Los personajes de Candy Candy no me pertenecen.

Historia sin fines de lucro.

Historia creada en conjunto por Esmeralda Graham y Primrose para la Guerra Florida 2020 y el grupo de Las Divinas Místicas de Terry

El Último Aliento

El Culpable Soy Yo

Epílogo

La realidad le cayó cuando, después de colgar el teléfono para hablarle a Albert, se vio solo en la recámara que tenía en casa de Eleonor.

Se dejó caer en un sillón cerca de la ventana, abatido, sin fuerzas para nada, tocándose el pecho, verificando si en el aún había algo de latidos, encontrando un objeto que, con el paso de los años, se había vuelto un amuleto; la armónica que Candy le regaló. Tentado a tirarla por la ventana, ya que en esta ocasión no le funcionó, Terry se quedó observando el instrumento plateado, acariciando la cubierta superior dónde, grabado por él, se leía la letra "C". Chasqueando la lengua, se la acercó a la boca, sopló un poco, revisando la afinación, y tras un momento de duda, comenzó a tocar una melodía triste al tiempo que él cerraba los ojos, y gruesas lágrimas corrían por sus pálidas mejillas.

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El verano luminoso acabó, los árboles pintaban el paisaje de Nueva York en diversos tonos de naranja, proporcionando una vista espectacular a quien se tomara el tiempo de admirarla.

Candice Grandchester lo hacía cada tarde al ir a recoger a su hijo.

Tras su separación con Terry tres meses atrás, y lo mal que estuvo durante un tiempo, la mejor cura para su alma rota era la rutina, estar ocupada cada momento del día. Mantenerse en movimiento. Todavía le faltaba recuperar del todo su peso, pues fueron demasiados días comiendo poco y durmiendo mucho, no obstante, al menos, sus mejillas ya tenían color, y a veces lograba sonreír, ese era un buen día para ello, aunque hubiera un dejo de tristeza.

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Después de ver partir el auto de Terry, las fuerzas la abandonaron, el habla se le fue, pasaron horas para que Prudence y Amy la pudieran llevar a su recámara dónde permaneció encerrada una semana, dejando a todo su personal de servicio preocupado. Apenas lograba sostenerse en pie para atender a Evan, en quien se había aferrado, para no terminar de caer a ese pozo oscuro y sin fondo que era su existencia.

Comenzó a reaccionar al décimo día, cuando, sorpresivamente, Albert y la hermana Lane arribaron a su domicilio.

Por una semana, su padre y amigo, junto con la que consideraba su madre, la obligaron a centrarse, a levantarse cada mañana, a cumplir un objetivo. Luca influyó también en su recuperación, instando a qué regresara al trabajo, lo que aprovechó para presentarle a un colega que venía de Europa, con algunas ideas acerca del comportamiento humano, sembradas en él por un médico Austriaco de apellido Freud, y quién, a base de plática y paciencia, ayudaron a la rubia a salir de su estado depresivo.

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Esa tarde, estaba al completo serena, melancólica, sin embargo, podría decirse que algo contenta también, no en balde era el primer cumpleaños de su hijo, el pequeño Evan; su ángel de rizos rubios, y ojos color de mar lleno de vida, un rechoncho niño que ya caminaba, agarrando todo lo que estuviera a su alcance.

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Pasaban de las tres de la tarde cuando Candice atravesó las rejas de la casa de Eleonor quien, comprensiva y sin meterse en nada, continuaba cuidando de su nieto.

Al principio, Candy dudó en hacerle la petición, le daba vergüenza hablarle después de… de aquello, además, su suegra ahora tenía… otra responsabilidad, sin embargo, la dama Baker, aduciendo que nada le hacía más feliz que tener a Evan por unas horas, aceptó gustosa.

Eleonor abrió la puerta al ver a su nuera atravesando el jardín, la recibió con una sonrisa, invitando a ésta a pasar de inmediato.

— ¡Mira lo que hice! — La mujer tomó a Candy por la muñeca, llevándola hasta la mesa del comedor, radiante al mostrar su creación: un precioso pastel cubierto de crema blanca con letras azules que decían "Evan" — ¡Yo lo preparé!

— ¡Oh Eleonor! ¡No debió molestarse! — Tras su exclamación, Candy la abrazó, conteniendo las lágrimas que con facilidad brotaban de sus ojos en cualquier momento.

— Querida, es mi nieto, y lo adoro — Volvió a sujetar a la enfermera, ahora llevándola a la sala de estar — Sorpresa — Le susurró al tiempo que abría la puerta, dejando ver a un hombre alto, de cabellos y ojos grises que jugaba con su hijo.

