RbBlack: jajaja perdón! Su encuentro con las Veelas era importante para la trama! jaja

mariapotter2002: muchas gracias!

SamanthaBenitez: gracias a ti por leer y comentar

Nena Taisho: sí, tenéis que tener paciencia conmigo

Alex: gracias! me alegro de que te gustara :)

AyelenMara: gracias! Actualizo cuando puedo, no tengo tiempo para hacerlo más rápido


Hemos llegado al capítulo que todos (yo incluida) estábamos esperando. Es un poquito más largo de lo normal, aunque no creo que nadie se queje.

¡Disfrutadlo!

*Aviso: mención de sangre*


Capítulo Treinta y Siete

Luna llena


Hermione miró de reojo el enorme reloj que colgaba de la pared y tragó saliva al volver a encontrarse con la mirada penetrante de Draco.

Estaba sentado al otro lado de la mesa y la observaba con rostro serio. Ambos habían charlado tranquilamente durante la cena, evitando mencionar lo que iba a ocurrir poco después.

Pero la conversación se había torcido en cuanto los nervios tomaron el control de su cuerpo.

Hermione se aclaró la garganta con sus dedos alrededor de la copa de vino blanco. Nunca había probado uno tan delicioso.

—La luna llena sale en cinco minutos.

La expressión de Draco no cambió, aunque sus ojos grises se entrecerraron.

—Estás asustada.

Ella se mordió el labio inferior, deseando que los traicioneros latidos de su corazón no la delataran. Terminó lo que le quedaba de vino y Draco suspiró, desviando la mirada hacia la ventana.

—No tienes que hacerlo, Granger.

—Quiero hacerlo —aseguró ella, aclarándose la garganta otra vez cuando la voz le tembló. —Me da miedo lo desconocido y esto no es algo que salga en los libros —añadió en un susurro.

Él resopló, poniendo los ojos en blanco.

—Quién necesita libros teniendo a Pansy.

—¿Qué?

—Nada —Draco se puso de pie, deteniéndose a su lado. —¿Quieres ver la casa?

Hermione asintió, aceptando la mano que él le estaba ofreciendo y siguiéndolo por los pasillos de la villa italiana. Dejó salir un suspiro lleno de tensión, intentando relajarse para que Draco no volviera a creer que tenía dudas.

Tal como había sospechado, en la parte trasera había una cascada natural que alimentaba un pequeño lago donde vivían cientos de criaturas, desde peces hasta grindylows.

Los viñedos se extendían hasta donde alcanzaba la vista y la bodega del sótano estaba llena de vinos que tenían más de cien años.

La cara de Hermione perdió el color al descubrir que lo que había bebido valía más que lo que le pagaba el Ministerio cada mes. Draco se rio al ver su expresión, prometiendo regalarle todas las botellas de esa cosecha.

El resto de la casa estaba decorada siguiendo la misma línea moderna de la Mansión Malfoy, aunque no era tan extravagante. Tan solo tenía dos plantas y Hermione estaba segura de que sería capaz de recordar dónde estaba cada habitación al día siguiente, especialmente esa pequeña biblioteca circular en la que estaba deseando sentarse y probar su hechizo traductor.

Draco soltó su mano al llegar a la última puerta de la segunda planta y apretó los puños.

—Esta es mi habitación.

Su corazón se saltó un latido. Hermione asintió, retorciéndose los dedos. Atravesó el umbral en cuanto Draco abrió la puerta y sonrió al ver lo mucho que se parecía a su cuarto de la Mansión Malfoy. Tonos blancos y muebles de madera, una chimenea de piedra y una enorme bandera de Slytherin colgada en una de las paredes.

Draco avanzó hacia el banco donde estaban sus dos maletas, abriendo la suya. Decenas de bolsillos se desplegaron y él metió la mano en el más grande, sacando una botellita de cristal y volviendo al lado de Hermione.

—He traído esto para ti —comentó, dejándola en la palma de su mano.

Hermione observó el líquido incoloro que se movía dentro con el ceño fruncido.

—¿Qué es?

Él apartó la mirada y se rascó la nuca.

—Una poción que hago para Pansy.

Hermione levantó la vista, fijándose en el pequeño sonrojo que se estaba extendiendo por las mejillas de Draco.

—¿Es una poción anticonceptiva? —preguntó, apretando la botella entre sus dedos.

Él asintió, con su mirada todavía fija en el único balcón de la habitación.

