Corazón de ogro

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El tiempo se había detenido al abandonarlo la luz y lo único que le quedaba era el frío y las sombras, conjugados en uno mismo, una y otra vez conforme sus recuerdos se desvanecían y su mente se hacía añicos en la miserable celda en la que se encontraba, la misma de la cual estaba seguro podría escapar de proponerselo, de existir la chance de que en realidad, estuviese sufriendo debido a una pesadilla vivida de la que todavía no despertaba.

Pero la realidad era que seguía en su celda firmemente sujeto de grilletes de hierro, encadenado a la incertidumbre del mundo externo, aquel en el que ella ya no lo esperaba más.

Como detestaba sus ataduras, como odiaba el no poder dejar de pensar en Fiona y Encantador.

Con cuidado, hay que remover el pestillo y luego engrasar las bisagras para que no hagan ruido–

Engrasar… Engrasar… ¿Qué acaso debía reparar algo o quizás preparar la cena?, no estaba al tanto de que ya volverían a casa, pero como Fiona no lo amaba, tendría que volver solo y acostumbrarse nuevamente a existir sin ella.

Bien, todo salió de maravilla y nadie nos escuchó. Prepara la medicina y tus herramientas. No podemos cargarlo así que necesitamos que se ponga de pie y camine por su cuenta en cuanto lo liberemos de sus cadenas–

Shrek trató de ubicar la nueva voz que escuchaba sin mucho éxito. Desde hacia un buen rato que asumió que toda presencia a su alrededor provenía de su propia mente porque nada ni nadie lo sacaría de ese calabozo.

Una idea bastante ridícula se le ocurrió entonces, que quizás ni siquiera había abandonado el pantano, y tanto Fiona como Burro y todos sus amigos eran alucinaciones.

O tal vez los aldeanos al fin habían ganado, o algún aventurero se las había arreglado para vencerlo y su cabeza reposaba en la entrada de algún pueblo como advertencia.

Tal vez las emanaciones nocivas del pantano lo estaban enloqueciendo lentamente mientras que se ahogaba en el lodo, o se asfixiaba en su hogar producto de la falta de vencilación.

Francamente, ¿qué importaba?. Si estaba muriendo en casa o en una aldea o una celda, en realidad no importaba.

Se desvanecía junto con la realidad a su alrededor, junto con la luz.

Sin Fiona…

Uno de sus brazos cayó inmóvil al mismo tiempo que la articulación del hombro se reacomodó de golpe haciéndolo gruñir.

Súbitamente, la luz había regresado.

¿Qué crees que estás haciendo?–, preguntó al notar un par de sombras a su alrededor removiendo los grilletes de sus pies y el brazo restante, sombras que sentirse observadas retrocedieron alarmadas al ver como se desmoronaba.

¿Shrek?–

En la oscuridad, percibió un par de siluetas temerosas, apenas iluminadas por la brasa tenue de una vela.

Realmente eres tú, tal y como el burro parlanchín nos lo dijo–

Duda, tanta duda, de seguro no se esperaban el verlo con vida, no en ese calabozo que había sido abandonado para que muriese sin nombre ni honor.

¿Puedes entendernos?, debemos irnos deprisa, antes de que alguien se percate que la puerta no esta realmente cerrada–

Respirando pesadamente el ogro se incorporó, ignorando a una de las sombras que trató de levantarlo.

Se negó al auxilio prestado, arrastrando los pies a la salida, lejos de las cadenas olvidadas.

Puedo yo solo–, refunfuñó al encontrarse en el largo corredor externo a la celda, tan oscuro como el interior de su prisión, –¿Qué quieren?–

Venimos a ayudarte, para que puedas huir de Muy Muy Lejano–, anunció una se las siluetas.

¿Y por qué harían eso?–

La otra se unió entonces a la conversación, no sin antes encender con un pedernal una linterna un tanto más potente que la misera vela con la que se auxiliaron en principio.

En la luz baja contempló al par de aldeanos con sus atuendos propios de Duloc teñidos en negro.

Recordamos lo que hiciste por nosotros, así que incluso si aquí te consideran un monstruo, allá todavía piensan en ti como alguien valioso sir Shrek–, ofreció el mayor de ellos, –Meternos con las criaturas de cuentos de hadas iba a ser un problema en cuanto ya sabes quien se enterase, sino fuese por usted, nuestro reino se abría convertido en un blanco para ella–

Shrek no tenía ni la menor idea de eso último pues su único motivo para entrometerse fue recuperar lo que era suyo desde el comienzo, lo de Fiona en tanto fue pura buena suerte.

