Disclaimer: Yu-Gi-Oh! no me pertenece. Sólo esta historia llena de clichés y el OC.


Esa vez que reencarné en Yu-Gi-Oh! GX


«[…] Devanáronse vertiginosamente millones y millones de años, se consumieron los universos y nacieron otra vez, se fundieron las estrellas en oscuras nebulosas y las nebulosas se hicieron estrellas… […]

Luego, en el curso lento y sinuoso de la eternidad, el cielo supremo del cosmos llegó al término de una de sus consunciones y todas las cosas volvieron a ser nuevamente como habían sido innumerables kalpas antes. La materia y la luz nacieron una vez más, tal como habían sido antes en el espacio; y los cometas, los soles y los mundos se lanzaron inflamados a la vida, pero nada sobrevivió para atestiguar que habían existido y habían desaparecido después, que habían existido y dejado de existir una y otra vez, desde siempre, sin un primer principio ni un último fin.»

—Howard Phillips Lovecraft,

La búsqueda onírica de la desconocida Kadath


Introducción


R. D. D. – Reencarnación de la Dimensión Diferente

[Carta Mágica/Equipo]

Descarta 1 carta, y después selecciona 1 de tus monstruos desterrados; Invócalo de Modo Especial en Posición de Ataque y equípale esta carta. Cuando esta carta deja el Campo, destruye el monstruo equipado.


Los primeros años de esta nueva vida estuvieron envueltos en confusión. No hacía nada más que sentarme y mirar lo que me rodeaba, casi como si yo fuera un mero espectador, mientras la vida se desarrollaba enfrente de mis ojos. Esto se debió, creo, a que mi mente estaba lidiando con los inconexos retazos que me quedaban de los recuerdos de mi vida anterior, a la vez que trataba de comprender este nuevo y extraño mundo en el que me encontraba.

Lo que pasa con la muerte es que nunca estás preparado para ella, tal vez ni siquiera los desahuciados lo estén; y, en especial, no esperas que suceda de manera violenta y repentina. Seamos sinceros: ¡nadie quiere morir así! Pero una vez que sucede solo queda la paz absoluta… Al menos puedo decir que ese fue mi caso. No puedo recordar la existencia de algo parecido a un Cielo o a un Infierno; todo lo que había era la certeza de que cualquier cosa, buena o mala, que hubiera ocurrido en mi vida anterior carecía de importancia ante la perspectiva del descanso eterno.

Fue debido a esto que, de la misma forma en que no estaba preparado para morir, tampoco lo estaba para que esa paz terminara y de un momento a otro me encontrara siendo arrojado de vuelta a la vida.

La mente de un bebé es pura confusión, así que tampoco puedo recordar mucho de lo que pasó en esos primeros años… Lo cual, siendo sincero, es un alivio. Los sentidos de un bebé están por todas partes, sumado al hecho de que mi consciencia no estaba lo bastante despierta –por decirlo de alguna manera– como para guardar recuerdos nítidos de mi infancia más temprana. En cierta ocasión leí que el cerebro de los seres humanos no es capaz de guardar recuerdos auténticos hasta pasados los dos años de edad, así que supongo que es completamente lógico el que tenga dichas lagunas en mis recuerdos más tempranos de esta nueva existencia.

Conforme mi nuevo cerebro se fue desarrollando, poco a poco comencé a ser consciente de que tenía recuerdos contradictorios de lo que parecía ser una vida diferente de la actual. Mi mente se convirtió en un amasijo de imágenes sin sentido: rostros y nombres que se entremezclaban entre sí y a los que no podía dar un orden lógico. Podía recordar, por ejemplo, las caras de quienes fueron mis padres, pero era incapaz de hacer que esas imágenes coincidieran con sus nombres. El que dos personas, a quienes no podía reconocer de esas visiones –aunque sí por mis instintos–, me hablaran constantemente diciendo que eran mis padres no fue de ayuda a la hora de intentar ordenar las ideas contradictorias que se mezclaban en mi cabeza, como las esferas en la tómbola de un sorteo.

