Saludos, mis muy estimados lectores. ¿Qué tal su día? ¿O noche? (la cortesía nunca ha estado demás). Bueno, luego de abandonar durante años el mundo de los fics (Y de olvidad mis contraseñas de otros usuarios en más de una ocasión a los largo de muchos años -.- ), he tomado la iniciativa de regresar mostrando esta historia a la que le empecé a trabajar hacer cuatro años. No fue fácil para mi el aceptar publicarla, pero pienso que le he puesto el suficiente corazón como para intentarlo.

Aclaro que los personajes no me pertenecen, sino a CLAMP. Pero busco, de antemano, conservar ciertos rasgos de sus psicologías para hacer más creíble la historia.

Ya, sin más preámbulo, sólo me permito desearles un buen viaje a este universo de letras y les motivo a dejarme comentarios, pues para mi, como autora, es muy importante su opinión.

Sin más…. Bon voyage!

...

Fiore

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Capítulo 1: Tristeza. Lo que fue y no será

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Sakura Kinomoto siempre pudo haberse caracterizado por ser una niña diferente, más allá de un porqué. Tal vez era el suave timbre de su voz, la pureza de su corazón o el espíritu libre que poseía, el cuál dejaba salir al empezar a correr por el parque como una cierva en el bosque. Posiblemente fuera el cómo sus cortos cabellos se dejaban acariciar por el viento, o la manera en la que reía cuando se apenaba ante los halagos hacia ella.

La verdad no se sabía y tal vez nunca se descubriría, pero algo que había claro es que ella no era un espécimen que se encontrara fácilmente en el planeta Tierra.

Era un sábado cómo cualquier otro en el frío mes de febrero, que no parecía tan frío al vivir ella en una zona costera. Sakura se encontraba sentada en un inmenso sofá rojo que se situaba en una lujosa sala llena de objetos viejos, frágiles y valiosos; por lo que se veía en el dilema sobre qué debía tocar y qué no. La destartalada mesa de madera que tenía al frente podía ser testigo de su gran estado de incomodidad.

A su lado, un niño no muy mayor que ella la veía, divertido.

-¿Está todo bien? Sakura- preguntó con cordialidad. La niña Kinomoto sonrió, sin evitar ruborizarse al hacerlo.

-Sí, es sólo que no estoy acostumbrada a ver tantos lujos en un mismo lugar. Tienes una casa muy bonita, Hien- declaró sinceramente. El niño también rió y negó con la cabeza al hacerlo.

-Te sorprendería lo aburrida que puede llegar a ser- repuso, encogiéndose de hombros.

Hien Li era el hermano gemelo de un amigo de Eriol Hiraguizawa, el mejor amigo de Sakura. Los habían presentado meses atrás y, por casualidad del destino, se habían llevado bastante bien por lo que era claro el motivo del por qué se encontraba ella en la residencia Li en esos instantes. Hien era un muchacho cuya simpatía había logrado ganarse el afecto de muchos, además de ser bastante atractivo para varias chicuelas del sexo opuesto cuyas hormonas habían apenas empezado a despertar. De tez bronceada, revuelta cabellera marrón, labios finos, nariz pulida y unos intensos ojos negros que parecían de carbón. Todos decían que él y su gemelo, Syaoran, eran perfectamente la misma copia, idénticos en todos y cada uno de sus aspectos físicos… salvo por los ojos, pues al parecer los de Hien eran mucho más oscuros que los de su hermano.

Sin embargo Sakura no podía afirmar aquello pues, por muy raro que pareciese, jamás lo había visto. Si mucho apenas recordaba que tenía un nombre. Hien rió, al ver lo distraída que se tornó la niña de nueve años durante unos momentos y, con suavidad, empezó a zarandearla por el hombro.

-¿Segura que todo está bien?- insistió, ya tornándose más serio. Sakura se estremeció ante su mirada y, sin saber porqué, volvió a bajar la cabeza hacia sus manos, sonrojándose más de lo que ya estaba. Había algo en Hien Li que la perturbaba bastante y ella lo sabía, pues llevaba varias semanas sintiendo lo mismo cada que lo tenía cerca. Hien siempre se hacía el desentendido, más no era idiota y podía deducir fácilmente lo que pasaba por la cabeza de ella.

-En un par de meses será mi cumpleaños- soltó atropelladamente- Tomoyo me sugiere que haga una fiesta, pero no tengo muchas ganas de hacerla, aunque estoy empezando a considerarlo.

-Eso me parece muy bien.

-Y bueno, en caso de que la haga, me preguntaba si a ti te gustaría…- empezó a decir pero fue interrumpida por el sonido de la puerta principal que se abrió de par en par y, sin miramientos, volvió a azotarse. La mirada de ambos se centró en el pasillo fuera de la sala, que quedaba al frente de la puerta, y en las escalera que ahí mismo daban vía al segundo piso.

Sakura estaba atenta al recién llegado, por lo que no pudo ver la sonrisa torcida y amarga que soltó Hien. A él no le fue tan difícil adivinar de quien se trataba pues murmuró por lo bajo algo que se entendió como un "llegó más temprano". Sakura se preguntaba quién era y casi soltó un grito ahogado al escuchar su voz cansina tras la pared.

