Al final, todo se decidió por una probada de té.

–Aquí nos despedimos, recuerda abordar el primer barco y por favor, mantén un perfil bajo o tendremos problemas –

Asintió en silencio y se refugió entre el cargamento, usando una gruesa capa como abrigo frente al inclemente paso de los vientos salinos que azotaban la costa. Más allá, en un punto que parecía demasiado lejano, se hallaba un muelle y en ese muelle varias embarcaciones que partirían rumbo al norte, a los desolados campos de hielo a los que la autoridad que lo perseguía perdería su poder. El ogro entrecerró los ojos, odiando con todo su desgastado corazón el ardor en sus ojos producto del frío. Su estómago, vacío desde que la carreta lo recogiese protestó con los primeros pasos de camino al muelle. No le fue difícil ignorarlo en cuanto el viento arreció con más fuerza y las olas, en su constante batalla con las rocas enmudecieron el retumbar de sus pasos sobre la costa.

En apenas unos días lo había perdido todo, su hogar, sus amigos, y el amor de su vida.

En pocos días fue derrotado de la forma más infame y se vio así mismo convertido en un prisionero del futuro rey Encantador, aplastado por la mirada llena de disgusto de Fiona que ya no le reconocía, de la reina y el rey que apesadumbrados se preguntaban qué diantres había pasado y la presencia altiva del Hada Madrina, que sin decir palabra alguna le había dejado en claro algo que ya sospechaba.

Los ogros no tienen finales felices.

Sus amigos apresados junto con él, encadenados como si de un ato de bestias salvajes se tratara, y aún así, con todo en contra se negó a rendirse, hasta que ella…

Un profundo gruñido reverberó en la solitaria playa, y el ogro, en su inconmensurable angustia, se sintió avergonzado al darse cuenta de lo mucho que quería regresar. Esa clase de ideas, la esperanza ciega, era un riesgo constante, algo con lo que tendría que lidiar por el resto de su vida la que se acortaría todavía más si no se ponía a caminar.

Resoluto, marchó con la vista fija en el horizonte, ahogando el impulso de lamentarse por lo perdido, so pesa de caer presa de la desesperación y perder nuevamente la cordura para volver a ese estado carente de intelecto en el que lo hallaron.

Tenía que concentrarse en alcanzar el puerto y subir a la primera nave que estuviese lista para zarpar, dejar atrás el pantano y a sus amigos. Con algo de suerte, el reino ya sabría de su escape y lo estarían buscando en los lugares de siempre pero él sería más listo, mucho más inteligente de lo que se esperaría de un ogro. Los burlaría a todos y de paso, los alejaría del resto de la pandilla.

No puedo creer que extrañe a ese fastidioso burro–, pensó, –Ojala él y su dragona hayan podido escapar–

Enemigos del reino, en eso se habían convertido, bueno, salvo por un lugar que si bien no podía proveer su apoyo directo, si tenía una deuda de gratitud con ellos. Por eficiente y aparentemente "perfecto" que pudiese ser, Farquad se había granjeado una buena cantidad de enemistades, las que estuvieron más que listas para ayudar a Shrek a salir con vida de Muy, Muy Lejano.

Se trataba de personas que lo habían visto salvar a la princesa Fionna, testigos presenciales que no se tragaron el cuento del Hada Madrina sobre el ogro que plagió a la princesa y luego se casó con ella. A ellos les debía su vida, siendo el mercader de la carreta quien pagó a un par de soldados para ver a otra parte y orquestar su desaparición.

Ahora, solo necesitaba llegar al puerto y subir a un barco, y eso sería el final de todo.

Con un último vistazo de soslayo a la silueta borrosa de la carreta en la que llegó hasta la costa, Shrek dejó su vieja vida atrás, para vivir una nueva aventura.

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Apestaba a pescado podrido y a ratas muertas, extrañamente, el olor no lo reconfortaba.

Una rata muerta e hinchada difícilmente era un buen platillo, y por fuerte que fuese el estómago de un ogro el pescado podrido era un gran no en su dieta actual, al menos hasta que recuperase todas sus fuerzas. Ahora, de haber sido gusanos o quizás una jugosa babosa… Pues eso hubiese sido diferente, entonces tendría ingredientes como para hacer algo delicioso, o al menos más pasable que una rata cruda.

La nave entera se sacudió, los mares del norte obviamente eran más bravos de lo que pudiese imaginar. Allá en casa jamas se alejó demasiado del pantano, no tuvo necesidad, pero con la llegada de las otras criaturas y a Farquad respirándole en el cuello no tuvo otra opción. Conoció lo que existía afuera, lo que solo había escuchado en las baladas ogrescas sobre sus antepasados. Dentro de todo fue una gran aventura, incluso si en su momento no quería admitirlo, fue divertido salir del pantano con un amigo.