Pasados los primeros años de crecimiento, poco a poco llegué a comprender un hecho: tenía fragmentos de otra vida, de otra familia que nada tenía que ver con mi familia en este mundo. Recordaba tener otros padres, hermanos, compañeros de clase, amigos, profesores, colegas de trabajo… Además de los recuerdos de cosas que habían sucedido, ya fuera algún acontecimiento personal o familiar, o incluso sucesos históricos, que parecían existir solo en mi cabeza; pues a mi alrededor no había ninguna señal que indicara de que algo similar hubiese tenido lugar en este mundo que me rodeaba.

A causa de esto los terrores nocturnos fueron una constante durante mis primeros cinco años de vida, incluso cuando no era capaz de hilar con claridad las imágenes de esas pesadillas. Para mi suerte esas pesadillas fueron disminuyendo a medida que crecí; en parte, creo, porque mi mente finalmente comenzó a diferenciar y separar los viejos recuerdos de los nuevos que estaba creando. Esto comenzó alrededor de los tres años, cuando mi cerebro se desarrolló lo suficiente como para permitirme llevar a cabo dicha disociación. Ayudó el tratamiento médico, por supuesto. Siempre agradeceré a mis nuevos padres por no rendirse con el niño problema que les tocó criar. No todas las familias están listas para eso, muchas se derrumban ante la presión que supone cuidar de un hijo enfermo.

En fin, una vez que mi mente estaba menos enredada, comencé a prestar más atención a mi entorno. Por supuesto, fue inevitable hacer algunas comparaciones entre una vida y la otra:

Esta vez nací en Japón –un gran avance, supongo–, en la ciudad de Tokio. Para ser más preciso, en el barrio de Odaiba. Este hecho hizo que durante años tuviera el absurdo temor infantil de estar en una especie de crossover con Digimon y de que, en cualquier momento, Vamdemon invadiría la isla artificial. Esa fue una de las primeras señales que tuve del hecho de que el recordar la vida de un adulto no mitigaba el hecho de que mi cerebro era el de un niño en crecimiento.

También aprendí que mi nombre ahora es Kenichi Satou y era hijo de Miyuki Satou y Kensuke Satou; además, tenía un tío dieciséis años mayor que yo, llamado Kouji Satou, quien de hecho fue una gran ayuda para mis padres durante el tiempo que estuve «enfermo».

A pesar de que muchos de esos detalles negaban la posibilidad de que estuviera imaginándolo todo, debo confesar que muchas veces me desperté convencido de que en realidad todo a mi alrededor era producto de un sueño excesivamente vívido. En especial porque los pocos detalles que conservaba sobre mi muerte eran desagradables: recordaba el dolor intenso de algo filoso cortando mi garganta –lo cual hasta ahora me produce pesadillas algunas noches–, y la sensación desagradable de mi cabeza golpeando algo muy duro. Ese recuerdo fue en gran parte el culpable de los terrores nocturnos que padecí en mi infancia más temprana. Llegué a pensar que mi muerte fue consecuencia de un terrible accidente, así que en más de una ocasión creé escenarios en mi cabeza parecidos a esa creepypasta llamada Ash nunca salió de Pueblo Paleta.

Esto me lleva a otro punto desconcertante de mi situación como alma reencarnada: los recuerdos de las personas que sé fueron importantes para mí en mi vida pasada se desdibujan con gran facilidad, como tener una palabra en la punta de la lengua y, por más que te esfuerces, eres incapaz de expresarla; sin embargo, cosas mucho más insignificantes a lado de esos recuerdos preciosos (como el saber las capitales de los estados de mi país anterior, las tablas de multiplicar o, lo más absurdo, detalles sobre algunas de las series, películas, libros y videojuegos que leí, vi y jugué en mi vida anterior) parecen haber sobrevivido casi intactos a lo que sea que ocurre durante la reencarnación.

En verdad es muy triste saber de memoria los nombres de los primeros ciento cincuenta y un Pokémon y a la vez ser incapaz de recordar cómo se llamaban mis padres o mis hermanos.

Suspiro.

La necesidad de escapar de esos recuerdos, además de buscar una forma para mitigar un poco el dolor de ser incapaz de siquiera dar nombre a las personas que amé, fue el motivo principal por el que decidí esforzarme lo más que pude por aprender a sobrevivir en esta nueva existencia –al menos una vez que lidié la negación inicial–, y superar un pasado que ya nunca más podría ser.

