Buenas!
The Wolftelope: Katrina le cuesta abrirse, no le gusta interactuar, pero ya no le queda de otra, lo necesita para progresar en su trabajo. Me alegra que te haya gustado la oración, no esperaba que te gustara.
Agradecimiento especial a Oni, quien me ha ayudado bastante aquí.
Capitulo diecinueve
I'm Afraid of Me
Some wish to see
Life beyond reason
Who will I be
Katrina comenzó a irse prácticamente todos los días de la casa. Se iba después del desayuno y volvía para la hora de la cena, muy cansada. En alguna de esas ocasiones volvía con el labio partido, un moretón en la cara o cojeando ligeramente.
—Estoy bien —explicaba Katrina cuando alguien le preguntaba—. Estoy entrenando, y a veces se nos va la mano.
Alf sabía que era por el largo examen que tenía que dar y que probablemente se estaba moliendo a golpes en los entrenamientos para aprobar, pero en ese momento no estaba de humor para hacer chistes al respecto o darle algún consejo. Si los cálculos no le fallaban, hoy era el día que se conmemoraba la derrota de Marte.
Cuando regresó de la guerra después de estar unos años en el frente, todos los recibieron como un héroe. Su familia, sus amigos, sus vecinos, sus superiores… Lo ascendieron, lo condecoraron y él solo se limitó a guardar la medalla en un cajón que jamás quiso volver a abrir. Le gustaría decir que lo había superado… pero estaría mintiendo. Aún le costaba mirar las películas terrestres sobre la guerra sin revivir todo en su cabeza durante un par de días.
Esa no era la peor parte. Últimamente estaba más irritable y mucho menos empático. Eso quería decir que iba sufrir lo que solían llamar Zalenko.
Ya lo había experimentado antes y solo les ocurría a los hombres. Cada setenta y cinco años aproximadamente, sus niveles de testosterona se incrementaban de forma súbita, lo que resultaba en un comportamiento totalmente errático y agresivo. Se encerraban en jaulas de metal acolchadas por dentro para evitar dañarse a sí mismo y a los demás hasta que pasara la fase, que duraba de uno a dos días. Cada vez que uno de ellos entraba en ese estado fuera de su jaula, había que dar por seguro que habría un rastro de destrozos, heridos y, en contadas ocasiones, muertos. Pasar por semejante cambio era un arma de doble filo, ya que su fuerza física incrementaba luego de padecerlo, pero los restos de destrucción y destrozo no siempre lo valían.
Tenía que decírselo a los Tanner, eso seguro, pero no sabía de qué manera hacerlo sin que se asustaran. Afortunadamente, Kurtis lo había vivido una vez mientras estaba en Melmac y no lo volvería a sufrir hasta bien entrado a la adolescencia… en unos cincuenta años.
Iba a esperar hasta la noche a que Katrina regresara, pero luego se dio cuenta que ya no podía dejar pasar el tiempo. Bajó las escaleras del desván y se dirigió a la sala. Lynn hablaba por teléfono (probablemente con Lash) acostada en el sillón y Willy estaba sentado en uno de los sillones leyendo. Brian estaba haciendo la tarea mientras Kurtis estaba a su lado examinando el cuaderno con curiosidad y Augie estaba durmiendo arriba. Maldijo internamente la presencia de Kurtis, pero ya no tenía más opciones.
—Que bien, están todos —dijo Alf. Se dirigió a Willy—. ¿Dónde está Kate?
—En la ducha —respondió Willy, sin mirarlo.
—Gracias.
Alf se fue a la habitación de Willy y de allí al baño donde Kate se estaba duchando. Algo le decía que lo que estaba haciendo no era correcto, pero a estas alturas le daba igual. Entró al baño sin hacer ruido y abrió la cortina de la ducha.
—¡AHHHH! —Kate se pegó contra la pared, intentando taparse el cuerpo tanto como fuera posible. ¿Por qué hacían eso? Él se sentía parte de la familia, no hacía falta que se cubriera. Humanos...