—He mejorado la fórmula y no hay que tomarla a diario —murmuró, metiendo las manos en sus bolsillos. —Con una vez cada cuatro semanas es suficiente.

—Draco, eso es increíble —Hermione destapó el pequeño frasco y se bebió el contenido en tres tragos. —Venderás miles de dosis en tu nueva tienda.

Nunca había probado las pociones anticonceptivas que vendían en el Callejón Diagon pero Ginny aseguraba que sabían a rayos. La de Draco tenía un sabor dulzón que era muy agradable.

Él resopló, escondiendo su sonrojo tras su flequillo.

—Si tú lo dices.

Volvió a mirarla y le dedicó una pequeña sonrisa.

—Relájate —besó su frente y dio un paso atrás. —Voy a darme una... una ducha.

Hermione dejó el frasco vacío sobre el escritorio y apretó los labios.

—Supongo que yo también debería ducharme.

—Bien.

Draco abrió la puerta del cuarto y ella arrugó el entrecejo, confundida.

—¿Dónde vas?

—Tú puedes usar el mío —respondió él, señalando con un dedo la segunda puerta que había en su cuarto. —Hay otro baño al final del pasillo.

Hermione entrelazó las manos delante de su cuerpo, apretándolas antes de hablar.

—Puedes... puedes ducharte conmigo, si quieres.

La garganta de Draco se movió cuando tragó saliva.

—Hoy no —sacudió la cabeza y salió al pasillo. —Necesito estar un momento solo.

Ella suspiró.

—Vale —Hermione se acercó a su maleta y la abrió. —No tardes.

Draco la miró de arriba a abajo mientras una sonrisa torcida se extendía por su rostro.

—Seré rápido.

Desapareció sin decir nada más, dejando a Hermione sola por primera vez desde que habían llegado a la villa de su familia.

Ella sacó el camisón que había comprado con Ginny unos días antes, ruborizándose al volver a verlo.

Su amiga le había asegurado que Draco se quedaría sin aliento si se lo ponía, pero ella tenía dudas de que algo tan fino y transparente le quedaba bien.

Con un último suspiro abrió la puerta del baño y se encerró dentro.


Tras una ducha más larga de lo normal Draco regresó a su habitación algo más relajado, envuelto en un albornoz de color azul oscuro.

Pensar en Granger y en lo que iban a hacer juntos le provocaba un nudo muy doloroso en el estómago.

Frunció el ceño al no verla sentada en la cama y recorrió el cuarto con la mirada, jadeando cuando la encontró.

Hermione estaba asomada al balcón, apoyada en la baranda de mármol con sus rizos ondeando suavemente tras su espalda. La luz de la luna caía sobre ella y entraba en la habitación, repartiendo destellos plateados por las paredes.

Y su cuerpo estaba cubierto con una tela negra que no llegaba a sus rodillas y dejaba muy poco a la imaginación.

Draco sacó la última poción energizante que le quedaba de su maleta y se la bebió de golpe mientras la observaba. Todavía le costaba creer que ella realmente estuviera ahí y que no fuera un sueño cruel inducido por los dementores.

—Joder —siseó, apoyando el hombro contra uno de los postes de la cama. —¿Estás intentando matarme, Granger?

Ella se giró con expresión sorprendida y enrojeció al ver que no le quitaba los ojos de encima. Draco respiró profundamente y soltó el aire muy despacio, extendiendo una mano en su dirección.

Hermione no tardó en llegar a su lado, entrelazando sus dedos con los suyos. Aún podía sentir que estaba muy nerviosa, igual que él.

La rodeó con sus brazos, apretándola contra su pecho y hundiendo la nariz en sus rizos.

—Tranquila —susurró en su oreja. —Tenemos toda la noche.

Hermione se apartó, levantando la barbilla para mirarlo a los ojos.

—Bésame.

Draco obedeció, separando sus labios y mordiendo suavemente el suyo mientras la besaba. La chispa que sentía cada vez que sus labios hacían contacto recorrió todo su cuerpo y la apretó contra él con más fuerza, gruñendo cuando sus manos subieron hasta su cuello y ella enredó los dedos en su pelo.

Besar a Granger era fácil y podría hacerlo durante horas sin hartarse. Poco a poco los latidos de su corazón se calmaron, dejando que sus pensamientos volvieran a la parte central de su mente.

Draco rompió el beso al recordar lo que debería haber hecho mucho antes de ese momento. Juntó sus frentes y cerró los ojos, haciendo una mueca.

—Joder.