Lo primero que hice con esta nueva resolución fue esforzarme en aprender el idioma de mi nuevo país natal. Debo agradecer que los cerebros en desarrollo sean esponjas de conocimiento, incluso cuando pude haber saturado el mío con información poco relevante. Por ejemplo: las combinaciones de todos los puzles de Resident Evil (las cuales a veces me ayudan a poner contraseñas que sean difíciles de adivinar, ya que soy el único que entiende el contexto detrás de ellas).

En fin, conforme mi mente se fue desarrollando más, comencé a enfocarme principalmente en memorizar mi entorno y los sucesos cotidianos que veía en los noticieros, o escuchaba en las conversaciones de los adultos, todo para tratar de comprender el mundo en el que ahora vivía. Fue debido a eso que me enteré del hecho de que, aparentemente, estaba viviendo en una suerte de fanfiction isekai cliché de un mundo de anime.

Me explico:

Cerca de la época en la que comencé a esforzarme por vivir de nuevo, empecé a notar los comerciales de televisión que anunciaban las nuevas expansiones de ese excitante juego traído desde los Estados Unidos llamado Duelo de Monstruos.

No me tomó mucho tiempo hacer clic y descubrir una relación entre esos comerciales y cierta franquicia de manganime que disfruté mucho durante gran parte de mi vida anterior. Hasta cierto punto fue una sorpresa agridulce que no estuvieran anunciando el juego de cartas de Yu-Gi-Oh!, sino Duelo de Monstruos.

Mi shock solamente empeoró cuando el logo de Konami, la compañía que editaba el juego que recuerdo de mi otra vida, no apareció por ningún lado en esos comerciales. En su lugar se mostraba el de una empresa estadounidense llamada Ilusiones Industriales: una compañía internacional de juegos de mesa perteneciente a la prestigiosa familia Crawford, familia que en este mundo era tan poderosa como los mismos Rockefeller. Estoy convencido de que esto último fue uno de los motivos por los que el Duelo de Monstruos llegó a convertirse en una industria por sí mismo… Eso y que, en este mundo, la gente parece tener una obsesión muy desarrollada, casi patológica, por resolver los problemas mediante algún tipo de juego. Esto último en realidad explica muchas cosas; por ejemplo, el que todos los antagonistas episódicos del manga aceptaban de inmediato los juegos que el Faraón les proponía como un medio para resolver sus disputas.

Por si lo anterior no fuera suficiente, estaba el detalle de que el juego de cartas en este mundo apareció mucho antes que en el otro. Tomando en cuenta que comencé a prestar atención a estos comerciales alrededor de 1994, y no en 1998 cuando, creo recordar, se pusieron a la venta las primeras cartas en Japón (en el Japón del otro mundo).

Debo aclarar que en mi vida pasada Yu-Gi-Oh!, es decir, el duelo como tal (en mi mundo el juego se llamaba Yu-Gi-Oh! TCG u OCG, según donde vivieras) no fue algo conocido para mí hasta por allá de 2003 o 2004. Esto luego de que una serie de anime llamada Duel Monsters se emitiera en diversas televisoras de mi región, lo que la convirtió en la moda del verano para todos los niños y adolescentes de la nación, de occidente en realidad. Para ese punto, en Japón su boom ya llevaba varios años de ventaja, cosa que solía ser común en los días previos al internet masivo, con un manga exitoso en la Shonen Jump y dos series de anime (siendo la segunda la que obtuvo fama internacional y estaba próxima a terminar con una secuela ya anunciada).

Retomando mi historia: más allá del duelo, mientras crecí fui notando algunas peculiaridades de este mundo que reconocí como algo «típicamente de anime». Debido a esos detalles, ya había pasado por mi mente la idea de que la reencarnación fuera un proceso que iba más allá de renacer y que en realidad no tenía límites respecto a universos o líneas del tiempo, como es frecuente en muchas historias isekai. Estoy cien por ciento seguro de que morí en algún punto de finales de 2018, y ahora resultaba que los calendarios a mi alrededor marcaban que estábamos en la década de los noventa, como si de pronto el tiempo hubiera retrocedido casi tres décadas. Eso sin mencionar las gotas de sudor o las venas marcadas al estilo anime que llegué a ver en algunas personas. No obstante, incluso con esos detalles, no significa que esperara renacer en un mundo que para mí era una ficción, o al menos una que conocía (no estaba tan clavado en el anime como para ver todas las series de cada temporada).

