-Presunción de inocencia-

Capítulo 5. El valor del presente


Asta había encontrado la fórmula perfecta para conciliar su vida profesional y personal. Era verdad que trabajaba mucho, pero no iba a consentir dejar de ver a sus hijos o pasar tiempo con su esposa, así que decidió que lo haría todo.

Su trabajo le gustaba y le llenaba mucho, pero no se podía comparar a la sensación que se colaba en su pecho al escuchar las risas despreocupadas de Ayla y Aren o al cosquilleo que aún sentía en el estómago —aunque llevaran años casados— cuando besaba las manos tibias de Noelle.

Así que ese domingo se tomó el día libre y, completamente alejado de sus responsabilidades aunque fuera por veinticuatro horas, se dispuso a pasar todo el día con sus hijos.

Jugaban los tres juntos en uno de los jardines que tenía el Palacio Real; Ayla, de forma mucho más efusiva y caótica, por supuesto.

Ella fue quien más notó el cambio cuando Asta se convirtió en Rey Mago. Los mellizos apenas tenían tres años cuando eso pasó, pero la niña estaba muy ligada a la sede, a sus miembros, a los hijos de los demás integrantes de los Toros Negros… así que asimilar de un día para otro que ya no podría verlos todos los días fue difícil.

Aren pareció tomarlo mejor o tal vez se debía a que era bueno escondiendo lo que pensaba, pero no se quejó apenas.

Tanto Asta como Noelle intentaban que ese vínculo no se rompiera, así que las visitas a la sede de la orden a la que debían tanto eran frecuentes. Además, Aren se llevaba muy bien con Einar y Ayla con Margaret, y como buenos amigos que eran, querían verse constantemente.

—¿Qué tal si jugamos ahora al escondite? —sugirió Asta mientras miraba con pena a su hijo, ya que llevaban como dos horas jugando a las familias, tal y como Ayla lo denominaba.

—A mí me gusta este juego, papá —le contestó Aren con simpleza.

—Échame una mano, hijo…

Ayla, que se había separado unos metros para recoger algunos utensilios de juguete que tenía cerca, volvió a donde su padre y su hermano estaban sentados. Les había dado a cada uno una taza de plástico duro, varitas y diademas con orejas de peluche de distintos animales. «El modelo de familia sigue cambiando», pensó Asta en cuanto se vio ataviado con todos esos artilugios.

—Y ahora la mamá, que soy yo, os acordáis, ¿no? —Aren y Asta asintieron y la niña continuó hablando—, se va a trabajar. Y vosotros tenéis que decir que estáis aburridos y…

—Qué bien lo estáis pasando sin mí, ¿no? —dijo Noelle, que apareció a unos metros.

Al llegar, se agachó y les acarició el rostro a sus dos hijos, tras estos saludarlos con alegría. Se quedó mirándolos durante un instante y después miró a Asta con preocupación.

Él cambió su semblante enseguida, ya que notó el desasosiego de Noelle no solo en su mirada rosácea, sino también en su ki, que se revolvía con extrañeza.

—Asta, ¿puedes acompañarme un momento? Tengo que hablar contigo.

—Pero después vienes, ¿verdad, papi?

—No sé, cariño. Quedaos aquí los dos jugando un momento.

Asta se levantó deprisa y ambos se alejaron de sus hijos unos metros prudentes para que no escucharan nada.

—¿Qué es lo que pasa, Noelle?

—Asta, han detenido al Capitán Yami —dijo directamente, sin medias tintas.

Al escuchar aquellas palabras, se quedó prácticamente en blanco. No entendía qué estaba sucediendo, su cerebro no era casi capaz de procesar aquella información, así que solo pudo mirar a su esposa con los ojos muy abiertos y en silencio. Notó su mano izquierda temblando, así que la apretó en un puño, gesto que no pasó desapercibido para Noelle, que apoyó su mano en el hombro de su marido para intentar que se calmara.

—¿Qué ha pasado? —logró decir al fin.

—Dicen que ha matado a un joven de una casa noble muy importante. No conozco aún más detalles, pero es el Capitán Yami; tiene que haber una justificación.

—Iré a mi despacho, tal vez Marx pueda informarme de algo más. ¿Dónde está?

—En la zona de máxima seguridad, pero me han dicho que alguien ya se ha colado allí para verlo.

—La Capitana Charlotte.

—¿Quién si no?

