Ranma ½ no me pertenece.

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Fantasy Fiction Estudios

presenta

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Dulce y pequeño

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—Ranma… ¡Raaanmaaaa! ¡Despierta, Ranma! ¡Quiero helado!... ¡Raaanmaaa…!

El joven se dio la vuelta y apartó al hada de un manotazo. Akane fue a dar con un bote entre dos almohadas al otro lado de la cama. Se levantó y sus pequeñas alas se agitaron con irritación, empuñó las delicadas manos y alzó el vuelo otra vez, hasta detenerse justo en la oreja del muchacho.

—¡Raaanmaaaa!

Esta vez, él se levantó de un salto, maldiciendo, enredándose con las sábanas y cayendo finalmente al piso con un quejido. Mientras Ranma se sobaba el trasero adolorido, el hada Akane se sentó con elegancia en el borde de la mesa de luz y cruzó sus esbeltas y pálidas piernas. El pequeño vestido de brillantes colores ondeó con el movimiento y ella lo arregló con un gesto absolutamente femenino.

—¡¿Por qué siempre me despiertas de esta manera?! —se quejó Ranma frotándose los ojos.

Su cabello suelto estaba enmarañado alrededor de su cabeza y el pijama se le había torcido mientras dormía, y ahora se abría revelando casi por completo su pecho musculoso. El hada se lo quedó mirando casi fascinada, hasta que las mejillas pálidas se le sonrojaron con fuerza y apartó la vista con un mohín.

—¿Qué quieres que haga? —dijo a la defensiva—. ¡Nunca me dejas dormir con tus ronquidos!

—Yo no ronco —dijo él muy seguro.

—Además —agregó Akane sin prestarle atención—, ¡quiero helado!

—¿Helado?

—¡Sí, helado!

—¿A esta hora de la mañana?

—¡No me importa la hora! Quiero helado —insistió ella como una niña pequeña.

—¡No soy tu maldito esclavo!

—¿Tengo que recordarte que tu familia tiene una deuda conmigo por haberme dejado en este estado? —dijo Akane señalándolo con un dedo—. Ya que un Saotome fue el culpable de que me convirtiera en un hada, un Saotome debe volverme a mi forma humana ¡hay un pacto de sangre que lo dice! Prometiste que ibas a ser diferente, Ranma, prometiste ayudarme —agregó con ojos llorosos.

—Ya lo sé, ya lo sé —dijo él levantándose y abriendo el armario para sacar la ropa que iba a ponerse ese día.

—¡Tu padre no hizo absolutamente nada! —se quejó Akane volando a su lado y parándose sobre la puerta abierta—. Dijiste que ibas a investigar para liberarme, Ranma, pero has hecho mucho menos que Genma… y al menos cuando vivía con él estaba la tía Nodoka, y ella es una mujer muy agradable. Con ella no me faltaba nada y cuando quería helado…

—¡Ya cállate! —ordenó Ranma con fuerza—. Por si no lo sabías, tengo que trabajar, ¡no puedo pasarme el día cumpliendo tus caprichos!

Akane se cruzó de brazos y le sacó la lengua. Sus alas iridiscentes se agitaron mostrando su indignación.

—¡Eres malo, Ranma! —sentenció—. Hace 400 años que perdí mi verdadero cuerpo y ahora soy esta cosa horrible. Ni siquiera puedo salir de casa o alguien podría capturarme para exhibirme en algún circo, o peor, ¡en la televisión! Tengo que pasarme el día encerrada en este lugar tan aburrido y cuando te pido algo, ¡una sola cosa! tú solo… Snif, snif…

Lloró, cubriéndose el bello rostro con las delicadas y blancas manos, haciendo saltar escarchas de colores con cada movimiento, agitando los finos hombros y dejando caer su largo y hermoso cabello a su alrededor.

—No… No llores, Akane. Lo lamento —dijo Ranma en seguida, con verdadero arrepentimiento—. Por favor, no llores, sabes que detesto cuando lloras.

Akane lloró con más fuerza. Se tapó la cara con los brazos, volando hacia un rincón de la habitación y escondiéndose entre los libros de la biblioteca. Ranma la siguió sintiéndose un canalla. Era verdad todo lo que ella decía. Cuando su padre murió, Ranma supo el secreto que guardaba su familia y la maldición que los ataba a esa pequeña hada llamada Akane, una mujer irascible, terca y que disfrutaba haciendo las travesuras más infantiles, pero que era hermosa y de muy buen corazón… en el fondo. Había prometido que la ayudaría, pero su trabajo se ponía muy pesado en esas fechas, cada vez llegaba a casa más tarde y su único día libre apenas le alcanzaba para limpiar, lavar la ropa de la semana y leer un manga durante una hora antes de irse a la cama para volver a comenzar todo otra vez. Por supuesto que no tenía tiempo para meterse en polvosas y lejanas bibliotecas de pueblos olvidados para buscar una cura para aquella maldición.

