Al día siguiente después de su impactante conversación con Pansy Parkinson, Hermione se encontraba en el Gran Comedor con Harry y Ron. Por desgracia, no había tenido mucho tiempo para reflexionar sobre las palabras dichas por la Slytherin puesto que tenía un problema más urgente que atender:el dichoso libro de pociones de Harry.
—...¡y entonces se produjo otro destello y volví a aterrizar en la cama! —exclamó Ron.
Le estaban explicando un hechizo que Harry había usado accidentalmente con Ron, donde éste había quedado suspendido en el aire. Hermione estaba comenzando a enfadarse, no había que ser muy intuitivo para adivinar de dónde había salido ese hechizo.
—¿No sería ese hechizo, por casualidad, otro de los de ese libro de pociones? —le preguntó a Harry, que frunció el ceño.
—Siempre piensas lo peor, ¿eh?
—¿Lo era?—preguntó con insistencia Hermione, a quien se le estaba agotando la paciencia.
—Bueno... Sí, lo era, ¿y qué?—Hermione golpeó la mesa con asombro y negó con la cabeza ante la estupidez que había hecho su mejor amigo.
—¿Estás diciéndome que decidiste probar un conjuro desconocido que encontraste escrito a mano y ver qué pasaba?—preguntó con incredulidad.
—¿Por qué importa tanto que estuviera escrito a mano?—replicó Harry molesto.
—Porque seguramente no está aprobado por el Ministerio de Magia—contestó Hermione—. Y también porque estoy empezando a pensar que ese príncipe no era de fiar.
—¡Fue una broma!—contestó Ron incrédulo.
A partir de ahí la conversación derivó en otros temas. Ginny llegó para entregar a Harry la próxima cita para sus clases particulares y, después de que se fuera, se prepararon para su primera excursión del año a Hogsmeade. Entre lo tedioso que fueron los cacheos de Filch para detectar artefactos tenebrosos y la pelea que tuvo Harry con Mundungus Fletcher al poco de llegar al pueblo, Hermione acabó agotada ya de buena mañana. Entraron a Las Tres Escobas y, después de tranquilizar a Harry tras la pelea, Hermione le sugirió a los chicos que regresaran a Hogwarts mientras ella iba a La Casa de las Plumas. Al salir del local se dirigió a la tienda a comprar recambios para sus plumas luchando contra el frío que comenzaba a hacer. Mientras caminaba hacia su destino pasó por Modas Tiros Largos y se detuvo en el escaparate para ver los abrigos en oferta. Hermione pensó que sería buena idea comprar algún jerséi o chaqueta ahora que comenzaba el otoño, así que entró en la tienda. Ojeó las prendas de invierno y cogió un par que le habían llamado la atención, dos jerséis de color marrón y rojo sin ningún tipo de detalle. Cosas básicas buscaba para ella.
Pasó por la sección de vestidos y trajes de galas, la cual ignoró deliberadamente. Ella no utilizaría ningún vestido elegante pronto, no tenía ningún evento al que acudir exceptuando las cenas organizadas por el profesor Slughorn. Aún así, se detuvo al ver un precioso vestido blanco con lentejuelas, sin mangas y con la espalda descubierta. Mientras lo observaba se escuchó por detrás de ella el sonido de una cortina corriéndose, aunque no le prestó importancia. Tocó el vestido, que tenía un tacto exquisito, y fantaseó con la imagen de ella luciendo la prenda en un acto de gala.
—No sabía que te interesaba la moda.
La voz sonó detrás de ella, asustando a Hermione, que dio un respingo y se dio la vuelta para encarar a la persona misteriosa. Pansy Parkinson se encontraba frente a ella, luciendo un vestido rojo carmesí que se ceñía a las curvas de su cuerpo. Le quedaba perfecto, pensó Hermione con una mezcla de envidia y admiración.
—Y no me interesa, solo necesito un par de jerséis nuevos.
Se sentía nerviosa, como si la hubieran pillado in fraganti haciendo una cosa que no debía. Los ojos de Pansy Parkinson recorrieron su figura, pasando por su rostro hasta su chaqueta tipo Bomber y vaqueros, deteniéndose en los jerséis que llevaba colgados en el brazo. Sin inmutarse, Parkinson tocó las prendas de ropa que había elegido, analizándolas.
—Eres una sosa—soltó de pronto la Slytherin. Hermione ni se preocupó en rebatir porque sabía que tenía razón.—¿No puedes buscar otras cosas que sean más bonitas?—preguntó Parkinson, mirando los jerséis como si los estuviera juzgando. Apartó su mirada de las prendas que llevaba Hermione y miró el vestido que había detrás de ella.—Eso sí es una prenda bonita. Aparta.