Asta esbozó una media sonrisa y llevó su mano hacia su propio hombro, donde aún recibía la caricia pausada de Noelle. Después, la abrazó, porque sabía que no solo él estaba pasando un mal momento, sino que eso era algo que concernía a todos y cada uno de los Toros Negros. Esta no era la primera vez que salvaban a su capitán, pero lo volverían a hacer, tal y como ya sucedió en el pasado.

—Me voy.

—Vale. Asta —dijo cuando se separaron y antes de que él se fuera—, tienes que sacar al capitán de ahí.

—Que no te quepa la menor duda de que lo haré.

Noelle asintió con decisión, lo vio despidiéndose de sus hijos en la lejanía y se fue con ellos para decirles que era hora de entrar.

Mientras los sostenía a ambos de la mano, no podía parar de pensar en todo lo que Yami había hecho por ella en los últimos quince años de su vida. Si ella era la guerrera fuerte, valiente y segura que había logrado ser, también se lo debía a él, porque fue quien le dio la oportunidad de ingresar en su orden. Así que lo mínimo que podía hacer era devolverle el favor.


Se estaban conociendo. Charlotte se juraba a sí misma que el único motivo por el que seguía estando tan nerviosa a su alrededor era que aún se estaban conociendo. ¿Que llevaban siendo conscientes de la existencia del otro desde hacía muchos años? Sí. ¿Que se admiraban profesionalmente y de forma eventual ambos fueron desarrollando sentimientos amorosos de manera recíproca? También. Sin embargo, era cierto que apenas sabían el uno del otro; ni su pasado ni sus pensamientos más complejos ni siquiera sus manías más simples. Así que definitivamente, sí; todavía se estaban conociendo.

Charlotte se sentía muy rara. Antes de empezar a tener un contacto más estrecho con Yami, pensaba que estaba enamorada de él hasta los huesos, que jamás podría sentir con más intensidad, pero de nuevo se equivocó. Porque cada vez que Yami rozaba sus manos con las yemas de sus dedos, tenía la sensación de que la felicidad se le desbordaba del corazón, regando todo su cuerpo, y haciendo que se sintiera en un trance indescriptible que nunca había experimentado anteriormente.

Así que sí, por esa época descubrió que podía enamorarse aún más de él y lo iba haciendo progresivamente, cada vez que lo conocía un poco más. Quería dejar de sentirse tan nerviosa a su alrededor, pero es que no era capaz y en realidad sabía que él lo notaba y que le gustaba, por eso jugaba tanto con todas sus reacciones.

Era cierto que se estaba acostumbrando y que, cuando llevaban algunas horas a solas, se comenzaba a soltar, hablaba más e incluso se reía a su lado. Por eso, se sentía muy bien estando con él, porque le agradaba mucho la Charlotte que había nacido desde que empezaron su relación.

Esa noche, caminaban medio a oscuras por las calles de la ciudad, sintiendo la brisa primaveral acompañándolos también. Acababan de ir a cenar juntos a un lugar que Yami frecuentaba mucho y del que Charlotte tenía pocas expectativas, pero al que acabó amando.

Al no querer que nadie los descubriera, tenían que ser más precavidos, así que se veían solo en lugares en los que sabían que no los delatarían. Uno de ellos era el pequeño restaurante familiar que habían visitado hacía poco rato.

Si a Yami le gustaba tanto era porque hacían una sopa que decía que era idéntica a la que su madre solía prepararle cuando era un niño. Era una forma de conectar con sus orígenes, con sus raíces, y que la llevara a ese lugar solo le demostraba su compromiso, la confianza que tenía en su lazo y su predisposición para compartir momentos íntimos.

Todo en el lugar evocaba un hogar pacífico y feliz y eso lo sintió Charlotte en cuanto entró. Nunca hay que juzgar a un libro por su portada, en otras palabras.

Se sentaron en la barra y el dueño del local los atendió enseguida. Parecía que conocía a Yami desde hacía muchos años, pues lo trataba con familiaridad, respeto y mucho cariño. Cuando se percató de que no venía solo en aquella ocasión —como siempre hacía—, se sorprendió mucho. Incluso le llegó a decir que pensaba que jamás llevaría a una mujer por allí. Al observarla con detenimiento durante unos segundos, soltó un «wow, chico, es preciosa».

