hablaban mal de Slytherin, más ganas le daban a Harry de quedar ahí.
—¿Y? No creo que todos los de esa casa estén condenados a ser magos oscuros, ¿no? Si de verdad fuera una casa así de mala, supongo que el colegio ya la habría eliminado. Algo bueno debe tener.
Ron lo miraba incrédulo. Abrió la boca para decir algo, pero afortunadamente en ese momento llegó una niña vestida ya con su túnica del colegio y los interrumpió.
—¿Alguien ha visto un sapo? El niño Neville perdió uno —dijo. Tenía voz de mandona, mucho pelo color castaño y los dientes de delante bastante largos.
Ron la miró frunciendo el ceño. Y quizá por eso, porque la niña pareció ser del desagrado inmediato de Ron Weasley, fue que a Harry le cayó bien.
—No —respondieron los dos niños al unisono. Pero entonces la niña se fijó en la frente de Harry y dijo a toda prisa:
—¿Eres Harry Potter, cierto? Unos gemelos pelirrojos han estado esparciendo el rumor de que venías en el tren. Yo soy Hermione Granger, mucho gusto —dijo ella y se sentó justo frente a Harry, observándolo con admiración.
Harry le sonrió.
—Yo soy Ron Weasley —se presentó Ron, pero Hermione apenas sí se giró a verlo.
Ella continuó hablando a toda velocidad:
—Lo sé todo sobre ti, Harry, por supuesto, conseguí unos pocos libros extra para prepararme más y tú figuras en Historia de la magia moderna, Defensa contra las Artes Oscuras y Grandes eventos mágicos del siglo XX.
—¿Estoy yo? —dijo Harry, arqueando las cejas. Bueno, se había enterado de que era famoso y todo, y le constaba que la gente lo reconocía, pero no tenía idea de que existían libros que efectivamente hablaran de él. Eso era... increíble.
—Dios mío, no lo sabes. Yo en tu lugar habría buscado todo lo que pudiera —dijo Hermione. Y entonces, quizá al percibir el interés de Harry por saber, ella comenzó a decirle con impresionante exactitud lo que cada libro decía acerca de él.
Y, de ese modo, lo que restó del trayecto a Hogwarts no fue tan incómodo para Harry después de todo, gracias a Hermione Granger.
Resultó que el tan cacareado "test" para la selección de casas no era más que ponerse un viejo sombrero en la cabeza y esperar su veredicto, ya que, aparentemente, el llamado Sombrero Seleccionador tenía el espeluznante poder mágico de leer los pensamientos y quizá el alma misma.
Así que Draco se concentró en pensar en todos los problemas que podían presentársele en el futuro y cómo iba a necesitar echar mano de la mayor cantidad de recursos posibles, así que el Sombrero mandó por primera vez en generaciones a un miembro de la familia Malfoy a una casa que no era Slytherin.
—¡Serás Ravenclaw!
Los presentes en el Gran Comedor que conocían en algún grado a la familia de Draco, enmudecieron con asombro. Algunas personas en la mesa de Ravenclaw aplaudieron un poco por mera cortesía, pero nada más. Desde la mesa de Gryffindor se escuchó a alguien que decía con malicia: "Espera a que su padre se entere de esto. Lo va a desheredar".
Draco no se sintió desalentado. Sabía que Ravenclaw era la segunda casa mejor en Hogwarts y que predominaban los magos y brujas sangre limpia, así que no se preocupó demasiado. Sabía que su padre estaría un poco decepcionado, pero confiaba en que se sobrepondría.
Eso espero.
Después de sentarse a la mesa de Ravenclaw y aguantar cuchicheos y miradas impertinentes por un rato, Draco finalmente pudo relajarse cuando nombraron al famosísimo Harry Potter y le pidieron pasar al frente, pues de inmediato la gente se olvidó de él. Draco elevó la mirada hacia el estrado para conocerlo, tan curioso como cualquiera; se sorprendió al descubrir que se trataba, ni más ni menos, del mismo niño criado por muggles que había conocido en la tienda de túnicas. En aquella ocasión, Draco no le había visto la infame cicatriz en la frente y por esa razón no había podido reconocerlo. ¡Con razón no había crecido con sus padres! Pues éstos habían muerto hacía tanto...
El niño de ojos verdes, Harry Potter, se sentó en el banco y le fue colocado el Sombrero. Después de un par de minutos en los que la gente no dejó de preguntarse en qué casa quedaría y de hacer apuestas entre ellos, el chico miró hacia Draco y le dedicó una leve sonrisa.
Draco se encogió en su asiento. Ser amigo de Harry Potter era algo que jamás había contemplado y no tenía idea de cómo eso podría afectar sus planes de ayudar a su familia a no volver a caer en desgracia. Necesitaba pensarlo...
Y mientras Draco trataba fervientemente de analizar si aquello le convenía o no, el Sombrero exclamó:
—¡Pues entonces, que seas Slytherin!
El Gran Comedor estalló en murmullos de asombro y desconcierto. ¿El chico que siendo un bebé había vencido al Señor Tenebroso, era un Slytherin? ¡Nadie podía dar crédito! ¿Qué significaba eso? ¿Acaso era un mal augurio?
Por lo visto, a los únicos dos que no les había sorprendido la novedad fueron al mismo Potter y a Draco, quien había adivinado las inclinaciones del chico con sólo conversar un poco con él.
Algunos de los presentes se veían un tanto preocupados, especialmente los profesores. Dumbledore, el director, estaba bastante serio. Snape, el jefe de la casa a la cual ahora pertenecía Potter, tenía una cara de pasmo y desagrado que Draco, que lo conocía un poco, jamás le había visto poner.
Draco se atrevió a buscar a Potter con la mirada y lo observó mientras éste, muy ufano, se quitaba el Sombrero, caminaba hacia la mesa de los Slytherin y se sentaba entre ellos. La mayoría lo recibió con orgullo y entusiasmo.
Bueno. No cabía duda de que esos iban a ser unos años escolares interesantes, pensó Draco.
¡Lo conseguí!, fue el primer pensamiento que tuvo Harry mientras se sentaba ante la mesa de los Slytherin. Conseguí llegar a Hogwarts, conseguí que el Sombrero realmente me seleccionara para una casa y, bueno, justo fue en la que más ganas tenía de quedar. Tal como me lo pronosticaste, ¿eh, Malfoy?
Miró hacia la mesa de Ravenclaw y pilló a Malfoy echándole un vistazo. No obstante, antes de tener tiempo de sonreírle o de saludarlo con la mano, Malfoy giró la cabeza y le dio la espalda. Para el desencanto de Harry, no volvió a voltear hacia él mientras duró el banquete.
Hubo un silencio incómodo en la mesa de Slytherin mientras todos los niños y niñas recién seleccionados se observaban entre ellos, como midiéndose. Harry no reconocía a ninguno; no recordaba haberlos visto en el tren o en la plataforma.
—Así que... ¿el famoso Harry Potter es un Slytherin? Bueno, no negaré que me sorprende —dijo un niño alto de piel oscura sentado frente a él. Su tono de voz no era amistoso y eso descolocó un poco a Harry—. Al menos eres sangre limpia, ¿no, Potter? Yo soy Blaise Zabini, ¿qué tal?
Una niña de cabello negro sentada junto a él jadeó con fascinación.
—¡Oh, yo sé quién eres! Mi mamá y yo conocemos a tu madre, ¡es una bruja famosa por su belleza! La verdad es que le tenemos mucha envidia. Yo soy Pansy Parkinson, por cierto.
