Elegida

Demasiado le habían insistido en que debía mudarse oficialmente al templo principal, y a juzgar por el tiempo que pasaba en él, era como si hubiera tomado la palabra. Pero no se atrevía a cerrar el trato: su residencia oficial seguía siendo esa humilde chabola.

Tan común y pequeña que, de no ser por el montón de chatarra que había en el techo, se confundiría entre las demás que atiborraban el asentamiento destinado por los sabios solari para los soldados de menor categoría. Un lugar ideal para jóvenes parejas llenas de ilusión, pero también el destino eterno de viudos y viudas cuyas parejas no sobrevivieron a los horrores de la guerra. En aquel sitio, los niños aprendían a jugar con espadas antes que a hablar. Al toparse con un grupo de chiquillos enérgicos, que correteaban gritando y persiguiéndose con armas de madera de fabricación casera, Leona no pudo contener su sonrisa: A diferencia de Diana, a ella sí le gustaban los niños.

Mascotas sucias, pero bien alimentadas, ruidos cotidianos que atravesaban sin pudor las delgadas paredes, casas y personas demasiado juntas unas de otras, uniformes solari recién lavados tendidos al sol... Aquel era el lugar al que pertenecía.

Logró mantenerse allí con excusas populistas de que dónde estuvieran los soldados, allí estaría también la elegida del sol. Oratoria, otra cosa que había perfeccionado gracias a ella. Siendo honesta: no necesitaba más que eso para vivir con comodidad, pero la razón principal para quedarse no era esa, si no su imposibilidad para desprenderse de lo poco que le quedaba de Diana.

¡Porque detestaba estar sola en esa maldita casa!, posponía su regreso lo máximo posible... ¡Era terrorífico!

Apretó los puños inconscientemente, para luego buscar el frasco entre su ropa con desesperación. «No, no es necesario... No aún» se repitió, respirando con profundidad y lentitud, tal como Soraka le había indicado.

Guardó de nuevo su preciado tesoro, inspeccionando superficialmente los cachivaches apoyados cerca de la entrada, comprobando sin sorpresa que le faltaban algunos más. «Fueron los chicos. Diana armaría un escándalo por esto» pensó sonriente, recordando aquella vez en que su mujer planeó una elaborada venganza que fue ejecutada en la fiesta de cumpleaños número 14 de uno de los adolescentes. En principio la idea le pareció completamente ridícula, pero para su sorpresa, había funcionado; traduciéndose en la falta total de hurtos molestos durante unos cuantos meses enteros.

Los chicos rehuían de Diana como si de la vecina loca se tratara, y en realidad, ¿quién podría culparlos? Río Leona en voz alta. Pero la buena reputación que a su mujer le faltaba en ese aspecto, le sobraba de parte de otras jóvenes esposas y algún tímido marido, quienes de alguna manera que ni ella misma comprendía, tendían a desarrollar una genuina simpatía hacia ella. Quizás contagiándose de inspiración por su actitud irreverente tan fuera de lo común, un bálsamo refrescante para la opresión sofocante de su día a día.

El olor a tierra y madera vieja le dio la bienvenida, su rostro se iluminó y al mismo tiempo sus cejas se contrajeron en una clara expresión melancólica. «Esto también pasará» se recordó tras un suspiro involuntario, arrojando las cosas que traía con el mismo descuido con el que se dejó caer en el polvoriento sofá. No estaba tan cansada, a pesar del viaje exigente que había hecho ese día, quizás debería buscar algo que hacer, visitar vecinos o lo que sea que le distraiga el tiempo suficiente para poder caer rendida en el sofá sin tener tiempo para pensar.

Tenía cubierto los ojos con un brazo, descansando un rato el cuerpo antes de levantarse, ignorando a propósito los ruidos provenientes de la habitación prohibida, ¡malditos ruidos que estaban resultando incluso más nítidos que de costumbre; tal vez un desafortunado efecto secundario de la poción que había bebido en la granja de Soraka. ¿Que contendrá, para ser capaz de revitalizar y llenar su cuerpo de energía con tan impresionante rapidez?