La gota que colmó mi vaso cayó un tiempo después: el tío Kouji llegó muy feliz a nuestra casa debido a que había recibido una invitación para el torneo de Ciudad Batallas, por lo que haría un viaje de dos semanas a Ciudad Domino para participar en dicho torneo. Luego de aquello me fue imposible negar que de hecho había reencarnado en el mundo de Yu-Gi-Oh!.

También he de admitir que fue un poco tonto de mi parte el no haber hecho la conexión entre el nombre de mi tío con Kouji Satou, el personaje de la serie Yu-Gi-Oh! GX a quien Judai, su protagonista, se enfrentó durante la tercera temporada. Tampoco es que haya estado prestando mucha atención a esos detalles o buscándolos de manera activa. De nuevo, los primeros años de mi nueva existencia son algo borrosos para mí, ya que me mantuve muy ocupado tratando de aprender cómo desasociar los recuerdos de mi vida pasad, de lo que sucedía a mi alrededor; todo esto en un intento desesperado de mi mente por «aprender» a vivir de nuevo.

No fue hasta que cumplí los cinco años, cuando el tío Kouji vino de visita y me obsequió mi primera baraja de duelo, que de verdad le presté más atención al entonces joven universitario y comencé a atar poco a poco los cabos sueltos.

Por supuesto, ese fue el día en que demostré que tenía más conocimientos sobre el juego de cartas de lo que debería saber un niño de cinco años. Por fortuna no me había perdido ni uno solo de los duelos televisados de Ciudad Batallas y otros torneos, por lo que fue fácil poner como excusa que aprendí los conceptos básicos observando a los duelistas por televisión. Tampoco es que fuera difícil mantener esa mentira: mis padres ya me consideraban una especie de prodigio a causa de lo rápido que empecé a aprender cosas una vez pasados los baches de mi enfermedad (más bien fue el proceso de duelo: ira, negación, depresión, negociación y aceptación). Al parecer veían mi infancia problemática como un indicio de que tenían a un niño especial en muchos más sentidos que solamente estar enfermo. No los puedo culpar. ¿No dicen que Albert Einstein no aprendió a hablar hasta los tres o cuatro años de edad?

(Gracias a los dioses que no reencarné en el Naruverso: ser un niño especial allí es tener un enorme blanco en la espalda, para luego acabar como Itachi en el frente de guerra con tan solo cinco años de edad.)

Cabe destacar que la Baraja de Inicio de Guerreros tampoco es que fuera la gran cosa: era tan sosa como las Barajas de Inicio de Yugi, Kaiba, Pegasus y Joey que conocí en mi vida anterior. Al menos hacía un buen trabajo para ayudar a que los jugadores novatos se familiarizaran con las reglas básicas, ya que estaba llena de monstruos decentes, en especial monstruos vainilla (es decir, normales), y alguna que otra carta siempre útil tales como «Refuerzo del Ejército» o «El Guerrero Volviendo con Vida»; pasando por las básicas por excelencia que van con cualquier deck: «Monstruo Renacido», «Agujero Oscuro», «Agujero Trampa», «Waboku» y la muy rota «Ofrenda Final».

En todo caso, tras ese primer desliz, tomé la resolución de no permitir que el Duelo de Monstruos fuera algo muy relevante en mi vida. Esta decisión la hice siguiendo una lógica a mi parecer muy simple: si no te involucras con el juego de cartas no hay posibilidad de acabar apostando tu alma… o algo peor. Esto hizo que mi baraja pasara a juntar polvo en el fondo de mi armario, junto con los muchos juguetes preescolares que nunca llegué a utilizar, por obvias razones.

En la actualidad, como duelista no me enorgullezco de haber hecho eso. Aunque ahora entiendo que fue una consecuencia tardía de la etapa de negación, sumada a un miedo básico a cosas que sabía estaban ocurriendo allá afuera. En realidad, no puedo negar que el juego siempre me ha parecido especial (incluso era así en mi otra vida, debido a cosas que se sabrán más adelante).