¿Me ayudarás incluso sabiendo que secuestré a una princesa?–, preguntó mordaz, –¿Si quiera sabes lo que pasará con ustedes si los descubren?, porque no será lindo–

Según sus amigos no se trató de eso–, intervino el más joven, –Dicen que hubo magia involucrada, que algo le sucedió a la princesa Fiona y que por eso ya no lo reconoce–

Su mente nublada por el pesar y la soledad reconstruyó los eventos previos a su encarcelación conforme sus ojos se ajustaban a la luz.

Pero han visto la evidencia, han escuchado lo que dijo la Hada Madrina–

Ambos hombres asintieron cabizbajos.

Así es sir Shrek–

Y también me imagino que ya no podré volver al pantano–, comentó el ogro, –No creo que me dejen irme así y nada más–

El mayor de los dos confirmó sus sospechas.

Estás personas son de todo menos descuidadas, si vuelve, lo estarán esperando–

El más joven en tanto produjo de entre sus cosas un morral de piel que procedió a abrir, enseñando a Shrek un rollo de pergamino, una capa enrollada, algunas piezas de pan, una botella y una bolsa con monedas.

En estos momentos su mejor opción es seguir la ruta que le tenemos preparada, si se marcha ahora mismo logrará salir del reino al amanecer y con ello, pondrá distancia suficiente como para alcanzar la costa y dejar el continente–

El ogro supuso que aquel era el fin, ya no podía hacer más por recuperar a Fiona y honestamente, no sabía si de verdad la quería de vuelta ahora que ella había cumplido su sueño.

Lo entiendo–, murmuró reticente, –Es para mejor–

Recibió el morral y agradeció a ambos hombres sin pedir sus nombres, pues si era apresado, no quería si quiera ofrecer la posibilidad de delatarlos.

Los tres caminaron por el corredor hasta la salida, subiendo por unas escaleras que daban a una compuerta bañada de luz de luna. El aire frío y fresco golpeó el rostro del ogro alejando así la esencia mustia del calabozo.

Desde donde estaban, Shrek pudo contemplar el letrero de Muy, Muy Lejano clavado en las colinas, cerca de donde se hallaba el castillo en el que de seguro Fiona y Encantador se encontraban.

Contra todo instinto de supervivencia comenzó a caminar en esa dirección, sintiendo su corazón palpitar más y más fuerte, alimentado por una ira que parecía jamás se acabaría.

No fue sino hasta que uno de los hombres lo detuvo que entró en razón.

Sir Shrek, ¿por qué lo hizo?–

¿Qué porqué hice qué?–, preguntó de manera brusca asustando a los dos tipos.

Díganos el motivo del secuestro por favor, ¿por qué se interpondría en el camino del verdadero amor?–, cuestionó el joven impaciente, –No tiene sentido, ¡nosotros sabemos que ustedes se amaban y ese tal "príncipe" salió de la nada y convenció a todo mundo de que todo lo que pasó con Lord Farquad fue un invento!–

Quieren convencernos de que fuimos engañados, pero nosotros conocemos la verdad–, añadió el viejo, –Fue por su magia, ¡todos lo sabemos!, pero nadie nos cree, nadie nos apoya salvo sus amigos–

El ogro se debatió entre arriesgarse una última vez o retirarse, y aunque su vida ya no tenía valor, la verdad es que no le veía en caso a seguir con esa charada. Encantador había ganado y Fiona tenía al hombre con el que siempre soñó, el rey y la reina ya no se avergonzarían de su hija y el reino entero se alegraría por ello, por tener de regreso a la princesa tal y como la habían imaginado.

Era el final de cuento de hadas que ella quería, un cuento en el cual no había espacio para ogros.

Ya no importa, será mejor que nos vayamos–

En la noche y sin retrasos marcharon lejos de Muy, Muy Lejano, adentrándose en los bosques para luego acercarse a una carretera solitaria en la cual, un cochero aguardaba impaciente.

En el trayecto descubrió que sus amigos se ocultaban en el castillo en el que Fiona fue encerrada por sus padres y que su hogar en el pantano era vigilado por agentes del Hada Madrina, más que nada por precaución, para que a nadie se le ocurriese buscar la formula o hechizo con el que un simple ogro se las arregló para encantar a una princesa y convencerla de abandonar su humanidad, aunque claro, todo aquello eran patrañas. El Hada Madrina sabía exactamente donde se hallaba el ogro al que tanto despreciaba y que eventualmente, moriría en aquel lugar debido al descuido de los guardias extinguiendo de esa manera cualquier posible amenaza a su pócima de "Y vivieron felices por siempre".

