Pues nada, acabé este cap antes de tiempo y así que aquí va.
Espero que lo disfruteis.
Oh, Dios, era agotador.
Adrien no sabía cuánto más podría mantener esa sonrisa encantadora, dándole palique a personas en las que en realidad no tenía interés. Su plan original para esa noche era juntarse con Nino, Alya y Marinette, no mezclarse con adultos aburridos que lo único que querían era sonsacarle detalles sobre la próxima línea de bombines de su padre.
En cambio, Alya y Nino se habían marchado hacia quién-sabe-dónde debido a la pelea con Marinette, y Marinette seguía discutiendo con Kagami en la azotea. Así que Adrien había sido abandonado, desamparado ante las fieras, y parecía que todo el mundo quería un cacho de carne.
En ese momento estaba escuchando a medias a una mujer que le contaba con pelos y señales los logros de su hija, que al parecer había estado demasiado resfriada como para acudir al baile. Adrien no la culpaba; él hubiera hecho lo mismo si así evitaba escuchar los intentos de su madre como celestina.
En medio de la conversación, por suerte, el teléfono de Adrien sonó con un tono distintivo: su padre lo estaba llamando.
Aún le resultaba extraño que lo llamase directamente y no por medio de Natalie. Pero, claro, al estar enferma, Natalie había quedado exenta de la mayoría de sus funciones.
—Vuelve al vestíbulo de inmediato. Nos vamos —dijo Gabriel, y colgó sin darle tiempo a Adrien a contestar.
Por una vez en su vida, Adrien se sintió agradecido de que su padre quisiera sacarlo de un evento social.
Se despidió de la señora con la que había estado hablando y fingió no ver las numerosas cabezas que se giraron hacia él, deseosos también de despedirse del joven Agreste y causarle una buena última impresión.
Adrien prácticamente trotó hasta la salida de la sala de baile fingiendo tener muchísima prisa. La tenía, en realidad; no quería pasar en Le Grand Paris ni un minuto más.
¿Quién sabe? Tal vez tras volver a casa pudiera escabullirse y dejarse caer por el balcón de Marinette. Habían quedado muchas cosas por discutir.
Se habían enrollado pero, ¿dónde los dejaba eso? ¿Qué eran? ¿Novios? ¿Amigos con beneficios? Oh, Dios, Adrien esperaba que no. No soportaría si, después de todo lo que había ocurrido esa noche, hubiera malinterpretado las intenciones de Marinette.
«Adrien Dupain-Cheng». Adrien se deleitó en lo bien que sonaba.
Sonaba tan bien, de hecho, que bajó la escalinata que daba al vestíbulo del hotel con una sonrisa enorme en la cara. Su padre ya estaba esperándolo en medio del recibidor, consultando su reloj cada tres segundos, impaciente. Aún desde la distancia, Adrien se dio cuenta de que estaba de un humor de perros. La reunión debía de haber ido muy pero que muy mal, pensó.
Aun así, no dejó que lo contagiara de su amargura. Se acercó a su padre sin que su sonrisa flaqueara, pero nada más verlo, Gabriel Agreste lo saludó con un seco «Vámonos» y emprendió el camino hacia la limusina aparcada en la entrada del hotel sin esperar a que Adrien lo alcanzara.
Adrien frunció el ceño. Pues sí que había ido mal la reunión con el tal Kanes…
No se atrevió ni a preguntar qué habían discutido. Total, ¿para qué? Su padre no iba a contestarle más que con un «No es de tu incumbencia».
Gabriel entró en la limusina primero y se corrió hasta el asiento del fondo. Hosco como siempre, por supuesto. Adrien simplemente se sentó a su lado, cerró la puerta y se abrochó el cinturón, tratando de no perder su buen humor.
Había sido una noche magnífica. Había sido rechazado por Marinette, había besado a Marinette… no iba a dejar que su padre la arruinara en el último momento por comportarse como un adolescente y no saber mantener su frustración a raya.
—Arranca —le ordenó Gabriel a Gorila, a la vez que le lanzaba una mirada apremiante a través del espejo retrovisor.
Cuando el motor se puso en marcha y el coche comenzó a alejarse del Le Gran Paris, Gabriel giró la cabeza hacia Adrien, que tragó saliva y esperó a que su padre se pronunciase, pero… Gabriel no dijo nada.