Súbitamente, se dio cuenta de que no recordaba algunas cosas sobre el pantano, o burro.

Que curioso–, pensó, –Quizás el pasar tanto tiempo en esos calabozos me afectó más de lo que creí en un principio–

Ahora que lo pensaba, allá en casa jamás escuchó sobre los mares del norte, de hecho, estaba seguro de que no existía lugar fuera de la influencia del Hada Madrina, pero allí estaba, encaminado a un reino en el que ninguno de sus viejos enemigos se atrevería a darle caza.

Trató de recordar la primera vez que vio a Fiona, el atravesar el puente por sobre el foso lleno de lava, llegar al castillo, y trepar a la última habitación de la torre más alta y…

Nada, tenía la mente en blanco. Salvo por el rostro de Fiona todos los otros detalles se habían desvanecido.

¿Qué demonios le sucedía?.

–¡Hey tú!, ¡te necesitamos aquí arriba!–

–¡Ya voy!, que pesados… –

Había sido así desde el inicio del viaje, de tanto en tanto necesitaban de alguien que pudiese ayudar con las velas y las amarras, y a pesar de que carecía de experiencia marítima, se las había arreglado bien para no ser un estorbo y no levantar sospechas.

El mismo marino que pidió su ayuda se sentó a su lado y le ofreció un trago, Shrek le dio un sorbo a la amarga bebida, y con un profundo eructo le devolvió el tarro al marino.

–¿Tienes un destino amigo?–

– Cualquier lugar esta bien –, contestó sombrío.

El marino lo observó detenidamente, durante todo el viaje, el extraño pasajero apenas se quitó su abrigo y mucho menos la capucha. Muchos como él viajaban a esas tierras para escapar de algo y ese hombre no parecía ser la excepción.

Shrek, ese era su nombre, un nombre que en cualquier otro lugar hubiese levantado sospechas pero que en Arendelle pasaría como cualquier otro. El marino sintió cierta camaradería por el extraño sujeto, a diferencia de muchos de los pasajeros regulares no era un completo desastre, ni tenía esa vibra de asesino que algunos apenas se molestaban en ocultar, en realidad, parecía un sujeto normal, enorme, con un buen apetito y un sentido del humor bastante peculiar, honesto salvo por aquello de su pasado.

De haberse dado la oportunidad le hubiese pedido quedarse a bordo, pero ninguno de los subían a su nave planeaban quedarse. La mayor parte de la tripulación provenía de Arendelle misma, para asegurarse que nadie allá afuera se aprovechase de los que vivían en casa monopolizaban ciertas labores con mano de obra local, de la clase que sabía de la delicada situación en el reino y que estarían prestos para cortar gargantas y hundir navíos si la situación lo ameritaba.

El marino tenía fe de que Shrek encajaría bien.

–Pues el lugar al que vamos será perfecto para ti, es la clase de sitio en la que puedes desaparecer sin problemas–, comentó, –Si lo que necesitas es comenzar una nueva vida, Arendelle queda lo suficientemente lejos como para que ningún otro reino se inmiscuya en tus asuntos–

Era justo lo que Shrek necesitaba, un lugar para comenzar de cero, lejos de todo lo que lo ataba a su vieja vida.

–Suena bien–, murmuró cabizbajo.

El marino le dio una palmada en los hombros. –No eres el único, amigo–, pensó, dado que estaba acostumbrado a ver gente como Shrek, aquellos sobre los que se cometieron injusticias, los que soñaban con la revancha y sabían que nunca la podrían alcanzar.

Resignarse era todo lo que les quedaba, ya fuese escapando al continente helado o perdiéndose en los lejanos desiertos. De un modo u otro, les quedaba el océano, la distancia como última medicina.

–Te acostumbrarás, al igual que todos nosotros–

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Hasta el momento, el lugar no estaba tan mal. A pesar de la ausencia de un pantano Shrek pensó que podría aclimatarse al frío, solo bastaría encontrar un lugar tranquilo, de los que debían de existir cientos en ese pequeño país, y estaría listo para enfrentar el resto de su vida por si mismo, completamente solo tal y como al inicio… Y mientras tanto, Fiona estaría junto a Encantador, Fiona, su mujer, Fiona, ella estaría allí, sin siquiera un recuerdo de lo que tuvieron, tal y como lo planeaba en ese estúpido diario.

¿Se preguntaría acaso qué hizo todos esos meses en los que vivieron juntos?, ¿extrañaría el pantano, a burro, la dragona y el resto de sus amigos?