Normalmente, a Charlotte le habría molestado que un hombre la piropeara de esa forma, pero al comprobar que su tono de voz no tenía ni un ápice de lujuria o lascivia y al observar sus ojos verdes y agotados, que desprendían un fuerte aura paternal más que otra cosa, no pudo evitar agradecerle de manera susurrada y sonrojarse ligeramente.

Cenaron solos y al marcharse, pudo ver y escuchar con claridad a aquel hombre diciéndole a Yami que la cuidara, así que lo que supuso que sería una visita a uno de los peores lugares en los que jamás había estado se acabó convirtiendo en uno de sus recuerdos más preciados.

Tras salir del restaurante, comenzaron a caminar en silencio; un silencio muy cómodo que los hizo pensar que llevaban media vida juntos y, a su vez, arrepentirse internamente por no haber sabido ver oportunidades claras ni haber aprovechado al máximo el tiempo.

Yami miró hacia los lados y, al comprobar que la calle estaba completamente solitaria, decidió acercarse un poco más y rozarle la mano tenuemente. Charlotte notó el gesto, el corazón se le aceleró un poco durante unos segundos, pero enseguida movió la mano y entrelazaron sus dedos.

Al llegar a la base de las Rosas Azules, Charlotte se apoyó contra la puerta y suspiró. Parecía una adolescente recién enamorada, pero le daba igual, porque jamás imaginó que podría llegar a sentir con tanta magnitud y haberlo logrado la hacía muy feliz.

—¿Quieres que nos veamos mañana?

Charlotte compuso un gesto algo contrariado, miró hacia el suelo un segundo y después volvió a fijar su vista en los ojos marrones del hombre, que la observaban expectantes.

—No sé, tengo trabajo acumulado.

Yami se rio a carcajadas mientras ella lo miraba frunciendo el ceño. Le entraron ganas de fumar, pero se contuvo porque intentaba reducir el consumo de tabaco cuando estaban cerca.

—Te preocupas mucho por el futuro. Es mejor estar en el presente y ya. Al final es lo que vivimos, ¿no? Deberías dejar de preocuparte tanto por tus obligaciones y centrarte más en lo que de verdad quieres.

—A veces pienso que me sorprende que seas tan despreocupado, pero luego me acuerdo de que eres tú.

—¿Siempre has sido así?

—¿Así cómo? —preguntó ella, algo confundida.

—Me refiero a si siempre te ha preocupado tanto lo que va a pasar en el futuro.

—Cuando el futuro es incierto, es inevitable estar preocupada por él. Entiendo todo ese discurso de que hay que vivir el presente y disfrutarlo, pero si hay algo que verdaderamente no sabes cómo atajar y no tiene que ver con el tiempo en el que vives, lo más lógico es pensar mucho en ello, ¿no crees?

Yami formó una mueca de incomprensión que duró apenas unos segundos. A veces Charlotte hablaba de forma tremendamente enigmática, pero supuso que esa vez se refería a su maldición y a cómo tuvo que afrontarla desde que era una niña y durante tantos años.

Le gustaba que hablaran de temas más personales y sabía que pronto profundizarían más, pero lo dejaría estar por el momento porque quería que todo fluyera de forma espontánea, sin presiones.

—Creo que tienes razón, como en casi todo lo que dices.

—¿Casi todo? —cuestionó ella, frunciendo el ceño y fingiendo una mueca molesta.

Yami la besó mientras apoyaba su peso en la puerta de la sede con su antebrazo. Se desplazó con sus labios hasta su mejilla e inmediatamente se separó porque no quería sobrepasarse. La observó; Charlotte sonreía con pureza, sus mejillas estaban sonrosadas y aquello hacía que sus manos hormiguearan, ansiosas por tocarla.

—Deberías sonreír más. Estás preciosa cuando lo haces.

Ante aquellas palabras, Charlotte sujetó su camiseta por la parte del cuello y lo aproximó hacia su cuerpo para besarlo como nunca antes había hecho. Su lengua se coló sin cuidado en la boca de Yami, que sujetó su cintura de forma instintiva, y sus manos se aferraron con ímpetu alrededor de su cuello.

—¿Quieres… entrar? —susurró la mujer sobre su boca cuando se separaron para tomar aire.