—¿Descendiente del Ministro de Magia Perseus Parkinson? ¿Ése que quiso imponer una ley para evitar matrimonios con los muggles? —preguntó otra niña, una de cabello rubio. Su tono, como el de Zabini, tampoco era muy amistoso.
Pansy sonrió y decidió ignorar la malicia detrás de los cuestionamientos.
—Así es. Lo que demuestra que al menos soy sangre limpia. ¿Y tú, eres...?
—Daphne Greengrass.
—Yo soy Tracey Davis —dijo otra niña de cabello color paja, quien ya parecía haber establecido una amistad con Daphne. Terminando de presentarse, las dos niñas continuaron charlando entre ellas.
Había un niño larguirucho muy silencioso que miraba fijo a su plato y otros dos muy corpulentos que parecían ansiosos por cenar.
Blaise Zabini se dio cuenta de que Harry los observaba y le dijo:
—Éste que está acá sin decir nada es Theodore Nott. Y estos dos son Greg Goyle y Vincent Crabbe. Sus padres son muy amigos, ¿verdad que sí?
Theo Nott pareció hacerse más pequeño ante aquel enigmático comentario.
—Yo soy Millicent Bulstrode —se presentó al final la última miembro del grupo de primero, una niña robusta de mandíbula cuadrada mucho más alta que Harry. Ella, a pesar de tener cara pocos amigos, fue quien comenzó a charlar con él. Todos los demás procedieron a ignorarlo; Crabbe y Goyle no dijeron palabra y menos cuando aparecieron los manjares del banquete frente a ellos.
Resultó que Harry no era el único huérfano de su clase. Por lo que pudo enterarse, Blaise no tenía padre y Theo no tenía madre. No era que le alegrara ese detalle, pero de cierta manera se sintió que estaba entre colegas que podrían llegar a entenderlo.
Millicent no era la niña más inteligente que Harry hubiese conocido, pero era una fuente interesante de información en cuanto al mundo mágico se refería.
—¿Qué quiso decir Blaise cuando me preguntó si era sangre limpia? —se atrevió a cuestionarle Harry cuando estuvo seguro de que Blaise no estaba escuchando.
Millicent estaba tan entretenida con la cena como Crabbe y Goyle, pero se daba tiempo a responderle sus dudas a Harry entre bocado y bocado:
—Mmm, no le hagas mucho caso. Si no fueras sangre limpia, para empezar el Sombrero no te habría elegido para estar en Slytherin, así que yo creo que sólo te lo dijo para molestar. De cualquier forma, es imposible que exista en el mundo alguien con la sangre totalmente mágica. Por ejemplo, yo... Soy mestiza, como tú. Mi madre también era hija de muggles.
Ah, se trata de eso, entonces. Harry comenzó a comprender el término y lo que significaba. ¿Existía algún tipo de discriminación hacia los niños y niñas que no tenían al menos un progenitor mágico, como Hermione Granger, la niña con la que tan a gusto había charlado en el tren y que había quedado en Gryffindor?
Y pensar que cuando conocí a Malfoy, éste creyó que yo era hijo de muggles. Y aún así, Malfoy no lo había rechazado.
Volvió a clavar los ojos en la espalda de Malfoy en la mesa de Ravenclaw, pero éste seguía evitándolo.
Harry suspiró mientras Millicent le contaba que cada casa estaba bajo la responsabilidad de un profesor y que, en el caso de Slytherin, éste se trataba de Severus Snape, el que impartía Pociones. Harry se giró a verlo.
Estaba seguro de que la mirada de odio que el profesor le estaba dedicando no era obra de su imaginación.
Y así resultó ser.
Apenas al comenzar las clases, a Harry le quedó más que clarísimo que al jefe de su casa no sólo no le caía bien, sino que lo odiaba con pasión. ¿Por qué? Era un misterio que no podía entender.
Desde la primera clase doble de Pociones (que por cierto compartían con los buenitos de Gryffindor), Harry entendió que Snape traía algo contra él y no estaba nada feliz de que hubiese quedado seleccionado en Slytherin. No contento con burlarse de "su fama" y de hacerle preguntas sobre temas que Harry no sabía que tendría que haber estudiado, Snape le pidió que se quedara al final de la clase para hablar con él.
Hermione lo miró con apuro como si estuviera asustada por su bienestar. Ron Weasley, en cambio, estuvo cuchicheando durante toda la clase con los otros niños de Gryffindor, tan alegres como curiosos de que Snape pareciera no tener en estima a la última adquisición de Slytherin.
Harry los fulminó con la mirada a todos ellos: no tuvo más que observarlos durante una clase para darse cuenta de que no había sido un error haber quedado en Slytherin tal como el Sombrero se lo sugirió. A excepción de Hermione (y de los gemelos Weasley, quizá), todos los demás miembros de esa casa le parecían patéticos y discriminadores.
Al terminar la clase, Greg, Vincent y Millie le dijeron que lo esperarían afuera y así fue como el profesor y Harry se quedaron a solas en la mazmorra. Snape carraspeó y dijo con voz de ultratumba:
—Acércate, Potter.
Harry suspiró, caminó hasta el escritorio del profesor y lo miró retador sin decir nada. Snape lo observaba fijamente con sus ojos oscuros y penetrantes.
—Ahora sí, Potter. Como jefe de tu casa, exijo que te confieses. Dime cómo has conseguido engañar al Sombrero Seleccionador para que te permita quedarte en Slytherin.
Harry quiso soltar una risita pero pensó que no sería prudente. Agachó la cara para evitar que Snape viera su gesto de burla.
—El Sombrero me dijo que yo tenía cualidades para pertenecer a cualquiera de las cuatro casas, pero insistió que en Slytherin quedaba mejor. Lo único que yo hice fue aceptar.
Snape frunció el ceño.
—Llámame "señor", Potter. Que no se te olvide.
Harry elevó los ojos.
—Disculpe usted... señor.
Snape lo miró como si quisiera atravesarlo con sus ojos como dagas.
—¿Es verdad lo que me estás diciendo? ¿El Sombrero te dijo eso? —Harry asintió y entonces Snape murmuró como para él mismo—: Entonces... entonces, lo que Dumbledore dijo acerca de... de eso... Debe ser cierto.
Harry entrecerró los ojos.
—¿Señor?
Snape pareció darse cuenta de que había hablado de más. Negó con la cabeza y agitó una mano, despidiéndole de mala manera.
—Ya puedes retirarte, Potter. Pero que te quede bien claro que estaré vigilándote. Si decidiste quedar en Slytherin para sabotearnos de algún modo, me daré cuenta y te lo haré pagar.
Harry se dio la media vuelta y salió de la mazmorra cuidándose de que Snape no escuchara el bufido despectivo que dejó sus labios casi sin querer.
Durante todo aquel primer año, Draco tuvo ocasión de preguntarse varias veces si no se había equivocado al elegir a Ravenclaw sobre Slytherin.
Todavía le costaba discernir si para sus planes le convenía más que lo dejaran solo y tranquilo. Porque ese era el ambiente en la torre de Ravenclaw: la gente ahí era bastante individualista, bastante atareados en sus propios asuntos y superación personal. Pocos tenían tiempo o ganas de hacer amigos o de preocuparse por los demás. Eso, sumado a la fama del apellido Malfoy, provocaba que casi nadie se acercara al heredero de Lucius, mago famoso por haber sido esbirro del último Señor Tenebroso.