¿Si quiera pensaría que alguna vez amó a un ogro?

Un gruñido lo envió de regreso a la realidad, al parecer, la llegada de la embarcación había coincidido con una importante ceremonia. Por lo que pudo escuchar de la tripulación Arendelle tendría una nueva monarca luego de años de carecer de alguien que se sentase en el trono. Francamente, el asunto le tenía sin cuidado, no planeaba quedarse en la capital. Shrek prestó poca atención a la creciente multitud que se convocaba en la plaza central para hablar sobre la nueva reina habiendo lidiado ya lo suficiente con la realeza como para querer arriesgar nuevamente el cuello en asuntos que no le competían.

Le hubiese bastado con seguir caminando, de no ser por la conmoción que llamó su atención.

Una joven vestida de blanco.

– Hey, ¿quién es esa? –, le preguntó a uno de los ciudadanos de Arendelle.

El tipo, sin darse cuenta de que hablaba con un ogro se acercó y le advirtió en voz baja, – Es la reina, no te acerques…–

Ahora Shrek estaba más que listo para marcharse, lo que menos necesitaba en su vida era a otra persona con una corona arruinando su existencia. Tristemente, fue la reina quien le cortó el paso al chocar contra él.

La multitud se hizo a un lado, apartándose de la joven que en su frenética carrera no vio por donde iba. Ahora Shrek estaba a vista de todos frente a la reina, que al impactar contra su pecho casi cae de no ser porque el ogro alcanzó a sostenerla. Era una chica pálida, notó Shrek, con una peculiar cabellera rubia, totalmente distinta a Fiona, y no solo por su apariencia física.

Fiona desde el inicio supo comportarse como realeza, era pedante, mandona y exigente, al menos cuando se conocieron, porque luego, resultó ser una excelente compañía.

Fiona siempre supo conducirse frente a los nobles y sus súbditos, y más que nada, frente a sus amigos. La reina de Arendelle era distinta. Se notaba lo mucho que luchaba por mantener un aura de dignidad real a su alrededor, pero solo parecía tensa e incómoda, evidenciando su falta de experiencia.

Dándose cuenta de que eran el centro de atención, Shrek le dio una leve reverencia, esperando así librarse de cualquier futuro incidente.

– Hola su majestad–

Elsa abrió la boca para contestar antes de quedarse sin palabras.

Era… Grande, eso fue lo primero que la recién coronada reina noto. Era un tipo enorme, y eso que en su tierra esa era la norma.

Grande y, ¿verde?. Acabó por frotarse los ojos y pellizcarse el dorso de la mano para convencerse de que no era un truco de la luz, pero en efecto, ese gigantesco hombre era verde, con enormes y brillantes ojos, una enorme nariz y una enorme boca, todas verdes.

– Heeee… ¡hola!, hola…–

El extraño alzó una ceja, luego, vio el vestido y señaló a su propio rostro.

– Vaya, de haber sabido que le gustaba el azul me hubiese pintado de ese color –

Era una pésima broma, de la clase que uno hacía cuando estaba en aprietos o necesitaba salir de una situación incómoda. Elsa honestamente no sabía cómo responder, no tenía idea de cómo actuar frente al enorme hombre verde sin parecer una boba.

La reina sonrió tímidamente y luego…

– ¡Ha!… Ja… Que gracioso, muy gracioso…–

¿Qué estaba haciendo?, ¿lo ofendería si no se reía?, ya había ofendido a un montón de personas sin querer, y todo por perder sus estúpidos guantes. El ministro estaba enojado, los dignatarios extranjeros también y de seguro le seguiría el resto del pueblo. No se sorprendería si su reino no llegase a durar más de unos cuantos días sin que a alguien se le ocurriese acusarla de brujería y arrojarla a un frío y maloliente calabozo.

¿Y qué pasaría con Anna?, su hermana era la siguiente en la linea de sucesión, ¿tratarían de casar a su hermana con algún aliado político?, ¿controlarla como a un peón, cómo lo intentarían con ella?

–Hey, su majestad–, susurró el gigantesco hombre, –Sé que no fue un buen chiste pero me ha estado viendo fijo por un buen rato, así que si la ofendí me disculpo–

Viendo en todas direcciones, Elsa se dio cuenta de que todos estaban atentos a lo que haría, ¿acaso esperaban que castigase a un completo desconocido?, ¿o pensarían que era débil si no hacía nada?

Pues… Nadie más decidiría por ella, se había preparado para el papel de reina, pero en todo otro aspecto resultaba bastante ignorante, con su maldición, era algo que no podía evitar.

