El frío aire invernal golpeaba con fuerza el cuerpo de los viajeros.
Con pasos vacilantes avanzaron apoyándose mutuamente hasta encontrar refugio en una pequeña cueva en medio de la montaña helada.
Encendiendo una improvisada fogata calentaron sus cuerpos y compartieron lo que les quedaban de alimentos entre los dos.
El vínculo que los unía iba más allá de cualquier lazo de sangre y ni la más grande adversidad lograría separarlos nunca.
Fue entonces que la idea llegó a su mente como epifanía divina, ambos estilos debían unirse para crear el más fuerte, capaz y valiente linaje de guerreros.
-Saotome-habló con renovados bríos el joven de tez canela y larga melena oscura.
-Digame, Tendo-respondió este atizando el fuego
-Hagamos una promesa!-anunció levantándose animado
-Qué tipo de promesa sería está, Tendo?-preguntó el de lentes
Soun, totalmente inmerso en sus emociones tomó las manos de su querido amigo y compañero entre las suyas y anunció sus intenciones.
-Cuando seamos padres, hagamos la promesa de unir en matrimonio a nuestros descendientes!
Conmovido hasta las lágrimas y con la promesa de un Dojo de por medio, Genma Saotome aceptó gustoso la promesa de matrimonio para un hijo suyo con alguna hija de su buen amigo Soun Tendo. O viceversa, daba igual.
Los hombres sellaron el trato con un fraternal abrazo.
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-Entonces ustedes dos fueron sus últimos discípulos, no es así?-preguntó el joven periodista deportivo de alborotado cabello rubio
-Así es, en efecto-se adelantó a responder Genma-Fuimos sus últimos discípulos.
-Ya veo-el rubio anotó algo en una pequeña libreta-Su entrenamiento debió ser muy difícil, cómo es que pudieron soportarlo? No existía rivalidad entre ustedes?
Genma y Soun se miraron recordando los días como alumnos del despiadado maestro Happosai. En especial aquel primer entrenamiento en la montaña, cuando apenas acababan de conocerse. Sonriendo respondieron al unísono.
-Lo soportamos juntos. Somos familia.
