Ranma ½ no me pertenece.

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Fantasy Fiction Estudios

presenta

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Un baile sin música

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Era una mañana brillante, el sol bañaba su cuerpo con un agradable calor que desentumeció sus miembros. Cerró los ojos y levantó un poco el rostro. Las ramas desnudas comenzaban a mostrar los primeros brotes verdes. El gorjeo fuerte de una pareja de gorriones lo hizo abrirlos, las aves volaron alrededor del árbol y siguieron su divertida persecusión más allá del tejado. Exhaló lentamente, levantó y bajó los brazos estirando los hombros. Se llevó las manos a la cintura y flexionó la espalda hacia atrás lo más que pudo. Estiró el cuello y dejó caer la cabeza, su largo cabello negro colgó, hasta ver el mundo al revés.

El césped estaba arriba, las nubes abajo, y su esposa que le sonreía estaba de cabeza.

—Querido, ¿quieres un poco de té?

Soun esbozó una sonrisa.

—¿Tengo elección?

—Ninguna —replicó ella, dejando dos tazas sobre la mesa.

Disfrutaron lentamente de la cálida bebida. Sus pequeñas estaban en la escuela, incluyendo Akane, que por primera vez la habían llevado al jardín de infantes. Soun suspiró, se sentía cansado, hacía mucho que no tenían un tiempo así, para los dos. Su esposa, que lo observaba atenta, cambió de lugar y se arrodilló en el piso detrás de él.

—No lo hagas.

—Silencio —ordenó.

Soun se resignó a su terrible suerte y sonrió, imaginó que se debía a su nuevo bigote, era irresistible.

Su esposa apretó con mucha fuerza y él se quejó.

—¿Querida?

—Estabas pensando en algo divertido, ¿no es así?

—Solo en ti, únicamente en ti y nada más que en ti.

—Eso espero.

Ella apretó otra vez con mucha fuerza. Soun se quejó, pero al momento el dolor se convirtió en alivio. Las manos de su esposa se deslizaron por su espalda y cuello, lo que le provocó un delicioso sopor y un incontenible escalofrío.

—Estás muy tenso, ¿tienes muchas preocupaciones?

Él respondió con un murmullo:

—Tres pequeñas incontrolables.

Ella sonrió.

—¿Y yo? ¿No te provoco preocupaciones también?

—Tú no, tú eres mi único descanso.

—Eres un adulador.

—Aunque a veces… ¡Auch!

—Lo siento, fue sin intención.

—¿Querida?

—¿Sí, querido?

Soun torció los labios y su pequeño bigote tembló de manera divertida.

—Nada.

Tras un rato Soun abrió los ojos y miró al jardín. Detuvo la mano de su esposa, envolviendola con sus dedos.

—¿Sucede algo?

—El clima está muy agradable, sería un desperdicio quedarnos en casa en nuestro primer día libre en mucho tiempo.

—Supongo que podemos ir de compras.

—¿Solo de compras?

La mujer le dio una palmadita en el hombro.

—Querido, te estás volviendo muy osado.

Un rato después, Soun la esperaba en la entrada de la casa. Se había arreglado con su mejor tenida, un traje occidental con chaleco y chaqueta, un poco anticuado. Su esposa apareció con una blusa de encaje y una falda larga y muy amplia. Se ajustó un poco el cabello y se acercó a él. Llevaba consigo un sombrero.

—No de nuevo.

—Querido, sabes que me gusta verte usarlo.

—¿Te divierte? Parece sacado de una de esas películas viejas.

—Y por eso me encanta, ¿o no te lo he dicho ya?

Soun arqueó las cejas, conocía la fascinación que tenía su esposa por las películas occidentales de época. Especialmente en las que se cantaba y bailaba. Si bien él no podía hacer ninguna de las dos cosas, ella siempre lo halagó porque con traje desprendía un aire como a gran señor de antaño. O eso le decía, porque nunca estuvo muy seguro de ello.

La mujer le colocó el sombrero y él se lo ajustó con una mano.

—¿Cómo me veo?

Ella se llevó un dedo a la mejilla, para sonreír como una adolescente enamorada.

—Como para conquistarme otra vez.

Abrieron la puerta y salieron juntos. Ella tomada de su brazo y él con una mano en el sombrero.