Shrek no podía sino sentirse asombrado y asqueado a la vez de que a alguien así se le permitiese moldear el destino de los reinos y que todo mundo lo ignorase, incluso si eso ya no era su problema ahora que volvía a ser parte de los parias.

Vivir feliz por siempre… Que estupidez, no puedo creer que la gente se crea esas cosas–

Los hombres lo ignoraron al escucharlo maldecir al príncipe, más que nada, por respeto.

El más anciano de los dos le dio un apretón de manos al despedirse.

El conductor de la carreta le dará más detalles, suerte sir Shrek–

Cuando llegue, deberá buscar una nave, cualquier nave y abordarla. Esa es su única esperanza de sobrevivir–, aconsejó el más joven, –Buena suerte sir Shrek–

Y sin mediar otra palabra se ocultó en la carreta, bajo el techo de fieltro marrón y entre la paja y las mercancías del hombre que lo conduciría a su siguiente destino, en todo momento pensando en Fiona, y que en cualquier instante despertaría nuevamente en el calabozo, del que jamás saldría.

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El grito encolerizado de hombres alistándose para la batalla trajo al ogro de regreso a la realidad apenas unos instantes de haber comenzado a narrar su historia, y sin siquiera poder pronunciar el nombre de la mujer por la cual estuvo cerca de morir fue que se encontró asimismo arriesgando el pellejo por otra a la que apenas conocía, tal y como si aquello de proteger a la realeza se tratase de un maldito cliché.

Haberla abandonado, o mejor aun, cumplir su trato con Hans hubiese sido sencillo. La promesa de suficientes fondos como para marcharse y elegir cualquier lugar que quisiera para vivir era más que tentadora, incluso con la parte de hacerse responsable de un miembro de la realeza.

Eso hubiese sido sencillo, dejar que alguien más cargase con la culpa, dejar de ser el enemigo y que alguien más tomase el papel de monstruo pero… A decir verdad, no quería que dañaran a esa pobre chica, Elsa no se merecía lo que esos hombres tenían en mente para alguien a quien ya consideraban culpable.

No se fiaba de que Hans se contentase con expulsarla del reino, alguien así de ambicioso no dejaría una variante de tal magnitud al azar y los asesinos a los que había traído hasta el palacio de hielo lo probaban.

–¡Ríndete monstruo!, ¡o te mataremos a ti también!–, ordenaron al verlo de pie frente a la joven reina, su hermana y Kristoff, sin cuestionarse lo que le estaban pidiendo.

¿Sobrevivir a un grupo de palurdos encolerizados?, pues eso había hecho desde siempre, así como había sobrevivido también a la tortura y el juicio falso en el cual se le acusó de suplantar al Príncipe Encantador mediante brujería, de haberse interpuesto entre la princesa Fiona y su destino, todo para vivir una fantasía en la cual, un ogro cambiaba su suerte, un ogro que al finalizar esa charada fue conducido a un calabozo en el que se le dejaría morir en el olvido, todo con tal de sepultar tan agrio episodio de la historia del reino.

Esperaban que Shrek se convirtiese en el villano del cuento de Fiona y Encantador, y en cierto sentido lo lograron, pero así con todo seguía vivo, no había fallecido por voluntad del Hada Madrina ni del rey ni de nadie.

El haber perecido por culpa de esas personas hubiese sido insoportable, algo así de patético lo hubiese acabado por la vergüenza en cualquier otra ocasión, pero en ese entonces, viendo a Fiona tomada de la mano con ese pomposo príncipe pues…

Pues ya no importaba, no tenía tiempo para pensar en esas cosas.

Aquello de felices por siempre, almas gemelas, completos desconocidos enamorándose apenas un instante de verse y el destino que los guiaba a través de todo peligro, toda tragedia posible hasta alcanzar aquel final feliz… Puras estupideces, solo de eso se trataba.

Lo único que realmente existía era la voluntad de vivir, algo que el calabozo estuvo a punto de arrebatarle pero a lo que Shrek jamás renunció del todo.

En su mente, como paginas de un libro, la historia de su matrimonio era reemplazada por escenarios cada vez más distantes, arrancadas una por una hasta hacerse irreconocibles de modo tal que al llegar al final, el libro ya no era el mismo, y en aquel cuento él ya no tendría lugar.

Suprimiendo las nauseas se preguntó si acaso viviría otro día para olvidar todavía más su anterior existencia, si su voluntad le serviría nuevamente teniendo todo en contra.

Dentro de sus planes no se hallaba volver a enfrentarse a un príncipe.

Su batalla fue en extremo corta, con Shrek escudando a Elsa y Kristoff haciendo lo mismo por Ana, manteniendo a los hombres Hans a raya a pura ferocidad hasta que un par de ellos probaron ser más listos que el resto.