Si es que alguien se dignaba en dirigir su mirada hacia Draco, ésta estaba cargada de desconfianza.
Sus otros tres compañeros masculinos en el dormitorio de Ravenclaw le hacían poco caso. Había un par, Corner y Boot, quienes tendían a hablar mal de él descaradamente y y varias veces intentaron jugarle bromas pesadas. Draco simplemente procedía a ignorarlos. Anthony Goldstein, por otra parte, era quien mejor se portaba con Draco y con todos en general, pero no perdía su tiempo socializando con nadie, mucho menos con él. Las chicas de su grado ni lo volteaban a ver.
En pocas palabras, Draco no tenía amigos y era más culpa de su apellido que de él mismo.
A Draco nada de eso podía importarle menos, pero sus padres no dejaban de molestarlo por carta de que las buenas relaciones eran tan importantes como las notas sobresalientes. Lucius, en cada jodida lechuza que le mandaba, lo presionaba con el tema sin descanso. En vista de que Draco se "había atrevido" a no quedar en Slytherin, Lucius insistía en que al menos dedicara su tiempo a cultivar a las amistades adecuadas. Incluso le mandó una lista de quienes él creía podían ser los mejores candidatos a ser "amigos" de Draco. Éste frunció el ceño cuando miró el nombre de Harry Potter entre ellos.
Porque Harry Potter... Bueno, él, al contrario de Draco, era bastante popular y tenía legiones de fans. En Slytherin parecían estimarlo mucho y no sólo ahí. Lo curioso era que a pesar de que le sobraba con quién convivir, Potter había tratado de acercarse a Draco en varias ocasiones durante aquellas primeras semanas.
Draco lo había rechazado lo más cortésmente que había podido. Juntarse con Potter le producía pánico. Entre más lejos del futuro candidato a siguiente Señor Oscuro, mejor.
Porque esa era la conclusión a la que Draco había llegado: estaba convencidísimo de que Potter era un Señor Tenebroso en ciernes. Si no, ¿por qué había elegido Slytherin después de demostrar que poseía poderes tan misteriosos que lo habían ayudado a acabar con el Que-No-Debía-Ser-Nombrado siendo apenas un bebé?
¿Y qué tal si el Señor Tenebroso volvía a la vida como se rumoreaba? No, no. Ni a Draco ni a su familia les convenía estar en medio del enfrentamiento entre esos dos por el puesto de "Lord Maldad", muchas gracias.Lucius algún día tendría que entenderlo. Y si no, pues... que se jodiera.
Draco creía saber lo que estaba haciendo.
A Harry le fastidió sobremanera enterarse de que el grupo de primero de Slytherin tomaría las lecciones de vuelo junto con Gryffindor.
—¿Por qué siempre que es clase doble nos toca con ésos? —les dijo a Greg y a Vincent mientras miraban el letrero que un prefecto había pegado en su sala común—. ¿Por qué, para variar, no nos toca compartir algo con Ravenclaw, por ejemplo?
Harry había estado aquellas primeras semanas de clases intentando hacerse amigo de Draco Malfoy, pero éste había hecho todo lo posible por mantenerse alejado por alguna razón que Harry no alcanzaba a comprender. Que Slytherin y Ravenclaw no compartieran ninguna clase juntos, lo complicaba más.
—¿Tanta es tu necesidad de aprobación que ahora requieres hacerte amigo de los de Ravenclaw? —dijo una voz a su espalda.
Harry, Greg y Vincent se giraron para ver quién hablaba. Era Blaise, quien, acompañado por Pansy, miraba a Harry con burla, retándolo a defenderse.
Harry los miró a los dos y sopesó sus opciones. Desde el inicio del año escolar, la mayoría de sus compañeros en Slytherin lo habían evitado y desconfiado de él de la misma manera que lo había hecho su jefe de casa, Snape. A Harry no le había costado mucho comprender que seguramente era porque tanto su padre como su madre habían pertenecido a Gryffindor (Hagrid se lo había contado) y por eso todos los de Slytherin parecían creer que Harry era como un tipo de espía infiltrado.
Harry había evitado cuidadosamente cualquier pelea dentro de su casa pues lo que en verdad deseaba era estar en buenos términos con todos y demostrarles que era un Slytherin de verdad. Así que, como había estado haciendo siempre, sólo miró a Greg y a Vincent y les murmuró:
—Vámonos. Millie debe estar esperándonos en el Gran Comedor para almorzar —y, con eso, los tres salieron por la puerta de piedra oculta en el muro.
El día de las lecciones de vuelo, uno de los niños más torpes de Gryffindor, Neville Longbottom, se cayó de la escoba y madam Hooch tuvo que llevarlo a la enfermería. Vincent y Greg, entre risas de burla, recogieron del suelo un objeto pequeño que aquel niño había dejado caer: una recordadora, según dijeron. Aunque Harry no tenía idea de qué era eso, supuso que sería algún objeto mágico de importancia pues los otros de Gryffindor trataron de recuperarla de vuelta.
Comenzó una cacería encima de las escobas donde los niños de Slytherin se pasaban entre ellos la recordadora mientras que los varones de Gryffindor trataban de quitárselas; obviamente las niñas, mucho más prudentes y temerosas del castigo prometido por madam Hooch, no participaron en la pelea.
En un momento dado, cuando Weasley estuvo a punto de arrebatar la recordadora de las manos de Blaise, éste la arrojó tan lejos y tan fuerte que pareció que la pelota se estrellaría contra un muro del castillo. Harry, quien había descubierto que volar era sencillo y maravilloso, se sintió entusiasmado y, en un arrebato de emoción, se lanzó como jabalina para atraparla antes de que se hiciera pedazos, ganándose vítores y aplausos de parte de sus amigos. Al bajar con la recordadora en la mano, Snape lo estaba esperando. El profesor, con cara de pocos amigos, le indicó que lo siguiera a lo que, obviamente, sería un castigo seguro.
Snape pasó media hora regañando a Harry y prometiéndole una posible expulsión, cuando alguien tocó la puerta de la mazmorra, interrumpiéndolo. Snape, de mala gana, fue a abrir.
Se trataba de Marcus Flint, un compañero de Slytherin de quinto año quien nunca le había dirigido la palabra a Harry. Detrás suyo, estaban todos los niños y niñas de Slytherin de primero.
—Profesor —dijo Flint sonriendo calculador, los ojillos de trol brillándole con emoción—, los de primero me han contado lo que pasó en el campo de entrenamiento. Y si es verdad lo que dicen, creo que usted estará feliz de darse cuenta de que hemos encontrado a nuestro nuevo buscador.
Harry, que no entendía nada de lo que estaban hablando, sólo miró a Snape apretar los puños con fuerza y mirar de reojo hacia atrás.
—Señor Flint, creo que no...
—Vamos, señor, usted más que nadie quiere volver a ganar la Copa de las Casas. ¡Ya sería la séptima ocasión consecutiva! ¡Haría lo que fuera por Slytherin, ¿verdad que sí?! Tenemos que buscar lo mejor, se trate de quien se trate.
—¡Usted lo vio, profesor! —exclamó Blaise entonces, mirando hacia Harry con un gesto amistoso que sorprendió a éste—. Mi madre me ha llevado a montones de partidos de quidditch y jamás vi a nadie atrapar la snitch como este cuatro ojos atrapó la recordadora de Longbottom.