—Kate, ven a la sala, tengo que decirles algo importante —dijo y se marchó deprisa antes de que Kate le arrojara un jabón o algo.
Volvió a la sala y vio que Willy estaba de pie cerca del pasillo, echando chispas por los ojos. Se veía venir otro discurso.
—La encontré —fue todo lo que dijo.
—Alf, no puedes entrar en la ducha de los demás —le advirtió, con el tono más calmado posible.
—No entré, solo abrí la cortina —se justificó.
—Insisto que respetes la intimidad de mi mujer —Willy casi rechinaba los dientes.
—No sabía que estaría desnuda.
—¡No vuelvas a hacer eso jamás! —la voz de Willy salió casi como un rugido.
—Muy bien, muy bien, ya. Pasemos a otra cosa —Alf se estaba hartando de escucharlo y tuvo que desviar la mirada porque tuvo el impulso de golpear a Willie. Los síntomas estaban agravándose y probablemente el ataque sería esta misma noche—. Necesito una reunión familiar.
Alf fue hacia el teléfono que Lynn estaba utilizando y colgó el teléfono.
—¡Alf! —lo retó Lynn.
—Volverá a llamar —le dijo Alf con indiferencia.
Kate entró en la sala, en una bata violeta y con una toalla turquesa en la mano. Si Willie estaba enojado, era nada comparado con ella.
—Repite eso y te convertiré en una funda —lo amenazó, señalándolo con la toalla.
—¿Repetir qué?
—¡Ya lo sabes! —le gritó.
—Alf, fue muy maleducado cortar el teléfono —agregó Lynn.
—Tienes razón, lo siento.
Alf abrió y cerró las manos varias veces. Una extraña sensación estaba trepando por su cuerpo y no le estaba gustando.
—Estás un poco distinta —comentó.
Lynn le dedicó una sonrisa y la sensación empeoró. Definitivamente, le quedaban pocas horas.
—¿Antes tenías bigote? —preguntó, tan casual como pudo.
Lynn se pasó una mano por el cabello y soltó una breve risa incómoda.
—No, me quitaron la ortodoncia.
—Si, ¿pero no tenías bigote también? —insistió.
—Alf, ¿Qué es eso tan importante? —preguntó Kate, ya harta de sus actitudes.
Alf miró a Kurtis y se dio cuenta que este lo había estado mirando fijo. Sus ojos azules parecían querer atravesar su cráneo. Tendría que decir las palabras cuidadosamente.
—Hoy… es primero de marzo —anunció.
—Será mejor que no hayas acabado —le advirtió Willy, señalándolo.
—No he terminado. Mañana es dos de marzo —continuó. Demonios, ¿por qué Kurtis no se iba?
Kate se dio media vuelta para irse y Lynn comenzó a marcar de vuelta el teléfono.
—¡Esperen, esperen! —se desesperó Alf. Kate regresó de mala gana y Lynn se lo quedó mirando con una mano aferrando el tubo del teléfono y con la otra rozando las teclas—. Cada setenta y cinco años…
—Espera —lo interrumpió Kurtis—. Dime que no es hoy…
—Kurtis, déjame que termine de hablar.
—¡Como no te diste cuenta! —casi le gritó.
—Kurtis, no quiero asustarlos, déjame explicarles a mi manera —le susurró Alf en melmaciano.
Kurtis abrió la boca para seguir discutiendo, pero luego cambió de idea y se cruzó de brazos, molesto.
—Bueno, como decía, cada setenta y cinco años sufro una compleja… transformación física y psicológica.
Brian se había levantado y se puso a espaldas de Alf.
—¿Qué? —preguntó
—Me vuelvo extraño.
Alf no quería dar más detalles. No quería abrumar a Brian con detalles sobre que estaría tan fuera de sí que podría matar a toda la familia y a medio vecindario antes de volver en sí o que le metieran un tiro en la cabeza. Una vez escuchó que una mujer embarazada no había cerrado bien la jaula de su marido militar y este se había escapado y asesinado a su esposa a balazos. Lo declararon inocente porque no había sido su culpa que la jaula estuviera mal cerrada, pero nadie le sacaría la culpa de lo que había hecho. Se suicidó dos días después del juicio, pero esa era una historia que no contaría jamás.