En un abrir y cerrar de ojos fueron puestos nuevamente a la defensiva y sin muchas posibilidades de recuperarse.

De entre todos los hombres, solo Hans siguió atacando en cuanto la reina fue vencida.

Un trozo de hierro afilado y frío atravesaba el techo de cristal, en el lugar exacto en el que antes colgaba un delicado candelabro de hielo de intrincado diseño, ahora convertido en una pila de cristales rotos.

Abajo, el grupo de hombres contemplaba la pelea entre en príncipe y el ogro, uno bastante herido, el otro sin aliento, y en un rincón todavía inconsciente la responsable de la devastación que sufría Arendelle y blanco original de la enorme saeta que fue a dar al cielo de la recámara.

La segunda no tendría que haber fallado de no ser por la intervención del monstruo verde, quien apartando a la reina acabó por recibir el impacto en su lugar.

–Debe doler mucho–, escupió Hans, –He visto a una de esas cosas atravesar la carne de un oso como si fuese mantequilla, pero tú la aguantaste, por ella, por esa bruja–

El ogro no emitió sonido alguno, permaneciendo de pie y sosteniendo el peso de la saeta con una mano, su expresión seria, la mirada fija en su contrincante, ignorando por completo a los otros presentes a los que mantenía a distancia con su mera presencia.

–No me digas que también te tiene bajo su control–

Shrek no se dejó dominar por el dolor, y en su lugar, prefirió mantenerse sereno.

–No sé de lo que hablas, solo sé que no te dejaré hacerle daño, así que retirate niño bonito antes de que tenga que ponerte en tu lugar–

Sintiendo el peso del sable demorar sus movimientos, Hans optó por la lección que sus hermanos mayores le impartieron desde su más tierna infancia.

No necesitaba pelear por su cuenta, sino que liderar e imponerse, eso era lo que hacían los gobernantes, para eso tenían peones a su disposición.

–¿Príncipe?, ¿de qué se trata esto?–, mencionó uno de los soldados que lo seguían al notar que el príncipe ya no peleaba.

Hans se volteó para ver al hombre mientras que blandía el sable en dirección del ogro.

–La reina usó su magia para invocar a esa criatura y utilizarla en sus planes–, les dijo, –Ahora ya sabemos que fue ella la bruja que desencadenó este invierno, ¡la responsable de que su propio pueblo sufra!–

Los soldados y civiles voluntarios recobraron el valor y empuñaron firmemente sus armas, encolerizados por la aparente villanía de la reina y su menoscabo de la vida y bienestar de sus súbditos.

–Es un monstruo, ¡un demonio!–

–Debe ser exterminado–

–¡Hay que matarlo!–

Shrek se arrancó la saeta de hierro y gruñó por el dolor, su plan original de mantener a raya a esos idiotas hasta que Elsa despertase y pudiese calmarlos se había ido por el caño, Kristoff no podría interponerse sin descuidar a Anna y Anna estaba demasiado aterrada como para actuar luego de darse cuenta de que Hans no planeaba mostrar misericordia.

Dejando caer el proyectil cogió parte del candelabro destrozado, rugiendo al mismo tiempo que mandaba a volar a un par de valientes que se adelantaron a Hans.

–¡No avancen más!, la bestia está mal herida y es cuestión de tiempo para que sucumba. Lo mejor será rodearla, tomar a Elsa y marcharnos–

–¿Qué hay de esos dos?–, preguntó uno de los hombres señalando a los asesinos que habían sido enviados para acabar con Elsa y que ahora yacían inconscientes.

El príncipe no ocultó para nada el asco que le producían esos hombres, después de todo, esos tontos por poco arruinaron sus planes por seguirle la corriente al inútil que espantó a la reina en primer lugar complicando todos sus planes.

–Déjalos, quisieron asesinarla sin saber que la necesitamos con vida para contrarrestar su maldición. En lo que a mi respecta tienen lo que se merecen–, sentenció Hans.

Determinados, comenzaron a rodear a Shrek quien retrocedió y trató de coger a Elsa entre sus brazos, pero la herida que tenía era profunda, muy profunda y sus fuerzas flaqueaban segundo a segundo.

Simplemente eran demasiados en contra de muy pocos, el resultado de esa pelea se veía venir desde el inicio.

–¡Atrás!–, amenazó Shrek por última vez antes de dirigir su vista a Kristoff, quien comprendiendo la gravedad de la situación hizo lo único que le quedaba por hacer.