Los dedos de Hermione siguieron acariciando sus mechones rubios mientras ambos recuperaban el aliento.

—¿Qué te pasa?

Draco tragó saliva.

«Mierda, mierda, mierda.»

Sujetó una de sus manos y la llevó hasta el borde de la cama, haciendo que se sentara sobre el colchón.

—Hay algo que quiero decirte —confesó en voz baja, apretando la mandíbula. —Lo he intentado varias veces, pero soy un cobarde y no me he atrevido.

Ella apretó su mano.

—Puedes contarme cualquier cosa.

—Lo sé —Draco la soltó y se giró. —Dame un segundo.

Hermione mordisqueó su dedo pulgar con nerviosismo mientras lo veía buscar algo en el bolsillo de su chaqueta. Tras unos segundos lo tuvo de nuevo cerca, sentado a su lado.

Draco carraspeó.

—Ya sabes que el vínculo entre una Veela y su compañera tiene las mismas implicaciones que una boda.

Ella asintió. Recordaba aquella conversación.

Draco abrió la mano, mostrando lo que escondía dentro. Una cajita cuadrada y negra hecha de terciopelo.

Hermione contuvo el aliento y volvió a mirarlo con los ojos muy abiertos. Él agarró su mano derecha, abriendo la caja y dejándola entre sus dedos.

Su corazón se aceleró al ver el interior.

—Quiero... quiero que también seas mía oficialmente.

Hermione pestañeó, paseando la mirada entre su rostro y el anillo plateado cuyo diamante reflejaba la luz de la luna.

—No tiene que ser ahora. Puede ser dentro de unos meses, o de unos años —añadió Draco, removiéndose con incomodidad al no obtener respuesta.

Ella abrió la boca pero no salió ningún ruido y él maldijo entre dientes, sacudiendo la cabeza con rabia.

—Mierda. Potter dijo que me arrodillara.

Hermione agarró su brazo antes de que pudiera moverse.

—¡No! No, Draco —dejó la caja sobre el colchón, rodeando sus hombros con sus brazos y sentándose en su regazo. —No es necesario.

Hermione cerró los ojos y se inclinó sobre sus labios, intentando mostrarle todo lo que sentía y no era capaz de expresar con palabras. Las lágrimas amenazaban con aparecer pero consiguió controlarlas, besando a Draco con todas sus ganas.

Él se apartó unos centímetros.

—¿Eso es un sí?

Ella asintió, uniendo de nuevo sus labios. Sintió la sonrisa de Draco contra su piel mientras repartía besos por su mandíbula.

—Puede ser una ceremonia muggle o mágica —susurró sobre su cuello, besándola y succionando hasta que a Hermione le dio un escalofrío. —Tú eliges.

—¿Y tú qué prefieres?

Draco se encogió de hombros.

—Me da igual siempre que tú estés ahí.

Hermione sintió que el corazón se le iba a salir del pecho. No podía dejar de sonreír.

Él sacó el anillo de la caja y lo colocó en su dedo.

—Estoy prometida. Y contigo —dijo ella, levantando la mano para contemplarlo. —No me lo puedo creer.

Draco sujetó su mano, besando el anillo mientras la miraba fijamente.

—Eres más que mi prometida, Granger.

La sujetó de la cintura y Hermione chilló cuando cayó sobre el colchón de espaldas. Él se tumbó a su lado, pasando sus dedos por la tela de su camisón.

Ella suspiró al ver que sus ojos habían perdido la calidez que tenían cada vez que la miraba.

—¿Estás ocluyendo?

Draco torció los labios.

—Solo un poco —admitió en un susurro.

Sus dedos encontraron los botones que tenía en el lado derecho y desabrochó el primero. Hermione sujetó su rostro entre sus manos.

—Deja de hacerlo.

Él se mordió el interior de su mejilla y desabrochó otro botón.

—Confía en mí, Draco —pidió ella, besándolo y rozando sus labios al hablar. —Confía en nosotros.

Sabía que él temía ser demasiado brusco si dejaba que sus instintos fluyeran sin control, pero Hermione estaba segura de que su lado más salvaje era demasiado protector como para hacerle daño.

Draco cerró los ojos y dejó salir un suspiro largo y pesado. Cuando volvió a abrirlos habían cambiado de color.

Sus iris plateados recorrieron su rostro con preocupación.

—¿Me avisarás si algo es demasiado?

Ella asintió y él relajó los hombros. Su mano izquierda bajó hasta la zona de su ombligo y tiró de la prenda de encaje, rompiéndola en pedazos.

