Ranma ½ no me pertenece.

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Fantasy Fiction Estudios

presenta

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La magia de la noche

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La figura oscura, envuelta en una capa, se coló por una abertura en el portón doble de hierro y se mezcló con las sombras de la noche. Se internó por el camino principal a paso firme, moviéndose entre las lápidas y las estatuas de piedra y mármol, desviándose hacia la derecha, cruzando un pequeño mausoleo con la puerta cubierta de cera y velas a medio derretir. Pisó las hojas secas en el camino angosto que serpenteaba en medio de un bosquecillo al final del cementerio y se detuvo al fin en una colina alejada, con la vegetación crecida y descuidada, que tenía una única tumba, con la losa desgastada por el tiempo.

La figura se quitó la capucha y descubrió su cabello trenzado y sus ojos azules y brillantes.

—Muy bien, aquí estamos —dijo el mago Ranma Saotome.

Se quitó del todo la capa y la colocó estirada en el suelo. Luego se hincó de rodillas y abrió su maletín. En la tierra húmeda del suelo persistían aún los charcos que se habían formado después de la última lluvia, y allí apareció el rostro de la mujer pelirroja cuando Ranma se inclinó y encendió una vela con un chasquido de dedos.

Ranko puso los ojos en blanco y resopló, aunque ningún sonido llegó hasta Ranma porque, después de todo, los reflejos no emitían sonidos. Él, sin embargo, supo exactamente lo que la pelirroja hubiera dicho de haber podido articular palabra, porque llevaba semanas con aquella maldición y había aprendido a conocer el brillo de sus ojos, sus gestos y sus ademanes como si pudiera escucharla.

—¿Qué? —le preguntó Ranma a la pelirroja alzando una ceja—. Estos pantalones son de terciopelo y me costaron una fortuna. No esperarás que me los embarre todos en la primera puesta, ¿verdad?

Ranko torció los labios y suspiró. Luego se frotó los brazos como si tuviera frío.

—Ya lo sé, este sitio da escalofríos —murmuró Ranma.

A continuación, sacó una botellita pequeña de su maletín, con un líquido incoloro y un tapón de corcho, también sacó un cristal de color celeste y una bolsita pequeña, atada con un hilo rojo.

—Aunque no deberías temerles a los muertos, sino a los vivos —agregó después. Juntó las manos como si fuera a realizar una plegaria y las frotó—. ¡Comencemos!

Abrió la bolsita y desparramó su contenido frente a él, creando un extraño símbolo. La sal brilló con una blancura iridiscente a la luz de la vela. Ranma apretó los labios, concentrado, mientras preparaba los demás elementos. Hacía semanas que su cliente, Ranko Sakurai, y él habían sido maldecidos por el terrible hechicero Kuno, y ahora la mujer pelirroja de alguna forma estaba atrapada en su propio cuerpo y era visible solo en su reflejo.

La Asociación de Magos de Tokio, de la que Ranma formaba parte, no había podido ayudarlo. Le dijeron que lo de ellos era la magia blanca y hacer el bien, así que no podían deshacer maldiciones, además de que eso no estaba cubierto en su seguro de trabajo y no podían hacerse responsables. A Ranma aquello le había sonado a puras paparruchas, estaba seguro de que el director de la asociación era un inepto que no sabía hacer ni siquiera un conjuro sencillo y había accedido a su cargo solo por amiguismos y acuerdos con los magos de la alta sociedad.

Sin embargo, en la asociación sí le habían dicho algo útil. Si quería deshacer una maldición debía buscar a quien se la había puesto para que la deshaga, cosa que era imposible en su caso, porque el hechicero Kuno había desparecido luego de ser reducido casi a una sombra, y nadie sabía dónde se escondía. Pero la otra posibilidad era encontrar a una bruja. Como caminantes de la fina línea que separaba la magia blanca de la negra, y siendo conocedoras de los secretos de ambas disciplinas, las brujas eran seres poderosos, aunque traicioneros, y podía ser que alguna estuviera dispuesta a ayudar a Ranma por un precio.

En las siguientes semanas, el mago Ranma Saotome había recorrido gran parte del norte de Japón, intentando dar con alguna de aquellas mujeres, aunque sin éxito. Hasta ahora. Había llegado al pueblo de Kuji hacía un par de días, investigando el rumor que circulaba entre los habitantes de la zona de que una bruja se paseaba por las noches secuestrando niños para comérselos y engatusando maridos para llevarlos a sus escandalosas orgías de medianoche. Ranma no creía en aquellas idioteces, pero sabía que los rumores siempre surgían de una verdad a medias.

