Holis! Recuerden que 1, el Ministerio está bajo tierra, y 2, Draco no tiene memorias!
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Draco no estaba esperando ser llamado el día que la Orden atacó el Ministerio.
Los días finales de enero no fueron tan distintos a los otros meses. Draco torturó, sacó información de los traidores asquerosos y miró con indiferencia cómo cinco personas eran colgadas en el Ministerio para que se murieran y pudrieran con el paso de los días, al igual que la cabeza del falso Harry Potter todos esos años atrás. Lo único diferente en todas aquellas semanas, sucedió aquella misma noche, cuando se cumplía un año de la muerte de su madre y Draco llevaba bebiendo horas, recordando todo como si hubiera pasado el día anterior. Recordando lo que sintió al tenerla entre sus brazos.
Trató de desenterrarla en medio de su desesperación, vaya que trató, pero la cripta era de piedra y estaba reforzada con magia, por lo que tanto los cadáveres como los objetos guardados allí por los Malfoy eran prácticamente imposibles de sacar, menos aún borracho. Sin embargo, en el momento no importó; Draco rompió sus uñas mientras jalaba y rasguñaba las piedras, esperando verla una vez más, creyendo ilusamente que así podría despedirse.
Un elfo apareció a su lado cuando sintió que estaba haciéndose daño irreparable y Draco, sólo porque sabía que no conseguiría nada, permitió que lo apareciera en su habitación y allí se curó sus propias heridas. Eso no le impidió que, aún borracho y un ápice más repuesto, fuera a deambular por esa horrible casa donde un día tuvo los recuerdos más felices de su vida.
Caminó por los pasillos, y en vez de ver sus primeros pasos, las risas y los buenos momentos juntos, Draco sólo podía ver a Nagini deslizándose por el piso buscando a su próxima presa. Draco miraba a una pared y creía distinguir sangre seca aún en ella, de cuando Greyback o alguno de los otros mataban y dañaban a gusto. Por todos lados veía destellos de Eric, del momento en que su vida se fue a la mierda. Draco vagaba por esa mansión, el lugar que un día fue su hogar, y lo único que deseaba era que dejara de existir porque representaba todo lo que ya no quería recordar.
Y mientras caminaba y sin realmente quererlo, de pronto, Draco estaba parado frente al retrato de su madre.
Aquel que no había visitado jamás.
Se encontraba cerca del salón principal. Estaban los tres. Narcissa en una silla a un lado del fuego, Lucius en la otra y Draco en medio de ambos, sentado. Lucius y él se encontraban inmóviles, pero era notoria la manera en la que el pecho de Narcissa subía y bajaba en la oscuridad, dormida en su retrato. Se veía tan joven, y fuerte, de una forma que hacía que su corazón se apretujara.
—¿Mamá?
Las palabras salieron de su boca antes de que pudiera detenerlas.
Draco dio un paso atrás cuando Narcissa abrió los ojos; azules y tan reales, que por un momento creyó no estar mirando a una pintura. Draco quería alcanzarla, tocarla, hacer que ella lo tomara entre sus brazos.
Pero no podía.
—Es un poco tarde para hacer esto, ¿no? —preguntó ella, con voz somnolienta a medida que se ajustaba alrededor del fuego—. Pero creí que nunca vendrías. Mírate, estás tan grande.
Su voz.
Draco había olvidado el sonido de su voz cuando estaba tranquila.
Se obligó a tomar una respiración larga y concienzuda, apretando sus manos. Podía hacer esto, al final no se trataba realmente de su madre ¿no? Era un retrato.
Esto era todo lo que le quedaba.
Una ilusión de quien Narcissa fue en vida.
El orgullo en los ojos de su madre era innegable, y una vez más, Draco sintió que todo su mundo se sacudió. "Estás tan grande". ¿Acaso su madre había tenido tiempo de fijarse en todo lo que había crecido cuando estuvo encarcelada? ¿Acaso lo había notado? ¿En algún punto se dio cuenta de en quién Draco se había convertido?
