Reflejos o espejismos
Capítulo 1. Quebrarse


Durante y tras =FBI S04E02 "Hacktivist"=

Sabía que también se lo había trasladado a Rina, pero la última mirada que Jubal le dirigió a Isobel antes de volver a marcharse al hospital junto a su hijo, le hizo sentir todo el aplastante peso de la responsabilidad que le transfería. De conseguir liberar los sistemas de los seis hospitales comprometidos, incluido en el que Tyler, al borde de la muerte, estaba ingresado. Isobel no se dejó aplastar por aquel peso e hizo firme propósito de lograr su objetivo. Tenía el mejor equipo del FBI, y no fallarían. No iba a fallarle a él.

Y el equipo no la decepcionó. Descubrieron quién estaba tras las muertes de los amigos de Lydia Ryan, que era la innegociable exigencia de la hacker. Desgraciadamente, el sospechoso se resistió y acabó muerto. Ryan no se creyó su versión de los hechos y se negó a revertir el bloqueo. Fue Maggie quien salvó el día, al finalmente convencerla de colaborar. Isobel no dejaba de dar gracias al Cielo, de que lo hubiese hecho a tiempo de que pudieran operar a Tyler.

Por otra parte, Isobel de verdad esperaba no ver a Tiffany ni a Stuart en un aprieto por ello pero, para ser honestos, aquella detención había sido un desastre. Primero Wallace se había separado sin respaldo y sin informar; afirmaba que, mientras la atacaba, el tipo había confesado lo que había hecho. Cuando estaba a punto de matarla, Scola tuvo que dispararle para evitarlo. Y el asesino no sobrevivió, convirtiendo la declaración de Tiffany en... cuestionable. Isobel, sin embargo, no dudó de la versión de ninguno de los dos. Tenía plena confianza en ellos. Además, las evidencias que habían recopilado en la vivienda del sospechoso deberían ser suficientes para respaldarlos. Así que, antes de que lo ocurrido llamara la atención de la OPR -y sabiendo que tenía a Rina respirándole en la nuca para todo-, Isobel se esforzó en dejarlo todo bien atado. No quería que las cosas se pusieran feas para sus dos agentes. Y menos porque uno le hubiera salvado la vida al otro.

Solo después acudió al hospital donde estaban operando a Tyler.

Cuando llegó, todavía se sentía apesadumbrada por las discusiones que había tenido con Jubal durante el día. Para empezar, había tenido que sacarlo de la sala de interrogatorios, porque parecía estar a punto de agredir a Ryan para que accediera a retirar el bloqueo sobre los hospitales. Ya fuera, cuando había intentado explicárselo, Jubal volvió al JOC dejándola con la palabra en la boca. No había tiempo para eso. Lo peor fue que en ese momento él tenía toda la razón. Más tarde, cuando Jubal apareció con los expedientes del sanatorio psiquiátrico, y después de lo del interrogatorio, la aterró pensar qué podría haber hecho para obtenerlos... Pero él no quiso ni hablar de ello.

Una vez estuvieron operativos los hospitales de nuevo, lo primero que Isobel hizo fue, con la excusa de agradecérselo, llamar al sanatorio. Les doró la píldora, explicándoles lo fundamental que había sido su colaboración para detener a un asesino suelto y evitar una tragedia, y dejó aparte que su indolencia les había costado la vida a varios de sus pacientes. Ya volvería sobre ello más adelante. Por fortuna, Jubal no había sido tan insensato como se había temido Isobel y, al parecer, no había amenazado físicamente a nadie. Por lo que contestó el director, a Isobel no le dio la impresión de que estuvieran pensando en poner una queja.

Eso había logrado tranquilizarla un poco pero, de todas maneras, ver a Jubal tan perdido, tan desesperado, quebrado, arriesgándose de esa forma por ayudar a su hijo enfermo, y que ella no hubiera sido capaz de hacerlo mejor, había sido desgarrador para Isobel. Se había quedado con la amarga sensación de que él debía haberse sentido abandonado, que debía pensar que ella le había dado la espalda cuando más ayuda necesitaba. Porque, para ser honestos, Jubal había sido más resolutivo en su indisciplinado furor de lo que había logrado ella siguiendo las reglas. Eso le sabía mal. Horriblemente mal.

Por eso había acudido ahora allí, para intentar enmendarlo y ofrecerle todo el respaldo del que fuera capaz.

Estaba entrando por la puerta del hospital, cuando vio a Jubal sentado en la sala de espera. Rina estaba con él. Ella le tenía puesta la mano en la cara interna del muslo; él le cogía la mano con la suya. Hablaban con las cabezas muy juntas.

Un inesperado puño invisible atenazó a Isobel dentro del pecho.

No es que realmente lo que veía la tomara por sorpresa. Ninguno había mencionado nada, pero Isobel ya llevaba semanas sospechando que había algo entre ellos dos. Habían sido muy cuidadosos, pero ciertas miradas, ciertos silencios incómodos los habían delatado. Ella lo había asumido y había mirado hacia otro lado porque no era asunto suyo. Rina y Jubal eran dos adultos; podían tener relaciones con quien quisieran.

Bueno, creía haberlo asumido. A pesar de que lo sabía, no había estado preparada para ser testigo de aquella demostración de cercanía, de intimidad.