—Akane, no llores. Te prometo que te raeré helado cuando vuelva del trabajo.

Akane, que le daba la espalda, alzó el rostro y se volvió con una sonrisa brillante.

—¿De verdad? —preguntó volando hacia él y deteniéndose ante su rostro.

—De verdad —prometió.

Ranma la observó con una sonrisa. Akane era muy linda cuando se comportaba de esa manera, sus ojos eran grandes y expresivos, y le recordaban al chocolate; su sonrisa alegraba el corazón. ¿Por qué no podía ser así todo el tiempo?

—Ranma —dijo ella con una vocecita encantadora—, ¿sabes algo?

—¿Qué?

—La alarma sonó hace más de media hora.

—¿Media…? ¡Maldición, voy a llegar tarde! —rugió él—. ¡Akane, eres una…!

Akane se rio agarrándose la barriga con las dos manos, volando en espiral arriba y abajo, divertida, mientras Ranma corría por la habitación para prepararse. Cuando él se encerró en el baño, ella se apoyó en la puerta y cantó a pleno pulmón antiguas canciones de su aldea, hasta que Ranma le gritó que se callara. Mientras él comía apresurado un poco de pescado, ella pasó volando por su sopa y se sentó en su tazón de arroz con una risita, mientras Ranma la espantaba a manotazos. Antes de que él se vistiera, se revolcó en su ropa y jugó con sus llaves escondiéndolas entre los almohadones del sillón.

Ranma la regañó vociferando con fuerza y al final salió dando un portazo. Akane le gritó que era un idiota y corrió a refugiarse en el refrigerador, para comerse la torta de chocolate que había sobrado del día anterior.

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—Es el director Kuno —le dijo Hiroshi a Ranma dándole un codazo.

Ranma estaba a punto de dormirse sobre el teclado, pero se puso de pie de golpe con todos los demás. Ocultó su trenza muy bien debajo del cuello de la camisa y realizó una reverencia con los otros empleados cuando el director de la empresa pasó por la oficina. Lo acompañaba Gosunkugi, el supervisor, que había sido compañero de Ranma en la secundaria y lo odiaba con todas sus fuerzas.

Gosunkugi se detuvo y cuchicheó algo en la oreja del director Tatewaki Kuno. Ambos miraron hacia Ranma, que maldijo en silencio. Rogó que Gosunkugi no hubiera descubierto que usaba el pelo largo o podía despedirse de ese trabajo para siempre.

—¿Cuál es su nombre? —preguntó Kuno deteniéndose frente a él.

—Saotome. Ranma Saotome —dijo con una corta reverencia.

—Saotome, la próxima vez espero que sea más precavido con su novia —advirtió Kuno señalando una mancha en su saco—. No puede presentarse a trabajar en estas condiciones.

—¿Qué?

Ranma bajó la vista y observó el borrón de maquillaje y brillo de labios que tenía en la solapa. ¡Esa estúpida Akane! La restregó con los dedos mientras gruñía y maldecía entre dientes.

—¡Esa tonta no es mi novia!

—¿Cómo? —intervino Gosunkugi dando un paso al frente—. Saotome, nadie nos avisó que te habías casado.

—¡Por supuesto que no estoy casado! —se defendió Ranma.

Hubo un coro de murmullos apagados llenos de asombro y Ranma miró alrededor alzando las cejas, sin comprender qué pasaba.

Kuno se acercó hasta pegar la nariz con la suya.

—¿Qué has dicho, bellaco? ¿Eso significa que estás saliendo con una adorable jovencita sin tener las más dignas y puras intenciones con ella? ¡En esta compañía no permitimos tal conducta! Será mejor que aclares esta situación de inmediato —ordenó—. Si no quieres nada serio, ¿por qué permites que te toque de esta manera? Ese no es el comportamiento que se espera de un empleado de la compañía Kuno.

—¡Se trata de un malentendido! —aclaró Ranma alzando las manos—. Lo que pasa es que vivimos juntos y…

—¡¿Qué has dicho?! —vociferó Kuno.

El resto de los empleados palidecieron y una de las chicas se desmayó. Hiroshi miraba a Ranma como si fuera un sentenciado a muerte.

—Y-Yo… puedo explicarlo…

—Aclararás esta situación de inmediato y espero que no se repita —ordenó Kuno—. ¿Has comprendido, Saotome?

—¿Comprendiste, Saotome? —repitió Gosunkugi con una sonrisa feroz.

Ranma hizo una reverencia apretando los dientes. Cuando Kuno y Gosunkugi se fueron, los empleados volvieron a su trabajo. Ranma se tiró del pelo con fuerza y maldijo una y otra vez.

—¡Estúpida Akane!

—Hace poco que trabajas aquí —le dijo Hiroshi mientras se sentaba de nuevo—, pero creí que sabías que Kuno está loco. Se cree un caballero andante que tiene que defender a las damiselas en apuros, ya despidió a cinco empleados porque no formalizaban con sus novias.