La mujer del retrato nunca lo sabría.
—Lo siento —Draco respiró; las lágrimas se acumularon al final de su garganta.
Ella frunció el ceño, sin comprender a qué se refería; el mismo Draco no lo sabía del todo. No había pensado en su madre desde su muerte, pero no podía evitar sentir eso: querer decirle «lo siento» hasta que la palabra perdiera sentido a sus oídos.
Narcissa apretó los labios en una fina línea.
—Los demás retratos me han contado cosas, verás... cosas que no sé si quiero creer. Cosas que no sé si quiero saber, en realidad.
Draco soltó un resoplido de risa amargo, porque ¿cómo se suponía que respondía a eso? ¿Cómo podía explicarle lo que había pasado en esos casi nueve años?
—No me gustaría hablar de ellas —admitió, haciendo que su madre le dedicara una sonrisa amable.
—Está bien, ¿de qué quieres hablar, cariño?
A veces Draco pensaba que su Señor y la guerra lo habían consumido tanto, que ya no podía hablar de temas normales, de cosas que no hicieran daño. No es como si sus lagunas mentales hubieran mejorado, pero antes de ese momento estaba seguro de que recordaría hablar con Theo o Pansy de algo que no tuviera que ver con el Señor Tenebroso o con su régimen... pero no era así. Quizás Draco había perdido la capacidad, porque ese era su único propósito en la vida: servir a la causa. No pensar más allá.
Ciertamente es para lo que fue criado.
Su madre aún lo miraba como si quisiera poder remediar su dolor y Draco fue súbitamente consciente de algo que no había notado antes: Narcissa le hacía más falta de lo que alguna vez le haría falta su padre, o cualquier otra persona. Nadie nunca lo observaría de esa manera: como si Draco fuera una promesa que ella tenía que cumplir.
Dolía.
—Te extraño —soltó él, deslizando las palabras de su boca con cuidado. Narcissa no entendía el dolor tras ellas.
—Siempre puedes venir a conversar conmigo, ¿lo sabías?
No. No era eso lo que quería decir.
Te extraño en vida.
No sé adónde se supone que debo ir después de ti.
—No me atrevía.
El semblante de su madre ahora sólo reflejaba una emoción.
Lástima.
—Draco...
Draco trató de recordar su último día juntos, la última vez que fueron felices de verdad, antes de que todo pasara- pero no podía. Debía haber tenido menos de quince años, y probablemente había sido un día cualquiera. Le gustaría volver a él, revivirlo y decirse a sí mismo que lo aprovechara, que no tenía idea cuándo aquello le iba a ser arrebatado.
Que no la diera por sentado.
Que la mirara.
Que la memorizara, la abrazara, y le dijera que la amaba.
La mujer del cuadro aún lo miraba con atención y cariño, pero no era lo mismo que tenerla en carne y hueso. No era lo mismo y Draco deseaba encerrar todos sus sentimientos de la forma en que solía hacer para que dejaran de asfixiarlo.
—Te amo —dijo ella.
Su garganta quemó; tomó todo de sí para no caerse contra la pared.
—Y yo a ti. Te amo. Te amo. Te amo —respondió Draco, esperando que le quedara claro, esperando que a ella sí, de una forma que su madre en la vida real nunca pudo saber—. Te amo. Lo siento.
—No es tu culpa.
Pero Narcissa no sabía de lo que hablaba, porque por supuesto que había sido su culpa, así como la mayoría de las cosas que habían sucedido desde que tomó esa Marca y se convirtió en el arma del Lord. Fue su culpa entonces que su madre hubiera fallecido y ahora también era su culpa que su padre hubiese muerto- y a pesar de que Lucius lo merecía... eso no le quitaba responsabilidad, ni a él ni a la Orden; por explotar ese lugar, por no haberle dado la oportunidad de despedirse, de que supiera lo que venía...