En cuanto Shrek levantó el candelabro y lo arrojó en contra de Hans, Kristoff cogió a Anna de la mano y la arrastró lejos de la pelea, del palacio de hielo y del posible lugar en el que su hermana mayor sería ajusticiada, todo esto sin que nadie se interpusiese, mal que mal, el príncipe usurpador estaba demasiado enfocado en la derrota y humillación del ogro como para prestar atención a lo que sucedía a su alrededor y los soldados a su disposición estaban más preocupados de que Shrek pudiese alcanzarlos.

Apenas un par de ellos consideraron dar casa al montañés y a la princesa antes de descartar la idea.

Ver el enfrentamiento entre el ogro y el príncipe era infinitamente más interesante.

–Te vas a desmayar monstruo, y luego morirás. Te congelarás en este salón por tu arrogancia, por tu estupidez, por pretender ser algo que no eres–

Shrek le sonrió al pomposo príncipe, enseñando sus dientes manchados de sangre.

–¿Pretender?, pero si es eso lo que haces niño bonito, te haces pasar por un príncipe cuando los dos sabemos que no eres otra cosa que un sucio embustero que acaba de arruinar sus propios planes–, sentenció el ogro irguiéndose a pesar del dolor.

Algo en la actitud de su enemigo instó a Hans a mostrar una pizca más de curiosidad, tan solo para entender que pobre maquinación le permitía al moribundo ogro seguir en pie.

–¿Y cómo estás tan seguro?, a mi me parece que ya gané–

–Porque la persona que tiene el poder de detenerte ya sabe quién eres en verdad–, explicó Shrek en tono burlón, –Y ahora que lo sabe nunca, jamás te permitirá convertirte en rey–

Le tomó demasiado a Hans darse cuenta de que Anna y su acompañante se habían marchado, de que la reina de Arendelle comenzaba despertar y de que el ogro, a pesar de estar malherido, no tenía intención alguna de rendirse.

En una maniobra de puro instinto dejó que su sable trazase sobre el pecho de Shrek una linea que pronto se tiñó de rojo, no sin antes recibir de parte del monstruo un solido puñetazo en medio del rostro.

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Elsa había visto a los hombres que la intentaron asesinar en medio del grupo que Hans lideraba, bien ocultos entre el resto pero no lo suficiente para que no se notasen sus intenciones.

Había tratado de impedir que la atacasen, mas, el disparo de la enorme ballesta la detuvo al ser todo su cuerpo sacudido por el estallido de uno de los candelabros el cual le hizo zumbar los oídos antes de que perdiese el conocimiento.

Al volver en si, descubrió que la tenían de rodillas y atada de manos mientras que a su lado, uno de los hombres de palacio la vigilaba con su pesada alabarda.

Estuvo a punto de interrogarle cuando notó el rastro de sangre que había alcanzado su vestido y la fuente de la que provenía.

–¡Shrek!–, exclamó poniéndose de pie para alcanzar al ogro.

Su nuevo amigo estaba hecho un desastre, rodeado de soldados uno de los cuales mantenía el taco de sus botas firmemente plantado en la nuca del ogro que parecía no respirar. La reina se puso de pie deprisa y antes de que pudiesen detenerla chocó por el costado al soldado aquel y se interpuso ante el resto.

–¡Apártense!–, ordenó enfurecida, sintiendo como la sangre se agolpaba en su cabeza.

Las nauseas amenazaban con derribar a la reina y sin embargo, su convicción la mantenía de pie, sus deseos de permanecer digna eran mayores que el temor que le provocaba el verse rodeada de sus nada felices súbditos.

Quizás era el enojo lo que hablaba, porque al dirigirse a ellos no se sintió del todo capaz de guardar la compostura, no sabiendo lo que le habían hecho al ogro, lo que le intentaron hacer a ella.

El que Anna no estuviese cerca empeoró mil veces las cosas,

–¡No les permito que le pongan un dedo encima!, soy su reina, la legitima heredera al trono de Arendelle y no tolerare sus actos–

Aquellas palabras que practicó miles de veces en su estudio preparándose para ejercer como gobernante no tuvieron el efecto que los tratados de Estado sugerían, ni la mención de su posición como gobernante amedrentó a esos hombres, de hecho, los hizo enojar más con la irresponsable mujer que estaba destruyendo todo lo que amaban.

En lugar de escucharla la dejaron hablando sola, haciendo espacio para que Hans se presentase ante ella.

–Debes liberarnos de tu maldición–, ordenó el príncipe de forma severa, –Ya suficiente es saber que practicas la brujería y que convives con monstruos, no empeores las cosas y soluciona el mal que has causado–

Elsa entrecerró los ojos y se enfrentó a Hans.