—Si te pidiera matrimonio de nuevo, ¿aceptarías?

—Eres un vanidoso, sabes que te diré que sí.

—Lo siento, es el bigote, tiene ese efecto…

—¿En quién más lo has probado, querido?

Soun apretó los dientes y tartamudeó.

—Es una broma, ¡una broma!

—Más te vale, tengo unas tijeras muy buenas en casa.

Lo tiró con más fuerza del brazo y se allegó más a él, en un gesto muy posesivo.

Las calles estaban vacías, lo que era normal a esa hora de la mañana, en un día cualquiera de trabajo y estudio. Soun se alegró, era como si el mundo entero fuera para ellos dos. En la plaza compraron dos conos de helado, pero ella le robó rápidamente una mordida al suyo. En la florería le compró una rosa, que ella se ajustó en el cabello. En la panadería compraron algunos bizcochos para compartir junto a sus hijas en la tarde. Volvieron de la mano a casa. Él tarareaba alegremente, era la melodía de una película y su esposa al escucharlo parecía agradada. No sabía cantar ni bailar, pero algo era algo, pensó él.

Su esposa se le unió en la melodía y no se percató cuando apuró el paso, y tirando de su brazo lo obligó a correr de un lado al otro de la calle. Lo hizo girar en un improvisado paso de baile, que casi los hizo caer a ambos.

—¡Querida!

—Eso no estuvo tan mal —dijo ella, riendo, acomodándose la flor en el cabello. Se agarró otra vez del brazo de su esposo—. Con un poco de suerte, te convertirás en un excelente bailarín en unos años.

—¿En unos años? —Soun resopló entre labios—. Eres demasiado optimista.

—Ten un poco de fe, si te esfuerzas podrás bailar para el día en el que Akane se case. Y no te lo pido para el matrimonio de Kasumi o Nabiki, así que te estoy dando mucha ventaja. Soy muy considerada.

—Ah, sí, por supuesto. —El semblante de Soun se endureció—. Pero faltan muchos años aún para pensar en eso.

Ella se rio.

Aunque parecía que ella creía que a él no le gustaba hablar del futuro de sus hijas, por ser un padre celoso. En realidad, era porque él tenía un secreto que no le había confesado todavía, sobre una antigua promesa con un viejo amigo.

Otra vez en casa aprovecharon en descansar. Se bañaron juntos y ya más cómodos se sentaron en el borde del jardín. Ella acostó su cabeza en el hombro de Soun.

—Falta poco para el final del mundo —se quejó Soun.

—Nuestras hijas no son tan terribles, querido.

—¿No? —preguntó con desconfianza.

—No, pero espera a que sean unas inquietas adolescentes.

—Nos quedaremos sin casa —supuso Soun. Su broma, por extraña que le pareció a él mismo, le sonó casi profética.

Soun la rodeó por la cintura.

—¿Te preocupan? —preguntó ella.

Soun meneó la cabeza.

—Si son la mitad de fuertes que tú, más tengo miedo por sus futuros esposos.

Ella se enderezó y le un suave pellizco en la mejilla.

—A veces no sé por qué me casé contigo.

Él se apuntó la cara.

—Mi bigote.

—Si lo nombras una vez más, querido, prometo que voy a cortártelo.

Rieron alegremente. Soun suspiró y dejó caer su rostro.

—Solo espero hacerlo bien, ser un buen padre para ellas.

Ella tomó la mano de Soun entre las suyas y le sonrió. Una de esas sonrisas que a él siempre le gustaron.

—Lo eres querido, ya lo eres y lo seguirás siendo para ellas.

—No es verdad, la mitad del tiempo soy un cobarde. La otra mitad soy el que provoca los problemas que tanto las hacen sufrir. No he sido un apoyo, para ninguna de ellas. Son fuertes, nunca me han necesitado. Es a ti a quién más extrañan…

Soun guardó un brusco silencio. Sus labios temblaron. El cielo antes de un azul prístino se tornó rápidamente en un lienzo de nubes doradas contra un rojo atardecer. Tan rápido que casi fue instantáneo. Giró su cabeza lentamente hacia su esposa. Su rostro era una mezcla de miedo y tristeza.

—Esto es… ¿un sueño?