Su vista se paseó por el cuadro, y vio a su yo más joven con una ceja arriba y esa expresión cuidadosamente en blanco que había aprendido de pequeño, pero que apenas usaba en Hogwarts; no hasta que se hizo un Mortífago. Draco quería buscar el parecido que se suponía tenía con Lucius, pero no lo veía. Le costaba concebir que ese niño era él, que fue él en algún punto. No lo parecía. Ese niño lucía como si fuera parte de otro lugar y de otra vida, donde todavía existía un "nosotros" que cuidar.
Sus ojos se movieron hacia su padre.
Lucius se veía sobrio, de una forma que Draco tampoco recordaba. Esos últimos años había lucido como un puto cobarde, insípido e insoportable. Draco le había dicho varias veces que despertara, se lo gritó incluso: que volviera a ser el hombre que creía que era. Pero Lucius no había despertado. Quizás ese fue el inicio de la caída de los Malfoy.
Sin embargo, mirarlo en ese retrato era diferente. Su cabello estaba puesto en una coleta, y la mandíbula, firme y marcada, le daba un aire dominante. Draco podía sentir a Narcissa examinando la cicatriz de su rostro mientras él se acercaba al cuadro y trataba de ver un signo de vida en los ojos de Lucius, algo que había perdido durante esos años. Pero, con el paso de los minutos, mientras más lo miraba... Draco sólo podía pensar que- estaba inmóvil.
Inmóvil.
El retrato de su padre estaba sin vida, casi igual a como se veía el mismo.
Y eso sólo podía significar una cosa.
Era agradable, siempre era agradable, tener algo más a lo que aferrarse cuando se estaba hundiendo. La ira empezó a llenar su sistema. Draco solía sentirla todo el tiempo, a cada instante. Cuando torturaba a alguien descargaba toda su frustración pensando en el jodido Harry Potter y la jodida Orden, pensando que era a ellos a quienes hacía sufrir porque eso era más fácil que afrontar la identidad de esas personas sin nombre. Pero ese día... ese día se le hizo imposible sentir algo más que la arrasadora tristeza que amenazaba con llevarse todo.
Hace mucho tiempo, Draco escuchó la historia de una serpiente que ansiaba devorar al mundo entero, y acababa devorándose a sí misma.
Así se sentía él.
Así se sentía afrontar las consecuencias de sus actos.
Por eso era agradable tener algo más a lo que aferrarse, otra emoción que no le hiciera pensar que él era aquella serpiente en decadencia. La cólera hacía eso, la ira le permitía soltar la culpa un rato y enfocarla en alguien más: en la Orden y Harry Potter y los putos sangre sucias que lo seguían.
Porque su padre seguía vivo.
Y probablemente la Orden lo tenía.
—¿Draco?
Draco no respondió; su respiración estaba acelerándose. Tomó su varita, aplicándose un encantamiento para volver a estar sobrio. Escuchaba el retrato de su madre llamarlo, aunque estaba muy lejos ya; Draco comenzó a caminar por el pasillo, dispuesto a averiguar dónde carajos estaba su padre, por qué mierda la Orden lo había secuestrado y qué podían querer. ¿Acaso buscaban chantajearlo en un futuro? ¿Acaso era un mero castigo por todo lo que Draco había hecho antes?
Lo que fuese, Draco necesitaba informarlo cuanto antes. El Lord necesitaba enterarse que Lucius, uno de sus siervos más leales, estaba en mano de los Rebeldes y los traidores que querían verlo derrotado. Draco necesitaba contarlo y obtener apoyo para rescatarlo porque sino... estaría solo, y eso acabaría por quebrarlo. Incluso tener a Lucius cerca para juzgarlo era mejor que perderlo.
Su padre había matado a su madre, sí, pero después de todo continuaba siendo su padre.
La sangre pesa.