En mi vida anterior la franquicia fue una excelente distracción para relajarme, ya fuera jugando a sus videojuegos o viendo sus series de anime. Aunque debo confesar que la única época en la cual llegué a jugar con cartas físicas fue durante la secundaria. En esos días usé mucho la Baraja de Estructura Locura de Zombi. Lo último, en parte, para no ser el único en mi clase sin un deck (los niños pueden ser muy crueles cuando no estás a la moda) y porque a mis amigos de verdad les encantaba el juego, lo cual acabó por contagiarme. Por supuesto, todo lo anterior significa que tampoco fui un jugador competitivo, no presencial al menos. Sumen a eso el hecho de que vivía en una ciudad en la cual el juego no era muy accesible, ni siquiera en su mayor punto de popularidad. En la tienda de cómics cercana a mi casa Magic y Pokémon eran los únicos juegos de cartas coleccionables que podían presumir de llenar torneos. El primero por ser lo que jugaban los frikis mayores y, por tanto, con poder adquisitivo, y el segundo porque… pues Pokémon.

Volviendo al anime, durante la secundaria me enganché lo suficiente como para querer verlo hasta el final, pero su transmisión en la cadena de televisión local era tan irregular que me resultó casi imposible seguir la historia. A causa de esto último durante un largo tiempo después de la secundaria le perdí la pista, hasta que en mi año final de preparatoria conseguí la serie Duel Monsters en DVD y por fin pude terminar de verla, además de ver el comienzo de GX.

La llegada de Internet y la televisión por cable a mi vida me permitieron terminar de ver GX, conocer la serie original sin censura, enterarme de que existía la llamada Temporada 0 y seguir 5D's durante la mayor parte de su emisión en Japón, y más tarde a Zexal. También fue la época en la cual estuve más activo respecto al juego de cartas en sí, además de en el fandom de los animes, a través de los foros de discusión en línea. Por supuesto: me volví más activo en el juego gracias a sitios como Dueling Network y programas como YGOPro.

La introducción de los Monstruos Péndulo y su invocación, durante la serie Arc-V, fue un punto de quiebra que me alejó de la franquicia por algunos años.

Algún tiempo después, alguien en un foro de internet me convenció de darle su oportunidad al nuevo anime, Vrains, que estaba comenzando por aquel entonces. El hecho es que esa nueva «Invocación de Enlace» me intrigó lo suficiente para al menos darle una pequeña oportunidad, lo cual terminó por arrastrarme de regreso a ese mundillo hasta el punto que cada semana estaba listo para ver el nuevo capítulo.

He de aclarar que, aunque el juego físico lo jugué más bien poco, fue muy distinto en los videojuegos. Los jugué todos: desde el Forbidden Memories de PlayStation hasta el Legacy of the Duelist (este último fue el que de verdad me obligó a comprender la Invocación Péndulo y lo muy rota que está), pasando por juegos no oficiales. Debo destacar un poco el YGOPro, al cual jugué tanto que incluso me uní a un clan y participé en muchos torneos virtuales durante la era Zexal.

Considerando todo lo anterior, supongo que tuve suerte de haberme reencarnado en un mundo de este anime. Lo mejor que pudo pasarme fue nacer en un mundo en el cual, si fuera necesario, podría abrirme paso a través del peligro con un juego de cartas para niños que de verdad dominaba. Incluso cuando este es un mundo en el cual existen: apuestas de almas, magia antigua egipcia, espíritus dementes y una guerra eterna entre fuerzas cósmicas capaces de esparcir el caos y la muerte por el universo… Casi como estar dentro de un cuento de Lovecraft, pero con cartas en lugar de entes indescriptibles llenos de tentáculos cuyos nombres abusan constantemente de la «T» y de la «H» en su ortografía.

Tampoco es que me haya sido tan fácil adaptarme al juego de este mundo.

A pesar de mi conocimiento anterior, me tomó un tiempo acostumbrarme por completo al juego de este mundo, ya que es un poco diferente a como lo recuerdo. Eso sin contar la dificultad de tener que aprender un nuevo idioma para leer mis cartas, en especial uno con una «tipografía» tan diferente al idioma que hablé durante casi treinta años.

