5. IDEALES

La señal de la pared supuso un peligro aún mayor que el plazo que indicaba. Prever el futuro es cosa de los Portadores del Vacío.

Del diario de Echo Griffin, Jeseses 1174

En la victoria y, en última instancia, la venganza.

La pregonera llevaba un escrito con las palabras del rey, encuadernadas entre dos tablas recubiertas de tela, aunque obviamente había memorizado las palabras. No era de extrañar. Raven ya le había hecho repetir el bando tres veces.

—Otra vez —dijo, sentada en su piedra junto a la hoguera del Puente Cuatro. Muchos miembros de la cuadrilla habían dejado sus cuencos con el desayuno y guardaban silencio. Cerca, Wallace repetía las palabras para sí, memorizándolas.

La pregonera suspiró. Era una joven ojos claros, regordeta, con mechones de pelo rojo mezclados con negro, lo que revelaba una herencia veden o comecuernos. Habría docenas de mujeres como ella recorriendo el campamento para leer, y a veces explicar, las palabras de Bellamy. Abrió de nuevo el libro. «En cualquier otro batallón —pensó Raven—, el líder sería de clase social lo suficientemente alta para ser superior a ella».

—Bajo la autoridad del rey —dijo ella—. Bellamy Griffin, alto príncipe de la guerra, ordena por la presente cambiar el modo de recolección y distribución de las gemas corazón de las Llanuras Quebradas. A partir de este momento, cada una de las gemas será recolectada por dos altos príncipes que trabajarán en equipo. El botín se convertirá en propiedad del rey, quien determinará su reparto basándose en la efectividad de las partes implicadas y su disposición a obedecer.

»Se prescribirá una rotación para determinar qué altos príncipes y ejércitos serán responsables de conseguir las gemas corazón, y en qué orden. Las parejas no serán siempre las mismas, y se establecerán según su compatibilidad estratégica. Se espera que, por los Códigos que todos compartimos, los hombres y mujeres de estos ejércitos aprueben este renovado enfoque en la victoria y, en última instancia, la venganza.

La pregonera cerró el libro, miró a Raven y enarcó una larga ceja negra que sin duda estaba pintada con maquillaje.

—Gracias —dijo. Se despidió con un gesto con la cabeza y se encaminó al siguiente batallón.

Raven se puso en pie.

—Bueno, esa es la tormenta que hemos estado esperando.

Los hombres asintieron. Después de la extraña irrupción en los aposentos de Bellamy del día anterior, las conversaciones en el Puente Cuatro habían sido contenidas. Raven se sentía como una necia. Bellamy, sin embargo, no parecía dar la menor importancia a lo sucedido. Sabía mucho más de lo que decía. «¿Cómo voy a poder hacer mi trabajo si no tengo la información que necesito?»., pensó Raven.

No llevaba ni dos semanas en el puesto, y ya los politiqueos y maquinaciones de los ojos claros le ponían la zancadilla.

—Los altos príncipes no aceptarán este bando de buen grado —dijo Jackson desde su lugar junto a la hoguera, donde trabajaba con las correas del peto de Beld, que había llegado del intendente con las hebillas torcidas—. Todo lo basan en conseguir esas gemas corazón. Vamos a tener descontentos para dar y tomar.

—¡Ja! —dijo Roca, sirviendo el curry a Nyko, que se había acercado a por un segundo plato—. ¿Descontentos? Di más bien que habrá revueltas. ¿No has oído esa mención a los Códigos? Esto es un insulto contra los otros, contra los que sabemos que no cumplen sus juramentos. —Sonreía, como si le resultara divertida la ira, o incluso la rebelión, de los altos príncipes.

—Miller, Drehy, Mart y Eth, venid conmigo —dijo Raven—. Tenemos que relevar a Cikatriz y su equipo. Marcus, ¿cómo va tu misión?

—Lenta —respondió Marcus—. Esos chicos de los otros puentes… están muy verdes. Necesitamos algo más, Rav. Algo para inspirarlos.

—A ver qué se me ocurre —dijo Raven—. De momento, lo intentaremos con las raciones. Roca, por ahora solo hay cinco oficiales, así que puedes coger esa última habitación exterior como almacén. Griffin nos dio derecho para requisar material a los intendentes. Llénala.

—¿Llenarla? —preguntó Roca, con una enorme sonrisa en la cara—. ¿Cómo de llena?

—Mucho —dijo Raven—. Nos hemos estado alimentando de sopa y gachas con cereal moldeado durante meses. Durante el próximo mes, los del Puente Cuatro comeremos como reyes.

—Pero nada de caparazones —advirtió Mart, señalando a Roca mientras recogía su lanza y se abrochaba el uniforme—. Que puedas cocinar cualquier cosa no significa que vayamos a comer una estupidez.

—Llaneros pirados —masculló Roca—. ¿No quieres ser fuerte?

—Quiero conservar mis dientes, gracias —replicó Mart—. Loco comecuernos.

—Prepararé dos cazuelas —dijo Roca con la mano en el pecho, como si hiciera un saludo—. Una para los valientes y otra para los tontos. Que cada uno escoja.

—Lo que tienes que preparar son auténticos festines, Roca —intervino Raven—. Necesito que instruyas a los cocineros de otros barracones. Aunque Bellamy tenga ahora menos soldados que alimentar y haya cocineros de sobra, quiero que los hombres de los puentes sean autosuficientes. Nyko, voy a asignarte a Macallan y Shen para que te ayuden a colaborar con Roca a partir de ahora. Tenemos que convertir a esos mil hombres en soldados. Empezaremos igual que con vosotros: llenándoles el estómago.

—Así se hará —dijo Roca, riendo. Le dio una palmada en el hombro a Shen cuando el parshmenio se acercó a por un segundo plato. Había empezado a mostrarse más abierto, y parecía que ya no se escondía al fondo tanto como antes—. ¡Ni siquiera le echaré mierda!

Los demás se echaron a reír. Echar mierda en la comida era el motivo de que Roca hubiera acabado en los puentes. Cuando Raven se encaminó hacia el palacio del rey (Bellamy tenía una reunión importante con el rey hoy), Wallace la alcanzó.

—Un momento de tu tiempo, señora —dijo Wallace en voz baja.

—Como quieras.

—Me prometiste que podría tener la oportunidad de medir tus… habilidades particulares.

—¿Eso prometí? —preguntó Raven—. No recuerdo ninguna promesa.

—Gruñiste.

—Yo… ¿gruñí?

—Cuando hablé de hacer algunas mediciones. Por lo visto pensaste que era buena idea, y le dijiste a Cikatriz que podríamos ayudarte a descubrir tus poderes.

—Supongo que tienes razón.

—Necesitamos saber con exactitud qué puedes hacer, señora: el alcance de tus habilidades, el tiempo que la luz tormentosa permanece en ti. ¿Estás de acuerdo en que tener una comprensión clara de tus límites sería valioso?

—Sí —admitió Raven, aunque de mala gana.