-Hermano, no olvides que hoy te toca a ti hacer la cena- fue todo lo que dijo, refiriéndose evidentemente a Hien. Sakura sintió nervios y sus verdes ojos brillaron de ansiedad, ¡por fin conocería en famoso gemelo de su amigo! Hien, lejos de hallarse tan sorprendido como ella, bufó exasperado.

-Relájate, lobito, no pienso dejarnos morir de hambre- un gruñido provino del otro lado de la pared y provocó una sonrisa triunfante en Hien. Al parecer su hermano odiaba que lo llamasen así.

-Cierra la boca, Hien- repuso de mala gana ya dejándose ver al empezar a subir por las escaleras aunque no sin antes enviarle una sincera mirada de odio a su hermano. Sin embargo sintió un poco de desconcierto al descubrir a Sakura viéndolo como si fuera una especie de monstruo de laboratorio.

Ella no cabía en sí de la sorpresa, ¡Eran exactos! Mismo cabello desordenado, mismas cejas pobladas, misma piel bronceada, ¡Todo! Salvo por los ojos que, ciertamente, tenían distintas tonalidades. Hien, único testigo de la batalla de miradas, sonrió.

-Syaoran, te presento a Cerezo- se limitó a decir, refiriéndose a Sakura al lado suyo. Syaoran no disimuló en nada su incredulidad y tampoco el desprecio que adquirió su expresión segundos después: ¡lo que le faltaba! ¡Más niñitas tontas en la casa!

-Como sea- murmuró al seguir con su trayecto y perderse por completo en el segundo piso.

Sakura lo vio partir sin poder evitar el fruncir el ceño.

-¡Qué grosero!- exclamó bastante ofendida. Hien rió largamente, apretándose el estomago al hacerlo, pues le regocijaba las diversas reacciones que su gemelo podía provocar sin siquiera proponérselo. Sakura lo fulminó con la mirada, haciendo un encantador puchero, consiguiendo sólo que el joven Li riera con más ganas.

Duraron así por más tiempo y no fue hasta que Sakura amenazó con irse que Hien la tomó de la mano y, secándose una lágrima entre jadeos y el eco de algunas risas, le pidió perdón.

-Syaoran es una persona difícil, estoy acostumbrado a ello… pero tú no, es por eso que tus reacciones causan tanta gracia- se excusó, encogiéndose de hombros. Sakura no pareció satisfecha con ello - Por favor Sakura, jamás me burlaría de ti. Es más… volviendo a lo de antes, me encantaría ir a tu fiesta de cumpleaños.

El semblante de Sakura cambió al instante y, con brillos en sus ya luminosos ojos verdes, se viró a él.

-¿De verdad?- quiso cerciorarse. Hien sonrió, apretando más la pequeña mano que tenía sujeta.

-Todo por verte feliz… querida Sakura.

Y se quedaron mirando largo rato. Sakura quiso abrazarlo en forma de agradecimiento por ser tan especial con ella pero se contuvo, pues bien sabía que él no era del tipo de hombres que le gustaran esas cosas. Así que sólo sonrió tímidamente, ruborizándose de nuevo al hacerlo. Hien captó el mensaje y también sonrió. No volvieron a tocar el tema, aunque tampoco era necesario, pues ambos sabían de sobra que algo había cambiado entre ellos.

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Una joven de veintidós años, larga y enmarañada cabellera castaña, atuendos algo amplios para su fino cuerpo y ojos verdes tremendamente apagados caminaba de un lado a otro transportando cajas que emplearía a la hora de la mudanza. Acababa de sellar una en la que llevaba los cuadros de la casa y ahora se sentaría un rato en la vieja biblioteca para ver qué libros dejaría para su próxima residencia, aunque lo más seguro fuese que terminara botando la mayoría.

No quería seguir sufriendo… no quería recordarlo a él en cada nueva portada que veía aunque a Hien Li, su ex prometido, nunca le gustó leer.

Sacudiendo la cabeza en lugar del polvo para reordenar nuevamente las ideas, se sentó en el frío suelo y empezó con la difícil labor que tendría que seguir al cabo. Los años en la ciudad habían hecho que el tono dorado de su piel desapareciera sin decir adiós y los sucesos que trajo consigo el paso del tiempo eran los responsables de que dejara de ser la Sakura Kinomoto que alguna vez pareció brillar por cuenta propia. Se había visto obligada a madurar, y no de la mejor manera.

-Perdóname, Dr. Jekyll- dijo antes de dejar caer en la desolada caja un libro titulado El Extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde de Robert Louis Stevenson. Siempre le gustó esa historia e incluso escribió un poema sobre ésta, al que dejó perdido en el olvido.

Sacó dos nuevos libros y los comparó entre sí, aburrida. Luego los dejó caer en la caja, sin remordimiento.

-Adiós, Dorian... adiós, Drácula… si Stocker leyera las historias de vampiros que se escriben hoy en día creo que se estaría revolcando en su tumba- musitó, dejando a Drácula de Bram Stocker reposar junto con El Retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde.