Otro detalle que me complicó esto fue el hecho de que en este mundo hay muchas más cartas de las que recuerdo (al menos para el periodo de tiempo en el que me encontraba). Eso en realidad cuadra con el hecho de que en el anime los personajes, sobre todo los de «relleno», parecían armar un mazo de prácticamente cualquier cosa: deportes, cocina, tecnología y un largo etcétera. Además de que la mayoría de las cartas que recordaba como buenas de mi mundo anterior, en este lugar se consideraban raras, y aquí cuando una carta es llamada rara no se tratan de palabras vacías. Por ejemplo, las cuatro copias del «Dragón Blanco de Ojos Azules» son de verdad eso: sólo cuatro en todo el mundo, no hay miles de copias dando vueltas por allí en diferentes rarezas o incluso como cartas comunes.

(No dejen que el señor Kaiba lea esto último.)

En general, la mayoría de las expansiones de aquí tienen los mismos nombres que recuerdo del otro mundo. Aunque otras, como Leyenda del Dragón Blanco de Ojos Azules, llevan uno diferente por obvias razones. Llamar a la expansión simplemente Leyenda de los Dragones, incluso cuando el porcentaje de dragones en la colección es de hecho muy bajo, tiene sentido, considerando que la carta estrella de la colección en mi otro mundo está ausente en este.

Por supuesto que también en este hay muchas más expansiones que en el otro mundo. Con una media de lanzamiento de tres colecciones nuevas por año es obvio que, para la época del canon de Yu-Gi-Oh GX, había muchas más cartas en circulación de las que podía recordar de mi vida anterior.

En mi mundo original pasaban unos pocos meses entre el final de una serie y el comienzo de la otra, sin que eso afectara al lanzamiento de las cartas. Aquí son diez años de diferencia entre el Duelo Ceremonial y los sucesos de la Academia de Duelos. Una década entera, con tres expansiones por año (sin contar lanzamientos especiales), suman un mínimo de tres mil cartas más de las que había en mi mundo al momento de estrenarse GX.

De igual forma, estudiando los catálogos de cartas editadas en este mundo, me di cuenta de que no podía confiar mucho en mis recuerdos respecto al orden en que Konami las editó. Una carta que en mi vida anterior recuerdo como parte de la era 5D's, o incluso Arc-V, podría haber salido aquí hace años; y cartas que recuerdo de expansiones muy viejas no estaban editadas y quizá nunca llegarían a existir. O al menos así me parecía entonces…

De la misma forma, había cartas con efectos cambiados a como los recordaba. Por ejemplo, «Carta de Santidad» tiene un efecto completamente diferente, lo que la hace ser de lo más roto que he visto, y ni hablar de «Control de la Mente» (¿En serio? Una trampa normal que te da el control de un monstruo oponente por dos turnos, sin coste, y luego lo destruye. ¿En qué estaban pensando cuando hicieron esa carta? En el otro mundo habría salido directamente de la imprenta con un mensaje indicando: «esta carta no puede ser usada en un duelo», o habría pasado como con «Sexto Sentido», que se editó y un mes más tarde ya estaba prohibida sin posibilidad de volver jamás). E incluso hay algunas que son por completo diferentes respecto a las versiones de Konami. «Espadachín de la Llama», por ejemplo, es un monstruo normal y no uno de fusión; y «Dragón Milenario» es un monstruo de fusión que no requiere «Polimerización», ya que tiene un efecto que permite Invocarlo Especialmente desde el Deck Extra cuando aciertas al utilizar el efecto del «Mago del Tiempo». Siempre y cuando el «Bebé Dragón» esté boca arriba en tu Campo, puesto que te pedirá desterrarlo como costo para la invocación de su versión adulta.

Tengo que admitir que esto último le da algo de sentido a ciertas cosas que vi en el anime ya que allí parecía que el «Dragón Milenario» se generaba mediante magia (tampoco muy descabellado conociendo el trasfondo místico del juego), lo cual fue motivo de confusión cuando se comparaba la serie con sus versiones impresas, pues Konami las editó como Monstruos de Fusión ordinarios.