No estaba mirándolo a él, se dio cuenta Adrien, sino a la silueta del hotel que estaban dejando atrás, que se veía al otro lado de la ventanilla. La actitud de Gabriel no solo era huraña, sino alerta, incluso defensiva.
Adrien también le echó un vistazo al Le Grand Paris, pero no vio nada peligroso en el hotel.
Y aun así, Gabriel volvió a lanzarle a Gorila una orden:
—Más rápido. —Como si quiera marcharse cuando antes. Como si quisiera poner distancia entre ellos y el hotel. Como si estuviese huyendo de algo.
A Adrien se le puso la piel de gallina.
Pocas cosas alteraban así a Gabriel Agreste.
Él tampoco bajó la guardia.
Gabriel no se relajó cuando la limusina aparcó delante de la mansión y él y Adrien se bajaron del vehículo. El chico pegó un respingo cuando notó la mano de su padre posarse en su espalda, empujándolo para que cruzase la verja cuanto antes y luego subiese la escalinata hasta el interior de la casa. Era el primer contacto físico entre ellos en semanas.
Solo cuando las enormes puertas de la mansión se cerraron tras ellos, Gabriel se permitió soltar un suspiro de alivio.
Vale, Adrien estaba comenzando a preocuparse.
Iba a preguntarle qué pasaba, sin muchas esperanzas de conseguir una respuesta, pero entonces su padre se dirigió a él:
—¿Has hablado con Felix últimamente?
—No. —Adrien contestó de inmediato, sin dudas, sin vacilación—. ¿Por? —añadió, con una actitud inocente.
—Por nada. —Ese «por nada» podría encerrar un «quiero que me devuelva el miraculous del pavo real» o podría ser un verdadero «por nada». Con Gabriel Agreste era imposible saberlo.
—Entonces, si me disculpas, me voy a mi habitación. Mañana tengo que estudiar para un examen de inglés y me gustaría dormir bien —se despidió Adrien, y acto seguido rebasó a su padre en dirección a las escaleras que llevaban a su dormitorio.
Rezó para que no lo detuviera. Rezó para que lo dejara ir y no lo molestara en toda la noche, porque en cuanto Adrien cerrara la puerta de su habitación, tenía pensado transformarse y correr hasta la panadería de los Dupain-Cheng todo lo rápido que le permitiesen sus poderes.
Tenía que hablar con Marinette y definir su relación. Adrien no creía que pudiera aguantar mucho más con la duda. Quería hacerlo oficial.
Había conseguido subir la mitad de los escalones cuando escuchó la voz de su padre a sus espaldas.
—Adrien.
Adrien se giró despacio, tratando de ocultar sus ansias. Si su padre se daba cuenta de que tenía prisa por llegar a su habitación, seguramente quisiera saber por qué.
Así que Adrien se giró despacio…
…y un libro estuvo a punto de abrirle la cabeza.
El susto que le pegó fue tal que sus reflejos de superhéroe se activaron por sí solos y Adrien cazó el libro al vuelo, en un movimiento demasiado rápido como para resultar normal.
Sin embargo, no reparó en sus propias habilidades sobrehumanas porque en su lugar se quedó pasmado mirando en libro en su mano. ¡¿Su padre le acababa de lanzar el Tomo XIX de la Enciclopedia de las Artes y las Ciencias?!
Dirigió la mirada hacia Gabriel con los ojos como platos. ¡¿Había intentado matarlo?!, fue su primer pensamiento. Porque era imposible que su padre esperara que saliera ileso de un lanzamiento como ese.
Sin embargo, Gabriel no se inmutó.
—Me alegro de que tu entrenamiento de esgrima esté dando su frutos —fue lo único que dijo. Luego giró sobre sus talones y se dirigió a su despacho.
Adrien lo observó atónito.
¿Qué coño acababa de pasar?
Gabriel cerró las puertas de su despacho intentando aparentar calma, pero las manos le temblaban y sentía que le faltaba el aire. Su respiración era jadeante, la corbata le estaba asfixiando. No podía creerlo, no quería creerlo, pero… los reflejos de Adrien al cazar ese libro no habían sido normales.
Había sido tan veloz que Gabriel casi no lo había visto. Ni siquiera él, que llevaba años usando un miraculous, hubiera sido capaz de reaccionar así de rápido.