Yami no lo pensó dos veces y asintió con decisión, mientras Charlotte pensaba que, en el fondo, él también tenía razón; por una vez, se centraría en lo que verdaderamente quería. Y en ese momento no podía pensar en otra cosa que no fuera pasar la noche junto a él.

o—o—o—

Charlotte siempre había pensado que cuando el futuro es incierto, es inevitable preocuparse por él y en ese momento de su vida se lo volvió a reafirmar. Su presente se basaba exclusivamente en pensar qué haría para sacar al hombre que amaba de prisión. Todos los minutos, todos los segundos que su mente estaba despierta, pensaba en estrategias, leyes, excepciones e indultos, pero no lograba llegar a ninguna conclusión.

Habían pasado tres días desde la detención de Yami, pero la actividad frenética del reino no se detenía, así que esa misma tarde había convocada una reunión de capitanes. Charlotte tenía la esperanza de que al menos, uno de los puntos del día a tratar fuera el Capitán de los Toros Negros y su situación.

Se dirigió sola hacia el Palacio Real. Un molesto dolor de cabeza la acompañaba desde hacía al menos cuarenta y ocho horas, pero sabía bien que se debía a la preocupación y a las pocas horas de sueño.

La situación con sus hijos no era buena tampoco. Hikari estaba abatida por la culpa que sentía y ni Hana ni Einar habían sido informados de lo que estaba pasando. Solo les habían contado que Yami había tenido que irse repentinamente a una misión y que no sabían cuándo volvería, pero Charlotte sospechaba que por lo menos Hana no se lo creía.

No sabía cómo atajar una conversación así. ¿Cómo se le cuenta a dos niños de diez y seis años que su padre está encarcelado por el asesinato de un hombre que hizo mucho daño a su hermana mayor? No podía, así que decidió que las cosas se harían así.

Llegó al edificio, que le pareció más imponente que nunca, y entró con velocidad para dirigirse a la sala de reuniones. Se sentó en su lugar sin hablar con nadie.

De momento, habían llegado Mereoleona, actual capitana de los Leones Carmesíes, que pronto sería reemplazada por Leopold, Nozel y Alistar, el hijo de William, que a pesar de su corta edad era ya vicecapitán del Amanecer Dorado. La miraba de vez en cuando de reojo, como no queriendo que lo notara. Sabía que Hikari y el chico se llevaban muy bien —y tenía grandes sospechas de que por parte de él había surgido hacía un buen tiempo algo más que una amistad—, así que llegó a la conclusión de que estaba preocupado. Tal vez, ni siquiera sabía el motivo por el que Yami realmente había sido detenido.

El último en llegar fue Nacht, representando a los Toros Negros, y Charlotte supuso que fue para no perder la fama y costumbre de la orden.

Asta habló de los puntos del día con detenimiento, ante la atención de todos los capitanes, menos de Charlotte, que no podía esperar a que llegaran al momento en el que hablaran de Yami.

Sin embargo, ese momento nunca llegó. Asta agradeció a los capitanes por su presencia y servicios para finalizar el encuentro ante la mirada atónita y furiosa de la Capitana de las Rosas Azules, que no pudo contenerse ni un segundo más.

—¿Es que no vamos a hablar de Yami?

Asta la miró de reojo mientras recogía unos papeles, pero simplemente negó con la cabeza.

—¿Deberíamos? —preguntó Nozel con parsimonia.

—Por supuesto que sí. Uno de los capitanes de orden del Reino del Trébol está encarcelado. ¿No te parece importante?

—Está en prisión por un motivo concreto.

—Ha matado a una persona, como todos los que estamos aquí.

—No a cualquier persona. No digo que sea lo justo, pero así funcionan las cosas.

Charlotte se levantó y apoyó con fuerza sus manos en la mesa de madera de la sala de reuniones.

—Ese es el problema de este reino… Si esa persona no fuera noble no pasaría nada. O incluso si Yami no fuera plebeyo y extranjero tampoco. Lleva treinta años jugándosela por mantener la seguridad del pueblo. ¿Es que eso no vale nada? ¿Sabéis acaso por qué actuó de esa manera? ¿Sabéis lo que ese noble tan prestigioso le hizo a Hikari?

Alistar frunció el ceño y la miró de repente, pero logró contenerse. Nadie en la sala consiguió articular palabra, así que Charlotte decidió no perder más tiempo y marcharse a seguir pensando.

Al salir de la habitación, cruzó su mirada con los ojos verdes de Asta y no pudo ver nada. No sabía si él mismo estaba pensando en algún plan o si su cargo lo había cambiado hasta tal punto, pero se sintió extrañamente decepcionada.