Su corazón latió desbocado mientras Draco lanzaba los trozos de tela negros al suelo. Volvió a colocar la mano sobre ella, haciendo que su piel ardiera con cada caricia.

Hermione podía sentir su respiración cálida y húmeda en la curva de su cuello. Jadeó cuando sus dedos se colaron entre sus piernas, apartando hacia un lado la ropa interior.

—¿Qué haces? —preguntó con un hilo de voz.

Draco tiró de su barbilla, reclamando sus labios.

—Tomarme mi tiempo contigo.

—Pero...

Las ganas de hablar la abandonaron en cuanto su mano se hundió en su entrepierna. Draco la besó profundamente, gruñendo cada vez que ella hacía algún ruido y enroscando el otro brazo alrededor de su cintura.

No era la primera vez que la tocaba, pero lo estaba haciendo de tal forma que Hermione no podía parar de temblar. Algo parecido al fuego se estaba acumulando en la parte baja de su vientre, incrementándose con cada movimiento de sus dedos.

Uno de ellos se adentró lentamente en su interior y su respiración se alteró. Draco gimió sobre sus labios como si estuviera sintiendo el mismo placer que ella.

—Mía.

Movió el dedo hacia atrás sin dejar de besarla y Hermione arqueó la espalda.

—¿Así? —preguntó Draco, añadiendo otro y empujando.

Ella suspiró, incapaz de abrir los ojos y con las manos hundidas en su pelo.

—Un poco más suave.

Él cambió el ritmo y Hermione rodeó su espalda con más fuerza, conteniendo los gemidos.

Justo en el mejor momento Draco se detuvo, apartando su mano. Hermione abrió los ojos, preparada para protestar, pero enmudeció al ver cómo se quitaba el albornoz y quedaba completamente desnudo a su lado.

Sus mejillas siempre tan pálidas enrojecieron ante su escrutinio y volvió a besarla, enroscando los dedos en el cierre de su sujetador.

Tiró, empujó y lo intentó varias veces sin éxito.

—Joder —siseó entre dientes con frustración.

Hermione se rio, soltando una carcajada cuando Draco le lanzó una mirada de odio.

—Deja que te ayude.

Llevó una mano hasta su espalda, desabrochando el sujetador y dejándolo caer sobre el colchón. Él recorrió su cuerpo con su mirada y sus pupilas se dilataron.

Antes de que Hermione pudiera decir algo sus labios estaban de nuevo presionados contra su cuello, moviéndose hacia abajo y repartiendo besos y mordiscos en cada uno de sus pechos.

Ella jadeó cuando siguieron descendiendo.

—¡Espera!

Draco apoyó la barbilla en su vientre, mirándola a través de sus pestañas mientras deslizaba su ropa interior hacia abajo, tirándola a un lado.

—Cierra los ojos.

Su pulso se aceleró. Hermione tragó saliva, manteniendo el contacto visual.

—Tú también.

Draco se rio entre dientes y asintió.

—Está bien.

Hermione cerró los ojos y dejó caer su cabeza sobre la almohada, apretando los puños ante la inseguridad que atormentaba su mente.

Todas sus dudas se esfumaron cuando los labios de Draco llegaron hasta ese punto tan sensible.

—¡Oh!

Hermione agarró las sábanas, retorciéndose con cada movimiento de su lengua y gimiendo cuando dos dedos empezaron a entrar y salir de su interior a la vez que Draco lamía y succionaba, probando distintas presiones hasta que encontró la que hacía que sus piernas temblaran.

Ella se cubrió la boca con una mano cuando sintió que toda la tensión estaba a punto de romperse y gimió con desesperación mientras los espasmos recorrían su cuerpo, viendo una explosión de colores tras sus párpados.

No era ninguna experta, pero ese orgasmo era el más intenso que había sentido nunca.

Hermione abrió los ojos, intentando recobrar el aliento mientras los besos de Draco volvían a subir por su cuerpo. Sonrió al ver que sus alas plateadas se extendían a ambos lados de su cuerpo.

Se había transformado.

Draco enterró una mano en sus rizos, relamiéndose los labios.

—Estaba deseando probarte.

Hermione se ruborizó sin poder evitarlo. Siempre era más directo cuando estaba en su forma Veela.

—¿Puedo tocarlas? —preguntó, señalando sus alas con la mirada.

Draco sonrió.

—Pensaba que nunca lo pedirías.