—Cuando se haga de noche —continuó Alf—, mi personalidad cambiará drásticamente.
—¿Cuan dramático es el cambio? —preguntó Willy.
—No se sabe hasta que pasa —mintió Alf—. Pero esperen lo inesperado.
—¡Gordon, tienes que decirles! —le advirtió Kurtis en melmaciano.
—¡A eso voy! —le gritó. Respiró un par de veces para tranquilizarse y se volvió hacia Willy—. Comportamiento errático, cambio de personalidad… Lo más importante es que intentaré escapar de la jaula e intentaré cazar a un gato.
—¡Gordon, eso es…!
—Kurtis, vete al desván.
—¡Pero…!
—¡YA!
Kurtis le echó una mirada de desconcierto y miedo antes de desaparecer por el pasillo.
—¿Alguna pregunta? —dijo, ya más calmado.
Willy alzó la mano.
—Yo tengo una.
—Si, el de la corbata.
—¿Qué jaula? —preguntó.
—La que van a montar para mí, la de lados reforzados.
Willy le lanzó una mirada de desconcierto.
—A ver si entiendo —interrumpió Lynn—. Vas a hacer cosas raras y vas a comer gatos. ¿Cuál es el cambio?
—Es cuestión de grados —explicó Alf. No le iba a explicar que cada grado era peor y que este era el tercero que le ocurría—. Imaginen a Alf a la décima potencia.
Willy se tomó la cabeza con una mano.
—Resulta inconcebible —murmuró.
—Pues lo es. Así que más vale que vayas al garaje y me construyas uno. Lados reforzados, no lo olvides.
Katrina estaba en la sala de descanso, tomando un café con un pedazo de pastel de chocolate. Estaba prácticamente acostada en el sillón de tres cuerpos, descansando de las heridas producidas por el entrenamiento. Cada vez que iba al consultorio, el doctor Fowler se ponía a murmurar por lo bajo mientras la atendía. A veces Katrina captaba un "No puedo creerlo" "Son unas bestias" o "Necesito otra taza de café".
—Creo que deberías dejar de entrenar hasta el examen — le dijo Russell, mientras tejía un suéter de color bordó. A juzgar por el tamaño, parecía que era para uno de sus gatos.
—Faltan dos semanas, no puedo bajar la guardia.
—Tampoco puedes llegar al examen molida a golpes. Violet te tiene como bolsa de boxeo.
Katrina resopló por la nariz.
—Violet no es la única con la que entreno.
—Como sea, ¿por qué no lees el temario y te fijas en algo que no sea físico? Ya el doctor Fowler dijo…
—Fowler a duras penas sabe dónde está parado —lo interrumpió Katrina—, pero supongo que puedo descansar unos días. ¿Tú no vas a hacer nada? El tejido no es parte del examen.
—Deberías aprenderlo, es todo un arte.
Russell dio unas puntadas más a su tejido y lo guardó cuidadosamente dentro de una bolsa.
—¿Qué podemos hacer? —preguntó Katrina.
—Repasar las reglas sociales. Eres terrible en eso.
Katrina puso los ojos en blanco.
—No tanto.
—Comes con la boca abierta.
—Dejé de hacerlo hace meses y lo sabes.
—¿Y lo de saludar a todos cuando llegas a un lugar?
—¿Y por qué saludar a gente que no conoces?
—Porque aquí es así. Sé que en nuestro planeta no saludamos, pero tienes que entender que en este saludamos a la gente cuando llegamos a un lugar.
—¿Cuando entro a un restaurante tengo que saludar a todos también?
—No, Katrina, solo cuando estás en una reunión o…
Su DCU comenzó a sonar. Russell la miró, preocupado.
—¿Es de…?
—Si. Vigila que no venga nadie.
Russell asintió y Katrina atendió la llamada.
—¿Si?
—Katrina…
Era la voz de Kurtis. Estaba llorando.
—¿Qué pasa?