Draco entró a una de las habitaciones y buscó su túnica negra junto al broche del Nobilium. Iría al Ministerio de inmediato para buscar al Señor Tenebroso, no se atrevía a usar su Marca para llamarlo.
Aunque, bueno, al final no importaba.
Porque su Marca fue quien acabó llamándolo a él.
Draco no tenía permitido dudar. Cuando el fuego en su brazo por poco lo hizo soltar la varita del dolor, prácticamente corrió hasta la chimenea. Tenía que ir al Ministerio, eso era todo lo que sabía. Su brazo picaba, ardía, y sentía una urgencia por curar algo que no podía, (ni debía), ser curado. Todo el asunto de Lucius quedó relegado al final de su cerebro porque había algo más urgente que necesitaba ser atendido.
Luego de arrojar los polvos flú al fuego, Draco no sabía qué esperar al salir de la chimenea. Quizás a todos los empleados arrodillados en el suelo, tal como la noche que Rookwood fue secuestrado; o quizás una reunión urgente en el Wizengamot- pero no eso. No hechizos yendo de aquí para allá, gente muriendo y gritando y escapando y bombardeando todo el edificio mientras las estructuras caían desde el cielo.
Era un caos.
Por una parte se sentía aliviado de poder descargar su rabia, de poder avanzar y disparar maldiciones a todo aquel que usara una puta máscara. Draco veía con satisfacción cómo caían a sus pies, luchando contra las maldiciones que estaban destinadas a causar dolor y sólo dolor. Sin embargo, sinceramente no tenía idea cuál era su utilidad allí. Había varios Rebeldes, sí, pero aunque lograran matarlos a todos (cosa que nunca habían logrado), de todas formas no existía manera de combatir sus bombas, que era lo que estaban utilizando. Pedazos de las paredes caían y aplastaban a la gente. Draco vio un ladrillo golpear a una mujer en la cabeza y botarla al suelo dónde se quedó tendida, con los sesos y la sangre revueltos en el suelo.
A pesar de que esa no solía ser la clase de tareas que acostumbraba cumplir, Draco fue llamado a pelear contra la Orden, así que eso hizo. No era nada más que un soldado y obedecía lo que le comandaban. Draco era un arma, se había hecho útil para lo que el Señor Tenebroso pidiera, y si podía herir gente de la Orden, aún mejor.
Así que luchó. Cortó piernas y brazos por deporte; aturdió, golpeó y llevó personas hasta el borde de la muerte mientras avanzaba. Sus compañeros lo imitaron, incluso Theo, quien apenas miraba los ojos de sus contrincantes antes de cortar sus gargantas, vaciar sus intestinos, o matarlos a sangre fría. Draco avanzó por el mar de gente sin parar de vencer, sin saber dónde iba pero sin detenerse.
El Señor Tenebroso también estaba allí y sobrevolaba el Ministerio, provocando que sus pelos se pusieran de punta. Draco lo miró arrasar con todo lo que tocaba; no se detenía para provocar muertes crueles, contrario a lo que otros podrían pensar. No valían la pena su preciado tiempo. Él simplemente pasaba a tu lado, te rozaba con su magia, y todo estaba perdido. Como el ángel de la muerte.
Mientras Draco continuaba la pelea temeroso de que algún ladrillo le cayera en la cara, el Señor Tenebroso ni siquiera pareció desconcentrarse por la gran explosión que sonó en los pisos de arriba, y que provocó que más pedazos del edificio cayeran al lobby. El piso tembló bajo sus pies. Alguien le pegó un puñetazo en el ojo. Draco le torció la muñeca hasta quebrar su brazo. Trató de no distraerse. Lo importante era entender el plan del Lord.
Qué quería. Qué conseguiría, si los mantenía allí.
Además de terminar todos muertos.
Otro puñetazo lo alcanzó, y Draco pudo sentir su boca llenarse de sangre. Devolvió el ataque al instante, pero con magia. El maleficio envió a su oponente hacia la otra pared, y no pudo decir que no le satisfizo ver cómo se llevaba a otro más con él. Ambos chocaron contra el muro y en su intento de levantarse, una estructura les cayó encima. Obviamente no alcanzaron a escapar.