Y así continuó el resto de la mañana, desempolvando y desechando libros que donaría a la caridad. Pronto a los primeros tres también les acompañó El extranjero de Camus, Veinte poemas de amor y una canción desesperada de Neruda, las tragedias griegas de Sófocles y Los Miserables de Víctor Hugo. No se sintió capaz de abandonar a Hamlet, Romeo y Julieta ni Macbeth, todas obras de Shakespeare, por lo que los empacó en la caja continua, y siguió sacando más libros. Conservó una novela de Megumi Sakamoto, una escritora contemporánea del país y otra de Fa Ying, proveniente de China. Desechó otro libro de un escritor estadounidense, uno de la India y una obra de teatro de Corneille.

Se vio obligada a traer otra caja una vez que la primera se llenó para poder continuar con su labor y así lo hizo hasta que la biblioteca quedó casi vacía. Ya había pasado la hora del almuerzo y no quedaban más de diez libros pendientes, por lo que limpió el sudor de la frente con el dorso de su mano y suspiró, satisfecha. Pronto terminaría con ello. Sujetó su enmarañado cabello en una simple coleta para refrescarse un tanto mientras estiraba la mano y sacaba el siguiente libro, bastante grueso y de pasta dura. Frunció el ceño: ese no recordaba haberlo leído.

Sin embargo se arrepintió a los pocos segundos de haberlo tomado pues fue inevitable que sus ojos se abrieran de par en par y que un nudo bloqueara su garganta al ver la portada. Se veía la imagen de un bosque fantasmal en medio de la noche, mal pintado al óleo y, al lado de una cristalina laguna, reposaba una katana que parecía haber sido enterrada en tiempos de antaño. En la parte superior rezaba, con letras doradas, el título del libro junto con el autor:

Claro de luna de Syaoran Li.

Cerró los párpados temblorosos y dejó caer el libro, en el suelo, mientras se sujetaba la cabeza y dibujaba en su rostro una mueca de dolor. ¿¡Qué el destino jamás dejaría de darle motivos para recordarlo!? Ahora lo hacía con su desaparecido hermano gemelo…

Aún recordaba la primera y última vez que vio ése libro…

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-¡Ya llegué!- exclamó una radiante Sakura, abriendo la puerta de su departamento. Ahí estaba un Hien mayor, digno de ser el vicepresidente de la corporación Li, la empresa de su padre. A sus veintitrés años lucía tan agradable como siempre, con sus trajes finos de ejecutivo, sus cabellos siempre revueltos y sus ojos negros que jamás dejaban el brillo del ayer. Sakura, con veinte años para ése entonces, se acercó al sillón donde estaba su novio y se inclinó para plantarle un suave beso en los labios.

Hien sonrió, mirándola con ternura.

-Hoy vine temprano, como te prometí- susurró contra su rostro. Sakura se encogió de hombros, sonrojándose un poco al hacerlo.

-Gracias- contestó, sentándose a su lado y dándole un abrazo que, cómo era de esperarse, él no correspondió. La joven Kinomoto entendía y aceptaba que Hien no fuera de ése tipo de afectos, pero no podía evitar sentirse triste algunas veces pues, como todos en el mundo, necesitaba sentirse querida así fuese una vez al año.

Habían días en los que llegaba a creer que él simplemente no la deseaba, por ser fea, torpe, gorda, desaliñada y muchas otras cosas que suponía ver cada que se miraba críticamente al espejo. Pero aquellos pensamientos nadie los conocía y lo más seguro es que ocultos continuarían.

Triste ante esos pensamientos, decidió entonces poner un tema de conversación y fue ahí que encontró, bajo el brazo de Hien, un libro que parecía ser nuevo. Sakura se sintió extrañada, ¿Desde cuándo a Hien le gustaba leer?

-¿Y eso?- preguntó, señalando el libro con el índice. Hien rió con ganas, aunque algo triste a la vez.

-No es nada, lo vi y quise comprarlo. Es de Syaoran.

-Syaoran…- repitió Sakura, tornándose pensativa. ¿Dónde había escuchado ese nombre? Estaba segura que le sonaba. Hien, captando lo que la intrigaba, rió bastante apagado y le dio un fugaz beso en la cabeza. Luego levantó el libro y su vista se perdió por completo en la portada.

-Mi hermano, el escritor- contestó en un murmullo apenas audible. La muchacha no volvió a tocar el tema pues sabía lo poco agradable que era para Hien el rememorar a su hermano y más aún desde que éste había decidido cortar todo contacto con él y el resto de la familia.

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Apretó fuertemente los labios conteniendo las ganas de llorar y se llevó una mano al corazón, como si este estuviera cayéndose en pedacitos. Inhaló profundamente en un intento de calmarse y lo consiguió, pues tuvo el suficiente coraje para coger el libro a su lado y mirarlo nuevamente.

-Claro de luna…- leyó con la voz apagada. Había escuchado más de una vez el nombre de esa obra en labios ajenos y todos decían algo positivo al respecto, que el autor era definitivamente un gran escritor. Pero nunca asoció esa historia con el gemelo "perdido" de su ex prometido, ni tampoco fijó su mayor interés en ella.

Pero ahora las cosas empezaban a cambiar: ¿Qué tal escribiría el famoso Syaoran Li?