—Excelente. Entonces…

—Dame un par de días. Prepara un lugar donde no nos vean. Luego…, sí, de acuerdo. Dejaré que me investigues.

—Excelente —respondió Wallace—. He estado diseñando algunos experimentos. —Se detuvo en el camino, permitiendo que Raven y los demás se alejaran.

Raven apoyó su lanza en el hombro y relajó la mano. Con frecuencia descubría que aferraba el arma con demasiada fuerza y los nudillos se le ponían blancos. Era como si una parte de ella no creyera todavía que ya podía llevarla en público, y temiese que volvieran a quitársela. Syl bajó planeando de su incursión diaria por el campamento, impulsada por los vientos de la mañana. Se posó en su hombro y permaneció allí sentada, como perdida en sus pensamientos. El campamento de Bellamy era un lugar organizado. Los soldados nunca estaban mano sobre mano. Siempre hacían algo. Trabajaban en sus armas, recogían comida, transportaban cosas, patrullaban. Se realizaban gran cantidad de patrullas. Incluso con el reducido número de soldados, Raven encontró tres patrullas mientras sus hombres se dirigían hacia las puertas. Eso era el triple de lo que se hacía en el campamento de Sadeas. Recordó de nuevo el vacío. Los muertos no necesitaban transmutarse en Portadores del Vacío para convertir el campamento en un lugar fantasmal: lo hacían los barracones despoblados. Pasó ante una mujer que estaba sentada en el suelo junto a uno de los barracones, contemplando el cielo y agarrando en el puño un hato de ropa de hombre. A su lado había dos niños pequeños. Demasiado silenciosos. Unos niños tan pequeños no deberían estar callados. Los barracones formaban bloques trazando un anillo enorme, y en el centro había la parte más poblada del campamento: la bulliciosa sección que contenía la zona de viviendas de Bellamy, junto con los aposentos de los diversos altos señores y generales. El complejo de Bellamy era un búnker de piedra en forma de montaña con estandartes al viento y empleados que corrían de acá para allá llevando montones de libros. No muy lejos, varios oficiales habían emplazado tiendas de reclutamiento, y una larga fila de futuros soldados se había formado ante ellas. Algunos eran mercenarios que habían llegado a las Llanuras Quebradas en busca de trabajo. Otros eran panaderos o similares, y se habían enterado de la necesidad de más soldados después del desastre.

—¿Por qué no te reíste? —dijo Syl, inspeccionando la fila mientras Raven la rodeaba, dirigiéndose a las puertas del campamento.

—Lo siento —respondió ella—. ¿Has dicho algo gracioso?

—Me refiero a antes. Roca y los demás se rieron. Tú no. Cuando te reías en los malos tiempos, yo sabía que era una pose. Pensé que tal vez cuando las cosas mejoraran…

—Ahora soy responsable de un batallón entero de hombres de los puentes —dijo Raven, mirando al frente—. Y tengo que mantener con vida a un alto príncipe. Estoy en medio de un campamento lleno de viudas. Supongo que no me apetece mucho reír.

—De todas formas, para ti y tus hombres las cosas han mejorado —insistió ella—. Piensa en lo que has hecho, lo que has conseguido.

Un día en una meseta, masacrando. Una mezcla perfecta de sí misma, su arma, y las tormentas. Y había matado con ello. Matado para proteger a un ojos claros.

«Él es diferente», pensó Raven.

Siempre decían eso.

—Supongo que estoy esperando —dijo.

—¿A qué?

—Al trueno —respondió Raven en voz baja—. Siempre sigue al relámpago. A veces hay que esperar, pero tarde o temprano acaba llegando.

—Yo… —Syl se plantó ante ella, de pie en el aire, moviéndose hacia atrás mientras caminaba. No volaba (no tenía alas) ni flotaba en el aire. Solo permanecía allí de pie, sobre la nada, y se movía al unísono con Raven. Parecía no estar sujeta a las leyes físicas normales.

La miró, ladeando la cabeza.

—No entiendo qué quieres decir. ¡Maldita sea! Creí que entendía todo esto. ¿Tormentas? ¿Relámpagos?

—¿Recuerdas que, cuando me animaste a luchar para salvar a Bellamy, igualmente te dolió que matara?

—Sí.

—Pues es algo similar —dijo Raven en voz baja. Miró hacia un lado. Otra vez aferraba la lanza con demasiada fuerza.

Syl la observó, con las manos en las caderas, esperando que dijera algo más.

—Espero malas noticias —dijo Raven—. Siempre ha de pasarme algo malo. Así es la vida. Puede que tenga que ver con los glifos de ayer en la pared de Bellamy. Parecían una cuenta atrás.

Syl asintió.

—¿Habías visto alguna vez algo parecido?

—Recuerdo… algo —susurró ella—. Algo malo. Ver lo que ha de venir… no es Honor, Raven. Es otra cosa. Algo peligroso.

Lo que faltaba.

Como ella no dijo nada más, Syl suspiró y saltó al aire, convirtiéndose en un lazo de luz. La siguió desde allí arriba, moviéndose entre ráfagas de viento.

«Dijo que es una honorspren —pensó Raven—. Entonces, ¿por qué sigue fingiendo que juega con los vientos?»..

Tendría que preguntárselo, suponiendo que le respondiera. Suponiendo que ella misma conociera la respuesta.

Torol Sadeas entrecruzó los dedos, con los codos apoyados sobre la fina superficie de la mesa de piedra, mientras contemplaba la hoja esquirlada que había clavado en el centro. El arma reflejaba su rostro. Maldición. ¿Cuándo se había hecho viejo? Se imaginaba a sí mismo como un joven de veinte años. Sin embargo, tenía cincuenta.

Cincuenta, por las tormentas. Apretó la mandíbula, contemplando la espada.

Juramentada. Era la hoja esquirlada de Bellamy: curvada, como una espalda arqueada, con una punta en forma de gancho en el extremo y una zona serrada junto a la guarnición. Como olas en movimiento, sobresaliendo del océano de abajo.

¿Cuántas veces había ansiado esta arma? Ahora era suya, pero experimentaba una sensación de vacío al poseerla. Bellamy Griffin, enloquecido por la pena, roto hasta el punto de que la batalla lo asustaba, todavía se aferraba a la vida. El viejo amigo de Sadeas era como un sabueso-hacha querido que hubiera tenido que eliminar, solo para encontrarlo gimiendo ante la ventana, después de que el veneno no hubiera hecho su trabajo.

Peor aún no podía desprenderse de la sensación de que Bellamy había salido ganando.

La puerta de la sala de estar se abrió e Ialai entró. Con su largo cuello y la boca grande, su esposa nunca había podido considerarse una belleza, y menos a medida que los años iban pasando. A él no le importaba. Ialai era la mujer más peligrosa que conocía. Eso era más atractivo que una simple cara bonita.

—Veo que has estropeado mi mesa —dijo ella, mirando la hoja esquirlada que Sadeas había clavado en el centro. Se desplomó a su lado en un pequeño diván, pasó un brazo por su espalda y colocó los pies sobre la mesa.