— ¡Duque de Grandchester! — Los ojos verdes brillaron con intensidad al ver a su suegro.

Richard cargó a Evan, e inmediatamente después, se acercó a la muchacha, pasando su brazo por encima de los hombros de esta, para apretarla contra su firme pecho mientras ella, ahora sí llorando, le pasó uno de los brazos por la cintura, feliz de verlo.

Y es que al enterarse de todo lo acontecido con Annie, Richard Grandchester se enojó muchísimo con ellos por no haberle hecho saber antes, y aunque en ese momento no podía dejar Londres debido a sus compromisos en la cámara de los Lores, prometió ir a Nueva York en cuanto le fuera posible, no sin antes, mantener una larga charla, aunque por separado, con su hijo y nuera, a quienes les brindó todo su apoyo, comprensión y cariño.

Pasado el momento emotivo, y con Evan inquieto al ver a su madre, pasaron al comedor. Candy se hallaba algo inquieta, nerviosa pues, Eleonor, de forma suave, mirándola a los ojos, le pidió que esperase por Terry para partir el pastel. Sería la primera vez en que se vieran después de aquella noche, al regreso de Chicago.

El cumplía su promesa, no volvió a hablarle, ni a cruzarse por su camino. Todos los días que iba por su niño, Candy miraba hacia la ventana donde sabía que estaba la habitación de su esposo, dónde antes podía sentirlo mirarla, y ahora no. Tan solo seguía cumpliendo con su deber de esposo, dándole dinero para los gastos de la casa, de ella y de su hijo a través de su madre, dinero que ella no quería aceptar, pero que Eleonor la instó a hacerlo.

Hoy, tras tanta desdicha y sufrimiento, ella estaba ansiosa. Muchas cosas ahora tenían sentido, y con vergüenza, reconoció el sinfín de errores cometidos, y que esperaba remediar. El primer paso era poder mirarlo a los ojos.

En cuanto a la niña… estaba terminando de asimilarlo.

Gracias a la discreción de la ex actriz, Candy no había visto a la bebé ni una sola vez, solo la sentía presente cuando, al jugar con Evan por las tardes, este comenzaba a buscar a "bubu". Ella no sabía a qué o quién se refería su hijo al pronunciar la palabra, pensó que era algún juguete, hasta que Amy, con mucha pena, le dijo que así le decía a "la niña en la casa de la señora Eleonor". Candy solo había pronunciado un "¡Ahhh!" Y nada más.

Hoy día, la criatura para ella era una presencia intangible, no la podía ver ni tocar pero que, sabía, estaba ahí.

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Evan reía, brincaba, gritaba con entusiasmo ante los juegos de su abuelo a quien, a pesar de no conocerlo se había entregado con tierna inocencia.

Mientras tanto, Candy miraba con insistencia el reloj dorado sobre una mesita cercana a la ventana, como si con solo mirar las manecillas se fueran a deslizar más rápido. Eleonor le apretó la mano, podía sentir el nerviosismo y ansiedad de su nuera, ella sentía lo mismo, tenía el presentimiento de que sus ruegos fueron escuchados al fin. A ella le parecía muy injusto lo que pasó, y lo que pasaba con sus hijos, ambos sufrían, lo veía día con día, no obstante, no dijo palabra alguna, entendiendo que a veces es necesario un tiempo de reflexión, no tanto para su hijo, como para Candy. Llevar a cuestas el hijo de otra mujer, que aunque no fue a propósito, pesaba como una loza. No quería eso para Candy, para su nieta tampoco ¡Por supuesto que no! Le daba miedo que la pobre muchacha se convirtiera en "otra Duquesa", y se transformara en un monstruo cruel, desquitandose con la niña. ¡La pobre criatura! Casi cuatro meses de nacida, y aún no tenía nombre. Terry le daba atención, cariño, pero no sabía ni cómo llamarla.

Cada uno perdido en su mundo de cavilaciones, pegó el brinco al escuchar los gritos de una mucama que bajaba gritando.

— ¡Señora Baker! ¡Señora Baker! ¡Algo le pasa a la niña! ¡No está respirando! ¡Está quedando azul!

Eleonor se levantó asustada, sin saber qué hacer. Candy también se puso en pie, solo que ella no dudó, de inmediato corrió hacia la empleada, le sujetó del brazo al tiempo que le decía: "llévame con ella", y tan deprisa como sus piernas le permitieron, regresaron a la planta alta.