No podía respirar. Por puro instinto, se ocultó en el marco de la puerta, mientras luchaba desesperadamente por controlarlo, pero no importó lo que forcejeó, le fue imposible deshacerse de ello. Y, ¿de dónde provenía? El puño apretó con crueldad, y algo se le quebró dentro.

Y entonces, como si su pecho únicamente hubiera estado lleno de ella cuando había sido sometido a aquella presión, la vergüenza la inundó. Todo aquello, pensó con desprecio, era absolutamente inadmisible. Tamaña debilidad, inexcusable. Se forzó a tomar aire, e hizo lo único que podía hacer: lo enterró todo en lo más insondable y oscuro de su interior. Aunque se quedó allí retorciéndose e irradiando un dolor sordo y agudo a la vez, Isobel decidió que lo ignoraría hasta que terminara por desaparecer. Lo haría tarde o temprano. Porque, sencillamente, no era más que una estupidez.

Se tomó unos segundos para recuperar el control de su rostro y se dirigió de nuevo hacia la puerta.

·~·~·

Cuando Isobel entró y Jubal la vio, se estaba separando de haberse abrazado con Rina.

—Isobel —la recibió con un suspiro—. Gracias por venir.

Se acercó con toda la intención de darle también un abrazo, porque realmente estaba agradecido de que estuviera allí. Pero ella se cogió las manos por delante del cuerpo, la izquierda sobre la derecha, en un gesto de obvia reserva. Eso lo detuvo en seco y lo hizo mantener las distancias. Él acusó el golpe, aunque no lo demostró.

—¿Cómo está Tyler? —se interesó ella, el rostro tenso, la preocupación obvia en su voz.

—Bien —asintió Jubal, todavía disimulando que su exceso de formalidad le había afectado—. Los médicos han dicho que se pondrá bien.

La expresión de Isobel se relajó, transmitiendo un abierto apoyo y afecto.

—Menos mal... Me alegro. —Suspiró y volvió a ponerse muy seria—. Oye, siento —miró de reojo aprensivamente a Rina un instante— todo lo que ha pasado antes...

Aquello lo cogió desprevenido. ¿Por qué pensaba Isobel que era ella la que debía disculparse? Era él el que se había comportado de manera muy poco profesional y además había sido grosero con ella.

—Ni lo menciones, por favor. De hecho, yo-

Pero en ese momento, regresó Sam.

—¿Se sabe algo? —preguntó ansiosa, a la vez que le metía entre las manos desmañadamente a Jubal una botella pequeña de agua y un sandwich un poco aplastado.

Él asintió, dejando ambas cosas sobre la mesa baja de la sala de espera, y le sonrió tranquilizador.

—La operación ha ido bien. Se va a poner bien...

Sam se le abrazó y él respondió con unas palmaditas torpes en la espalda. Siempre era difícil para él el contacto físico con Sam; la familiaridad de años presente, pero ahora inconveniente. Mientras, Rina pareció algo tensa. La expresión de Isobel, en contraste, era compasiva.

Cuando Sam se apartó, evidentemente aliviada, Jubal se dio cuenta de que estaba rodeado de tres de las mujeres más importantes de su vida. Y que las tres lo estaban mirando.

Fue una sensación extraña, como estar experimentado a la vez tres momentos distintos en el tiempo. Sam, la madre de sus hijos, su pasado. Rina, su pecado y su presente. E Isobel... ¿Qué era Isobel? ¿Lo que no pudo ser? ¿Lo que nunca podría ser? Como siempre, Jubal tuvo que volver a obligarse a recordar que debía ser suficiente con tenerla como amiga. Y, como siempre, no quiso reconocer que dolía.

Fue precisamente ella la que rompió aquel raro hechizo temporal.

—He traído una cosa para Tyler —dijo Isobel metiendo la mano en el bolso—. Mencionaste que le había gustado la serie de "Buenos presagios". He pensado que, tal vez —sacó un ejemplar del bolso y se lo tendió a Jubal—, querría leer el libro.

—Vaya... —dijo él, cogiéndolo—. Se lo daré. Muchas gracias...

Se quedó mirando la portada, un tanto anonadado. Era un regalo muy considerado. Y cargado de sentido personal. No hacía mucho, Tyler y él habían pasado unos días solos porque Abi estaba en una fiesta-pijama, en casa de una de sus amigas. Entre otras cosas, los dos lo pasaron bien juntos atracándose la serie británica. Que el libro tratara de un niño que salvaba al mundo del Apocalipsis era la guinda. Hasta el propio título transmitía los mejores deseos...

De cualquier manera, no justificaba la intensidad de lo que Jubal sentía ahora mismo hacia Isobel, y que no debería estar ahí. ¿O sí?

—Espero que se anime a leerlo y lo disfrute mucho —deseó Isobel—. Creo que puede gustarle aún más que la serie... Bueno, tengo que irme. Sam, Jubal —se les acercó un poco, dirigiéndose a los dos—, me alegro muchísimo de que Tyler esté mejor. No dudéis en contar conmigo si puedo ayudar, por favor.

Lo dijo con aquella calidez especial en su voz. Les sonrió y se marchó. Jubal no pudo evitar preguntarse por qué Isobel había hecho todo el camino hasta allí para luego solo quedarse cinco minutos. Lo dejó con la incómoda sensación de que si deseaba que se quedase alguien, era ella, nadie más. Y con la molesta tarea de gestionarlo.

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