–No es una maldición, imbécil, es magia muy poderosa, y si no nos liberas te juro que la usaré en tu contra–

Hans no se molestó en contestar a tan burda provocación, al menos no lo haría frente a sus hombres porque luego tendría tiempo de demostrar a Elsa la educación que tanta falta le hacía.

Mientras tanto velaría por sus hombres porque eso era lo que un buen líder hacía.

–Príncipe, debemos ejecutar a la bestia–, sugirió uno de ellos listo para decapitar al ogro, –No podemos permitir que esta suciedad siga con vida–

Los otros replicaron gustosos ante aquello, a la idea de acabar con uno de los sirvientes de la bruja de hielo y así, debilitarla, mas, al sentir la súbita ráfaga de frío proveniente de Elsa, el príncipe descartó esa idea. En su estado emocional actual, arriesgaría desatar otra calamidad si es que le arrebataba la vida al ogro, pero si en cambio, se apoderaba de los dos, entonces Elsa tendría que cooperar.

–¿Quieres que viva?–, preguntó a la reina caída en desgracia antes de patear en la mejilla al ogro.

Elsa se mordió el interior de la mejilla hasta sangrar, ¿por qué no podía dejarla en paz?, ¿por qué tenían que insistir en seguirla?, se suponía que allí en su palacio estaría a salvo, sola, y que sería libre y en lugar de aquello estaba rodeada de animales que amenazaban su vida, la vida de su hermana y la del único amigo que había hecho en casi veinte años.

¡No era justo!, no lo era. Se suponía que estaría por su cuenta, que con Shrek, Olaf, Anna y el amiguito de Anna podría ser ella misma sin tener que preocuparse de un reino que le temía y de cancilleres, duques y consejeros que la odiaban.

La tormenta que la aquejaba fue silenciosa, nadie la escuchó gritar, nadie la escuchó llorar y a pesar de ello, en su rostro la devastación fue evidente, al menos por un instante, el tiempo suficiente como para alcanzar una conclusión al darse cuenta de que la hoja de una espada estaba demasiado cerca, y que era posible que no reaccionase a tiempo para detenerla si es que Hans elegía cumplir con sus amenazas.

–¿Cómo esperas que confíe en ti?–, preguntó la reina en un hilo de voz, –¿Cómo sé que no lo matarás ni a mi?–

–No estás en posición de negociar, Elsa. Yo que tú me apresuraría a decidir, tu monstruo se queda sin tiempo –

La indignidad por la que tuvo que pasar ese día no sería olvidada pronto, ni por Hans ni por los hombres que la rodeaban.

Elsa se aseguraría de recordar sus rostros y sus nombres, los memorizaría todos y un día…

–Está bien, iré con ustedes pero tienen que dejar que Shrek venga conmigo–

Un día, les mostraría el error de traicionar a una reina.

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Corrieron escaleras abajo saltando sobre el guardián de hielo que recogía sus piernas e intentaba torpemente unirlas al resto de su cuerpo, más abajo de los peldaños destrozados y las carretas de los hombres que acompañaban al príncipe, a las cuales Kristoff aprovechó de vandalizar para luego encontrar a Sven ocultándose con Olaf y su propia carreta.

–Tenemos que apresurarnos, debemos marcharnos antes que Hans y sus hombres nos sorprendan–, anunció Kristoff cogiendo a Anna de la cintura para subirla a la carreta.

Tomando las riendas, se hizo paso entre la nieve no sin antes coger desde los árboles unas cuantas ramas que pidió a Anna que atase.

La princesa no lo escuchó, estaba completamente congelada en el momento, su mente atrapada en el instante en que Hans se rebeló como un traidor frente a esos hombres atacaron a su hermana.

–Anna, ¿me escuchas?, ¡Anna!–

–Todo este tiempo… Todo este tiempo me mintió, me usó contra Elsa–, contestó la pelirroja acongojada.

–Anna, tenemos que permanecer en movimiento. Ahora mismo es muy peligroso el quedarse en un solo lugar así que por favor–, explicó Kristoff, –Por lo que más quieras, necesito que te concentres–

–Claro, lo entiendo–, dijo Anna al fin, enfocando sus verdes ojos en la tarea presente.

Atando ramas y varas entre si y a la carreta, produjo un rastrillo que procedió a arrojar hacia atrás el cual borraría las marcas que Sven y las ruedas dejaban, eso aunado al corto trabajo de destrucción de Kristoff sobre el transporte de la gente de Hans les daría algo más de tiempo para pensar en una solución y rescatar a su hermana.