En la cuna blanca, una bebé de grandes ojos azul grisáceo permanecía inmóvil. Al verla, Candy la cargó de inmediato, *usando una mano para darle soporte a la cabeza, el cuello y la mandíbula de la bebé la colocó boca abajo sobre su brazo, luego, se sentó en la silla más cercana para apoyar el brazo sobre su regazo al tiempo que con la mano libre daba palmadas entre los omóplatos. Tras cinco fuertes golpes, la pequeña expulsó la leche, comenzando a meter aire a sus pulmones en forma de un llanto fuerte, para alivio de su salvadora quien, de manera instintiva, la acomodó entre sus brazos, acariciando su ondulado cabello castaño, susurrando palabras dulces para que esta se calmara.

La pequeña gradualmente paró de llorar, atraída por ese sonido suave, enfocando sus ojos en otros, que la miraban con ternura, y culpabilidad.

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Las lecturas se retrasaron por culpa suya. Su falta de ánimo lo llevó a cometer varios errores de entonación, por lo que, enojarse por haber salido tarde, estaba de más. Aunque la furia era parte de su condición, lo único que lo mantenía a flote, porque si se dejaba llevar por ese sentimiento de pérdida, acabaría en un hoyo tan profundo, que está vez, nadie podría sacarlo de ahí.

Condujo de manera imprudente hasta casa de su madre, le urgía llegar y abrazar a su hijo. Ese niño lo consolaba con tan solo sonreírle, lo hacía olvidar el vacío que tenía cada que le decía papá.

Desesperado, se estacionó de golpe, chirriando las llantas sobre la gravilla de la entrada. Se bajó casi corriendo, tenía una sensación rara en el estómago, y ya quería estar adentro, ver a su madre, a sus hijos y, tal vez, si se daba algo de valor, "a ella".

— ¡Señor Grandchester! — La doncella que le abrió la puerta lo miraba asustada.

— Buenas tardes Becky, ¿Mi mamá? — Inquirió mirando para todos lados, extrañado de que no fuera Eleonor quien lo recibiera como siempre.

— Es… está arriba joven — Balbuceo la chica mientras señalaba hacia el lugar — la niña se estaba ahogando y… ¡Señor Terry! — La pobre Becky se quedó hablando sola, apenas escuchó "niña" y "ahogando", el muchacho subió corriendo las escaleras, sin siquiera esperar a que le dieran más explicación, solo actuó, impulsado por su ansiedad.

Se quedó temblando al ver a Eleonor llorando delante de la habitación abierta, pensando en lo peor, cuando se giró para entrar, sus ojos intensos se clavaron en la mujer que se mecía en la silla cerca de la ventana.

— Candy… — Susurró, sintiendo como un nudo se le atoraba en la garganta.

Ella pareció escucharlo pues, de inmediato, levantó la vista hacia él, pronunciando su nombre muy quedo al verlo.

Mientras Terry se aproxima lentamente, Candy siente el corazón latir tan rápido como una locomotora. Lo notó más delgado, con marcas bajo los ojos, y una arruga en la frente, que antes no estaba.

El castaño se llenó la vista con ella, la vio tan hermosa, delgadísima, algo pálida, pero con esa luz que le iluminaba el rostro, la que tenía mucho tiempo sin ver.

Se arrodilló junto a ella. Sin poder evitarlo levantó la mano para acariciar la tersa mejilla, ella cerró los ojos al tiempo que suspiró, frotándose contra esos dedos largos y elegantes.

— ¿Qué…? ¿Qué pasó? — preguntó él una vez pudo pronunciar palabras.

— Ella está bien, no te preocupes, solo… solo tendremos que estar más pendientes después de darle de comer, que saque bien el aire y…

— Ten… tendremos… — Pronunció quedamente interrumpiendo lo que sea que ella fuera a decir — Eso quiere decir que me has per…

— Shhh — Candy le puso un dedo en la boca, impidiendo que el volviera a decir esa palabra — No, Terry — Comenzó a delinear la curva de sus labios — Perdóname tu a mi, he sido necia, terca, no supe cómo darte comprensión y te alejé cuando más me necesitabas, tú fuiste una víctima, no tienes culpa de nada, ella tampoco — Dirigió la vista hacia la niña — Lo que pasó… fue horrible, yo lo hice peor con mi comportamiento y… si tú puedes perdonarme ahora yo… sí todavía tengo oportunidad de que tu… yo te amo tanto — Su labio inferior comenzó a temblar — Me duele el alma de tanto echarte de menos… y si me perdonas, comenzaremos de nuevo, juntos, con nuestros hijos, y te prometo que…

El ruego fue interrumpido por un beso fiero, con toda la fuerza de las emociones que invaden el corazón de Terry.