—¡Oye! —gritó Harry, dando un paso hacia la puerta. Snape se giró a verlo.
—¿Te dije que podías moverte, Potter? ¡Vuelve al escritorio y espera ahí!
—Entonces, ¿qué dice, señor? ¿Podemos comenzar a buscarle una escoba? —insistió Flint, nada amedrentado del profesor. Sin esperar respuesta, miró a Harry y le preguntó—: ¿Tienes oro de sobra, cierto, Potter? ¿Te alcanzará para adquirir una buena escoba voladora?
Harry, quien ya estaba comenzando a entender de qué iba aquel asunto, sonrió y asintió. Y sonrió todavía más cuando vio la cara de pasmo y derrota que tenía el profesor.
La noche de Halloween, Draco regresaba a su dormitorio después de que los desalojaran del Gran Comedor. Iba tan distraído intentando discernir cómo un trol de las montañas habría conseguido colarse hasta el interior del castillo, que no se dio cuenta de que, en un momento dado, terminó siguiendo a un grupo de niños de Gryffindor, los cuales se hospedaban, como los de Ravenclaw, en una de las altas torres.
Dos de ellos, de la misma edad de Draco, iban hablando acerca de una de sus compañeras y Draco no pudo evitar aguzar el oído cuando escuchó que se trataba de Hermione Granger.
—Estaba llorando y se escondió en el baño de las niñas. ¡Fue por lo que tú le dijiste al terminar la clase de Encantamientos! —decía un niño rechoncho que se apellidaba Longbottom: todos los de esa familia eran así de robustos y con caras de idiotas.
Un pelirrojo que sin duda alguna era miembro de la abundante y pobretona familia Weasley, se encogió de hombros y murmuró:
—Y a mí que me importa... Es una sabelotodo, bien merecido se lo tiene.
Los de Gryffindor subieron por una escalera que se desviaba del camino de Draco y éste ya no pudo seguirlos. Le había calado personalmente ese "es una sabelotodo"... cuántas veces la gente (sobre todo, su padre) había usado esa misma palabra con desprecio para dirigirse a él.
Se encaminó hacia su torre mientras pensaba. Aquella niña Granger, hija de muggles, resaltaba entre los de su tipo porque era la estudiante más lista que Hogwarts hubiese visto en años. En Ravenclaw todo el mundo hablaba de ella: no podían entender por qué el Sombrero Seleccionador la había mandado a Gryffindor y resentían el hecho de que no estuviera con ellos dándole más honor y puntos a su casa.
Draco lo analizó durante un momento: aparentemente la niña estaba metida en un baño, ignorante de que un peligroso trol andaba deambulando por el castillo. Quizá... Cierto, cierto, era solamente una sangresucia, pero también era bastante inteligente. Su nombre no estaba incluido en la lista de Lucius, por supuesto que no, pero, ¿qué sabía éste? Los tiempos estaban cambiando. ¿Qué tal si ella terminaba desempeñando un puesto importante en el Ministerio? Ese era el tipo de amistades que a Draco le convenía cultivar. Además, para borrar el estigma social que marcaba a su familia, ¿qué mejor que aliarse con aquellos a los que el Señor Tenebroso había despreciado?
Draco se decidió. Corrió hacia el baño que los otros habían mencionado con intención de avisarle a la niña y, de ese modo, ganarse su agradecimiento. Frenó en seco cuando vio a un trol enorme entrando justamente ahí mismo; su hedor era tan intenso que Draco tuvo que cubrirse la nariz con la manga de su túnica para no vomitar.
Mierda, mierda, ¿y ahora qué haría? Una cosa era advertirle a Granger del peligro, y otra muy diferente era enfrentarse a ese peligro por ella. Draco no podía arriesgar así su propia integridad.
—¿Qué haces aquí, Malfoy? ¿Qué no sabes lo que...?
Draco se giró para encontrarse cara a cara con Harry Potter. Se sentía asombrado de que el héroe del mundo mágico y reciente celebridad en Hogwarts supiera su nombre; no recordaba que nadie nunca los hubiese presentado. Pero el asombro le duró poco: de inmediato se dio cuenta de que ahí estaba la solución a su problema.
Sin preguntarse qué era lo que Potter hacía en ese corredor del castillo cuando se suponía que tendría que estar camino a los dormitorios de Slytherin, Draco se le abalanzó:
—¡Potter! ¡En ese baño al que acaba de entrar el trol! ¡Hay una niña de Gryffindor ahí dentro!
Si los rumores eran ciertos y Potter era así de heroico como la gente decía...
—¿Una niña?
—¡Sí! Hermione Granger. Escuché a unos imbéciles de Gryffindor decir que estaba ahí dentro, pero a ellos poco les importó venir a buscarla.
Un grito agudo rompió el silencio y les puso la carne de gallina. Draco tuvo el impulso de salir corriendo para alejarse, pero se contuvo porque Potter estiró su brazo hacia él, como deteniéndolo. Draco miró hacia los dos extremos del corredor, buscando a alguien. ¿Dónde estaban los adultos de ese castillo cuando se necesitaban?
—¡Auxilio! ¡Hay una niña en peligro aquí mismo! ¡Ayuda!
Potter negó con la cabeza.
—¡No va a venir nadie, todos se largaron a las mazmorras! —Potter lo miró y pareció tomar una decisión—. Tenemos que ayudarla, Malfoy.
—¿Qué? ¡Claro que no! ¡El trol nos matará a los tres!
Potter se dirigió a toda velocidad al baño y miró a Draco por encima del hombro.
—¡No te quedes ahí parado, ven a ayudarme! ¡No podemos dejarla morir! —le reclamó Potter con voz enojada y, sin más, entró a los servicios.
Draco bramó y se llevó las manos a la cabeza. Eso, definitivamente, no había estado dentro de sus planes. Pero entonces, sin saber por qué, le hizo caso a Potter y entró corriendo detrás de él justo a tiempo para ayudarlo pues el trol lo tenía cogido de un pie.
Era una suerte que Draco hubiese sido criado en un hogar de magos y fuera extraordinariamente bueno en encantamientos. Wingardium leviosa y asunto arreglado.
Un par de horas después, ya acostado en su cama de la torre de Ravenclaw, azorado con él mismo, con los ojos muy abiertos y sin pizca de sueño, seguía sin poder creer lo que había pasado.
¿Qué era más fantástico y difícil de creer: que él hubiese ayudado a Potter a noquear a un trol de montaña o que, aparentemente, tanto Granger como Potter se hubiesen vuelto sus amigos instantáneamente? Porque, después de todo, era imposible no volverse cercano a dos personas con las que habías compartido semejante experiencia de vida, ¿no?
Y quizá lo mejor era que el suceso se había hecho del conocimiento público (como todo lo que pasaba en Hogwarts por más que los profesores tratasen de mantener el secreto) y ahora todos sabían que Draco y Potter habían "acabado" con el trol, ganando bastantes puntos para sus respectivas casas. Antes de dormirse, Anthony Goldstein se había acercado a darle un muy fuerte apretón de manos, el cual Draco correspondió un tanto torpemente. Michael Corner y Terry Boot sólo cuchichearon a lo lejos pero comenzaron a mirarlo con cierto tipo de respeto.
De pronto Draco comprendió por qué Potter parecía tener adicción a comportarse como "héroe". No podía negar que se sentía bien que la gente creyera que eras capaz de hacer algo que ellos no y despertaras su admiración.