Hermione alargó una mano y rozó sus plumas, apartándola cuando Draco siseó.

—Son muy sensibles, Granger.

Algo se movió contra su muslo, confirmando sus palabras. Hermione volvió a intentarlo, recorriendo el contorno del ala derecha con la punta de sus dedos.

Draco cerró los ojos, gimiendo suavemente mientras todo su cuerpo temblaba.

—Ahora entiendo por qué las Veelas no dejan que nadie toque sus alas —susurró ella, acariciando la izquierda con su otra mano.

Una comisura de los labios de Draco se curvó hacia arriba y se inclinó sobre ella, apoyando un brazo a cada lado de su cabeza y colocándose mejor entre sus piernas.

Hermione contuvo el aliento y se sujetó a sus hombros. Él la besó, recorriendo sus labios con su lengua mientras sus caderas se juntaban.

Ella siseó ante la primera punzada de dolor.

—Despacio —pidió con voz temblorosa.

Draco se detuvo y besó su frente.

—Lo siento.

Al abrir los ojos vio que de la piel de ambos surgían chispas doradas y plateadas que giraban a su alrededor. Draco siguió susurrando disculpas sobre su piel mientras se adentraba en ella lentamente.

Hermione acarició su rostro, jadeando cuando sus cuerpos se unieron por completo. Dolía, pero era soportable.

—Estoy bien, Draco.

Él ladeó la cabeza, observando su expresión, y se mordió el labio inferior. Hermione se estremeció al ver sus colmillos.

—Tengo... tengo que...

Ella asintió.

—Hazlo.

Draco dejó salir un suspiro tembloroso. Pestañeó, paseando su mirada plateada entre sus ojos, y hundió la cabeza en la curva de su cuello.

Sus labios dejaron varios besos primero, humedeciendo la piel, y todo el cuerpo de Hermione se tensó al sentir sus dientes.

Fue rápido, y más doloroso que todo lo que habían hecho hasta ese momento. Ella apretó los dientes, conteniendo un grito cuando los afilados colmillos de Draco atravesaron su piel.

Las chispas de magia que los rodeaban estallaron, envolviéndolos en un destello cegador.

Algo caliente y húmedo descendía por su clavícula y Hermione detectó el olor metálico de la sangre. Draco apartó sus colmillos, besando y lamiendo su piel hasta que no quedó ni una gota de sangre sobre ella.

Volvió a mirarla y sonrió.

—Está hecho.

El efecto del vínculo ya era visible en él. Tenía mucho mejor aspecto y los temblores que lo acompañaban desde hacía semanas habían desaparecido.

Ella correspondió a su sonrisa y tiró de su pelo hasta que pudo besarlo.

—Puedes moverte —susurró sobre sus labios.

Draco la sujetó entre sus brazos y movió sus caderas hacia atrás y hacia delante, prestando atención a sus gemidos y moviéndose cada vez más rápido.

Hermione jadeó cuando una nueva oleada de deseo arrasó con su cuerpo, dejándola sin aliento.

«Hermione. Mi Hermione. Mía.»

Abrió los ojos al escuchar la voz ronca de Draco en su mente. El placer era tan intenso que se le nubló la vista.

Él seguía besándola con desesperación, jadeando cada vez más fuerte.

Hermione rompió el beso.

—Te quiero.

—Yo también te quiero —murmuró Draco, mordiendo su labio inferior para ahogar un gemido. —Joder... no puedo.

Ella sabía a lo que se refería porque se sentía igual. Sus brazos se enroscaron a su alrededor y Draco gimió en la curva de su cuello mientras sus temblorosas alas los envolvían.

Hermione sintió la intensidad de su placer y jadeó, estremeciéndose bajo su cuerpo con cada espasmo de sus caderas.

Antes se había equivocado. Este sí que era el orgasmo más intenso de su vida.

Draco no se movió hasta que su respiración se ralentizó, apoyándose en sus codos para poder mirarla.

—Ha sido... —tragó saliva, suspirando. —Ha sido increíble.

Hermione empujó los mechones húmedos de su flequillo hacia atrás, mirándolo a los ojos.

«Draco.»

Draco se paralizó y sus ojos se abrieron aún más.

«¿Puedes oírme?»

Pestañeó, confundido.

«¿Granger?»

Ella asintió.

—¿Tú... tú también escuchas mi voz en tu mente?

Draco la seguía mirando con la boca abierta, completamente congelado.

—¿Sabías que esto pasaría?