Recorrió dos pasillos rápidamente, pero se detuvo a mitad del tercero para apoyarse contra la pared porque no podía más. Los ojos le escocían de la rabia, su garganta era un nudo férreo y tenía ganas de destrozar algo con sus espinas.

Suspiró en un par de ocasiones y cerró los ojos, pero cuando los abrió, vio a Mereoleona a un par de pasos de ella. Le sonreía de manera enigmática.

Charlotte se irguió, separando su espalda de la pared, y la miró. Tal vez, ella sí pensaba ayudarla. Siempre se habían llevado bien y se tenían respeto mutuo. Tenerla como aliada en ese momento sería un gran alivio, porque la mayor de los Vermillion era poderosa en extremo y también influyente entre la nobleza del reino.

—Si hace veinte años me hubieran dicho que la mismísima Charlotte Roselei defendería de manera tan intensa a un hombre, me habría reído en su cara sin parar.

—El tiempo cambia mucho a las personas. Yami es el padre de mis hijos.

—Eso es cierto. Tampoco imaginaba que tendrías hijos, pero los tienes y nada más y nada menos que tres. El amor hace que los seres humanos nos comportemos de formas que van en contra de lo que somos, ¿no lo crees?

—No, no lo creo. Potencia partes que no sabíamos que existían.

Mereoleona sonrió de nuevo, se acercó hacia Charlotte y le sujetó el rostro por la barbilla. Se quedó mirándola sin parpadear. Si la Reina de las Espinas tenía una mirada gélida, la mayor de los Vermillion la tenía rebosante de un fuego abrasador y eso también asustaba mucho. Tras un rato en silencio, le acarició el labio inferior con decisión.

—Los hombres son débiles, porque siempre se dejan llevar por sus impulsos más violentos. Con lo inteligente que eres, siempre me ha resultado muy extraño que eligieras a uno de ellos para compartir tu vida —masculló mientras sujetaba de nuevo su barbilla y alzaba su rostro—. Tendrías que haberte casado conmigo, Charlotte.

—Yami y yo no estamos casados.

Mereoleona soltó su agarre, se separó un poco de su cuerpo y la continuó observando.

—Es cierto. Todavía puedes pensártelo si quieres —profirió, dándose la vuelta para irse—. Aunque me temo que ya es algo tarde. Además, tienes hijos y a mí los críos no me gustan; bastante tuve con mis hermanos. Ya que has elegido a un hombre tan rudo y descuidado como Yami, tendrás que ser tú quien le salve el culo. Te desearía suerte, pero sé que lo vas a lograr, así que no creo que te haga falta.

Lo único que Charlotte escuchó tras ese discurso que enrareció tanto el ambiente fue el sonido fuerte de las pisadas de la Capitana de los Leones Carmesíes contra el suelo, cada vez alejándose más en la distancia.

No sabía bien qué habían significado sus palabras en conjunto, pero sintió que al menos alguien la respaldaba y eso hizo que su alma tuviera, por fin, algo de paz.


Finral cayó desplomado contra el sofá de la sala. Estaba completamente agotado y con el ánimo por el suelo, como todos en la base.

Los últimos años de su vida no habían sido buenos y justo en el momento en el que pensaba que estaba comenzando a salir a flote, su capitán estaba atravesando una situación de una complejidad que nunca se imaginó que tendría que vivir.

Yami, tras su capa amenazante y descuidada, era un gran hombre. Les había dado una oportunidad a todos los integrantes de los Toros Negros. En su caso, había logrado que saliera de su asfixiante hogar, que progresara como caballero mágico y que no se quedara rezagado tras la idea de que no sabía cómo pelear.

Lo ayudó a encontrar una familia auténtica, amigos que llevaría siempre en su corazón y un hogar, que representaba ese edificio.

Cuando Finral se casó con Finesse, decidió mudarse junto a ella. Se lo debía, así que lo hizo sin pensar. Y por supuesto que no se arrepentía de su decisión, pero sí que era cierto que había echado mucho de menos ese sitio, con sus peleas, su ruido y su jovialidad constante.

Su matrimonio empezó de manera idílica. Eran dos jóvenes que se querían profundamente, que se casaron y que esperaban formar una familia pronto. El problema fue que el bebé que tantas ganas tenían de engendrar nunca llegaba y eso le produjo a Finesse unos períodos de depresión muy fuertes.