En público, era la perfecta mujer alezi. En privado, en cambio, prefería estar tumbada.

—Bellamy está reclutando a lo grande —dijo—. He aprovechado la oportunidad para colocar a unos cuantos socios más entre el personal de su campamento.

—¿Soldados?

—¿Por quién me tomas? Eso sería demasiado obvio: vigilará con cuatro ojos a los soldados nuevos. Sin embargo, su personal de apoyo, puesto que tiene agujeros, ya que los hombres acuden a la llamada para empuñar lanzas y reforzar su ejército.

Sadeas asintió, sin apartar la mirada de la espada. Su esposa tenía la red de espías más impresionante de todos los campamentos. Sobre todo porque muy pocos la conocían. Ella le rascó la espalda, provocando escalofríos por toda su piel.

—Ha hecho público su bando —recalcó ella.

—Sí. ¿Reacciones?

—Lo de esperar. Habrá protestas.

Sadeas asintió.

—Bellamy debería estar muerto, pero ya que no lo está, al menos podemos contar con que esta vez se ahorque él mismo. —Sadeas entornó los ojos—. Al intentar destruirlo, quise impedir la destrucción del reino. Ahora me pregunto si esa destrucción no sería lo mejor para todos.

—¿Qué? —preguntó Ialai.

—No estoy hecho para esto, amor —susurró Sadeas—. Este estúpido juego en las mesetas. Me saciaba al principio, pero estoy empezando a aborrecerlo. Quiero guerra, Ialai. ¡No horas de marcha buscando la eventualidad de encontrarnos con una pequeña escaramuza!

—Esas pequeñas escaramuzas nos proporcionan riquezas.

Por eso las había soportado tanto tiempo. Se levantó.

—Tendré que reunirme con algunos de los otros. Aladar. Ruthar. Tenemos que avivar el fuego entre los otros altos príncipes, elevar su indignación ante lo que Bellamy propugna.

—¿Y nuestro objetivo final?

—La recuperación, Ialai —dijo él, apoyando los dedos en la empuñadura de Juramentada—. La conquista.

Era lo único que le hacía seguir sintiéndose vivo. Aquella gloriosa y maravillosa sensación de estar en el campo de batalla, luchando, hombre contra hombre. De arriesgarlo todo por el premio. El dominio. La victoria. Solo en esos momentos volvía a sentirse joven otra vez. Era una verdad brutal. Las mejores verdades, sin embargo, eran sencillas. Cogió a Juramentada por la empuñadura y la arrancó de la mesa.

—Ahora Bellamy quiere jugar a la política, cosa que no es sorprendente. En secreto, siempre ha querido ser su hermano. Por fortuna para nosotros, no es bueno en este juego. Su bando molestará a los demás. Presionará a los altos príncipes, y estos se alzarán en armas contra él, fracturando el reino. Y entonces, con sangre a mis pies y la espada de Bellamy en mi mano, forjaré una nueva Alezkar a partir de las llamas y las lágrimas.

—¿Y si, en cambio, él tiene éxito?

—Entonces, querida mía, será cuando tus asesinos mostrarán su utilidad. —Apartó la hoja esquirlada, que se convirtió en bruma y desapareció—. Conquistaré este reino de nuevo, y luego seguirá Jah Keved. Después de todo, el propósito de esta vida es entrenar soldados. En cierto modo, solo estoy haciendo lo que el mismísimo Dios quiere.

El trayecto entre los barracones y el palacio real (que el rey había empezado a llamar el Pináculo) llevó aproximadamente una hora, lo cual dio a Raven tiempo de sobra para pensar. Por desgracia, en el camino, se encontró con un grupo de cirujanos de Bellamy y sus criados que recogían savia de matapomo para preparar antisépticos. Al verlos pensó no solo en sus propios esfuerzos recogiendo la savia, sino en su padre. Lirin.

«Si estuviera aquí —pensó Raven mientras los dejaba atrás—, preguntaría por qué yo no estaba ahí fuera, con los cirujanos. Le extrañaría que, si Bellamy me ha aceptado, yo no haya solicitado unirme a su cuerpo médico».

De hecho, Raven podría haber conseguido que Bellamy empleara a todo el Puente Cuatro como ayudantes de cirujano. Raven los habría instruido en medicina casi tan fácilmente como había hecho con las lanzas. Y Bellamy lo habría aceptado. Nunca hay demasiados cirujanos en un ejército. Pero no se le había ocurrido. La opción planteada fue más simple: convertirse en guardaespaldas de Bellamy o dejar los campamentos de guerra. Raven había elegido poner de nuevo a sus hombres en el camino de la tormenta. ¿Por qué?

Al cabo de un rato, llegaron al palacio real, que se alzaba en una gran colina de piedra, con túneles excavados en la roca. Los guardias del rey vigilaban desde lo alto. Eso significaba que Raven y sus hombres tendrían que escalar bastante. Subieron por los zigzagueantes senderos, Raven todavía perdida en sus pensamientos sobre su padre y su deber.

—Esto es un poco injusto, ¿sabes? —dijo Miller cuando llegaron a la cima.

Raven miró a los demás y advirtió que jadeaban por la larga escalada. Ella, sin embargo, había absorbido luz tormentosa sin darse cuenta. Ni siquiera respiraba agitadamente. Sonrió adrede para que Syl lo advirtiera y contempló los cavernosos pasadizos del Pináculo. Unos cuantos hombres montaban guardia en las puertas de entrada, vestidos con los uniformes azules y dorados de la Guardia del Rey, una unidad independiente a la guardia de Bellamy.

—Soldado —dijo Raven, saludando con la cabeza a uno de ellos, un ojos claros de bajo rango. En el escalafón militar, Raven era superior a un hombre como este… pero no desde un punto de vista social. Una vez más, se preguntó cómo iba a funcionar todo esto.

El hombre la miró de arriba abajo.

—He oído que defendiste un puente, prácticamente tú sola, contra cientos de parshendi. ¿Cómo lo hiciste? —No se dirigió a Raven diciendo «señora», como habría sido adecuado ante cualquier otro capitán.

—¿Quieres averiguarlo? —replicó Miller desde atrás—. Podemos enseñártelo. Aquí mismo.

—Calla —exigió Raven, mirando a Miller. Se volvió hacia el soldado—. Tuve suerte. Eso es todo. —Miró al hombre a los ojos.

—Supongo que tiene sentido —repuso el soldado—. Señora —añadió por fin, al ver que Raven aguardaba.

Esta indicó a sus hombres que avanzaran y dejaron atrás a los guardias ojos claros. El interior del palacio estaba iluminado por esferas agrupadas en lámparas en las paredes: zafiros y diamantes entremezclados para dar un tono blanquiazul. Las esferas eran un recordatorio menor pero sorprendente de hasta qué punto habían cambiado las cosas. Nadie habría dejado que los hombres de los puentes se acercaran a unas esferas dedicadas a un uso tan simple. El Pináculo era aún desconocido para Raven: hasta el momento, el tiempo que había pasado protegiendo a Bellamy había sido en el campamento. Sin embargo, se había asegurado de examinar los mapas del lugar, así que conocía el camino hasta la cima.