También, como es obvio, no existían aún los monstruos de Sincronía, Xyz, Péndulo o Enlace. Y en realidad nunca vi muchas pistas que me llevaran a creer que el juego iba en esa dirección. Por otro lado, en el otro mundo, durante la era Duel Monsters o GX, ¿quién podría haber predicho que tendríamos monstruos que se podrían invocar apilando varios monstruos con niveles iguales, o híbridos que serían cartas mágicas y de monstruo al mismo tiempo?

Pasando a otro tema relacionado, está el alto precio de las cartas raras (cuyo tiraje puede variar de unos pocos miles de copias a cientos, o incluso una única copia en todo el mundo) hace que las cartas «poderosas» sean algo que solamente un profesional, o un niño con padres millonarios, puede permitirse adquirir de forma regular. Por algo el robo de cartas raras llevado a cabo por organizaciones criminales como los Ghoul, o Cazadores Raros, es un negocio ilegal tan lucrativo.

Para mí fue chocante al comienzo no ver a muchos duelistas por allí con múltiples copias de cartas que, para la era del juego entre Duel Monsters y GX, son staples tan poderosas que incluso se ganaron su entrada en la banlist, tales como «Fuerza de Espejo» o «Cilindros Mágicos», hasta que descubrí dicho detalle respecto a los costos reales de una carta en este mundo. Lo cual, a su vez, me hizo entender como algunas cartas que en realidad no son tan impresionantes (al menos no desde que Kaiba popularizó el Formato de Reglas Avanzadas) como lo es, por ejemplo, el «Dragón Serpiente de la Noche» se siguen considerando muy valiosas. Esto incluso si hay muchos mejores monstruos normales debido a su correlación entre nivel y poder de ataque y defensa.

A causa de lo anterior la mayoría de las cartas accesibles a todo público son monstruos débiles (los clásicos monstruos vainilla con las que inició el juego) y otras cartas de lo más básicas o con efectos poco viables en la escena competitiva. Siendo esta la principal razón por la que solamente alguien que de verdad quiere ser profesional se molesta en armar un mazo con buena consistencia. Si las staples más fuertes son caras y difíciles de conseguir, cambiar de un arquetipo a otro es incluso más costoso y complicado, razón por la cual la mayoría de los duelistas de este mundo se «casa» con uno o dos y los emplea durante toda su carrera.

Aun con todo lo anterior, eso no evitó que en esta segunda infancia siguiera las ligas profesionales de Japón, sobre todo la Nacional luego de que el tío Kouji se unió durante sus días de universidad, y disfrutara formar parte del público durante las competencias de duelo en la escuela. El que no tuviera la intención de convertirme en un duelista no significaba que no pudiera divertirme con el juego a mi manera, ¿no creen? Además, al ser una de las pocas cosas que recordaba de mi vida anterior y que existían aquí también, el ver a la gente jugarlo me daba un cierto grado de conexión, por así decirlo, con mi vida pasada. Tampoco puedo negar que algo dentro de mí se agitaba con emoción cada vez que veía aparecer los hologramas en las arenas y los discos de duelo. A pesar de que al comienzo relacioné esto último con lo emocionante que es ver aparecer esos avanzados hologramas en vez de solo una carta en una mesa o animaciones en una pantalla, ahora puedo admitirlo: deseaba jugar, pero me reprimía.

Por supuesto, mi resolución de no participar de forma activa en el duelo me obligó a buscar algo que hacer con mi vida, lo cual me alejara lo más posible de ese mundillo, por más que escapar de él fuera casi imposible al vivir en este mundo. En mi vida anterior siempre quise ser escritor y, además, soñaba con crear mi propio videojuego. Más específico: tenía la idea loca de escribir una gran saga de libros de fantasía y luego producir una serie de videojuegos de RPG, al estilo de la saga The Elder Scrolls de Bethesda, ambientada en el mundo que narraría en mis novelas. Así que decidí convertir eso en mi meta de vida.

Quién sabe, dado que en esta nueva oportunidad de vida nací en Japón, quizá hasta podría llegar a tener un anime o un manga de dicha historia que pensaba escribir.