Lo que significaba que Khan tenía razón sobre la maldición de los Graham de Vanily.
—Nooroo —lo llamó, y el pequeño kwami salió volando del bolsillo de su pantalón—. ¿Es cierto? ¿Es cierto que mi hijo es…? —No acabó la frase, no pudo.
—No puedo afirmarlo con certeza, amo. Solo Duusu puede hacerlo, y no está aquí.
—Pero esos reflejos no han sido normales. No lo han sido.
Gabriel se apoyó de espaldas contra la puerta. Apenas podía sostenerse en pie. Apenas podía pensar.
—Es cierto, amo —confirmó Nooroo—. Esos reflejos han sido portentosos, pero…
Justo cuando Nooroo iba a decir algo más, el runrún de un mecanismo se escuchó en el despacho. Kwami y portador se giraron hacia la fuente del sonido, y poco a poco, Natalie Sancoeur emergió del suelo delante del cuadro de Emilie.
Llevaba puestas tan solo un bata blanca y zapatillas grises. Sendos círculos negros se observaban bajo sus ojos, además de una palidez generalizada que, sin embargo, no era producto de su enfermedad.
—¡Natalie! —exclamó Gabriel preocupado mientras corría hacia ella—. ¿Qué haces? ¡No deberías salir de la cama!
Natalie, sumida en sus propias cavilaciones, se sobresaltó al escuchar la voz de su jefe, pero solo durante un segundo. Durante un segundo también, permitió que el alivio la invadiera, pero luego recuperó su habitual seriedad.
—Estaba asegurando los miraculous —dijo. Luego le dirigió a su jefe una expresión preocupada—. Hemos tenido un intruso.
Gabriel no se sorprendió, sino que rechinó los dientes. Por supuesto… Debería habérselo esperado.
—Khan… —murmuró con rabia. Por supuesto que la reunión había sido una distracción. Por supuesto que su verdadero objetivo era mantenerlo alejado de la mansión para poder robar los miraculous.
Era tan evidente… No hay honor entre villanos, al fin y al cabo.
Sin embargo, Natalie frunció el ceño sin comprender.
—¿Quién? No, estoy hablando de Felix.
Por alguna razón, el ascensor no funcionaba, así que Kagami se vio obligada a bajar hasta la sala de baile saltando los escalones de tres en tres.
Iba todo lo rápido que podía, por lo menos todo lo rápido que podía mientras marcaba número tras número en su teléfono, pero nadie le contestaba.
Ni Alya, ni Nino, ni Adrien. Incluso había llamado a ese chico rarito, Luka se llamaba, pero él tampoco parecía estar disponible.
¡¿Acaso nadie le tenía el sonido puesto al móvil?!
Kagami estaba desesperada, pero como siempre aplacó cualquier emoción y dejó que la lógica la guiara. Tenía que llamar a la policía, ya no le quedaba nadie más a quién contactar. Solo que sabía que la policía no podría hacer nada.
A quien de verdad necesitaba era a Ladybug y, aunque no le gustase admitirlo, a Chat Noir también.
Ugh. Chat Noir… Solo con pensar en él a Kagami le hervía la sangre. Si Marinette no se hubiera relacionado con ese maldito gato, no estaría metida en ese lío.
Kagami continuó corriendo escaleras abajo hasta llegar por fin al primer piso. Tenía que encontrar a Alya, que podría contactar con Ladybug. Si no lo conseguía… Kagami no se permitió pensar en ese escenario.
Corría como una centalla por el pasillo que conectaba las escaleras con la sala de baile cuando un obstáculo apareció de la nada enfrente de ella. La chica iba tan rápido que no fue capaz de frenar a tiempo, y se estrelló de cara contra Luka, que salía de una de las habitaciones del hotel.
Kagami reaccionó rápido. Dio un salto hacia atrás, pero tras la carrera le quedaba tan poco oxigeno en los pulmones que solo pudo gritarle:
—¡TÚ!
Luka debió de leer en su expresión que algo realmente malo estaba pasando, porque no se molestó ni en disculparse. La agarró con fuerza de los hombros para calmarla, la miró directamente a los ojos y le preguntó:
—¿Qué pasa?
—Han secuestrado a Marinette.