Pensar en lo que Elsa estaría sufriendo a solas a manos de ese mentiroso le hacía hervir la sangre, de hecho, quería ir de regreso al palacio de hielo y decirle al tal príncipe exactamente lo que pensaba de su persona, mas, no era ni tan inmadura ni tan idiota como para esperar que eso fuese a resultar, no sabiendo que el tipo y sus secuaces estaban dispuestos a atacar primero y preguntar después.

Y pensar que apenas un día antes se había imaginado enamorada y feliz junto a ese sujeto.

–¿Qué pasó con tu cabello?–, preguntó Kristoff al notar lo callada que estaba Anna.

La pelirroja se mostró confundida antes de recoger una hebra que se había teñido de blanco.

–No tengo ni la menor idea, por algún motivo…–

Entrecerrando los ojos, Anna luchó contra la fatiga que súbitamente la invadió.

–¿Anna?–

Había algo que no recordaba, algo importante, ¿pero qué?.

Estaba relacionado con Elsa, con algo que había hecho, algo que se suponía no debía saber.

–¿He?, no es nada, creo. Es solo que tengo frío–, replicó la pelirroja con una sonrisa fingida, –¿Quizás fue por la tensión?, he estado muy tensa estos últimos días, muy emocionada y todo eso por lo de la coronación, y ahora Elsa ya no quiere ser reina y todo mundo parece temerle menos ese tipo verde con el que coquetea todo el tiempo, y mi supuesto príncipe encantador resultó ser un fraude que quiere derrocar a la corona, tomar el poder y ejecutar a mi hermana, eso sin contar que los únicos que me apoyan son tú y Sven–

Anna estaba perdiendo la compostura de manera alarmante, pero no por ello dejaba de tener razón. Estaban en clara desventaja frente a los seguidores del tal príncipe ese y de cualquier persona del reino que decidiese que no solo Elsa era un problema, sino cualquiera que se involucrase con ella. Siendo ese el caso, Kristoff se vio en la obligación de recurrir a los únicos que podrían ayudar.

Además, quería preguntar sobre ese mechón blanco en Anna, algo sobre el súbito cambio de color en el cabello de la princesa le preocupó profundamente.

–Debemos pedir ayuda, iremos con los trolls de piedra y luego pensaremos en un plan para salvar a la reina–

Sin mediar más palabras, Anna se acurrucó junto a Kristoff, cerró los ojos e intentó descansar.

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Por años se las arregló para controlar sus poderes, para manejar la frustración y el cansancio al punto en que incluso las demostraciones normales de emociones se volvieron algo ajeno a ella, fáciles de sepultar tras su rol como princesa heredera a la corona.

En su vida, rodeada de libros, tutores y estadistas, no había espacio para juegos ni distracciones. Sus obligaciones y las exigencias propias de su nombre y sangre iban antes que sus caprichos e incluso los de su hermana, a quien por haber nacido después se le permitiría crecer como a cualquier otra chica, algo de lo que Elsa tuvo una probada siendo pequeña para luego perderlo tras su accidente y la consecuente desaparición de sus padres.

Elsa no envidiaba a Anna por eso, pero sí resentía el carecer de la misma libertad, el estar atada a poderes que excedían su conocimiento y que la convertían en un riesgo para cualquiera que se involucrase demasiado con ella.

Primero había sucedido con Anna cuando casi me arrebata la vida por un juego, y ahora, le tocaría al pobre Shrek por protegerla.

–Por favor tengan más cuidado–, pidió con enfado a los hombres que encadenaron al ogro para luego arrojarlo sobre una carreta.

Aquellos sujetos hicieron caso omiso de la petición de la reina, mal que mal, ¿qué otra cosa merecía la bestia que servía a la bruja?. No tenían tiempo para entretener las estupideces de la pequeña tirana, no con lo que ese asqueroso montañés había hecho con el transporte y que los demoró más de la cuenta a la hora de volver al reino.

El arreglo no fue perfecto por lo que parte del grupo se vería obligado a caminar en la nieve mientras que la bestia y la reina compartían el mismo espacio.

–Les pedí que tuviesen más cuidado, ¿qué acaso no oyen?–

Ya fastidiados de escuchar sus demandas, uno de ellos hizo entonces lo impensable y con el pomo de su espada golpeó a la reina en el vientre.

La reacción fue instantánea para Elsa que se encontró de un momento a otro con la frente apoyada sobre la paja sin saber que hacer. Entre Hans impartiendo el orden entre sus filas, el tipo que la agredió siendo retenido por sus compañeros, algunos de ellos riendo y la bilis agolpándose en su boca y escapando de entre sus labios cayó en cuenta terrible que eran sus circunstancias. Conforme el dolor se manifestaba en oleadas y las arcadas le robaban el aliento sintió un peso sobre uno de sus muslos, y vio entonces en medio de las lagrimas una mano verde brindándole fuerza.