No le quedaban pensamientos a los que huir para intentar distraerse, cada cosa en su cabeza se iba volviendo incluso más pesada que la anterior, más complicada... ¡Y esa maldita escalerilla estaba ahí, en todo el medio de la casa! no podía ser falso, ¿cierto? era terroríficamente realista, tan sólido como el resto de su entorno... Tan real como los ruidos que surgían sin compasión del peor lugar, con diferencia, de su hogar.

Se cubrió los oídos con las manos, apretando hasta que le dolieran las orejas. No solía tener un propósito práctico hacer eso, Leona sabía que nada estaba pasando afuera de su cabeza, era tan solo un impulso desesperado, involuntario y patético... Sin embargo... ¿Estaba funcionando?

— Lo siento.

Escuchó a la distancia y de inmediato abrió los ojos, incorporándose de golpe en el sofá, con temor.

— ...Vine por unas cosas, no suelo encontrarte aquí... Me iré de inmediato —aclaró la mujer, con el rostro contrariado.

— ¡Diana! —. Leona tomó su muñeca con firmeza, mirándola con más confianza a los ojos una vez sintió la solidez de su cuerpo, poder tocarla sin que se desvaneciera era una gran señal de que no se trataba de otra ilusión de su mente— esta es tu casa también.

— Si, yo... Lo sé —. Pero Leona advirtió la duda en su rostro pálido — …es solo que...

— Iré un rato dónde Calixto y su mujer —, Leona soltó su muñeca y se levantó del sofá, con una cotidianidad que Diana jamás hubiera esperado, lo que la dejó extrañada— ¡oí que tuvieron a su tercera niña! — exclamó a manera de explicación justo antes de cerrar la puerta tras ella. Saliendo de aquel lugar como si nada.

Caminó un poco más antes de tener que apoyar su peso en el tronco de uno de los árboles que colindaban el camino de tierra. «Puedo con esto...» Pensó, sonriendo ampliamente. La idea de que, esta vez, parecía no estar teniendo que engañarse a sí misma con esas palabras era inaudita. Acarició el frasco en su bolsillo, apretando los labios para contener la risa histérica que no quiso permitirse soltar.

Sus ojos parpadearon al violeta escasos segundos; las pupilas dilatadas le hicieron rehuir la vista de la luz directa del sol que le daba de frente. Tomó otra bocanada de aire, enderezando su postura con orgullo. Iría un rato donde sus vecinos y luego volvería, no importaba si la encontraba allí o no.

Ser capaz de pensar así, ¡honestamente!, le permitió sonreír.

...

El agua del río refrescó el cansancio en los lastimados pies de Diana. Estaba demasiado agotada como para volver con los Lunari esa misma noche, ¿estaría tan mal pasar esa noche allí?, se seguía reprochando. En su cabeza parecía una pésima idea, pero Leona tenía razón en que esa era su casa también... Sus cosas seguían ahí después de todo.

«¿Cómo pudo ensuciar tanto una estúpida capa? Que colores claros más ineficientes los de las telas Solari...» Tenía que quitar una a una las pequeñas ramitas que encontraba atoradas en la prenda antes de seguirla lavando si no se quería lastimar demasiado las manos. «¿¡Que rayos estuvo haciendo!?»

Lavar en el rio todo cuanto encontró tirado en la casa le llevó mucho más tiempo de lo que creyó en un principio, pero también resultó más ameno de lo que esperaba, gracias a las viejas conocidas con las que había coincidido e insistieron en actualizarla hasta el más mínimo detalle de lo que había sido de ellas y sus familias en todo ese tiempo. Destacando especialmente en su mente la pareja adolescente que había salido a la luz recientemente, tras un embarazo que terminó por hacerse imposible de esconder «sabía que pasaría tarde o temprano, ¡ese chico no tiene remedio!, es un delincuente desde que nació»

Luego de tender la ropa en el patio, bajo la luz de la luna, entró por la puerta trasera a la chabola, teniendo cuidado de no hacer ruido. La luz de vela sobre la mesa de hierro negro, le hizo dirigir con curiosidad su mirada hacia allí, encontrando un tazón cubierto con un pedazo de tela grueso, que, por su altura, parecía repleto de comida. La vela estaba consumida hasta la mitad por lo que debió haber sido encendida hace ya un rato. Al explorar más detalladamente el reducido monoambiente encontró a Leona plácidamente dormida en el sofá, aún con el resto de su uniforme puesto y las botas acomodadas junto a ella en el piso. Diana sonrió ante aquella escena, le resultaba extraño verla dormir allí, pero aquello a su vez le había quitado un extraño peso de encima.