Riiiing...Riiiing…

Dio un pequeño respingo a causa del susto que recibió de improviso y tomó el teléfono que, curiosamente, lo tenía al otro lado. Dudó unos instantes, pero al final contestó tras un sonoro y cansado suspiro.

-Habla Sakura- fue todo lo que dijo a la espera de una respuesta. Pero, por suerte, quién llamaba era su siempre fiel amigo Eriol.

"Sakura, soy yo" contestó desde el otro lado de auricular "¿Cómo estás?"

-Supongo que bien, ha sido una dura mañana. Pero pronto terminaré de empacar- repuso, embozando una muy tenue sonrisa- ¿Cómo va el tema del departamento?

"A eso llamo. Verás, sólo encontré uno disponible. No es del todo malo, pero no sé si quieras vivir ahí…"

-No veo porqué no, si tú me lo recomiendas debe ser porque es apto para mí- dijo Sakura, sellando despreocupadamente una de las cajas con cinta. Quien pareció incómodo fue Eriol al otro lado de la línea.

"Sabía que me dirías eso, por eso lo reservé…" murmuró "Pero antes que nada déjame advertirte que en ése mismo edificio vive un amigo mío y pues… No sé, no creo que sea buena idea que estés cerca de él."

-¿Es algún tipo de violador o qué?- bromeó la castaña, o al menos se esforzó por sonar divertida. Eriol intentó reír, pero la tensión se lo impidió.

"No, es algo tonto cuando se lo propone, incluso ácido y distante. Pero respeta bastante a aquellos que se han ganado su confianza… muy pocos la verdad"

-Entonces no hay problema, de todas maneras no pretendo socializar mucho con él. Vivir y dejar vivir, esa será nuestra regla. ¿Algo más?

Eriol tardó en responder buscando que palabras decir, por lo que Sakura pareció preocuparse por primera vez: Eriol siempre fue una persona suelta, que te dice las cosas de frente y sin pelos en la lengua… entonces ¿Por qué le estaba dando tantas vueltas al asunto? ¿Qué había detrás de todo eso?

-¿Eriol…?

"Insisto, Sakura, en verdad no es buena idea que te vayas allá… no al menos con todo lo de Hien encima" balbuceó atropelladamente. La joven Kinomoto apretó los puños e intentó, nuevamente, no echarse a llorar ahí mismo.

No… ya no más.

-Precisamente es por Hien que necesito irme de aquí cuanto antes, entiéndelo, ya no lo soporto más- y, sin poder evitarlo, se le quebró la voz al hablar. Eriol pareció entender que metió la pata y, tras un minuto entero de silencio, se aventuró a hablar con la voz más grave.

"Lo siento, sabes que no fue mi intención" musitó "Pero lo que te estoy diciendo es casi tan delicado como lo que estás viviendo ahora, Sakura, por favor, sólo quiero tu bienestar. ¿Por qué no vienes a mi casa o a la de Tomoyo? Te recibiríamos con los brazos bien abiertos y puedes estar ahí todo el tiempo que gustes. Sabes que no nos incomodaría. Ambos te queremos mucho."

-¡Lo sé, yo…! Lo sé…- soltó un suspiro, llevándose una mano a la frente, intentando controlarse. Y de nuevo se tragó todo lo que sentía, dejando fluir una monótona voz- Y te lo agradezco, no sé qué sería de mí si no los tuviera a ustedes dos. Pero quiero… no, más bien necesito… estar sola. Si en verdad me aprecias tanto entonces espero que respetes mi decisión, Eriol… por favor.

Eriol suspiró, al parecer resignado, y murmuró inentendibles cosas por lo bajo antes de dignarse a dar una respuesta definitiva.

"No piensas cambiar de opinión, ¿verdad?" el silencio de Sakura confirmó por completo su suposición, haciéndolo soltar aire nuevamente a causa de la pesadez "De acuerdo, cómo quieras, pero me consta que te lo advertí. Paso por ti y tus cosas mañana para que te termines de instalar."

-Gracias Eriol, eres el mejor- comentó la castaña, soltando la primera sonrisa sincera en mucho tiempo, aunque pequeña y bastante imperceptible.

"Si, y también un estúpido por darle gusto a mi terca a amiga, pero bueno" refunfuñó "Estaremos hablando mañana entonces, llámame si necesitas algo…"

-De acuerdo.

"Y Sakura" hubo una pequeña pausa "Recuerda que no estás sola… así que te pido un favor que te hará bien y de paso se lo hará a los demás…"

-¿Qué cosa?

"Déjalo ir" dijo, haciendo especial énfasis a esas dos palabras "Sé que suena duro, pero sólo así podrás seguir con tu vida. En fin, supongo que tienes mucho que pensar. Hablaremos mañana"

-Seguro… hasta mañana, Eriol- murmuró para luego colgar el teléfono.

Aunque no lo mencionara, esas palabras le habías caído como un balde de agua helada. Recogió las rodillas y ocultó el rostro entre estas, pero no lloró, aunque ganas tampoco le hacían falta.