Un nudo se formó en su estómago al pensar que le había mentido de nuevo. Sintió una oleada de pánico que no era suya y Draco sacudió la cabeza.

—No, Granger —sujetó su rostro con cuidado, mirándola a los ojos. —Lo juro, no tenía ni idea.

—Te creo —contestó ella, dedicándole una sonrisa tranquilizadora.

Draco dejó salir un suspiro de alivio y apoyó la frente sobre la suya.

—Te he escuchado llamarme Hermione.

Él arqueó una ceja.

—¿Desde cuándo me llamas así en tus pensamientos? —preguntó ella con expresión divertida.

—Desde que me desperté contigo durmiendo sobre mi pecho.

Aquella no era la respuesta que esperaba. Hermione sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas y lo abrazó, escondiendo el rostro en su cuello.

Draco giró hasta quedar tumbado a su lado.

—Soy tan jodidamente afortunado de haberte encontrado —susurró, besando su frente una y otra vez. —Hermione.

Ella sonrió y cerró los ojos, disfrutando de su calidez y de la suavidad de sus plumas.


Cuando Hermione abrió los ojos, lo primero que vio fue el rostro de Draco a muy poca distancia.

Él sonrió.

—Hola.

—Hola —ella bostezó, estirando los brazos. —¿Cómo te encuentras?

La sonrisa de Draco se amplió. Ya no quedaba ni rastro de sus ojeras.

—Mejor que nunca —su expresión se volvió seria. —¿Y tú?

Hermione se sentó sobre el colchón, arrugando la nariz al sentir una pequeña molestia entre sus piernas.

Draco salió de la cama y caminó hasta su maleta. Tenía su albornoz azul puesto.

—¿Llevas mucho rato despierto? —preguntó ella cuando volvió a su lado.

—Un rato —dijo él, colocando otro albornoz de color gris sobre sus hombros y dejando una poción de color naranja sobre la sábana que cubría sus piernas. —Bébete esto.

—¿Qué es?

—Ayuda con las molestias —contestó Draco, apartando la mirada al sonrojarse. —Yo la tomaba después de jugar al Quidditch.

Hermione destapó la botella y olisqueó el contenido antes de bebérselo.

—¿Cuántas pociones te has traído?

—Solo unas pocas —Draco volvió a mirarla con una gran sonrisa curvando sus labios. —¿Tienes hambre?

El estómago de Hermione contestó por ella y él soltó una carcajada, poniéndose de pie. Sus alas plateadas salieron de su espalda y Hermione jadeó, sorprendida.

—Ahora puedo controlarlas —añadió Draco con una sonrisa burlona. —No te muevas.

Salió disparado por la puerta, que estaba medio abierta, y ella sacudió la cabeza mientras se reía. Se levantó, comprobando que las molestias casi habían desaparecido, y palideció al ver varias manchas oscuras en las sábanas.

Hermione sacó la varita de su bolso y la agitó hasta que quedaron como nuevas. Se ató el albornoz y estaba buscando unas zapatillas cuando los brazos de Draco la sujetaron, saliendo con ella por el balcón y volando hacia el tejado.

Ella gritó asustada.

—¡Draco!

Él aterrizó sobre las tejas de color rojo sin parar de reír y Hermione le dio un codazo cuando la soltó.

Había un mantel extendido en el centro del tejado con varios tipos de fruta, zumos y café. Draco se sentó sobre él y tiró de su brazo, haciendo que cayera en su regazo. Ella no pudo evitar sonreír ante su buen humor.

Cogió un vaso de zumo de naranja y contempló las vistas mientras le daba un sorbo.

—Vaya.

Un brazo de Draco la rodeó, apretándola contra su pecho.

—Lo sé.

Hermione miró hacia arriba, observando cómo mordía una manzana. Volvió a mirar al frente y suspiró.

«No quiero irme.»

Draco apretó su mano.

—Podemos volver siempre que quieras.

Ella sacudió la cabeza, riendo entre dientes.

—No entiendo cómo lo hago.

—Aprenderemos a controlarlo, Granger —dijo él, ofreciéndole una manzana. —No hay prisa.

Hermione la aceptó, dándole un bocado.

«Tenemos todo el tiempo del mundo.»

Sonrió al escuchar la voz de Draco en su mente y se giró para mirarlo. Él esperó pacientemente hasta que terminó de comer y arqueó una ceja, enredando uno de sus rizos en su dedo índice.

—¿Sigue en pie la oferta de una ducha juntos?