El único plato en el fregadero le permitió entender que lo que había en la mesa le correspondía a ella... Bufó con resignación. Se estaba muriendo de hambre.

...

Diana bajó el libro que leía por cuarta vez ¿en cuánto tiempo?, No tenía manera de saberlo con exactitud. Su cuerpo estaba cansado pero su mente demasiado inquieta, aquello era normal por las noches, pero esa vez resultaba particularmente molesto debido a la hipersensibilidad que estaba experimentando ante cada mínimo quejido que creía oír desde el salón, que le hacía perder por completo la concentración en lo que leía. «La madre me consuma, ¡me estoy volviendo loca!» pensó con hartazgo, decidiéndose por ir a investigar, con la esperanza de quedarse tranquila de una vez.

Caminó con ligereza y rapidez, como si ella misma se tratara de una sombra más de las que se proyectaban en el suelo de madera. Sorteando la pila de objetos sumamente útiles a los que su mujer llamaría cachivaches, hasta deslizarse junto a ella en el sofá, poniéndose de cuclillas para observar mejor su rostro en medio de la penumbra.

«Luce tranquila» Determinó. Aquel no se trataba de un detalle menor, tomando en cuenta lo atribulado que tendía a ser el sueño de la guerrera. Desistió a tiempo de su estúpido impulso por quitarle el mechón de cabello que le caía sobre el rostro, levantándose nuevamente con la intención de no salir de la cama hasta que fuera el momento de marcharse. Entonces lo oyó otra vez.

Era sutil, pero bajó la mirada con la suficiente rapidez como para observarla contraer el rostro con fuerza, tensando también los hombros y dejando salir otro quejido.

Diana pensó en que de todas formas era una estupidez haber ido allí a comprobar eso, no tendría por qué ser la gran cosa... Otro quejido, esta vez menos tenso, su expresión era ahora más similar a un lamento.

— ¡Aff!

Se odió a sí misma por estar haciendo esa tontería y aun así no pudo evitarlo. Era tonto, tan tonto, tonto, ¡tonto!

— ¿Diana? — le llamó Leona aún sin abrir del todo los ojos, en un susurro ronco cercano a su oído que le hizo estremecerse — ¿Algo no te deja dormir? — arrastraba las palabras, volvía a cerrar los ojos como si la impulsiva intromisión de Diana en el sofá fuera lo más normal del mundo... ¡Incluso se había girado para dejarle un poco más de espacio!

Diana decidió no contestar, cruzándose de brazos con expresión de enojo, dándole la espalda para no tener que enfrentarla. De todas formas, no tenía ni idea de lo que debería responder.

— Ven... — susurró Leona sonriente, apoyando la barbilla en su hombro y atrayendo con fuerza su cuerpo al de ella con uno de sus brazos. — ¿Te enteraste de que al final se trataba de un varón?

Soltó repentinamente Leona.

— ¡Pero... — Diana giró el rostro para mirarla, quedando ambas demasiado cerca debido a la posición — ... ¡Los sanadores dijeron que después de aquel… "accidente" con el escudo —sus mejillas se enrojecieron de solo recordar la bizarra anécdota— …Ehh, bueno que él ya no podría dar hijos varones, ¡que sería físicamente imposible!

— Los milagros existen — respondió Leona con burla, acercándose un poco más a su boca— o quizás era cierto eso de que las fechas del embarazo no coincidían del todo con la última expedición...

—¡Eris está embarazada! —Interrumpió Diana, muy nerviosa de tenerla cada vez más cerca — de ese idiota... ¡Yo sabía que pasaría, te dije que era un cretino!

— Vaya, al final si resultó ser un chico problemático... — contestó Leona con paciencia, acercándose un poco más, estrechando el agarre... Rozando un poco sus labios con los suyos. Sintiendo.

"Mi amor, ya no existe una cama. Yo misma la destruí a gritos, ¡a golpes!

Pero, al menos esta noche, te propongo dormir juntas en el sofá."