¡Dejarlo ir! ¡Cómo si fuera tan fácil! ¡Cómo si hubiera sabido desde el principio que, dos meses atrás, el avión privado de la corporación Li se terminaría estrellando camino a Tailandia y que en ése accidente terminaría falleciendo (aún tan joven y con toda una vida por delante) su prometido, su querido Hien Li!

Cómo si eso fuese algo que pasara todos los días…

Con el corazón oprimido se abrazó aún más fuerte, agradeciendo el silencio que la rodeaba en aquellos momentos.

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"Me juraste amor entre besos apasionados, enlazaste tu vida a la mía cuando nos fundimos el uno en el otro durante tantas noche que fueron nuestras… sólo nuestras, mi musa… o diré mi perdición… porque aunque te fuiste con otro me tienes aún a tus pies. Soy patético…si… eso es lo que soy…" gruñó por lo bajo al leer sus propias palabras y, con más fuerza de la necesaria, oprimió la tecla "borrar" de su computador portátil. Nuevamente la hoja había quedado en blanco, virgen… esperando que él la tatuara con su arte.

Pero lastimosamente ése día pareció que tampoco se llevaría ese gusto. ¡Maldición! ¡No podía escribir algo así!

Frunció aún más las pobladas cejas y se incorporó de su escritorio, camino a la cocina. Necesitaba relajarse y a lo mejor una buena copa de vino ayudaría a lograrlo. Su casa estaba hecha un físico desastre, con libros por doquier, apuntes, botellas y cajas de comida que había pedido a domicilio. Siempre fue un hombre tremendamente ordenado, pero todo había cambiado desde que ella se había marchado.

Porque así era: desde hacía cinco meses Syaoran Li podía presumir que su vida se había convertido en una total y completa…

-Mierda –masculló por lo bajo al golpearse la cabeza intentando abrir la alacena. Maldijo para sí el haberse vuelto tan despistado y, con algo de agresividad, arrebató la botella de vino de su lugar. El contenido llegaba a la mitad, sería suficiente para esa noche.

Volvió a cerrar la alacena, sin molestarse siquiera en tomar una copa y, a paso lento, caminó hacia la sala de estar dónde se dejó hundir pesadamente en uno de los sillones. Su mente estaba estéril de ideas y aquello empezaba a sacarlo de quicio.

Sin esperar más, dio el primer sorbo de la botella.

Debía pensar en una nueva historia pronto si quería mantener la vida que, hasta ahora, había estado llevando. Pero ni el tiempo, ni su imaginación habían estado del todo de su lado. Hizo una mueca, meditabundo: a lo mejor podría hablar esta vez de un personaje femenino como protagonista.

Dio el segundo sorbo a la botella, esta vez bebiendo más vino, permitiendo que un hilillo escapara furtivamente de la comisura de sus labios.

Una vez que tragó por completo y limpió su boca con el dorso de la mano bufó, entrecerrando los ojos ámbares que empezaban a mostrar señales de embotamiento. ¡Por supuesto que no hablaría de una mujer! ¡Eso no entretenía a nadie! Mejor de otro personaje varón, si… un sujeto de la élite inglesa que vivió entre los siglos XIX y XX.

Bebió nuevamente, saboreando lo dulce que empezaba a parecerle el licor.

Se llamaría James, tendría menos de treinta años pero no tendría a nadie en el mundo, salvo su status.

Repitió varias veces el ritual de beber uno que otro sorbo hasta que vació casi por completo la botella y sus mejillas, sonrojadas, delataban que tan grave era su estado de embriagues. Entre más bebía, más despechado y furioso se mostraba.

Puso a James huérfano, criado por un tío lejano que lo odiaba e ideó todo tipo de sucesos que lo persiguieron hasta enloquecerlo. Al final se suicida una vez que reconoce que su miserable vida no tiene sentido.

Al diablo los finales felices, estaba harto de ellos… además ya la gente se estaba haciendo la idea de que el mundo era un asco y que los finales felices sólo formaban parte de los cuentos de hadas. ¿Y los niños? ¡Qué se fueran acostumbrando a esa idea! Tal vez así no se sentirán tan decepcionados una vez que decidan salir al mundo real.

Syaoran ahogó un hipido y, lleno de aflicción, bajó la cabeza y se agarró los rebeldes cabellos castaños con más fuerza de la debida. Los odiaba a todos. Desde su padre (por haberlo desheredado cuando decidió seguir su sueño de convertirse en escritor) hasta su vecino del piso de abajo, que no tenía culpa alguna de su situación. Maldijo nuevamente y, ésta vez con el dolor y la frustración intactos en la mirada, subió la vista a un retrato que aún reposaba sobre la repisa en la pared.

En él descansaba una foto en la que se encontraba plasmada la imagen de él feliz abrazando a su entonces novia, una hermosa mujer de lacio cabello azabache y ojos rojos que parecían llevar dentro un potente volcán a punto de hacer erupción. De ella lo cautivó su espontaneidad, su decisión, su seguridad y picardía. La amaba… había pensado incluso en proponerle matrimonio. Pero un día como cualquier otro se fue, sin avisar, ni estar peleados siquiera. Syaoran movió cielo, mar y tierra para buscarla, preocupado, con el corazón en la mano pensando en un posible secuestro… cuando, de casualidad, la vio salir en las noticias con una brillante sonrisa en rostro y acompañada de un importante y adinerado sujeto ( mucho mayor que ella) con quién, según las noticias, contraería matrimonio pronto. Ése día sintió, de manera literal, como su corazón se partió en miles de millones de pedazos y despertó, al día siguiente, en una taberna de quinta tras la borrachera más grande de su vida. No había visto, leído o escuchado noticias desde ése instante pues sólo representarían malas noticias para él. Llevaba cinco meses desintonizado del mundo, y de ella… su musa… su perdición.