Ella, conmovida, lo atrajo hacia su pecho y lo abrazó con mucha fuerza. Besó su cabeza.

—Sí, querido. Lo siento, lo siento tanto.

—Pero… —Se apartó de ella para mirarla a los ojos, tomándola por las muñecas—. ¡No es justo! No lo es, tú siempre fuiste la que… Yo no… Nunca pude hacerlo sin ti.

—Lo has hecho de manera estupenda. Es verdad, no eres el padre perfecto, pero eres su padre. Eres el que ellas necesitan, el que ha estado ahí cada día, el que nunca muestra su soledad, y que ha sido, en parte, el que provocó un poco el caos que trajo otra vez alegría y risas a esta casa. Cuando lo han necesitado, has sido un padre estricto y atemorizante. Cuando no, has sido un amigo. Nunca tuviste miedo en abrirte a ellas, nunca les cerraste las puertas de tu corazón, nunca las dejaste de lado a pesar del dolor que cargaste todos estos años. Siempre has sido ese padre alegre, amable y tierno que ha estado al lado de ellas. Te aman como no imaginas, porque es imposible no hacerlo.

—Querida…

Acarició el rostro de Soun, con sus dedos secó las lágrimas.

—Porque yo te amo también así, no, incluso más. Mucho más.

Soun negó con la cabeza.

—No quiero. No me obligues… ¡No puedo hacerlo!

—Puedes y lo harás —dijo y sonrió, con el atardecer reflejándose en sus ojos—, porque eres el hombre del que me enamoré. Lo harás tan bien como siempre, como me has hecho sentir orgullosa cada día al verte levantarte y seguir adelante.

—Pero… te amo.

—Y yo a ti, un poco más. —Ella lo abrazó con fuerza, como si no quisiera dejarlo ir—. Por tu bigote —dijo casi sin voz, intentando sonreír.

Pero el cielo había desaparecido, junto con el jardin y la casa. Eran tan solo ellos dos sentados en el piso, envueltos en un círculo blanco, cada vez más brillante, más pequeño, cerniéndose sobre ellos. Soun acarició el cabello de su esposa, y ella se aferró más fuerte a él.

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La luz blanca del día lo obligó a abrir los ojos. De espaldas en la cama se quedó mirando un rato el techo. El pecho lo sentía como si se lo estuvieran aplastando, su respiración era débil y su garganta dolía. Aspiró aire, sonando en su interior como si recorrieran un instrumento viejo y torturado. Se llevó un brazo al rostro. Contuvo su voz, para no ser escuchado, ante la violenta convulsión que amenazó partirlo como a una rama vieja. El inicio de un llanto distinto a todos los que tendía a fingir en un día, porque este era auténtico, no una máscara. Respiró por la boca abierta, como si quisiera gritar. Rabia, dolor, impotencia. Pero no dijo nada, nunca decía nada. Cerró la boca, la abrió, tragó una bocanada de aire. Se limpió los ojos y se sentó. Escuchó ruidos desde la sala, voces, conversaciones, discusiones y risas.

Aspiró con fuerza otra bocanada de aire y lo dejó escapar hasta vaciar sus pulmones. Miró el lado vacío de su cama.

Pasó la mano por arriba de la sábana y la acarició. Estaba fría. Inspiró otra vez, fuerte, nervioso, conteniendo sus lágrimas.

Apretó los dientes.

Tiró las mantas hacia un lado y se movió.

—Otro día —murmuró Soun.

Otro día sin ella.

Sintiéndose muy solo.

Dolía.

Y dolía tanto.

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Fin

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Hace un tiempo intenté acabar Alas de Misawa, pero tenía un problema para escribir temas tristes. Estaba tan relajado y feliz, que era como tratar de escribir una escena fría y lluviosa, cuando uno está sudando en pleno calor de verano frente al escritorio. Así que cuando Randuril me dio la palabra «sueño», pensé que era la oportunidad perfecta para intentarlo.

Cuando acabamos nuestras historias, nos las compartimos mutuamente. Es la primera lectura del día.

Y ella me dijo muy seria: «No escribas más cosas tristes». En ese momento no estaba con ella para consolarla, pues estaba trabajando.

Hoy, al volver a casa, pasé por un supermercado y le compré su helado favorito.

Nos leemos en la siguiente historia.

PD: Y pizza.