Pero mejor mantener esa "heroísmo-dependencia" bajo control.
No obstante su aventura de Halloween y el interés de Potter en él, el punto era que Draco no estaba seguro de que aquello le sirviera de algo aparte de haber ganado puntos para su casa. Ser amigo de Harry Potter era una variante en su vida que nunca se había detenido a considerar y seguía sin descubrir si le era conveniente o no.
Y es que Harry Potter, famoso desde su primer año de edad, no se conformó y continuó labrándose fama ahora ahí en el colegio. Y no precisamente "buena fama". Draco se daba cuenta, todo el mundo lo hablaba. Para comenzar, era un líder nato pero problemático, y todos los de Slytherin de primer año lo seguían como abejas a la miel. Para continuar, no se llevaba nada bien con su jefe de casa, con quien mantenía una extraña relación donde no parecía haber respeto mutuo y sólo un trato tácito de aparentar lo contrario.
Apenas tenían pocas semanas cursando y Potter ya había estado en detención varias veces, la mayoría de ellas por discutir con Severus Snape.
Hermione Granger era otra cuestión. La chica era extremadamente aplicada y, para un Ravenclaw como Draco, tener una amiga así era una ventaja enorme. Ese hecho llamó mucho la atención de los otros compañeros de Draco, quienes lo veían con envidia. Pronto, Draco y Hermione tomaron la costumbre de reunirse en la biblioteca para hacer los deberes, siendo acompañados muy frecuentemente por Goldstein. Siendo que a Draco le resultaba imposible superar las notas de Hermione por más que se esforzaba, no le quedó más alternativa que convertirla en su aliada.
Potter, por otro lado, a pesar de que no le faltaban amigos en su propia casa, parecía terco en querer entablar una relación cercana tanto con Draco como con Hermione. A ésta parecía no importarle. Tanto así que el día que comenzó la temporada de quidditch y Gryffindor se enfrentó a Slytherin, Hermione le había confesado a Draco que no sabía a quién apoyar.
—Bueno, abiertamente no puedo echarle porras a Slytherin. Mis compañeros de casa me arrojarían al perro de tres cabezas de Hagrid.
—¿Al qué?
—¡Ah! Pero mira, Draco, la verdad es que me encantaría que Harry atrapara la snitch. El colegio ha sido un hervidero de rumores desde que lo nombraron el buscador de su equipo, que porque rompe con reglas y no sé qué. Así que prefiero que Gryffindor pierda con tal de que Harry les calle la boca a todos.
Ah sí, eso. Había pasado un poco antes de Halloween. Potter, apenas en su primera clase de vuelo en escoba y sin haberse montado nunca antes en una, se había vuelto loco y desplegado tremendo show delante de todos, demostrando que sí sabía volar. Después de eso y a pesar de que Snape lo había castigado, el profesor narizón no tuvo más remedio que ceder a los ruegos de los miembros de su propio equipo de quidditch y nombrar a Potter como el buscador.
Draco estaba convencido de que Potter sufría de un complejo de "necesitar demostrar su valía ante los demás" bastante preocupante. Y más porque eso atentaba contra uno de los preceptos más importantes de todo Slytherin: el sentido de supervivencia.
Potter era una contradicción viviente.
(Y Draco jamás admitiría ante nadie que eso lo volvía una ecuación fascinante.)
—¡Harry! —exclamó Hermione justo cuando ella y Draco se encontraron con el susodicho en medio del vestíbulo camino al estadio.
Potter iba rodeado del equipo de quidditch de Slytherin en pleno y resultaba gracioso el modo en que todos aquellos chicos, mucho más altos que él, lo rodeaban como protegiéndolo. Llevaba en la mano su reluciente Nimbus 2000, escoba que él mismo se había comprado en cuanto Snape lo había autorizado a jugar. Estaba de más mencionar que era la envidia de todo el colegio: no sólo era un héroe desde bebé y el buscador más joven en un siglo, si no que además era evidente que tenía muchísimo oro sólo para él.
Todo el equipo de Slytherin se detuvo por inercia cuando Potter se paró en seco para saludar a Hermione. Parecían molestos y Draco no podía culparlos. Hermione, quien no notó nada, continuó hablando:
—Qué bueno que alcancé a verte justo antes del partido: quería desearte mucha suerte. Y creo que Draco también, ¿verdad, Draco?
Hermione lo miró y Draco la miró a ella, enrojeciendo, sin entender por qué Hermione decía aquello. No tuvo tiempo de discutir nada porque uno de los integrantes del equipo de Slytherin se adelantó un paso y le dijo a Hermione:
—¿Y tú quién te crees que eres para hablar con nuestro buscador? —espetó con mal tono—. ¡Deberías conocer tu sitio, niña! No eres más que una tonta Gryffindor y una vulgar san...
Se interrumpió a media palabra porque Flint, el capitán, le pegó con fuerza con el palo de su escoba justo en el estómago. El otro se dobló hacia delante y comenzó a jadear de dolor.
—Cállate, Bletchley —masculló Flint entre dientes. Entonces, el capitán de Slytherin, quien era tan feo y gigantón que parecía pariente de troles, miró a Hermione y a Draco con desprecio y les dijo—: Muévanse a un lado, tenemos un partido que ganar.
Y con eso, el equipo de Slytherin los empujó hasta quitarlos del camino. Hermione y Draco los vieron irse sin hacer ningún comentario. Draco miró a su amiga, preguntándose si ella era consciente de la palabra que el tal Bletchley había estado a punto de decirle. Entonces, a pesar de la distancia, alcanzaron a escuchar que Flint gruñía enojado y les decía a sus jugadores:
—La única condición que Potter nos ha puesto para jugar en el equipo es que no usemos esa palabra ya más. Y mucho menos para dirigirnos a su amiguita, Hermione Granger —escupió con sarcasmo—. ¿Cierto, Potter?
Potter no respondió. O al menos, Draco no alcanzó a escuchar que dijera nada. El equipo de Slytherin ya iba muy lejos y lo único que Draco pudo apreciar fue el modo altivo y seguro en el que Potter se movía aun estando entre un montón de personas más grandes y fuertes que él.
¡Era exasperante la pedantería de ese niño!
Aunque... Draco tenía que reconocer que sabía utilizar sus armas. Ahora entendía también por qué nadie de los amigos más cercanos de Potter (todos aquellos niños y niñas de primer año de Slytherin) se había metido con Hermione ni con ningún otro hijo de muggles en todo lo que iba del ciclo escolar.
Hermione miró a Draco mientras lo empujaba hacia el estadio.
—¡Vamos! Ahora menos que nunca quiero perderme el partido —dijo, sonriente y orgullosa.
Y justo así como Hermione había querido, Potter les calló la boca a los envidiosos ya que no sólo atrapó su primera snitch a salud de la victoria de Slytherin, sino que también lo había hecho generando gran admiración entre todo el plantel porque había estado a punto de caerse de su escoba y conseguido mantenerse en ella a pesar de todo. Muy pocos eran los que sabían la verdad de lo ocurrido: que aquel día alguien había tratado de asesinar a Potter al arrojarle un mal de ojo a su escoba para que se precipitara al vacío.
Durante el partido, Draco lo había sospechado y se lo había comentado a Hermione, quien de inmediato localizó al profesor Snape murmurando algo entre dientes. Ella había corrido a salvarle el pellejo a Potter, pero a Draco le parecía absurdo que Snape, siendo el jefe de casa de Slytherin, hubiese tratado de matar a su propio buscador por más rencor que le tuviese.