Bien.
Que sufran.
De inmediato una chica de la Orden quiso vengar a los caídos; Draco reconoció su mirada ardiente de deseos de venganza cuando se abalanzó a él, pero no le sirvió de mucho. Antes de que pudiera avanzar demasiado, uno de los lacayos de Draco la sostuvo del cuello y se lo quebró. El cadáver fue aplastado por un pedazo de concreto, manchando así de vísceras la cara de su compañero. Draco lo habría felicitado, de no ser porque otra cosa le robó su atención por completo.
Fue como si un silbido cortara el aire en una habitación silenciosa. Cada vello de su cuerpo se erizó. Se sintió como si dos magias poderosas chocaran con ímpetu, y Draco fue el primero que lo vio.
Casi soltó una risa.
La Muerte Negra peleaba unos metros más allá.
Alguien lo apuntó, y Draco sonrió al ver cómo él mismo se delataba. La Muerte Negra desafiaba a dos hombres a la vez y los hacía estallar juntos. Ejecutaba magia sin varita, los mantenía lejos. Su usual habilidad de combate era encima de una escoba; en el suelo estaba en desventaja.
Por eso no vio venir la maldición que Draco disparó a su espalda.
En un inicio no pareció hacer nada, peleando y agitándose, aunque diez segundos más tarde la Muerte Negra se giró en su dirección, mirando directo hacia él. Extrañamente el conjuro que revivía su peor recuerdo no le había afectado, sin embargo, ver quién lo había conjurado, sí. O al menos eso parecía, si algo indicaba que se había parado en medio del lugar, ahuyentando a sus contrincantes con magia sin varita y no verbal, como si estuviera congelado.
Draco avanzó hasta él sin importarle la gente que se metía en medio. Agitó la varita y casi corrió para alcanzarlo, volviendo a sentir la ira con más fuerza. ¿Acaso ese hombre había torturado a su padre? ¿Acaso Potter lo había dejado? Seguramente sí, y seguramente lo disfrutó.
Draco se acercó lo suficiente, y gratamente, cuando atacó, los hechizos empezaron a caer de ambas partes.
Había una barrera separándolos de los demás, porque las maldiciones chocaban contra ella. Algo que la Muerte Negra había conjurado, seguro. Draco se preguntaba si acaso el resto podía verlos, y si no, por qué razón los puso bajo eso. Tal vez para hacerle algo tan terrible a él y su cuerpo que cuando lo mostrara a los Mortífagos, todos se escandalizaran y se debilitaran.
Bueno, no iba a dejar que sucediera.
Así que Draco peleó, disparó, e hizo todo lo posible. Se abalanzó a él mientras la Muerte Negra retrocedía, con la barrera rodeandolos. Lucharon, aunque ninguno estaba hiriéndose de verdad.
Parecía que no estaban tratando en serio.
Draco se acercó lo suficiente para que la Muerte Negra se alejara de nuevo. Un pedazo de piedra de los pisos más arriba cayó, y estuvo a punto de aplastar al hombre. La Muerte Negra lo evitó rodando por el suelo, alejándose de ella y su fallecimiento. Draco aprovechó para intentar darle. La Muerte Negra estaba acorralada, ambos sabían que lo estaba.
Y Draco no pudo disfrutar de esa inminente victoria.
Todo pasaba muy rápido, los combates siempre lo eran. Tan rápidos que los hechizos no parecían más que una sombra perdida en el tiempo.
Pero nadie lo había preparado para la rapidez en que eso sucedió.
Cuando Draco iba a dar su último golpe y, por primera vez, rematar a un enemigo, los ojos de la Muerte Negra se llenaron de pánico. Una mirada que los hombres valientes supuestamente no poseían. Trató de correr, de deshacer la misma barrera que él había creado. Draco no lo dejó. Lo maldijo con un Diffindo.