Años después, el esperadísimo embarazo llegó, haciendo que saliera de ese pozo constante de tristeza y desesperanza. Sin embargo, a los seis meses, comenzó a tener problemas y, finalmente, el bebé que crecía en su vientre murió.

Finral quería quedarse a su lado. Estaba dispuesto a hacer lo que fuera por ella, pero ese deseo era que él se alejara. Con su presencia al lado, la mujer solo podía recordar la angustia de perder a su hijo, la soledad de saber que no podría ser madre o la desesperación de pasarse años de nuevo intentándolo. Y no quería eso.

Así que el mago espacial, completamente destrozado por la separación —porque sabía que ambos se seguían amando—, volvió a la que siempre había sido su casa: la sede de los Toros Negros.

Desde ese momento, habían pasado más de tres años. Había convivido con los hijos de sus compañeros, había visto a Asta ascender al puesto de Rey Mago y había restablecido relaciones que se habían enfriado con el paso del tiempo, como por ejemplo, la que tenía con Vanessa.

Sin embargo, repentinamente el capitán se había metido en un problema del que no sabían cómo sacarlo, el ánimo de la base estaba en decadencia absoluta y él se sentía un poco fuera de lugar, porque tampoco sabía qué podía hacer para ayudar.

Miró el techo de la habitación mientras apoyaba sus brazos estirados en el respaldo del sofá. Se sentía tremendamente solo. La base estaba completamente en silencio, sus habitantes parecían no hablar entre sí más y el único movimiento que había era de gente ansiosa y preocupada, especialmente, la Capitana Charlotte, que no pasaba ya demasiado tiempo en el edificio.

Escuchó algunos pasos cercanos y se enderezó. Vio a Vanessa con dos copas y una botella de vino justo enfrente suya.

—¿Puedo acompañarte?

—Claro —dijo él sonriendo falazmente.

Vanessa se sentó justo al lado en el sofá, sirvió las dos copas y se llevó la suya a la boca, mientras veía a Finral apoyando la que le había ofrecido en la mesa pequeña y redonda que estaba a su derecha.

—Este sitio se siente vacío sin el capitán por aquí…

—Desde luego.

—Me acuerdo perfectamente de cuando llegué. Éramos muchos menos. Tú siempre estabas regalándome flores.

Finral se rio, más que por la gracia de las palabras, por la vergüenza que sentía a veces de la persona que había sido en el pasado.

—Siento eso.

—No lo sientas. Era un detalle bonito y que me ayudó mucho a integrarme —siguió relatando mientras acariciaba el borde de la copa lentamente—. En esa época, idolatraba tanto al capitán que llegué a pensar que estaba enamorada de él. Qué estúpida, ¿verdad?

—Nunca has sido estúpida. Todos cometemos errores.

—Eso es cierto… Pero no me gustaría que en el futuro me atormente la idea de que me equivoqué en este preciso instante. Tenemos que hacer algo, Finral.

—Yo también lo creo, pero es complejo.

—Lo sé, pero somos los Toros Negros, ¿recuerdas? Tenemos que superar nuestros límites.

Ambos sonrieron y después se quedaron mirándose. Vanessa movió su mano hasta posarla sobre la de Finral, que la acogió sin problema y la estrechó contra la suya tras darle la vuelta.

Ella, embelesada por la bondad que transmitía el brillo de su mirada, pensó que era cierto lo que había dicho el mago espacial hacía tan solo unos escasos segundos; todos cometemos errores.

Sin embargo, Vanessa cometió uno muy grande del que se seguía arrepintiendo aun con el transcurso de los años; jamás debió dejar pasar la oportunidad de entregarse a lo que verdaderamente sentía por estar empecinada en la falsa idea de que amaba a alguien que resultó solo ser una figura fraternal.

Intentaría, ahora que tenía un resquicio de una mínima oportunidad, solventar aquellos tropiezos que hicieron que su vida nunca se sintiera totalmente completa.


Continuará...


Nota de la autora:

Hoy no tengo mucho qué decir, sinceramente. Todo se va moviendo un poco y voy a ir introduciendo las tramas de las otras parejas, como ya comenté, e iremos intercalando los flashbacks también, que, por cierto, la mayoría serán yamichar.

¡Gracias por leer!