Adrien aún sostenía el Tomo XIX de la Enciclopedia de las Artes y las Ciencias cuando llegó a su habitación y cerró la puerta tras él. No podía dejar de mirarlo. ¿Por qué demonios su padre había hecho algo tan peligroso como lanzárselo a la cara? ¿Acaso no se había dado cuenta de que el libro pesaba un quintal?
—Tu viejo está loco. Loco de remate —aportó Plagg mientras salía de su escondite en la chaqueta de Adrien y volaba hasta su alijo de Camembert en la cómoda. Luego le dijo a Adrien—: Sé que quieres ver a Marinette cuanto antes, pero tengo que alimentarme, ¿recuerdas? Así que hazme el favor de no gritar «Garras fuera» hasta dentro de… —Fingió consultar un reloj invisible en su muñeca—, media hora.
Adrien dejó el libro en su mesilla de noche —hizo un fuerte ¡pum!— y luego puso los ojos en blanco.
—¡¿Media hora?! —protestó. Todos su pensamientos sobre su padre quedaron relegados a un segundo plano en cuanto recordó su asunto pendiente con Marinette—. ¡Plagg! Tú mismo deberías entender la urgencia que tengo. ¡No podré dormir hasta averiguar si estoy saliendo con ella o no!
Plagg le quitó hierro con un gesto.
—Por favor… Con lo mucho que lleváis dando vueltas alrededor del otro, media hora más no es nada.
—¿A qué te refieres con que llevamos dando vueltas alrededor del otro?
Plagg fingió no escucharlo.
—Plagg… —insistió Adrien, su tono grave e inquisitivo—. Plagg, si estás ocultándome algo sobre Marinette…
«Como la identidad de Pastelito», añadió para sí, pero se obligó a deshacerse del pensamiento. No quería torturarse a sí mismo.
—Media hora, ¿vale? —repitió Plagg—. ¿O de verdad piensas que me gusta mirar mientras te magreas con Marinette? —Adrien se puso tan rojo como un tomate—. Si tan solo le revelaras tu identidad…
—Sabes que no puedo —murmuró Adrien. Sin embargo, no pudo evitar alzar la vista hacia el ventanal de su habitación, hacia el precioso cielo nocturno, y añadió, lleno de esperanza—: Pero tal vez algún día, cuando hayamos derrotado a Hawk Moth y si Ladybug nos da su bendición… —Dejó la frase en el aire.
Cerró los ojos y, durante un microsegundo, se permitió perderse en la fantasía.
Tal vez, algún día, cuando ya no hubiera villanos que derrotar ni tuviera que proteger a París, Adrien y Marinette podrían salir juntos. Quizá incluso se hiciera amiga de Ladybug, y tendrían citas dobles junto ese misterioso chico que desde hacía tanto tiempo tenía secuestrado el corazón de su lady. O citas triples, si Alya y Nino quisieran unirse.
Si cerraba los ojos, Adrien casi podía saborearlo: él y Marinette, compartiendo una vida, rodeados de gente que les importaba y los querían.
Familia, amigos… era lo único que Adrien necesitaba en su vida. No quería ni fama ni dinero. Con Marinette era suficiente. Con amor era suficiente.
Era una fantasía agradable.
Y lo mejor de todo: su padre no entraba en esos planes.
Adrien estaba perdido en sus ensoñaciones, sentado en el borde de su cama, cuando escuchó unos golpecitos en su ventana.
Levantó la cabeza, y al reconocer la figura azul que se perfilaba contra el cielo nocturno, se deshizo de cualquier fantasía y la sustituyó por una concentración fría y serena.
—Primo —lo saludó Felix, encaramado sobre el marco de la ventana.
Antes de saludarlo también, Adrien examinó sus alrededores. Felix llevaba el traje del pavo real pero Adrien no veía ningún sentimonstruo que hubiera invocado como refuerzos. Felix advirtió su cautela y le reprochó, medio en broma medio herido:
—¿No confías en mí?
Entonces sí, Adrien le dedicó toda su atención.
—Dos semanas. Han pasado dos semanas, Felix. ¡Te he estado esperando! ¿Dónde has estado?
Buffff... este fanfic se está haciendo terriblemente largo, ¿no?
Primero tenía pensado escribir no más de 30 caps, luego unos 50, ¡y ahora estoy viendo que a lo mejor llega a 60!
Espero no estaros aburriendo, jajaja.
Si os ha gustado este capítulo, ¡comentad!