Decían que la bruja rondaba el cementerio en las noches sin luna, recolectando hierbas que crecían entre las tumbas y adorando a sus dioses paganos sobre las losas funerarias. Por eso había entrado esa noche al cementerio, y estaba dispuesto a rogarle a una bruja. Claro que no había ido sin prepararse, un cristal mágico le daría poder y el símbolo de sal protección.

Ranma destapó la botellita y olió su contenido, luego volvió a cerrarla. El vinagre, aunque bastante común, le ayudaría para repeler a la bruja si algo salía mal. Entonces, se sentó con las piernas cruzadas sobre la capa y esperó. ¿Se presentaría la bruja esa noche? ¿Existiría realmente? No le quedaba más que pasar la noche allí para saberlo.

La vela estaba casi completamente consumida cuando Ranma escuchó una risa lejana y grave. Se detuvo, con el oído atento, y escuchó una especie de jadeo, seguido de un chillido femenino. Alzó las cejas asombrado.

—¿En serio? ¿No tienen otro lugar donde ir a hacer sus cosas? —se quejó.

Ranko, reflejada en el charco, movió la cabeza a un lado y al otro.

—Será mejor que te cubras los oídos —murmuró Ranma. La pelirroja se encogió de hombros y el mago la miró con un gesto de asombro—. ¿Qué?... ¿No me digas que tú y el tal Ryoga…? Waaa, ¡qué asco!, no quiero ni imaginarlo.

Ranko lo miró indignada y movió la cabeza negativamente, agitando las plumas de su sombrero. Pero Ranma no le prestó atención, frotándose las mejillas para quitarse la imagen del cerebro. La risa grave y profunda se dejó oír otra vez, pero ahora el chillido femenino fue de auténtico miedo.

—¡No! ¡No…! ¡Por favor…!

—Shhh, ¡quédate quieta y disfrútalo! —fue la brusca respuesta.

Ranma alzó la cabeza y escuchó con atención. Las risas ahora fueron dos, y los chillidos de la mujer sonaron ahogados, como si alguien le cubriera la boca.

—Maldición —bufó el mago.

Echó a correr entre los árboles del pequeño bosque, saliendo al claro y mirando a cada lado de la avenida principal que cruzaba el cementerio. Las tumbas, oscuras y solitarias, estaban tan silenciosas como siempre. Una ráfaga de brisa húmeda y helada arrastró las hojas secas bajo sus pies y le enfrió las manos.

A lo lejos divisó la luz de una lámpara de aceite.

—Ahí están.

Se acercó sigiloso hasta detenerse tras un arbusto espinoso y medio seco, pero que lo ocultaba lo suficiente de ojos indiscretos. Vio a tres hombres, de abrigos largos y raídos y barbas enmarañadas y muy negras; su aspecto era tan similar que parecían hermanos. Uno de ellos aprisionaba con sus enormes manos a una mujer sobre una de las tumbas. Era una jovencita, esbelta y hermosa, de cabello largo y claro, con extraños reflejos púrpura a la luz de la lámpara. Parecía vestir un fino camisón, como si la hubieran arrancado de su cama en plena noche.

Ranma frunció el ceño, con un mal presentimiento calándole hasta los huesos. Sin embargo, no podía hacer oídos sordos ante aquellos salvajes que iban a forzarla.

El hombre que estaba encima de la mujer le tapó la boca con más fuerza y con la otra mano le subió el camisón.

—¡Ah! —jadeó con fuerza—, qué muslos suaves y tibios.

—¡Suéltala, cerdo! —ordenó Ranma saliendo por detrás del arbusto.

Los tres hombres se volvieron hacia él con miradas feroces y bocas torcidas. Lo observaban como bestias salvajes que habían sido apartadas de súbito de un exquisito banquete. Ranma tuvo un escalofrío de asco, pero se repuso en seguida. Movió las manos y las descubrió vacías y frías.

—¡Maldita sea!

Su maletín de mago había quedado olvidado en la colina junto a la tumba solitaria.

—¡Enséñenle a ese zopenco quién manda! —ordenó el hombre que retenía a la mujer.