El dejó de escuchar cuando ella dijo "perdóname", y pudo ver en sus ojos la sinceridad de sus palabras.

Desde el marco de la puerta, Eleonor y Richard, se miraron un tanto avergonzados, cada uno por diferentes razones, sobre todo Richard, si él hubiera tenido el valor de Candy…

— ¡Papá! — Chillo Evan, y fue lo único que logró separar a la pareja que se comía la boca a besos.

Casi con un gruñido, Terry soltó a su esposa, se puso de pie, yendo en busca de su hijo, fijándose en el hombre que lo cargaba, sorprendido de ver a su padre ahí.

Tras una breve explicación del porqué de su presencia, Terry regresó a por Candy, a quien ayudó a levantarse.

Con ambos jóvenes llevando a un niño en brazos, bajaron hasta el comedor, dónde el pastel, con una sola vela, esperaba.

La emoción embargó a todos al cantarle "feliz cumpleaños" a Evan.

Un rato después, y tras la pronunciación de "bubu" de Evan, Candy le hizo una pregunta a su suegra.

— ¿Cómo…? ¿Cuál es su nombre? — Quiso saber, refiriéndose a la niña.

— Ella… bueno… es que… no tiene nombre todavía — confesó la rubia, roja de vergüenza.

Y es que no se había atrevido a darle nombre, su hijo tampoco, él parecía estar renuente a ello.

Candy miró a su marido.

— Yo… no sabía cómo llamarla…

La enfermera la miró, la bebé seguía dormida entre sus brazos, el color había regresado a sus mejillas redondas, como las de Evan. Tras unos segundos más de observación, ella dijo:

— Erin, su nombre es Erin.

Eleonor, Richard y Terry la miraron interrogantes.

— ¿Por qué ese nombre? — Richard no se quedó con la duda.

— Porque significa "Paz" — Explicó — Y así es como viviremos a partir de hoy, todos juntos y en paz.

*Datos encontrados en la web.

educationmaterials/childrensmn/article/16970/la-asfixia-en-bebes-menores-de-1-ano/

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Cuatro años después…

Candy aspiró profundamente el aroma de los narcisos. Con los ojos cerrados, escuchaba el sonido del río Avon al tiempo que se mecía en el columpio bien amarrado a la rama más fuerte del gran árbol en el jardín trasero de su casa de campo.

— ¿No te sientes muy sola estando tan lejos? — La pregunta de Patty le recordó su presencia.

— ¿Crees que con semejante escándalo todo el día pueda sentirme sola? — Respondió señalando a los cuatro chiquillos y tres adultos que, jugando a la pelota, gritaban cada dos por tres.

Tres años atrás, después de una exitosa temporada de teatro en Nueva York, a Terry le llegaron dos propuestas de trabajo, ambas suponían mudarse al Reino Unido. Después de pensarlo y platicar mucho, aceptaron la más conveniente para todos…

Los recuerdos dolorosos de las separaciones, primero por Susana, y luego por lo de Annie sumado a las experiencias de Richard al separarse de Eleonor los llevaron a tomar la determinación, por su propio bien, que Terry se alejara de la actuación, y aunque juró que jamás lo haría, aceptó la sucesión del ducado, emulando a su esposa en su profesión de ayudar a la gente, un nuevo comienzo para ellos, pero siempre con el apoyo del Duque, quien en determinado tiempo ya se había disculpado con él, también lo hacían por el bien de la niña, y así evitar ser señalada, más adelante,cuanto tuviera la madurez necesaria, le hablarían de su madre, no de la forma grotesca como llegó al mundo. Nunca le hablarían mal de su madre, porque lo que menos querían era que le guardara rencor, ya que eso solo empobrece el alma. Ya habían sufrido suficiente, como para todavía no dejarles en claro a sus hijos que nadie es perfecto, y que cuando una persona es amada no tiene tiempo para estar pensando en la maldad y, al fin y al cabo, Annie ya había rendido cuentas al creador.

La casa en la que vivían era preciosa, de dos plantas, y cinco habitaciones, pintada de blanco, con un jardín muy grande delante y otro atrás, pegado a un bosquecillo, muy cerca del castillo ducal.