—¿Por qué me has cortado así? —preguntó Miller, alcanzándola.

—Estabas metiendo la pata —replicó Raven—. Ahora eres soldado, Miller. Tienes que aprender a actuar como tal. Y eso implica no provocar peleas.

—No voy a inclinarme ante los ojos claros, Rav. Ya no.

—No espero que te inclines, pero sí que te muerdas la lengua. El Puente Cuatro tiene que prescindir de pullas y amenazas.

Miller se quedó atrás, pero Raven se dio cuenta de que estaba molesto.

—Qué raro —dijo Syl, posándose de nuevo en el hombro de Raven—. Parece muy enfadado.

—Cuando me hice cargo de los hombres del puente, eran animales enjaulados que habían sido sometidos a palos —dijo Raven en voz baja—. Les devolví el deseo de lucha, pero seguían estando enjaulados. Ahora las puertas de esas jaulas están abiertas. Hará falta tiempo para que Miller y los demás se acostumbren.

Pero sin duda lo conseguirían. Durante las últimas semanas en el puente, habían aprendido a actuar con la precisión y la disciplina propias de los soldados. Se ponían firmes mientras sus torturadores cruzaban los puentes, sin murmurar jamás una palabra de desprecio. Su disciplina se había convertido en su arma. Aprenderían a ser soldados de verdad. No: ya lo eran. Les faltaba aprender a actuar sin tener que enfrentarse a la opresión de Sadeas.

Miller se acercó de nuevo.

—Lo siento —dijo en voz baja—. Tienes razón.

Raven sonrió, esta vez sinceramente.

—No voy a fingir que no los odio —dijo Miller—. Pero seré civilizado. Tenemos un deber que cumplir, y lo cumpliremos bien. Mejor de lo que nadie espera. Somos el Puente Cuatro.

—Excelente —dijo Raven.

Miller iba a ser especialmente difícil de tratar, pero Raven confiaba cada vez más en él. La mayoría de los demás la idolatraba, pero no Miller, que era lo más parecido a un amigo de verdad que Raven había conocido desde que la marcaron como esclava.

El pasillo se volvió sorprendentemente más ornamentado a medida que se fueron acercando a la sala de reuniones del rey. Incluso había una serie de bajorrelieves tallados en las paredes: los Heraldos, adornados con gemas en la roca que brillaban en los lugares adecuados.

«Cada vez se parece más a una ciudad —pensó Raven—. Esto podría ser pronto un palacio de verdad».

Se encontró con Cikatriz y su equipo en la puerta de la sala de reuniones.

—¿Informe? —preguntó en voz baja.

—Una mañana tranquila —respondió Cikatriz—. Y me parece muy bien.

—Quedáis relevados por hoy —dijo Raven—. Me quedaré aquí durante la reunión, y luego Miller se encargará del turno de tarde. Volveré para el turno de noche. Dormid un poco, tu escuadrón y tú: volveréis de madrugada, hasta el amanecer.

—Entendido, señora —dijo Cikatriz, saludando. Reunió a sus hombres y se marchó.

La cámara tras las puertas estaba decorada con una gruesa alfombra y grandes ventanas sin postigos en la parte de sotavento. Raven no había estado nunca en esta sala, y los mapas del palacio, para protección del rey, solo incluían los pasillos y rutas básicos a través de los habitáculos de los sirvientes. Esta sala tenía otra puerta que probablemente daba al balcón, pero la única salida era la puerta por la que Raven había entrado. Había otros dos guardias de azul y dorado a cada lado de la puerta. El rey caminaba de un lado a otro tras el escritorio. Tenía la nariz más grande de como aparecía en los cuadros. Bellamy hablaba con la alta dama Echo, una mujer elegante de cabellos grises. La escandalosa relación entre el tío y la madre del rey habría sido la comidilla del campamento, si la traición de Sadeas no la hubiera ensombrecido.

—Miller —señaló Raven—. Mira a ver adónde conduce esa puerta. Mart y Eth, de guardia en el pasillo. Nadie que no sea un alto príncipe debe entrar hasta que lo comprobéis con nosotros.

Miller le hizo un saludo al rey en vez de una reverencia y examinó la puerta. En efecto, daba al balcón que Raven había divisado desde abajo y que rodeaba todo el piso superior. Bellamy estudió a los dos hombres del puente mientras trabajaban. Raven saludó, y miró al alto señor a los ojos. Esta vez no iba a fracasar como el día anterior.

—No reconozco a estos guardias, tío —dijo el rey, molesto.

—Son nuevos —respondió Bellamy—. No hay otra entrada al balcón, soldado. Está a treinta metros de altura.

—Es bueno saberlo —dijo Raven—. Drehy, únete a Miller ahí fuera en el balcón, cierra la puerta y montad guardia.

Drehy asintió y se puso en marcha.

—Acabo de decirte que no se puede alcanzar ese balcón desde fuera —insistió Bellamy.

—Entonces es por ahí por donde yo intentaría entrar si quisiera hacerlo, señor —contestó Raven.

Bellamy sonrió con aire divertido.

El rey, sin embargo, asentía.

—Bien… bien.

—¿Hay otras formas de acceder a esta sala, majestad? —preguntó Raven—. ¿Entradas secretas, pasadizos?

—Si las hubiera —contestó el rey—, no querría que nadie las conociera.

—Mis hombres no pueden mantener segura esta sala si no sabemos qué proteger. Si hay pasadizos que nadie debe conocer, entonces esos son inmediatamente sospechosos. Si los compartes conmigo, solo utilizaré a mis oficiales para que los protejan.

El rey miró a Raven durante un momento antes de volverse hacia Bellamy.

—Me gusta esta tipa. ¿Por qué no la has puesto al mando de tu guardia antes?

—No había tenido la oportunidad —dijo Bellamy, estudiando a Raven con una mirada penetrante. Se acercó y posó una mano sobre el hombro de la oficial, apartándola hacia un lado.

—Espera —dijo el rey desde atrás—. ¿Eso es una insignia de capitana? ¿En un ojos oscuros? ¿Cuándo han empezado a suceder esas cosas?

Bellamy no respondió: se limitó a acompañar a Raven hasta un lado de la habitación.

—Al rey le preocupan mucho los asesinos —dijo en voz baja—. Deberías saberlo.

—Una paranoia sana hace que el trabajo de los guardaespaldas sea más fácil, señor —respondió Raven.

—No he dicho que fuera sana —replicó Bellamy—. Veo que me llamas «señor». La forma correcta de dirigirse a mí es «brillante señor».

—Usaré ese término si lo ordenas, señor —dijo Raven, mirándolo a los ojos—. Pero «señor» es una forma adecuada, incluso para un ojos claros, si es tu superior directo.

—Soy un alto príncipe.