—¡Ese tipo es un demente! —exclamó Ranma—. Pero todo es culpa de Akane, ¡cuando la encuentre voy a…! —gritó de rabia y se dejó caer en la silla.

—Oye, Ranma —murmuró Hiroshi—. ¿Quién es Akane?

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Volvió a casa arrastrando los pies y sintiéndose un idiota. Al menos había podido salir un poco antes. Estrujó la bolsa de compras entre las manos y bufó. Ella no se lo merecía, era un condenado imbécil.

Al llegar a la manzana de su edificio la vio. Era como un pequeño punto de luz que se movía en la ventana de su dormitorio, brillante y colorido, pegado al cristal. Ella siempre lo esperaba cuando volvía del trabajo, aunque normalmente peleaban, Ranma sabía que ella se preocupaba por él. Además, hoy le había hecho una promesa, y Akane sabía que siempre cumplía sus promesas.

Cuando entró ella lo recibió con palabras y risas que sonaban como campanillas de cristal.

—Estoy en casa.

—¡Has vuelto! —exclamó el hada con emoción—. Hoy es más temprano que de costumbre. ¿Trajiste el helado?

—¿Solo eso te importa? —preguntó Ranma dejando la bolsa sobre la mesa.

—¡Helado! —gritó Akane sin responder. Voló hasta la bolsa y se metió dentro. En seguida volvió a salir como una explosión de color—. ¡Ranma! ¿Qué es esto?

Él se lavó las manos y se quitó la chaqueta. Estuvo a punto de contarle lo que pasó ese día en la oficina, pero agitó la cabeza. Era imposible intentar cambiar a Akane. Hacía rato que toda su ropa estaba llena de su maquillaje colorido y brillante, todas las cosas de la casa estaban cubiertas de polvo de hadas, dorado, turquesa y plateado. Y en los almohadones y los cobertores de la cama había cada mañana un largo cabello azul, luminoso y fragante. Sin ella su vida sería demasiado aburrida y solitaria.

—No me dijiste qué sabor querías —le explicó él—, así que traje uno de cada uno.

—¿De verdad? —preguntó ella feliz, alzando el vuelo hasta él, girando en una danza de celebración—. ¿Todo esto es para mí?

—No, la mitad es para mí.

Akane rio como campanillas agitadas por el viento. Se acercó hasta posarse en su hombro y le dio un delicado y pequeño beso en la mejilla.

—Gracias, Ranma.

Él se sonrojó, abrumado por la sorpresa de aquel gesto.

—Bu-Bueno… no es necesario que… —tartamudeó él.

Akane voló para mirarlo de frente.

—¿Por qué te pusiste colorado, Ranma? ¡No me digas que estás pensando cosas raras!... Eres un pervertido.

—¡Yo no soy un pervertido!... ¿Quién es la que me espía por la cerradura cuando me estoy bañando? —contratacó él.

—¡Eso no es cierto!

Akane corrió a refugiarse en la ventana y miró al exterior. Se sentó en el grueso marco y se abrazó las piernas dobladas. Sus alas transparentes soltaron destellos cromáticos a su alrededor cuando las atravesó la luz del sol, creando un halo de luz alrededor de su cabello azul.

—¿Sabes, Ranma? —dijo, de pronto muy triste—. Yo tenía un prometido.

—¿Qué?

Él se asombró de la repentina punzada de celos.

—Desapareció hace mucho tiempo —siguió Akane con mirada triste—, y yo me convertí en esta cosa tan desagradable, apenas un insecto.

—¡No eres un insecto!

—¿De verdad lo crees? —preguntó Akane volviendo el rostro hacia él. Sus ojos eran grandes y chispas de luz dorada danzaban en sus iris—. ¿Soy bonita?

—Eres… muy bonita —confesó.

—¿Crees que algún día pueda volver a ser una mujer de verdad?

Ranma despegó los labios. Después le sonrió con seguridad.

—Te prometo que un día volverás a ser la Akane de antes.

Ella sonrió en respuesta. Él siempre cumplía sus promesas.

—Ven. ¿No querías comer helado?

Akane voló feliz de vuelta a la mesa, cruzando entre sus manos mientras él acomodaba los potes y las cucharillas, con una muy diminuta y brillante para ella. Akane sonrió y se sentó encima del montón de servilletas.

Ranma probó un poco de helado. Y trató de no pensar que cuando Akane volviera a ser humana, él se quedaría solo.

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FIN

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Nota de autora: Hoy Noham me dio la palabra «helado» y se me ocurrió esta curiosa combinación. Como siempre, agradezco a todos los que leen y más a los que se toman un tiempo para escribir un comentario: Gatopicaro, Arianne, Juany, Rowen, Psicggg, Lelek, Vero y Noham.

Nos leemos.