Meiling

-¿Quién querría star con un ezcritor fragazado? Nadie… ni ziquiera ra popia famiria- musitó arrastrando las palabras y ya despidiendo un molesto aroma a alcohol. Sonreía y señalaba el retrato, acusador, como si éste pudiera oírlo en ésos momentos. Luego levantó la botella, cambiando su sonrisa cínica a una ironica- Bindo po ti, po que tu vida no sté tan podrida como la mía… zorra.

Y sin arrepentirse o sin nadie a quién pedir perdón después, bebió el último trago de la botella, antes de ésta terminara rodando sin rumbo fijo cuando cayó sobre el suelo alfombrado una vez que nuestro dolido escritor logró conciliar el sueño en medio de la molesta resaca.

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Sakura inhaló mucho aire y miró por última vez su hogar vacío antes de darse la vuelta hacia el carro de un joven de aproximados veintiséis años, tez nívea, cabellos negros con reflejos azules (como el ala de un cuervo) y ojos grises enmarcados por unas gafas de montura redonda; quién la miraba preocupado una vez que empacó en la parte posterior del vehículo la última caja de la muchacha.

Sabía de sobra lo mucho que le dolía a su amiga aquella situación y prefirió quedarse callado hasta que la tensión bajara un tanto.

-Vámonos ya, Eriol- imploró la castaña con la cabeza gacha oculta entre mechones rebeldes de cabello. Eriol la sujetó por los hombros durante unos minutos y luego le abrió la puerta del copiloto, indicándole que se sentara. Sakura obedeció sin chistar.

Al poco rato Eriol tomó su lugar y encendió el vehículo ya dispuesto a partir de ahí para siempre. Sakura, por otra parte, se veía más ida que nunca.

-¿Quieres que nos detengamos por algo de tomar?- preguntó el Hiraguizawa mostrando su consternación. Odiaba ver a su mejor amiga en ese estado tan deplorable. Ella le otorgó una de esas sonrisas falsas que, con el tiempo, supo perfeccionar bastante bien.

-Gracias, pero no, no te preocupes. Lo único que quiero es llegar cuanto antes a mi nuevo departamento- confesó con una voz apenas audible. Eriol suspiró, incómodo.

-Sakura yo… - reflexionó qué palabras decir y, cuando se detuvieron frente a un semáforo, aprovechó para mirarla con cierto temor- Sabes que sólo quiero lo mejor para ti… así que, si te topas con algo que te resulte desagradable, no olvides que fue decisión tuya quedarte ahí. Me consta que te lo advertí.

Sakura lo miró incluso cuando el carro volvió a avanzar una vez el semáforo cambió de color, con la interrogante de qué era lo que le ocultaba. Pero luego negó con la cabeza, con la certeza de que no podía ser tan malo como manifestaba.

Ése Eriol siempre había sido un exagerado.

-Soy una adulta responsable, creo que sabré manejar esto- aseguró, encogiéndose de hombros.

Ya eran pasadas las tres de la tarde y el sol, avecinando su pronto ocultamiento, era prueba fehaciente de aquello. Sakura observaba la ventana distraídamente, con el mentón apoyado sobre la mano, pensando en tantas cosas que hubiera mejor preferido dejar de lado. Rogaba por no encontrarse con nadie ya que ése día se sentía especialmente fea; quería llegar pronto al lugar para poder echarse a dormir, pensaba en Hien…

Suspiró: Hien Li era la última persona a la cual quería recordar en esos momentos.

Se asustó cuando sintió la mano de Eriol sobre su hombro, quién le indicó suavemente que ya habían llegado. Bajaron frente un edificio en un estado no tan deteriorado e ingresaron con las cajas y maletas, pidiendo hablar con la administradora. Ella había resultado ser una mujer bajita, rechoncha, de piel arrugada y alegres ojos oscuros que aún podían reflejar la picardía de tiempos de antaño. Su nombre era Chiyo Sakaichi y fue especialmente amable al recibirlos; pero lo más extraño fue verla reír cuando Eriol mencionó qué departamento había solicitado.

-¿Qué es tan gracioso, señora Sakaichi?- preguntó Sakura, desconcertada. La anciana mujer negó con la cabeza mientras le pasaba las llaves del departamento.

-No es nada, querida, es sólo que tu domicilio queda al frente del 309… el hombre que vive ahí es algo ermitaño, por lo que pienso que sería interesante ver cómo reaccionará cuando vea a la linda jovencita que tiene de vecina- explicó, acariciándole maternalmente el rostro. Sakura estuvo tan atenta sonriéndole de vuelta que no se percató de la horrible mueca que dibujó Eriol en esos momentos.