Parkinson empujó a Hermione del vestido y cogió el perchero de donde colgaba la prenda. Lo examinó con detenimiento y, sin que se lo esperara, lo acercó hacia el cuerpo de Hermione para ver si le quedaría bien a su cuerpo.
—Este vestido sí te haría justicia. Y esos jerséis déjalos, son demasiado feos. ¡Señora Edevane!—ante la estupefacción de Hermione, Parkinson llamó a la encargada de la tienda, que vino enseguida. La chica de Slytherin le pidió que se llevara los jerséis a su lugar de origen con una sonrisa encantadora aunque, a los ojos de Hermione, podía verse que era falsa. Ella sabía a la perfección que a las mujeres sangre pura como Parkinson las educaban para ser falsamente educadas. Cuando se marchó la encargada, Parkinson se giró a mirarla, ya sin el rastro de sonrisa en sus labios.—Pruébate ese vestido.
Hermione se encontraba azorada. Solamente había querido fantasear con el vestido que le había parecido precioso, no tenía intenciones de probárselo y mucho menos comprarlo, pero ahora se sentía en un compromiso. No sabía cómo decirle que no a Parkinson, que se veía tan decidida y segura de sí misma. Además, pensó con amargura, seguramente el vestido no le quedaría bien y haría el ridículo, siendo peor la situación porque Parkinson podía reírse de ella.
—Vamos, ¿a qué estás esperando? Póntelo.
—No quiero—contestó aprensiva Hermione. Ante la mirada de dureza de la Slytherin se sintió obligada a dar explicaciones.—No me quedará bien.
Parkinson resopló con burla y negó con la cabeza. Sin decir palabra, le dio el vestido para que lo sujetara, se giró y fue hacia el espejo más próximo que había para mirarse. Desde atrás, Hermione pudo ver que el vestido también se le acoplaba en todo el cuerpo, resaltando sus caderas anchas y las curvas de su trasero. Como antes, sentía una ligera envidia y admiración del cuerpo tan bonito que tenía su enemiga. Ahora podía ver porqué Pansy Parkinson era tan popular entre el cuerpo estudiantil masculino.
—La autoestima siempre tiene que estar arriba, Granger—dijo de pronto Parkinson mientras se retocaba su cabello corto.—No vale la pena perder el tiempo con los miedos y las dudas sobre qué pensarán los demás o cómo me quedará la ropa.
Hermione no supo qué contestar ante esto. Tenía toda la razón pero esas simples palabras no le quitaban las inseguridades que tenía.
Parkinson se volvió y caminó hasta ella, cogiendo de nuevo el vestido, que llevó hasta el probador más próximo, donde lo colgó en el perchero.
—Pruébatelo y verás que te sentirás una mujer de verdad cuando lo lleves puesto.
Hermione suspiró derrotada. A este paso parecía que la Slytherin no se iba a rendir. Caminó hasta los probadores y cerró la cortina tras de ella. Poco a poco, comenzó a quitarse las prendas de ropa:primero la camiseta, seguido del sostén, luego los pantalones y, finalmente, sus zapatos. Miró el precioso vestido y, seguidamente, su reflejo en el espejo. No pudo evitar notar las pequeñas imperfecciones que veía, como su estómago, que no era plano, o las estrías que le salieron en las caderas cuando se desarrolló durante la pubertad. Con pesadumbre se puso el vestido y, al mirarse en el espejo, le dio rabia que Parkinson tuviera razón. Se veía preciosa, el vestido le quedaba perfecto. Se ajustaba a sus caderas a la perfección y por detrás el vestido también le hacía lucir increíble. La voz de Parkinson sonó tras la cortina, instándole a salir para que pudiera verla. Corrió la cortina y al hacerlo vio como el rostro de Parkinson pasaba de indiferencia pura a una de sorpresa.
—Bueno, no te queda nada mal. Ves como siempre tengo la razón.
—No seas tan presumida—contestó Hermione, sin poder esconder su sonrisa de satisfacción.
—Solo soy honesta.
Hermione seguía mirando en el espejo cómo le quedaba el vestido. Le encantaba.
—Pero no lo voy a poder usar—dijo de pronto. Ese era el motivo principal por el cual no había mirado la sección de los vestidos de gala, no iba a usarlos nunca.
—¿Cómo que no? Nunca sabes cuándo vas a tener un acto de gala. No digas tonterías, Granger, todas necesitamos un vestido de gala de emergencia—Hermione sonrió aún más ante las palabras de Parkinson. Si no la conociera mejor casi pensaría que estaba bromeando.
—Me temo que voy a tener que dejarlo. No lo usaré nunca.
—Granger…—Parkinson se sujetó el puente de la nariz con hastío. La miró seriamente, colocando sus manos en sus caderas. El recuerdo de la señora Weasley cruzó por la mente de Hermione.—Se supone que eres inteligente, si te queda bien cómpralo y ya.