Un rugido se escuchó de fondo y Katrina perdió todo el color de la cara. No era la primera vez que escuchaba un sonido así.
—Gordon… Zalenko.
—¿Dónde están?
—En.… en el desván. La jaula no va a resistir.
—Voy para allá.
—¿Qué pasa? —preguntó Russell.
—Zalenko.
—¿Qué es eso?
Russell jamás había pisado Melmac en su vida y no tenía mucha idea sobre los melmacianos y su estilo de vida.
—Te lo explicaré en el camino. Tendrás que venir conmigo.
Mientras viajaban dentro del auto de Russell, Katrina explicaba la situación.
—El Zalenko sucede cada siete u ocho décadas cuando las glándulas que producen testosterona comienzan a segregarla de manera descontrolada. Los síntomas principales son agresividad, fuerza superior a la normal y fuga de la realidad. Puede durar como máximo un día entero.
—Entonces, en otras palabras, se vuelve loco.
—Eso es una manera muy burda de explicarlo.
—¿Entonces cuál es tu plan?
Katrina echó la cabeza un poco hacia atrás.
—Haz lo imposible para que no salga de la casa. Yo intentaré noquearlo.
—¿Cómo?
Katrina abrió su chaqueta y sacó lo que llamaban un "relajante neuronal". Este consistía en una especie de cachiporra similar a la de los policías, con una punta recubierta en un sistema de circuitos inyectores que, al contacto, podían desmayar a una persona si le daba en la cabeza. Era el arma de elección para neutralización de amenazas en combates de cuarteles cerrados, como una pequeña casa, por ejemplo.
—¿De dónde lo sacaste? —le preguntó Russell.
—De los suministros. Dije que el mío se rompió y me dieron este.
—Ya veo —carraspeó—. Esto no será sencillo, ¿verdad?
—No, Russell. No lo será.
—¿Tienes un plan?
—Algo así. Yo lo incapacito, tú te encargas de que no salga de la casa.
—¿Y si ya se escapó?
—Roguemos a las estrellas que eso no haya pasado porque será muy difícil lidiar con esa situación —murmuró Katrina.
Llegaron a la casa de los Tanner. Las luces estaban encendidas y hasta ahora no había señales de que la entrada haya sido forzada.
—Veré la puerta trasera —murmuró Katrina—. Sígueme.
Fueron hacia el patio trasero. Ninguna abertura parecía estar forzada, por lo que presumían que nadie había salido de la vivienda. Con mucho cuidado, Katrina tomó la llave, abrió la puerta y se metió dentro, con Russell siguiendola.
Todo parecía en su lugar. Nada roto, nada tirado… era todo muy extraño.
—Quedate en la cocina —le dijo a Russell.
Katrina fue hacia la sala. Encontró una especie de caja enorme de madera en el medio de la habitación, solo que tenía un gran agujero en el costado, como si alguien la hubiera derribado a golpes.
Pero ni rastro de Gordon.
Aferrando su bastón, Katrina quería buscarlo por las habitaciones, pero tal vez era mejor atraerlo hacia ella. Después de pensar por medio minuto, se aclaró la garganta y habló en idioma marciano:
—Todo despejado, Capitán.
Escuchó un rugido proveniente de las habitaciones seguido de unos pasos que se acercaban rápidamente hacia ella.
Gordon salió de la habitación de Lynn, con el pelaje revuelto y la mirada totalmente desencajada, como si mirara sin ver. Miró a Katrina de arriba abajo por una fracción de segundo antes de gritar y correr hacia ella, listo para atacar.
Si hubiera tenido que matar a Gordon, ni se hubiera molestado en preocuparse por el resultado de la pelea. Pero tenía que incapacitarlo produciendo el menor daño posible tanto para él como para el resto y sin ningún tipo de refuerzo más que la de su amigo más cercano.
Katrina levantó el bastón para golpearlo, pero Gordon era mucho más ágil y fuerte de lo que ella creía. Levantó ambas manos y presionó fuertemente sus muñecas, evitando un golpe con el bastón y obligándola a retroceder. Aprovechando la inmovilización temporal, le propinó una fuerte patada en la tibia, desestabilizándola. Aún en su estado más salvaje, el entrenamiento de Gordon relucía entre el frenesí.