Sus hijos, tres preciosos y sanos chiquillos, Evan, que ya tenía cinco años, Erin de cuatro, y *Eliette de tres.

Patty sonrió, comprendiendo a la perfección a su amiga.

La dulce señora Leagan llevaba una vida igual de agitada.

Aunque ella por el momento solo tenía un hijo, un pelirrojo de ojos color miel de dos años y medio.

Patty y Neal se casaron un año después "de aquello", en una ceremonia sencilla en Tallahassee. La pareja era muy feliz alejada de Elisa y Sara Leagan, a quienes Patricia no caía bien, pero que Neal, puso por encima de ellas, exigiendo respetar a su mujer o mantener su distancia.

— ¡Mamá! — Gritaba Erin mientras corría hacia Candy — Te amo mamá, te amo bodoquito — Declaró la niña al tiempo que daba besos en la barriga de siete meses de gestación de Candy — Adiós mamá — Se despidió tan rápido como llegó.

— No se te despega ¿Eh?

— No, está siempre al pendiente, preguntándome si quiero comer o beber algo, si necesito una almohada, mis pantuflas… es un sol.

— ¿Y sus abuelos? ¿Cómo están? — Quiso saber Patty.

Candy sonrió al pensar en ellos.

Catherine y Oliver Brighton, con el tiempo, y después de recuperarse de la pérdida, se convirtieron en asiduos visitantes de los Grandchester. Llegaban para las fiestas, para el cumpleaños de Erin, en vacaciones de verano… un par más de abuelos que amaban y adoraban a los tres niños por igual.

— ¿Y tú? ¿Has sabido algo de Archie?

— ¡Shhhh! — Exclamó la de ojos miel, mirando hacia su esposo — No digas su nombre muy alto — Susurró al mismo tiempo que sonreía y se sonrojaba — Neil todavía se pone algo arisco cuando sale a colación.

Sin poder evitarlo, Candy soltó una carcajada que atrajo la atención de los jugadores por un momento.

— ¡Lo siento! — Se disculpó cuando puro parar de reír.

— Es una bobada, lo sé, pero desde que le conté lo que pasó entre nosotros cada que se le menciona hace ese gesto con la boca, sus ojos adquieren ese brillo siniestro de cuando éramos adolescentes y que me parece tan… tan…

— ¡Patty!

— ¡Bueno! Es que el es… es… ¡Es Neil cielo santo! — Comenzó a abanicarse con bochorno — ¿Qué me preguntaste?

Candy volvió a reír, aunque ahora de forma más disimulada.

— Archie — Repitió, pensando en que su esposo se ponía más que arisco cuando se recibían noticias de él por Albert.

— Está muy bien, según Janice *Halima debe dar a luz en primavera. Tanto ella como Alistair están locos de contentos con la llegada de su nieto.

— Es extraño ¿No crees? Estuvo casado con… Annie varios años y nunca pudieron engendrar, apenas se casó con Halima y ya están esperando un hijo.

— Si, es raro, el señor Albert platicó con Luca acerca de eso, pero no supo explicar el porqué, por cierto que "tu papá", regresará de Italia acompañado — Dio un codazo a su amiga.

Candy amplió su sonrisa.

Su querido Bert, después de tantos años, se tomó unas merecidas vacaciones.

Por consejo, y recomendación de Luca, quien acababa de llegar de luna de luna de miel con Madeleine, fue a visitar el lugar donde el médico creció. Hasta donde Candy sabía, ahí conoció a una muy linda pelirroja de ojos verdes cuyo nombre era Leah, y que resultó ser hija de un magnate de origen alemán, radicado en Roma, y que en el futuro próximo, sin aún ellos saberlo, se convertiría en el suegro del rubio patriarca.

— ¡No sabes lo feliz que me hace! Desde la muerte de la tía Elroy se quedó muy solo, y con tantos compromisos de trabajo no hace tanta vida social

— A nosotros también nos agrada la idea de que encuentre a alguien, sobre todo porque Sara le comenzó a pasear a cuánta jovencita casadera conoce.

Las mujeres hicieron un gesto de aprehensión.

Eleonor salió de la casa, llamando a todos para comer.

La rubia ex actriz, se mudó al igual que su hijo y nuera, solo que ella vivía en un chalet, a un par de kilómetros de ellos, aunque iba casi todos los días a verlos, sobre todo ahora que Candy estaba embarazada por tercera ocasión.