—Pero es que…
—Ni peros ni peras. Cómpralo y ya está. No hagas tanto drama por un simple vestido.
Pensó seriamente en si comprarlo. Aunque no se tomara muy en serio los comentarios de la Slytherin en una cosa sí había acertado y era que nunca se sabía si podía tener una fiesta o acto de gala, como ocurrió en su cuarto año. Quizá tuviera alguna cena especial en el club de Slughorn y necesitase el vestido. Hermione miró a Parkinson a los ojos y asintió.
—Me lo compro—una sonrisa ladeada apareció en los labios de la Slytherin.
—Sabía que lo harías. Nadie rechaza mis consejos de moda—caminó hasta el probador que estaba al lado del de Hermione y corrió las cortinas.—Yo creo que este vestido no me lo quedo, ya tengo suficientes y el rojo no me pega mucho—mientras se desvestía, Hermione pensó en lo equivocada que estaba Parkinson. Ese color rojo carmesí le quedaba perfecto, aunque no quisiera admitirlo en voz alta.—Un vestido como este le quedaría mejor a alguien con la piel más oscura, como a las Patil. A Padma en especial le quedaría perfecto.
—Yo creo que te quedaba muy bien el vestido—dijo Hermione mientras colocaba el vestido en el perchero.—No te he dado las gracias.
—¿Por qué me las darías?—preguntó con confusión Parkinson. Se notaba que la chica iba a toda prisa cambiándose de ropa, se notaba en los sonidos que venían de su probador.
—Si no hubiera sido por ti no habría escogido este vestido.
—Tonterías—contestó escuetamente Parkinson.
Ya no hablaron más. En silencio se vistieron las dos y salieron casi a la vez del probador. Parkinson llevaba una chaqueta de piel blanca con una camisa rosa debajo y una falda también blanca. Se miraron fijamente a los ojos sin saber qué decir. A Hermione le había estado carcomiendo por dentro una pregunta desde el momento en que ambas habían comenzado a hablar.
—¿Por qué me estás ayudando?—preguntó Hermione con confusión.—A elegir ropa, no es algo en lo que mucha gente decida ayudar.
Parkinson pareció sorprendida ante la pregunta. Se mantuvo callada durante unos segundos, donde se podía ver que una mezcla de sentimientos pasaban por su cabeza, desde la confusión hasta la concentración. Finalmente, al cabo de unos cuantos segundos contestó mordazmente.
—Odio ver a la gente vistiendo mal y tú, Granger, eres la peor de Hogwarts vistiendo.
—Siempre tan sincera—contestó Hermione con ironía.
La encargada de la tienda apareció tras ellas y les preguntó si deseaban algo más. Ambas contestaron que no. Mágicamente, la señora Edevane hizo levitar el vestido descartado de Parkinson a su lugar correspondiente y el suyo propio hacia el mostrador donde pagar. Ambas chicas se dirigieron hacia la caja registradora mientras la señora Edevane metía con delicadeza el vestido en una caja.
—Y pensar que te ibas a ir de aquí con esos jerséis tan feos—comentó casualmente Parkinson.
—No eran feos, solamente un poco básicos—trató de defenderse Hermione, aunque sabía que Parkinson tenía razón.
—Por favor, Granger, hasta el elfo doméstico ese loco que hay en Hogwarts tiene mejor estilo que tú.
—¿Dobby?¿Te refieres a Dobby?¿Lo conoces?
—¡Quién no lo conoce! La primera vez que lo vi limpiando la Sala Común de Slytherin casi me mata del susto al ver la combinación de su gorro de lana rosa con unos calcetines amarillo chillón—comentó con desdén Parkinson.
—Ese gorro de lana seguramente sea uno de los que hice yo—dijo por lo bajo Hermione. Pansy Parkinson se giró a verla extrañada.
—Ahora entiendo muchas cosas.
Hermione prefirió no preguntarle a qué se refería. Pagó los siete galeones y quince knuts que costaba el vestido y ambas salieron de la tienda juntas. Parkinson le dirigió una última mirada antes de proceder a caminar hacia Las Tres Escobas. Hermione, por otro lado, emprendió su camino a Hogwarts sin pasar por La Casa de las Plumas porque se había quedado sin dinero extra. Cuando finalmente llegó a Hogwarts se encontró en la Sala Común a Harry y Ron con los rostros compungidos, quienes rápidamente le comenzaron a explicar que Katie Bell había sido maldecida por una maldición imperius y un objeto maldito. Se sintió ligeramente culpable por no haber estado allí y ayudar, pero cuando subió a su dormitorio para dejar el precioso vestido pensó que el día de hoy había valido la pena.