Sakura se instaló en un departamento que tenía inscrito en la puerta un desgastado "308" color bronce con la ayuda de Eriol pues la señora Sakaichi no tardó en dejarlos. Acomodaron la comida, la cama (que era lo más importante) y el mayor contenido de las cajas. Finalizaron una vez que el cielo empezó a oscurecer y, ya más agotados, decidieron ocuparse de las otras cosas al día siguiente. La joven Kinomoto se sentía extrañamente bien: el departamento no era muy amplio, pero si acogedor. No tardaría en acostumbrarse a ese lugar.

Eriol, por otra parte, se tornaba cada vez más tenso y se negaba a darle a Sakura alguna explicación válida. Parecía nervioso.

-¿Seguro que estás bien?- insistió la castaña, viéndolo dudosamente mientras lo acompañaba a la salida del edifico, abandonando la puerta de su nuevo "hogar". Eriol hizo un ademán con la mano, indicándole que dejara de preocuparse por eso.

-Sí, sí, no te preocupes por mí- afirmó. Sakura frunció el ceño, no del todo convencida. Giraron al pasillo de la izquierda con el propósito de bajar por las escaleras.

-Bueno, si tú lo di…- no pudo terminar la frase al sentir como chocaba con alguien por lo que casi se estrella contra el suelo, pero fue una suerte que pudiera mantener el equilibrio a tiempo. Roja de vergüenza juntó las manos para pedir disculpas pero, una vez que se aventuró a mirar al desconocido, perdió por completo el color de su piel. Su corazón, por un momento, dejó de latir y el tiempo, por igual, se detuvo.

Syaoran, que acababa de llegar tras hacer unas breves compras, la miró con exasperación. ¿Y esa de dónde había salido? Quiso simplemente seguir derecho pero, por alguna extraña razón no se movió, pues ver esos ojos que lo miraban como si fuera una especie de espanto le causaba una vaga sensación de déjà-vu.

Esos ojos ya los había visto, ¿pero dónde? Ninguno de los dos escuchó murmurar a Eriol por lo bajo algo que sonó como un "te lo advertí". Sakura estaba en shock al ver a ese muchacho de tez bronceada, revuelto cabello castaño, mirada arrogante y espesas cejas arqueadas con indiferencia. Pronto sus ojos verdes se abnegaron en lágrimas y llevó ambas manos a su pecho, dónde sintió que algo se quebró.

-Hien…-susurró. Y Syaoran sintió como un balde de agua fría le cayó encima, cuyo contenido pronto fue transformado en ira y desprecio.

Después de llevar años sin saber nada de su hermano ahora venía esa mujer y lo confundía con él, ¡Qué coraje!

-No vuelvas a compararme con el impertinente de mi hermano nunca más- ordenó gélidamente. Sakura abrió más los ojos, sin poder salir del trance.

¡No podía creerlo! ¡Era su hermano! ¡Era Syaoran Li, el escritor! Después de tanto…

Syaoran se exasperó aún más, ¿Por qué lo miraba así? Esa expresión, esos ojos llenos de lágrimas empezaban a enloquecerlo, pues nunca soportó ver a las personas llorar.

Pero él tampoco estaba en condiciones de servir de pañuelo a nadie y mucho menos a una mujer amiga de Hien.

-Lo siento, yo…-intentó articular la joven Kinomoto pero le resultaba casi que imposible. Se abrazó a sí misma y empezó a temblar. Ahí Eriol se mostró al tomarla de los hombros y mirar a Syaoran severamente, quien se sorprendió de verlo ahí.

-Que falta de tacto tienes- lo regañó el Hiraguizawa.

-¡Eriol! ¿Qué haces acá? ¿Conoces a ésta mujer?- preguntó, anonadado. Eriol parecía más disgustado que nunca y no se molestaba en disimularlo.

-Ésta mujer, Syaoran, estuvo a punto de ser tu cuñada. Así que te pido que tengas un poco más de respeto para con ella- sentenció, articulando bien, haciendo énfasis en todas las palabras- Sakura está pasando por un momento difícil.

"Sakura" ése nombre cruzó la cabeza del joven Li repetidas veces. Significaba flor de cerezo. Y entonces recordó: años atrás su hermano había llevado a la casa una niñita de apariencia inocente, sonrisa radiante y curiosos ojos verdes a la que había presentado como "Cerezo".

Quedó desconcertado al notar lo evidente que era todo, ¿En verdad ésa mujer era la misma niña? ¿Cómo era eso que estuvo a punto de casarse con Hien? Bueno, la verdad no le importaba… pero no por ello dejaba de estar algo sorprendido.

Sin embargo bufó exasperado, pues si no habían seguido con su relación había sido por algo y él juraba tener la respuesta.

-Todas las mujeres son iguales, apuesto que lo único que quería de mi hermano era su apellido, ¿verdad?- inquirió ácidamente. Sakura quedó en shock y lo miró, sin importarle que el rostro se le viera húmedo por las lágrimas.

Eriol, cómo ella, también quedó estático. ¿¡Pero qué había sido eso!?

-¿Qué?- preguntó la castaña con la voz quebrada. Syaoran sintió furia y, sin querer conservar los estribos, agitó los brazos al aire y de paso las bolsas de sus compras.