Con eso en mente tomé la decisión de centrarme en los estudios académicos y dejar los duelos como algo con lo que distraerme cuando el estrés se acumulara… Igual que en mi vida pasada durante mis días de universidad y de oficinista.

Por fortuna, mis conocimientos previos me ayudaron a no necesitar mucho de esto último, al menos durante los días de la educación más básica. Claro que había materias, como historia y japonés, a las que tenía que prestar más atención, ya que, aunque sabía algunos detalles básicos de la historia de este país por ver documentales o animes como Rurouni Kenshin y jugar videojuegos como Civilization, el estudiarla de manera formal es otra cosa muy distinta. Además, aprender los tres alfabetos (Hiragana, Katakana y Kanji) me costó un poco más de trabajo al haber vivido casi treinta años escribiendo exclusivamente con el alfabeto latino. Pero, bueno, el Kanji puede ser difícil hasta para los mismos profesores de japonés que llevan una vida entera estudiándolo.

Volviendo la mirada atrás, puedo confirmar que mi determinación de alejarme de los duelos tuvo que ver más con el temor que me despertaba el conocimiento de que había un mundo muy peligroso oculto debajo del, en apariencia, inofensivo juego de cartas. (O tal vez únicamente quería vivir con tranquilidad.)

En este mundo el Duelo de Monstruos no es un simple juego inspirado por el trabajo de un mangaka quien un día decidió dibujar un shonen basado en los juegos que tanto amaba. Aquí es una cosa real. Y no lo digo solamente por los hologramas avanzados o las Ligas Profesionales, las cuales mueven tanto dinero como cualquier asociación de deportes organizados de este y mi mundo anterior (como la NFL o la FIFA, por dar algunos ejemplos).

Incluso en eso días con mis memorias no del todo despiertas sabía que, en algún lugar de este mundo, alguien podría estar apostando su alma en un Juego de lo Oscuro; que venía un tiempo en donde algunos de los mejores duelistas de la historia se jugarían la vida con sus cartas para salvar el mundo de alguna fuerza destructiva. Incluso recuerdo lo tenso que estaba durante las transmisiones televisivas de Ciudad Batallas. ¿Y si, a diferencia de en el canon, Yugi y compañía no lograban vencer a Malik? ¿Qué pasaría si el Rey de los Ladrones, Zorc en realidad, conseguía sus objetivos? Por fortuna las cosas parecieron seguir el camino que debían y el mundo continuó su rumbo sin que nadie, salvo los involucrados, fuera consciente de los siniestros acontecimientos que rodearon al torneo de Ciudad Batallas (a pesar de que había rumores sobre magia que ninguno de los participantes quiso confirmar o negar).

Detalles aparte, después de ver los duelos de Bakura y Marik en televisión, (sabiendo que esta vez no veía un anime sino a personas reales que compartían el mismo plano existencial que yo), mis terrores nocturnos comenzaron a girar en torno a mí siendo destrozado por los juegos macabros de Marik; o por los monstruos de la baraja del Rey de los Ladrones.

Al final todo eso afianzó mi deseo inicial de mantenerme lejos del mundo de los duelos, por más que no pudiera evitar sentirme emocionado cada vez que veía un evento por televisión, o sostenía yo mismo una carta. Creo que pude haber seguido con mi nueva vida de forma tranquila, centrándome en mis planes de crear esa gran franquicia de fantasía, de no ser porque el destino –o más bien aquel que movía mi vida desde las sombras– decidió que ese no era mi camino.

Sucedió un par de días antes del final del trimestre de primavera en mi segundo año de primaria: mi padre nos informó de su traslado a la división de desarrollo de nuevas tecnologías de Corporación Kaiba, después de que la empresa para la que trabajaba fuera absorbida por el gigante empresarial. Debido a esto, anunció que tendríamos que mudarnos hacia el sur del país, a la isla de Kyushu. Más en concreto: la Ciudad de Domino, la Capital Mundial de los Duelos.

Iba a vivir en la legendaria ciudad natal de Yugi Muto, donde tuvieron lugar la mayor parte de los hechos relevantes relacionados con el Faraón Sin Nombre y el renacer de los Juegos de lo Oscuro en la época moderna.

Sin que pudiera hacer nada, estaba a punto de ser arrojado a la trama principal.