—¿Puedo ser sincera? —dijo Raven, sin esperar a recibir permiso. Este hombre la había puesto en el cargo, así que Raven se arrogaría ciertos privilegios, a menos que le dijeran lo contrario—. Todos los hombres a los que he llamado «brillante señor» me han traicionado. A unos cuantos los llamé «señor» y sigo confiando en ellos. Uso un término con más reverencia que el otro. Señor.

—Eres extraña, hija.

—Los hombres normales están muertos en los abismos, señor —dijo Raven con un susurro—. Sadeas se encargó de eso.

—Bien, que tus guardias protejan el balcón desde más allá, donde no puedan oír a través de la ventana.

—Entonces yo esperaré con los demás en el pasillo —dijo Raven, advirtiendo que los dos hombres de la Guardia del Rey ya habían atravesado las puertas.

—No he ordenado eso —replicó Bellamy—. Protege las puertas, pero desde dentro. Quiero que oigas lo que estamos planeando. Pero no lo repitas fuera de esta sala.

—Sí, señor.

—Cuatro personas más asistirán a la reunión. Mis hijos, el general Khal y la brillante Teshav, la esposa de Khal. Pueden pasar. Todos los demás tendrán que esperar fuera hasta que termine la reunión.

Bellamy se dispuso a continuar conversando con la madre del rey. Raven colocó en sus puestos a Miller y Drehy, y luego explicó a Mart y Eth el protocolo de la puerta. Tendría que instruirlos pronto. Cuando los ojos claros decían «no dejes entrar a nadie» no lo hacían de forma literal. Lo que querían decir es «si dejas entrar a alguien, será mejor que yo esté de acuerdo en que es importante, o tendrás problemas».

Luego, Raven ocupó su puesto junto a la puerta cerrada, apoyada contra una pared que tenía paneles tallados hechos con un tipo de madera que no reconoció. «Probablemente cuesta más de lo que he ganado en toda mi vida —pensó ociosamente—. Un panel de madera».

Llegaron los hijos del alto príncipe, Clarke y Aden Griffin. Raven había visto a la primera en batalla, aunque resultaba muy distinta sin su armadura esquirlada. Era menos impresionante. Parecía más una niña rica malcriada. Oh, llevaba uniforme como todo el mundo, pero los botones estaban tallados, y las botas… eran caras botas de piel sin un solo roce. Flamantes, probablemente compradas a un precio exorbitante.

«Pero salvó a aquella mujer del mercado —pensó Raven, recordando el encuentro de semanas atrás—. No lo olvides».

No estaba segura de qué pensar de Aden. El joven (puede que fuera mayor que ella, pero no lo parecía) llevaba gafas y caminaba detrás de su hermana como una sombra. Aquellas finas extremidades y los dedos delicados nunca habían conocido la batalla ni el trabajo de verdad. Syl revoloteaba por la sala, colándose en los recovecos, las grietas y los jarrones. Se detuvo ante un pisapapeles que había en el escritorio de la mujer junto al sillón del rey, examinando el bloque de cristal con una especie de cangrejo atrapado dentro. ¿Eran alas?

—¿No debería esa esperar fuera? —preguntó Clarke, indicando a Raven con un gesto.

—Lo que estamos haciendo aquí me pone en peligro directo —respondió Bellamy, con las manos a la espalda—. Quiero que conozca los detalles. Podrían ser importantes para su trabajo. —Bellamy no miró a Clarke ni a Raven.

La primera se acercó, cogió a Bellamy por el brazo y habló en voz baja, aunque no lo suficiente para que Raven no la oyera.

—Apenas la conocemos.

—Tenemos que confiar en alguien, Clarke —dijo su padre con voz normal—. Si hay una persona en este ejército que puedo garantizar que no trabaja para Sadeas, es esa soldado. —Se volvió y miró a Raven, que la estudiaba una vez más con sus ojos insondables.

«No me vio con la luz tormentosa —se dijo Raven—. Estaba prácticamente inconsciente. No lo sabe.

»Supongo».

Clarke se encogió de hombros pero se encaminó hacia el otro lado de la sala, donde murmuró algo a su hermano. Raven permaneció en su puesto, de pie, incómoda, en posición de firmes.

«Sí, decididamente malcriada».

El general que llegó poco después era un hombre calvo y delgado, de pálidos ojos amarillos, que iba envarado. Su esposa, Teshav, tenía la cara afilada y el pelo veteado de dorado. Se situó junto al escritorio, que Echo no había hecho ademán de ocupar.

—Informes —dijo Bellamy desde la ventana mientras la puerta se cerraba tras los dos recién llegados.

—Sospecho que sabes lo que vas a oír, brillante señor —dijo Teshav—. Están enfadados. Esperaban sinceramente que reconsideraras la orden y hacerla pública los ha puesto furiosos. El alto príncipe Hatham fue el único que hizo una declaración. Planea, y cito, «encargarse de disuadir al rey de este curso de acción insensato y desacertado».

El monarca suspiró y se desplomó en su sillón. Aden se sentó inmediatamente, al igual que el general. Clarke tomó asiento, más reacia.

Bellamy permaneció de pie, mirando por la ventana.

—¿Tío? —preguntó el rey—. ¿Has oído esa reacción? Menos mal que no fuiste tan lejos como te habías planteado: obligarles a cumplir los Códigos si no querían perder sus posesiones. Si lo hubieras hecho, ahora mismo nos enfrentaríamos a una rebelión.

—La rebelión se producirá de todas formas —dijo Bellamy—. Sigo preguntándome si debería haberlo anunciado todo a la vez. Cuando hay que extraer una flecha, a veces es mejor arrancarla de un solo tirón.

De hecho, lo mejor que se podía hacer con una herida de flecha era no tocarla hasta que un cirujano pudiera tratarla. A menudo la saeta evitaba la hemorragia y mantenía vivo al lesionado. Pero era mejor no decir nada que socavara la metáfora del alto príncipe.

—Tormentas, qué imagen tan horrible —dijo el rey, secándose la cara con un pañuelo—. ¿Tienes que decir esas cosas, tío? Ya temo que estemos todos muertos antes de que acabe la semana.

—Tu padre y yo sobrevivimos a cosas peores —dijo Bellamy.

—¡Entonces teníais aliados! Tres altos príncipes a favor, solo seis en contra, y nunca combatisteis con todos a la vez.

—Si los altos príncipes se unen contra nosotros —dijo el general Khal—, no podremos contra ellos. No tendremos más remedio que rescindir este bando, y eso debilitará considerablemente al trono.

El rey se echó hacia atrás, con la mano en la frente.

—Titus, esto va a ser un desastre…

Raven alzó una ceja.

—¿No estás de acuerdo? —preguntó Syl, acercándose a ella con la forma de un puñado de hojas revoloteando. Era desconcertante oír su voz procedente de aquellas formas. Las demás personas presentes en la sala, naturalmente, no podían verla ni oírla.

—No —susurró Raven—. El bando es una auténtica tempestad. Solo esperaba que el rey fuera menos… bueno, apocado.

—Tenemos que asegurar aliados —dijo Clarke—. Formar una coalición. Sadeas formará una, y tenemos que contrarrestarlo con la nuestra.