Los otros dos se echaron encima de Ranma, que se movió con agilidad para esquivarlos. Les lanzó un puñetazo y los huesos de la mano se le resintieron por el golpe. De improviso, uno de los hombres lo sujetó por los brazos y el otro lo golpeó en el estómago repetidamente, hasta dejarlo sin aire. Luego lo soltaron y se rieron cuando cayó de rodillas, boqueando por aire.

La mujer lloriqueó y gritó. El hombre junto a ella lanzó una risotada todavía más fuerte.

—Acábenlo de una vez —le ordenó a los otros dos.

Uno de los hombres se acercó de nuevo a Ranma, pero él adelantó la mano lanzando un conjuro.

—Kami no hikari!

Un rayo de luz blanca cegó al hombre, que trastabilló retrocediendo. Ranma se puso de pie y se sacudió la chaqueta.

—Vamos, imbéciles —los acicateó con una sonrisa arrogante—. ¿Quieren golpearme ahora?

—¡Es un maldito mago! —bramó el jefe de los hombres—. Ya saben qué hacer, ¡mátenlo!

El segundo hombre dio un salto hacia Ranma, que alzó una mano y conjuró un nuevo haz de luz. El hombre retrocedió un poco, pero soltó un bramido casi animal y brincó otra vez; su compañero lo siguió haciendo lo mismo. En el aire, ambos se transformaron en lobos enormes y peludos, de ojos rojizos y fauces rabiosas llenas de baba.

—¿Hombres lobo?, ¿en serio? —se dijo Ranma con un resoplido.

Luego sonrió, con los ojos azules brillando peligrosamente a la luz amarillenta de la lámpara.

—¡Vamos! —los llamó.

En un solo movimiento desenvainó su daga de plata, que llevaba colgada del cinto. La hoja delgada y pequeña destelló casi ansiosa. Su sola visión enloqueció a las bestias, que se echaron sobre él. Ranma adelantó el brazo, dando dos estocadas. Cortó a uno de los lobos, que aulló de dolor, cayendo al suelo; pero la otra bestia se le arrojó encima por la espalda. Ambos rodaron por el suelo de tierra húmeda, Ranma colocó su brazo bajo la garganta de la bestia, para evitar que el lobo lo mordiera, mientras intentaba cortarlo con la daga usando la otra mano. Los dientes amarillentos y afilados rozaron peligrosamente su piel.

—¡Ni lo sueñes! —le gritó.

Con una pata lanzó lejos al lobo, que aulló y ladró, agazapándose para volver a saltar sobre él. Ranma lo esperó con la daga en alto, empuñándola con ambas manos. El animal lo atacó por el flanco, y Ranma giró, lanzando un corte profundo. El lobo aulló ferozmente, cayendo de costado, intentando levantarse, pero sin fuerzas para sostenerse. La herida no era grave, pero el corte de plata era para él como la más terrible de las maldiciones.

Ranma se enderezó, con la frente sudada y respirando agitado. El último hombre aún retenía a la mujer entre las manos. Lanzó un alarido y tomó a la joven por el cabello para arrojarla lejos.

—No se te ocurra moverte —le ordenó con ferocidad.

Entonces se volvió hacia Ranma con ojos llameantes de furia. El mago se quitó la chaqueta y se la envolvió en el brazo derecho como una protección. Esperó, con el antebrazo en alto y la daga preparada en la mano izquierda. El hombre saltó, transformándose, era una bestia todavía más grande que los otros dos, de pelaje más oscuro y erizado.

Gruñó con fuerza lanzándose al ataque. Ranma antepuso su brazo envuelto en la chaqueta, pero el animal se movió, cayendo por un flanco. Ranma lo repelió de una patada. Con un aullido agudo, el lobo contratacó y Ranma alzó el brazo delante de su rostro. Los dientes se cerraron en torno a él, rasgando la gruesa tela de la chaqueta y arañando la fina camisa.

—Resshō!

Un corte doloroso se abrió en el hocico del animal, que retrocedió con un aullido. Ranma aprovechó la distracción para clavarle la daga de plata en la garganta. El lobo cayó hacia atrás, retorciéndose entre estertores de intenso dolor, hasta desangrarse y quedarse completamente quieto. Poco a poco, el cuerpo de la bestia se convirtió de nuevo en el del hombre, que miraba el cielo oscuro con los ojos abiertos y estáticos, sin vida. Sus compañeros también habían recuperado la forma humana, aunque solo estaban inconscientes. De todas formas, ya no había salvación para ellos, pues la maldición del hombre lobo no solo corrompía sus cuerpos transformándolos en un animal, sino también sus mentes, nublándoles el juicio y desdibujando la diferencia entre el bien y el mal. No había nada que hacer, solo avisar a las autoridades del pueblo para que lidiaran con aquellas criaturas de la forma que creyeran conveniente.