Un Diffindo que impactó justo en la cara del hombre.
Cualquiera habría pensado que conjuró la Maldición Mortal, porque este se quedó tan quieto que apenas lucía vivo. El Diffindo no le hizo nada, por supuesto, porque su cara estaba protegida.
Lo que Draco cortó fue su máscara.
Esta cayó al suelo con un ruido sordo que, probablemente, imaginó, y tanto él como el hombre la miraron, la observaron con cuidado, y no se detuvieron hasta que Draco obtuvo un vistazo de su piel y su cabello negro.
Y entonces lo vio.
Se trataba de la primera vez que lo tenía frente a frente en casi una década. Podía detallarlo incluso bajo las fallas de luz del Ministerio. Ahí se encontraba él, como si no hubiera estado muerto por años dentro de su cabeza.
Harry Potter.
Era mayor. Algunas líneas de expresión surcaban sus rasgos, y los ojos verdes vívidos se encontraban notoriamente apagados. Draco sentía que estaba viendo a un desconocido; y al mismo tiempo, a alguien al que había visto cada día de su vida. No podía entender cómo se veía tan diferente, y al mismo tiempo- tan igual: heroico y jodidamente insoportable de mirar. Quería golpearlo, hacerlo sufrir y gritar, pero el momentáneo estupor no lo dejaba moverse.
Harry Potter estaba frente a él. Era la Muerte Negra, y sus ojos verdes lo examinaban con cuidado. El corazón de Draco iba como loco. Parecía que alguien le puso una pausa a su vida.
Hasta que Potter se movió, el mundo entero se reanudó, y Draco recordó dónde estaban y lo mucho que quería matarlo.
El hombre se puso de vuelta la máscara con un hechizo para hacerse anónimo, pero Draco ya lo había visto, no había vuelta atrás. Tantos años escondiéndose como un puto cobarde, iniciando esa maldita guerra-
—Mestizo asqueroso —bramó, disparando conjuro tras conjuro.
Tiene a mi padre.
—¡Draco!
—¿Draco? —se burló él, parándose más cerca—. ¿Cómo te atreves a llamarme así, pedazo de mierda?
Potter no reaccionó demasiado ante sus insultos como lo hacía con sus maldiciones, de las cuales sólo intentaba defenderse. Nada de ataques. Draco casi quería gritar que peleara de vuelta.
Otro Diffindo cortó parte del brazo de Potter.
—¡Detente!
—¿Tienes miedo, Potter? —Su cara entera estaba curvada en una mueca; su voz estaba plagada de veneno—. ¿Los años te han hecho un puto inútil, eso es? Mejor para mí. Siempre has sido patético. Espero ser yo quien te mate.
Potter retrocedió físicamente a eso, como si Draco acabara de golpearlo, así que aprovechó para herirlo una vez más. Esta vez más profundo, en el costado de su torso. La sangre se derramó por el piso.
Potter gritó.
Fue gratificante.
Draco soltó una risa. Alta y clara, que quizás resonó en todo el Ministerio. Verlo sangrar porque Draco lo maldijo, después de todo lo que Potter le hizo, se sentía como un premio.
—Seguro la puta de tu madre sangre sucia hizo los mismos sonidos al morir, ¿no lo crees?
Potter se quedó muy quieto en su lugar, y cuando Draco se abalanzó para atacarlo, lo único que el hombre hizo fue levantar la varita, agarrarlo del cuello, y llevarla hasta su sien.
Draco lo miró sin entender.
Y un segundo después los recuerdos volvieron.
Draco fue empujado mientras veía un año de su vida pasar por delante de sus ojos. Todas y cada una de las cosas que sucedieron con lujo de detalles se reprodujeron sin piedad. Los últimos recuerdos bailaban en su memoria, inútiles y cortos, pero aparentemente valiosos para recordar: sonrisas, secretos, abrazos y promesas compartidas en la oscuridad. Besos. Risas. Harry mirándolo. Harry riendo. Harry sonriendo.