-¡Sólo les interesa el dinero! ¡Así son todas! ¡TODAS! Dinero, casa, fama, ¿¡Qué importa el amor!? ¿¡Qué importa lo demás!?- gritó, fuera de sí- ¡Se venden por unas cuantas monedas de más, venden su cuerpo y dignidad a cambio de nada!... Prostitutas… eso es lo que son ustedes… lo que eres tú.

¡PAFF! En menos de nada la mano derecha de Sakura abofeteó con tanta fuerza la mejilla de Syaoran que dejó la marca roja en ésta. Lloraba, lo miraba con odio, apretaba la mandíbula, temblaba. Por unos instantes el escritor se sintió mal al decirle todo eso a una mujer que en verdad tenía la apariencia de ser alguien susceptible… pero era tanta su furia y frustración que se negó siquiera a pedir disculpas. Es más, la culpó por ser una salvaje impulsiva, y la odió más al meterse en la cabeza que ella era como las demás. Que de seguro le habría hecho a Hien el mismo desplante que Meiling le hizo a él.

Sin dar tiempo de nada y tampoco sin querer pedir perdón la joven Kinomoto dio media vuelta y salió corriendo de ahí. A los pocos segundos se escuchó la puerta del domicilio 308 cerrarse con más fuerza de la debida. Syaoran vio por dónde desapareció, con cara de pocos amigos y una mano sobre la mejilla aún roja y adolorida.

-¿¡Qué acaso se te escurrió el cerebro por la oreja, maldito imbécil!?- la voz de Eriol lo sacó de sus pensamientos y, una vez que se viró a él, se percató que el peli-azul también estaba tremendamente enojado.

Syaoran suspiró, intentando calmarse, y fulminó a Eriol con sus enigmáticos ojos ámbares.

-No tanto como a ti, ¿Por qué la defiendes? A una zorra, interesada, malcria…- no pudo completar la frase al sentir como el Hiraguizawa lo tomó por el cuello de la camisa y lo zarandeó, al punto de querer matarlo (literalmente).

-El que una mujer haya convertido tu vida en un infierno no te da derecho a catalogar a las demás como gente mala. Sakura no es como Meiling. Ella daría cualquier cosa por ver bien a los demás aún a costa de su felicidad- aflojó el agarre un poco- Amaba a Hien por encima de cualquier cosa y, si no, no habría sido su novia durante diez años. Estaban próximos a casarse… ahora Sakura sufre mucho, sobre todo porque no sé qué medio utilizar para quitarle de encima el estado permanente de luto- musitó, con la voz gélida. Syaoran apretó la mandíbula y entrecerró los ojos llenos de ira, pues era la primera vez que su buen amigo le hablaba así. Sin embargo, un lado muy oculto de sí no pudo evitar sentir algo de sorpresa: ¿Habían sido novios durante diez años? Eso era mucho, incluso para él… hasta llegó a considerar la muy (muy, muy, muy) remota posibilidad de que en verdad se quisieran.

-¿Y se puede saber a qué se debe el luto?- preguntó mordazmente, soltándose de manera brusca de su mejor amigo.

Aquella pregunta Eriol no se la esperó, pues más que molesto por haber permitido que se liberara del agarre, se le veía desconcertado.

-¿No lo sabes?- preguntó en un susurro. Syaoran se cruzó de brazos y arqueó una ceja, sin entender.

-¿Saber qué?- Eriol quedó en shock y, nervioso, comenzó a caminar de un lado a otro.

-Oh por Dios, ¡Apareció en todas las noticias hace un par de meses! ¿Ni siquiera tus padres te comentaron algo?- interrogó, agitando las manos. Syaoran cambió el ceño pues en verdad había empezado a preocuparse. Tuvo la amarga impresión de que se trataba de algo grave y empezó a sentirse nervioso.

-No veo noticas desde hace cinco meses, Eriol, y por si no lo sabes corté toda relación con mis padres hace ya mucho tiempo- le recordó, disimulando la repentina ansiedad que le había embargado- ¿Qué ocurrió?

Eriol volvió a caminar de un lado al otro: mala señal, pues bien sabía que el peli-azul era alguien directo y relajado. Murmuraba todo tipo de cosas por lo bajo, dónde a duras penas se entendía algo cómo "no puedo creerlo, no soy bueno dando éste tipo de noticias. ¡Eso debió decirlo su madre o quien sé yo!"

-Decirme qué, Eriol- alzó la voz el castaño, queriendo una respuesta contundente e inmediata. Su amigo detuvo la caminata y lo miró, causando un escalofrío no del todo bueno, pues no le gustó en nada la expresión que adoptaron repentinamente sus orbes grisáceos.

Pareció que sus tripas fueron reemplazadas por pequeñas bestias rabiosas pues no cesaban de retorcerse y las manos empezaron repentinamente a sudar. El tiempo se detuvo en medio de un silencio que le pareció insoportable y, por un momento, sintió que no deseaba saber aún qué era lo que había ocurrido. Eriol se mostró serio, sombrío, y la piel lucía más pálida que nunca.

-Tu hermano Hien falleció hace dos meses, en un accidente de avión.