Fue entonces que alguien la sujetó del mentón y la obligó a alzar el rostro, encontrándose con el terrible príncipe que había subido a la montaña a subyugarla.

Su cara entera estaba hinchada y amoratada por el puñetazo que Shrek le dio, siendo parte del motivo de la demora en partir que no podían despertarlo. De hecho, a Elsa le constaba que Hans todavía estaba débil y avergonzado por haber sido derribado de esa forma.

El saber que el príncipe era tan débil como cualquier otro hombre reconfortó a la reina, mas, su alivio fue corto.

Detrás de él y alrededor de ella, los mismos hombres que habían jurado protegerla se mostraban hostiles, y los aldeanos a los que ella serviría se veían asqueados de estar en su presencia.

La debilidad de Hans no les preocupaba, ni su indolencia o duplicidad.

–La reina es una bruja peligrosa, no solo controla el hielo sino que también a este monstruo–, dijo el príncipe a sus hombres, luchando por escupir las palabras a través de sus arruinados labios.

–¡Hagan lo que hagan no bajen la guardia y mantengan siempre la distancia!–

Elsa buscó de un extremo a otro esperando que alguien, cualquiera, se rehusase a seguir las ordenes de ese embustero, pero en lugar de comprensión halló temor y revulsión como nunca antes hubiese imaginado.

Con las mejillas rojas y la comisura de los labios manchada por el reflujo les recordó que ella era la reina de Arendelle, y que no se merecía ese trato indigno, pues nunca maltrató a nadie ni fue injusta, ni abusó de su poder y rango.

Les recordó que desde el inicio intentó ser como sus padres, que había sacrificado su infancia y juventud con tal de convertirse en alguien que se mereciese ser su reina.

Los hombres en tanto se vieron el uno al otro y murmuraron en secreto de Elsa, que intentando recapturar su atención se irguió sobre sus rodillas invocando todo su porte real, apelando a la compasión de esas mismas personas que debían de conocerla mejor.

Mas, ninguno de ellos se sintió conmovido por la torpe reina que estaba arruinando sus vidas, no experimentaron compasión alguna por alguien tan inútil y egoísta, de hecho, era tal el desprecio que los invadía debido a esa terrible noche de ventisca y nieve que no tuvieron otra reacción salvo por reírse de ella, de la terrible bruja de hielo, la reina distante encerrada en su lindo palacio, ahora reducida a una prisionera cualquiera y destinada a padecer como toda otra persona.

Y fue entonces que empezaron con los insultos, diciéndole exactamente lo que era y para lo que servía.

–¡Novia del ogro!, ¡novia del ogro!–

Avergonzada, se inclinó junto a Shrek y cerro los ojos para que no la vieran llorar, y para que no supieran sobre la terrible venganza que les deparaba.

Conforme las risas y cantos seguían, cantos de borracho, cantos de ira, Elsa consideró usar su magia y convertir a todos y cada uno de esos traidores en una estatua de hielo, pero no quería arriesgar más a Shrek, no después de todo lo que hizo por ella.

Concentrate en salir con vida, eso es todo lo que importa ahora–, se dijo a si misma, –Cuando todo esto acabe tomaré a mi hermana, a mi ogro y acabaré con todos estos bastardos, ninguno de ellos se escapará de mi, ninguno de ellos…–

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En un claro de bosque, rodeado de su tribu, un anciano troll de piedra contemplaba pasado y futuro, maravillado ante el cambio de circunstancias tan peculiar dentro de aquel reino de los humanos.

–… Me pregunto–, anunció en un suspiro, –Si acaso todavía hay esperanza para ellos–

Desvaneciendo las ilusiones manifestadas por la magia ordenó a los presentes prepararse para la llegada del humano que era parte de ellos y al que tendrían que aconsejar. La princesita nuevamente necesitaría de su ayuda y la reina tendría que aprender a controlar sus poderes si es que planeaba hacer algo con ellos más allá de la destrucción, y en cuanto al ogro pues… Algo tendrían que hacer con él.

–Interesante, muy interesante. Que magia más fascinante y terrible es la que maldijo a ese pobre ogro–

Casi podía sentir en el aire, en el viento, las fracturas manifestándose entre un plano y el otro, como un ser de inmenso poder había marcado al monstruo aquel condenándole al olvido.

Ciertamente algo a considerar para cuando tratase nuevamente con Anna y Elsa y Kristoff.

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