Harry. Harry. Harry. Siempre él.
Joder.
—Harry...
Pero cuando Draco volvió al presente, este ya había desaparecido.
Una estructura cayó en medio de ambos y los separó incluso más. Perdió su rastro por completo, y el cuerpo de Draco dolió por el deseo de buscarlo y acercarse, y besarlo ahí mismo. Merlín, ¿qué había hecho? ¿Qué fue lo que dijo? Quería pedirle disculpas por herirlo una vez más, porque era un idiota y siempre acabaría dañándolo. Pero la pelea se estaba intensificando, estaba llegando a su clímax y no había tiempo. Nunca lo había para ellos.
Draco deseaba no haber recordado.
¿Cómo seguía adelante sabiendo que todo se iba a ir al carajo en cualquier punto, y ni siquiera sabía dónde estaba Harry para sacarlo de allí antes de que sucediera?
Draco se quedó en su lugar, sintiendo cómo el mundo temblaba de nuevo y más piezas caían. La gente gritaba. El olor a humo inundaba el lugar. Lo empujaban, y él podía sentir la sangre en su boca gracias a los golpes que le habían asestado.
Se dedicó a observar cómo el caos crecía.
Una bomba más, y terminarían todos sepultados.
•••
Harry estaba sangrando por la profunda herida de su costado, pero no tenía tiempo para curarse del todo bien.
La entrada al Ministerio fue rápida, precisa, y no pudo ingresar demasiada gente antes de que los Mortífagos se dieran cuenta de que algo estaba sucediendo y cerraran la conexión. Por lo mismo, debían aprovechar el plan al máximo, arrasar con todo el sitio, matar muchos enemigos y escapar cuanto antes.
Cosa que ahora le resultaba difícil, considerando que estaba distraído porque Draco-
Draco lo había herido.
Harry continuó luchando, rezando para que todo acabara luego y la gente encargada de las bombas se apresurara. Conjuró maldiciones, gritó, ordenó y golpeó. Hizo lo posible, preocupado del resultado.
Llegó un punto en el que apenas veía. Las cenizas de las estructuras que caían eran demasiado pesadas, el suelo temblaba demasiado, e incluso, la mayoría dejó de pelear, desesperados por ver y salir de allí. La luz se había apagado. La gente estaba asustada.
Los Mortífagos también.
Hermione dio la señal con un silbato, cosa que sirvió también de alerta a los Mortífagos, y sobre todo a Draco. Harry junto al resto corrieron al pasillo donde estaban las chimeneas, lejos del centro del Ministerio. Los Mortífagos corrieron también, a ciegas. Había codos aquí y allá, patadas que se enterraban en sus canillas. Es cierto eso que dicen de que el miedo habita en los lugares cerrados, porque el ambiente olía a terror; se sentía en cada respiración vacilante. Harry podía apostar que incluso Voldemort sentía miedo, aunque por razones muy diferentes.
Se puso frente a una chimenea y llamó a que los suyos se pusieran detrás, esperando que Draco estuviera ahí. Llamando su poder, conjuró un Protego justo cuando la última bomba caía, y se llevaba todo consigo. Los pedazos de concreto chocaron contra el escudo. Los que quedaron fuera murieron y sus cadáveres se pegaron al Protego como si se tratara de un parabrisas. La bomba fue tan catastrófica que la mayoría de paredes cayeron y el subterráneo quedó al descubierto para que pudieran salir. Los que tenían más fuerza se Aparecieron. Otros, corrieron por los túneles. Todos continuaban gritando. Hermione llamó a la retirada.
Y ya.
Ya estaba hecho.
Voldemort perdió, al menos, un cuarto de todo su poder.
Eso pensó Harry, antes de que la avalancha de los gritos lo atacara y lo botara al suelo
El Ministerio había caído.