—¿Dividir el reino en dos? —comentó Teshav, sacudiendo la cabeza—. No veo cómo una guerra civil puede favorecer al trono. Sobre todo si es improbable que la ganemos.

—Esto podría ser el final de Alezkar como reino —coincidió el general.

—Alezkar terminó como reino hace siglos —dijo Bellamy en voz baja, mirando por la ventana—. Esto que hemos creado no es Alezkar. Alezkar era justicia. Nosotros somos niños disfrazados con la capa de nuestro padre.

—Pero, tío —repuso el rey—, al menos el reino es algo. ¡Más de lo que ha sido durante siglos! ¡Si fracasamos aquí, y lo dividimos en diez principados en lucha, negaremos todo por lo que trabajó mi padre!

—Tu padre no trabajó para esto, hijo —dijo Bellamy—. Este juego en las Llanuras Quebradas, esta nauseabunda farsa política. Esto no es lo que Gavilar imaginó. La Tormenta Eterna se acerca…

—¿Qué? —preguntó el rey.

Bellamy se alejó por fin de la ventana, se encaminó hacia los demás, y posó la mano sobre el hombro de Echo.

—Vamos a encontrar un modo de hacer esto, o vamos a destruir el reino en el proceso. No seguiré sufriendo esta charada.

Raven, cruzada de brazos, se dio un golpecito en el codo con un dedo.

—Bellamy actúa como si fuera el rey —dijo en voz muy baja para que solo Syl pudiera oírlo—. Y todos los demás también. —Preocupante. Era igual que lo que había hecho Amaram. Hacerse con el poder que veía ante él, aunque no fuera suyo.

Echo miró a Bellamy, alzó la mano y la colocó sobre la suya. A juzgar por su expresión, estaba de acuerdo con lo que él estuviera planeando.

El rey no. Suspiró levemente.

—Es evidente que tienes un plan, tío. Y bien, ¿nos lo cuentas?

Este drama empieza a cansarme.

—Lo que en realidad quiero hacer —dijo Bellamy con sinceridad—, es darles a todos una buena tunda. Es lo que haría con los nuevos reclutas que no estuvieran dispuestos a obedecer las órdenes.

—Creo que te resultaría un tanto difícil dar una azotaina a los altos príncipes para que obedecieran, tío —contestó el rey secamente. Por algún motivo, se frotó el pecho con aire ausente.

—Hay que desarmarlos —dijo Raven sin querer.

Todos los ojos se volvieron hacia ella. La brillante Teshav frunció el ceño, como si Raven no tuviera derecho a hablar. Y probablemente así era.

Bellamy, sin embargo, asintió.

—¿Soldado? ¿Tienes alguna sugerencia?

—Con su permiso, señor —dijo Raven—. Y su permiso, majestad. Pero si un pelotón crea problemas, lo primero que se hace es separar a sus miembros. Dividirlos, colocarlos en escuadrones mejores. Ignoro si esta estrategia sería aplicable en este caso.

—No sé cómo podríamos separar a los altos príncipes —dijo Bellamy—. Dudo de que pudiéramos impedir que se asociaran unos con otros. Tal vez si se ganara esta guerra, podría asignar un deber distinto a cada alto príncipe, separarlos, y luego trabajar en ellos individualmente. Pero por el momento, estamos aquí atrapados.

—Bueno, la segunda medida que se toma con los soldados problemáticos —continuó Raven— es desarmarlos. Son más fáciles de controlar si se les obliga a entregar las lanzas. Para ellos es una vergüenza, como si volvieran a ser reclutas. Así que… ¿no se les podría retirar sus soldados?

—Me temo que no —respondió Bellamy—. Los soldados juraron alianza a sus ojos claros, no a la Corona específicamente: solo los altos príncipes han jurado a la Corona. Sin embargo, tus propuestas van en buena dirección.

Apretó el hombro de Echo.

—Durante las dos últimas semanas —continuó—, he estado intentando decidir cómo abordar este problema. Mi instinto me dice que tengo que tratar a los altos príncipes, a toda la población de ojos claros de Alezkar, como si fueran reclutas novatos que necesitan disciplina.

—Vino a verme y hablamos —dijo Echo—. No podemos degradar a los altos príncipes hasta un rango manejable, por mucho que a Bellamy le gustara hacerlo. En cambio, tenemos que hacerles creer que vamos a hacerlo, si no se enmiendan.

—Este bando los enfurecerá —dijo Bellamy—. Quiero que estén furiosos. Quiero que piensen en la guerra, en su lugar aquí, y quiero recordarles el asesinato de Gavilar. Si puedo presionarlos para que actúen más como soldados, aunque empiecen alzándose en armas contra mí, entonces tal vez logre convencerlos. Puedo razonar con los soldados. De cualquier forma, gran parte de todo esto implicará la amenaza de que voy a despojarlos de su poder y su autoridad si no los utilizan correctamente. Y eso empieza, como ha sugerido la capitana Raven, por desarmarlos.

—¿Desarmar a los altos príncipes? —preguntó el rey—. ¿Qué locura es esta?

—No es ninguna locura —respondió Bellamy, sonriendo—. No podemos quitarles sus ejércitos, pero sí podemos hacer otra cosa. Clarke, pretendo retirarle el cierre a tu vaina.

Clarke frunció el ceño, reflexionando, y de pronto una amplia sonrisa se dibujó en su rostro.

—¿Quieres decir que me permitirás volver a batirme en duelo? ¿De verdad?

—Sí —dijo Bellamy. Se volvió hacia el rey—. Durante mucho tiempo, le he prohibido que participe en combates importantes, ya que en tiempos de guerra los Códigos prohíben los duelos de honor entre oficiales. Sin embargo, por lo que he ido viendo los demás no parecen considerar que estén en guerra. Más bien se comportan como si se tratara de un juego. Es hora de permitir que Clarke se enfrente en duelo con los otros portadores de esquirlada del campamento en combates oficiales.

—¿Para que pueda humillarlos? —preguntó el rey.

—No se trataría de humillación, sino de privarlos de sus esquirlas. —Bellamy se plantó en mitad del grupo de sillones—. Los altos príncipes tendrían difícil enfrentarse a nosotros si controláramos todas las hojas y armaduras esquirladas del ejército. Clarke, quiero que desafíes a los portadores de otros altos príncipes en duelos de honor, y que el premio sean las esquirlas.

—No accederán a eso —objetó el general Khal—. Rechazarán los combates.

—En ese caso, hemos de procurar que acepten —dijo Bellamy—. Encontrar un modo de obligarlos a luchar, ya sea por la fuerza o poniéndolos en evidencia. Probablemente sería más fácil si pudiéramos localizar a Sagaz.

—¿Qué pasará si la muchacha pierde? —preguntó el general Khal—. Este plan parece demasiado impredecible.

—Ya veremos —repuso Bellamy—. Esto es solo una parte de lo que haremos, la parte más pequeña… aunque también la más visible. Clarke, todo el mundo me asegura que eres una auténtica campeona, y me has insistido hasta la saciedad para que relaje mi prohibición relativa a los duelos. Hay treinta portadores de esquirlada en el ejército, sin contar los nuestros. ¿Puedes derrotar a tantos hombres?