No obstante las objeciones de Draco, Hermione y Potter estaban convencidos de la culpabilidad del profesor de Pociones. Draco, de lo único que estaba convencido era de que Potter era la influencia más terrible en todo el colegio.
—Eres un peligro andante, Potter. Con gente de dudosa reputación intentando asesinarte, lo único que te exijo es que te mantengas alejado de mí —le dijo Draco el día siguiente del partido en medio de un corredor del castillo, cuando Potter se acercó a darle las gracias por haberse dado cuenta de que su escoba había estado embrujada.
Potter, en vez de ofenderse, se rió a carcajadas.
Draco meneó la cabeza, alucinado. El pobre héroe estaba como una cabra. Y cómo no, con la vida que había llevado y luego con asesinos tras sus huesos apenas a los once años, ¿quién no se volvería irremediablemente demente?
—Hablando de las locuras inexplicables que haces, Potter, ilumíname. ¿Por qué un Slytherin realizaría actos heroicos como... pelear contra un trol? ¿Para ayudar a alguien que ni siquiera es de tu propia casa? Que yo sepa, uno de sus principios fundamentales es la propia sobrevivencia aun a costa de los demás.
Potter se encogió de hombros y sonrió de lado.
—No lo sé. A veces tengo ese tipo de impulsos y simplemente hago cosas.
—Cosas —repitió Draco, burlón—. ¿Estás seguro de que no eres un Gryffindor? Este es el tipo de cosas estúpidas que ellos harían.
Potter soltó un resoplido y se acercó más a Draco, como si fuera a contarle un secreto. A unos metros de ellos, estaban sus amigos de Slytherin esperándolo. Draco los conocía a todos de nombre. La mayoría eran hijos de gente cercana a sus padres. Crabbe y Goyle, hijos, lo miraban con recelo todo el tiempo.
Potter le susurró:
—Es curioso que lo menciones porque estuve así de cerca. Cuando me pusieron el Sombrero, me dijo que tenía madera para estar en Gryffindor. ¿Te imaginas? ¡Con esos perdedores! Dijo que yo estaba lleno de valor y ganas de demostrar no sé qué y monsergas así. Por suerte, al final decidió que quedaba mejor en Slytherin. Tal como tú me habías vaticinado. Sabías de qué hablabas, ¿eh, Malfoy?
Draco puso los ojos en blanco. No se lo dijo a Potter, pero ahora entendía. Así como él mismo tenía posibilidades de haber sido un Slytherin, a Potter le había pasado lo mismo con Gryffindor. Era natural que tanto él como el otro chico mantuvieran algunas características de la casa que pudo haber sido pero no fue.
—Por supuesto que sé de qué hablo. ¡Soy Ravenclaw! Oye, y menos mal que no te mandó a Gryffindor, ¿te imaginas? Creo que ya estarías muerto a estas alturas.
—Ya los escuché hablando mal de mi casa, mucho cuidado —bromeó Hermione, quien llegaba justo en ese momento. Entonces, los miró de hito en hito y sonrió traviesa—. Ah, lo siento, ¿interrumpo algo?
Draco soltó un bufido y se alejó.
—Estar cerca de Potter le quita puntos a mi coeficiente intelectual. Todo tuyo, Hermione. ¡Recuerda, Potter, mantente alejado de mí si sabes lo que te conviene!
Draco caminó rápidamente hacia la Torre de Ravenclaw ignorando las risas de Potter y los cuchicheos de Hermione a su espalda. Sabía de antemano que el moreno no le haría ni puto caso a su desesperada petición.
Y así fue.
En Navidad, a Draco no le sorprendió recibir una postal de felicitación de parte de Potter. Lo raro fue que el chico finalizó sus saludos haciéndole la ridícula pregunta "¿De casualidad tú sabrás quién es Nicholas Flamel?", garabateada con una caligrafía desastrosa. Bueno, por supuesto que Draco lo sabía, pero no dignó responderle a pesar de que le daba un poco de lástima. Potter se había visto obligado a quedarse en Hogwarts a pasar las fiestas, aunque, según Hermione, no estaba triste por ello.
—Está bien que se quede. Sirve que busca una información que... que necesitamos —le había explicado ella a Draco.
Draco sospechaba que tanto Potter como Hermione se traían algo entre manos que tenía que ver con el pasillo prohibido del tercer piso (y aparentemente, también con la identidad de Nicholas Flamel), pero entre menos supiera él, mejor.
Lo malo de la tarjeta navideña (que obviamente Draco no respondió) fue que su padre se dio cuenta.
—¿Así que... Harry Potter, el famoso Harry Potter, está intentando entablar una amistad contigo, Draco? Ya Severus me había contado algunas cosas por carta. Me dijo que tú pareces despreciar a Potter y que, en cambio, prefieres pasar tu tiempo con una niña sangre sucia. ¿Me pregunto por qué será? ¿Qué es lo que tu sobresaliente mentecilla está planeando? —murmuró su padre con sarcasmo y una sonrisa ladina mientras le daba vueltas a la sencilla tarjeta que Potter había enviado desde el castillo. Draco alcanzó a percibir un poco de los dos tatuajes que su padre tenía en los brazos y sintió un escalofrío.
Uno de sus tatuajes, el del antebrazo derecho, era la forma del patronus de la madre de Draco: la señal inequívoca de que ella era el alma gemela del señor Malfoy. En el otro antebrazo, Draco sabía, estaba el tatuaje hecho a fuego y dolor por el mismísimo Señor Oscuro ya hacía un buen de años...
Volvió a estremecerse y se encogió de hombros, restándole importancia a lo que su padre acababa de decir.
—Ya te lo había explicado, padre... Granger es la mejor de mi generación y me conviene juntarme con ella. La mayoría de los profesores la adoran y eso me ayuda. En cambio, Potter... Potter sólo atrae problemas. Siempre con accidentes y líos, ¿eso no te lo cuenta el profesor Snape? Ni siquiera él lo quiere, todo el tiempo está castigándole.
Lucius lo miró como si pensara que estaba idiota y, oh por Merlín, no había nada que Draco odiara más que eso.
—No tienes que quererlo, Draco. Se lo dije a Severus y te lo digo también a ti: las apariencias importan. Ser cercano a Harry Potter colaborará con nuestra imagen y nos podría servir en el futuro, así que espero que hagas algo para remediar eso.
Lucius, enfadado, dejó el tema por la paz, pero sólo por ese día, porque luego procedió a pasar todo lo que restó de las vacaciones navideñas describiendo las ventajas que le acarrearía a Draco ser amigo del niño-que-vivió.
Draco regresó en enero a Hogwarts completamente convencido de que, si su padre creía que Potter era algo bueno, entonces sin duda alguna era completamente lo contrario.
Pero por más que Draco intentó mantenerse alejado, de algún modo terminó ayudándoles a Hermione y a Potter a deshacerse de una cría de dragón que el guardabosque tenía en su poder.
Quizá tuvo algo que ver que, al regresar a Hogwarts, Draco notó que Potter parecía deprimido. Lo veía caminar rodeado de sus amigos pero siempre serio y pensativo, concentrando todo su tiempo libre en entrenar quidditch sin hacerle nada de caso a otra cosa más. Cuando le preguntó a Hermione si sabía el motivo del cambio de humor en el chico de Slytherin, ella le dijo:
—Ah sí. Creo que es por lo que vio en un espejo.