Russell entró a la sala, alarmado por el ruido. En un descuido, sintió como el bastón era arrancado de sus manos, dejándolo casi expuesto.
—¡Russell, no dejes que se escape! —le dijo Katrina, a través de la bruma del dolor.
Russell corrió, pasando de un salto por encima de Katrina y derribando a Gordon de una patada en el aire. Katrina se levantó de golpe, frustrada por la leve impotencia que sentía. Ella era buena peleadora, no dudaba de su capacidad, pero no estaba preparada para enfrentarse a un melmaciano en pleno Zalenko.
Russell estaba a horcajadas sobre Gordon, ahorcándolo con ambas manos para reducirlo.
—¡Russell, suéltalo! —Katrina lo sujetó del hombro para tirarlo hacia atrás.
—Lo tengo bajo control.
—¡Lo matarás!
Entre el calor de la pelea, pasaron por alto como Gordon alcanzó el bastón que había quedado tirado muy cerca de la escena, y le dio a Russell un golpe certero en las costillas. No fue fuerte, pero le aplicó una descarga suficiente para hacerlo desvanecer sobre encima de él mismo.
Katrina pisó la mano de Gordon y empezó de retorcer el pie sobre la mano, presionando con más fuerza antes de arrebatarle el bastón. Desesperada, empujó a Russell para sacarlo de encima del melmaciano sin dejar de pisarlo. En cuanto logró sacar a Russell de encima, sintió un dolor agudo en la pierna izquierda, en la pantorrilla.
Alf había sacado sus garras y se las había clavado, penetrando el músculo y haciendo brotar hilos de sangre que caían por su pierna. Katrina reprimió un grito de dolor y trastabilló hacia atrás, tropezando con la mesa de luz y cayendo sentada al suelo. Cuando intentó levantarse, Alf se le abalanzó encima y le clavó las garras de una mano en el estómago.
Era su fin.
Alf levantó la mano para volver a atacar y en ese momento Russell se acercó sigilosamente por detrás, para propinarle un fuerte golpe en la cabeza con el bastón, desmayándolo efectivamente.
—Katrina, te tengo —dijo, acercándose a ella—. Estás sangrando.
—Buena observación —gruñó ella. A pesar de sostener con ambas manos su herida del estómago, la sangre se le estaba filtrando entre los dedos y su pierna no había dejado de sangrar tampoco.
—Debo llevarte a un hospi-.
—¡No! Trátame aquí. Tengo un botiquín en mi habitación.
—Katrina… Por favor…
—No puedo ir al hospital y lo sabes. Mientras más tiempo pierdas en hablar, peores van a ser las consecuencias —Katrina empezaba a ver borroso por la pérdida de sangre—. Sabes tratar heridas como yo… Confío en ti.
Y se desvaneció.
Katrina se despertó poco a poco. El dolor del estómago y de la pierna se habían reducido a un dolor sordo. Abrió los ojos y vio el techo blanco. Lo último que recordaba era estar en el suelo con Russell.
Dio un vistazo a su alrededor y se dio cuenta que estaba en su habitación. Había una mesa de plástico con ruedas con suministros médicos y Willie estaba sentado en una silla, dormitando.
Se incorporó un poco y sintió una puntada en el estómago que la hizo jadear. Willie se despertó enseguida.
—¿Katrina? —Willie se levantó y se acercó a ella—¿Estás bien?
—Si —se llevó la mano a la herida del estómago y sintió la textura de la gasa y unas vendas. Lo mismo en su pierna—. ¿Me pasas una botella de agua?
Willie agarró una pequeña botella de agua mineral que estaba en la mesa de luz y se la pasó a Katrina. Esta se tomó la mitad de un trago.
—¿Qué hora es? —preguntó.
—Casi las siete de la mañana.
Katrina se frotó los ojos con una mano.
—¿Dónde está Russell?
—En el sótano. Está vigilando a Alf.