—¿Que si puedo? —contestó Clarke con una sonrisa—. Lo haré sin sudar, siempre que se me permita empezar con el mismo Sadeas.

«Así que es malcriada y arrogante», pensó Raven.

—No —dijo Bellamy—. Sadeas no aceptará un desafío personal, aunque obligarlo a hacerlo es nuestro objetivo final. Empezaremos con algunos de los portadores menores e iremos subiendo hasta alcanzar su nivel.

Los demás presentes en la sala parecían preocupados, entre ellos la brillante Echo, que frunció los labios y miró a Clarke. Aunque posiblemente estuviera de acuerdo con el plan de Bellamy, no le gustaba la idea de que su sobrina se batiera en duelo. Sin embargo, no lo dijo.

—Como ha indicado Bellamy —explicó Echo—, esto no será el plan completo. Es de esperar que los duelos de Clarke no tengan que llegar tan lejos. Pretendemos inspirar preocupación y temor, aplicar presión a algunas facciones que trabajan contra nosotros. La mayor parte de lo que debemos hacer implica un enrevesado y decidido esfuerzo político por conectar con aquellos que pueden inclinarse hacia nuestro bando.

—Echo y yo trabajaremos para persuadir a los altos príncipes de las ventajas de una Alezkar verdaderamente unificada —dijo Bellamy, asintiendo—. Aunque sabe el Padre Tormenta que estoy menos seguro de mi capacidad política que Clarke de sus duelos. Esto es lo que debemos hacer. Si Clarke va a ser el palo, yo seré la pluma.

—Habrá asesinos, tío —dijo Finn, con voz cansada—. No creo que Khal tenga razón, no creo que Alezkar se desmorone inmediatamente. Los altos príncipes han acabado por aceptar la idea de ser un solo reino. Pero no van a renunciar a su deporte, su diversión, sus gemas corazón. Así que enviarán asesinos. Silenciosamente, al principio, y es probable que no directamente contra ti o contra mí. Contra nuestras familias. Sadeas y los demás intentarán hacernos daño, querrán que nos retractemos. ¿Estás dispuesto a arriesgar a tus hijos en esto? ¿Y a mi madre?

—Sí, tienes razón —convino Bellamy—. No había… pero sí. Así es como piensan. —A Raven le pareció pesaroso.

—¿Y sigues dispuesto a llevar este plan adelante? —preguntó el rey.

—No tengo otra opción —respondió Bellamy, dándose la vuelta y regresando junto a la ventana. Miró hacia el oeste, en dirección al continente.

—Entonces déjame que al menos te diga una cosa —dijo Finn—. ¿Cuál es el objetivo final de tu juego, tío? ¿Qué quieres conseguir con todo esto? Dentro de un año, si sobrevivimos a tus planes, ¿qué quieres que seamos?

Bellamy apoyó las manos en el grueso alféizar de piedra. Contempló el exterior, como si allí hubiera algo que él podía ver y los demás no.

—Justamente lo que éramos antes, hijo. Un reino que pueda soportar las tormentas, un reino que sea luz y no oscuridad. Quiero conseguir una Alezkar realmente unificada, con altos príncipes que sean leales y justos. Y haré más que eso. —Dio un golpecito sobre el alféizar—. Voy a reinstaurar los Caballeros Radiantes.

Raven casi dejó caer la lanza debido a la sorpresa. Afortunadamente, nadie la estaba observando: todos se pusieron en pie de un salto y se volvieron a mirar a Bellamy.

—¿Los Radiantes? —preguntó la brillante Teshav—. ¿Estás loco? ¿Vas a intentar reconstruir una secta de traidores que nos entregaron a los Portadores del Vacío?

—Todo lo demás me parece bien, padre —intervino Clarke, dando un paso hacia él—. Sé que piensas mucho en los Radiantes, pero los ves… de manera diferente a los demás. Si anuncias que quieres emularlos, no saldrá bien.

El rey tan solo gruñó, enterrando la cara en sus manos.

—La gente se equivoca con ellos —dijo Bellamy—. Y aunque no sea así, incluso la Iglesia vorin admite que los Radiantes originales, los que instituyeron los Heraldos, fueron éticos y justos. Tendremos que recordar a la gente que los Caballeros Radiantes, como orden, representaron algo grandioso. De no ser así, entonces no se habría considerado que «cayeron», como dicen las historias.

—Pero ¿por qué? —preguntó Finn—. ¿Qué sentido tiene?

—Es mi deber. —Bellamy vaciló—. Todavía no estoy completamente seguro de por qué. Solo sé que me ha sido ordenado. Como protección, como preparación para lo que ha de venir. Una tormenta de algún tipo. Tal vez sea tan sencillo como que los otros altos príncipes se vuelvan contra nosotros. Lo dudo, pero tal vez sea solo eso.

—Padre —dijo Clarke, posando una mano sobre el hombro de Bellamy—. Todo esto está muy bien, y quizá puedas cambiar la percepción que tiene la gente de los Radiantes, pero… ¡Por el alma de Nia, padre! Esos seres podían hacer cosas que están más allá de nuestras capacidades. Nombrar Radiante a alguien no les dará poderes extraordinarios, como en las historias.

—Los Radiantes eran más que sus propias capacidades —respondió Bellamy—. Representaban un ideal. El tipo de ideal del que carecemos hoy en día. Puede que no podamos conseguir las antiguas potenciaciones, los poderes que ellos tenían, pero podemos intentar emularlos en otros aspectos. Estoy decidido. No intentéis disuadirme.

Los demás no parecían convencidos.

Raven entornó los ojos. Así que Bellamy sabía lo de sus poderes…, ¿o no? La reunión pasó a temas más prácticos: cómo lograr que los portadores de esquirlada se enfrentaran a Clarke y cómo emplazar patrullas en la zona. Bellamy consideraba que asegurar los campamentos de guerra era un requisito previo a lo que quería intentar. Cuando la reunión terminó por fin, la mayoría de los participantes se marcharon para ejecutar las órdenes y Raven se quedó reflexionando sobre lo que Bellamy había dicho acerca de los Radiantes. El hombre no se había dado cuenta, pero había sido muy preciso. Los Caballeros Radiantes, en efecto, tenían ideales. Y los llamaban precisamente así. Los Cinco Ideales, las Palabras Inmortales.

«Vida antes que muerte —pensó Raven, jugando con una esfera que había sacado de su bolsillo—, fuerza antes que debilidad, viaje antes que destino». Esas Palabras componían el Primer Ideal en su totalidad. Solo tenía una leve idea de lo que significaba, pero su ignorancia no le había impedido investigar el Segundo Ideal de los Corredores del Viento, el juramento para proteger a aquellos que no podían protegerse a sí mismos.

Syl no quería revelarle los otros tres. Decía que los conocería cuando fuera necesario. O no, y no avanzaría.