—¿Qué? ¿Te refieres a que finalmente se vio en un espejo y se horrorizó de ser un cuatro ojos despeinado?
Hermione resopló de risa.
—Harry tiene razón cuando dice que eres gracioso sin proponértelo. No, Draco. Lo que pasa es que encontró un espejo mágico perteneciente a Dumbledore que le mostró algo, no sé qué porque no quiso decirme. Pero creo que fue justo eso lo que lo dejó triste porque, lo que sí sé, es que Dumbledore en persona le pidió que ya no volviera a buscarlo. Debió de haber sido un artefacto bastante peligroso. De veras que Harry es imprudente a veces...
Draco estaba sumamente intrigado pero, por obvias razones, no se sintió con el derecho de preguntarle nada a Potter. Suponía que había hecho algo prohibido y el mismo Dumbledore en persona lo había castigado porque, si no, no podía comprender cómo era posible que encontrar un simple espejo lo hubiera dejado arrastrándose por la Calle de la Amargura. Como fuera, una cosa llevó a otra y algunas semanas después Potter le preguntó si podía acompañarlos a subir una cría de dragón hasta la Torre de Astronomía donde personas no autorizadas pasarían a recogerla.
—¿Cómo dices? —le preguntó Draco incrédulo ante su petición—. De-de verdad, creo que no escuché bien...
Hermione, que estaba detrás de Potter, empujó a éste a un lado y se apresuró a decirle a Draco:
—Es que, mira, Draco... La jaula pesa bastante, ¿sabes? No sé si ambos tengamos la fuerza suficiente para cargarla...
—Pero, ¿es que ustedes dos no saben que pueden hacer magia?
Hermione pareció no escucharlo:
—... y tenemos que estar arriba de la Torre a tiempo para que el hermano de Ron Weasley pase por el dragón. Con esto evitaremos que Hagrid se meta en problemas. Porque tú no quieres que pase eso, ¿verdad? Hagrid es nuestro amigo y nos importa mucho. ¿Por favor, Draco? ¿Nos ayudarás?
Draco miró a Potter, quien a su vez lo miraba a él y estaba formando un puchero apenas perceptible con el labio inferior.
Sí, aparentemente Draco tenía una debilidad y esa era "Potter con ojos de cachorro triste". Quién lo hubiera creído.
El cabrón de veras era un Slytherin.
Para su perra suerte (hablando de caninos), los descubrieron mientras bajaban de la Torre y los castigaron quitándoles cincuenta puntos a cada uno. Sobra decir que si de por sí Draco ya era bastante impopular en Ravenclaw, al otro día se convirtió en persona non grata con todas sus letras.
No sabía si se sentía más furioso con él mismo por haberles hecho caso a Hermione y a Potter o con ellos por haberlo metido en ese lío.
Aparte de los puntos restados, la otra parte de su castigo constaba de ir al Bosque Prohibido a hacer labores de sirviente en medio de la noche. (¡¿Alguien podía ser tan amable de explicar la puta lógica de semejante castigo incongruente?!) Durante aquella ocasión a Draco le quedó clarísimo que Potter era un imán con patas para el peligro, atrayéndolo mejor que la luz a los insectos.
Hagrid (sí, justo el imbécil ése quien, para comenzar, tenía la culpa de todo aquello por andar adoptando huevos de dragón ilegales), separó al grupo en dos. Él se marchó con Hermione por un lado y mandó a Draco, a Potter y al perro por otro. Por algún sinsentido, se suponía que estaban buscando a una criatura que andaba suelta por ahí asesinando unicornios.
Draco no podía quitarse de la cabeza la imagen de toda esa sangre de unicornio regada por el suelo del bosque. Acarició su varita con cariño, la cual poseía pelo de unicornio como núcleo. Se sentía personalmente agraviado y en verdad quería averiguar qué podría ser lo que estaba matándolos, porque eso era inverosímil, se suponía que...
—¿Sigues molesto conmigo? —preguntó Potter de repente con voz divertida. El muy cabrón parecía encontrar todo aquello bastante entretenido—. Vamos, Malfoy, no puedes negar que esto es interesante. Puedo apostar a que un Ravenclaw como tú sabrá valorar semejante excursión a la naturaleza —se burló.
Draco finalmente se dignó mirar a Potter, quien venía caminando a su lado. En todo aquel rato, Draco no le había dirigido la palabra, furioso como se sentía por haber sido involucrado en semejante problema. Levantó el farol que traía en la mano y lo puso cerca de la carota de Potter para cegarlo con la luz.
—No, claro que no, Potter, ¿cómo podría estar molesto? —respondió con sarcasmo—. Gracias a esto, finalmente he conseguido quitarme a mi padre de encima pues ya entendió que eres el peor amigo que cualquiera puede tener acá en Hogwarts.
Potter soltó una risita y apartó el farol de un manotazo.
—¿Cómo dices? ¿O sea que tu padre quería que tú y yo fuéramos amigos?
Draco apretó los labios. Yo y mi bocota. Potter no tendría por qué haber sabido aquello.
—¿De qué te sorprendes? Desde el inicio has sido el gran héroe del que todos quieren ser amigos, ¿no?
—Aparentemente, no todos —susurró Potter mirándolo con intención.
Draco suspiró y se detuvo. Se giró hacia Potter y le dijo:
—Creo que sería bueno aclarar las cosas de una vez, Potter. Mira, yo tengo ciertos estándares y metas. Y tú no...
No pudo seguir hablando porque algo se movió delante de ellos, sobresaltándolos. Draco dirigió el farol hacia donde provenía el ruido. Fang comenzó a aullar con miedo y salió corriendo. Todo se precipitó.
Lo peor de todo lo que sucedió después, fue que Draco no pudo evitar notar, antes de salir despavorido cuando se les apareció la cosa que estaba matando unicornios, que a Potter le había dolido la cicatriz de la frente, algo que era totalmente incoherente.
Porque. Una. Cicatriz. No. Debía. Doler.
Pero... esa cicatriz es resultado de una maldición lanzada por el Señor Tenebroso. Entonces, ¿eso quería decir que éste tenía algo que ver? ¿Andaba cerca? ¿Había sido aquello que vieron en el bosque?
¡Tenía que existir una explicación y Draco estaba volviéndose loco sólo de imaginarla!
Pasó muchas noches en vela haciéndose mil preguntas y tratando de resolverlo. Y por supuesto, no volvió a acercarse a Potter durante todas aquellas semanas.
Es que en serio, la P de Potter era la P de Puros Putos Problemas.
La respuesta a las inquietudes de Draco llegó al final del año y en verdad no lo hizo sentir mejor.
Justo antes del banquete de fin de cursos, corrían los rumores más salvajes de que Potter se había enfrentado al mismísimo Señor Oscuro en alguna parte recóndita del castillo. Draco no quería creer nada de eso. Primero, porque no podía imaginar que Potter fuera así de estúpido y anti-Slytherin. Y segundo, porque le horrorizaba suponer siquiera que Quien-Tú-Sabes pudiese estar vivo y regresara a continuar su reinado de terror exigiendo a sus mortífagos que estuviesen de vuelta bajo su mando, porque...
No. No quería ni pensarlo.
Intentó sacarle la sopa a Hermione pero ésta le contó poco ("Tienes que entender, Draco, no son cosas que me corresponda a mí andar divulgando. Si Harry en persona no te lo dice..."). Lo único que Draco consiguió fue que la Gryffindor le picara las costillas mientras se reía de él preguntándole si es que acaso de pronto le importaba el bienestar de Potter.