Ranma suspiró con pesar y se acomodó las ropas. El llanto de la mujer lo sacó de sus oscuras cavilaciones. Se acercó a ella, que estaba hecha un ovillo, rodeándose con los brazos, con el largo cabello cubriéndole el cuerpo.

—¿Estás bien? —le preguntó con gentileza, adelantando una mano lentamente.

Ella alzó el rostro bañado de lágrimas. Sus ojos eran bellos y de color violeta. La mujer sorbió por la nariz y, con un hipido, se arrojó a sus brazos, estrechándolo con fuerza.

—Aiya! ¡Apuesto mago salvar a Shampoo! —lloriqueó en su hombro—. ¡Shampoo agradecida con apuesto mago!

Ranma comprendió que era extranjera, lo que explicaba su acento y su extraño tono de cabello. Parecía que su nombre era Shampoo. La apartó con cuidado y la observó buscando heridas, pero no había ninguna visible.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó, hablando despacio para que ella lo entendiera.

La joven asintió con fuerza.

—¿Dónde vives? Te llevaré de vuelta a casa.

Ella asintió con una sonrisa y Ranma le colocó la chaqueta agujereada sobre los hombros. Cuando iba a dar un paso, sin embargo, la joven dio un gritito de dolor y se desplomó sobre una de las tumbas, dejando caer la chaqueta a un lado.

—¿Qué ocurre, Shampoo?, ¿estás herida? —inquirió el mago con preocupación, acuclillándose a su lado.

—Aiya… Shampoo herida, Shampoo encontrarse mal —murmuró con un mohín aniñado.

—¿Dónde? —inquirió Ranma—. ¿Dónde te duele?

—Aquí.

Se subió el camisón casi hasta el muslo, enseñando su blanca y bien torneada pierna. Ranma tragó saliva.

—¿Dó-Dónde? —preguntó nervioso.

Shampoo tomó su mano y la puso exactamente donde le dolía, en la parte interna del muslo.

—Aquí —susurró casi con sensualidad—, Shampoo herida… aquí.

—Pe-Pero… es decir… —Ranma se aclaró la garganta, intentando soltar su mano, pero ella se la retuvo con fuerza.

—Shampoo fría… ¿no sentir?

Le movió la mano, ascendiendo por el muslo delicadamente, casi llegando a la entrepierna.

—Yo creo que estás bastante caliente —dijo Ranma nervioso—. O sea… ¡Shampoo, espera!

Ella se echó hacia adelante. Los botones del camisón estaban abiertos, revelando un escote sugerente, de pechos grandes y alzados. Los pezones erectos se dibujaban a través de la tela.

—Tocar… mago tocar Shampoo, ¿sí? —murmuró con una sonrisa.

Se le echó encima y aprisionó a Ranma entre sus muslos suaves y fuertes.

—Tocar Shampoo, ¿sí? —repitió.

—Un momento… ¡esto no puede ser verdad! —gimió Ranma atontado.

El peso de la mujer sobre él era casi sobrehumano. Arañó la tierra húmeda intentando buscar un arma, pero su daga había caído lejos.

Shampoo se desabotonó el camisón todavía más y movió las caderas frotándose contra su entrepierna. Ranma apretó los dientes.

—¡No, no! —gritó intentado zafarse de su agarre.

Shampoo se inclinó sobre él.

—Besar Shampoo… ¿sí? —inquirió con fingida ingenuidad.

Casi rozó sus labios. Ranma cerró los ojos con fuerza, el aroma intenso de la lluvia antes de tocar el suelo seco le inundó los sentidos.

«Un momento… Es imposible, llovió ayer mismo, no puedo sentir el aroma de…»

—¡Estoy soñando! —gritó con fuerza.

Fue como si el mundo se hubiera vuelto de cabeza. Sintió una sacudida y cuando abrió los ojos estaba todavía junto a la tumba solitaria de la colina. La vela casi se había apagado y encima de él había una criatura demoníaca con forma femenina y el cuerpo cubierto del pelaje de una bestia.