¿Quería avanzar? ¿Para convertirse en qué? ¿En miembro de los Caballeros Radiantes? Raven no había pedido que los ideales de nadie gobernaran su vida. Solo había querido sobrevivir. Ahora, de algún modo, se dirigía hacia un camino que nadie había recorrido desde hacía siglos. Se convertía potencialmente en algo que la gente de toda Roshar odiaría o adoraría. Tanta atención…

—¿Soldado? —preguntó Bellamy, deteniéndose junto a la puerta.

—Señor.

Raven se irguió de nuevo y saludó. Le agradaba hacer eso, ponerse firmes, encontrar un lugar. No estaba segura si era la satisfacción de recordar una vida que antaño había amado, o si más bien se trataba de la patética sensación de un sabueso-hacha cuando encuentra de nuevo su correa.

—Mi sobrino tenía razón —dijo Bellamy, quien contemplaba al rey mientras este se alejaba por el pasillo—. Los otros pueden intentar hacer daño a mi familia. Así es como piensan. Voy a necesitar destacamentos de guardias con Echo y mis hijos en todo momento. Tus mejores hombres.

—Tengo un par de docenas, señor —respondió Raven—. No es suficiente para que haya destacamentos de guardias que os protejan a los cuatro todo el día. Debería disponer de más hombres entrenados antes de que pase mucho tiempo, pero poner una lanza en las manos de un hombre de los puentes no lo convierte en soldado, mucho menos en un buen guardaespaldas.

Bellamy asintió, preocupado. Se frotó la barbilla.

—¿Señor?

—Tus fuerzas no son las únicas que escasean en este campamento, soldado —dijo Bellamy—. Debido a la traición de Sadeas he perdido un gran número de hombres. Excelentes hombres. Ahora tengo un plazo límite. Dentro de sesenta días…

Raven sintió un escalofrío. El alto príncipe se tomaba muy en serio el número que habían garabateado en su pared.

—Capitana —dijo Bellamy en voz baja—, necesito todos los hombres capaces que pueda conseguir. Necesito entrenarlos, reconstruir mi ejército, prepararnos para la tormenta. Necesito que ataquen las mesetas, que se enfrenten a los parshendi, para conseguir experiencia en la batalla.

¿Qué tenía esto que ver con Raven?

—Prometiste que los míos no tendrían que luchar en las mesetas.

—Mantendré esa promesa —aseguró Bellamy—. Pero hay doscientos cincuenta soldados en la Guardia del Rey. Incluyen algunos de mis últimos oficiales, y tendré que ponerlos al mando de nuevos reclutas.

—No voy a tener que vigilar solamente a tu familia, ¿verdad? —preguntó Raven, sintiendo un nuevo peso sobre los hombros—. Estás dando a entender que quieres que me encargue también de proteger al rey.

—Sí —respondió Bellamy—. Sutilmente, pero sí. Necesito a esos soldados. Aparte de eso, mantener dos cuerpos de guardia distintos me parece un error. Me parece que, considerando el historial de tus hombres, es menos probable que entre ellos haya espías de mis enemigos. Deberías saber que hace algún tiempo hubo un atentado contra la vida del rey. Aún no he descubierto quién estaba detrás, pero me preocupa que algunos de los guardias pudieran estar implicados.

Raven inspiró profundamente.

—¿Qué sucedió?

—Finn y yo cazábamos un abismoide —explicó Bellamy—. Durante esa cacería, en un momento de tensión, la armadura del rey estuvo a punto de fallar. Descubrimos que muchas de las gemas que le conferían poder habían sido sustituidas por otras defectuosas, que se resquebrajaban bajo tensión.

—No entiendo mucho de armaduras, señor —dijo Raven—. ¿No podrían haberse roto solas, sin que se produjera ningún sabotaje?

—Es posible, pero improbable. Quiero que tus hombres se turnen para proteger el palacio y al rey, alternándose con algunos miembros de la Guardia, para que os familiaricéis cuanto antes con el lugar y la persona. Eso también facilitará que tus hombres aprendan de los guardias más experimentados. Al mismo tiempo, voy a empezar a transferir a soldados de su guardia para que entrenen a los soldados de mi ejército.

»En el transcurso de las próximas semanas, uniremos tu grupo a la Guardia del Rey para formar un solo cuerpo. Estarás al mando. Cuando hayas entrenado lo suficiente a los hombres de los puentes de las otras cuadrillas, sustituiremos los soldados de la guardia por tus hombres, y transferiremos a los soldados a mi ejército. —Miró a Raven a los ojos—. ¿Puedes hacerlo, soldado?

—Sí, señor —dijo Raven, aunque una parte de ella sentía pánico—. Puedo.

—Bien.

—Señor, una sugerencia. ¿Ha dicho que iba a aumentar las patrullas fuera de los campamentos, para intentar controlar las montañas que rodean las Llanuras Quebradas?

—Sí. El número de bandidos que hay ahí fuera es vergonzoso. Ahora esto es tierra alezi. Tienen que acatar las leyes alezi.

—Tengo mil hombres que necesito entrenar —dijo Raven—. Si pudiera patrullar con ellos ahí fuera, eso contribuiría a que se sintieran auténticos soldados. Si la fuerza fuera lo bastante grande, eso enviaría un mensaje a los bandidos y tal vez haría que se retiraran… pero mis hombres no necesitarán combatir.

—Bien. El general Khal ha estado al mando de las patrullas, pero ahora es mi comandante de mayor rango, y será necesario para otras cosas. Instruye a tus hombres. Nuestro objetivo será que tus mil soldados acaben patrullando los caminos entre este sitio, Alezkar, y los puertos del sur y el este. Quiero equipos de exploradores que busquen indicios de campamentos de bandidos e investiguen las caravanas que hayan sido atacadas. Necesito datos de la actividad que se desarrolla ahí fuera y del peligro que corren.

—Me encargaré de ello personalmente, señor.

Tormentas. ¿Cómo iba a hacer todo eso?

—Bien —asintió Bellamy.

Se marchó de la cámara con las manos a la espalda, como sumido en sus pensamientos. Miller, Eth y Mart lo siguieron, tal como les había ordenado Raven. Dos hombres lo acompañarían en todo momento, tres si era posible. Antes había pensado en aumentarlos a cuatro o cinco, pero tormentas, con tantas nuevas atribuciones, eso iba a ser imposible.

«¿Quién es este hombre?»., pensó Raven, contemplando a Bellamy mientras este se retiraba. Dirigía un buen campamento. Se podía juzgar a una persona (y Raven lo hacía) por los hombres que lo seguían.

Pero un tirano podía tener un buen campamento con soldados disciplinados. Este hombre, Bellamy Griffin, había contribuido a la unión de Alezkar… chapoteando en un mar de sangre. Ahora… ahora hablaba como un rey, aunque el rey mismo estuviera presente en la sala.

«Quiere reconstruir a los Caballeros Radiantes», pensó Raven.

No era algo que pudiera conseguirse por simple fuerza de voluntad.

A menos que tuviera ayuda.