—¿No se despertó?
—Aún no.
—Tengo que verlo.
Willie le puso una mano en el hombro para obligarla a acostarse.
—Sufriste varias heridas, continua descansando.
Katrina frunció el ceño.
—Sé más que Russell sobre esto, solo…
La puerta se abrió y entró Russell. Casi se agachó para pasar por la puerta.
—Despertaste, que bien —le dijo. Se dirigió a Willie—. Gracias por cuidar de ella, señor Tanner.
—Fue un placer.
—¿Cómo está Gordon? —preguntó Katrina.
—De eso quería hablar. Acaba de despertar.
—¿Cómo está?
—Está medio mareado y con migraña, pero ya no está agresivo.
—Entonces está bien. ¿Lo soltaste?
—Aún no.
—¿Sabe lo que pasó?
—No.
—Sueltalo. Ya no es un peligro.
—¿Segura?
—Si.
Russell inclinó la cabeza en un gesto de asentimiento y salió de la habitación. Katrina volvió a acostarse en la cama, con un resoplido.
—Willie, no sé que tanto sabes lo que pasó…
—Kurtis me lo explicó todo.
La voz del humano sonó fría y Katrina no lo culpaba. La culpa había sido de Gordon por no prevenir a tiempo sobre su condición.
—Entiendo que estés enojado con él. Yo también lo estoy.
—¿Por qué no nos explicó? —Willie había levantado la voz—. Lo hubiese tomado más en serio, habríamos estado mejor preparados para todo esto.
—Lo sé.
—Si no hubieran llegado ustedes o si Kurtis no nos hubiera advertido a tiempo… No sé si estaríamos vivos.
—Ahora están vivos.
La puerta se volvió a abrir y entró Russell, con Gordon detrás de él. Aún estaba con el pelaje revuelto, pero sus movimientos eran lentos y torpes, como si le hubieran dado una paliza. Al enfocar sus ojos en Katrina, fue corriendo hacia ella, casi tropezándose con sus propios pies.
—Lo siento, lo siento, lo siento —agarró el brazo de Katrina y hundió la cara en su antebrazo—. No quería hacerte daño, lo siento, lo siento tanto…
Katrina respiró hondo y se puso rígida. No estaba acostumbrada a los abrazos más que a los de los niños y de Russell.
—Russell, puedes irte a tu casa, estoy bien.
—¿Estás segura?
—Puedo atender mis heridas yo misma o pediré ayuda a los Tanner.
Russell dudó por un par de segundos.
—Me llamas si me necesitas. Más tarde traeré tu moto.
—No toques mi moto
Russell soltó una breve risotada.
—Era chiste. Nos vemos.
Russell se marchó y Katrina usó su mano libre para levantar la cara de Gordon tomándolo por la barbilla.
—Escucha: lo que hiciste fue la estupidez más peligrosa que haya visto y más siendo la tercera vez que pasas por esto y que has visto a tu padre y a tu hermano pasar por lo mismo que tú. Pudiste haber causado mucho daño y no solo hablo de dañar o matar a los que viven aquí, sino poner al resto de los humanos del vecindario en peligro y revelar el secreto a todos.
Los ojos de Gordon estaban llenos de lágrimas. Parecía totalmente roto.
—No quería que se asustaran —mumuró.
—¿Preferías verlos muertos antes de que supieran la verdad?
—Le dije a Willie que la caja tenía que estar reforzada.
—¿Y le explicaste por qué?
Gordon se quedó callado. Para Katrina fue respuesta suficiente.
—No es a mi a quien tienes que pedir disculpas, sino a los demás —señaló con la cabeza a Willie.
Gordon se dio vuelta y dio un leve respingo, como si recién hubiera notado la presencia del humano en la habitación.
—Willie…
El hombre lo miró con expresión petrea en su rostro. Estaba tan enojado que temblaba para evitar descargarla contra él.
—Pusiste la vida de mi familia en peligro y también a la tuya.
—Willie, por favor…
—No puedo perdonarte.
Willie giró sobre sus talones y salió de la habitación, dando un portazo.