—Está en la enfermería recuperándose. Puedes ir a visitarlo —le dijo ella con una sonrisa burlona.
—Ahora veo el motivo por el que no estás en Ravenclaw —resopló Draco con desdén—. Eres una ilusa sin remedio.
Hermione sí pareció ofenderse un poco con eso, así que Draco, para suavizar el momento, cambió de tema y le preguntó por sus calificaciones obtenidas en los exámenes. Sabía que eso la alegraría.
No obstante, después de un rato, retomó la cuestión.
—Lo que no entiendo, Hermione, es por qué Potter haría algo como eso. Quiero decir... Ir a donde sea que haya ido a enfrentarse con quien haya sido sólo para salvar lo que fuera que tuvieran oculto en el pasillo prohibido del tercer piso... Digo, después de todo el colegio tiene profesores adultos más capaces. Potter tiene sólo once años. ¿Por qué haría algo así de peligroso? —tanteó para ver si Hermione le decía más.
Ésta se quedó pensativa durante un momento antes de responder:
—La tarde que sucedió todo eso, Harry y yo se lo contamos a McGonagall pero no nos creyó. Dumbledore no estaba. A Snape no se lo podíamos contar porque desconfiábamos de él. No nos quedó otro remedio que actuar. Y no sé qué opinión tengas tú de Harry, pero él no lo hizo por verse valiente ni por demostrar nada. Fue para evitar el regreso de Quien-No-Debe-Ser-Nombrado. Porque, recuérdalo... Él fue quien mató a sus padres.
Draco se quedó de una pieza al recordar aquello. Era cierto. Quien-Tú-Sabes era el asesino de los padres de Potter.
Y el esclavista del mío, pensó con un escalofrío.
Después de escuchar eso, Draco no insistió en el tema. Porque eso era algo que podía entender. Él también haría lo que fuera por sus padres, ¿cómo no esperar que Potter fuera igual?
Y si era cierto que la intervención de Potter había impedido (o retrasado) el regreso del Señor Tenebroso, pues... mejor para Draco, ¿no? Incluso tendría que agradecérselo.
De repente se sintió muy mal. Muy culpable.
—Lo que sí creo es que la seguridad en este colegio apesta. Potter debería demandarlos ante el Ministerio. Dile que yo lo apoyo como testigo ocular, ¿va? —intentó bromear.
Hermione sonrió triste y no dijo más.
Durante su estancia de un fin de semana en la enfermería, Harry no paró ni un momento de pensar en todo lo que le había ocurrido durante aquel año.
De hecho, si lo analizaba fríamente, no había sido un año tan malo. Pero… Saber con certeza que Voldemort andaba por ahí, todavía vivo y libre, ya jamás le permitiría volver a dormir tranquilo.
Lo primero que había visto al despertar ahí en la cama del hospital del colegio, había sido al director Dumbledore en persona. Era la segunda ocasión en la que hablada con él de manera directa, así que se sintió mucho menos cohibido que durante aquella ocasión en la que el director lo había pillado visitando el Espejo de Oesed.
El primer sentimiento que había experimentado al despertar había sido miedo: miedo de que Voldemort hubiese ganado y recuperara un cuerpo gracias a la piedra. Pero en cuanto Dumbledore le aclaró a Harry que Quirrell había muerto y Voldemort, escapado, el chico se tranquilizó.
Pero a continuación, se sintió furioso.
—La piedra ha sido destruida —comentó Dumbledore, y procedió a explicarle a Harry la decisión tomada por Nicholas Flamel.
Harry apretó los labios, conteniéndose de reclamar ¿Y si ese era su plan, si en verdad no le importa morir ahora, por qué no destruyeron la Piedra antes? ¿Por qué esconderla en un colegio? ¿Por qué ponernos en peligro a todos y arriesgarse a que Voldemort pudiera robarla?
Oh, lo mucho que le costó no soltar todo eso. Observó a Dumbledore, sintiéndose más y más decepcionado de su director con cada frase que éste soltaba.
Dumbledore se puso a explicarle cómo era que Harry había podido sacar la Piedra del espejo, pero éste ya no lo escuchaba. No dejaba de pensar en lo cerca que habían estado de permitir la vuelta de Voldemort y eso lo estaba matando de rabia. Sólo cuando Dumbledore mencionó a la madre de Harry, éste volvió a prestarle atención.
Cuando Dumbledore se retiró de la enfermería, Harry se quedó con la sensación de que lo único bueno de esa conversación fue que se enteró de que su madre, gracias a su sacrificio, le había dejado una especie de protección.
Hermione lo visitó más tarde y Harry no podía sentirse más feliz de verla sana y salva. Ella y él habían fortalecido su amistad durante los largos meses de aquel ciclo escolar y la prueba de fuego había sido cuando ambos niños entraron a la trampilla del pasillo prohibido del tercer piso para evitar que alguien robase la Piedra Filosofal. Harry se había sentido decepcionado de que ese alguien no hubiese sido Snape como siempre lo habían sospechado, pero bueno, no se podía tener todo en la vida.
Había sido una gran suerte que Blaise Zabini y Harry se hubiesen vuelto muy amigos después de que el primero le ayudara a quedar en el equipo de quidditch. Durante aquella ocasión, todos los demás niños de primero en Slytherin habían quedado muy admirados de Harry y finalmente lo habían aceptado como uno de los suyos. A consecuencia de eso, Harry pudo aprender a jugar ajedrez mágico ya que Blaise era muy bueno y le había enseñado con gran paciencia y entusiasmo.
Gracias a eso, Hermione y él habían conseguido traspasar todas las trampas y salvar la Piedra.
Si había algo que a Harry le pesaba de ese año, era no haber podido volverse amigo de Draco Malfoy, a quien siempre le agradecería que lo hubiese tratado tan amistosamente cuando se conocieron en el Callejón Diagon y a quien Harry le debía haber quedado en Slytherin. Además, el chico era de lo más inteligente y siempre lo hacía reír con sus comentarios sarcásticos. Y por alguna razón, entre más y más se negaba a ser su amigo, más ganas tenía Harry de ganarse su amistad.
Poco después, durante ese mismo fin de semana en la enfermería, Hagrid lo visitó y le obsequió un álbum con fotos de sus padres, gesto que lo hizo sentirse todavía más melancólico.
Saber que las vacaciones de verano se le venían encima y tendría que volver con los Dursley, lo deprimía a niveles innimaginables.
Por alguna razón y a pesar de que Slytherin ganó la Copa de las Casas ese año, Potter parecía muy deprimido. No trató de acercarse a Draco ni durante el banquete de fin de cursos ni durante el trayecto en el expreso de regreso a Londres.
Llegando a la estación, Draco lo vio marcharse con aire resignado hacia tres muggles que estaban esperándolo con cara de horror, como si la pura presencia de Potter les causara miedo y asco.
Aquella imagen de un chico de sólo once años que acababa de enfrentar a la muerte para evitar el regreso de un tirano, siendo despreciado por su "familia" más cercana, se quedó grabada en la mente de Draco durante todo aquel verano posterior.
Deseaba hacer algo, pero no entendía qué. Lo peor es que no podía escribirle porque, para empezar, Draco mismo se lo había pasado todo el año diciéndole que no estaba interesado en su amistad.
Entonces, ¿por qué no podía dejar de pensar en él?