–No fue tan malo–, rebatió Elsa, tratando de no mirarlo fijamente, aunque le estaba costando trabajo, –Es… Es otra cosa–

Shrek notó lo mucho que la reina se frotaba las manos, y bueno, el tipo no era completamente desalmado. Buscó entre sus cosas y halló un par de guantes extra, para nada iguales al que la reina tenía en su otra mano, de tela áspera y ocre que de seguro le irritaría las manos, pero viendo que nadie más se ofrecía optó por arriesgarse.

– Tenga, para sus manos–

La joven observó los toscos guantes sin expresión, Shrek temía haber cometido un error. Ciertamente no le encantaba la idea de hacerse enemigo de ella por un gesto que nada tenía de malo, pero al menos, había nieve, e imaginó que las antorchas no serían tan efectivas con esa clase de clima.

Tendría que correr, en cualquier segundo…

– Gracias–, murmuró la joven, –Son muy lindos, se lo agradezco mucho–

Le quedaban grandes, y no encajaban para nada con su elegante vestimenta real, pero le protegían las manos que era todo lo que importaba. Elsa se sintió agradecida, aquel extraño al que al inicio juzgó de forma precipitada le había obsequiado un par de guantes, se había dado cuenta de lo incómoda que se sentía y sin pedir nada a cambio le dio lo que necesitaba.

Shrek, por su parte, decidió que ya había hecho suficiente. Sintió que perder un par de guantes no era nada comparado con la sincera gratitud de la reina, y de todos modos, bien podría fabricarse otros.

Ya hice lo mio, ahora me voy

La reina seguía observandolo con algo de nerviosismo, aunque más por la situación en la que se hallaba que por lo raro de su peculiar salvador. Elsa iba a preguntar por su nombre cuando otra voz se antepuso a ella.

Un pequeño hombre ataviado en uniforme con un monóculo se interpuso entre Elsa y su persona, y con un rápido golpe de bastón empujó hacía atrás la capucha de Shrek.

Con el rostro enrojecido por la ira, comenzó a despotricar entre los cada vez más confundidos habitantes de Arendelle, que sin saber qué hacer, permanecieron estáticos frente al extraño espectáculo.

– ¡¿Qué hace un ogro aquí?!–, demandó dando media vuelta para enfrentarse a la reina, –¿¡Qué es lo que planea con está repugnante bestia¡?–

¿Hay uno de esos aquí?–, pensó Shrek examinando al hombrecillo y recordando al Farquad.

Los dos tenían la misma ira malsana y complejo de inferioridad que los hacía insufribles y también dependientes de sus títulos para así no sentirse tan pequeños, no imaginaba otro motivo para que fuese tan descortés.

En fin, el tipo era justo de la clase de persona que Shrek aborrecía, incluso peor que a los campesinos porque esos al menos tenían el suficiente sentido común como para cerrar la boca al darse cuenta de que habían ido demasiado lejos.

No podía decirse lo mismo del tipo del monóculo.

– ¿Y quién es el enano?–, preguntó a la reina que lejos de defenderse permanecía con la cabeza gacha.

– No solo es una inútil como reina sino que además convive con esta… Esta… ¡Bestia!–

Shrek vio a la reina abrir y cerrar la boca antes de sentir que la temperatura había disminuido.

La pobre estaba mortificada.

Ese, era el momento, debía irse lejos y no involucrarse con los asuntos políticos de Arendelle. Ellos ya se las arreglarían y él mientras tanto encontraría donde vivir.

Lamentablemente sí tenía un problema cuando alguien se pasaba de la raya, y ese enano se había pasado más que cualquier otro.

–A mi se me hace que ya hablaste lo suficiente–, farfulló el ogro cogiendo al ministro del cuello de su uniforme.

–Hey, ¡hey!, ¿qué crees que haces?–

Shrek no se lo pensó dos veces, lo colgó como a un trapo de una de las boquillas de la fuente.

–Pues te enfrío los ánimos, le estabas gritando y eso no es bueno–, explicó el ogro antes de dirigirse a la reina.

–¿Estas bien?–, preguntó Shrek inclinándose, –Hey, ya pasó, ya todo está bien–

–Sí, gracias por ayudarme–

La joven reina alzó la mirada, sus ojos azules se encontraron con los de su peculiar salvador.

Un ogro, como aquellos de los cuentos que Anna tanto amaba, había aparecido en Arendelle para asistirla. Podía no parecer mucho, pero el simple hecho de que la defendiese y no la tratase como con temor llenaba el corazón de Elsa de una extraña emoción.

Se sintió agradecida con el extraño.

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