—¡AHHHHH!

Gritó con terror y lanzó una fuerte patada para quitársela de encima. Shampoo salió despedida de su cuerpo, pero sus enormes alas como de murciélago se abrieron y la suspendieron en el aire.

—Una maldita súcubo —murmuró Ranma para sí.

Se levantó de un salto. El símbolo de protección estaba desdibujado, seguramente lo había hecho sin querer mientras se movía soñando. En el charco del suelo, el reflejo de Ranko se movía frenético, moviendo la boca en un grito sordo.

—¡Lo sé, lo sé! —le dijo Ranma con rapidez—. Ya estoy aquí. Veamos…

La botellita todavía estaba allí. Ranma la atrapó con una mano, justo en el instante en que Shampoo saltaba de nuevo sobre él y le inmovilizaba un brazo, aplastándolo contra el suelo con todo su cuerpo.

—Besar Shampoo… ¿sí? —habló la criatura.

Su voz quería sonar femenina y dulce, pero era grave y gutural, como el sonido terrible que haría un demonio. Ranma se removió intentando zafarse. Con los dientes destapó la botellita de un tirón y arrojó a la cara de Shampoo el vinagre. El monstruo dio un alarido y retrocedió, como si lo hubiera tocado el ácido.

—Así que también sirve contra las súcubo —murmuró el mago—. Lo anotaré en mi libro de magia.

Shampoo lo atrapó otra vez, intentado apresarlo con sus manos parecidas a garras, pero Ranma rodó a un lado. Arrastrándose, se precipitó hasta su maletín y lo abrió, pero Shampoo lo tomó por las piernas, tirando de él con fuerza para acercarlo a su cuerpo. El contenido del maletín se desparramó por el suelo mientras Ranma era arrastrado, pero el mago giró y golpeó a la criatura con él, una y otra vez, hasta atontarla.

—¡Suéltame, maldita!

Corrió a trompicones para alejarse de ella y rebuscó entre los elementos que quedaban en el maletín. Sus dedos rozaron la madera pulida de un arma. Shampoo chilló de forma aguda y Ranma se volteó hacia ella, arrojándole el arma con todas sus fuerzas.

La estaca de madera se clavó en el pecho de Shampoo, que soltó un alarido de rabia. Ranma se lanzó hacia adelante, tumbándola con el hombro y poniéndose a horcajadas sobre ella, reteniéndola con su fuerza. Entonces asió la estaca con las dos manos y la clavó hasta el fondo en el pecho de la criatura, que gritó una última vez con voz distorsionada y desapareció convirtiéndose en polvo.

El mago cayó de rodillas, respirando agitado, con todo el cuerpo magullado, adolorido y sudado. La vela se había extinguido, pero el amanecer rompía lentamente por el este, tiñendo el cementerio de una luz azulada y espectral. En el charco frente a su cara, Ranko lo miraba con temor.

—Pues sí, no solo a los vampiros se los puede matar con una estaca —le dijo el mago. Después agregó, agitando una mano—: No te preocupes, estoy bien.

Ranko soltó el aire con alivio.

Ranma se sentó a descansar sobre el suelo húmedo y embarrado. La mañana era helada y el cielo presagiaba nuevamente lluvia.

—Lo siento, Ranko —le dijo al reflejo de la pelirroja junto a él—. No era una bruja, era una asquerosa súcubo. Parece que hoy tampoco nos curaremos de esta maldición.

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FIN

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Nota de autora: ¡Y el Ranma Saotome mago ha vuelto! La verdad es que hace rato quería escribir otro corto en este universo y hoy pude hacerlo, cuando Noham me dio la palabra «petricor».

Esta palabra que quizá les resulte extraña es el nombre que se le da al aroma de la lluvia, ese olor particular a humedad que se siente cuando empieza a llover en la tierra seca. Como dato curioso, este aroma es una mezcla de compuestos emitidos por las plantas, el gas ozono y la geosmina (el aroma de la tierra húmeda, que lo produce una bacteria). Además, esta palabra no está admitida todavía en el diccionario de la RAE, aunque está en discusión.

Como siempre, muchas gracias a todos los que leen: Vero, Juany, Hcoronadogandara, Psicggg, Gatopicaro, Lelek, Arianne, Diluanma, Rowen, Luz y mi querido Noham.

Nos leemos.