Los primeros en atender el llamado fueron los niños, quienes corriendo, se acercaban a la bella dama, abuela de todos, hasta del hijo de Patty, quien a su propia abuela no podía llamar como tal.

Al ser el mayor, Evan siempre iba a la delantera, aunque, protector como su padre, miraba siempre por encima de su hombro, pendiente de sus hermanas.

La caída de uno de los niños fue inminente, el grito angustioso que le presidió conocido para los Grandchester.

— ¡Ay cristo! ¡Se ha lastimado! — Exclamó Patty, mirando asustada a Candy. Esta no se movió — ¡Candy!

— No te apures Patty.

— ¡¿Cómo que no?! ¿Y si se rompió una pierna?

— ¿Eliette? ¡Claro que no! Tiene huesos de hierro, solo que salió mejor actriz que Terry y Eleonor juntos, ¡hace cada drama! Además — La embarazada se encogió de hombros — Tenemos a mi futura enfermera siempre lista para ayudar.

Y ciertamente, era así, la pequeña Erin, con sus bracitos delgados acomodaba a su hermana sobre el pasto mientras Terry le daba un pañuelo que hábilmente ataba alrededor de la diminuta herida en la rodilla, para posteriormente, su padre levantarla en brazos.

Candy sonrió al ver esa interacción entre sus hijos, sintiéndose orgullosa de ellos.

— ¿Te ayudo a levantarte pecas? — preguntó Terry una vez entregada su valiosa carga a su madre.

— Puedo hacerlo sola, no está tan bajo — Respondió la aludida, quien seguía sentada en el columpio.

— Como veo que ya han llamado a comer y no te levantas…

— ¿Me estás llamando gorda? mocoso insolente.

— ¡Jamás querida! — Terry levantó las manos a modo de defensa.

— ¿Entonces insinuas que soy una glotona?

La interacción entre ellos siguió por un rato más, con ambos lanzando puyas al tiempo que se tomaban de las manos para entrar a la casa.

Patty y Neil los seguían unos metros atrás, riendo ante la discusión de aquel par de adultos, que parecían volver a ser aquellos niños del colegio San Pablo.

— Esos dos no van a cambiar nunca ¿Eh? — Neil no pudo evitar sonar también como aquel chiquillo malévolo, incluso hacer esa mueca ladina que a Patty tanto le gustaba.

— Yo espero que no — Dijo ella al tiempo que se agarraba al brazo de su marido — Pero más te vale Daniel Leagan que no insinues que estoy gorda en un par de meses o yo si que te descuartizare.

La cara de Neil era un poema, no obstante, tras unos segundos más, comprendió.

— ¡Estás embarazada! — Gritó feliz, encerrando a su mujer en un abrazo, besando su cara después — ¡Es fabuloso! ¡Grandchester nos va ganando por dos, pero podremos alcanzarlo! ¡Por dios que me pondré a ello!

— ¡Neil! — Chilló Patty colorada ante la perspectiva que aquellas palabras implican.

— ¿Y esos dos que? — Quiso saber Terry al ver a sus amigos detenidos y besándose.

— Creo que Patty le acaba de decir que será papá otra vez?

— ¿En verdad? ¿Tú cómo sabes?

— Soy enfermera, me di cuenta desde que llegaron.

— Mi brillante esposa — Dijo Terry orgulloso, besándola también para no quedarse atrás.

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La vida sigue, los errores se superan y se avanza, no vale la pena ir mirando hacia atrás, hay ir hacia adelante, siempre hacia adelante.

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SEGÚN LA CÁBALA...

Cuando el Alma toca fondo, puede impulsarse a sí misma para alcanzar un nivel superior.

Las caídas en nuestra vida son producidas por nuestro Yo Superior

No son un producto del ego.

En realidad, al ego le aterroriza la idea de una caída,

porque es en esta etapa que encontramos a Dios,

nos volvemos más espirituales, más amables, más solidarios.

Una caída puede estar representada por muchas cosas: una ruptura amorosa, un accidente, un trauma de algún tipo.

Lo que necesitamos saber

no creer, sino saber

es que en el mismo momento de la caída estamos generando la energía necesaria para llegar a un nivel superior..

La belleza del Ser.

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*Eliette: de origen griego, significa "Dios ha contestado" y es una variante de Eliana en francés.

*Halima: Apacible, gentil, paciente.

Por Lexie Graham y Temperance/Primrose.

Y con esto cerramos el ciclo. Gracias a todas aquellas personas que leyeron, que dejaron un comentario. Todos y cada uno de ellos forman parte de esta historia. GRACIAS.